Historia de la Iglesia
Siglo XVII - Edad Moderna
INTRODUCCIÓN
Es el siglo del absolutismo, donde los soberanos tanto católicos como
protestantes, intentan adueñarse de todas las instituciones. Es más, comienza
en este siglo una ciencia política que busca justificar el absolutismo:
el rey debe poseer todo el poder para garantizar la seguridad de los súbditos.
También se considera a este siglo como el siglo del nacionalismo religioso,
del galicanismo y del jansenismo
De las tres fuentes de autoridad: Dios, rey y ley, una debe identificarse con
las otras dos. El gran teórico es Bossuet hace su propuesta: poder absoluto y
centralizado; la división de poderes es la anarquía. El poder del soberano
viene de Dios solamente y no responde a ningún “pacto social”. El rey es un
enviado de Dios. La máxima expresión del absolutismo está en Francia y en su
monarca Luis XIV.
Hubo una gran identificación entre la iglesia católica, fuertemente protegida
por la monarquía, y el monarca, que pasa a ser algo casi sagrado. La Iglesia
queda sometida al estado, lo que no dejará de causar problemas en el futuro
–galicanismo-. La Iglesia, pues, se ve dominada por el estado y se tiende a un
proceso cada vez más acuciante de laicización. Se desvirtúan las formas de
piedad y una especie de virus antirromano y antijerárquico –regalismo,
jansenismo...- mina las fuerzas de amplios sectores de la vida nacional.
El siglo XVII es, en definitiva, el pórtico por el que van a tener acceso a la
iglesia y a la sociedad cristiana las corrientes desintegradoras del siglo
XVIII. Se abre una fuerte oposición entre dos mundos, germano y latino; dos
ideologías, católica y protestante ; dos estructuras, eclesiástica y laica
liberal; dos épocas, el sistema medieval de los Austrias y el de nueva
versión, liberal y democrática de los príncipes alemanes y de los países del
norte; dos ciencias, la ciencia experimental y el racionalismo filosófico.
La Iglesia perdió la hegemonía de la sociedad: ésta se aparta poco a poco y se
descristianiza. Se abre paso la hegemonía del poder civil, se seculariza la
vida pública y ante el cansancio de las fuerzas católicas, ciencia y teología,
se abre paso un ancho sendero a la irreligión y al ateísmo. Ya no existe
aquella unidad religiosa de antes.
I.SUCESOS
¿Hasta dónde puede llegar el absolutismo de los príncipes?
“El estado soy yo”
Es un siglo bajo el absolutismo de los príncipes, sobre todo de Francia,
España y Austria. En Francia se llamó “galicanismo”; en España, Italia y
Portugal se llamó “regalismo”; en Alemania “febronianismo”, y en Austria
“josefismo”.
La máxima expresión de absolutismo está en Francia y en su monarca Luis XIV,
el famoso rey que dijo: “El estado soy yo”. Hubo una gran identificación
entre la iglesia católica, fuertemente protegida por la monarquía, y el
monarca, que pasa a ser algo casi sagrado. La iglesia queda sometida al
estado, lo que dejará de causar problemas en el futuro –galicanismo-.
Dado que los papas de este siglo eran en general mediocres, con demasiada
edad, cansados y débiles, los príncipes se aprovecharon de ellos, dándoles
crecidas sumas de dinero a la hora de elegir un nuevo Papa. Incluso ponían
su veto, si no les gustaba el candidato. Este absolutismo trae sus raíces de
finales de la edad media: “El rey no tiene sobre sí más superior que a
Dios”.
Más tarde, se llegó a decir: “Lo que place al rey tiene vigor de ley” o “el
príncipe no está obligado por la ley”. Expresiones todas que favorecen el
poder absoluto de los reyes. El rey recibe, pues, su autoridad de solo Dios
y sólo ante Él tiene que responder de sus actos. Al rey le compete el
supremo poder legislativo, jurisdiccional y ejecutivo; puede disponer de los
bienes y de la libertad de sus súbditos. Éstos no tienen, con relación al
príncipe, más que deberes y ningún derecho; porque la autoridad del príncipe
no puede tener otros límites que su propia autoridad o su propia conciencia.
Consecuencia de lo anterior, sería ese poner límites a la autoridad de la
Santa Sede para salvaguardar la independencia y la autoridad de los obispos,
del clero y del mismo pueblo fiel. Ambos, Estado y obispos, pretendían
incrementar su independencia con respecto a Roma. Es más, la comunicación
del Papa con los obispos estaría sujeta al poder civil. Los actos y las
leyes del Papa necesitarían la confirmación civil.
Por encargo del rey de Francia, Bossuet, obispo de Meaux, redactó los cuatro
artículos del Galicanismo:
·La acción del Papa y de la Iglesia debe centrarse en legislar sobre asuntos
espirituales; no tiene derecho sobre las cosas temporales.
·El concilio es superior al Papa.
·Junto con los cánones de la Iglesia deben ser observados los de la iglesia
galicana.
·Las decisiones del pontífice en asuntos de fe sólo son irreformables si son
aceptados por el consentimiento de la iglesia universal; es decir, la
infalibilidad en las cuestiones de fe no corresponde al papa, sino al
concilio en general.
