CAPITULO VII

FUNCION POSITIVA DE LA TEOLOGIA

 

1.- Naturaleza de la función positiva.

 

Como hemos dicho, la Teología es inteligencia de la fe y búsqueda del espíritu con ansias de comprender. La Teología intenta penetrar en el misterio que ya posee por la fe, para conseguir un entendimiento cada vez más vivo del mismo. Por tanto, dado que la Teología es ciencia del objeto de fe, tiene que tomar posesión de ese objeto a su mismo nivel, que es el nivel de la ciencia. La Teología Positiva es precisamente la función por la que la Teología entra en posesión del dato revelado; es la elevación de la fe de lo que se ha oído hasta el nivel científico. Predicación y catequesis aseguran un conocimiento suficiente del objeto de fe, pero la Teología, como ciencia de Dios y de los misterios, no puede estar satisfecha con un conocimiento elemental, quiere conocer el objeto de fe tal como se expresa en la Tradición y en la Escritura, pero de una manera metódica y exhaustiva.

 

¿Qué quiere decir esto en concreto? Significa que la Teología Positiva estudia la manera con que se nos revela Dios para hacernos experimentar, por medio de su acción en la historia, su ser divino y el sentido de la condición humana, por eso mismo estudia las relaciones de Dios con Israel, su manifestación en Jesucristo y en el testimonio de los apóstoles; procura determinar lo que Dios ha revelado y cómo lo ha revelado. De esta forma veremos que la divinidad de Cristo, su dualidad de naturalezas, la inmaculada concepción y la asunción de la Virgen no se encuentran en la Tradición y en la Escritura expresadas de la misma manera ni con la misma claridad.

 

Además la Teología Positiva tiene que estudiar el progreso de la revelación en su fase histórica y constitutiva hasta el fin de la edad apostólica, porque Dios no ha revelado las cosas de una vez desde el comienzo, sino gradualmente: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,1.2).

 

La misma revelación cristiana ha visto un progreso desarrollado a través de todo el siglo primero: Cristo se manifestó a los judíos de su tiempo como el Mesías, como el Hijo del hombre, como el Siervo que sufre y como el Hijo del Padre que ha venido al mundo para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte; estas declaraciones las fue haciendo Cristo progresivamente, y después de su muerte los apóstoles releyeron en el Espíritu las palabras y las acciones del Maestro; entonces comprendieron lo que no habían entendido antes de la Pasión, la Resurrección y la efusión del Espíritu. Por eso lo que transmitieron a la Iglesia fueron las palabras y las acciones de Cristo matizadas con la comprensión progresiva que de ellas tuvieron esto es lo que tiene para nosotros valor de revelación y lo que constituye el objeto de nuestra fe. Los Sinópticos, San Pablo y San Juan representan diversos momentos de esa relectura cada vez más profunda de la vida terrena de Cristo, y pertenece a la Teología Positiva fijar la imagen sinóptica, paulina y joánica de Cristo.

 

La Teología Positiva tiene también la misión de determinar lo que ha sido propuesto por el Magisterio de la Iglesia, considerando la autoridad que éste le haya dado, porque una Encíclica y un Concilio Ecuménico no tienen evidentemente la misma autoridad, y dentro de un Concilio no todos los actos tienen el mismo alcance. Advirtamos también que los documentos del Magisterio persiguen una finalidad precisa y bien limitada; cada uno ha nacido en un contexto histórico, y al ir dirigido contra un error particular suele suceder que se cargue el acento en un punto que es preciso delimitar, y también que a veces se dejen en la sombra ciertos aspectos que no por eso dejan de pertenecer al tesoro de la fe. Advirtamos además que en la proposición de la verdad revelada, las fórmulas actuales son mucho más elaboradas que las fórmulas primitivas; así por ejemplo, la formulación de la infalibilidad del Papa está más afinada que la de los primeros documentos de la Iglesia.

