Hombres y mujeres que merecen atención: Vicente Ferrer

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No suele ser habitual que la trayectoria de hombres y mujeres que un buen día decidieron dar un cambio radical en sus vidas para dedicarse a ayudar a otros ocupen demasiado espacio en los medios de comunicación. Algunos de ellos, por razones diversas, son conocidos, otros no tanto. Desde E-cristians, y basándonos en un amplio informe publicado en el Magazine de "El Mundo" del pasado 30 de diciembre de 2001, daremos cuenta, a partir de esta semana y en números posteriores, de algunos de estos ejemplos. Creemos que su trabajo callado merece especial atención, no sólo por su silenciosa y trascendente labor, sino también porque su ejemplo puede ser un buen motivo para la reflexión.

 

VICENTE FERRER

Nacido en Barcelona en 1920 en el seno de una familia cuyo padre tenía espíritu de aventurero que "hizo las Américas", Vicente pasó su infancia en Cuba. Siendo aún joven regreso a Barcelona y su familia se instaló en lo que en aquel entonces era conocido como el barrio chino. Vicente no tardó en convertirse en el líder de su pandilla. Estudió en la Academia Fernández de la calle Princesa y su buena voz le llevó a ser el solista de la Escolanía de la catedral de Barcelona.

Al estallar la guerra civil fue llamado a filas y se enroló en la 60 división republicana, dentro de la férrea disciplina comunista. Tras experimentar el horror de la contienda, regresó a Barcelona y empezó a leer la vida de los santos y, al igual que Ignacio de Loyola, se dedicó a fondo a su incipiente vocación. Se convirtió, con 24 años, en jesuita; le nombraron profesor pero él tenía puesta su mirada y su auténtico anhelo en las misiones.

En 1952 partió hacia la India y se instaló en Bombay, donde terminó el noviciado y se ordenó sacerdote. Desde el primer día se sintió en su casa. En 1964 dejó la gran ciudad y comenzó a trabajar de forma silenciosa con los parias del Maharashtra. Allí construyó pozos y escuelas, consiguió bueyes y arados y poco a poco logró ir mejorando la penosa situación en la que vivían aquellas gentes. Pero, evidentemente, no lo tuvo fácil. Los ricos de la zona no querían perder la explotación de los parias y su desconfianza hacia un blanco cristiano que intentaba redimir a los intocables era cada vez más evidente. Empezaron a perseguirle, pero una oleada de apoyo hacia Vicente Ferrer se desató desde distintos frentes. Su caso saltó a los periódicos e Indira Gandhi le mandó un telegrama en el que le decía "tómese unas cortas vacaciones y, luego, regrese a La India".

Por entonces conoció a la periodista Ana Perry, abandonó la Compañía de Jesús y se casaron. Ambos empezaron a trabajar en Anantanpur en un proyecto de desarrollo integral de campañas de vacunación, formación sanitaria y desarrollo agrícola de los parias. Han tenido tres hijos, Tara, Moncho y Yamuna, que se han educado como auténticos hindues.

Vicente Ferrer y su mujer lideran hoy una organización que beneficia a dos millones de personas, ubicadas en 1.100 pueblos en un radio de 40.000 kilómetros cuadrados, algo así como el equivalente a la extensión de Extremadura. Han construido 2.500 casas, 510 escuelas, dos hospitales, 420 embalses y 5.000 pozos.

"Nosotros -dice Ferrer- simplemente rellenamos los huecos que dejan los gobiernos. Un gigante no puede entrar en una choza. Un enano sí. Los gobiernos son enormes maquinarias. Nosotros entramos en las casas de los pobres porque somos pequeños. Las ONG somos el pueblo organizado".

Tras cuarenta años luchando a favor de los más desheredados de la India, el trabajo de Vicente Ferrer fue conocido en España hace apenas un lustro. Tal vez el hecho de que en su momento decidiera dejar los hábitos para seguir su acción desde la laicidad no sentó demasiado bien a la Iglesia, pero lo que nadie le puede negar a este hombre es que nunca ha dejado de hacer el bien y dedicar su vida a ayudar a los pobres.