Historia de la Iglesia
Siglo XV - Edad Media
INTRODUCCIÓN
Después del cautiverio de Aviñón y del cisma de Occidente, la Iglesia sufría
en toda Europa una crisis de credibilidad. Esta crisis se ahondó todavía más
por las fuertes convulsiones políticas, sociales y económicas de estos siglos.
Ante el desprestigio del sacerdocio, la mentalidad religiosa se orientó a
buscar un contacto más directo con Dios. Es lo que hablamos en el siglo
anterior sobre la “devoción moderna”. Aquí está, según algunos, el preludio de
la reforma protestante de Lutero, pero sólo en algunos puntos que a él le
convenían.
En general, la formación del clero era muy deficiente y, en algunos casos,
existía una marcada corrupción. Algunos obispos actuaban más como señores
feudales que como pastores de la Iglesia. La necesidad de una reforma era
inminente. Se pensó que el concilio de Constanza la iniciaría, pero apenas
hizo algo al respecto.
I.SUCESOS
“A río revuelto, ganancia de pescadores...”
En este clima de desconcierto general en la Iglesia, brotó la herejía
husita, iniciada por Juan Huss, por influjo del inglés Wycleff , resumida en
estos puntos:
·Huss critica al Papa y dice que la iglesia verdadera no es la institución,
sino la comunidad de los elegidos. Quiere reformar la iglesia y hacerla más
pobre. Predicó violentamente contra el rico clero y contra el Papa Juan
XXIII. Acude a Constanza. Fue condenada su concepción de la iglesia. Huss
acabó en la hoguera .
·Ataca a la propiedad y a la autoridad, y por tanto, a la autoridad del
Papa. Él, Juan Huss, se dice súbdito del concilio y de Jesucristo.
·Niega los sacramentos.
·Reclama libertad para predicar y cáliz para los seglares, es decir,
comunión bajo las dos especies.
·Exige que se prohíban al clero la posesión de bienes y que todo pecado
mortal sea castigado.
·Niega el celibato sacerdotal.
·Niega el culto a los santos.
También los emperadores y los poderes civiles, aprovechando esta confusión
en la Iglesia, querían seguir interviniendo en asuntos religiosos. Ejemplo
de ello fue la llamada Pragmática Sanción de Bourges, firmada por el rey
Carlos VIII de Francia. Deseaba constituir una iglesia nacional. Para ello
se concedió ingerencia en las elecciones episcopales y permitió que los
monjes eligieran abad. Prohibió la publicación de los documentos pontificios
que no contaran con su aprobación real.
Final del imperio cristiano bizantino y avance turco otomano
Terminado el cisma de Occidente, el Papa Martín V y su sucesor Eugenio IV
anhelaban poner fin también al cisma oriental, comenzado, como dijimos, en
1054. Lo mismo deseaban en Constantinopla los teólogos unionistas.
Por otra parte, la creciente amenaza turca impulsaba a los gobernantes
bizantinos a buscar un apoyo en la Cristiandad occidental, e inclinaba su
ánimo hacia la causa de la unión eclesiástica.
Oriente y Occidente estaban de acuerdo en que la solución del cisma habría
de conseguirse mediante un Concilio, donde ambas iglesias, la latina y la
griega, estuvieran representadas. Se comenzó dicho Concilio en Ferrara el 2
de enero de 1438, y se prosiguió en Florencia, donde hubo de trasladarse a
causa de la peste, a partir del 13 de febrero de 1439. Fueron positivos los
resultados y se llegó a la unión y a la aceptación del Papa como cabeza y
vicario de Cristo, pastor y maestro de todos los cristianos, que rige y
gobierna la Iglesia de Dios, sin perjuicio de los derechos de los patriarcas
de Oriente.
Cuando los obispos griegos volvieron a Oriente encontraron un clima popular
resueltamente adverso y antirromano, lanzado por Marco Eugenio de Éfeso, el
tenaz enemigo de la unión de las dos iglesias. El emperador Juan VIII, a la
vista del sesgo que tomaban los acontecimientos, se dejó intimidar y no se
atrevió a proclamar oficialmente la unión de Florencia, aunque tampoco llegó
a denunciarla.
Entre tanto, los turcos que por conveniencia política habían combatido la
unión en las iglesias sujetas a su dominio, ocupaban la mayor parte de los
territorios bizantinos y amenazaban de cerca de Constantinopla. Muerto el
emperador Juan, su hermano y sucesor Constantino XI decidió promulgar el
decreto de unión. La unión, concluida en Florencia, fue solemnemente
proclamada en la catedral de santa Sofía, el 12 de diciembre de 1452, en
presencia del emperador, del legado papal y del patriarca bizantino.
La reacción fue un violento tumulto iniciado por el clero y los monjes, que
lanzaron el grito de guerra, ardorosamente coreado por las turbas: “¡Reine
sobre Constantinopla el turbante de los turcos, antes que la mitra de los
latinos!”.
Medio año más tarde, ese voto tenía cumplimiento: en abril de 1453, la
ciudad de Constantinopla es sitiada por los turcos. Y el 29 de mayo toman
por asalto la ciudad. El emperador sucumbe y muere sobre las murallas. El
sultán Mahoma II entra a caballo en Santa Sofía, alfombrada de cadáveres.
Había sucumbido la segunda Roma. El Imperio bizantino pasaba a la historia.
Moscú recogía la herencia como “tercera Roma” (1461). Un concilio ruso
proclamó en 1448 la autonomía de la iglesia rusa, eligiendo al metropolita
de Moscú.
El siglo XVI presenciará horrorizado los siguientes avances turcos, hasta
que serán detenidos en la batalla de Lepanto.
Renacimiento: Una nueva concepción del mundo
En el centro, el hombre
Los intelectuales europeos estudiaron la cultura grecolatina. Los adelantos
científicos de la época promovieron los cambios culturales. El sistema
económico del feudalismo decayó dando paso a un incipiente capitalismo. La
imprenta de Guttemberg revolucionó la vida intelectual. El primer libro que
salió de sus manos fue la Biblia (1455). Ya la Sagrada Escritura no era
privilegio de eruditos, sino de todos. Las técnicas de los viajes marítimos
fueron usadas y perfeccionadas por los portugueses, sobre todo.
¿Qué características tuvo el Renacimiento?
·El centro de todo no es Dios, sino el hombre.
·Vuelta a los clásicos grecolatinos en letras (literatura) y
arte (arquitectura, pintura y escultura). Así nacieron las Academias que
acogían a los estudiosos reunidos para comentar las obras producidas por la
imprenta. El Renacimiento privilegió a Platón, por encima de Aristóteles. La
Escolástica recibió burlas despectivas.
·Los mismos Papas fueron mecenas o protectores de artistas.
Por ejemplo, Nicolás V patrocinó la traducción de los autores griegos al
latín. Sixto IV mandó construir la Capilla Sixtina (1475). Estos mismos
papas propiciaron el nepotismo, los escándalos financieros, acumulación de
beneficios, proliferación de espectáculos escandalosos, ejercicio de
políticas de expansionismo y poca afición a las virtudes ascéticas.
Contra estos vicios alzó la voz Jerónimo Savonarola, dominico, predicador de
fuego. Alejandro VI intentó conquistarle y ponerle de su parte; pero no lo
consiguió. Por tanto, prohibió a Fray Jerónimo que predicara. Él
desobedeció, alegando, como Huss, que obedecía los designios de Dios. El
Papa Alejandro VI lo excomulgó. Terminó tristemente en la hoguera en 1498,
en Florencia.
Otro dominico, español, Vicente Ferrer, mostró también, pero con más
respeto, ansia de reformar las costumbres en la Iglesia, a la que con todos
sus defectos, tuvo una firme adhesión. Son famosos sus sermones y tratados
de vida espiritual. El franciscano san Juan de Capistrano levantó el alma de
Hungría y a caballo –crucifijo en mano- definió la derrota del Islam, que
amenazaba Europa. San Bernardino de Siena –franciscano- con su predicación y
vida santa sostuvo a las comunidades y pueblos italianos en su fe.
Descubrimiento, conquista y evangelización de América
1492 fue un año muy importante para España y Portugal. Fueron expulsados los
moros, se casaron los reyes católicos que tanto empujaron la causa católica,
Colón descubrió América, nació Ignacio de Loyola, el cardenal Cisneros
reformó la vida espiritual de España y fundó la universidad de Alcalá de
Henares.
Veamos este tema, de tanta importancia en la historia de la humanidad y en
la historia de la Iglesia.
a)Los hechos:
En 1492 Colón obtiene los títulos vitalicios y hereditarios de Virrey,
Almirante y Gobernador, con poderes jurisdiccionales sobre las tierras a
descubrir; se le adjudica el 10 % de las riquezas halladas. El 3 de agosto
salen del Puerto de Palos, en Huelva, las carabelas Pinta, Niña y Santa
María, con unos 100 hombres, la mayoría andaluces, algunos vascos y gallegos
. Era el primer viaje de Colón. El 12 de octubre descubren la
isla Guanahaní (más tarde llamada San Salvador), Cuba y Santo Domingo. En
santo Domingo se funda el fuerte Navidad, primer establecimiento europeo en
el continente americano. “Y es san Domingo donde se plantó la primera cruz,
se celebró la primera misa, se recitó la primera avemaría y de donde entre
diversas vicisitudes, partió la irradiación de la fe a otras islas y luego a
tierra firme, dando así comienzo a la gesta evangelizadora de Nuevo mundo” .