 

Todo este trabajo de precisión técnica y de determinación doctrinal e histórica es el que lleva a cabo la Teología en su función positiva. Intenta en ella trazar toda la historia del objeto de fe en su revelación, su transmisión, su proposición, y en todas sus formas de expresión. Es la ciencia del contenido integral de la revelación. Desea conocer el dato revelado en su totalidad, con el carácter metódico y exhaustivo propio de la ciencia. No se compromete en ese trabajo por deseos de erudición, sino para llegar a una comprensión de la Palabra de Dios más profunda y fructuosa.

 

 

2.- División de la Teología Positiva.

 

La única revelación de Dios, el único Evangelio, la única verdad de salvación, se nos ha transmitido bajo las formas de Tradición y de Escritura; ambas expresan el único misterio, ambas concurren a un mismo fin, ambas son Palabra de Dios. Este único depósito de la revelación constituido por la Tradición y la Escritura ha sido confiado a la Iglesia entera para que viva de él, pero el papel de interpretar la Palabra de Dios, escrita o transmitida, ha sido confiado al Magisterio de la Iglesia, que por mandato de Cristo y con asistencia del Espíritu oye con respeto la Palabra de Dios, la guarda con diligencia y la expone con fidelidad; y de este único depósito de la fe saca el Magisterio todo lo que propone que se ha de creer como verdad revelada por Dios. Por consiguiente, es posible distinguir en la Teología Positiva tres sectores: La Positiva de los Documentos Escriturísticos, la Positiva de los Testimonios de la Tradición, y la Positiva de las Enseñanzas del Magisterio. Todo este conjunto constituye lo que se llama “lugares” o “fuentes”, cuya exploración realiza la Teología para conocer la revelación en toda su amplitud y riqueza.

 

a.- La Teología Positiva de los Documentos Escriturísticos se apoya en la exégesis; tiene la finalidad de comprender el pensamiento del autor sagrado, de lo que ha querido decir y lo que tiene intención de enseñar. Su objeto es el sentido literal, su método es la crítica textual, literaria e histórica que establece el texto, para descubrir su sentido y su género literario y situarlo en el ambiente en que ha sido compuesto y al que se dirige, descubriendo su alcance y los límites de la enseñanza que contiene. El exegeta, dice la Constitución Dei Vervum, “investiga el sentido que trató de expresar y expresó el hagiógrafo, según determinadas circunstancias de su tiempo y de su cultura, por medio de los géneros literarios empleados en su época”.

 

b.- A la Teología Positiva de la Tradición le corresponde estudiar el testimonio de los Padres, el de los Doctores y de los Teólogos de la Iglesia, el testimonio de la Liturgia, la Historia de la Iglesia y la vida actual del pueblo cristiano.

 

Los Padres de la Iglesia son los testigos de la Tradición, y su valor se debe principalmente al hecho de haber sistematizado en sus escritos la revelación recibida, creída y vivida en la Iglesia. La noción de Padre de la Iglesia está caracterizada por cuatro rasgos: Antigüedad, ortodoxia de su enseñanza, aprobación expresa o implícita de la Iglesia, y santidad; si falta alguna de esas condiciones no se habla de Padres de la Iglesia, por eso algunos individuos brillantes, como Tertuliano y Orígenes, son llamados solamente “escritores eclesiásticos”. Se considera la era Patrística cerrada, en occidente con San Gregorio (604) y San Isidoro (636), y en oriente con San Juan Damasceno (749).

 

El término de Doctor de la Iglesia es más restringido que el de Padre, y cuando se otorga expresa la estimación que la Iglesia tiene para con un Padre al elevarlo al grado de Doctor. En oriente se consideran Doctores, entre otros, a los santos Basilio Magno, Atanasio, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo; en occidente, por ejemplo, a los santos Ambrosio, Jerónimo y Gregorio Magno. La lista de los Doctores no se limita a la antigüedad, como la de los Padres, sino que comprende también a santos más recientes, por ejemplo a Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Alberto Magno, San Juan de la Cruz, San Pedro Canicio y Santa Teresa de Avila. El Doctor de la Iglesia se distingue por el papel eminente que ha desempeñado para la vida doctrinal de la Iglesia, y por la aprobación expresa del Magisterio. El Doctor es un maestro auténtico de la fe cristiana.

