CAPITULO XIV

TEOLOGIA MORAL Y TEOLOGIA ESPIRITUAL

 

A.- TEOLOGIA MORAL.

 

1.- Teología Moral y Teología Dogmática.

 

La Teología Moral tiene por objeto la vocación del hombre en Cristo y las obligaciones que se derivan de ella; por lo tanto, la luz primera de la Teología Moral no es la razón, sino la fuente siempre fecunda de la Palabra de Dios, y la fe por medio de la cual nos adherimos al misterio de Cristo y al de nuestra salvación. La Teología Moral es una reflexión metódica sobre el misterio de nuestra vocación en Cristo y la repercusión de este misterio en nuestra vida moral de cada día.

 

En seguida se ve que la Teología Moral, lejos de oponerse a la Teología Dogmática, constituye con ella una misma y única ciencia. Al igual que la Dogmática, es una verdadera disciplina teológica que saca su doctrina de la revelación, y que la elabora a la luz de la fe y bajo la dirección del Magisterio. Al igual que la Dogmática, tiene que alimentar la vida espiritual de los estudiantes; y más aún que la Dogmática, tiene que mostrar cómo la palabra de Dios puede iluminar los problemas concretos del hombre de hoy. La división entre Dogmática y Moral, que las exigencias de la especialización o las conveniencias de orden pedagógico pueden hoy justificar, es ante todo un hecho histórico.

 

En las grandes Sumas medievales no se distinguía la Moral de la Dogmática, era la misma disciplina que trataba a la vez los misterios cristianos y el obrar humano; en Santo Tomás por ejemplo, la Moral es inseparable de la fuente que la vivifica.

 

A partir del siglo XIV aparecieron y se desarrollaron unas obras esencialmente prácticas llamadas “summae confessorum”, destinadas a ayudar a los confesores en su ministerio sacerdotal. En el siglo XVI, para responder a los imperativos del Concilio de Trento, se creó un nuevo curso, el de las “Institutiones theologiae moralis”, situado a medio camino entre las Sumas teológicas sabias y las Sumas práctico-prácticas para el uso de los confesores, las cuales ya se habían hecho insuficientes. La aparición de las Institutiones theologiae moralis consagró la separación entre Dogma y Moral; se tomó incluso la costumbre de hablar de Teología Moral sin más. Con el tiempo, el nuevo curso de Institutiones theologiae moralis se fue aumentando y llegó a adquirir tal importancia que monopolizó toda enseñanza moral de la Teología, con la consecuencia lamentable de ir reduciendo cada vez más los fundamentos escriturísticos y doctrinales, y de llegar a una inflación cada vez mayor de la casuística.

 

Los manuales de Teología Moral se fueron pareciendo más y más a las sumas de casos de conciencia, insistiendo exclusivamente en las leyes y preceptos particulares, en lo lícito y lo ilícito, y hablando cada vez menos del principio inspirador del obrar moral, que es nuestra condición de hijos de Dios y de hermanos de Cristo, rescatados por su sangre.

 

 

2.- La perspectiva del Vaticano II.

 

El principal documento del Concilio sobre la Teología Moral es el decreto Optatam Totius sobre la formación de los sacerdotes, pero no es posible valorar este documento sino a la luz de las grandes constituciones relacionadas con él; por ejemplo, la constitución Dei Verbum insiste en la primacía de la palabra de Dios como fuente de vida y de luz, en ella, la verdad íntima acerca de Dios y la salvación del hombre se manifiesta en Cristo. Afirma también la Dei Verbum que el estudio de la Escritura tiene que ser el alma de toda la Teología, y por tanto de la Moral. Además, la constitución sobre la Liturgia declara que la Escritura contribuye a que los fieles expresen en su vida el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. De esta forma la condición cristiana tiene como nota específica expresar el misterio de Cristo.

 

Estar en Cristo es obrar en conformidad, tal es la norma suprema de la vida cristiana; este estilo de vida filial es también un testimonio de la verdadera naturaleza de la Iglesia, sociedad de los hijos del Padre vivificados por el espíritu de Cristo y movidos por el Espíritu de amor. Al recordarnos que la vida litúrgica gira en torno de los sacramentos, y particularmente de la Eucaristía, la Constitución manifiesta que la vida moral es esencialmente participación en el misterio pascual de Cristo.