En 1493 Colón regresa a España. Desembarca en Barcelona y se entrevista con
los reyes en el mes de abril. El 25 de septiembre parten de Cádiz 17 nuevas
carabelas, las cuales transportan al Nuevo Mundo 1.500 hombres con
instrucciones para la evangelización, comercio y colonización de estas
tierras. Es el segundo viaje de Colón. Se funda la primera
ciudad, llamada Isabela en honor de la Reina Católica, entre las ruinas del
fuerte Navidad, destruido por los indios. Realizan viajes a Cuba –que Colón
cree ser la India- y a Jamaica; vuelven a Santo Domingo, entonces llamada La
Española, donde el gobierno de Cristóbal Colón produce descontento. Se
plantea el problema de la esclavitud indígena.
En 1495, en el mes de octubre, desde la metrópoli se envía a La Española un
representante real; Colón entrega el gobierno a su hermano Bartolomé y
regresa a España para defenderse de las acusaciones que se le hacen en la
Corte de maltrato de los indios.
En 1498, 30 de mayo, Colón realiza su tercer viaje al Nuevo
Mundo. Salen de Sevilla y Sanlúcar seis carabelas, que siguen dos rutas: una
va hacia La Española y la otra hacia el Sudoeste. Descubrimiento de Trinidad
y de la desembocadura del Orinoco. En el mes de agosto llegan a distintos
puntos del continente, que Colón sigue creyendo ser las Indias orientales.
En 1500 el portugués Pedro Álvarez Cabral descubre el Brasil, al tiempo que
Vicente Y. Pinzón llega a su costa nordeste y a las bocas del Amazonas. Juan
de la Cosa traza el primer mapa de las tierras exploradas. Tras su regreso a
La Española, Roldán encabeza una sublevación contra Colón. Bobadilla es
enviado a esta isla por los reyes con plenos poderes, y procesa a Colón, que
es enviado a España en calidad de preso. Esto conlleva la supresión de sus
privilegios, salvo los títulos de Virrey y Almirante.
En 1502 Nicolás de Ovando es enviado a La Española como gobernador de la
isla, con amplios poderes judiciales. Pacifica la isla. Hernán Cortés
intenta embarcar en esta expedición, pero un accidente sufrido en una
aventura galante se lo impide. El día 11 de mayo, Cristóbal Colón sale de
Cádiz con cuatro carabelas, iniciándose así su cuarto viaje.
Se le han renovado todos sus privilegios, pero se le prohíbe dirigirse a La
Española. Llegan a la costa centroamericana (actualmente Honduras y Panamá).
1505-1508: en las juntas de Toro y Burgos, en las que participan, entre
otros, Américo Vespucio y los hermanos Pinzón, se estudia la
posibilidad de hallar un paso a través del continente que conduzca a las
Indias orientales. Igualmente, se crea el puesto de Piloto Mayor, para el
que es nombrado el afamado marinero italiano Américo Vespucio. Cristóbal
Colón muere en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, pobre y olvidado.
1513: Viajes menores de exploración y conquista de América. Mediante
establecimiento de compañías comerciales y el apoyo financiero de la Corona
española o de algunos banqueros extranjeros, Alonso de Ojeda, Américo
Vespucio, los hermanos Pinzón, Juan de la Cosa, Alonso Niño y otros
marineros recorren las costas americanas, desde el Brasil hasta las Antillas
mayores: Trinidad, Venezuela, Colombia, Panamá, las bocas del Amazonas y el
Orinoco. Hernán Cortés participa en la expedición de Diego Velásquez a Cuba,
en la que ocupa un cargo militar, limitándose a desempeñar funciones
burocráticas. En Cuba ejerce actividades muy diversas: es agricultor,
ganadero, buscador de oro, negociante, etc. De los relatos de Américo
Vespucio se desprende que las tierras descubiertas forman un nuevo
continente, al que Martín Waisdseemuller propone que se dé el nombre de
“América”, en honor de Américo Vespucio. Vasco Núñez de Balboa cruz
el istmo de Panamá y descubre el océano Pacífico.
1515: Expediciones de Juan Díaz Solís por las costas uruguayas el río de la
Plata. Se busca un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico. Retroceso de
los conquistadores ante los valientes y decididos ataques de los indios.
1518: Diego Velázquez confía a Hernán Cortés el mando de una
expedición cuyo objetivo lejano es la conquista del Imperio azteca. El
conquistador extremeño parte de la ciudad de Santiago en el mes de
noviembre, antes de la fecha prevista, con 11 barcos y 700 hombres.
1519: Primera circunnavegación de la Tierra. Fernando de Magallanes,
portugués al servicio de la Corona de Castilla, alcanza por Occidente las
islas de las Especies. Uno de sus cinco navíos, el “Victoria”, al mando de
Juan Sebastián Elcano, regresará a Sevilla tras una travesía de 1.124
días. Queda probada, así, la esfericidad de la Tierra. La expedición de
Hernán Cortés se dirige a la península de Yucatán, funda Veracruz e inicia
la penetración hacia el interior de México. En noviembre, las huestes de
Cortés llegan a la capital azteca, Tenochtitlán, siendo bien recibidas por
el emperador, que se reconoce vasallo del rey de Castilla.
1521: Hernán Cortés, nombrado capital general, somete todo el Imperio
azteca y realiza expediciones a Yucatán y Honduras, que son anexionadas a
Nueva España: Carlos V implanta una sólida organización administrativa en
estos territorios.
1525: Francisco Pizarro y Diego de Almagro emprenden dos viajes con un
triple objetivo descubridor: extender los límites conocidos, buscar la unión
de los dos océanos y enriquecerse con las cabalgadas, acompañadas de
saqueros y razzias.
1526-1528: Segunda expedición al Perú de Pizarro y Almagro,
descubriéndose el Incario. Aunque no llegan a conocer su organización
imperial, los conquistadores se enteran de las luchas entre Atahualpa y
Huáscar. Ante las posibilidades de conquista, retornan a Panamá en busca de
ayuda.
1529: Pizarro se traslada a España, donde es recibido por Carlos V, que le
nombra gobernador, capitán general, adelantado y alguacil mayor, y se le
concede la hidalguía. El rey firma la capitulación de la conquista de Perú,
sometida finalmente.
1537-1538: Las expediciones de Solís por el río de la Plata atraen el
interés hacia aquella región. Así, Pedro de Mendoza inicia la exploración
del territorio.
1540: Expedición de Pedro de Valdivia a Chile, entonces llamada Nueva
Extremadura. Se funda en este territorio la ciudad de Santiago, futura
capital del país.
1557: Termina la difícil conquista de Chile: el valor de los araucanos es
cantado por Ercilla en La Araucana. El período de conquista puede
considerarse terminado.
b)Elementos de juicio:
¿Qué decir, primero, del descubrimiento?
Quizá nunca en la historia se ha dado un encuentro profundo y estable entre
pueblos de tan diversos modos de vida como el ocasionado por el
descubrimiento hispánico de América. En el Norte los anglosajones se
limitaron a ocupar las tierras que habían vaciado previamente por la
expulsión o la eliminación de los indios. Pero en la América hispana se
realizó algo infinitamente más complejo y difícil: la fusión de dos mundos
inmensamente diversos en mentalidad, costumbres, religiosidad, hábitos
familiares y laborales, económicos y políticos. Ni los europeos ni los
indios estaban preparados para ello, y tampoco tenían modelo alguno de
referencia. En este encuentro se inició un inmenso proceso de mestizaje
biológico y cultural, que dio lugar a un Mundo Nuevo.
El mundo indígena americano, al encontrarse con el mundo cristiano que le
viene del otro lado del mar, es, en un cierto sentido, un mundo
indeciblemente arcaico, cinco mil años más viejo que el europeo. Sus cientos
de variedades culturales, todas sumamente primitivas, sólo hubieran podido
subsistir precariamente en el absoluto aislamiento de unas reservas. Pero en
un encuentro intercultural profundo y estable, como fue el caso de la
América hispana, el proceso era necesario: lo nuevo enriqueció a lo antiguo.
Muchas de las modalidades culturales de las Indias, puestas al contacto con
el nuevo mundo europeo y cristiano, vinieron enriquecidas; por ejemplo,
cerbatanas y hondas, arcos, poco a poco, dejan de fabricarse, ante el poder
increíble de las armas de fuego que permiten a los hombres lanzar rayos. Las
flautas, hechas quizá con huesos de enemigos difuntos, y los demás
instrumentos musicales, quedan olvidados en un rincón ante la selva sonora
de un órgano o ante el clamor restallante de la trompeta. El mismo arte
pictórico vino enriquecido al conocer el milagro de la escritura, de la
imprenta, de los libros. Los vestidos, el cultivo de los campos con los
arados y los animales de tracción, antes desconocidos. Esto en el campo
material. ¿Y en el campo espiritual? Europa ofrece al mundo indígena la
verdad del matrimonio monogámico y el monoteísmo.
¿Qué queda entonces de las antiguas culturas indígenas? Permanece lo más
importante: sobreviven los valores espirituales indios más genuinos, el
trabajo y la paciencia, la abnegación familiar y el amor a los mayores y a
los hijos, la capacidad de silencio contemplativo, el sentido de la
gratuidad y de la fiesta, y tantos otros valores, todos purificados y
elevados por el cristianismo. Sobrevive todo aquello que, como la artesanía,
el folklore y el arte, da un color, un sentimiento, un perfume peculiar, al
Mundo Nuevo que se impone y nace.
Por el diario de Colón podemos colegir que el objetivo primero del
descubrimiento era hacer cristianos , y el segundo hallar oro: “Así que
deben Vuestras Altezas determinarse a los hacer cristianos, que creo que si
comienzan, en poco tiempo acabarán de los haber convertido a nuestra santa
fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riquezas, y todos
sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandísima
suma de oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que hay en
estas islas lugares adonde cavan el oro y la traen al pescuezo, a las orejas
y a los brazos”.