 

La Constitución “Munificentissimus Deus” de Pío XII, enumera también a los Teólogos entre los testigos de la Tradición. Efectivamente, se puede tener como objeto de fe el material que los Teólogos han tenido como tal. La Liturgia constituye igualmente un testigo privilegiado de la Tradición cuyas riquezas recoge, de modo que difícilmente se encontraría una verdad de fe que no estuviera de algún modo expresada en la Liturgia. La Liturgia vivida por la comunidad eclesial entera en una confesión continua, es una manifestación excepcional de la fe de la Iglesia. Es la fe en su proclamación cultual, porque la Iglesia reza según su fe.

 

La piedad no crea el dogma, sino que es más bien su manifestación, pero por la vida sacramental, por la predicación de la Palabra y por el desarrollo de sus fiestas, la Liturgia celebra y actualiza sin cesar el misterio cristiano que es objeto de su fe.

 

c.- La Historia de la Iglesia estudia cómo se ha desarrollado a través de los siglos la institución fundada por Cristo y dirigida por el Espíritu Santo. De ahí su importancia para comprender el misterio de la salvación. Por Historia de la Iglesia entendemos no solamente la historia de los concilios y de las herejías, sino también la historia de las instituciones particulares, por ejemplo del episcopado y del diaconado, la historia de las fundaciones de comunidades religiosas, la historia de la santidad; en una palabra, la historia de todo el pueblo de Dios.

 

d).- Con el testimonio de la Tradición se relaciona también la fe del pueblo cristiano en sus expresiones actuales, porque el pueblo de Dios no deja de meditar en la Palabra de Dios y de vivir de ella. Esta vida de fe bajo la guía del Espíritu es una vida inventiva y capaz de descubrimientos. Las expresiones de fe cristiana que han brotado así bajo la acción del Espíritu, como un don que se hace a cada época, constituyen un lugar teológico importante. La conciencia creciente del papel de los laicos en el mundo, la fundación de institutos seculares, la orientación de la vida religiosa hacia nuevas tareas, el interés de la Iglesia por las comunidades cristianas separadas y por las grandes religiones de salvación, todo esto que se realiza bajo la acción del Espíritu, es fruto de la fe y objeto de reflexión teológica.

 

La Teología Positiva de las enseñanzas del Magisterio se aplica a conocer la fe de la Iglesia, tal como se expresa en las intervenciones y declaraciones múltiples del Magisterio. El Magisterio, como intérprete autorizado de la palabra de salvación, puede ser Ordinario o Extraordinario. El Extraordinario se ejerce por el Concilio Ecuménico o por el Papa cuando habla ex cathedra, o sea como Pastor y Doctor universal en el ejercicio de su autoridad plena, y con la intención de obligar a todo el pueblo cristiano. El Magisterio Ordinario se ejerce por los obispos individualmente o colegiadamente, en sínodos Interdiocesanos, conferencias episcopales, etc., y también por el Papa, sea directamente en encíclicas, discursos o cartas, o bien indirectamente por medio de sus auxiliares, como las diversas congregaciones. Desde el siglo XIX es la encíclica una de las formas privilegiadas del Magisterio ordinario del Papa. Cada encíclica constituye una exposición amplia de la doctrina católica sobre un punto en concreto, en la que se trata menos de condenar, enderezar y alertar, que de aclarar, enseñar y dar realce a las insondables riquezas del misterio de Cristo para provecho del pueblo de Dios. También el Derecho Canónico, código que rige la disciplina de la Iglesia, en cuanto que se elabora bajo el control del Magisterio, puede considerarse como parte de sus documentos.