El parlamentarismo
Junto a este absolutismo también se desarrolla en este siglo una experiencia
muy diversa en otros países de Europa, que marcará el desarrollo político de
Europa: el parlamentarismo. En Inglaterra el gran teórico fue Hobbes.
Propone que cada individuo debe renunciar a sus derechos para ponerlos en un
monarca por un pacto. El poder no viene de Dios, sino de la sociedad y el
monarca debe estar sometido a Dios y a la ley.
Cuando en Inglaterra –gobernada por los Estuardos- Carlos I se proclama rey
absoluto, comienza una guerra que terminará ajusticiando al rey –1642-.
Cromwell establece una república que luego se transforma en dictadura
personal cuando disuelve el Parlamento. A su muerte en 1659 se llama a
ocupar el trono a Carlos II. Sin embargo, las exigencias liberales no se ven
cumplidas y en 1689 se expulsa a Jacobo II y se llama a gobernar a Guillermo
de Orange de Holanda –Declaración de Derechos: el parlamento está sobre el
Rey-.
La noción de pacto y de representatividad del parlamento es ya esencial a
toda la teoría política moderna. El gran pensador inglés que le dará forma
será John Locke.
Otra nación que caminará por la misma huella será Holanda. Se ha forjado en
una lucha de rebelión contra Felipe II, rey de España, y rechaza todo poder
absoluto. Era gobernada por una asamblea nacional. La autoridad debe
expresar la voluntad de la mayoría, quiere Holanda, y la religión debe
separarse del derecho.
Sin embargo, esta concepción está todavía muy empapada de ideas de la alta
burguesía y de la aristocracia. No existe el concepto de la igualdad y se
habla de “súbdito”, no de ciudadano.
La guerra de los treinta años
En este caldo de cultivo sucedió en Europa una terrible guerra: la de los
treinta años.
Es la primera de las guerras europeas y se extiende desde 1618 hasta 1648.
Comienza en Alemania ante el avance de la reforma católica –Bohemia era
gobernada por Habsburgos austríacos-. Es la reacción del protestantismo
alemán apoyado por el resto de Europa contra los Habsburgos hispano-austríacos.
Finalmente el imperio cae por la acción de Dinamarca, Suecia y especialmente
de Francia: Westfalia en 1648 y Pirineos en 1659 jalonan la derrota hispano-austríaca.
Las dos primeras entran con la guerra en el concierto de las grandes
naciones europeas y Francia asume la hegemonía continental. Holanda es
reconocida por España. Austria comienza su expansión hacia el este
–formación del imperio austrohúngaro-; surge una nueva nación alemana:
Brandeburgo, Prusia, que tanta importancia tendrá en el futuro de la nación
alemana –génesis del dualismo alemán-. España se sume en una decadencia que
finalizará con la entronización de un Borbón en el trono real, Felipe V,
nieto del Rey Sol.
El atrasado imperio ruso comenzará a despertar a fines del siglo con el zar
Pedro, el Grande, que intenta modernizar y occidentalizar la autocracia del
este.
Avance de las ciencias
La cultura del siglo XVII se sitúa en una perspectiva diferente de lo que
había sido el pensamiento tradicional hasta el siglo XVI. La ciencia se
fundamentaba en el argumento de autoridad; ahora comienza a aparecer en
escena la ciencia experimental y racionalista que conduce a una nueva visión
de la naturaleza y del hombre.
La universidad y las iglesias cristianas experimentan un cierto rechazo al
cambio de las actitudes intelectuales. Luteranos, calvinistas y también
católicos resienten esta nueva manera de pensar, que parece atentar contra
la autoridad de la iglesia. Fue un grave error que en general la historia ha
exagerado, pero que contribuyó a fomentar una mutua desconfianza en el
nacimiento mismo del pensamiento moderno. El caso más famoso, como veremos,
es el de Galileo.
La astronomía y la medicina serán los dos puntales del desarrollo
científico. Figuras señeras son Copérnico, Galileo, Kepler, Paracelso y
Basilio. Personaje esencial en filosofía es Descartes en su búsqueda de un
método de pensar: la duda metódica, la duda de todo juicio previo. Es el
inicio del racionalismo y a fines de siglo habrá triunfado en todas las
universidades que antes lo prohibieran.
En las ciencias, el padre del pensamiento moderno es Newton. En 1686 publica
sus “Philosophiae Naturalis Principia Mathematica”; la ley de gravitación
universal. El descubrimiento de que el universo obedecía a leyes matemáticas
fue una brusca inmersión en la profundidad del universo. Junto a él,
Leibnitz en Alemania.
Desde este momento la investigación y la experimentación son claves para
entender el progreso científico de Occidente. Observatorios, microscopios,
barómetros, termómetros...se multiplican por doquier.
Veamos los hombres más representativos, en orden a nuestra historia de la
Iglesia.