Evangelio y oro no son en el siglo XVI cosas contrapuestas, o al menos
pueden no serlo. Esto, nosotros no acabamos de entenderlo. Colón confesó de
todo corazón: “El oro es excelentísimo; del oro, se hace tesoro, y con él,
quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las
ánimas al Paraíso” (IV Viaje). En esta declaración, muy enraizada en el
siglo XVI hispano, la pasión por el oro no se orienta ante todo, como hoy
suele ser más frecuente, a la vanidad y la seguridad, o al placer y la buena
vida, sino que pretende, más que todo eso, la acción fuerte en el
mundo y la finalidad religiosa.
Descubridores y conquistadores, según se ve en las crónicas, son ante todo
hombres de acción y de aventura, en busca de honores propios y de gloria de
Dios, de manera que por conseguir estos valores muchas veces arriesgan y
también pierden sus riquezas y aún sus vidas. Y si consiguen la riqueza,
rara vez les vemos asentarse para disfrutarla y acrecentarla tranquilamente.
Ellos no fueron primariamente hombres de negocios, y pocos de ellos lograron
una prosperidad burguesa.
En Colón, concretamente, la fe y el oro no se contradicen demasiado, si
tenemos en cuenta que, como él dice, “así protesté a Vuestras Altezas que
toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén,
y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían
aquella gana” (I Viaje, 26 diciembre).
¿Qué decir, segundo, de la conquista?
Correspondió a Colón y a sus compañeros dar nombre a las tierras que fueron
descubriendo, como Adán en el Paraíso, en señal de dominio, de un dominio
ejercido desde el principio “En el nombre de Cristo” y de los
católicos Reyes. Y pone nombres cristianos: San Salvador, santa María de
Concepción, Isla Santa, Isla de Gracia, cabo de Gracias a Dios, islas de la
Concepción, la Asunción, Santo Domingo, santa Catalina. El primer
asentamiento español fundado en tierra americana fue el llamado fuerte de la
Navidad. Y a las aguas de ciertas islas “púsoles nombre la mar de Nuestra
Señora”. Este bautismo cristiano de las tierras nuevas fue costumbre unánime
de los descubridores españoles y portugueses. Ellos hicieron con América lo
mismo que los padres cristianos, que hacen la señal de la cruz sobre su hijo
recién nacido, ya antes de que sea bautizado.
También fue Colón quien solía enviar al escribano para que no consintiese
hacer a los demás cosas indebidas a los indios. Al ver a los indios tan
francos, no permitió que los españoles recibieran cosa alguna sin que se
devolviera algo en pago a los indios.
En el codicilo que la reina Isabel otorga el 23 de noviembre de 1504,
suplica a su esposo Don Fernando y a su hija Doña Juana que “no consientan
ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas islas y
tierra firma, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni
bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados y, si algún agravio
han recibido, lo remedien”.
Aceptaron los monarcas el compromiso y desde entonces ellos y sus sucesores,
por razón del Patronato regio que habían conseguido de los Papas, se
hicieron cargo de los gastos que supuso el envío de misioneros, la creación
de nuevas diócesis, dotación de cabildos, construcción de iglesias y
catedrales, mantenimiento de parroquias, seminarios, escuelas y conventos, y
todo lo que suponía llevar a cabo la obra misionera.
La conquista se realizó con una gran rapidez, en unos veinticinco años
(1518-1555) . No fue tanto una conquista de armas, sino una conquista
de seducción. Seducción de lo nuevo y superior.
¿Cómo se explica, si no, que unos miles de hombres gobernaran a decenas de
millones de indios, repartidos en territorios inmensos, sin la presencia
continua de algo que pudiera llamarse ejército de ocupación?
Dijimos que la conquista no fue por las armas, sino más bien, por la
fascinación y, al mismo tiempo, por el desfallecimiento de los indios ante
la irrupción brusca, y a veces brutal, de un mundo nuevo y superior . El
chileno Enrique Zorrilla, en una páginas admirables, describe este trauma
psicológico, que apenas tiene parangón en la historia: “El efecto
paralizador producido por la aparición de un puñado de hombres superiores
que se enseñoreaba del mundo americano, no sería menos que el que produciría
hoy la visita sorpresiva a nuestro globo terráqueo de alguna expedición
interplanetaria” (Gestación 78).
Hay más. Conviene tener en cuenta que, como señala Céspedes del Castillo,
“el más importante y decisivo instrumento de la conquista fueron los mismos
aborígenes”. Los castellanos reclutaron con facilidad entre ellos a guías,
intérpretes, informantes, espías, auxiliares para el transporte y el
trabajo, leales consejeros y hasta muy eficaces aliados. Esto fue, por
ejemplo, el caso de los indios de Tlaxcala y de otras ciudades mexicanas,
hartos hasta la saciedad de la brutal opresión de los aztecas.
Prohibida la esclavitud por la Corona, se fue imponiendo desde el principio
el sistema de la encomienda, que ya tenía antecedentes en el Derecho Romano,
en las leyes castellanas y en algunas costumbres indígenas.
¿Qué es la encomienda? Un derecho concedido por merced real a los
beneméritos de las Indias para recibir y cobrar para sí los tributos de los
indios que se le encomendaren por su vida y la de un heredero, con cargo de
cuidar de los indios en lo espiritual y defender las provincias donde fueren
encomendados.
El encomendero tenía la obligación de dirigir el trabajo de los indios, de
cuidarles, y de procurarles instrucción religiosa, al mismo tiempo que tenía
el derecho de percibir de los indios un tributo. Aun conscientes de los
muchos peligros de abusos que tal sistema entrañaba, Cortés, los gobernantes
de la Corona y en general los franciscanos, aceptaron la encomienda, y se
preocuparon de su moderación y humanización. A la vista de las
circunstancias reales, estimaron que sin la encomienda apenas era posible la
presencia de los españoles en la India, y que sin tal presencia corría muy
grave peligro no sólo la civilización y humanización del continente, sino la
misma evangelización. Por eso, cuando las Leyes Nuevas de 1542, bajo el
influjo de Las Casas, quisieron terminar con ellas, los superiores de las
tres Órdenes misioneras principales, franciscanos, dominicos y agustinos,
intercedieron ante el rey Carlos I para que no se aplicase tal norma.
Ni todos los indios eran malos ni todos los conquistadores tampoco.
Conquistadores y misioneros vieron desde el primer momento que ni todos los
indios cometían las perversidades que algunos hacían, ni tampoco eran
completamente responsables de aquellos crímenes , pues muchos ignoraban el
mal que cometían. Los mismos misioneros sentían una profunda piedad, como lo
demuestran las páginas de Bernardino de Sahagún.
El mismo Colón, cuando llegó a La Española, escribió : “Crean Vuestras
Altezas que en el mundo no puede haber mejor gente ni más mansa. Deben tomar
Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los
habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni
tierra puede ser”. Al día siguiente encalló en un arrecife y los indios con
su rey fueron a ayudarle: “El, con todo el pueblo, lloraba; son gente de
amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras
Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos
aman a sus prójimos como a sí mismos y tienen una habla la más dulce del
mundo, y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres,
como sus madres los parieron, mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen
costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera
tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo
quieren ver, y preguntan qué es y para qué”.
Hoy se echa en cara injustamente a los conquistadores el terrible
acabamiento de los indios. Sí, hubo abusos, sin duda, por parte de algunos
españoles. Pero hubo también otra causa principal del pavoroso declive
demográfico: las pestes. Los indios eran vulnerables ante agentes patógenos
allí desconocidos. En lo referente, concretamente a La Española, donde la
despoblación fue casi total, estudios recientes del doctor Francisco Guerra
han mostrado que la “gran mortalidad de los indios, y previamente de los
españoles, se debe a una epidemia de influenza suina o gripe de cerdo”.
Otras causas de la mortandad fueron: el trabajo duro y rígidamente
organizado impuesto por los españoles, al que los indios apenas se podían
adaptar; la malnutrición sufrida con frecuencia por la población indígena a
consecuencia de las requisas, de los tributos y de un sistema de cultivos y
alimentación muy diversos a los tradicionales; los desplazamientos forzosos
para acarreos, expediciones y labores; el trabajo en las minas; las
incursiones bélicas de conquista y los malos tratos, así como las guerras
que la presencia del nuevo poder hispano ocasionó entre las mismas etnias
indígenas.
Quiero traer aquí el juicio del historiador belga Van der Essen: “Se puede
afirmar, hablando generalmente, que los españoles y portugueses cumplieron
en gran parte el deber que les impuso el Romano Pontífice. En las leyes,
decretos e instrucciones referentes al Nuevo Mundo ponen en primer término
los intereses de la conversión...Los conquistadores iban decididos a
combatir con el hierro y el fuego a los que no aceptaban la fe que les
predicaban, ante todo, los misioneros. Tal vez nos parezca bárbaro hoy el
método, pero es necesario situarlo en el ambiente del siglo XVI, si no
queremos condenarnos a no entender nada de los acontecimientos...Es justo,
pues, constatar que españoles y portugueses, en virtud de sus leyes de
Patronato, promovieron sin descanso la conversión e instrucción de los
indios, establecieron una jerarquía eclesiástica, crearon parroquias,
protegieron a los misioneros...Y fueron ellos los que levantaban la voz para
defender la vida o los derechos de las poblaciones indígenas”.
¿Qué decir, tercero, de la evangelización?
