CAPITULO XII

TEOLOGIA DOGMATICA

 

 

 

En un sentido estricto, la Teología Dogmática es la exposición y el estudio científico de la Palabra de Dios tal como se predica y se enseña en la Iglesia. La intención de la Teología Dogmática consiste sobre todo en penetrar en cada uno de los misterios de la salvación, y en mostrar cómo la predicación actual es homogénea con los datos de la Escritura y de la Tradición. La marcha de esta ciencia es a la vez genética y regresiva; es genética porque la predicación actual de la Iglesia no puede comprenderse sino por el conocimiento de su génesis a partir de la Revelación; y es regresiva porque la predicación actual, o la presente posición del desarrollo dogmático, ilumina continuamente la lectura del pasado.

 

En el decreto “Optatam totius” del Concilio Vaticano II no hace diferencia de la Teología Dogmática respecto las demás disciplinas teológicas, como si fuera una disciplina particular en relación con las demás, sino como una ciencia general, integral y sintética, en relación con las especialidades de esa misma ciencia; esto se debe a que la Dogmática asume las conclusiones de las disciplinas particulares y realiza con ellas la síntesis orgánica de todo el saber teológico.

 

1.- La Dogmática según el Optatam totius.

 

En el número 16 del Decreto sobre la formación de los sacerdotes, el Vaticano II ha expresado su pensamiento sobre la naturaleza y la marcha de la Teología Dogmática. Para comprender este texto es preciso leerlo dentro del contexto de la presencia en el mundo de la obra conciliar; también hay que tener en cuenta el método teológico concreto adoptado por el Concilio, en su manera de tratar los grandes problemas que forman el objeto de sus constituciones sobre la Revelación, la Iglesia y la Liturgia. Se parte siempre de la Escritura, con la constante preocupación por mostrar la repercusión de cada misterio en la vida espiritual y pastoral del pueblo cristiano, y en una actitud de diálogo con el mundo y con las demás comunidades cristianas.

 

El texto del Decreto subraya cinco puntos o aspectos de la tarea teológica:

 

1.- “Ante todo, se propongan los temas bíblicos”. Por temas bíblicos se entienden esos aspectos de la experiencia religiosa de los hombres del Antiguo Testamento, que alcanzaron su plena dimensión en Cristo y que se encuentran asumidos y vividos en la experiencia cristiana. Por ejemplo la Alianza, la ley, la palabra de Dios, la espera mesiánica, etc. La noción del tema bíblico evoca la génesis de la revelación, y la manera concreta con que se afirman, se desarrollan y se van profundizando las grandes categorías en las que se nos propone la revelación cristiana. El estudio analítico de los libros de la Escritura permite captar esos temas en las diversas etapas de su desenvolvimiento, siendo el misterio de Cristo el foco de convergencia en donde se encuentran todos ellos y donde adquieren su dimensión definitiva.

 

Al basar así toda la marcha teológica en los grandes temas de la Escritura se asegura la unidad de la Teología, cuya tarea consiste en profundizar en la historia de la salvación. Se subraya también el hecho de que la Escritura no es para la ciencia teológica sólo una autoridad para defender una postura o refutar a un adversario, ni es un lugar teológico en apoyo de una proposición ya asegurada, sino el mismo Dato Revelado que es preciso estudiar profundamente. La única Palabra de Dios forma el objeto de fe que hay que comprender y penetrar, en sí mismo y en todas sus incidencias espirituales y pastorales, de esta manera la Sagrada Escritura se presenta como el alma de la Teología.

 

Esta base bíblica, además de constituir el suelo nutricio del trabajo teológico, ofrece varias ventajas: sensibiliza ante la dimensión histórica y pedagógica de la Revelación; asegura la orientación cristológica de la Teología; permite superar el peligro de obligar a los textos a decir más de lo que realmente dicen; es una primera captación de la inteligibilidad que se desprende del Dato bíblico escogido y sistematizado, y favorece la aproximación entre los católicos y las comunidades cristianas separadas, especialmente la de los protestantes, entre quienes la Escritura ocupa un lugar privilegiado.

 

2.- “Expónganse luego las aportaciones de los Padres de la Iglesia de oriente y de occidente en la fiel transmisión e interpretación de las verdades de la Revelación; igualmente, la historia general del Dogma”. Efectivamente, los Padres de la Iglesia son los testigos de la Tradición, y después de los apóstoles los primeros teólogos de la Revelación. Algunos de ellos son testigos de la tradición apostólica; otros de la tradición, en el sentido de que expresan por medio de sus escritos y de su vida la fe que la Iglesia perpetúa y transmite a través de los siglos.

 

Para comprender a los Padres de la Iglesia hay que tener en cuenta el género literario que escogieron, y situarlos en el marco histórico de su época. También hay que distinguir entre su testimonio de la fe cristiana y el estudio personal de esta fe. Los Padres fueron los primeros investigadores y teólogos de la Iglesia; sus escritos no tienen el carácter metódico y estructural de las grandes sumas medievales, pero en compensación son más sensibles que los escolásticos al aspecto dinámico e histórico de la Revelación. Los Padres subrayan su progreso y su unidad profunda, insisten en su carácter esencialmente salvífico, y en sus obras la vida de la fe y la ciencia de la fe están en relación constante. Con el estudio de los Padres de la Iglesia de oriente y de occidente se relaciona el decreto de la historia ulterior de los dogmas; es porque no se pueden comprender las decisiones del Magisterio si se ignora el contexto de estas decisiones.

