6. Premios y castigos

 

> Introducción
> Los castigos como técnica educativa
> Condiciones para que un castigo sea eficaz
> El premio como instrumento motivador
> Condiciones para que un premio sea efectivo


 

> Introduccion

Debemos empezar este tema señalando que la tarea educadora presupone un control emocional por parte de los padres, los cuales deben hacer todo lo posible por no dejarse llevar excesivamente por los impulsos, sean estos del polo que sean.

Es totalmente contraproducente y desaconsejable, además de un síntoma de inmadurez por nuestra parte, actuar movidos por nuestra situación interna particular, como reacción a un estado de euforia o decepción personal. Cuando en la labor educativa vemos la conveniencia de aplicar un premio o un castigo, éste no debe hacerse depender nunca de nuestro estado de ánimo.

En ocasiones vemos a algunos padres "reír la gracia" al niño ante comportamientos que objetivamente saben que están mal. Y que, con toda seguridad, habrían corregido de no hallarse bajo el influjo de un estado anímico positivo que les inclina a la indulgencia. Otras veces ocurre a la inversa, castigan indiscriminadamente solo por el hecho de que se encuentran enfadados descargando así con el hijo su propia frustración.

Todo esto repercutirá, sin duda, en el desarrollo personal del chico creándole una confusión práctica que le puede conducir a generar conductas agresivas, despóticas, rebeldes y hostiles. Esta es la mejor forma de fomentar en él la indisciplina.


> Los castigos como técnica educativa

El castigo se considera una técnica educativa porque ayuda a suprimir conductas indeseables en el niño. Aún así no es un instrumento muy adecuado ni al que se deba recurrir con frecuencia.

El castigo, como medio para educar, presenta problemas muy serios que debemos tener siempre presentes:

- Con el castigo solo se aprende lo que no se debe hacer. No enseña ningún comportamiento correcto, más bien enseña a "no actuar". Sirve para eliminar las conductas indeseables pero no para suscitar las deseables.

- El castigo genera reacciones emocionales en el niño. (Odio, ira, rabia, etc.)

- El castigo produce en el niño aversión y rechazo hacia quien se lo aplica. (Se debería tener mucho cuidado con que no sea siempre el mismo miembro de la pareja quien aplique el castigo...)

- Puede producir habituación y no surtir efecto.

Por todo esto debe evitarse, en la medida de lo posible, el empleo del castigo en la educación, y utilizarlo solo como último recurso: cuando no haya otro medio de corregir un determinado comportamiento.

De todas formas, hay tipos de castigos que no se deben utilizar nunca ya que, además de producir secuelas psicológicas irreparables, su aplicación constituye un delito. Cuando hablemos aquí del empleo del castigo nunca nos referiremos a ellos, dando por supuesta su prohibición. Se trata de:

- Castigos físicos. o Insultos. ("¡Qué tonto eres!", etc.)

- Ofensas personales y descalificaciones. ("No vales para nada", etc.)

- Humillación pública o privada, etc.

Si finalmente, dadas las circunstancias, nos decidimos por aplicar el correctivo, será importante y necesario elegir el tipo de sanción.

Para ello tendremos en cuenta que siempre es mejor la retirada de un estímulo gratificante que la aplicación de un estímulo aversivo. Dicho de otra manera: siempre es más conveniente privar al niño de algo que le resulte satisfactorio y apetecible que proporcionarle un incidente penoso y desagradable.


> Condiciones para que un castigo sea eficaz

Como señalamos anteriormente no por el hecho de aplicar un castigo se produce el efecto esperado. Si se hace mal, nos podemos encontrar, incluso, con el resultado opuesto. Así pues, para que un castigo sea eficaz deberemos cumplir los siguientes requisitos:

- Debe aplicarse de forma inmediata.
La sanción debe ser una consecuencia clara de la acción realizada, por lo tanto, no podemos dejarla para más tarde porque entonces no se derivaría de su comportamiento. Si se aplaza el correctivo, por ejemplo, hasta que llegue su padre, seguramente cuando esto ocurra la conducta que esté realizando el niño sea adecuada, y el padre, además de convertirse en el verdugo oficial, vendrá a penalizar algo que es correcto.

- Debe administrarse de forma consistente.
Siempre que el chico actúe de la misma forma le será aplicado el correctivo. Si no lo hiciéramos así estaríamos favoreciendo el que, en algunas ocasiones, el niño pueda beneficiarse de las ventajas que le reporte su comportamiento, con lo cual lo estaríamos consolidando en lugar de eliminarlo.

