2. Educación y libertad: ¿realidades antagónicas?
> Notas aclaratorias
Puede parecer accesorio el que tratemos estas cuestiones, que parecen
más de índole filosófico que pedagógico, antes incluso de
introducirnos de lleno en el tema de la educación. Aunque, en
realidad, No debería extrañarnos si tomásemos conciencia de las
enormes repercusiones que estos planteamientos, y sus posibles
respuestas, han tenido en la formación de los niños.
En estos últimos años han sido, y todavía hoy son, muchos los padres que se cuestionan sobre su legitimidad para inculcar determinados valores, criterios o principios en sus hijos.
- "¿Quién soy yo para condicionar a mi hijo transmitiéndole una religión, unas aficiones o una determinada manera de ver las cosas?" - Se preguntan algunos.
- "¿No será mejor dejarle crecer sin este tipo de orientaciones y después que él elija?
> Un poco de luz
Planteamientos de este tipo ignoran u olvidan que educar es,
precisamente, la tarea de hacer posible la libertad.
Solo puede elegir libremente aquella persona que posee unos criterios,
principios y valores definidos que orientan, facilitan y hacen posible
la elección. Siempre elegimos de acuerdo a unos criterios (más o menos
adecuados). Si no hubiese criterios, no se podría hablar de elección,
sino de indecisión o antojo.
Sería como el barco que no tiene timón, o sale del puerto sin fijarse ninguna meta... irá a la deriva; estará a merced de cualquier viento. Sólo si se marca un destino, aprende a manejar las velas y a escoger los vientos podrá navegar libremente y llegar donde él quiera.
En este sentido podemos recordar que la meta de toda educación es autogobernarse, autodirigirse. Y esto sólo se podrá hacer si se han sentado unas bases sólidas en cuanto a contenidos educativos se refiere.
> A modo de ejemplo
Si tengo una parcela de terreno para cultivar, debo tomar una decisión
acerca del fruto que deseo que produzca el campo. Es absurdo el
planteamiento del que diga: ¿Quién soy yo para imponerle al campo lo
que debe producir?" "Le dejaré libre para que produzca él lo que
quiera". Todos sabemos que el campo que se deja sin cultivar es
terreno donde crecen las malas hierbas de las semillas traídas por el
viento. Del mismo modo ocurre con la educación de los hijos: no existe
término neutro; no se puede no actuar en nombre de la libertad. Pues
toda parcela en la educación de mi hijo que deje sin cultivar, será
caldo de cultivo y terreno abonado para que los valores "de la calle"
y del ambiente dominante, (muchas veces perjudicial), se instalen en
ella. El no educar en determinados criterios, valores y principios es
la mejor forma de dejar el camino libre para que otros, con dudosas
intenciones y objetivos siembren los! suyos.
> La voz de la experiencia
La experiencia nos dice que padres permisivos, sin criterios, que
dejan hacer a los hijos lo que quieren, sin intervenir para nada en
sus decisiones, obtienen como resultado seres irresponsables,
inmaduros, débiles, egoístas, dependientes.
En el extremo opuesto encontraríamos aquellos padres autoritarios, impositivos, que crean un ambiente opresivo e imponen una disciplina rígida a base del cumplimiento exhaustivo de normas estrictas. Una educación de este tipo lo único que consigue es personas neuróticas, problemáticas, dependientes. inseguras, agresivas.
Como siempre, en el término medio está la virtud. Son los padres que llamamos "autoritativos", que saben conducir a sus hijos desde el diálogo, que les prestan el apoyo, la atención y la ayuda necesaria, al tiempo que les corrigen, les orientan y les animan a asumir responsabilidades. Estos encuentran como fruto de su labor hijos maduros, responsables, seguros de sí.