Los misioneros intentaban la evangelización con una esperanza muy cierta,
tan cierta que puede hoy causar sorpresa. Nunca se dijeron los misioneros
“no hay nada que hacer”, al ver los males de aquel mundo . Nunca se les ve
espantados del mal, sino compadecidos. Y desde el primer momento predicaron
el Evangelio, absolutamente convencidos de que la gracia de Cristo iba a
hacer el milagro.
Dicha evangelización fue rápida. Por traer algunos datos:
En el imperio azteca:
·1520: en Tlaxcala, en una hermosa pila bautismal, fueron bautizados los
cuatro señores tlaxcaltecas, que habían de facilitar a Hernán Cortés la
entrada de los españoles en México. El fin y objeto de Hernán Cortés es la
“gloria de Dios y propagación de la fe católica”. Vencida la resistencia de
los aztecas, comienza la evangelización organizada .
·1521: caída de Tenochtitlán, donde en 1487 de realizaban decenas de miles
de sacrificios humanos, seguidos de banquetes rituales antropofágicos.
·1527: Martirio de los tres niños tlaxcaltecas, descrito en 1539 por
Motolinía, es decir, fray Toribio de Benavente, y que fueron beatificados
por Juan Pablo II en 1990.
·1531: el indio Cuauhtlatóhuac, nacido en 1474, es bautizado en 1524 con el
nombre de Juan Diego. A los cincuenta años de edad, en 1531, tiene las
apariciones de la Virgen de Guadalupe, que en 1540-1545 son narradas en
lengua náhuatl, en el Nican Mopohua. Fue beatificado en 1990 y canonizado en
julio del año 2002.
·1536: más de cuatro millones de ánimas se han bautizado, dice Motolinía en
su Historia II, 2, 208.
En el imperio inca:
·1535: en el antiguo imperio de los incas, Pizarro funda la ciudad de Lima,
capital del virreinato del Perú, una ciudad, a pesar de sus revueltas,
netamente cristiana.
·1600: cuando Diego de Ocaña la visita afirma impresionado: “Es mucho de ver
donde ahora sesenta años no se conocía el verdadero Dios y que estén las
cosas de la fe católica tan adelante” (A través, cap. 18). Son años en que
en la ciudad de Lima conviven cinco grandes santos: el arzobispo santo
Toribio de Mogrovejo, el franciscano san Francisco Solano, la terciaria
dominica santa Rosa de Lima, el hermano dominico san Martín de Porres y el
hermano dominico san Juan Macías. Todo, pues, parece indicar, como dice el
franciscano Mendieta, que “los indios estaban dispuestos a recibir la fe
católica”, sobre todo porque “no tenían fundamento para defender sus
idolatrías, y fácilmente las fueron poco a poco dejando” (Historia
eclesiástica indiana, cap. 45).
Ante las críticas lanzadas contra los descubridores, conquistadores y
evangelizadores, quiero poner aquí unas palabras del venezolano Arturo Uslar
Pietri en un artículo titulado “El nosotros hispanoamericano”:
“Los descubridores y colonizadores fueron precisamente nuestros más
influyentes antepasados culturales y no podemos, sin grave daño a la verdad,
considerarlos como gente extraña a nuestro ser actual. Los conquistados y
colonizados también forman parte de nosotros y su influencia cultural sigue
presente y activa en infinitas formas en nuestra persona. La verdad es que
todo ese pasado nos pertenece, de todo él, sin exclusión posible, venimos, y
que tan sólo por una especie de mutilación ontológica podemos hablar como de
cosa ajena de los españoles, los indios y los africanos que formaron la
cultura a la pertenecemos” (23-diciembre de 1991).
O este otro texto de Carlos Fuentes –novelista mexicano, premio Cervantes- a
propósito de la obra de España en América y del Quinto Centenario del
descubrimiento:
“La conmemoración del Quinto Centenario representa una gran oportunidad y
un gran peligro. La oportunidad es no olvidar la historia, no sufrir un
ataque de amnesia. Hubo violencia, hubo crueldad, hubo explotación. Hubo
conquista. Pero hubo también una contra-conquista. La contra-conquista
significa la creación de una nueva cultura de la cual fueron protagonistas
indios, mestizos y negros. Ellos construyeron nuestras iglesias, escribieron
nuestros poemas, compusieron nuestra música, realizaron nuestros muebles,
hicieron nuestras ciudades, cultivaron nuestros campos. Se creó una nueva
cultura, que es lo que tenemos que celebrar. Una cultura única,
insustituible. Y reconocerla nos permite, no sólo celebrar el mil
novecientos noventa y dos, sino algo más importante: proyectarnos al año dos
mil y saber en qué postura vamos a estar ante el mundo todos los que
hablamos español...En México hay una estatua del último emperador azteca, en
el paseo de la Reforma, pero no hay ninguna de Hernán Cortes. Creo que
México será un país maduro el día que admita la importancia de Hernán Cortés
en su historia, como cofundador de su nacionalidad” (Periódico A.B.C.21/XI/1989).
Nos sirve también este otro texto del poeta, también mexicano, Octavio Paz –Nobel
de literatura- sobre la evangelización de México:
“La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical,
fue la de los misioneros españoles. En el ser del mexicano está el pasado
pre-hispánico indígena, pero sobre todo está el gran logro de los
evangelizadores: hicieron que un pueblo cambiara de religión. En esto ha
fracasado el liberalismo y ha fracasado la modernidad. Esto yo no lo sabía,
pero lo adiviné cuando escribí “El laberinto de la soledad”. Esta obra mía
es un intento de diálogo con mi ser de mexicano y en el centro de ese
diálogo está la religión, como lo está en mi ensayo sobre la poesía, “El
arco y la lira”. No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que
es más que el hombre que soy, porque está abierta al infinito. En fin, en
México se logró la gran revolución cristiana. Ahí están los templos, ahí
está la Virgen de Guadalupe y ahí está mi emoción en la catedral de Goa. El
diálogo de un no creyente mexicano con usted, es el diálogo con una parte de
nosotros mismos” (Revista “Proyección mundial de 30 días”, 15 de octubre
– 15 de noviembre de 1990, pag. 67, año V, n. 10.
Para conocer, pues, una historia es necesario, pero no suficiente, conocer
los hechos. Es preciso también conocer el espíritu,
o si se quiere la intención que animó esos hechos, dándoles su significación
más profunda. El que desconozca el espíritu medieval hispano de conquista y
evangelización que actuó en las Indias, y trate de explicar aquella magna
empresa en términos mercantilistas y liberales, propios del espíritu burgués
moderno –“cree el ladrón que todos son de su condición”-, apenas podrá
entender nada de lo que allí se hizo, aunque conozca bien los hechos y esté
en situación de esgrimirlos. Quienes proyectan sobre la obra de España en
las Indias el espíritu del colonialismo burgués, liberal y mercantilista, se
darán el gusto de confirmar sus propias tesis con innumerables hechos, pero
se verán condenados a no entender casi nada de aquella grande historia.
Dice el padre italiano Giacomo Martina sobre la conquista y la colonización:
“Los españoles en América Latina desarrollaron sistemáticamente una
penetración costera, y desarrollaron una auténtica obra educadora, que no se
redujo a la simple exportación de instituciones y costumbres europeos al
nuevo continente, sino que llevó a la creación de una nueva civilización, la
civilización latinoamericana. La tarea, de alcance mundial, se llevó a cabo
de manera sustancialmente positiva, si bien no faltaron culpas gravísimas
cometidas a la sombra de la cruz. En todo caso, las condiciones de los
indígenas bajo España fueron mejores que las de los pieles rojas en contacto
con los anglosajones. Faltaba de hecho en los colonizadores españoles aquel
racismo tan frecuente en los ingleses.
Por otra parte, éstos habían emigrado con toda su familia, mientras que
los españoles se encontraban sin mujeres de su raza; hecho que, si fuera
causa de un peligroso descenso del nivel moral, facilitó, en una perspectiva
más amplia, la fusión de razas. No conviene tampoco olvidar que a los
colonizadores españoles les movían dos motivos bien diversos, aunque
yuxtapuestos: la esperanza de una ganancia fácil y rápida, y el celo
sincero, aunque no siempre iluminado, por la salvación de los indígenas. En
la evangelización de los habitantes, se usó inicialmente la fuerza, y la
conversión se confundía frecuentemente con la sumisión al nuevo régimen
político; sin embargo, pasado el primer momento, se desarrollará una larga y
frecuentemente eficaz obra de catequesis, de modo que las nuevas
generaciones, crecidas en el nuevo clima, eran realmente, aunque tal vez
superficialmente, creyentes...
Vale la pena notar que dondequiera que llegó España, surgieron naciones
católicas...Como los españoles, también los ingleses desarrollaron una
efectiva penetración en el continente y no se limitaron a una reda de
estaciones comerciales. Pero, a diferencia de aquellos, no establecieron
ninguna relación de amistad con los indígenas, a los que rechazaron lenta,
pero inflexiblemente hacia el interior, para exterminarlos después de modo
incruento, pero eficaz (alcohol y otros medios). En la América septentrional
no nació una nueva civilización con características propias, sino que
importaron usos y tradiciones europeos” .
Termino estos elementos de juicio diciendo que Colón entendió que cuanto iba
haciendo fue “gracias a Dios”, como él siempre decía (III Viaje). Nunca ve
el Nuevo Mundo como una adquisición de su ingenio y valor, y siempre lo mira
como un don de Dios. Es consciente de que hizo con sus compañeros aquellos
descubrimientos fabulosos “por virtud divinal”. Colón, empapado del espíritu
español –pues él era de Génova-, empapado del espíritu castellano, hizo
posible esta gesta sin precedentes .
