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Gentileza
de http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
PRIMERA PARTE
¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANO HOY EN AMÉRICA
LATINA?
1. AMERICA LATINA CONTINENTE POBRE Y
CRISTIANO
América Latina es, desde hace cuatro siglos, un
continente pobre y cristiano. La inmensa mayoría del continente vive en
situaciones de hambre y miseria, que se manifiestan en la mortalidad infantil,
muy elevada, falta de vivienda digna, problemas de salud, salarios bajísimos,
desempleo y subempleo, inestabililidad laboral, migraciones masivas,
analfabetismo, marginación de indígenas y afro-americanos, esclavitud de la
mujer, etc. (DP 29-41). A estos problemas económicos se suman los que nacen de
los abusos de poder, típicos de los gobiernos de fuerza (DP 42-46).
Pero este pueblo es cristiano, y en su mayoría católico.
Esto implica no sólo haber sido bautizado, sino haber asimilado los valores
profundos del Evangelio, que se han insertado en sus riquezas humanas,
culturales y religiosas ancestrales.
Ahora bien, resulta contradictorio con el ser
cristiano, la forma como muchos cristianos de América Latina viven su fe. Por
una parte, una minoría rica y poderosa, se llama cristiana y defensora de la
tradición occidental y utiliza la fe como instrumento para mantener sus
privilegios de grupo social, sometiendo a las mayorías a una situación
infrahumana. Por otro lado, grandes masas populares viven su fe cristiana de
forma alienante. Para muchos, la fe es sólo una ayuda para resignarse más fácilmente
y esperar la compensación del premio en la otra vida. El cristianismo se
convierte de hecho en una droga, en anestésico adormecedor.
Puebla reacciona frente a esta situación:
"Vemos a la luz de la fe, como un escándalo
y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y
pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las
grandes masas. Esto es contrario al plan del creador y al honor que le debe. En
esta angustia y dolor la Iglesia discierne una situación de pecado social, de
gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen
capacidad de cambiar (DP 28).
Frente a esta situación de pobreza y de
cristianismo alienante y alienado, surge hoy en toda América Latina una doble
toma de conciencia. Por un lado, se comienza a ver esta situación de pobreza
como no casual ni natural, sino fruto de estructuras económicas, sociales y políticas
injustas (DP 30).
Y también existe en toda América Latina un
despertar cristiano, que ayuda a comprender que el Evangelio no puede servir de
excusa para oprimir al pueblo, ni de droga para no intentar cambiar la situación.
Es en este contexto, relativamente nuevo, desde
donde brota la pregunta, ¿qué es ser cristiano hoy en América Latina? La
pregunta por el significado del cristianismo no es nunca abstracta, sino que
siempre dice referencia concreta a un lugar y a una época. Por esto, antes de
intentar responder a esta cuestión, es preciso reflexionar desde dónde se hace
la pregunta. Desde el continente de América Latina, pobre y cristiano, que
comienza a tomar conciencia de su doble condición de pobre y de creyente, surge
la pregunta sobre el significado de la vida cristiana. Seguramente ser cristiano
es diferente de lo que muchos han creído hasta ahora.
2. SER CRISTIANO NO ES SIMPLEMENTE. . .
Antes de responder de forma positiva a la pregunta
sobre el ser cristiano, es necesario deshacer los equívocos de falsas o
insuficientes definiciones del cristianismo.
1. Ser cristiano no es simplemente hacer el bien y
evitar el mal.
Hay muchas personas honestas, que trabajan por
construir un mundo mejor e intentan luchar contra la corrupción y la
injusticia. Les mueven motivos nobles y una ética humanística. Sin embargo, a
pesar de sus aportes positivos y sus valores humanos, no por esto pueden ser
llamados propiamente cristianos.
2. Ser cristiano no es simplemente creer en Dios.
judíos y mahometanos, budistas e hindúes, y miembros de otras grandes
religiones de la humanidad, creen en Dios, origen y fin último de todo, pero no
creen en Jesucristo. Por más que sus vidas y esfuerzos estén bajo el amor
providente de Dios y la fuerza de su Espíritu, no pueden ser llamados
cristianos.