Galileo Galilei, eximio científico, descubrió una estrella y
los satélites de Júpiter. Adoptó las tesis del canónigo Niccoló Copérnico de
Frauenburg, acerca del movimiento de la tierra alrededor del sol, doctrina
que en aquel tiempo era repudiada generalmente por los teólogos tanto
católicos como protestantes. Y cuando le dicen que el sistema heliocéntrico
va contra la Sagrada Escritura, él se defiende, probando que la Biblia no
pretende hacer ciencia ni utiliza un lenguaje científico, sino un lenguaje
común, como a veces lo usaban los mismos científicos. Argüía que era lo que
hacían también los apóstoles y los padres, los cuales, como enseñaba san
Agustín, lo que pretenden es hacer cristianos, no matemáticos, ni se
preocupan de sistemas astronómicos, aunque como personas privadas pueden
adherirse a una o a otra doctrina.
Renato Descartes estudió con los jesuitas en La Flecha y
derecho en París. Creó la geométrica analítica y dio un decidido impulso al
espíritu científico moderno. Buscó un punto de partida absolutamente
indubitable para elaborar su filosofía, tomada del espíritu mismo. En el
acto de dudar, descubrió que pensaba y que por tanto existía: “Pienso, luego
existo”. El hombre era una sustancia pensante a la que se unía el cuerpo.
Demostró la existencia de Dios a partir de la noción de perfección que el
hombre tenía en su mente. Aunque no se apartó de la fe católica y se mostró
respetuoso con el cristianismo, sin embargo, algunas reflexiones suyas dan
pie para ambigüedades y futuros errores filosóficos y teológicos, en los que
cayeron discípulos que le siguieron.
De hecho, al escribir su “Discurso sobre el método” (1637), compuso el más
perfecto manual de racionalismo. Al tomar por principio y como punto de
partida la duda metódica, inauguró el criticismo y el racionalismo
filosófico, y su doctrina de la autoconciencia del “yo” (“Cogito, ergo sum”:
pienso, luego existo) preparó el camino a los sistemas idealísticos
modernos.
Pero nunca Descartes incluyó en su duda metódica las verdades reveladas de
la fe. Fue Spinoza quien atacó de una manera fría los fundamentos de la
religión. Baruch Spinoza, judío de Amsterdam, pequeño y tuberculoso, puso
los fundamentos de la exégesis bíblica racionalista, soñó con fundir las
religiones cristiana y judía en una especie de sincretismo moral, y fue el
primero en extender, en toda su crudeza, el panteísmo moderno.
En Europa, las ciencias, y en América, ¿qué sucedía?
Sigue la evangelización por América
La Iglesia Católica americana prosiguió su labor de evangelización. En
México nuevos pueblos fueron conquistados para Cristo. Los franciscanos
avanzaron hasta Nuevo México, hoy Estados Unidos. Los jesuitas tomaron
camino rumbo al noroeste de la nación: Sinaloa, parte de Coahuila, Durango,
Chihuahua, Sonora, Baja California y suroeste de Estados Unidos. Entregaron
a los habitantes de aquellas regiones la enseñanza religiosa y realizaron
ensayos de promoción humana y social, de notables frutos para la justicia
social .
En las reducciones de Paraguay, sin dejar entrar a extranjeros, los jesuitas
organizaron a los indígenas, aprovechando las categorías culturales de
éstos. Cultivaron la tierra y trabajaron en incipientes industrias. La
organización social que resultó, produjo frutos abundantes. Pero los
jesuitas fueron acusados de crear cotos cerrados que atentaban contra la
autoridad real, que residía en Portugal.
Nada nuevo bajo el sol: ¡otra vez las herejías!
Además de ese absolutismo, del que hemos hablado, también otros movimientos
irán socavando también el recio muro de la ortodoxia. No son propiamente
herejías, sino falsificaciones o errores solapados, que se disparaban contra
la autoridad de los papas y contra los sanos principios del dogma y la
moral.
Era el jansenismo, con todas sus secuelas; la moral laxa de los
probabilistas; el quietismo o la secta de los alumbrados. Abundan las
supersticiones y hechicerías; se nota una tendencia morbosa en las
devociones, romerías, procesiones y otras expresiones del sentimiento
religioso.
Analicemos, primero, el jansenismo. Cornelio Jansen escribió
el Augustinus, publicado después de su muerte, sobre temas candentes:
predestinación, gracia y libertad. Estos son los puntos más importantes de
Jansenio:
·Jesucristo no había muerto por todos, sólo murió para predestinados;
·No existe una gracia suficiente que se dé a todos los hombres;
·No hay más gracia que la eficaz, para predestinados;
·Negaba la libertad y el mérito personal.
Detrás de estos puntos, Cornelio afirmaba que el hombre era incapaz de
rechazar la gracia. Señalaba que la redención de Cristo tenía efecto en unos
cuantos, no en todos los hombres. Propagaba una moral rigurosa y asfixiante,
donde veían pecado mortal en todo. La abadía francesa de Port Royal difundió
con entusiasmo el jansenismo. También el insigne científico y pensador
religioso Blas Pascal era jansenista y publicó sus Cartas a un Provincial,
en que defendía la concepción de gracia de Jansenio y arremetía contra la
que a él le parecía laxitud jesuita. Dado que Jansenio murió antes de
publicar su libro, su amigo Saint Cyran, propaló doctrinas análogas .
