8. La educación en la primera infancia

 

> Introducción

Son varias las corrientes psicológicas que consideran esta etapa de la vida como decisiva para el desarrollo de la personalidad. Los rasgos psicológicos, las actitudes, el talante y la forma de afrontar las situaciones que el niño va a exhibir a lo largo de su vida dependerán mucho de las experiencias vividas en esta edad temprana. De todas formas, tenga este período de la vida un carácter más determinante o menos, lo cierto es que se hace del todo necesario conocer el momento del desarrollo en que se encuentra el niño, así como las características propias de cada etapa, de cara a una correcta intervención pedagógica.


 

> Etapas

Dentro de la primera infancia podemos distinguir tres épocas que presentan rasgos específicos en la vida del chico.

- De 0 a 2 años:

Esta etapa se caracteriza por el desarrollo de la sensibilidad y el desarrollo motor. El bebe responde ante los diferentes estímulos ambientales que producen en él impresiones nuevas y distintas. De hecho las reacciones emocionales que manifiesta el niño surgen a partir de estas primeras sensaciones. La temperatura, la luz, el sonido, el tacto, la forma, el color, etc., son elementos que van configurando las representaciones mentales del crío. Una adecuada estimulación precoz ayudará al pequeño en su crecimiento y maduración psicológica.

La manipulación de los objetos, favorece la asimilación de la realidad externa y permite al niño ir construyendo su estructura mental.

Conductas tan molestas e incomprensibles para los padres como el hecho de que el chiquillo arroje una y otra vez el sonajero al suelo provocando el consiguiente ruido forman parte de la experimentación necesaria para su progreso mental. En este período de la infancia son muy útiles, convenientes y educativos los juegos manipulativos en los que el niño experimenta con los objetos, adquiriendo de esta manera, conocimientos y facilitándose el aprendizaje.

En esta fase, el pensamiento se desarrolla mediante un proceso de interiorización de la acción. Por lo tanto, el que el niño interaccione con los objetos y reciba una cantidad importante de estímulos será fundamental para su crecimiento intelectual.

Este período de la vida se conoce también como el inicio de la fase de organización.

Al ser una etapa en la que el chico va estructurando su conocimiento, a partir de las sensaciones y experiencias vividas, es muy importante el que éstas se presenten de manera ordenada.

Tener un horario fijo para la higiene, el baño, la alimentación, el sueño, y demás componentes que marcan la vida del niño en estos primeros años de su existencia, le ayudará a formarse un esquema mental que le facilita la comprensión del entorno, creándole una sensación de seguridad y favoreciéndole su adaptación a la realidad.

La adquisición de hábitos debe empezar aquí, en la primera infancia. No olvidemos que estamos sentando las bases de los procesos psicológicos del niño que marcarán su comportamiento posterior. En esta línea tenemos que afirmar que el desorden, la improvisación y el caos organizativo por parte de los padres, además de crear en el pequeño un estado de ansiedad e inseguridad, dificulta su adaptación a la realidad y provoca un desajuste en la estructuración interna de su pensamiento. Como fácilmente se puede percibir, ser ordenado, limpio, metódico o todo lo contrario, se aprende desde la más tierna infancia.

El inicio del lenguaje en esta etapa supone un avance considerable en la evolución psicológica y mental del niño. En el desarrollo y adquisición del lenguaje jugará un papel importante el componente afectivo, hasta el punto de que carencias de este tipo provocarán un retraso en la aparición del habla.

Una vez que ésta se ha conquistado, el pensamiento empieza a estructurarse con categorías verbales, por medio de la interiorización del lenguaje. Pero esto forma ya parte de la siguiente etapa.

Aquí solamente señalar que el niño toma al pie de la letra cada palabra o vocablo que empleemos, por ello terminamos este apartado haciendo una advertencia sobre las amenazas verbales y las predicciones siniestras con que los adultos pretenden controlar el comportamiento natural, aunque arriesgado e irritante, de los niños que solamente buscan explorar sus posiblidades: "Te caerás y te romperás la cabeza", "Te encerraré y te comerán las ratas", etc. Sería mucho más y eficaz, provechoso y educativo orientar al niño a otra forma de medir sus logros sin necesidad de crearle ningún tipo de ansiedad y angustia.


- Transición. De 2 a 3 años:

El lenguaje recién adquirido será el hilo conductor de su psicología en estos momentos.

Como el juego es su mejor instrumento de aprendizaje, el niño jugará con las palabras: hablará por el puro placer de hacerlo, sin necesidad de que lo que diga tenga sentido.

El lenguaje no es solo un medio de comunicación sino una manera de construir y crear la realidad que le rodea como proyección de su propio psiquismo. A esta edad no se puede decir que el niño mienta, sino que vive en su mundo de fantasía e imaginación.

La labor educativa en esta etapa no puede desempeñarse ignorando, y menos aún, despreciando estos aspectos de la psicología del pequeño, sino que será mucho más adecuado y eficaz integrarla en el proceso imaginativo del niño. Así, por ejemplo, si la niña está jugando con la muñeca desempeñando el papel de madre y llega la hora del baño lo más conveniente no es arrojar bruscamente la muñeca al suelo y decir "Se ha acabado: Hay que bañarse". Es mucho más sencillo y mejor que la muñeca acompañe a su pequeña mamá al aseo y sea la hora del baño para las dos.