3. Ser cristiano no consiste simplemente en cumplir
unos ritos determinados. Toda religión posee ceremonias y ritos simbólicos,
pues de lo contrario se convertiría en un mero intelectualismo ético para
minorías. Pero no basta haber sido bautizado, haber hecho la primera comunión,
asistir a procesiones, peregrinar a santuarios marianos, celebrar festividades
para poder ser identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús
eran muy fieles en sus ritos y sin embargo Jesús los denunció cómo hipócritas
(Mt 23). El rito es necesario, pero no suficiente para ser cristiano.
4. Ser cristiano no se limita a aceptar unas
verdades de fe, en unos dogmas, recitar el Credo o saberse el catecismo de
memoria. Muchos que profesan la doctrina cristiana recta, están en la práctica
muy lejos del Evangelio. Es necesario aceptar la fe de la Iglesia, conocer sus
leyes y preceptos, pero esto no basta para ser cristiano. El cristianismo no es
sólo una doctrina.
5. Ser cristiano no se identifica con seguir una
tradición, que se mantiene de siglos a través de un ambiente. Toda religión
reconoce la importancia del peso de la historia, pero el cristianismo no es
simplemente una cultura, un folklore, un arte, una costumbre inmemorial que se
transmite a través de los años.
6. Ser cristiano no puede consistir únicamente en
prepararse para la otra vida, esperar en el más allá, mientras uno se
desinteresa de las cosas del presente o se limita a sufrirlas con resignación.
La fe cristiana afirma la existencia de una vida eterna y la consumación de la
tierra pero la esperanza de una tierra nueva no debe amortiguar la preocupación
por transformar y cambiar esta historia (GS 39). Por esto no se puede llamar
cristiano a quien se inhibe de las preocupaciones históricas, con la excusa del
cielo futuro.
Ser cristiano no se identifica con ninguna de estas
posturas u otras semejantes. Algunas son previas al cristianismo (hacer el bien,
creer en Dios), otras admiten elementos necesarios pero no suficientes
(practicar ritos, aceptar verdades), otras son mutilaciones del cristianismo
(reducirlo a una tradición o a la espera de los bienes eternos). Seguramente la
contradicción del cristianismo de América Latina nace de que muchos cristianos
se identifican con algunas de estas formas inadecuadas de cristianismo. El
resurgir de la Iglesia latinoamericana está ligado a una visión más auténtica
del ser cristiano.
3. SER CRISTIANO ES SEGUIR
A JESUS
No se puede ser cristiano al margen de la figura
histórica de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y Dios
Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo cristiano no es simplemente una
doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa, sino que cristiano es
todo lo que dice relación con la persona de Jesucristo. Sin él no hay
cristianismo. Lo cristiano es El mismo. Los cristianos son seguidores de Jesús,
sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los discípulos de Jesús fueron
llamados cristianos (Hch 11,26).
La vida cristiana es un camino (Hch 9,2), el camino
de seguimiento de Jesús. Los Apóstoles, primeros seguidores de Jesús, son el
modelo de la vida cristiana. Ser cristiano es imitar a los Apóstoles en el
seguimiento de Jesús. De los Apóstoles se dice que siguieron a Jesús. (Lc
5,11) y a este seguimiento es llamado todo bautizado en la Iglesia. Los Apóstoles
no fueron únicamente los discípulos fieles del Maestro, que aprendieron sus
enseñanzas, como los jóvenes de hoy aprenden de sus profesores. Ser discípulo
de Jesús comportaba para los Apóstoles estar con él, entrar en su comunidad,
participar de su misión y de su mismo destino (Mc 3,13-14; 10, 38-39). Seguir a
Jesús hoy no significa imitar mecánicamente sus gestos, sino continuar su
camino "pro-seguir su obra, per-seguir su causa, con-seguir su
plenitud" (L. Boff). El cristiano es el que ha escuchado, como los discípulos
de Jesús, su voz que le dice: "Sígueme" (Jn 1,39-44; 21,22) y se
pone en camino para seguirle.
¿Pero qué supone seguir a Jesús?
1. Seguir a Jesús supone reconocerlo como
Señor.
Nadie sigue a alguien sin motivos. Los Apóstoles
siguieron a Jesús porque reconocieron que El era el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo (Jn 1,29-37), el Mesías, el Cristo (Jn l,41), Aquél de
quien escribieron Moisés en la ley y los profetas (Jn 1,45), el Hijo de Dios,
el Rey de Israel (Jn 1,49). Ante Jesús, Pedro exclama antes de seguirle:
"Señor, apártate de mí, que soy un pecador" (Lc 5,8). Los Apóstoles
reconocen que Jesús es Aquél que los profetas habían anunciado como Mesías
futuro y que Juan Bautista había proclamado como ya cercano (Jn 1,26; Lc 3,16).
