EPÍLOGO

 JESU-CRISTO: estas dos palabras no son el nombre y apellido con que Jesús estaba empadronado en el censo de Nazaret. El profeta nació, vivió y murió con el sólo nombre de "Jesús"; y con ese nombre de galileo lo conoce la historia.

"Cristo", en cambio, es nombre de misión, y designa al enviado divino de la salvación. Reconocer que Jesús es el Cristo es ya confesión de fe cristiana.

"Cristo" es nombre póstumo, reconocimiento tardío del significado salvífico de la historia terrena de Jesús. Antes de la pascua los discípulos llegaron a este reconocimiento sólo tímida y esporádicamente, por una especie de sospecha reiteradamente suscitada por la actividad del Maestro. La tragedia de la cruz, que eliminó al Maestro, dio al traste también con aquellos rudimentos de fe. Cuando los discípulos volvieron a creer, doblegados por la fuerza de la experiencia pascual, se entregaron a rastrear, en sus memorias todavía frescas, los signos de la discreta y atormentada autorrevelación de Jesús.

La percepción de la mesianidad fue tan fuerte, que "Cristo" se unió espontáneamente a "Jesús" para formar un único nombre personal, del que se predicaron los títulos de "Señor" e "hijo de Dios". Pero en las fórmulas de anuncio misionero se prefiere distinguir todavía "Cristo" de "Jesús", para que la mesianidad emerja como objeto específico de la predicación cristiana: "Jesús es el Cristo, el hijo de Dios" (Jn 20,30).

Al confesar a Jesús como Cristo, la iglesia apostólica no miraba tanto al pasado cuanto al presente y al futuro. Al presente, es decir, a la resurrección, que para ella significaba la plena manifestación y realización de su "ser-Cristo", la entronización gloriosa de aquel Mesías cuya vida precedente apenas había dejado entrever como tal. Al futuro, es decir, a su venida escatológica, momento en que la historia se sometería plenamente a su señorío mesiánico, por el que la iglesia suspiraba con su invocación: "¡Maranathá, ven, Señor!".

A imitación de la predicación apostólica, también la predicación de la Iglesia posterior debe anunciar el carácter decisivo del hecho específico de que Jesús es el Cristo. "Sólo la rutina verbal ha podido ser capaz de atenuar la fuerza sobrecogedora de ese doble nombre; y, privándonos de ese sobrecogimiento, mantiene oculto lo que debería ser incesantemente predicado. La fe en su totalidad consiste en la osada afirmación de ese doble nombre, que proclama la función decisiva de Jesús para la historia universal y la realización efectiva, en esa misma historia, de la función de Cristo.

El interés por el Jesús de la historia no debe ser considerado como interés exclusivo, ni siquiera preferencial, por la humanidad de Jesús. Aunque ese juicio se ha dado alguna vez. Es cierto que el historiador se limita a constatar la singularidad del fenómeno-Jesús y su extraordinaria conciencia personal; en realidad, el puro historiador no puede ir más allá, Pero el creyente dispone del conocimiento de su fe, en nombre del cual interpreta aquel fenómeno humano singular y aquella conciencia extraordinaria como el lugar en que llega a nosotros la revelación divina de la mesianidad y divinidad de Jesús. Conocer al Jesús de la historia es indispensable para conocer la revelación del Hijo de Dios. Fuera de aquella historia, narrada e interpretada por la fe de los apóstoles, ¿qué otra cosa podríamos saber del hijo de Dios? La historia de Jesús, toda ella, es revelación del Hijo; esa revelación, toda ella, no se limita al momento del milagro y de la resurrección; también la tentación y el llanto, los gozos y las esperanzas, la vida y la muerte, revelan y ofrecen al mundo a aquel que es el Hijo y el Cristo de Dios (cf Vaticano II Dei Verbum 4). La historia evangélica es la manifestación del Hijo único del Padre, que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros (cf Jn 1,14).

 LA UTOPÍA DE JESÚS: EL REINO DE DIOS

El anuncio de la cercanía del Reino es el resumen de la "Buena Noticia".

Reinado o Reino de Dios: ambas expresiones designan una realidad nueva: la sociedad humana alternativa. El "Reinado de Dios" considera esa sociedad desde el punto de vista de la acción de Dios sobre el hombre, individuo y colectividad. El "Reino de Dios" denota a los individuos y a la colectividad que viven y experimentan la acción divina.

El Reino de Dios no puede identificarse con la beatitud después de la muerte, como se hacía hasta hace no muchos años. El Reino de Dios debe ejercerse en la historia y el Reino debe ser una realidad dentro de esta historia.

