Fortaleza y generosidad

 

 Victòria Cardona
Educadora Familiar

 

La fortaleza es una virtud necesaria para llevar a término la generosidad, propia de un alma noble por naturaleza. Quien es generoso siempre genera alegría. Esta afirmación tan contundente, está garantizada por el mismo amor. Amar siempre es fruto del olvido personal para hacer el bien a los que tenemos más cerca de nosotros. La generosidad siempre ayuda a la mejora individual y, con el propio testimonio, a la perfección humana de nuestros hijos. Enseñar a dar, aunque sea jugando: "ahora te toca a tú tener este juguete", "ahora me toca a mí"...de esta manera sencilla deberíamos conseguir una relación fundamentada en el afecto dónde el dar y el recibir sea recíproco y se palpe cómo algo bueno.

Enseñar a hijos e hijas a ser generosos es tarea especialmente adecuada entre seis y doce años, puesto que en estas edades se encuentran más bien dispuestos a colaborar, a hacer encargos y a ayudar a su familia. Pero es de bien pequeños, como demuestra la fotografía de la izquierda que ilustra este artículo, cuando se manifiesta el sentimiento de propiedad que pueden tener, además de su tendencia al egoísmo, como queda bien reflejado con los llantos de este niño a quien han quitado su pala y con la tranquilidad con que los demás juegan.

Educar es un arte que requiere observación y comprensión para ir formando a las criaturas en la generosidad, que no les genera ninguna frustración sino alegría. A la vez que animamos en este valor, se ejercita la fortaleza, tan necesaria para vivir con responsabilidad en una sociedad impregnada de materialismo y de consumismo, donde actuar impulsivamente para complacer el propio "ego" es más habitual de lo que sería deseable. Es por este motivo que para formar criaturas y jóvenes fuertes, resistentes a las dificultades que irán encontrando a lo largo de su vida, hace falta ayudarles a controlar sus impulsos, con firmeza y, prioritariamente, que no tengan inmediatamente lo que piden. Todo se puede gratificar, pero se debe aprender a tener paciencia y esto se asimila en la familia.

¿Y que se puede hacer ante una situación como la de los cuatro hermanos que vemos en la fotografía comentada?

La solución es tener una actitud serena, observar que ha pasado, preguntar, sin regañar, para saber por que le han quitado la pala, comprender la edad del de 2 años, que es de autoafirmación, de responder con llantos, y motivar a los tres mayores que le devuelvan el juguete. Parece que esto se ha conseguido como vemos en la siguiente ilustración, la de la derecha, si bien todavía se ve la mejilla del pequeño húmeda por una lágrima. Todos han aprendido: los padres a no dramatizar, los niños a ceder. Seguro que si tuviéramos la continuación de la historia nos encontraríamos con que la pala pasaría a manos de los mayores, otra vez, sin ninguna resistencia, y todos jugarían juntos.

Finalmente reflexionemos si vivimos en casa los siguientes puntos:

  1. Demostrar que el espíritu de servicio hacia los demás es una fuente de compensaciones profundas, que nada puede sustituirlas. Fomentar el saber compartir la vida con los padres, con los compañeros, con los abuelos, con los enfermos, con los que tienen menos posibilidades de todas clases, físicas o materiales.

  2. Que demuestren su fortaleza en sus responsabilidades, desde retrasar el tomar una golosina hasta después de la comida principal, cuando son pequeños, a ser austeros en las comidas, sobrios en los gastos, en las diversiones, que tengan la seguridad de que en las cosas pequeñas encontrarán muchos motivos para esforzarse y ser felices.

  3. Procurar la convivencia con otros niños y niñas, fuera de las horas de escuela, especialmente si sólo se tienen uno o dos hijos. Saber razonar, sin imponer, el porque de ceder las propias cosas. Llegar al corazón de los nuestros para aprender a vivir el desprendimiento de los bienes materiales.