El otro gran error de este siglo fue el quietismo: fue
inspirada por el español Miguel de Molinos, que propone en su libro “Guía
espiritual” una mística del abandono y de la contemplación adquirida;
minimiza el papel de las obras así como el de la ascesis. Por tanto, esta
herejía sostenía que había que abandonarse a la acción de Dios sin hacer más
que eso y que el alma, una vez alcanzada la contemplación, ya no necesita de
otros actos de virtud.
San Ignacio de Loyola había enseñado que el hombre, en su afán de llegar a
Dios, tenía que adquirir la santa indiferencia acerca de todas las cosas
creadas con el fin de inclinar su voluntad única y decididamente a seguir la
voluntad de Dios. Pero Molinos pedía una unión del alma con Dios, reducida a
simple deseo de entregarse a Dios para dejar que Él entrara en el alma y
actuara por ella. El alma debía llegar al estado de absoluta pasividad como
un cadáver, decía.
II.RESPUESTA DE LA IGLESIA
El concilio de Trento no resolvió todos los problemas teológicos suscitados
por la Reforma. Las discusiones se prolongan. La tradición bíblica comienza
a confrontarse con las primeras investigaciones y descubrimientos
científicos. Los teólogos que desempeñaron un gran papel en el concilio
constituyen en adelante un nuevo poder en la iglesia. Se desarrolla un nuevo
género teológico, la controversia, tanto entre los católicos como entre los
protestantes. El maestro en controversia fue el jesuita cardenal Roberto
Belarmino, titular en Roma de dicha cátedra: “armar a los soldados de la
iglesia para la guerra contra el poder de las tinieblas”.
Veamos ahora cómo fue la Iglesia reaccionando ante todos los problemas de
este siglo.
La Iglesia rechazó las tesis del galicanismo
El Papa Inocencio XI escribió una carta a los obispos franceses
reprochándoles su conducta: no se pueden limitar al Papa los poderes de
jurisdicción y de magisterio. No condenó los artículos galicanos, pero se
negó a conceder institución canónica a los obispos que iba nombrando el rey.
El siguiente Papa, Alejandro VIII pudo llegar a un arreglo, pero se mantuvo
firme en la doctrina: publicó una bula “Inter multíplices” (1690), en la que
condenaba formalmente los cuatro principios galicanos , propuestos por
Bossuet, obispo de Meaux y anulaba la extensión de la regalía, es decir, el
percibir el rey las rentas de los obispados vacantes.
Después de Alejandro vino Inocencio XII, que permitió un arreglo con el rey
Luis XIV, sobre el problema de las regalías. Los obispos rebeldes se
retractaron y el Papa permitió que se hiciera uso de las regalías en todas
las diócesis del reino, pero con cautela.
Sin embargo, el galicanismo no había muerto del todo. Como los anteriores
decretos no habían sido borrados de los registros del parlamento, todavía se
hicieron valer en más de una ocasión. Los eclesiásticos, por una parte, no
podían meterse en asuntos de jurisdicción temporal; pero, por otra, el
parlamento sí podía en algunas ocasiones de abuso intervenir en asuntos
eclesiásticos.
¿Qué más promovió la Iglesia en medio de este ambiente racionalista?
La iglesia en medio de este racionalismo también dio impulso a la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Y, cosa curiosa, comenzó en la
misma nación donde nació dicho racionalismo y donde se daría también el
ateísmo y la masonería: Francia.
Fue Juan Eudes, en el siglo XVII, quien fundó una congregación, los Eudistas,
y comenzó el culto al Corazón de Jesús. Pero esta devoción la llevó a culmen
santa Margarita María de Alacoque. Impulsó esta devoción, sobre todo el
jesuita Claudio de la Colombière, confesor de santa Margarita María de
Alacoque, y hoy ya santo. Ya santa Teresa de Ávila había dado un gran
impulso a la devoción a la Humanidad de Cristo; a través de ella, Teresa
proponía elevarnos a la Divinidad, a través de la Humanidad del Señor.
Ahora, con esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús se daba un paso más en
la contemplación de la Humanidad de Jesús, como medio para llegar a su
Divinidad. ¿Qué le pidió el Sagrado Corazón a santa Margarita María de
Alacoque? “Mira este Corazón que tanto ha amado a los suyos, y no recibe de
ellos, sino ingratitudes y desprecio. Al menos tú, ámame”. Le pidió la hora
santa, como hora reparadora, todos los jueves a media noche , para revivir
el Getsemaní y acompañar a Jesús en su dolor. Le pidió también comunión
frecuente
¿Qué más hizo la Iglesia?
Fundó seminarios y escuelas
Muchos obispos y sacerdotes, inspirados en el concilio de Trento, fueron
fundando seminarios para los futuros sacerdotes, a fin de ofrecerles una
formación más esmerada. Estos seminarios contribuyeron a formar el tipo de
sacerdote que se ha mantenido hasta hoy: un hombre separado del mundo por su
hábito y su género de vida, que celebra la misa todos los días, reza su
breviario y se muestra consciente de sus deberes pastorales, entregado a su
apostolado, santo y olvidado de sí mismo, que trabaja por la gloria de Dios
y la salvación de los hombres.