Hoy el cristiano reconoce a Jesús como el Camino,
la Verdad y la Vida (Jn 14,6), la Puerta (Jn 10,7), la Luz (Jn 8,12), el Buen
Pastor (Jn 10,11, 14), el Pan de Vida (Jn 6), la Resurrección y la Vida (Jn
11,25), la Palabra encarnada (Jn 1,l4), el Cristo, el Hijo del Dios Vivo, (Mt
16,16), el Hijo del Padre (Jn 5,19-23; 26-27; 36-37; 43 ss), el que existe antes
que Abraham (Jn 9,58), el Señor Resucitado (Jn 20-21), el Juez de Vivos y
Muertos (Mt 35,31-45), el Principio y el Fin, el que es, era y ha de venir, el
Señor del Universo (Ap 1,8).
El cristiano no sigue, pues a cualquiera, sino al Señor
de quien parte la iniciativa para que le sigamos. El es quien siempre llama y
nos dice a cada uno de nosotros "Sígueme". El llamado viene de El, a
través de la Escritura, de la Iglesia o de los acontecimientos de la historia.
Ante esta vocación el cristiano exclama como Pedro: ¿"Señor a quién iríamos"?
Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo Dios " (Jn 6,68).
La fe cristiana no consiste propiamente en aceptar
doctrinas, sino en reconocer a Jesús como Señor y seguirle. El Credo es la
profesión de fe del que sigue a Cristo. El Credo que se enseñaba a los catecúmenos
en el tiempo de preparación al bautismo, no era una simple lección de memoria,
sino la contraseña que les identificaba como seguidores de Jesús ante el
mundo. Sabían a quien seguían, sabían de quién se habían fiado, y como
Pablo, todo lo consideraban basura en comparación de haber conocido y poder
seguir a Cristo (Flp 3,7-21).
Seguir a Jesús es convertirse al Señor, cambiar la
orientación de la vida. Significa escoger la vida en vez de la muerte (Dt
30,19). Significa renunciar al Maligno y su imperio de muerte (Jn 8,44) y
adherirse a Cristo. Los primeros cristianos en el catecumenado realizaban una
solemne renuncia a Satanás y sus estructuras antes de adherirse a Cristo por el
bautismo. Todavía quedan en nuestra liturgia bautismal los vestigios de esta
renuncia. Pero todo ello debe hoy profundizarse. Nadie puede servir a dos señores,
a Dios y al dinero (Mt 6,24).
2. Seguir a Jesús significa aceptar su
proyecto
Jesús tiene un proyecto, una misión: anunciar y
realizar el Reino de Dios (Mc 1,15). Este es el plan que el Padre le ha
encomendado, formar una gran familia de hijos y hermanos, un hogar, una
humanidad nueva, los nuevos cielos y la nueva tierra que los profetas habían
predicho (Is 65, 17-25). Esta es la gran Utopía de Dios, el auténtico paraíso
descrito simbólicamente en el Génesis (Gen 1-2), donde la humanidad vivirá
reconciliada con la naturaleza, entre sí y con Dios, de modo que el hombre sea
señor del mundo, hermano de las personas e hijo de Dios (DP 322). Esta gran
Buena Noticia es algo integral, ya que abarca a toda la persona humana (alma y
cuerpo), a todo el mundo (personas y comunidades) y aunque consumará en el más
allá, debe comenzar ya aquí en nuestra historia. Este Reino de Dios es
liberación de todo lo que oprime a la humanidad, del pecado y del Maligno (EN
9). Es en este contexto que tiene sentido explicar y aprender el Padre Nuestro,
como se hacía en el antiguo catecumenado. El Padre Nuestro no es sólo una fórmula
para orar, sino un compendio del programa de Jesús. El Reino del Padre, el
cumplimiento de su voluntad, un mundo donde haya pan y perdón, liberado de todo
mal y victorioso de toda tentación. En ello el Padre es glorificado, pues la
gloria de Dios consiste en que el Reino de Dios venga a la humanidad y todo el
mundo viva como hijo del Padre.