En los Evangelios aparecen los dos aspectos de la nueva realidad: el cambio personal (aspecto individual, "el hombre nuevo") y el cambio de las relaciones humanas (aspecto social, "la sociedad nueva"). No habrá nueva sociedad si no existe un hombre nuevo. La realización individual del Reino, la constitución del hombre nuevo, tiene lugar cuando el individuo, por la asimilación del mensaje de Jesús, decide entregarse a los demás. Como respuesta a esta entrega, Dios potencia al hombre comunicándole su propia fuerza de vida (el Espíritu); dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad verdaderamente humana. La índole social del Reino se describe en la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32), en la que Jesús desmiente el ideal de grandeza de las profecías sobre el reino (Ez 17,22s) para afirmas su existencia como realidad modesta, aunque visible, en la sociedad humana.

Una presentación parecida de ambos aspectos se hace en las parábolas del tesoro y la perla (aspecto individual) y en la de la levadura (aspecto social) (Mt 13,44-46; 13,33). En todo caso, no se forma parte del Reino por pertenecer a una raza o a una nación, como creían los judíos, sino por opción personal, abierta a todo hombre.

"Mi Reino no es de este mundo" (Jn 18,36), debe traducirse "la realeza mía no pertenece al mundo/orden este". Jesús afirma que es rey, pero distingue la calidad de su realeza -que no se apoya en la violencia- de la de los reyes de su época -basada en la fuerza de las armas-. Jesús es Rey porque comunica libertad y vida, y esta acción se verifica en la historia.

Por lo demás, es obvio que, en las parábolas, Jesús presenta el Reino como una realidad que crece, se desarrolla y encuentra dificultades. Eso tiene lugar necesariamente en la historia.

El Reino o Reinado de Dios presenta, pues, la alternativa a la sociedad injusta, proclama la esperanza de una vida nueva, afirma la posibilidad del cambio, formula la utopía. Por eso constituye la mejor noticia para la humanidad y la oferta permanente de Dios a los hombres, de los que espera respuesta. Su realización es siempre posible.

Es lógico, pues, que el primer paso para la creación de esa nueva sociedad sea el cambio de vida ("enmendaos") que pide Jesús en conexión con el anuncio del reino; sin un cambio profundo de actitud por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pasado de injusticia, no hay posibilidad alguna de empezar algo nuevo. El Reino exige la colaboración del hombre. La conversión implica el descontento con la situación existente y el deseo del cambio. Sin esto no hay posible respuesta a Jesús.

Pero la opción del hombre por el Reino de Dios no se queda en la ruptura con la injusticia, supone además un compromiso personal, como el que hizo Jesús en el Bautismo, de entregarse por amor a la humanidad a la tarea de crear una sociedad diferente. Como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, es decir, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esa tarea.

 LA PROCLAMA DEL REINO: LAS BIENAVENTURANZAS

 La utopía del reino de Dios o sociedad nueva la concreta Jesús en las bienaventuranzas, en particular en las ocho que presenta el evangelio de Mt (5,3-10). En ellas se formulan las condiciones indispensables para que se vaya realizando la nueva sociedad, la liberación que su existencia va efectuando en la humanidad, las nuevas relaciones que crea y la felicidad que proporciona.

ESTRUCTURA: + La primera y la última, ambas en presente ("porque esos tienen a Dios por rey"), constituyen el marco para las otras seis.

+ La segunda, tercera y cuarta, expresan en futuro el paso de una situación negativa a otra positiva (del sufrimiento al consuelo, de la sumisión a la libertad, de la injusticia a la justicia).

+ La quinta, sexta y séptima, expresan tres modos de ser o actuar positivos a los que corresponden experiencias de Dios (ayuda para los que ayudan, visión de Dios para los que actúan con sinceridad, condición de hijos para los que trabajan por la paz).

 

La opción inicial

La primera bienaventuranza enuncia la primera condición indispensable para que exista el Reinado de Dios: la opción por la pobreza, renuncia a la riqueza y a la ambición de riqueza. Esta opción es la puerta de entrada al Reino de Dios, es decir, abre la posibilidad de una sociedad nueva, porque estirpa la raíz de la injusticia, la ambición de tener (acumulación de riquezas; prestigio social y dominio de los otros; relaciones de desigualdad, rivalidad y opresión), y rompe con los valores de la vieja sociedad.

La opción por la pobreza se inspira en el amor a la humanidad y en el deseo de justicia y paz (la pobreza a la que Jesús invita no se confunde con la miseria; así lo demuestra la felicidad que él promete a los que hacen esta opción: "Dichosos...". Dios garantiza que cuantos han hecho esa opción dispondrán de los bienes necesarios para su desarrollo humano (Mt 6,25-33).

