La batalla de las ideas


La Iglesia afrontó otra prueba no menos importante: la defensa de la verdad frente a corrientes ideológicas que trataron de desvirtuar los dogmas fundamentales de la fe cristiana. Las antiguas herejías (corrientes de ideas contrarias a la verdadera fe) pueden dividirse en tres distintos grupos.

De una parte, existió un judeocristianismo herético, negador de la divinidad de Jesucristo y de la eficacia redentora de su Muerte, para el cual la misión mesiánica de Jesús habría sido la de llevar el Judaísmo a su perfección, por la plena observancia de la Ley. Un segundo grupo de herejías de más tardía aparición se caracterizó por su fanático rigorismo moral, estimulado por la creencia en un inminente fin de los tiempos.

Pero la mayor amenaza interna que hubo de afrontar la Iglesia cristiana durante la edad de los mártires fue, sin duda, la herejía gnóstica. El gnosticismo era una gran corriente ideológica tendente al sincretismo religioso y al panteísmo, muy de moda en los siglos finales de la Antigüedad. El gnosticismo que constituía una verdadera escuela intelectual se presentaba como una sabiduría superior, al alcance de «iniciados».