 

 

3.- Los objetivos de la Teología Positiva.

 

Su primer objetivo es el de tomar posesión de todo el dato revelado, tal como se expresa en la Tradición y en la Escritura, y de estudiarlo a nivel científico. Esta toma de conciencia del contenido integral del objeto de fe ofrece ya una primera comprensión del dato revelado, porque entendemos mejor una realidad cuyo origen conocemos y cuya evolución podemos seguir. De esta manera el mero hecho de recoger las variadas imágenes que describen a la Iglesia en su naturaleza íntima (por ejemplo pueblo, viña, templo, ciudad, cuerpo, esposa), como lo ha hecho la Lumen Gentium, enriquece ya nuestra comprensión del misterio. De igual forma, la consideración de los Sinópticos, de Pablo y de Juan sobre el misterio de Cristo, permite componer una imagen más justa de Él y de su vida como Hijo en el seno de la Trinidad. De la misma manera, el conocimiento que obtengamos de la santidad de Cristo por los Evangelios recibirá una luz nueva, cuando estudiemos las expresiones diversas de esa santidad en la vida de los santos y en las grandes corrientes espirituales.

 

Ocasionalmente la Teología Positiva podrá desempeñar un papel apologético; esto es, mostrar que la doctrina cristiana es original, y no un producto que se haya pedido prestado a las religiones vecinas a Israel. Puede demostrar también la Teología Positiva que hay continuidad entre la predicación actual de la Iglesia y el mensaje de la Iglesia primitiva; conviene, sin embargo, advertir que la Teología no puede demostrar la identidad material perfecta entre la fe de los primeros siglos y la fe actual de la Iglesia para todos los dogmas, y esto por dos motivos: en primer lugar porque con frecuencia los documentos históricos que podrían permitirnos recomponer la imagen fiel de la fe primitiva faltan por completo; en segundo lugar porque existe en la Iglesia un proceso de explicación incesante del objeto de fe, y por consiguiente a veces no podremos percibir sino una continuidad dentro de la misma doctrina.

 

4.- Marcha regresiva y marcha genética.

La Teología Positiva no se contenta con estudiar la materialidad de los hechos que jalonan la historia de Israel, ni tampoco con estudiar la corriente religiosa que representa Israel en razón solamente del lugar que ocupa en la Historia de las Religiones. La Teología Positiva se vale de la materialidad de los hechos dentro de una perspectiva de fe, por eso lo que busca en los textos y en los hechos es llegar hasta el misterio del Dios revelado y su designio de salvación. Considera los libros del Antiguo y del Nuevo Testamentos como libros sagrados e inspirados, y considera a sus autores como testigos de la realidad divina. El principio de esta Teología Positiva es el reconocimiento del carácter divino de la fundación de la Iglesia; por tanto, se elabora no ya bajo la guía exclusiva de la razón, sino en la fe y bajo el Magisterio de la Iglesia. Como fundamentos de esta disciplina hay una Teología de la Revelación, una Teología de la Inspiración y una Teología de la Iglesia.

 

a.- Una Teología de la Revelación. La revelación de Dios a la humanidad forma un todo único y coherente cuyo punto superior es Cristo. Por tanto, si la Teología Positiva quiere apreciar correctamente el sentido y el alcance de un texto particular, tendrá que colocarse en un vasto conjunto. Cada palabra del discurso de Dios deberá situarse en el seno de cada párrafo y en el seno del discurso entero; la Teología de la fe tendrá aquí la misión de orientar a la investigación y de cerrar los caminos sin salida.

 

b.- Una Teología de la Inspiración. La Teología Positiva supone que los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, por estar escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como su autor. Por otra parte, si es verdad que Dios ha utilizado a los escritores sagrados como instrumentos inteligentes y libres y que respeta su personalidad y sus dones de escritor, resulta indispensable estudiar en los libros sagrados todo lo que refleja esta personalidad, y conocer el contexto histórico y literario de cada parte de la Escritura.

