Los
cristianos ante la situación social
El liberalismo del siglo XIX tuvo una ideología política y una doctrina económica.
Su grave carencia fue la falta de una preocupación social. Y, sin embargo, la
«cuestión social» era un hecho patente y constituía una de las mayores
novedades históricas de este tiempo. La revolución industrial había dado
lugar a la formación de una nueva clase obrera un «proletariado», concentrado
en los suburbios de las grandes urbes. La situación de esta clase obrera, en
una época de absoluto predominio del capitalismo liberal, fue muy difícil:
jornadas laborales agotadoras, jornales escasos, trabajo infantil, viviendas
insalubres.
El problema social suscitó lógicamente reacciones dirigidas a luchar contra
aquella situación de injusticia. El Anarquismo, uno de cuyos principales
autores fue el ruso Miguel Bakunin, propugnaba la acción violenta, para
terminar con el Estado y una ordenación social injusta. Diversos sistemas «socialistas»,
ideados por doctrinarios como Saint-Simon, Fourier o Proudhon, quedaron pronto
eclipsados por el socialismo de Carlos Marx el «marxismo». Desde el punto de
vista cristiano, tenemos que tener en cuenta que el marxismo, fundado sobre el
materialismo histórico y la dialéctica de la lucha de clases, se manifestó
opuesto a toda religión, considerada por él como una falta de libertad «opio
del pueblo», y mostró particular hostilidad hacia la religión católica.
El proletariado, situado en los suburbios de las grandes ciudades, estaba
constituido en buena parte por inmigrantes procedentes de los medios rurales,
que cambiaron su vida de campesinos por la de obreros industriales. Esta
transformación había implicado para ellos el abandono de pueblos y aldeas
donde tenían vinculaciones familiares y arraigo social y su incorporación a
las masas despersonalizadas de la nueva clase obrera. En el aspecto religioso,
este cambio tuvo a menudo consecuencias negativas.
Desde la primera mitad del siglo XIX, la cuestión social sensibilizó a algunos
católicos, dando lugar a iniciativas generosas dirigidas a paliar tantas
miserias por la vía de la caridad y la beneficencia. Pero tardó en producirse
una toma de conciencia generalizada por parte de los cristianos ante el fenómeno
del nacimiento de la nueva clase obrera. Fueron ciertos países no latinos,
menos afectados por el fenómeno anticlerical, los que registraron antes una
presencia activa de la Iglesia en el mundo laboral. Así, en los Estados Unidos
de América e Inglaterra, donde existía una numerosa población trabajadora de
irlandeses católicos, el asociacionismo sindical no tuvo raíces marxistas,
sino cristianas.
El concilio Vaticano I había reunido abundante documentación acerca de la
cuestión social.. El papa León XIII habló con precisión sobre el tema en la
encíclica Rerum Novarum, que rechazaba por principio la dialéctica de la lucha
de clases y pedía a patronos y obreros una armónica colaboración para el
desarrollo de la nueva sociedad. El papa proclamaba el carácter social tanto de
la propiedad como del salario justo y exhortaba al estado a abandonar la postura
de mero espectador y a controlar las relaciones económicas, sin caer en el
dirigismo socialista. La Rerum Novarum terminaba proponiendo la creación de
asociaciones obreras de inspiración cristiana.
León XIII alentaba la presencia de los católicos en la vida pública. El papa,
por otra parte, en la encíclica Inmortale Dei (19-XI-1885) había declarado la
disposición de la Iglesia a mantener buenas relaciones con cualquier régimen
político que defendiera la libertad.
Los comienzos del siglo XX coincidieron con el final del pontificado de León
XIII, cuya duración de veinticinco años autoriza a considerarlo también como
otro capítulo de la historia cristiana. El anciano papa se había ganado el
respeto del mundo entero, pese a que en algún lugar, como Francia, sus
esfuerzos conciliadores no tuvieron una respuesta satisfactoria. El magisterio
desarrollado por León XIII a través de sus grandes encíclicas había sido de
extraordinaria importancia. Pero la presencia activa de los católicos en la
vida político-social tenía también sus riesgos y en el interior de la Iglesia
se incubaba, además, una crisis doctrinal, que no tardaría en declararse
abiertamente.