Que después los siguientes conquistadores de América se desmidieron, fue
debido al misterio de iniquidad, que es el pecado, siempre presente en todos
los avatares de la historia. Toda hazaña, aunque comience con intenciones
santas, puede desviarse por las ambiciones humanas. Es el misterio de la Luz
y las tinieblas. El descubrimiento de América tuvo sus luces y sombras, como
dijo el Papa Juan Pablo II. La luz es para que siga iluminando. Y las
tinieblas hay que lograr hacerlas desaparecer, con la ayuda de Dios que es
Luz. Y esto es obra de todos.
Pero que quede claro, ante abusos de algunos conquistadores, los misioneros
levantaron su voz en defensa del hombre americano. En palabras del Papa Juan
Pablo II: “La Iglesia en esta isla (santo Domingo) fue la primera en
reivindicar la justicia y en promover la defensa de los derechos humanos de
las tierras que se abrían a la evangelización. Son lecciones de humanismo,
de espiritualidad y de afán por dignificar al hombre, lo que nos enseñan
Antonio Montesinos, Córdoba, Bartolomé de las Casas, a quienes harán eco
José de Anchieta, Toribio de Mogrovejo, Nóbrega y otros como Juan de
Zumárraga, Motolinía, Vasco de Quiroga. En ellos late la preocupación por el
indígena. Luego nacerá el primer Derecho internacional, con Francisco de
Vitoria” (Viaje apostólico a la República Dominicana, 25 de enero de 1979).
II.RESPUESTA DE LA IGLESIA
La tesis conciliarista, un gran peligro
La Cristiandad empezó el siglo herida de la manera que hemos visto descrita:
con tres papas, después del famoso sínodo de Pisa en 1409: Gregorio XII,
Benedicto XIII y Alejandro V, éste último elegido en el sínodo. Muerto
Alejandro V, le sucedió Juan XXIII. Este inauguró el concilio de Constanza
en 1415, pero fue apresado y obligado a renunciar. Gregorio XII hizo lo
mismo. Benedicto XIII se negó a imitarlos pero fue cesado por el concilio.
Este concilio reunió a cien mil espectadores, ávidos de presenciar el fin
del cisma de occidente. Condenó, además, a los husitas y afirmó la
legitimidad de la comunión bajo la sola especie de pan. Terminó el concilio
eligiendo a Martín V, legítimo sucesor de Pedro y nuevo único Papa. Con ello
terminó la más aguda crisis que había sufrido la iglesia. Sobrevivió el
papado.
Pero este concilio de Constanza defendió la corriente conciliarista, que
convertía a la Iglesia en una monarquía constitucional parlamentaria, que
defendía la superioridad del concilio sobre el Papa, el cual podía ser
corregible, subordinado y depuesto.
“¡Voto por la unión de Oriente y Occidente!”
Martín V convocó un concilio, iniciado en Basilea (1431), continuado en
Ferrara (1438), luego Florencia (1439) y finalizado en Roma (1445). El Papa
murió antes de su apertura, y la asamblea de cardenales reafirmó la tesis
conciliarista del concilio de Constanza, que decía que el concilio está por
encima del Papa, e incluso puede deponer al Papa.
Algo positivo de este concilio fue la unión entre las dos iglesias, latina y
griega. Al menos en un principio, pero con la caída de Constantinopla en
mano de los turcos, se recrudeció la enemistad, una vez más. El empecinado
fanatismo antilatino de las masas griegas parece haber sido el principal
responsable del fracaso de la unión cristiana en este siglo XV. En Roma,
Isidoro de Kiev, huido a Rusia, y Bessarion de Nicea, convertido los dos en
cardenales de la Iglesia, fueron durante años como un recuerdo viviente de
algo que pudo haber sido y que no fue, porque los hombres no quisieron.
¿Qué hacer ante la peste y demás calamidades?
La muerte omnipresente invitaba a todos al examen de conciencia:
hay que expiar los propios pecados y salvar el alma. Aquí está el origen de
esas procesiones de flagelantes que recorren las ciudades azotándose hasta
derramar sangre. No por eso se detienen las epidemias. Hay que buscar
responsables. El gran causante de las desdichas, se decía, eran los judíos,
y mataron a muchos por esto. Pero en realidad, terminaban diciendo que es
obra de Satanás.
Junto a este examen de conciencia, florece también más que nunca el
culto a los santos y a las reliquias. La piedad se hace
cuantitativa, es decir, se suman las misas, los sacerdotes “altaristas” se
pasan el día entero diciendo misas para ganarse la vida y pedir por las
intenciones de los fieles. Sin embargo, los príncipes, alternaban su piedad
con el desenfreno. Surgen aquí las terceras órdenes, es decir, asociación de
laicos vinculada a una orden: dominicos, carmelitas, franciscanos. Insisten
en el modo de progresar en la virtud, siguiendo la vida ordinaria de laicos.
Pero también este horror engendró miedos y supersticiones. El demonio y la
brujería se hacen presentes en los bajos fondos del devocionismo exagerado y
de la superchería. Sólo en un año fueron quemadas unas doscientas brujas en
el cantón suizo de Valaise. Los inquisidores dominicos alemanes Enrique
Kramer y Jacobo Sprengen consiguen de Inocencio VIII una bula especial
contra las brujas (1484), y la represión de éstas, lo mismo que de la magia,
se considera como parte integrante de la lucha contra la maldad herética.
Tres años después, los dos inquisidores publican el “Malleus maleficarum”,
un tratado sistemático sobre lo que habría de hacerse contra las brujas, que
es aprobado por la facultad teológica de Lovaina y que en dos siglos conoce
treinta ediciones.
Es un estado de ánimo turbio y exaltado, que engendra angustia y
desesperación. No se sabe dónde mirar, ni tampoco en la Iglesia se acaba de
encontrar remedio. El alto clero lleva una vida mundanizada, tratando de
acumular en sus manos varios beneficios, diciendo misa raramente, pasando el
tiempo entre la caza y la diversión. Aumenta también el proletariado
clerical. Pobres, poco instruidos, no observaban algunos el celibato. Lo
mismo pasaba en aquellas Órdenes religiosas que no habían abrazado aún la
reforma. Sobre todo, en los conventos femeninos, donde las familias nobles
metían a sus hijas a la fuerza.
Mientras en Roma, ¿qué pasaba? De tantos males existentes, es siempre la
Iglesia la que sale perjudicada, pues a ella dirigen, principalmente, sus
críticas y acusaciones. Se pide a gritos reforma y crece la reacción
antirromana y anticurialista. El 9 de noviembre de 1520 escribía Erasmo: “La
aversión contra el nombre romano ha penetrado en el ánimo de la gente, por
lo que se cuenta de las costumbres de aquel pueblo”.
Veamos más detenidamente lo que pasaba en Roma.
La Iglesia y el Renacimiento
Ante el Renacimiento, la Iglesia no fue ajena. Ella apoyó a los artistas y
literatos, pero por momentos algunos Papas se contaminaron con los aires
liberales y parecían más artistas y políticos que pastores , contemporizaron
con las ideas y algunas prácticas demasiado naturalistas. Como ya dijimos
antes, se alzaron algunas voces contra los escándalos papales. Realmente, la
época del Renacimiento, en su primera etapa del siglo XV, es una de las más
discutidas –y en ocasiones condenadas- de toda la historia del pontificado,
pues al esplendor culturas y de relaciones externas se contrapone la falta
de un auténtico espíritu religioso en el vértice de la jerarquía
eclesiástica.
El Renacimiento puede decirse que entra de modo decisivo en la historia de
la Iglesia con el Papa Nicolás V, que había sucedido en 1447 a Eugenio IV,
después de los difíciles días del concilio de Florencia. El Papa Nicolás V
funda la Biblioteca vaticana, hace copiar numerosos manuscritos y confía a
grandes arquitectos la renovación artística de Roma. Ésta había de ser la
digna sede del Vicario de Cristo, la capital esplendorosa del mundo
cristiano, en cuyo centro había de surgir la nueva basílica de san Pedro,
que él mismo decidiera construir. Se ha acusado a este Papa de no haber
acudido en socorro de Constantinopla, asediada por los turcos, y que cayó en
manos de Mahomet II. Con esta caída se desvanecieron las últimas esperanzas
de unión de los cristianos.
A Nicolás V, le siguió un Papa español, Calixto III, nepotista, cuyo sobrino
fue Alejandro VI a quien elevó al cardenalato; lanzó la cruzada contra los
turcos. Le sucede el mejor de los Papas del Renacimiento, el humanista Eneas
Silvio Piccolomini, brillante orador y escritor, que tomó el nombre de Pío
II. Antes de ser Papa tuvo sus deslices graves y fue corrigiéndose
gradualmente . Se preocupó de la cruzada, pero murió en Ancona cuando él
mismo se preparaba para embarcarse.
A Pío II le sucede Paulo II, poco afecto a los humanistas, por el aspecto
pagano con el que, según él, se presentaban. Los que le siguen, desde Sixto
IV a León X, representan desde el punto de vista religioso-eclesiástico la
época menos feliz del pontificado, después de la época oscura de la Edad de
Hierro. Si merecieron como mecenas del arte renacentista, dejaron que desear
por lo que se refiere a su propia conducta , al desinterés que mostraron en
promover enérgicamente la reforma de la Iglesia, por sus aspiraciones
mundanas y políticas que les hacían parecer como uno de tantos príncipes
seculares de Italia, y por lo que favorecieron a sus familiares, aumentando
y dando carta de naturaleza a la lacra del nepotismo.