 

La vida moral del cristiano tiene que ser como el espejo de la Iglesia y de su verdadera naturaleza; pues bien, la constitución Lumen gentium muestra cómo la Iglesia del Vaticano II se ha comprendido a sí misma como comunidad del pueblo de Dios, reunida por la virtud del Espíritu de amor que obra siempre por medio de sus carismas y de sus dones. Por tanto, la Teología Moral tiene que manifestar esta primacía de la caridad y de la docilidad al Espíritu. La Constitución insiste además en el carácter escatológico de la Iglesia, que camina en peregrinación hacia la Jerusalén celestial, y que está llamada a purificarse incesantemente en espera de la llegada gloriosa del esposo.

 

La constitución Gaudium et spes ha elaborado una verdadera antropología cristiana en la que el hombre es considerado en su totalidad. Esta visión más rica tiene que afectar también a la Teología Moral, que deberá apoyarse en un mejor conocimiento del hombre. La dimensión social del hombre que hoy se subraya por doquier, exige al moralista una más fina sensibilidad ante los problemas sociales, e invita al cristiano a desarrollar en sí mismo el sentido de responsabilidad social en su conducta personal.

 

Además de estas indicaciones, el Vaticano II habla explícitamente en el decreto Optatam totius de la enseñanza de la Teología Moral, y recomienda que se aplique un cuidado especial en perfeccionarla. La razón de esta recomendación no es simplemente el vínculo estrecho que une a la Dogmática con la Moral, ni solamente su importancia particular entre las disciplinas teológicas; se refiere a la situación de esta disciplina, que pide un progreso y una profunda renovación. Tras haber expresado este deseo de renovación, el Concilio indica de manera más precisa con qué espíritu debe ser llevada a cabo: “Más penetrada de Sagrada Escritura”, que la Teología Moral explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo”.

 

3.- La Teología Moral según el decreto Optatam Totius.

 

El texto antes citado es como la Carta Magna de la Teología Moral. El primer objetivo de ella, dice el Decreto, consiste en poner de relieve la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo. Antes que hablar de leyes y de preceptos particulares, la Teología Moral tiene la tarea de estudiar con profundidad la buena nueva de nuestra vocación en Cristo.

 

Al expresarse de esta forma, el Concilio no se olvida de que nuestra relación con Dios es el fundamento último de la obligación moral, pero siguiendo a la Escritura desea subrayar que la plenitud de nuestra relación con Dios se realiza en Cristo. Porque San Pablo no conoce solamente al hombre, sino al pecador reconciliado por Cristo (2 Cor 5,18), y nuestra condición de criaturas ordenadas a Dios se expresa por nuestro estar en Cristo (1 Cor 1,30). Así pues, tenemos que vivir no solamente como hombres, sino como bautizados, muertos y resucitados en Cristo (Rom 6,1-11); si ese es nuestro ser, ese tendrá que ser también nuestro obrar.

 

En la moral cristiana este tema de la vocación es más fundamental todavía que el de la ley. El cristiano es esencialmente un hombre llamado por Dios en Cristo; esta vocación, que es una llamada a la salvación, es un don de Dios. Para San Pablo, esta vocación en Cristo tiene como corolario necesario una vida santa, que se manifieste en el comportamiento de cada día (1 Tes 4,7). Lo mismo que antes la alianza de Yavé había supuesto a Israel la obligación moral de una vida santa, también la vocación en Cristo tiene que ir acompañada de la fidelidad a los preceptos que detallan la voluntad de Dios en la vida de cada uno. Por eso es evidente que la Teología Moral tiene que hablar de leyes y de preceptos particulares, pero ante todo tiene que enseñar nuestra vocación en Cristo. Tiene que poner de realce la grandeza de dicha vocación, a fin de que ésta suscite un deseo cada vez más vivo de permanecer fiel a la misma. Si por el contrario, la Moral no fuese sino un código sin alma, correría el riesgo de conducir a una sociedad legalista de tipo farisaico.

