Conocimiento del carácter de los hijos (I)

 

 Victòria Cardona
 Educadora Familiar

 

 

Introducción

Empezamos hoy la ampliación del Curso de Formación para Padres que concluimos el pasado 11 de octubre. El objetivo de esta nueva etapa es profundizar en los diferentes temas tratados anteriormente, y pretendemos dotar a los padres de una herramienta útil que los ayude en la educación y formación de los hijos, así como en las relaciones y la comunicación dentro del ámbito familiar.

El tema con que iniciamos este nuevo curso hace referencia al conocimiento y aceptación de los hijos. Se estructura en 4 artículos:

  1. Conocimiento del carácter de los hijos (I)

  2. Conocimiento del carácter de los hijos (II)

  3. Comunicación entre padres e hijos

  4. Aceptación, estimación y valoración, base de la autoestima personal


Conocimiento del carácter de los hijos (I)

Para saber educar, es necesario el conocimiento de cada uno de nuestros hijos. También, el propio conocimiento nos es de gran ayuda. Ya Sócrates decía: ''Conócete a ti mismo''. Del conocimiento propio, de la aceptación de nuestras limitaciones y del esfuerzo que hacemos para crecer en virtudes, nace la fuerza para educar. No olvidemos nunca que educamos por ósmosis y por contagio. No podemos hablar de mejora si nosotros mismos no nos damos prisa en rectificar cuando nos equivocamos, o no tenemos paciencia con nuestros defectos. Haciendo referencia a la educación de nuestros hijos, es importante observar cómo reaccionan para comprender muchas de sus maneras de actuar. Para saber observar, tenemos que ofrecer mucho de nuestro tiempo al negocio más importante de nuestra vida: la educación de los hijos. Se trata de que sean responsables y se desarrollen correctamente, con seguridad y con la autoestima necesaria para afrontar todas las circunstancias de su vida de forma positiva.

Dedicando tiempo y con observación y serenidad, no hablaremos a todos de la misma manera, ya que consideraremos que son personas únicas, irrepetibles y, por tanto, desiguales. Es una equivocación creer que los padres tienen que educar a todos los hijos de la misma manera. Por eso, hoy reflexionaremos sobre algunas particularidades del carácter que nos sirvan de pauta para mejorar nuestra actuación, para conocer mejor y comprender mejor a estos hijos. Es una herramienta de la psicología que se tiene que utilizar convenientemente, con sentido común, teniendo en cuenta que es sólo un apoyo, ya que lo fundamental para conocer es amar a cada hijo como es y extraer al máximo sus posibilidades.

Los tres rasgos característicos del carácter son, según Le Senne: la resonancia, la emotividad y la actividad. La resonancia es la repercusión que las impresiones tienen sobre el ánimo de cada persona. Hay personas que reaccionan más impulsivamente. En ellas las impresiones tienen un efecto inmediato y las olvidan al momento: las llamamos primarias. Y en los que reaccionan de una manera más reflexiva, las impresiones perduran en su conciencia e influyen en su conducta, incluso cuando ha pasado mucho tiempo: las llamamos secundarias. Por ejemplo, si a una persona primaria le dan un pisotón en el autobús, su reacción será de protesta pero, antes de llegar al final de su trayecto, ya lo habrá olvidado. Una persona secundaria, en cambio, con el mismo pisotón, no dirá nada, pero el disgusto le durará un rato después de pasarle este hecho. De una manera sencilla, aquí tenemos la diferencia. Igualmente, ante una ofensa recibida, el que es primario olvidará fácilmente, pero no así el que es secundario, que vive más del pasado.

Con respecto a la emotividad, si miramos la fotografía que encabeza el artículo, vemos que tenemos un niño emotivo. El emotivo se conmueve por todo, aunque a veces no se note. Tiene cambios de humor, inquietud, impresionabilidad. En una familia, viendo todos la misma película y con la forma de reaccionar ante una escena, captaremos quién es el más emotivo. El no emotivo, ya lo dice la misma palabra, no se conmueve fácilmente. Se muestra normalmente tranquilo y de humor poco variable.

La actividad es lo más difícil de averiguar. Podríamos confundirla con el movimiento continuo de las personas impulsivas o nerviosas. Puede decirse que el activo tiene que obrar constantemente, que incluso en el tiempo libre busca situaciones para actuar; mientras que el inactivo es una persona que actúa poco, y cuando lo hace es, especialmente, por afán de superación, por amor, por obligación o por cumplimiento del deber, aunque puede estar sin actuar mientras deja correr la imaginación o descansar sin hacer nada. El activo lo hace por el placer de actuar. El inactivo no tiene esta inclinación.

Éstos son los rasgos principales del carácter. Servirán para identificar la manera de ser y, sobre todo, para comprender no sólo a nuestros hijos sino también a nuestra familia y a las personas con las que nos relacionamos. También para aceptarnos a nosotros mismos. Nunca colocaremos ninguna ''etiqueta'' a nadie porque todo es susceptible de mejora. Todas las personas tenemos capacidad para mejorar y rectificar, si estamos oportunamente motivadas.