También se fundaron escuelas gratuitas dentro del marco parroquial, para que
los pobres pudieran recibir una instrucción general y religiosa, en su
propia lengua. Destaca san Juan Bautista de la Salle, canónigo de Reims, que
funda los Hermanos de las Escuelas Cristianas, dedicados a la educación de
docentes. Se le considera como el fundador de las escuelas normales.
Revolucionó la pedagogía, haciendo más llevadero el aprendizaje, prohibió el
castigo corporal de los niños e introdujo la lengua popular, dejando a un
lado el latín, que no todos entendían. No le fue nada fácil a Juan Bautista
de la Salle, pues no tardaron en llegar los sinsabores. Los que ejercían el
monopolio de la enseñanza y los maestros desplazados se valieron de todos
los medios para entorpecer su obre y desacreditarlo. Lo combaten los
jansenistas. Pero él lo soportó todo con gran paciencia. Pío XII lo proclamó
patrono de los maestros y profesores.
La Iglesia no quedó callada ante las herejías
La Iglesia no podía aceptar las enseñanzas de Jansenio pues deformaban el
concepto de Dios, de Cristo crucificado; eran demoledoras del amor, de la
esperanza y de la piedad cristianas. Por eso, los papas Urbano VIII e
Inocencio X no aceptaron las tesis de Jansenio, pues era una moral puritana,
rigurosa y asfixiante, dado que a cada paso el pecado mortal acechaba a los
cristianos, que debían purificarse con confesiones escrupulosas, además de
practicar grandes penitencias, antes de acceder a la comunión. Los mismos
jesuitas se opusieron fuertemente al jansenismo. Por lo cual, fueron
acusados por los mismos jansenistas de sostener una moral relajada.
Tampoco era ortodoxa la herejía quietista. Por eso, en 1687, después de un
largo proceso, fue condenado a prisión Miguel de Molinos, por herejía e
inmoralidad. El mal de esta herejía está en que el hombre no ponía nada de
su parte en el proceso de santificación personal, ni en la ayuda de los
sacramentos y de la oración. Era un facilismo ridículo: abandono total en
Dios y que Él haga todo. La espiritualidad cristiana no sólo es mística, es
también, y cuánto, ascética, es decir, esfuerzo, sacrificio, lucha,
voluntad; y en esto hay que poner todo: pensamientos, deseos, voluntad,
sentimientos, pues Dios no nos destruye nuestra naturaleza, sino que la
perfecciona. Aunque Dios y sólo Dios es el que salva al hombre, quiere que
éste coopere libremente con su gracia. Dios no impone a nadie la salvación.
Dios la ofrece y el hombre tiene que quererla y poner los medios para
conseguirla.
¿Qué hizo la Iglesia ante la ciencia?
Con la independencia del pensamiento moderno que comienza con Newton y
Descartes, la Iglesia sufre una gran sacudida. Pero reacciona adecuadamente.
Los jesuitas dominan la educación media y parte de la superior y luchan por
introducir a la Iglesia en la modernidad.
La Iglesia nunca ha tenido miedo a la ciencia, pues es consciente de que
tanto la fe como la ciencia tienen en Dios su fuente, aunque caminen por
canales distintos, nunca contradictorios. Si en algunas épocas la Iglesia ha
sido un poco reticente ante algunos avances científicos, no fue por
desprecio a la ciencia sino porque la ciencia se quiso erigir como dueña
absoluta de la realidad y del universo, y no respetó a Dios como causa
primera de cuanto existe.
¿Cómo reaccionó la Iglesia ante el problema de Copérnico, Giordano Bruno y
Galileo ?
Los teólogos romanos se ceñían a lo que decía la Biblia en Eclesiastés 1, 4
y Josué 10, 12-13. El ex dominico Bruno sacaba de Copérnico conclusiones muy
alejadas del cristianismo y se le reprochaba el abandono de sus votos
religiosos. Proclamó la independencia de la filosofía de la autoridad
eclesiástica; pone en duda algunos dogmas cristianos y enseña una especie de
panteísmo naturalista. Después de siete años de proceso y de cárcel, fue
quemado en Roma en 1600, siendo papa Clemente VIII.
Unos años más tarde, Galileo, a pesar de decir que en la Biblia “la
intención del Espíritu Santo no es mostrar cómo van los cielos, sino cómo se
va al cielo”, tuvo que ver cómo se condenaba el heliocentrismo en 1616. La
obra de Copérnico fue puesta en el índice de libros prohibidos “hasta su
corrección”.
El Santo Oficio de la Inquisición condena el sistema copernicano como
absurdo en filosofía y formalmente herético por ser contrario a la
Escritura, entendida en su sentido literal, y prohíbe que se le siga
enseñando. En la sentencia no se nombra a Galileo, pero, por comisión del
Santo Oficio, el ilustre físico fue invitado por san Roberto Belarmino a
dejar de lado la doctrina copernicana y a no hablar de ella en público ni en
privado. Era en 1616, durante el pontificado de Paulo V.