 

Exponer la obligación de los fieles de producir frutos en la caridad y para la vida del mundo, es el segundo objetivo que el decreto Optatam Totius asigna a la Teología Moral. Tras haber mostrado la grandeza de la vocación cristiana, la Moral tiene que mostrar a los cristianos la obligación de dar los frutos que correspondan a la sublimidad de esta vocación.

 

Cada laico, dice también la Lumen Gentium, debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y vida del Señor Jesús y señal del Dios vivo. Todos en conjunto y cada uno en particular, deben alimentar al mundo con frutos particulares (cf. Gal 5,22) e infundirle aquel espíritu con que están vivificados los pobres, mansos y pacíficos, a quienes el Señor en el Evangelio proclamó dichosos (Mt 5,3-9).

 

Por medio de su vida, impregnada totalmente de fe, de esperanza y de caridad, están llamados los cristianos por Dios a contribuir desde dentro a la santificación del mundo. Esta concepción de la moralidad cristiana, en términos de vocación y de respuesta, da a la vida cristiana un carácter personal y personalizante. El hombre en Cristo está llamado personalmente a una vida santa. La conducta moral adquiere a su vez el carácter de un compromiso personal, de una respuesta por medio de la vida a la llamada de Cristo. En la ley y en los preceptos particulares, el cristiano distingue la expresión de la voluntad del Dios vivo, y se inserta en el movimiento de la respuesta a la invitación del Dios de la salvación. Relacionando la repuesta personal del hombre con la salvación del mundo, e invitándolo a producir frutos en el mundo y para el mundo, la Teología Moral subraya el carácter social del obrar cristiano, como también la parte de la responsabilidad personal en la conducta moral.

 

 

4.- Los rasgos de la Teología Moral post-conciliar.

 

 

El decreto Optatam Totius indica también algunos de los rasgos del rostro de la Teología Moral renovada: Será ante todo una enseñanza penetrada de Sagrada Escritura. Esta expresión significa que la Escritura no debe ser concebida por la Moral como un simple arsenal de textos para probar sus proposiciones, sino que ante todo tiene que proporcionar a la Teología Moral su inspiración y concepción misma de la vida moral. Una Teología Moral penetrada de Escritura tendrá un sabor propiamente cristiano, y se constituirá en un contacto vivo el misterio de Cristo y la historia de la salvación; por consiguiente será muy distinta de una suma de casos de conciencia y de respuestas ya hechas para uso del confesor.

 

La Teología Moral tiene que preparar al sacerdote para el ministerio de la confesión, pero no puede ser ese su único objetivo. Ante todo, tiene que profundizar en la concepción de la moralidad cristiana que se desprende de la Escritura, y que relaciona el obrar moral con la sublimidad de la vocación. En sus cartas, San Pablo comienza exponiendo la buena nueva de la salvación en Jesucristo, y sólo a continuación va indicando las exigencias morales que se derivan del don de la salvación.

 

En segundo lugar, la presentación de la Teología Moral tiene que conservar su carácter científico. Al recomendar una Teología Moral más bíblica, más centrada en el misterio de Cristo y de la historia de la salvación, el Concilio no pretende transformar la enseñanza de la Teología Moral en pura exhortación piadosa. La Teología Moral tiene que proponer la buena nueva de nuestra vocación en Cristo y las obligaciones que de ella se derivan, pero según todas las exigencias de la ciencia; concretamente, en materia de método y de sistematización. En particular, tiene que apoyarse en una sólida exégesis para conocer el sentido pleno de la Escritura; además, tiene que desembocar en una verdadera explicación teológica, tanto más necesaria cuanto que la Escritura no es una exposición sistemática de la moralidad cristiana; cierto que insiste en la formación de la conciencia y en las actitudes morales, pero no pretende informar al cristiano del detalle de todos sus deberes particulares, ni ofrecer una lista exhaustiva de sus obligaciones morales, ni aborda tampoco los nuevos problemas planteados a la conciencia humana de cada generación. Más que una suma de preceptos y de soluciones, la Teología Moral es un espíritu.

