OPINIÓN
 Antoni Pou, osb. apou@santuari-montserrat.com 28/11/2002

 

Se atribuye a Karl Rahner esta frase famosa: "El cristiano del futuro será místico, o no será". Es decir, ante la situación de crisis de un cristianismo tradicional, y crisis quiere decir "purgación" o discernir lo que tiene valor del que no tiene, la realidad auténtica de la falsa, sólo podrá sobrevivir aquel cristiano que pueda fundamentar su cristianismo en la propia experiencia vital de un Dios que haya sido para él liberación, salud o razón de su existencia.

Parodiando la frase, espero que no ofensivamente, yo diría también que el cristiano del futuro habrá pasado por la experiencia del acompañamiento espiritual, o no lo será. Porque el cristianismo es un hecho tan personal, se adhiere tanto a la propia manera de ser, que necesita de un aprendizaje también personalizado. Hay que hacerse un traje "a medida", un conjunto de buena calidad, claro está, pero también de la propia talla. Y esto precisamente es lo contrario de lo que hoy se llama "el cristianismo a la carta", que se basa en este planteamiento: esto a mí me gusta, o esto no lo acepto porque no va conmigo.

El acompañante espiritual es aquél que nos ayuda a descubrir de manera progresiva lo que "nos conviene", o con otras palabras "lo que Dios quiere para mi vida". Sin violentar nunca nuestra libertad, nos propone cada vez más dar un paso adelante en nuestro compromiso de seguimiento a Jesucristo. Por otro lado, cuando hemos dado algún paso atrás, nos anima a no desfallecer y continuar el camino con alegría. Como la flor necesita un cuidado antes de tener forma, y se abre con más esplendor y rapidez si encuentra unas buenas manos de jardinero o de labrador que le den los abonos que le hacen falta, también nuestra vida necesita de una mención y de un acompañamiento.

Igual que una pequeña infección requiere el consejo del médico para que no se eternice o se agrave, también los contratiempos o las podas que sufrimos en nuestra vida necesitan una cicatrización lenta y bien llevada. Por eso encuentro de buen gusto que San Benito, en su Regla para los monjes, compare al abad con un buen médico (RB 27,2; 28,2). El abad es escogido por todos los monjes para que lleve el acompañamiento espiritual de la comunidad (RB 54), y cada monje puede elegir al mismo abad u otro anciano para compartir con él la aventura de su vida interior (RB 46,5-6). La espiritualidad benedictina es una propuesta para que el cristiano valore adecuadamente su crecimiento humano y cristiano y el de su prójimo, y busque los medios necesarios para su desarrollo.

¿Qué actitudes debe tener el acompañante?

  • Como el abad en la Regla de San Benito, el acompañante espiritual "tiene que saber curar tanto las heridas propias como las de los demás", no descubriéndolas ni haciéndolas públicas (RB 46,5-6).

    Al acompañante ya le han pasado muchas cosas en la vida, verdes y maduras. También él ha caído en trampas, pero antes o después ha sabido ser sincero consigo mismo, y ha buscado la autenticidad, llamando a las cosas por su nombre, volviendo con paciencia al Dios-Amor de quien se había apartado (Pról. 2), intentando encaminar, con la ayuda de algún hermano, algunas actitudes de su vida (Pról. 47-48).

     

  • Como el abad, "es preciso que sea docto en la ley divina, para que sepa y tenga de dónde sacar cosas nuevas y viejas" (RB 64,9) para que "sus mandatos y su doctrina difundan en los corazones de los discípulos la levadura de la justicia divina".

    El acompañante sabe explicitar y expresar la geografía del corazón, y a menudo tiene que recurrir a citas y personajes de las grandes tradiciones espirituales, de parábolas, anécdotas, o de la poesía, para explicar lo que pasa dentro el corazón del acompañado, y qué sentido tiene en el plan de salvación que Dios ha reservado para él.

    La tradición cristiana oriental ha puesto el acento en la idea de que el maestro espiritual tiene que ser santo y humilde "diciéndole siempre al fondo del corazón aquello que, fijando los ojos hacia el suelo, dijo aquel publicano del evangelio: Señor, no soy digno, yo pecador, de elevar los ojos al cielo". Como dice el padre Evdokimov en El arte del icono, la santidad "aclara y explica" y "es lo único serio de la vida, puesto que pone fin al absurdo y establece otro eón (ser eterno) como un sello en el corazón del mundo".