Las parábolas del Reino hablan de esta gran Utopía
de Dios como un tesoro y una perla, por cuya adquisición vale la pena venderlo
todo (Mt 13,44-46). Los Apóstoles ante el proyecto de Jesús, dejan sus barcas
y redes y le siguen (Lc 5,11), mientras que el joven rico se alejó triste de
Jesús porque tenía muchas riquezas y no quería aceptar el proyecto de
fraternidad universal de Jesús (Mt 19,22). Para seguir a Jesús las riquezas
son un gran impedimento (Mt 19,23-21; Lc 6,24-26; 12,13-24), lo cual contrasta
con la opinión y la práctica de muchos ricos de América Latina, que se
consideran muy cristianos.
3. Seguir a Jesús supone proseguir su
estilo evangélico
El programa de Jesús, el Reino de Dios, es
inseparable de su persona, en el Reino de Dios se encarna y personifica, con El
el Reino se acerca a la humanidad (Lc 11,20). Jesús posee un estilo peculiar de
anunciar y realizar el Reino.
Nacido pobre (Lc 2,6-7), hijo de una familia
trabajadora sencilla (Lc 1,16; 4,22; Mc 6,3), se siente enviado a anunciar la
Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18) y sanar a pecadores, enfermos y marginados (Lc
7,21-23). Jesús a lo largo de su vida va discerniendo lentamente su misión y
el camino que el Padre desea. Rechaza las tentaciones de poder y prestigio (Lc
4), reconoce que el Padre revela el misterio de Dios a los sencillos y lo oculta
a los sabios y prudentes (Mt 11,25-26), se va solidarizando en todo a los
hombres menos en el pecado (Hb 4,15), se compadece del pueblo disperso como
ovejas sin pastor (Mc 34), bendice al pueblo pobre (Lc 6,21-23) y maldice a los
ricos (Lc 6,24-26) y a los fariseos hipócritas (Mt 23).
Hace de los pobres los jueces de la humanidad y toma
como hecho a sí mismo cuanto se haga u omita con los pobres (Mt 25, 31-45; Mc
9, 36-37).
Esta opción de Jesús le produjo conflictos y le
llevó a la muerte. Su muerte es un asesinato tramado por todos sus enemigos,
pero su resurrección no sólo es el triunfo de Jesús , sino la confirmación
por parte del Padre de la validez de su camino. Mientras vivió en este mundo,
Jesús fue tenido por loco (Mc 3,21), blasfemo (Mt 26,65), borracho (Lc 7,34),
endemoniado (Lc 11,15), pero el Padre resucitándolo muestra que el camino de
Jesús es el auténtico camino del Reino y que Jesús tenía razón en haber
seguido el estilo evangélico del Siervo de Yavé (Is 42;49;50;53). Lo
proclamado misteriosamente en el Bautismo (Mc 1,9-11) y la Transfiguración (Mc
9, 1-8), se realiza en la Resurrección: Jesús es realmente el Hijo del Padre y
a El hay que escucharle y seguirle. Seguir a Jesús es tomar la cruz y perder la
vida, pero para ganar la vida y salvarse (Mc 8,34-35).
Algunos resumen este estilo evangélico en los
Mandamientos de la ley de Dios, ofrecidos por Moisés al pueblo de Israel (Ex
20, 1,21; Dt 5). Pero el decálogo deberá entenderse a la luz de la liberación
de la esclavitud de Egipto (Ex 20,1; Dt 5, 6 ) y por lo tanto como leyes para
vivir en la libertad de los hijos de Dios, como camino de bendición y de vida,
para evitar la esclavitud, la maldición y la muerte (Dt 30, 29-31). Pero en
todo caso el decálogo debería completarse con las Bienaventuranzas del NT (Mt
5; Lc 6), que marcan el camino del Evangelio y radicalizan y completan el AT. El
camino de Jesús no es de los Faraones y poderosos de este mundo, sino el de la
libertad, la fraternidad y la solidaridad con el pueblo pobre. Este es el camino
de bendición que lleva a la vida, mientras que el otro conduce a la maldición
y a la muerte propia y ajena. Jesús bendice al pueblo pobre y maldice a los
ricos. Este es el estilo evangélico de Jesús, que a través de la cruz lleva a
la Resurrección.