 

Finalmente, la Teología Moral tiene que apoyarse en una sólida antropología porque, para ser comprendida, la vocación cristiana supone la inteligencia del hombre al que se dirige. Lo mismo que la Teología Moral tiene necesidad de la colaboración del exegeta para asegurar su punto de partida en el conocimiento exacto de los datos de la revelación, también tiene necesidad de las ciencias del hombre, particularmente de la Psicología y de la Sociología, para poder elaborar una reflexión teológica adecuada.

 

 

B.- TEOLOGIA ESPIRITUAL

 

1.- Vida cristiana y vida espiritual.

 

 

Antes de hablar de la vida espiritual y de Teología Espiritual, es conveniente hablar de la vida cristiana. La vida cristiana es esa vida que inauguran la fe y el bautismo.

 

El Dios vivo y tres veces santo, gracias a una iniciativa totalmente amorosa, ha salido de su silencio; a través de Jesucristo, Dios se dirige al hombre para comunicarle su designio de salvación y pedirle la obediencia de la fe para hacer con él una comunión de vida.

Si Dios se revela, es para asociar al hombre a su vida íntima; es para introducirlo en esa sociedad de amor que es la Trinidad. La fe es el primer paso que el hombre da hacia Dios; por medio de ella responde a la llamada de Dios, se vuelve hacia él y se entrega a su amistad. Cuando por la fe el hombre se abre de esta manera a Dios y se deja penetrar y dirigir por su palabra, Dios y el hombre se encuentran, y ese encuentro se desarrolla un diálogo que es comunión de vida; finalmente, por medio del bautismo, el hombre queda agregado a la sociedad de Cristo y recibe el don del Espíritu, que hace de él un hijo del Padre, dirigido por el Espíritu de Cristo.

 

Este diálogo, inaugurado por la fe, exige ser cada vez más profundo. Esta vida divina, cuya semilla pone en nosotros el bautismo, pide un continuo crecimiento y desarrollo. Aquí es donde interviene la vida espiritual. Vida espiritual significa más que vida sobrenatural, que es don de Dios consistente en la infusión en el alma de la gracia y de las virtudes teologales. Dice más que vida cristiana, que es respuesta de la fe y agregación a la Iglesia por el bautismo. La vida espiritual es diálogo del hombre con Dios, pero un diálogo que desea y sabe que es cada vez más ardiente y más íntimo. Es relación dinámica con el Padre que nos salva en Jesucristo, y es proyecto voluntario de activar plenamente esta relación en toda nuestra vida. La vida espiritual se define por tres rasgos: por la conciencia que tomamos de ella, por la experiencia que podemos adquirir de ella y por la voluntad de progresar en ella.

 

 

2.- Teología Espiritual.

 

 

La Teología Espiritual es la disciplina teológica fundada en los principios de la revelación y en la experiencia de los santos, que estudia la organización de la vida espiritual y la conciencia que de ella tenemos, que explica las leyes de su progreso y de su desarrollo y que describe el proceso de crecimiento que conduce al alma, desde los comienzos de la vida cristiana hasta la cima de la perfección.

 

La Teología Espiritual es una disciplina teológica porque trata del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en cuanto fuente, ejemplo y término de la vida espiritual, y trata también del hombre que participa de ella. Al ser el hombre el objeto material de esta disciplina, toda contribución de las ciencias humanas a un mejor conocimiento del hombre puede serle útil. Esta disciplina teológica considera al hombre en su condición histórica de pecador salvado, de criatura llamada a un destino sobrenatural, que tiene su historia personal, pero que también está incorporado a la comunidad humana y eclesial.

 

Por medio de la revelación, la Teología Espiritual sabe que Dios es el Padre que nos ha creado, que nos ama y nos invita a una comunión de vida con la Trinidad; que Dios es el Espíritu que nos vivifica y santifica, y que el hombre ha sido llamado y escogido por Dios desde antes de la creación del mundo para ser hijo del Padre, redimido por Jesucristo, vivificado por el Espíritu Santo, y destinado a compartir la vida de las tres Divinas Personas. Por otra parte, la experiencia de los santos ilustra esta vida filial con la multiplicidad y riqueza de sus ejemplos, lo mismo que con su progreso hacia la perfección.