 

c.- Una Teología de la Iglesia. Dios no ha depositado su revelación en la Escritura para que cada uno la interprete a su manera. Dios ha confiado su Palabra a la Iglesia para que toda la Iglesia viva de esa Palabra, pero pertenece únicamente al Magisterio, servidor de la Palabra, interpretarla auténticamente en el nombre de Cristo. Sólo la Iglesia en su tradición viva puede decirnos cuáles son los libros verdaderamente inspirados, y por consiguiente los verdaderos testigos de Dios. Si se trata de los Doctores de la Iglesia, sólo la Iglesia está autorizada para decirnos cuáles son entre ellos los testigos auténticos de la Palabra de Dios.

 

Dicho esto, se puede concebir el trabajo teológico positivo de dos maneras, sea como regresivo o como genético. Históricamente estos dos caminos han existido y han tenido sus representantes; ambos pueden también apoyar su autoridad en documentos del Magisterio y cada uno de ellos, como veremos, tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

 

El método regresivo, practicado durante todo el siglo pasado en los diccionarios, en los manuales y en la enseñanza, toma su punto de partida en la doctrina actual de la Iglesia y se remonta a los orígenes a veces oscuros de esa doctrina. Inicia desde lo comprendido actualmente, tal como se expresa en la enseñanza ordinaria o extraordinaria de la Iglesia, para encontrar en las fuentes el fundamento de esa enseñanza. Apoyándose de esta forma en la fe actual de la Iglesia, más explicada y mejor formulada, puede ser que la Teología Positiva descubra en los textos un sentido que quizás no hubieran logrado encontrar de otra manera; por ejemplo, a la luz de los dogmas actuales de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de la Virgen, podrá el teólogo encontrar en ciertos indicios de la Escritura y de la Tradición la expresión de la fe continuada de la Iglesia en ese aspecto.

 

Sin embargo este procedimiento tiene también sus peligros; el primero es el de un falso sobre-naturalismo que para salvaguardar la fe cristiana elimine los textos que presenten alguna dificultad, o que fuerce el alcance de otros que no le parecieran muy favorables al teólogo. Otro peligro es el del anacronismo, que consiste en aplicar a una expresión que se encuentre entre los documentos del pasado el sentido que hoy tendría para nosotros. Junto con estos errores de método está el de los que pretenden encontrar en las fuentes de la revelación la doctrina de la Iglesia expresada con toda claridad, por ejemplo la que se refiere a la Asunción de la Virgen, o a los tres sacramentos que imprimen en el alma un carácter indeleble, ya que en la Tradición y en la Escritura solamente se encuentran indicios de ellos. El último peligro que se corre con el procedimiento regresivo de estudio consiste en no atender en la revelación más que aquellos aspectos ya tratados por el Magisterio, pues si bien es cierto que las cosas están más claras y explícitas en los documentos del Magisterio, también lo es que habrá siempre mayor riqueza en el mismo dato revelado que en sus comentarios.

 

Para evitar todos estos peligros, muchos teólogos han preferido seguir un procedimiento genético. Este procedimiento toma como punto de partida la revelación y se sirve de los datos y de los métodos de la crítica literaria e histórica para determinar el alcance original de los textos, situados en su propio contexto social, cultural y religioso; procura trazar la historia de la revelación tal como se ha ido desarrollando en el pasado, etapa tras etapa, sin prejuzgar con las explicaciones actuales del Magisterio; intenta detectar los temas de la Escritura para seguir su desarrollo a través de los siglos, desarrollo coherente, pero compatible con períodos de espera e incluso con regresiones parciales.