4. Seguir a Jesús es formar parte de su
comunidad
Jesús aunque llamó a los discípulos
personalmente, uno por uno, a su seguimiento, formó con ellos un grupo, los
doce, a los que luego se añadieron hombres y mujeres hasta constituir una
comunidad: la comunidad de Jesús (Lc 8,1-3). Este modo de actuar del Señor no
es casual, sino que corresponde al plan de Dios de formar un pueblo, a lo largo
de la historia, para que fuese semilla y fermento del Reino de Dios (LG 9 ). El
pueblo de Israel en el AT, fue elegido y formado lentamente por Yavé, desde
Abraham hasta María, era figura y semilla del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia,
que Jesús preparó y que nació por obra del Espíritu en Pentecostés (Hch 2).
La Iglesia es la comunidad que mantiene la memoria de Jesús a través del
tiempo, es su Cuerpo visible en la historia (1 Cor 12), continúa profetizando
el proyecto de Jesús a todos, anuncia el Reino a los pobres, denuncia el pecado
y va realizando la fraternidad y la filiación de la humanidad, hasta hacer de
ella la nueva humanidad, los nuevos cielos y la nueva tierra en la nueva Jerusalén,
donde existirá plena comunión entre Dios y la humanidad (Ap 21).
La Iglesia prolonga en la historia el grupo de discípulos
de Jesús y es la comunidad que prosigue la misión de Jesús en este mundo. Es
sacramento de Jesús, sacramento de salvación liberadora en nuestra historia
concreta (LG 1;9; 48). Sus pastores (Papa, Obispos. . .) le guían en esta misión,
prolongando la función de Pedro y los Apóstoles (Mt 16,18-19). Los sacramentos
no son simples ritos para la salvación individual, sino momentos fuertes de la
vida de la comunidad eclesial, y su centro es la Eucaristía, el sacramento que
alimenta a la Iglesia con el Cuerpo y Sangre de Cristo y la va edificando como
Cuerpo de Cristo en la historia (1 Cor 10,17). La catequesis de los sacramentos
debe enmarcarse dentro de la comprensión de la Iglesia como comunidad de Jesús.
Querer seguir a Jesús al margen de la Iglesia es un
peligroso engaño ya que, como Pablo descubrió en su conversión (Hch 9,5-6),
la comunidad de los cristianos es el Cuerpo de Jesús (l Cor 12, 27), es Cristo
presente en forma comunitaria. Pero la Iglesia deberá continuamente convertirse
al Reino de Dios, objetivo central de su misión, y deberá recordar siempre que
Jesús siendo rico se hizo pobre ( 2 Cor 8,9j) y fue enviado para evangelizar a
los pobres y salvar lo perdido (Lc 4,l8; 19,10), como el Vaticano II proclama (LG
8) y la Iglesia de América Latina ha recogido al hablar de la opción
preferencial por los pobres (DP 1134).
5. Seguir a Jesús es vivir bajo la fuerza
del Espíritu
Seguir a Jesús, formar parte de su comunidad,
continuar su proyecto en la historia de hoy, son realidades que nos superan. Por
esto Jesús prometió el Espíritu a sus discípulos (Jn 14, l7) y este Espíritu
es la fuerza y el aliento vital que anima, vivifica, guía, santifica, enriquece
y lleva a su plenitud la comunidad de los seguidores de Jesús (LG 4). El Espíritu
convierte el seguimiento en una vida nueva en Cristo, en una comunión vital con
el Resucitado en su Iglesia, nos hace pasar de la ética voluntarista a la mística
del permanecer en El y vivir de su savia vital, como el sarmiento en la vid (Jn
15).
Este Espíritu, don de Dios para los tiempos del Mesías
(Jl 2) es un Espíritu de justicia y derecho para los pobres y oprimidos (Is 11;
42; 61), el Espíritu que guió toda la vida y la misión de Jesús (Lc 4,18),
el cual ungido por el Espíritu pasó por el mundo haciendo el bien y liberando
de la opresión del Maligno (Hch 10,38). Este Espíritu es el que nos hace
llamar a Dios, Padre (Gal 4,4) y es el que gime en el clamor de la creación y
de los pueblos en busca de su liberación (Rm 8,18-27). En el clamor de los
pobres de América Latina, el Espíritu clama y pide liberación (DP 87-89).
Este Espíritu es el que da fortaleza a los perseguidos y mártires del
continente (Mc 13,11) y es el que da esperanza y alegría al pueblo de América
Latina, haciéndole esperar días mejores: son dolores de parto de algo nuevo
que está naciendo(Jn l6,21).
Seguir a Jesús implica aceptar y comenzar a vivir
todo esto. Es un camino que requiere discernimiento para ir recreando en cada
instante de la historia las actitudes de Jesús y los llamados de su Espíritu.