El nepotismo no sólo envileció el prestigio religioso del pontificado, sino
que también dañó políticamente su autoridad, al conceder oficios de gran
importancia a hombres ineficaces y unir el interés del estado a los
intereses familiares. Esto aumentaba, además, el lujo y la ostentación de la
Curia: cada cardenal tenía una corte suntuosa, con palacios y villas dentro
y fuera de Roma, y ello suponía cuantiosos dispendios. Para sufragarlos se
aprovechan de la acumulación de beneficios (regían en ocasiones varias
diócesis que nunca visitaban), de la venta de oficios, del aumento de tasas
y la concesión de indulgencias por el solo lucro.
No hay duda que uno de los Papas más discutidos de esta época es el español
Alejandro VI, de la familia de los Borja, de Valencia. Mientras unos tratan
de defenderlo atenuando en lo posible sus excesos y veleidades, otros siguen
lanzando contra él graves acusaciones. Su trayectoria no se diferencia, sin
embargo, de la que siguieron otros Papas de su tiempo. Su antecesor
Inocencio VIII no fue que digamos un modelo de moralidad, tampoco lo sería
quien iba a seguirle en el pontificado, Julio II. A uno y a otro les supera
Alejandro VI en la atención que puso en los problemas de la Iglesia y en el
interés misionero que demostró, apenas descubiertas las primeras tierras de
América, con la bula “Inter caetera” (1493). Antes de ser Papa, como
sacerdote, tuvo varios hijos . Llevó una vida fastuosa y dio pie para que se
celebrasen en el Vaticano fiestas que degeneraban en verdaderos escándalos.
También se dio al nepotismo, a favor de sus propios hijos. Favoreció a las
Órdenes monásticas, fomentó el culto a la Virgen, impulsando el rosario y el
ángelus, el cuidado de la liturgia, la asistencia a pobres y necesitados. En
1500 celebró con gran solemnidad y devoción el jubileo, inaugurando el nuevo
rito de la apertura de la puerta santa. Protegió las artes y las letras y
embelleció a Roma.
¿Qué podemos decir sobre el monje dominico Savonarola y el Papa Alejandro VI?
El Papa hizo callar al incómodo reformador florentino, que había hecho una
alianza con el monarca francés, con quien el Papa tenía planes e intereses
políticos. Le cita primero a Roma y le prohíbe después predicar. Savonarola
no obedece y es al fin excomulgado (1497). Declara injusta e inválida la
excomunión y desde el púlpito se declara abiertamente contra el Papa, a
quien llama “simoníaco y hereje”; y pide que sea depuesto por un concilio
general. Cambia entretanto la situación en Florencia y el pueblo se pone en
contra del reformador, que ya tenía aires mesiánicos. La turba llega a
asaltar el convento de san Marcos, donde él vivía. Fue llevado ante un
tribunal que le condenó a muerte. El 23 de mayo de 1498, con otros dos
dominicos, Savonarola fue degradado, ahorcado y quemado por “hereje,
cismático y menosprecio de la Santa Sede”.
Nadie duda hoy de la buena voluntad, de la ortodoxia y de los deseos de
reforma de Savonarola. Le perdió su talante, entre mesiánico, religioso y
político, la intransigencia, la exaltación y el fanatismo que dio a sus
predicaciones e intervenciones. Injusticias se cometieron contra él en el
proceso; pero su excomunión, por desobediencia, sigue siendo válida, y ésta
fue la única intervención directa que tuvo el Papa en el asunto.
A Alejandro VI le siguió el belicoso cardenal Juliano della Rovere, que toma
el nombre de Julio II por la admiración que sentía por Julio César, creador
del Imperio Romano. Es considerado como uno de los príncipes italianos. De
su conducta moral –al menos durante sus años de pontificado- nada puede
aducirse de censurable, pero tenía un carácter mundano, violento y
dominante, más de emperador o general que de sumo sacerdote de la
Cristiandad. Luchó contra los franceses y contra los príncipes italianos
para restaurar y consolidar el Estado Pontificio, en el que veía la base
indispensable para la independencia y actividades del papado. Protegió a los
artistas y literatos, a quienes mandaba y daba orientaciones; entre ellos,
Bramante, Miguel Ángel, Rafael. Bajo su pontificado se llega al apogeo del
arte renacentista.
A Julio II le sucede el blando e indulgente León X, “el Papa alegre y
confiado”. Durante su pontificado se consuma la ruptura de Lutero y se
clausura, sin pena ni gloria, el concilio V de Letrán. Amigo de la paz,
evitó mortificaciones, fatigas, peleas e incomodidades. En su pontificado la
mundanidad de la Curia alcanza cotas desproporcionadas. El mismo Papa,
príncipe renacentista bajo las vestiduras pontificales, se dedicaba a
alegres diversiones, aunque sin traspasar los límites de la moralidad; amaba
la caza, las fiestas profanas, la música, el teatro. Amigo de humanistas,
artistas y literatos, a los que colmó de favores.
Ante este panorama, se podría uno desanimar. ¿No hubo durante esos años
algún respiro espiritual?
Sí, también surgieron maestros de la vida espiritual que defendían la
espiritualidad. Entre ellos, Juan de Gerson, que promovió la devoción a san
José y la fe en la Inmaculada Concepción de María. También Tomás de Kempis,
que recomienda a sus lectores el desprecio por las cosas mundanas, el
aprecio por la vida interior y un profundo amor a Cristo.
La Iglesia ante el Nuevo Mundo
El descubrimiento de América, propulsado por España y Portugal, los Papas
dieron su aprobación y su apoyo, mandando sus misioneros.
Tenemos las Bulas “Inter Coetera” (1493) del Papa Alejandro VI antes del
segundo viaje de Colón. Cuando los Reyes Católicos piden al Papa Alejandro
VI que les conceda las tierras recién descubiertas, le manifiestan que lo
que pretenden en primer lugar es que se conviertan sus pobladores y sean
educados en buenas y sanas costumbres. El Papa se lo recordará una y otra
vez: “Os exhortamos insistentemente en el Señor, por el sacro bautismo en
que os obligasteis a los mandatos apostólicos, y os pedimos, por las
entrañas de misericordia de nuestro Señor Jesucristo, que, al emprender y
proseguir esta expedición con recta intención y celo de la fe ortodoxa,
tengáis la voluntad y el deber de procurar que los pobladores de tales islas
y tierras abracen la religión cristiana...Sabemos que vosotros, desde hace
tiempo, os habíais propuesto buscar y descubrir algunas islas y tierras
lejanas y desconocidas, no descubiertas hasta ahora por otros, con el fin de
reducir a sus habitantes y moradores al culto de nuestro Redentor y a la
profesión de la fe católica; y que hasta ahora, muy ocupados en la
reconquista del reino de Granada, no pudisteis conducir vuestro santo y
laudable propósito al fin deseado. Pues bien, con el descubrimiento de las
Indias llegó la hora señalada por Dios para que decidiéndoos a proseguir por
completo semejante empresa, queráis y debáis conducir a los pueblos que
viven en tales islas y tierras a recibir la religión católica. Así pues, por
la autoridad de Dios omnipotente concedida a san Pedro y del Vicariato de
Jesucristo que ejercemos en la tierra, con todos los dominios de las
mismas...a tenor de la presente, donamos, concedemos y asignamos todas las
islas y tierras firmes descubiertas y por descubrir a vos y a vuestros
herederos. Y al mismo tiempo en virtud de santa obediencia, el Papa dispone
que los reyes castellanos han de destinar varones probos y temerosos de
Dios, doctos, peritos y expertos para instruir a los residentes y habitantes
citados en la fe católica e inculcarles buenas costumbres” (A. Gutiérrez,
América 122-123). Roma, pues, envía claramente España a América, y en el
nombre de Dios se la da para que la evangelice. En otras palabras, el único
título legítimo de dominio de España sobre el inmenso continente americano
reside en la misión evangelizadora .
El Papa Julio II, en la bula Universalis Ecclesiae, ya en el siglo XVI,
concedida a la Corona de Castilla, en la persona de Fernando el Católico,
dio forma definitiva al Patronato Real, es decir, el modo en que se articuló
la misión de España en las Indias, con sus derechos y deberes. Este
Patronato Real implicaba: percepción de diezmos, fundación de diócesis,
nombramientos de obispos, autorización y mantenimiento de los misioneros,
construcción de templos, etc.
Dado que al inicio no existía una organización legal, ni se conocían las
tierras, el personalismo anárquico y la improvisación, la codicia y la
violencia, amenazaron con pervertir en su misma raíz una acción grandiosa y
noble. Colón, fracasó en las Indias como Virrey Gobernador. Tampoco el
comendador Bobadilla, que le sucedió en 1500, en santo Domingo, capital de
La Española, pudo hacer gran cosa con aquellos indios diezmados y
desconcertados, y con unos cientos de españoles indisciplinados y divididos
entre sí. Alarmados los Reyes, enviaron en 1502 al comendador fray Nicolás
de Ovando, con 12 franciscanos y 2.500 hombres de todo oficio y condición.
Bartolomé de las Casas entre ellos. Entre las indicaciones que les dieron
los reyes católicos fue que trataran bien, como vasallos libres, a los
indios. Estas son las palabras del testamento de la reina Isabel: “De
acuerdo a mis constantes deseos...no consientan ni den lugar que los indios
reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que sean bien y
justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, lo remedien y
provean”.
