Alex Rosal05/12/2001

"El mejor producto del mundo es la religión católica. Posee el mejor de los beneficios: la vida eterna. Al mejor precio: es absolutamente gratis. Tiene la mejor marca diseñada: la cruz. También posee el mejor manual de instrucciones, el más leído y el más editado de la Historia: la Biblia. Delegaciones en todo el mundo: en cualquier ciudad o pueblo, por pequeño que sea. Y ahora, conteste sinceramente: ¿usted lo ha comprado? ¡Pero si el producto es tan extraordinario! ¿Qué es lo que falla? La comunicación. La comunicación es anticuada, repetitiva; incapaz de conectar con la gente".

Esta reflexión "provocativa" del antiguo creativo de "Delvico Bates", Toni Segarra, laureado publicista catalán, debe hacernos meditar. ¿Cómo comunicamos a Cristo hoy? ¿Lo mostramos en su verdadera dimensión o lo vestimos con ropajes que no le son propios y por lo tanto no convencen?

Parte de la culpa de que el mensaje de la Buena Nueva no "traspase" los "mass-media" es de los propios periodistas que nos dedicamos a la llamada información religiosa. Caemos en diez tentaciones, que bien podrían ser las siguientes:

1.- Politizar la información religiosa

Cuenta Malcom Muggeridge, periodista inglés de gran prestigio, convertido al catolicismo gracias al testimonio de Madre Teresa de Calcuta, que "si hubiera sido periodista en Tierra Santa en tiempos de Jesucristo, me habría dedicado a averiguar lo que pasaba en la corte de Herodes, habría intentado que Salomé me concediera la exclusiva de sus memorias, habría descubierto lo que estaba tramando Pilatos... y me habría perdido por completo el acontecimiento más importante de todos los tiempos". Bueno, pues en nuestro intento diario por comunicar la Buena Nueva del Evangelio desde los modernos "areópagos", ¿Acaso no estamos actuando de la misma manera? ¿No estamos algo despistados intentando conseguir tal declaración eclesial; tal primicia sobre un obispo que no está de acuerdo con no se qué asunto, y descuidamos lo esencial, que es dar a conocer la Buena Nueva del Evangelio y no las frágiles vasijas de barro en las que se guarda este mensaje?

2.- Clericalizar el mensaje del Evangelio

En la Iglesia nos miramos en exceso el ombligo y hablamos de nuestros propios temas, sin reflexionar si esos asuntos interesan a la mayor parte de los cristianos. Hay una inflación de notas de prensa y comunicados que hablan de reuniones de curas, programas pastorales, pequeños conflictos clericales, conferencias magistrales, etc. Y, sin embargo, apenas atendemos en la comunicación de forma diaria y continuada a los problemas reales de la mayoría de la gente de nuestras comunidades. A aquellas preocupaciones que no nos dejan dormir o nos ponen de malhumor.

No damos suficientes razones de consuelo a la familia que ha perdido al padre. O a la madre que tiene a su hijo enganchado a la droga. O al marido que sufre porque su mujer no le quiere. O bien, aquel hombre que recibe humillaciones diarias en el trabajo por parte de su jefe. O al joven que no acaba de encontrar trabajo. No hemos sabido desarrollar una comunicación que logre transformar los corazones de los receptores, ofreciendo consuelo, ánimo y esperanza; transmitiendo el Amor de Dios por todos y cada uno de los hombres.

 


3.- Anunciar la moral sin antes anunciar la fe provoca rechazo, no adhesión

Creo que hoy en la Iglesia damos por supuestas demasiadas cosas. En un país como el nuestro, que se encuentra en una lenta pero firme "apostasía silenciosa", seguimos lanzando mensajes, dando por descontado que la gente conoce a Cristo. En muy pocas ocasiones damos razones de nuestra fe. "Anunciar la moral sin antes anunciar la fe -dice el escritor Vittorio Messori- provoca rechazo, no la adhesión. La gente está harta de escuchar prohibiciones -preservativo, divorcio- y ni una sola palabra sobre las razones de la fe".