En este tiempo el chaval empieza a colaborar activamente en su aseo y a vestirse solo. Va cobrando un poco de autonomía. Esto le lleva a presentar cierta rebeldía, pues quiere hacer las cosas el solo, incluso algunas que todavía no domina. En esto suele mostrarse bastante testarudo.

Vemos de esta manera que, aunque hable aún de sí mismo en tercera persona, ("el nene"), está construyendo ya su propia identidad. A partir de los tres años este negativismo se convierte en conformismo y cooperación.

La actividad motora llega en esta etapa de la vida a una intensidad y amplitud sin precedentes. El niño está constantemente en movimiento: lanza objetos, salta, corre, trepa, se sube a los bordillos, se cuelga de los soportes, etc, y todo esto sin parar.

No olvidemos que, además de averiguar sus limites y posibilidades, está cooperando en el progreso de sus funciones intelectuales.

En el plano afectivo se produce también un avance enorme. Antes, tanto la alegría como el sufrimiento tenía un carácter global y totalizador, porque las sensaciones de disgusto o bienestar no podían ser suavizadas por el recuerdo o la esperanza de una situación diferente. (De ahí la importancia de atender y consolar al niño en su malestar). A partir de este momento el niño empieza a entender que los acontecimientos no son definitivos. Aprende a aplazar una satisfacción, e incluso a superar las frustraciones esperando compensaciones posteriores, o entendiendo que son pasajeras. Es muy importante, por esto, que el niño no se vea engañado por promesas o afirmaciones falsas.


- De 3 a 7 años:

Al igual que el primero (de 0 a 2 años), este período es muy amplio, por lo que presenta en los extremos características bien diferenciadas. Pero aquí nos vamos a centrar más en lo que tiene de común.

Uno de los aspectos básicos que definen esta etapa de la infancia es su egocentrismo. El chico en estos momentos en incapaz de ponerse en el lugar del otro. Da por hecho que el otro siente y piensa lo mismo que él.

El niño se sitúa en el eje y centro de todo cuanto acontece, de manera que concibe cuanto le rodea y sucede como pensado y proyectado exclusivamente para él.

De este modo, incluso una discusión o enfrentamiento de los padres entenderá que ha sido ocasionada por y para él, creándole el consiguiente sentimiento de culpabilidad y aflicción.

Para cualquier enseñanza tendremos que partir siempre de su propia experiencia, si queremos que ésta sea eficaz y correctamente entendida por el crío.

De esta cualidad psicológica se deriva una consecuencia a nivel afectivo muy relevante: el problema de la envidia. El pequeño se sentirá celoso de todo aquello que le reste protagonismo y atención. Un elogio dirigido a otro chico, un juguete en manos ajenas, o cualquier otra situación similar, será motivo de deseo, de enfado y de malestar interno.

Aún así, cuando se le presta la atención que requiere, el chaval se muestra bastante dócil, coopera en las tareas que se le solicita y busca agradar a los demás. Es bastante receptivo a todo tipo de aprendizaje, sobre todo, si ello le proporciona reconocimiento o halagos.

Otra particularidad que marca esta etapa de la vida es la escolarización. Salvo que con anterioridad haya estado en guardería, este momento supone afrontar la experiencia de la separación temporal de su madre. Este evento debe llevarse a cabo de la manera menos traumática posible. Para ello habrá que preparar adecuadamente al niño, ayudándole a integrar esta nueva realidad en su imaginación, como un acontecimiento agradable y feliz, creando así una predisposición positiva y favorable.

Unido a la escolarización viene el fenómeno de la socialización, que supone un gran avance en su desarrollo personal, y tendrá unas repercusiones considerables en el terreno afectivo, conductual e intelectual.

Su razonamiento, como señalábamos anteriormente está muy ligado a su experiencia, por tanto se trata, fundamentalmente de un pensamiento muy concreto, con un fuerte componente intuitivo.

De poco sirve, a esta edad, tratar de responder a sus preguntas con argumentos técnicos o intentar transmitir algún tipo de conocimiento a partir de explicaciones o reflexiones abstractas. De esta forma no entendería nada y su aprendizaje sería nulo.

Una buena labor educativa, por tanto, debe recurrir en toda ocasión a lo concreto, lo cual no quiere decir que sea siempre real y palpable, puede ser imaginario. De hecho los niños de esta edad son muy aficionados a los cuentos, mejor si encierran una moraleja.

Aunque, de una manera vaga, el chaval tiene ya cierta conciencia del bien y del mal. Podemos hablar en este período de la vida de una conciencia moral primitiva, incipiente.

La peculiaridad de esta moral es que está basada, como no puede ser en este momento de otra manera, en criterios externos, es decir estamos ante el comienzo de la moral heterónoma: es bueno aquello que provoca reacciones de agrado y felicitación en los mayores, sobre todo en los más significativos (padres, abuelos, profesores, etc.), y es malo aquello que provoca la reacción contraria.