 

Su objeto inmediato es el mismo que tendría un historiador no creyente, aun cuando creyentes y no creyentes emitan un juicio de valor diferente sobre los hechos que hayan encontrado a través de los textos. El creyente reconocerá la revelación divina en el mismo proceso donde el no creyente no verá más que la historia de un ideal religioso forjado por un grupo humano particular, pero la Teología no tiene nada que temer de ese trabajo leal, aun cuando ocasionalmente tenga que corregir ciertas consideraciones heredadas de los siglos pasados, al comprobar la fragilidad de sus fundamentos.

 

En el proceder genético ligado al ritmo de la revelación, tanto en su totalidad como en sus partes, la Tradición y el Magisterio actúan como una luz en la que vive el teólogo, y si una conclusión de su trabajo le pareciese estar en contradicción con una enseñanza explícita del Magisterio, el teólogo debería buscar, mediante un nuevo y más profundo examen de los textos, la solución de esa aparente incompatibilidad.

 

Lo mismo que el método regresivo, también el genético tiene sus ventajas y sus peligros. Entre las ventajas podemos señalar dos: a).- Que asegura la lectura exacta de los textos originales, y b).- Que prepara de este modo una lectura teológica y espiritual fundada en el sentido literario.

 

El análisis genético permite seguir paso a paso el progreso de la revelación a través de la historia, y captar a lo vivo la admirable pedagogía de Dios que hace madurar a Israel y lo va preparando para conocer la plenitud de Cristo. También permite no perder ni una sola de las riquezas del dato revelado; y al no prejuzgar con las explicaciones del Magisterio, el teólogo se mantendrá a la escucha de la Palabra de Dios cuyos temas y matices quiere captar por completo, de esta forma quizá hasta pueda descubrir algunos aspectos de la revelación que todavía no han sido descritos

 

Sin embargo, lo mismo que en un estudio regresivo, también el genético tiene sus peligros. El primero consiste en apegarse al principio de la revelación histórica, hasta el punto de desinteresarse por completo de sus desarrollos ulteriores y del inmenso trabajo realizado por la Iglesia para interpretar y actualizar sin cesar la Palabra. Otro peligro consiste en canonizar de algún modo las formas de expresión de la Escritura, hasta el punto de cerrarse a todo tipo de expresión que no sea totalmente bíblico; en el extremo, esta actitud podría convertirse en desprecio a toda la Teología Patrística, Medieval o Moderna.

 

La descripción de los dos procedimientos de estudio teológico, el regresivo y el genético, puede dar la impresión de que son sistemas rígidos y opuestos, pero sabemos bien que no existen en estado puro, y creemos que al nivel de la conciencia de los investigadores la diferencia entre ambos es mínima, porque hay elementos que acercan más que separan ambos caminos.

 

Efectivamente, en ambos métodos hay un elemento común que es la fe del creyente, tal como se expresa en la Tradición viva de la Iglesia y en su predicación actual, y esta fe es como una luz en la que vive y se baña el investigador. La presencia de esta fe viva en él no solamente le preserva de los errores que podrían arrastrarlo fuera de su religión, sino que además sitúa su investigación en la corriente de la Tradición viva de la Iglesia, la orienta y la favorece. De esta forma, la diferencia metodológica entre ambos caminos se reducirá en la práctica a una cuestión de acento: unos estarán más atentos a la revelación histórica mientras que los otros lo estarán a la actualización en la Iglesia de hoy.

 

Resulta casi inevitable que el teólogo, entregado a las investigaciones de la ciencia positiva y obligado a una doble fidelidad a la Iglesia y a las exigencias de la crítica histórica, experimente a veces dolorosas tensiones, sobre todo cuando no acaba de ver cómo pueden estar de acuerdo los datos de su fe con los datos que aporta la ciencia. En esos períodos, el teólogo positivista tendrá que reconocer que su situación de investigador se relaciona solamente en forma parcial con el juicio de los sabios, y que su marcha no debe buscar otra justificación que la de la iglesia de la cual es un humilde servidor.