 

La Teología Espiritual estudia el mecanismo de la vida espiritual. Forma parte de la antropología sobrenatural, cuyos elementos orgánicos son la gracia, las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo; bajo este aspecto, está subordinada a la Teología Dogmática. Estudia también la conciencia que tenemos de esta vida, pues dado que la vida de la gracia es un don de Dios, la evolución de la vida espiritual y su progreso se hacen dependientes de la libre colaboración del hombre. La Teología Espiritual puede, por tanto, describir la actividad del hombre relativa a su espíritu; además, en ese campo la actividad del hombre va acompañada de un sentimiento cada vez más vivo de la realidad y de la consistencia del misterio de Dios, así como de la gratuidad de los bienes de la fe que recibe.

 

La Teología Espiritual explica las leyes del progreso y la evolución de la vida espiritual; en efecto, la vida espiritual es la vida de un ser que va en camino, que está hundido en la temporalidad; queda, por tanto, sometida al crecimiento y al progreso, a imagen de la iglesia que está en continuo crecimiento hacia la plenitud del cuerpo de Cristo. La Teología Espiritual se esfuerza en descubrir las leyes de este progreso y de esta maduración espiritual del hombre en el camino hacia su unión cada vez más íntima con Dios. Este continuo progreso es la nota característica de una auténtica vida espiritual.

 

 

3.- Teología Ascética y Mística, o Teología Espiritual.

 

Desde el siglo XVIII se ha seguido la costumbre de distinguir entre la Teología Ascética y la Teología Mística, aun cuando la Teología Espiritual englobe a las dos. La Teología Ascética estudia los motivos y los medios de purificación del alma que se libera del pecado, y se compromete en la práctica de las virtudes. La Teología Mística enseña los caminos para la unión con Dios, por medio de las purificaciones pasivas y la acción de los dones del Espíritu; trata también de las gracias extraordinarias que a veces acompañan a la vida de unión en las almas más avanzadas. Esta distinción entre Ascética y Mística vale sobre todo para el director espiritual, que tiene que tratar de manera diferente al simple principiante y al místico auténtico; por ello, siguiendo a la mayor parte de los autores actuales, preferimos el término de Teología Espiritual al de Teología Ascética y Mística.

 

 

4.- Teología Espiritual y Teología Moral.

 

La Teología Moral y la Teología Espiritual se interesan, ambas, en nuestra vocación a la santidad, por medio de una vida sometida por completo al Espíritu de amor; pero mientras que la Teología Moral se interesa ante todo por la rectitud de nuestra orientación a Dios por medio de la fidelidad a la Ley de Cristo, la Teología Espiritual estudia el quehacer cristiano bajo el punto de vista personal y experiencial. Así, la Teología Moral propone como modelo a seguir la perfección del Sermón de la Montaña, pero no estudia la forma de realización de este ideal de perfección en el seno de una vocación particular y de un contexto histórico determinado. El estudio de los estilos de vida cristiana, o de las maneras particulares de vivir el sermón de la montaña en diferentes épocas y según la experiencia particular de cada uno, le pertenece más bien a la Teología Espiritual.

 

La Teología Espiritual y la Teología Moral son, por tanto, dos miradas complementarias sobre un mismo objeto, que es nuestro obrar cristiano. Una atiende sobre todo a la rectitud de ese obrar y a su estructura universal, válida para todo cristiano; la otra atiende más bien a la dimensión personal, histórica y experiencial del obrar cristiano. De ahí la importancia que tiene para la Teología Espiritual conocer la experiencia de los santos a través de los siglos, y la experiencia actual de todos los que se han comprometido con la vida cristiana. La Teología Moral, por el contrario, le dedicará más importancia al estudio de las estructuras permanentes de la condición humana.

 

La Teología Espiritual supone la existencia de la Teología Moral, porque el impulso de la vida cristiana hacia su perfección no podrá ser auténtico mas que cuando esté basado en la conformidad de la voluntad humana con la voluntad de Dios. En este aspecto la Teología Espiritual está subordinada a la Teología Moral, pero por otra parte, la Teología Moral conduce normalmente al cristiano al pleno desarrollo de la vida cristiana, a la instauración de ese trato con Dios, cuyos momentos y formas describe la Teología Espiritual.