Por todo ello ser cristiano en América Latina exige hoy una postura concreta de
seguimiento de Jesús.
4. ALGUNAS CARACTERISTICAS DEL SEGUIMIENTO
DE JESUS EN AMERICA LATINA HOY
Este seguimiento de Jesús hoy en América Latina,
debe revestir algunas características peculiares, dada la situación de pobreza
y miseria de un continente mayoritariamente cristiano.
1. Ser
cristiano en América Latina hoy, supone un cambio de actitud, ya que no puede
prolongarse por más tiempo la situación de una fe que encubra la injusticia
social, sirviendo de instrumento de dominación para unos pocos y de resignación
para la mayoría. Este cambio de actitud supone una conversión tanto de corazón
como de mentalidad y sobre todo de práctica cristiana. Podríamos resumir esta
conversión como el paso de una religiosidad meramente sociológica a una fe
personal; de una religiosidad meramente de conceptos y doctrina a una fe vital y
existencial; de una religiosidad espiritualista a una fe integral e histórica;
de una religiosidad meramente privada a una fe pública; de una religiosidad
individualista a una fe comprometida y solidaria con los sectores populares y
empobrecidos.
2. Ser
cristiano en América Latina hoy significa una clara actitud de rechazo y
denuncia de la realidad injusta de América Latina, ya que es pecado y contraria
a los planes de Dios (DP 28). Dios no quiere que el continente de América
Latina siga marcado por los signos de muerte: muerte precoz, vida inhumana,
muerte violenta. Esta situación de muerte nace del pecado personal y social de
América Latina y de una auténtica idolatría: el dinero, la riqueza, la plata
se absolutiza como el Dios absoluto (Col 3,5), al que se somete todo lo demás.
El cristianismo frente a esta situación, debe recordar que nadie puede servir a
dos señores, a Dios y a la riqueza (Mt 6.24) y que debe renunciar al dominio de
Satanás en su vida personal y social, como los primeros cristianos hacían
antes de bautizarse y adherirse a Cristo. Ser cristiano en América Latina
supone un corte radical con todo lo que sea injusticia, corrupción, opresión,
violación de derechos humanos, mentira.
Para esta conversión necesitamos más que nunca de
la oración y de la ayuda del Señor. Sólo El que expulsando demonios demostró
la fuerza victoriosa del Reino de Dios y del Espíritu de Dios (Lc 11,20), es
capaz de realizar en América Latina este gran exorcismo personal y colectivo
que nos libere de la esclavitud demoníaca que nos tiene apresados. Es preciso
tomar postura: quien acepta y fomenta la situación de injusticia, no puede
estar con Cristo (Lc 11,23).
3. Ser
cristiano en América Latina significa comprometerse desde la fe en un cambio de
la realidad. Este compromiso, forma concreta del seguimiento de Cristo, abarca
todas las esferas de la realidad: dimensiones económicas sociales, políticas ,
culturales, religiosas, familiares, personales. . . Es todo un continente que
necesita ser liberado integralmente y que precisa del apoyo de todos. La fe
tiene un gran valor liberador, ya que ataca el mal en su raíz: el pecado
personal y estructural. Pero además la fe posee una gran fuerza inspiradora,
por cuanto presenta la gran Utopía del Reino de Dios y nos ofrece los grandes
valores del Evangelio: el amor, la justicia, el perdón, la esperanza, la
libertad, la fraternidad, la cruz y la Resurrección. La fe no nos ofrece
recetas sociales y políticas concretas, como si del Evangelio se desprendiese
un sistema socio-político concreto, pero sí nos presenta horizontes nuevos,
inspiración y sobre todo la fuerza del Espíritu del Resucitado que va
madurando la historia hacia unos cielos nuevos y una tierra nueva. En esta tarea
tenemos el ejemplo de miles de hermanos nuestros que desde la fe se han ido
comprometiendo, en diversos campos, para la transformación de la realidad.
Algunos de ellos han dado su vida por esta tarea: Mons. O. Romero, L. Espinal,
E. Angelelli. . . y otros han padecido persecuciones, deportaciones y exilio.
Otros muchos siguen adelante buscando no simplemente mejoras accidentales sino
estructurales. El cristiano no puede inhibirse de esta tarea, cualquiera sea su
trabajo y vocación.