Galileo llegó a hacerse amigo de su sucesor Urbano VIII, el cual aceptó la
dedicación del libro Saggiatore que aquél había escrito sobre la aparición
de tres cometas y hasta expresó su admiración por el autor. Galileo cobra
ánimos y parte para Roma y se presenta ante el pontífice, tratando, al
parecer, que se sometiera a revisión la sentencia dada en 1616. Pero todo
fue en vano. No se desanima Galileo y escribe el Dialogo sopra i due Massimi
sistemi Tolemaico e Copernicano, y logra arrancar a la inquisición de
Florencia la licencia para que pudiera imprimirse (1632).
El estupor que provoca la aparición de ese libro fue grande, como grande fue
el disgusto que tuvo el Papa Urbano VIII. Galileo recibe la intimación de
presentarse en Roma. Ya está viejo y achacoso, y en la ciudad se le abre un
nuevo proceso inquisitorial, en el que se reafirma en su idea tolemaica y
copernicana. Fue prohibido el Diálogo y a él se le condena “a la cárcel
formal de este Santo Oficio por un tiempo que queda a nuestro arbitrio; como
penitencia saludable, que por tres años diga una vez a la semana los siete
salmos penitenciales...”. Acabada la lectura de la sentencia, Galileo, de
rodillas y con la mano sobre el Evangelio, leyó una fórmula de abjuración y
detestación de la doctrina condenada , como absurda y falsa en filosofía y
formalmente herética por ser expresamente contraria a la Sagrada Escritura .
Este segunda condena fue el año 1633. El mismo día, el Papa le conmutó la
cárcel por la estancia en casa del embajador Toscano Nicolini. Poco después
fue a Siena y más tarde a su villa de Arcetri, junto a Florencia. Galileo
sufrió mucho por la muerte de su hija predilecta y primogénita María Celeste
(1634), por la mala conducta de su hijo y por no poder lograr que se le
diera licencia para publicar alguna cosa. Fue afligido también por la
ceguera. Le confortaron la compañía y la veneración de amigos y discípulos,
entre ellos algunos padres de la Compañía de Jesús, y la visita de ilustres
personajes como Milton. Murió el 8 de enero de 1642.
Era el comienzo de un malentendido entre Iglesia y la ciencia .
¿Qué podemos decir serenamente sobre el caso Galileo hoy?
Para comprender bien a Galileo y ubicarlo en su lugar es preciso
conocer el contexto ambiental donde actuó. Galileo tenía mente
matemática y mentalidad renacentista, como Miguel Ángel, Da Vinci y Erasmo.
Vivió su época con su capacidad, su temperamento y sus condiciones
renacentistas, pero no atacó dogmas, ni derribó estructuras ni fue condenado
a ninguna hoguera.
Su labor más fecunda finaliza con la cátedra de matemáticas, en Padua
(1610). Su adhesión a la Nueva Ciencia le acarreó algunos sinsabores. En
Galileo no hubo cuestiones de fe, sino rivalidades ambientales y conflictos
de ideologías. Galileo, sin estar preparado para la lucha política, se vio
mezclado en luchas intestinas entre los Médici y Barberini. Estas luchas se
desarrollan en los estados pontificios, y crean un clima delicado y un
constante estado de guerra con las facciones romanas.
Galileo no era sólo matemático, sino católico y ciudadano; en consecuencia,
la actitud del Santo Oficio no era sólo defender la fe, la integridad de la
Biblia, sino defender la paz, el bien común y la seguridad del Estado
Pontificio. Galileo escribió un libro mordaz, “Dialogo sopra i due Massimi
Sistemi Tolemaico e Copernicano”, donde en alguna parte del libro
ridiculizaba a los eclesiásticos que interpretaban la Biblia al pie de la
letra cuando afirmaban que Josué detuvo el sol y no la tierra (cf. Jos 10,
12-13). Este libro arruinó la causa de Galileo.
El proceso de Galileo es fruto de la época y de la mentalidad
defensiva de los Estados Pontificios, en ese momento. El Santo Oficio le
inició el proceso, donde le recomendaba prudencia en lo referente a la Nueva
Ciencia, y que no diese como afirmación lo que todavía era hipótesis
científica; lo invitaba a no apartarse de la enseñanza de la Biblia. Al
cardenal san Roberto Belarmino le tocó transmitir la sentencia de la
congregación romana, después de cuatro días de estudio y ponderación.
El antedicho libro mordaz provoca la reacción humana de la congregación
romana, no contra la teoría de Copérnico, sino contra el estilo mordaz y el
sarcasmo de Galileo. El tribunal le pedía pruebas de las teorías
copernicanas que Galileo expuso con argumentos débiles, y entre la vaguedad
del astrónomo y la seguridad de la Biblia, optaron por quedarse con la
Biblia tomada al pie de la letra. Las penas aplicadas por el tribunal fueron
conmutadas por el Papa Urbano VIII: en vez de cadena perpetua le envió al
palacio de Arcetri para que siguiera tranquilo y sereno sus investigaciones
científicas.