Ante los maltratos que algunos gobernadores hacían a los indios, se alzaron
muchas voces de la Iglesia. Teniendo delante a América y desde su cátedra de
Salamanca, el dominico Francisco de Vitoria proclama a todos los vientos el
derecho internacional y los derechos humanos. Su hermano de hábito, Fray
Antonio de Montesinos, pronunció un famoso sermón el primer domingo de
adviento de 1511 en santo Domingo contra los abusos de los colonos: “¿Estos
no son hombres? ¿Con éstos no se deben guardar y cumplir los preceptos de
caridad y de la justicia? ¿Estos no tenían sus tierras propias y sus señores
y señoríos? ¿Estos hannos ofendido en algo? ¿La ley de Cristo, no somos
obligados a predicársela, y trabajar con toda diligencia de
convertirlos?...Todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la
crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”...Decid, ¿con qué
derecho y con qué justicia tenéis en tal cruel y horrible servidumbre a
aquellos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a
estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan
infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?”.
En las Juntas que pronto se tienen en Burgos y Valladolid son los religiosos
quienes defienden la libertad de los indios.
A finales del XV, llegaron a España las acusaciones de los franciscanos
belgas Juan de la Deule y Juan Tisin. En 1513, fray Matías de Paz ,
catedrático de Salamanca, escribe “Del dominio de los reyes de España sobre
los indios” denunciando el impedimento que los abusos ponen a la
evangelización, y afirmando que jamás los indios deben ser gobernados con
dominio despótico. En 1539, el dominico fray Vicente Valverde, escribe al
rey acerca de los abusos sufridos por los indios. En 1541, fray Toribio de
Benavente, Motolinía , escribe en su Historia de los indios de la Nueva
España contra los abusos de algunos españoles, y también los defiende de
algunas difamaciones del padre Las Casas.
También la Iglesia, con el apoyo de los misioneros, controlaron muy bien las
encomiendas, para que no hubiese abusos, como sucedió en la época feudal.
Impidieron que los encomenderos se convirtiesen en una poderosa casta
hereditaria. Buena parte de los debates jurídicos y teológicos del siglo XVI
giraron en torno a la encomienda y el repartimiento, que fueron viéndose
como un mal menor. La encomienda terminó en 1718.
A mediados del XVI, con el padre Las Casas , fueron el padre Francisco de
Vitoria, dominico, y el padre Juan Ginés de Sepúlveda las figuras más
importantes en el tema de la justificación de la presencia y acción de
España en las Indias. Francisco de Vitoria es el fundador del Derecho
Internacional.
Don Vasco de Quiroga dedicará buena parte de su vida de seglar, siendo oidor
de la Segunda Audiencia de México y después como primer obispo de Michoacán,
a defender a los indios, a protegerlos y educarlos en sus Pueblos Hospitales
de México, “teniendo siempre en cuenta la dignidad humana de los indios”,
como escribe en uno de los informes que manda al Consejo de las Indias.
Del también dominico Julián Garcés, primer obispo de Tlaxcala, es otra frase
famosa: “Saquemos oro de las entrañas de fe de los indios”. Por tanto, no se
iba a América sólo “por convertir en doblones el oro azteca e inca”, a costa
del trabajo y de la dignidad de aquellos indígenas. La obra que hace allí la
Iglesia es algo que honradamente no se puede ignorar.
De 1504 a 1511 se establece la jerarquía eclesiástica en las islas de Santo
Domingo y Puerto Rico. En Cuba se funda la diócesis de Baracoa en 1515 y la
de Santiago en 1522. En los mismos días de la conquista se crean nuevas
diócesis en México, Perú, Colombia, Venezuela, Chile y Argentina; en México
se celebra un concilio provincial en 1555, de gran resonancia para la
primera evangelización americana.
Los numerosos misioneros que llegan a América no sólo se preocupan de
adoctrinar a los indios en la religión cristiana, sino que promueven entre
ellos el conocimiento de no pocos oficios, artes y las letras. El colegio de
Santiago de Tlatelolco, de los franciscanos, es el primero que se crea en
Nueva España; los agustinos levantan otro en Tiripitío, y Vasco de Quiroga
uno más para la formación de clérigos en Pátzcuaro de Michoacán. De 1551 son
las Reales Cédulas por las que se fundan las Universidades de México y de
Lima, a cargo principalmente de obispos, clérigos y religiosos. A propósito
de esta última, la de san Marcos, escribe Madariaga que “en ningún aspecto
de su obra en América ha manifestado España con más claridad su filosofía
política y su sentido de la humanidad sin bordes ni barreras que en el de la
instrucción pública. Las órdenes religiosas fundaron en numerosas ciudades
colegios tanto para los españoles (o sea, los criollos blancos) como para
los hijos de las familias indias pudientes, y las Universidades comenzaron a
florecer desde los días primeros de la conquista. La de san Marcos es de
1551, apenas trece años después de terminada la conquista de tan inmenso
país, y sin embargo, ya era la tercer del Nuevo Mundo, por serle anteriores
Méjico y santo Domingo” .
A la labor evangelizadora de franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas y
clérigos regulares, se une la labor legislativa que se resume en las
Ordenaciones de nuevos descubrimientos y poblaciones, promulgadas por Felipe
II en 1573 y en la Recopilación de Leyes de Indias.
El Papa Pablo III en la bula “Sublimis Deus” (1537) afirma que los indios
son hombres libres y que hay que convertirlos por medio de la mansedumbre.
Lo dice con estas palabras: “Los indios son verdaderos hombres dotados de
alma: aptos en consecuencia para disponer de sus bienes y personas”. Con
este documento se intenta poner fin a una enconada controversia teológica
íntimamente ligada al problema de los justos títulos en que pretendía
apoyarse la conquista, puesto que se había llegado a cuestionar la
racionalidad de los indígenas basándose en sus creencias idolátricas,
sacrificios humanos, prácticas de canibalismo, costumbres homosexuales y
otras prácticas escandalosas, llegando a considerarlos poco más que como
animales que poseían el don de la palabra.
La Iglesia puso en cada encomienda a un fraile para que llevara a cabo la
evangelización. Los frailes tuvieron que afrontar el desafío de la
evangelización de esa cultura, o llamado también, el problema de la
inculturación; cómo adaptar el mensaje de Cristo a esa cultura. Más tarde,
en 1622, la Santa Sede creó la Congregación de Propaganda Fide, hoy llamada
Congregación para la evangelización de los pueblos, que puso a disposición
de los misioneros los medios necesarios para las misiones: imprenta
políglota, seminarios, universidades, creación de vicarios apostólicos y
obispos misioneros dependientes directamente del Papa.
No podemos acabar estar parte sin dar un juicio sobre la esclavitud: el
descubrimiento de América motivó una enorme petición de mano de obra e hizo
nacer la trata de negros, que se buscaban en las costas de África. Esta
trata duró hasta comienzos del siglo XIX. De 14 a 20 millones de negros
fueron llevados de África. Para justificar la esclavitud y el mercado de
negros, se apeló a los argumentos de Aristóteles, que habla de categorías de
hombres esclavos por naturaleza; se recordó la maldición de los hijos de Cam
(Gn 9, 5: los africanos). En ese tiempo la esclavitud era un mal necesario
para las necesidades de la economía. Por otra parte, la esclavitud permitía
a los negros acceder a la fe cristiana. Ciertamente siempre será reprobable
la esclavitud desde todos los puntos de vista, pues el hombre, todo hombre,
independientemente de su color, raza, sabiduría...es hijo de Dios, tiene
alma y, por lo mismo, su dignidad es altísima. El principio moral “El fin no
justifica los medios”, aquí también es aplicable: el ofrecerles la fe (fin)
no justifica el medio de la esclavitud, que es un mal. Los negros tuvieron
al jesuita san Pedro Claver, que se esforzó en suavizar su suerte en la
Colombia del siglo XVII. Debemos recordar también que el tema de la igualdad
de todos los hombres ha empezado a aceptarse a partir de finales del siglo
XVIII, con la revolución francesa. Los derechos humanos y la igualdad de
todos eran verdades cristianas, pero el reivindicarlas cuando los
condicionamientos sociales no estaban maduros hubiera supuesto un mal peor
que el existente. A modo de analogía, no olvidemos que ni el mismo san Pablo
se rebeló contra la esclavitud, sino que pidió trato humano para los
esclavos. En todo juicio de un comportamiento histórico hay que censurar el
error partiendo, sí, de nuestro avance actual en respeto a la persona, pero
sin desprenderse totalmente de la situación de esa época, a menos de no
querer cometer una injusticia histórica.
CONCLUSIÓN
A mediados del siglo XV, el papado parecía haber recobrado su esplendor y su
prestigio. El último antipapa de la historia había abdicado en 1449. Una
turba inmensa había acudido a Roma a celebrar el jubileo del Año Santo de
1450. De nuevo, un Papa podía afirmar que los pontífices romanos eran los
señores de los hombres y de todo lo que pertenece al hombre.
¿Iba a revivir la cristiandad las horas del siglo XIII? Pero, ¿se podía
seguir hablando de Cristiandad? Europa había pasado a ser una Europa de
príncipes. La guerra de los cien años, acabada en 1453, había revelado unos
antagonismos nacionales que se irían acentuando más aún con el tiempo.
Desanimado el Papa Pío II (1458-1464) confesaba: “La Cristiandad ya no
tiene una cabeza que respete y a la que quiera obedecer; los títulos de
emperador y de sumo pontífice no representan para ella más que nombres sin
realidad, y quienes los llevan sólo son a sus ojos vanas imágenes”.