"Últimamente -continua Messori- sacerdotes y obispos escriben muchísimo de ética, de la 'opción política del cristiano', de economía, incluso de cristianismo, pero no de Cristo. Hablan de las consecuencias de la fe, como la moral, pero no de la fe misma; la dan por descontado". Posiblemente, la falta de conocimiento que tenemos los cristianos de las inquietudes de la gente, haga que no logremos sintonizar adecuadamente el mensaje que se necesita transmitir.

Estamos-en-una-sociedad-postcristiana. Así de duro, pero así de claro. Empeñarnos en seguir "anunciando" la moral, las normas, la ética, sin dar a conocer primero a Él, que da un sentido a esos compromisos, es perder el tiempo. La fe en Cristo es como el clavo que sujeta a un cuadro (la moral). Si el clavo no esta firme, es inútil pretender que el cuadro se mantenga en la pared; caerá irremediablemente. La fe en Cristo es lo que nos da la fuerza; lo demás es consecuencia de lo primero.

 

4.- Dar la razón a Nietzche cuando dice: "Los cristianos no tenéis cara de resucitados"

El mensaje subliminal que transmitimos los cristianos en la comunicación es, salvo raras excepciones, antievangélico. Solemos decir que el Evangelio es alegría, color, fuerza, renovación, luz, vitalidad... vida nueva, en definitiva. Sin embargo, si entramos en una librería religiosa y hojeamos las portadas de los libros o las cubiertas de las revistas religiosas, el mensaje que nos transmiten -en general-, es triste, aburrido, con una estética antigua, sin que deslumbre por su atractivo visual. Lo contrario a lo que es el Evangelio. Nuestros "productos de comunicación del Evangelio; nuestros instrumentos de transmisión de la Buena Nueva" ofrecen un impacto visual que no tiene nada que ver con el verdadero Evangelio. Es más, lo traiciona, dificultando su auténtica percepción. Y no digamos nada cuando aparece en televisión un cristiano que voluntariosamente intenta articular palabra sobre la Iglesia. Por eso, desgraciadamente, hay que dar la razón en el tema de comunicación a Nietzche cuando dice: "Los cristianos no tenéis cara de resucitados".

5.- Dar juego a los maestros, pero no a los testigos

Los comunicadores cristianos damos demasiada "cancha" a los maestros, pero poco a los testigos. Por eso el mensaje del Evangelio no "pasa" a través de los modernos "areópagos". Basamos nuestro mensaje en las palabras; no en la vida, y sin embargo, la gente quiere aprender de las personas; de la "carne"; no de las palabras o de bonitas teorías moralizantes. Por eso tiene tanto predicamento la Madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, el Abbé Pierre, Sor Emmanuel, Don Oreste Benzi, Sor Genoveva Masip, Hermano Adriano... Ya lo decía el Papa Pablo VI: "La humanidad necesita de maestros, pero mucho más si esos maestros son testigos".

6.- Convertirnos en "Funcionarios de la Religión"

Sabemos que Dios nos ama porque lo hemos aprendido en la clase de Religión, nos lo ha dicho el sacerdote de nuestra parroquia o lo hemos leído en alguna publicación. Otro asunto bien distinto es experimentar ese Amor. De la misma manera que una cosa es la palabra Dios, y otra, Dios mismo. Dios no es una doctrina. Es una persona bien concreta que está contigo, que te quiere y te habla. También te escucha. Es Alguien que está vivo. Solo tratándole se le puede conocer. "Y aquí está la diferencia entre un periodista, un profesor de religión y un profeta -dice Ignacio Larrañaga, fundador de los Talleres de Oración y Vida-. Un profesor, un periodista o un catequista viene de las aulas de teología y cursos de pastoral, y tiene un pergamino que le acredita que puede enseñar religión en los establecimientos públicos o escribir noticias y reportajes sobre el hecho religioso. Un profeta o testigo, en cambio, viene de los encuentros solitarios y prolongados, cara a cara, con el Señor Dios. Y tiene conocimiento de Dios, no porque se lo haya aprendido en los libros o en las aulas, sino de 'rodillas'; y es esta clase de profetas la que la Iglesia necesita y desea".


