El problema del liberalismo


La Restauración terminó en un fracaso y el siglo XIX pasó a la historia como el siglo del liberalismo. La Revolución de 1830 puso fin al Antiguo Régimen en Francia; en España, su desaparición sobrevino tras la muerte de Fernando VII, en el reinado de Isabel II. La Revolución de 1848 fue un violento golpe que sacudió a la mayor parte de Europa y supuso un ulterior avance en la configuración de la nueva realidad social y política. La victoria del liberalismo se dejó sentir en todos los órdenes de la vida.

El liberalismo tenía una doctrina política y económica; pero se fundaba además en una ideología, que enlazaba con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII. Una concepción antropocéntrica del mundo y de la existencia constituía la base de esa ideología liberal. Para ella, los hombres no sólo serían libres e iguales, sino también autónomos, es decir, desvinculados de la ley divina, que no era reconocida socialmente como norma suprema. La libertad de conciencia y pensamiento, de asociación y de prensa, serían derechos absolutos de las personas; la fuente de toda legitimidad de poder provenía del pueblo. Ninguna diferencia hacía la doctrina liberal entre el Cristianismo y las demás religiones. La religión era un asunto que incumbía tan sólo a la intimidad de las conciencias, y la Iglesia, separada del Estado, quedaría al margen de la vida pública y sujeta al derecho común, como cualquier otra asociación.

La ideología liberal contenía, sin duda, elementos de genuina raigambre cristiana, pero mezclados con otros de origen muy diverso, que favorecían la secularización de la vida social, el naturalismo religioso y, en última instancia, el ateísmo o la indiferencia. Es fácil de comprender que muchos cristianos rechazaran esta ideología y que, aleccionados por las recientes experiencias revolucionarias, se inclinaran en favor de las posturas tradicionales, que postulaban el respeto a los derechos de Dios y de la Iglesia en la vida social.

Los «católicos liberales» mostraban devoción al Papado. Pero la respuesta de Roma fue contraria a las aspiraciones del Catolicismo liberal. La encíclica Mirari vos de Gregorio XVI (15-VIII-1832) condenó los puntos de vista fundamentales de estos grupos: la igualdad de trato a todas las creencias, que conducía al indiferentismo religioso; la separación completa entre Iglesia y Estado, la libertad de conciencia, las libertades ilimitadas de opinión y de prensa.