     

  • La tradición cristiana occidental, sin embargo, también ha valorado que el maestro espiritual sea docto en teología, y se sirva de las otras ciencias humanas. Como explica Santa Teresa en el capítulo V de su Vida: "buen letrado nunca me engañó".

     

  • "Capaz de ganarse las almas, tiene que velar encima de ellas muy atentamente" (RB 58,6). Esta recomendación de San Benito al maestro de novicios también vale para todo acompañante espiritual. Y sirve, además, cuando dice que algunas veces la oración del maestro quizás es el mejor remedio para el discípulo (RB 28,5). Rezar también es amar, y en esas cosas del espíritu, a menudo sólo el amor, que se comunica también de manera misteriosa, puede ayudar a deshacer nudos que a veces pueden parecer insolubles.

     

  • Es necesaria una actitud de vigilia para descubrir la manera de ser del acompañado, porque cada persona tiene que ser tratada de una determinada manera (RB 2,23-25). Escuchar lo que dice, y lo que no dice, estar atento a sus gestos y a toda la capacidad comunicativa no verbal que tenemos los hombres y las mujeres. "Escucha, escuchar, y morir escuchando, para que el otro pueda vivir", dice Yves Raguin en Maestro y discípulo. A veces, cuando se acompaña en el dolor, el silencio es la actitud más oportuna; estropeándolo todo cuando se empieza a hablar y hablar, como hicieron los amigos de Job cuando fueron a encontrarlo en su desgracia.

     

  • El acompañante tiene que dar las herramientas suficientes al acompañado para que vaya aprendiendo a curarse las heridas él mismo, aprenda a velar, pueda abrir las alas y volar él solo. Esto es lo que San Benito pide a los ermitaños (RB 1,4), que deben saber guiarse ellos mismos cuando han profundizado en su búsqueda espiritual. El acompañado, sin embargo, sabrá siempre que el acompañante está ahí, como la playa junto al mar, donde siempre podemos ir para encontrar la serenidad, por si algún día ha pasado algo especial en nuestra vida que necesite otra vez de consejo.

¿Qué actitudes tiene que tener el acompañado?

  • Buscar a Dios de verdad (RB 58,7). Sólo es posible dialogar desde la base de la autenticidad y de la sinceridad.

     

  • Expresar lo que vive interiormente, no sólo lo que piensa, sino lo que siente: los miedos, las ilusiones… (RB 7,44).

     

  • Escuchar con ganas (Pról. 1), es decir, con confianza, con disponibilidad, con ganas de aprender.

¿Qué actitudes hacen de todo cristiano un colaborador con el cuidado (terapia) de Dios a toda la humanidad?

Todo cristiano puede convertirse, en uno u otro momento, en icono de la Trinidad Salvadora:

  • Por lo que podríamos llamar "Logo-terapia": todos sabemos cómo San Benito valora la palabra; el silencio que quiere que haya en el monasterio sólo es un medio para escuchar la Palabra, o para evitar banalizar las conversaciones (RB 6,4). Todo el que crea un ambiente positivo, portador de sentido, orientador hacia hacer tomar conciencia de la realidad, por la vía de la palabra, colabora en la obra redentora del Cristo. Por medio de la palabra, el hombre explicita su interior y se comprende mejor él mismo.

     

  • Por la "Abba-terapia", que no sería más que adoptar la actitud del Padre del hijo pródigo de la parábola, la del buen samaritano, o la del buen pastor. Sólo una acogida incondicional puede dar la confianza para que el otro se pueda abrir tal y como es, y pueda expresar sus pensamientos y sentimientos.

     

  • Y por la "Pneumo-terapia", sabiendo que el Espíritu Santo ya ha sido infundido en nuestro corazón y que se manifiesta por el deseo de Dios. Recordando que el verdadero acompañante es Cristo, maestro interior; que la vida, la alegría verdadera, corre dentro de cada persona como una fuente que espera ser liberada de la losa o de los impedimentos que lo obstaculizan. Hace falta que sepamos percibir esa vida y seguirla.

La flor que encuentra, antes de abrirse, unas buenas manos de jardinero y se fía de ellas ha recibido un gran don, pero siempre es el sol el que hace posible que el capullo se convierta en rosa.