Tres de los diez dignatarios del tribunal se negaron a firmar la sentencia,
y el mismo Papa nada tuvo que ver oficialmente con aquel proceso que debemos
reconocer fue lamentable y no debería haberse producido , pues sabemos que
en el tribunal eclesiástico no había astrónomos y se dictaminó de acuerdo al
común sentir de la época. Esta teoría heliocéntrica, conocida un siglo antes
aun de la obra de Copérnico, se confirmó con el correr de los años y el
avance de la ciencia.
Conviene recalcar que el error de aquel tribunal no compromete la autoridad
de la Iglesia como tal, entre otras cosas porque sus decisiones no gozaban
de infalibilidad ni iban asociadas a ninguna definición ex cátedra del Papa,
en materia de fe ni de moral.
No es verdad que la iglesia expulsa a los científicos. Galileo sólo fue
convocado por no respetar los pactos: la aprobación eclesiástica de su libro
“Diálogos sobre los dos mayores sistemas del mundo”, se le
había concedido a condición de que presentara la teoría copernicana como
hipótesis (como también exigían los conocimientos científicos de la época,
todavía inciertos), mientras que él la daba por demostrada. Pero aún hay
más. Prometió adecuarse, y no sólo no lo hizo, entregando a la imprenta el
manuscrito tal como estaba, sino que puso en boca del lobo de los Diálogos,
cuyo nombre ejemplar es Simplicio, los consejos de moderación que le había
dado el Papa, que incluso era su amigo y lo admiraba.
Después de su condena pudo volver en seguida a sus investigaciones, rodeado
de jóvenes discípulos que formarán una escuela, en la Villa Ancetri, palacio
de un amigo.
¡Santos, muchos santos...en este siglo!
Primero, en América.
El beato Bartolomé Gutiérrez, agustino, nacido en México, fue a Filipinas y
después al Japón. Fue martirizado y quemado vivo, en 1632.
El beato Pedro de Zúñiga, también agustino, evangelizó Filipinas y pasó a
Japón. Apresado por piratas holandeses, lo entregaron a las autoridades
japonesas, y murió apaleado y quemado a fuego lento en Nagasaki en 1622.
El beato Bartolomé Laurel, lego franciscano, natural de México, misionó en
Filipinas y se trasladó a Japón. Fue quemado vivo en el 1627.
El beato Luis Flores, nacido en Gante, ingresó a la orden dominica en
México. Viajó a Filipinas y a Japón. Sufrió el martirio con el beato De
Zúñiga.
Juan Macías, también dominico, español, fue a Lima. Se santificó en el
oficio de portero del convento.
Los jesuitas ya santos Roque González, Juan de Castillo y Alfonso Rodríguez
–mártires rioplatenses- evangelizaron Paraguay y Uruguay. Murieron mártires
en 1628.
Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, que reunió 13 sínodos,
compuso catecismos en castellano, quichua y aimará. Fundó un seminario.
Defendió enérgicamente a los naturales explotados por los conquistadores.
San Francisco Solano, franciscano, partió de España hacia Lima. Convirtió a
muchos indígenas en Panamá, Chile, Argentina. Regresó a Perú y allí murió en
1616.
San Martín de Porres, dominico, nacido en Lima. Se distinguió por su caridad
con los pobres y enfermos. Fundó la casa de la Santa Cruz para niños
abandonados o huérfanos y para regeneración de mujeres arrepentidas.
Santa Rosa de Lima, terciaria dominica, llevó una vida de penitencia y
oración extraordinaria.
San Pedro Claver, jesuita catalán, llegó a Colombia en 1610. Recibió las
órdenes sacerdotales en 1616. Destinado al puerto de Cartagena, consagró sus
fuerzas a la atención de los esclavos, apostolado en el que perseveró a lo
largo de 40 años. Se contagió de una epidemia que azotó la región y así
murió en 1654, habiendo bautizado y protegido miles de esclavos.
Los jesuitas franceses Juan de Brebeuf, Isaac Jogues Carlos Garnier, Gabriel
Lalemant, Natalia Chabanel y Antonio Daniel, predicaron el evangelio en
Canadá, en el territorio ocupado por los hurones. Fueron martirizados entre
1646 y 1649.
También santos en Europa
El catolicismo experimenta una gran vida que viene especialmente de Francia.
San Francisco de Sales y san Vicente de Paúl fundan nuevas congregaciones
con preocupaciones sociales, caritativas y educacionales.
San Francisco de Sales, obispo de Ginebra y de Annecy, famoso por sus libros
“Introducción a la vida devota” y “Tratado del amor de Dios”. Es predicador
y gobernante, catequista y teólogo de altura, hombre de corte y obispo
devoto. En una palabra: el típico obispo de la reforma católica que une la
acción con la oración, el espíritu con el contacto de las realidades
naturales, la aceptación del mundo que le rodea con el intenso propósito de
reformarlo profundamente. Fundó la congregación de las hermanas de la
Visitación, conocidas como monjas salesas, con la ayuda de santa Juan
Francisca de Chantal, y se dedican a enfermos pobres.