 

Los primeros puntos mencionados, Escritura, Padres de la Iglesia e Historia de los dogmas, se relacionan evidentemente con la función positiva de la Teología; los siguientes puntos describen la función especulativa, que se presenta como el esfuerzo metódico para aclarar en lo posible los misterios de la salvación, propuestos en los temas bíblicos y en el testimonio de los Padres de la Iglesia. No solamente debe la Teología recoger el dato revelado, sino comprenderlo de un modo tan integral como sea posible, para luego sistematizar el fruto de su reflexión. Una Teología que no fuese más allá de la fase positiva, sería infiel al espíritu y a la letra del decreto conciliar.

 

3.- Los estudiantes, sigue diciendo el decreto, se esforzarán en “comprenderlos más profundamente (los misterios de la salvación) y captar sus mutuas relaciones”; este trabajo, sugiere, habrá de hacerse “bajo la dirección de Santo Tomás”.

 

Al mencionar explícitamente a Santo Tomás, el Concilio no quiere excluir a los demás Doctores de la Iglesia, a los que él debe muchas de sus ideas; tampoco quiere reducir la comprensión de los misterios a las luces que aportó Santo Tomás. El Concilio presenta a este Doctor de la Iglesia como un maestro particularmente eminente, que se distingue por su actitud de investigador y de creador, por su vigor intelectual, por su voluntad de enfrentar la fe y la razón, por su amor a la verdad, por la fecundidad de sus intuiciones, por la solidez de su sistematización y por la síntesis que realiza entre la ciencia de Dios y la vida en Dios.

 

4.- “Aprendan también a reconocer su presencia y actividad (la de los misterios de la salvación) en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia”. Este texto del decreto tiene que comprenderse en el contexto de la Constitución sobre la Liturgia al que se refiere explícitamente. La salvación anunciada y realizada por Cristo es proclamada y actualizada sin cesar en la vida litúrgica de la Iglesia. Los misterios que constituyen el objeto de la fe y de la Teología, los vive y celebra la Iglesia cada día: Cada día Cristo está presente en la misa, en la administración de los sacramentos, en la predicación y en la oración de la Iglesia; por eso la Liturgia no deja de repetir: hoy ha nacido Cristo, hoy Cristo ha muerto por nuestros pecados, hoy Cristo ha resucitado. Por medio de la Liturgia, Dios se dirige a cada hombre y lo invita a la fe para introducirlo en el misterio de la salvación; le corresponde, pues, a la inteligencia teológica, mostrar cómo los misterios de la salvación están siempre presentes y operantes en la Liturgia. Pero la vida de la Iglesia va más allá de su actividad litúrgica; los misterios de la salvación empapan toda la vida de la Iglesia; son los que la vivifican en todas sus manifestaciones, como la enseñanza, el apostolado, las obras de caridad, la oración personal, etc.

 

Los misterios son los que inspiran a la Iglesia en la respuesta que presenta a los problemas de la humanidad, la Gaudium et spes es un ejemplo de esa luz que proyectan los misterios de la salvación sobre el origen y el destino del hombre, sobre el pecado, sobre la dignidad del hombre, sobre el sentido de la muerte, sobre Cristo, el hombre nuevo.

 

5.- Finalmente, los estudiantes deben aprender a “buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la revelación, a aplicar las verdades eternas a la naturaleza variable de las circunstancias humanas y a comunicarlas de un modo apropiado a los hombres de su tiempo”. Este texto es un recuerdo de las preocupaciones expresadas en la Ecclesiam suam y en la Gaudium et spes. Al mismo tiempo que mantiene su fidelidad a la verdad recibida de Cristo, la Iglesia tiene que mostrarse atenta a los signos de los tiempos; tiene que insertar el mensaje cristiano en la circulación de pensamiento, de expresión, de cultura, de costumbres, de tendencias de la humanidad, tal como vive y se agita actualmente sobre la faz de la tierra.

 

Para realizar cumplidamente su tarea, dice la Gaudium et spes, “la Iglesia tiene el deber permanente de escuchar los signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del Evangelio. De este modo, adaptándose a cada generación, podrá responder a las preguntas continuas de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la mutua relación de ambas”.