7.- Ser aliados de los burócratas eclesiales

Hay un exceso de documentos, textos, y noticias que pueden llegar a convertirse en un frondoso bosque, y que no permitan ver lo realmente importante. Una sobreabundancia de "palabrería" en la Iglesia puede llegar a "ahogar el espíritu". Como dice Messori, "hoy hay en la Iglesia un exceso de palabrería. Las pocas fuerzas que nos quedan parecen dedicadas a elaborar documentos para los archivos o a hacer reuniones, en los que participan siempre las mismas personas, mientras que el mundo se aleja cada vez más de la fe. En los últimos años la Iglesia ha publicado más documentos que en los veinte siglos precedentes". Podemos convertir a la Iglesia en una "poderosa y eficaz" organización que lance constantemente mensajes, organice magníficos actos y reuniones, pero que no reconozca que Cristo es necesario, que sólo sus palabras, o lo que comentemos de su mensaje, basta para Evangelizar. Esa es nuestra gran tentación a la hora de dar a conocer a Cristo. Ponerlo todo en manos de la estructura, de las palabras...

8.- No hacer caso al modelo comunicativo que Jesús implantó

La palabrería de "altura" parece dar "más categoría" a la evangelización, en detrimento, claro, de la comprensión de los receptores. Ya lo decía el obispo de Torm (Polonia): "Los eclesiásticos debemos imitar el lenguaje de Jesús, que no hablaba en términos abstractos y académicos difíciles de comprender para el pueblo, sino con palabras, y aun más, con signos".

Y bien lo entendía el Papa Juan XXIII, que urgido, durante su pontificado, a que los mensajes que transmitía la Iglesia llegaran al gran público, y fueran comprensibles por todos los fieles, independientemente de su nivel cultural o teologal, encargó a Giovanni Guareschi, autor de "Pequeño Mundo" o "Don Camilo", la redacción de una versión del catecismo, al estilo de los famosos cuentos, que tan espléndidamente se divulgaban. Juan XXIII buscaba explicar el denso y complicado catecismo a la comunidad cristiana de entonces, aplicando el modelo comunicativo de Jesús: las parábolas. El llamado Papa bueno quería atraer el talento de Guareschi por la forma que tenía de transformar en historietas, los sucesos más complicados. Desgraciadamente, Guareschi declino el encargo al no considerarse capaz de llevar a buen puerto el proyecto papal.

 

9.- Confiar en el marketing para evangelizar

Corremos el grave riesgo de caer en un torrente de "palabrería". De dar mucha importancia a la partitura, a las notas que hay escritas en la partitura, a lo bien que está escrita la partitura, pero no debemos olvidarnos que la partitura no es música. Con el cristianismo pasa lo mismo. Podemos hablar de Dios, o más bien, de la idea de Dios, pero difícilmente lo podremos transmitir si no lo llevamos con nosotros. "El cristianismo es la transmisión de una vida nueva, que no depende de las modernas técnicas de persuasión -dice el cardenal Danniels-. El cristianismo se comunica cuando esta vida pasa de una persona a otra. Es una generación orgánica y somática. Evangelizar es transmitir vida y no transmitir palabras. Las palabras pueden ser útiles, pero para dar vida hacen falta personas vivas. La verdadera Evangelización es fruto de la santidad".

10.- Creernos unos pequeños dioses

Todos los comunicadores tenemos un toque de vanidad. Si encima conseguimos algo de eco en la opinión pública por nuestras palabras, y nos paran por la calle unas encantadoras ancianas para decirnos lo majos que somos, y lo bien que lo hacemos: malo. La posibilidad de endiosarnos crece rápidamente. Por ello, corremos el peligro de sustituir sibilinamente la obra y vida de Cristo, al que primitivamente queríamos transmitir, para comenzar a exponer las ideas de un nuevo dios, que es el propio comunicador cristiano.