10. La
adolescencia: ¿Maravillosos años?
No cabe duda que desde el punto de vista biológico es verdaderamente un adulto, pero no desde el punto de vista social.
Uno de los aspectos de su persona que ha sufrido un crecimiento y evolución más rápido ha sido su propio cuerpo, el cual se ha visto sometido a grandes e importantes cambios. El joven tiene que empezar a construir, de nuevo, su identidad personal, y lo hace comenzando por su físico. Es ésta la época del espejo y de las comparaciones. Tiene que acostumbrarse a su nueva imagen, reconocerse e identificarse con ella. Será ésta uno de los focos principales de atención y preocupación, hasta el punto que le afectará seriamente a su autoestima. Cuanto más atractivo y hábil crea el adolescente que es su cuerpo, tanto más elevada será la estima que se profese a sí mismo.
Es frecuente observar que, a esta edad, las declaraciones de los más allegados y significativos para el muchacho son menos favorables que en edades más tempranas. Lo que antes eran halagos, palmadas en la espalda, expresiones de afecto y mimos ahora se convierten en reproches, llamadas de atención, exigencias y críticas. Esto provoca un considerable descenso de su autoestima. Acentuado en un momento en que experimenta, más que nunca, una enorme necesidad de reconocimiento por parte de los demás. La vivencia de esta situación donde constantemente se le está regañando, le lleva a un fuerte sentimiento de incomprensión, y, según el grado y las circunstancias, puede suponer un freno, un retroceso, e incluso, una desviación o deformación, en su proceso evolutivo.
Los padres y educadores deberían tener en cuenta este hecho para recurrir, en su intervención pedagógica, más al premio y a la recompensa por los logros conseguidos que al castigo y al sermoneo por las deficiencias que todavía presente. Es decir, deben buscarse técnicas educativas que fomenten la motivación y la autoestima, facilitando así su aceptación personal, al tiempo que favorecemos su desarrollo y crecimiento psicológico.
Todo esto habrá que saber negociarlo con un talante, formativo, dialogante, y buscando siempre educar en la responsabilidad.
Debemos dejar claro que este proceso progresivo de emancipación es bueno, necesario y positivo. Es, por tanto, tarea del educador ayudarle a hacerlo de una forma adecuada. Pues, de no llevarse a cabo, nos encontraríamos después con un adulto convertido en eterno adolescente. Correría el peligro de anclarse en un comportamiento caracterizado por:
- Los sentimientos de inferioridad.
- Incapacidad de tomar decisiones.
- Pautas de comportamiento irresponsable.
- Ansiedad y parasitismo social.
- Egocentrismo y narcisismo.
La salida del adolescente de la órbita paterna coincide con su ingreso en el ambiente de su grupo y de sus compañeros. Surge de esta manera la intimidad interpersonal que se lleva a cabo de forma diferente en las chicas que en los chicos. Éstos últimos la desarrollan más despacio y más tarde y poniendo más énfasis en los componentes prácticos y utilitarios, mientras que ellas dan más importancia a los aspectos afectivos y expresivos.
Existe una opinión generalizada y bastante errónea en torno a este proceso. Muchos piensan que, irremediablemente, la influencia de los padres disminuye considerablemente al cobrar relieve e importancia el grupo de amigos. Esto no solo se ha demostrado que es falso, sino que en ocasiones sucede todo lo contrario: cuando los compañeros proceden de la misma clase y grupo social, la relación entre iguales contribuye a apoyar y potenciar los valores parentales.
Si los padres han sido hasta ahora verdaderamente significativos para los hijos sus criterios tendrán un peso decisivo en los temas que afectan a proyectos personales de envergadura y al porvenir del adolescente, aunque, seguramente, seguirá más a sus compañeros en decisiones puntuales, en gustos pasajeros, modas y cuestiones que afecten a su presente o futuro inmediato.
El pensamiento formal, propio de la edad adulta, empieza a aparecer en este momento y lleva consigo la capacidad de razonamiento abstracto, con lo cual los horizontes intelectuales del muchacho alcanzan una amplitud antes inimaginable, que le permite planteamientos y reflexiones complejas y sofisticadas.
A partir de estos años la labor educadora
requiere estar a la altura de las circunstancias para responder a las
nuevas exigencias intelectuales del joven.
A esta edad es cuando realmente se define la orientación moral del chico. Si desde la segunda infancia veníamos preparando al muchacho en el tema de los valores. Ahora es cuando estos cobran verdadero significado para él. Ya tiene capacidad para captar el sentido profundo de las normas y entiende perfectamente que éstas responden a determinados intereses, bienes o valores que queremos preservar.
Todo esto lo ha hecho suyo mediante un proceso de interiorización. De tal modo que el chaval que ha sido correctamente educado expresará estos criterios como propios.
Esta etapa conlleva la superación del egocentrismo. Aunque, paradójicamente, aún queden restos, sobre todo en el terreno afectivo, poco a poco, se irán venciendo.
La recién estrenada capacidad de ponerse en el lugar del otro despierta la sensibilidad social y le ayuda a tomar conciencia de las necesidades ajenas. Esto explica los sentimientos altruistas que se presentan de forma acentuada en este momento de la vida.
El educador cristiano no debería pasar por alto esta oportunidad que ofrece la psicología propia de la adolescencia sin canalizar adecuadamente estos deseos de servir a los demás y orientarlos hacia fines específicos, ayudándole a descubrir además su propia vocación dentro de la Iglesia y del mundo.