San Vicente de Paúl, que fundó en 1625 la congregación de la misión, o
lazaristas o paúles, al ver la urgente necesidad de instrucción religiosa en
las poblaciones del campo, y de sacerdotes aptos para transmitirla; y con
santa Luisa de Marillac fundó en 1633 las Hijas de la caridad y siervas de
los enfermos, pobres, o hermanas vicentinas, como suelen llamarse. Ya en
1617 había organizado las cofradías de las damas de la caridad, de vasta
influencia social. Además promovió la fundación de los grandes hospitales de
París para los niños expósitos, los asilos-talleres para que trabajasen los
ancianos, y socorrió con grandes limosnas a los pobres de la provincia de
Lorena y de muchas poblaciones asoladas por la guerra y el hambre. Uno de
los grandes proyectos de san Vicente fue acabar con la mendicidad en las
ciudades.
Guiado por su espíritu, Federico Ozanam, beatificado por el Papa Juan Pablo
II el 22 de agosto de 1997, fundó en París, en 1833, la sociedad de san
Vicente de Paúl, dedicada a la caridad con los más pobres. Ozanam era un
laico, y por tanto, dio su impronta a la obra por él fundada: serán los
laicos los que irían a la búsqueda del pobre, en todo momento, sin horario
fijo, y se desvivirían por ellos en lo material y en lo espiritual.
Siglo XVII, un siglo misionero
El Papa que más apoyó las misiones fue Inocencio XII, invirtiendo para ellas
cantidades muy elevadas de dinero.
El jesuita Roberto de Nobili ensayó audaces métodos para evangelizar la
India. Asumió las costumbres de los habitantes, en vez de execrarlas y
empezó a ganar adeptos. Su ejemplo atrajo otros misioneros y con ellos
aumentó el número de conversiones.
En China, Mateo Ricci, jesuita, vestido a la usanza de los naturales y
adoptando también sus categorías culturales, obtuvo las primeras
conversiones de aquel imperio legendario. A ellas siguieron pronto otras
miles, con el esfuerzo de nuevos misioneros.
Ambos, Nobili y Ricci, quisieron acomodarse a las costumbres de los
naturales, para hacerles más fácil la comprensión y la recepción del
Evangelio. Esto dio lugar en occidente a una lamentable controversia,
conocida con el nombre de los ritos chinos y malabares. Llegaron acusaciones
a Roma de parte de otros misioneros, especialmente de los dominicos.
Abundaron los equívocos y las intrigas y se dieron órdenes y contraórdenes.
El Papa Gregorio XV permitió “alguno de aquellos usos con las debidas
cautelas” para la India (1623); no ocurrió lo mismo para China, pues los
usos y costumbres que pudieran adoptar los misioneros fueron condenados en
Roma repetidas veces.
El actual Vietnam también fue evangelizado por jesuitas desde 1615.
El cristianismo en Japón comenzó bien los primeros años, pero un edicto del
emperador Daifusama cobró mártires. Para mediados de siglo la represión fue
decisiva y enérgica. Sin embargo, muchos cristianos lograrían perseverar en
la fe adquirida.
La evangelización de Canadá comienza con la fundación de Québec (1608) por
Champlain, que hizo llegar agustinos recoletos en 1615. En 1632, la misión
canadiense fue confiada a los jesuitas que seguían a los nómadas en sus
desplazamientos intentando hacerlos sedentarios. Obtuvieron ciertos éxitos
con los hurones, pero tropezaron con la oposición de los iroqueses,
sostenidos por los ingleses. En 1639 se instalaron en Québec las primeras
misioneras ursulinas. Los sulpicianos se instalaron en Montreal en 1642.
Varios misioneros sufrieron el martirio: Isaac Jogues, Jean de Brébeuf,
Charles Garnier. Las Relaciones de los jesuitas, publicadas cada año en
Francia de 1632 a 1673, dieron un gran eco a su actividad misionera en
Canadá. Por el valle de Mississipi, Canadá fue el punto de partida para las
misiones de la Luisiana. Los resultados de las misiones entre los indios
fueron escasos: dos mil indios cristianos a finales del siglo XVIII.
CONCLUSIÓN
Fue un siglo misionero, donde la semilla de Jesucristo iba fecundando otras
tierras. Franciscanos, dominicos y jesuitas se abren camino en Birmania,
Siam, Cochinchina, Tonkin, Ceilán, islas Célebes, Sumatra, Borneo, Java, las
Molucas y Timor.
Me es grato poner aquí, hablando de las misiones, una cita del Papa Pablo VI
en su exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi” del 8 de diciembre de
1975: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la
Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir,
para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los
pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa,
memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (n. 14)...”Evangelizar
significa para la Iglesia llevar la buena nueva a todos los ambientes de la
humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma
humanidad” (n. 18)
Concluye este siglo. Entre luces y sombras, seguía la barca de la Iglesia
atravesando el piélago de este mundo, siempre con la mirada y la confianza
puestas en el Señor de la historia.
¿Qué sorpresas nos deparará el próximo siglo?