La invitación de Jesús se hace en plural. Jesús no exhorta a una pobreza individual y ascética, sino a una decisión personal que ha de vivirse dentro de un grupo humano, constituyendo así el germen de la nueva sociedad. En ese ámbito se crean nuevas relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos. Siguiendo el lenguaje metafórico, Dios reina sobre los hombres comunicándoles su Espíritu-vida, estableciendo la nueva relación Padre-hijo. De ese Espíritu, compartido por todos, nace la solidaridad-amor, que asegura tanto el sustento material como el pleno desarrollo personal.

Efecto liberador

En las bienaventuranzas segunda, tercera y cuarta, se describe el efecto que la existencia de grupos que hayan hecho esa opción tendrá en la humanidad pobre y oprimida. La existencia de una alternativa abre la posibilidad de solución e irá suscitando en la humanidad un movimiento liberador. Los oprimidos verán una esperanza.

La liberación se expresa de tres maneras: Los que sufren por la opresión podrán salir de ella ("porque ésos encontrarán consuelo"); los sometidos, los que han sido reducidos a la impotencia arrebatándoles los medios de subsistencia, heredarán la tierra, es decir, gozarán plena libertad e independencia; los que ansían esa justicia verán colmada su aspiración.

Labor de la comunidad

Las bienaventuranzas quinta a séptima exponen las actitudes y objetivos que presiden el trabajo por la nueva humanidad. Son los rasgos propios de la comunidad de Jesús como consecuencia de su opción por la pobreza, que son, al mismo tiempo, rasgos de la humanidad nueva que a partir de ella se irá formando. La comunidad se caracteriza por la solidaridad activa ("dichosos los que prestan ayuda"), por la sinceridad de conducta que nace de la ausencia de ambiciones y que permite un trabajo en el que no se busca para nada el propio interés ("dichosos los limpios de corazón"); y, finalmente, por la tarea crucial de procurar la felicidad a los hombres ("dichosos los que trabajan por la paz"), que resume su misión en el mundo.

Esta manera de ser y de comportarse establece con Dios una relación que se describe en tres rasgos: los que practican la solidaridad experimentarán la solidaridad de Dios ("porque ésos van a recibir ayuda"); los que son transparentes por su sinceridad experimentarán la presencia inmediata y continua de Dios en su vida ("porque ésos van a ver a Dios"); los que trabajan por la felicidad humana tendrán experiencia de Dios como Padre y lo harán presente en el mundo ("porque Dios los va a llamar hijos suyos").

Fidelidad y persecución

La octava y última bienaventuranza enuncia la segunda condición para el Reino: la fidelidad a la opción inicial ya la labor que se desarrolla a partir de ella, desafiando la persecución de que la comunidad será objeto por parte de una la sociedad que no tolera la emancipación de los oprimidos ni el trabajo en favor de ellos (Mt 5,10: "Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad").

La fidelidad expresa la coherencia de la conducta con dicha opción. Excluye, por tanto, todo lo que la desvirtúa y mantiene la plena ruptura con los fundamentos de cualquier sociedad injusta. Esta coherencia se vive dentro de un grupo que, por los valores que profesa, se opone a la sociedad injusta y socaba los principios sobre los que se asienta. Nada tiene de extraño que esta sociedad reaccione con todos sus medios, incluida la violencia, e intente suprimir el estilo de vida que se deriva de la opción por la pobreza.

La persecución, manifiesta o solapada, la presión social, los intentos de marginación, no han de ser para el grupo cristiano motivo de angustia o desesperanza ("Dichosos..."), porque en esa circunstancia experimentará con más fuerza la solicitud divina ("porque ésos tienen a Dios por Rey"), es decir, el amor y la fuerza del Espíritu, que es capaz de superar incluso la barrera de la muerte (Mt 5,11s).

Frente a la falsa felicidad que promete la sociedad injusta, cifrada en la riqueza, el rango social y el dominio sobre los demás, la repetida proclamación que hace Jesús ("Dichosos...") muestra que la verdadera felicidad se encuentra en una sociedad justa que permita y garantice el pleno desarrollo humano. La sociedad injusta centra la felicidad en el egoísmo y el triunfo personal; la alternativa de Jesús, en el amor y la entrega. Mientras la primera, a costa de la infelicidad de muchos, va creando la "felicidad" de una minoría, cerrada en sí misma e indiferente al sufrimiento de los demás, en la sociedad nueva el esfuerzo se concentra en eliminar toda opresión, marginación e injusticia, procurando la solidaridad, la fraternidad y la libertad de todos. Sin este esfuerzo es imposible la relación auténtica con Dios. Jesús proclama "hijos de Dios" a los que procuran la felicidad de los hombres, mostrando que Dios es incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia. Por eso Jesús, presencia de Dios en la tierra, se pone de parte de los humillados y explotados; con esto se juega su prestigio; es evidente que los poderosos tomarán partido contra Jesús. Pero también Dios mismo se juega su prestigio; El Dios verdadero no ser´aceptado por los opresores de la tierra, se buscarán otros dioses.