4. Ser
cristiano en América Latina significa solidarizarse con los sectores populares,
en esta lucha. Esto supone para los sectores populares el tomar conciencia que
del pueblo consciente y organizado han de venir los cambios radicales y que
cuentan para ello con el ejemplo y la bendición de Señor, que los llamó
bienaventurados y se identificó con ellos. Para los nacidos en otros sectores,
significa que sólo solidarizándose con la causa del pueblo pobre y poniendo
sus capacidades a su servicio, se podrá llevar adelante un cambio de
situaciones. La opción prioritaria de la Iglesia por los pobres se sitúa en
esta perspectiva. El objetivo es que la Iglesia de los pobres sea el rostro auténtico
de la Iglesia de Jesús, como lo deseó Juan XXIII para la Iglesia universal y
los obispos de América Latina. El potencial transformador de los pobres es
inseparable de su potencial evangelizador.
5. Seguir
a Jesús hoy en América Latina significa entrar a formar parte de una comunidad
eclesial concreta, para vivir y alimentar continuamente todas estas exigencias.
Las CEBS ofrecen un lugar óptimo para ello (DM 15, 10-12; DP 641-643). Nuestra
fe necesita ser continuamente alimentada por la Palabra, celebrada en los
sacramentos, discernida y confrontada con los hermanos en la fe, con la tradición
y el magisterio eclesial. El análisis de la realidad que nos circunda y el
compromiso, deben estar siempre iluminados por la fe en el Señor y por el deseo
del seguimiento. Sin ello nuestra postura se reduciría al nivel puramente
humano, social, político, etc. Sólo en un clima de fe y de oración, el
seguimiento de Jesús puede realizarse. Este seguimiento no se agota en
comportamientos éticos sino que debe comenzar la gratuidad del "estar con
el Señor", y el sentido contemplativo. El gozo del seguimiento, la
esperanza contra toda esperanza, la alegría en medio de los conflictos, sólo
puede mantenerse desde la profunda experiencia personal y comunitaria del Espíritu
del Señor. Y todo ello sólo se puede realizar en la comunión eclesial, vivida
desde una comunidad concreta, abierta al resto de la Iglesia continental y
universal.
6.
Finalmente como resumen de todo lo dicho, podríamos afirmar que el seguimiento
de Jesús en América Latina hoy significa luchar a favor del Dios de la vida.
La postura cristiana no puede ser meramente negativa, la lucha contra los dioses
de la muerte se orienta a luchar a favor del Dios de la Vida, del Dios creador
de la vida, de Jesús que ha venido para que tengamos vida abundante (Jn 10,10),
del Espíritu de Vida.
Podríamos resumir todo lo dicho sobre el
seguimiento de Jesús en estos diez mandamientos del Dios de la Vida:
1. Creerás que Dios es el Dios de la Vida, que
desea la vida en abundancia para todos y no la muerte.
2. No utilizarás el nombre del Dios de la Vida,
para atentar contra la vida de nadie.
3. Agradecerás a Dios la vida y la celebrarás como
un gran don y una tarea.
4. Defenderás la vida amenazada y honrarás a los
que te han dado vida.
5. No matarás de ningún modo la vida, pues la vida
es de Dios.
6. Amarás y gozarás la vida sin egoísmos.
7. No te apropiarás de los bienes que han sido
creados para que todos vivan.
8. Compartirás la vida con tu pueblo con toda
verdad.
9. Trabajarás para que todos tengan lo suficiente
para vivir.
10. Pondrás tu vida al servicio de los demás ,
hasta arriesgar tu vida por la vida de los otros.
Estos diez mandamientos se resumen en dos: Amarás
tu vida y la vida de tu pueblo como vida de Dios.
En la medida en que América Latina, pueblo pobre y
creyente, camine por este camino, su cristianismo será auténtico y la realidad
se acercará a la utopía mesiánica que Isaías describió y Mons. Romero
gustaba de repetir a su pueblo:
"Harán sus casas y vivirán en ellas,
plantarán viñas y comerán sus frutos.
Ya no edificarán para que otro vaya a
vivir, ni plantarán para alimentar a otro.
Los de mi pueblo tendrán larga vida como
los árboles, y mis elegidos vivirán de lo que hayan cultivado con sus manos.
No trabajarán inútilmente, ni tendrán
hijos destinados a la muerte, pues ellos y sus descendientes serán una raza
bendita de Yavé " (Is 65,21-23).