- Se haga de forma contundente.
Si optamos por aplicar un castigo, debemos hacerlo en una proporción suficientemente alta para garantizar su carácter punitivo. Facilitando, de esta manera, que esa determinada acción que queremos suprimir, no se repita más.

- Deben quedar claros al niño los motivos por los que se le suministra ese correctivo. Hágase de tal forma que no se pueda cuestionar el afecto paterno o materno. No haya lugar para que el chaval piense que se le castiga porque no se le quiere. Las razones de la sanción deben explicarse bien.

- Conozca el niño claramente cual es la conducta positiva u opción alternativa. El interesado debe saber con qué comportamiento no sería castigado. La confusión o el no saber como actuar desencadenaría los efectos nocivos de los que hablábamos anteriormente.


> El premio como instrumento motivador

El premio es una de las técnicas más empleadas en la educación y que más ha mostrado su poder para implementar conductas.

No olvidemos que siempre son más eficaces los elogios que las críticas. Es mejor potenciar lo poco conseguido que poner el acento en lo que aún está por conseguir.

Al hablar de los premios tenemos que empezar distinguiendo diferentes clases o tipos de ellos:

- Materiales: Cuando el beneficio o satisfacción que proporcionamos es de carácter material. (Golosinas, juguetes, etc.)

- Sociales: Se trata de refuerzos de carácter social como pueden ser los halagos o felicitaciones bien públicas o privadas; una sonrisa o gesto de aprobación, etc.

- Actividades: También se puede premiar con determinadas actividades, cuando éstas son apetecibles y valoradas por el muchacho. (Ir al cine, jugar un rato, ver televisión, etc.)


> Condiciones para que un premio sea efectivo

Al igual que sucede con los castigos, para que un premio sea efectivo debe cumplir una serie de condiciones:

- Se otorgue de forma inmediata.

- Se administre con una frecuencia óptima.

La frecuencia con que se suministren los premios en un programa educativo, dependiendo del momento en que éste se encuentre, será un elemento clave para suscitar o afianzar un determinado comportamiento. Las recomendaciones que ofrecemos en este sentido son las siguientes:

1. En un primer momento deberemos premiar la conducta siempre que aparezca. De esta forma lograremos en poco tiempo una gran cantidad de comportamientos similares.

2. Paso segundo: Una vez que la conducta se ha adquirido debe premiarse de forma intermitente (no siempre) para consolidarla. El hecho de que unas veces el chico encuentre el beneficio esperado y otras no, provoca un aumento del número de ocasiones en que actúa de esa manera concreta para incrementar así las posibilidades de obtener la recompensa buscada.

3. Paso tercero: Se irá disminuyendo, cada vez más, la frecuencia con que administramos los premios, de forma que afiancemos la conducta por el procedimiento que explicábamos anteriormente, acostumbrando así al niño a realizar la acción sin que por ello y automáticamente tenga que sobrevenir ninguna recompensa externa.

4. Paso cuarto: La conducta quedará consolidada por la satisfacción interna que ella produce, aunque solo sea la de saber que uno ha actuado bien.
Como vemos la conducta empieza guiada desde fuera. Se actúa por una motivación extrínseca: el premio externo que se recibe. Finalmente el comportamiento acaba encontrando una motivación interna y la conducta se sostiene por la recompensa que haya en la actividad misma.

Realmente una determinada conducta está completamente afianzada en el niño cuando ha encontrado esta motivación interna para actuar. Que el premio sea algo apreciado y valorado por el niño. De no ser así no produciría efecto alguno. Por ello se hace imprescindible conocer aquello que al niño le resulta agradable; en lo que encuentra gusto y recompensa.

Lo sabremos observando las actividades a las que el chico dedica más tiempo, sus objetos preferidos, las cosas por las que muestra especial entusiasmo, etc. Con todo esto estableceremos una jerarquía de premios ordenados de mayor a menor según el grado de satisfacción que proporcionan al niño.

Para que nuestra labor sea realmente educativa, el premio que se otorgue al chico debe serlo también. Se trata, pues, de buscar la recompensa más adecuada en cada caso. A veces, el dinero, la moto, una televisión para él solo o poder llegar a casa a una determinada hora puede ser lo más valorado por el chaval, pero no lo más educativo ni adecuado en un caso concreto.