 

La Teología, como la Iglesia, tiene que ser el encuentro operante del espíritu de fe y del espíritu del tiempo presente. La palabra de Dios tiene que ponerse continuamente en relación con la situación espiritual de la humanidad de hoy; para ello, la Teología tiene que estar provista de antenas para comunicarse con el mundo contemporáneo y responder a sus preocupaciones y aspiraciones. La palabra de Dios exige ser continuamente reanimada y repensada para que pueda resolver los problemas de cada época, porque el progreso económico, social, político, biológico, psicológico, suscita nuevos problemas que piden respuestas adecuadas hechas a medida. La Teología tiene igualmente que sensibilizarse al lenguaje del mundo contemporáneo para formular sus respuestas en categorías que le sean accesibles. El Concilio ha sido el primero en dar ejemplo de esta sensibilidad ante los problemas y los modos de expresión del hombre de hoy; en este aspecto, el conocimiento sólido de la literatura y de la filosofía contemporáneas parece indispensable para toda cultura teológica seria, mientras que una intensa presencia en el mundo es la condición necesaria de una Teología que quiera ejercer alguna influencia sobre la vida humana y religiosa de nuestro tiempo.

 

La exposición del Concilio sobre la marcha de la dogmática no se presenta como un esquema invariable en donde los cinco puntos indicados tengan que encontrarse en la manera de tratar cada misterio. Es verdad que se ha querido subrayar en la marcha teológica un doble momento: un momento positivo, el del auditus fidei, y un momento reflexivo, el del intellectus fidei, pero en el interior de estos dos momentos queda mucho sitio libre. Los puntos mencionados no son etapas necesarias de un itinerario único, sino aspectos del discurso teológico total; hay problemas donde la exposición positiva será más abundante, otros, por el contrario, en donde será dominante el elemento especulativo. En Teología Sacramental será más acusada la influencia litúrgica; el tema de la gracia y de las virtudes teologales se prestará más a profundizar en la vida espiritual, y el tema de la Iglesia, a consideraciones de orden pastoral.

 

La Teología Dogmática se apoya en los resultados de la investigación especializada, para realizar con ellos una síntesis orgánica y llegar al entendimiento del misterio en su totalidad. Pero a esta la realidad tal vez convendría llamarla Teología General, porque la descripción que de ella ofrece, y el empleo que de ella hace el Concilio nos orientan hacia un sentido más rico, hacia una especie de sentido plenario. Gracias a una Teología Dogmática así entendida queda asegurada la continuidad de la predicación y del desarrollo de la fe. Esta ciencia integral de la fe es indispensable para el especialista. Sea exegeta, patrólogo o liturgista, podrá encontrar en ella si no premisas, al menos indicaciones que le orienten en su investigación y le impidan meterse por un mal camino.

 

2.- Nuevas orientaciones.

 

El decreto sobre la formación sacerdotal invita a la Teología a centrarse en el misterio de Cristo y en la historia de la salvación. Todo el Concilio, por otra parte, tiene su eje en la historia de las relaciones personales de Dios con Israel, con la Iglesia, con el mundo contemporáneo, con cada uno de los fieles. Esta orientación misma del Concilio corresponde a la orientación general de la Teología desde hace algunas décadas.

 

La Teología Escolástica ha sido una ciencia del misterio-en-sí, más que de la historia. El orden que se adopta en sus escritos es un orden lógico, más que un orden fundado en la economía de la salvación. La Teología del siglo XX, por el contrario, afectada por la renovación bíblica y patrística, está centrada en la Historia de la Salvación. Lo que interesa a ella no es solamente la comprensión del misterio en sí, sino la salvación, vista en la historia de la humanidad y en la vida de cada hombre. Esta atención a la historia de la salvación afecta a la Teología bajo un triple aspecto:

 

a).- Si la primera fuente de la Teología es la Historia de la Salvación, su atención se dirigirá en primer lugar a la Revelación, tal como nos la han transmitido la Tradición y la Escritura. De ahí se sigue que la atención de la Teología a los estudios bíblicos, patrísticos y litúrgicos debe ser más amplia y profunda que antes.

 

b).- En la Historia de la Salvación el objeto es el hombre. Es el hombre quien debe sentirse invitado y salvado, y por eso se convierte, junto con Dios, en el centro de atención de la Teología. La Teología actual tiene un carácter existencial que contrasta con la tendencia esencialista de la época anterior: Si hoy la Teología considera al hombre social, se vuelve Eclesiología y Teología Pastoral; y si considera al hombre individual, en su salvación personal y en su dinamismo hacia la perfección, se convierte en Teología Espiritual.

 

c).- Una Teología centrada en la Historia de la Salvación está, por tanto, llamada a renovarse en su fuente y en sus prolongaciones. En su fuente, por medio de la Teología Bíblica, Patrística y Litúrgica; en sus prolongaciones, por medio de una Teología Pastoral y una Teología Espiritual.

 

Así pues, en la enseñanza de la Teología Dogmática conviene introducir cada uno de los misterios bajo el punto de vista de la Historia de la Salvación, insistiendo en la libertad de la acción divina y en la caridad de sus designios. En una palabra, se trata de encontrar de nuevo una perspectiva que fue la de los primeros Padres de la Iglesia, que conservaron los teólogos y los maestros espirituales, pero que la Teología posterior ha dejado de lado. Por medio de la Historia de la Salvación la palabra de Dios se dirige a la humanidad de todos los tiempos y a cada uno de los hombres. Las Teologías Bíblica, Pastoral y Espiritual se encuentran de esta forma intrínsecamente relacionadas.