Algunos papas de finales del siglo XV se portaron más como príncipes
italianos que como pontífices universales. Eran papas que, en calidad de
soberanos de los Estados Pontificios, descendían a las arenas movedizas de
la política italiana, pactaban ligas y alianzas, hacían la guerra a otros
príncipes cristianos. Eran grandes señores del Renacimiento, amantes de las
bellas artes y magníficos mecenas de una pléyade de artistas geniales. Pero
esa hora brillante del Pontificado renacentista no era una hora luminosa de
la historia cristiana. La Iglesia padecía y la Cristiandad sufría la
orfandad cuando más falta le hacía sentir la mano vigorosa del timonel que
gobernase la barca de Pedro.
A la hora en que se descorría el telón de la historia y entraba en escena el
mundo moderno, la mayoría de los papas de este siglo no dieron la talla que
aquellos tiempos críticos parecían exigir. Que fuera mucho lo que Dios y los
hombres podían pedir en tales momentos a la Iglesia, lo sugiere la simple
consideración de algunos hechos bien significativos. Tan sólo sesenta y
cuatro años separan dos fechas infaustas en la historia del cristianismo: el
29 de mayo de 1453, la trágica jornada en que cayó Constantinopla y se
hundió para siempre el Imperio cristiano de Oriente, y el 31 de octubre de
1517, el día en que Lutero hizo públicas sus 95 tesis contra las
indulgencias en la ciudad alemana de Wittemberg, dando así comienzo a la
revuelta protestante, que segregaría del cuerpo de la Iglesia católica a la
mitad de la Europa cristiana.
La Providencia hizo, con todo, que entre esas dos fechas dolorosas
amaneciese un día de octubre de 1492, que abrió a la Iglesia de Cristo los
caminos de un nuevo mundo, América, destinado a ser en un futuro el segundo
continente cristiano.
Había acabado una época. Se anunciaban tiempos nuevos. Con el retorno a las
fuentes grecolatinas, se iba abriendo una renovación cultural. La Iglesia no
sería ya la maestra de la vida intelectual, como lo había sido en Edad
Media. La imprenta recién inventada iba a revolucionar las relaciones entre
los hombres.
Al oeste del continente europeo, el Islam serían arrojado de España (1492).
Ya los portugueses habían puesto pie en Ceuta, en la costa africana (1415).
Se esbozaba el descubrimiento de nuevos mundos. Limitada y bloqueada en el
este, ¿sospechaba la Iglesia que su porvenir no estaba ya en la restauración
de la cristiandad europea, sino en el anuncio del evangelio al mundo entero?
APÉNDICE 1°: Esquema de la evangelización en tierras americanas
Antes de poner punto final a este gran siglo XVI, hagamos un esquema de la
evangelización en las demás tierras americanas:
1.América del Norte española: los conquistadores y misioneros
descubren la actual California en 1532, que es península, y fue llamada Baja
California, para diferenciarla de la Alta California, actual territorio de
los Estados Unidos de Norteamérica.
2.Colombia (Nueva Granada): en 1525 Rodrigo de Bastidas y
varios misioneros fundaron la Reducción que llamaron de Santa Marta, primer
centro evangelizador de las actuales repúblicas de Colombia y Venezuela. Más
tarde, tocó la suerte a Cartagena de Indias en 1533; luego, Bogotá en 1536,
con fray Domingo de Las Casas y Pedro Zambrano.
3.Venezuela, Caracas en 1578, donde los misioneros introducen
instrumentos de labranza, semillas, ganadería y levantan escuelas y
hospitales. Serán los capuchinos los grandes misioneros venezolanos, en el
siglo XVII. En el siglo XVIII llegaron los jesuitas.
4.Asunción del Paraguay en 1537, punto estratégico entre Perú
y el Río de la Plata, donde Alvar Núñez Cabeza de Vaca fijó su sede en 1541.
Las encomiendas aquí fueron bien regimentadas y con menos abusos que en
otras partes. El primer obispo se llamó Fray Juan de Barrios en 1547.
5.En Bolivia fue dura la evangelización, pues los naturales
ofrecían mucha resistencia al inicio. Los misioneros jesuitas se ganaron el
corazón de los indígenas con dádivas. Las reducciones se formaron en 1687,
1689 y 1693.
6.En Ecuador, llegan los franciscanos y mercedarios en 1535.
7.En Chile se plantó la cruz en 1541. El primer obispo fue
Rodrigo Gonzáles Marmolejo.
8.La partida de nacimiento de la actual República Argentina
está fechada con la llegada de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata en
1516. Será Magallanes quien llevó en su nave capitana Trinidad al padre
Pedro de Valderrama (1519-1520). El primer obispo fue fray Pedro Fernández
de la Torre (1556-1573). Garay funda la ciudad “para ensalzamiento de la
santa fe católica y púsole por nombre Santísima Trinidad, en el puerto de
Santa María de los Buenos Aires el 11 de junio de 1580.
9.Los primeros evangelizadores del Brasil son los franciscanos
en el siglo XVI. Después llegan los jesuitas, también en el mismo siglo,
entre ellos el padre Anchieta, el apóstol del Brasil, beatificado ya por el
papa Juan Pablo II. A él se suma el padre Manuel de Nóbrega, gran propulsor
de las misiones del Paraguay. La primer diócesis fue en San Salvador de
Bahía, cuyo primer obispo fue Pedro Fernández Sardinha. La evangelización se
llevó a cabo en medio de cultos afro-indígenas.
10.Uruguay fue evangelizada en el siglo XVII.
11.Canadá fue fundada por Jacques Cartier en 1534, en el lugar
llamado Gaspé, donde se plantó la primera cruz . Fue en el siglo XVII donde
se produjo la epopeya misionera con los agustinos, recoletos, jesuitas,
sulpicianos, Ursulinas, redentoristas. Mártires del Canáda fueron Juan de
Brebeuf y compañeros mártires jesuitas.
APÉNDICE 2°: Para entender un poco más el descubrimiento y la
evangelización de América
¿Qué significó la llegada de los españoles a las riberas americanas?, ¿un
descubrimiento?, ¿un encuentro?, ¿una lucha desigual?, ¿una destrucción
implacable? ¿Qué hicieron los españoles: destruir, arrasar, inculturar,
evangelizar? ¿Buscaban oro o tierras?, ¿esclavos o almas? Y, sobre todo,
¿qué debe hacer la Iglesia: una ceremonia de acción de gracias o un acto
penitencial de reparación? ¿Leyenda negra o leyenda rosa sobre el
descubrimiento, la conquista y la evangelización de América?
Lamentablemente, por ahora, una lectura desapasionada de los acontecimientos
no es ni fácil ni se ve cercana. Y esto por dos razones fundamentales.
En primer lugar, porque el mundo nutre sus ideas y convicciones no sólo de
la historia, sino de la historia de la historia. No es sólo el hecho
objetivo, que sucedió en una época y en un lugar, lo que determina las
actitudes mentales, sino la historia que sobre ese hecho se haya escrito; es
decir, no sólo la historia sino también la historiografía.
Cuando nos acercamos a la obra de España en América forzosamente tenemos que
hacerlo a través de la historia escrita que se ha ido acumulando a lo largo
de estos cinco siglos..., y no es siempre fácil redimensionar puntos de
vista que durante siglos constituyeron tópicos muy frecuentados. No es este
el lugar para hablar sobre la leyenda negra de la España católica de Felipe
II, la España de las torturas de la Inquisición y la destrucción de las
Indias..., la España de los historiadores franceses e ingleses, la mayor
parte de ellos protestantes o al menos rabiosamente anticatólicos. Voltaire
afirmaba tajantemente que “Felipe II mandó exterminar a los indios”; por
esos mismos años Campe consideraba que “el destino de España fue destruir”;
para Draper “el descubrimiento y la conquista de América por parte de los
españoles fue una gran desgracia para la humanidad”. Juicios como éstos
condicionan, al menos en parte, la mentalidad de los hombres de hoy.
Hay, sin embargo, otro hecho mucho más significativo que impide una lectura
imparcial de la verdad histórica: las ideas, los ideales, las convicciones
que estuvieron en juego hace cinco siglos siguen hoy presentes en la vida de
los hombres y de las sociedades, y provocan, ayer como hoy, adhesión o
rechazo. Hay intereses en torno a la interpretación de la historia, porque
la fe, que en gran medida inspiró la entera evangelización, sigue hoy viva
en la gran mayoría del pueblo que surgió de ese encuentro. Nadie se siente
vitalmente comprometido al analizar las conquistas de Alejandro Magno o los
crímenes de Nerón; la historia que ellos protagonizaron nos es ajena. No es
este el caso de la conquista y evangelización de América y no es por eso
extraño que grupos de intereses promuevan, aun falseando la verdad, su
propia lectura de la historia.
En Latinoamérica son tres las fuerzas que se manifiestan acerbamente
críticas con respecto a la obra de España en América: los grupos más
intransigentes de izquierda, que consideran parte esencial de la retórica
revolucionaria las reivindicaciones indigenistas (se incluyen aquí también
los pensadores de la teología de liberación, hoy día ya decaída); el
protestantismo americano, que ve en la obra de España el retraso, la
cerrazón mental y la rígida intransigencia de un catolicismo incapaz de
aceptar su necesidad de reforma; y, por último, la fuerza emergente de las
nuevas sectas religiosas, que ven en la Iglesia y en su obra su enemigo
natural. Son fuerzas que luchan por imponer una visión parcial, por momentos
claramente deformada, de la historia.
Ante esta situación no se ve conveniente promover una “leyenda rosa”; sería
contrarrestar el influjo de una manipulación histórica con otra manipulación
aún peor. La falta de rigor y seriedad convertiría la polémica en una
discusión de sordos y haría escaso bien a la causa de la verdad. Antes bien,
la Iglesia ha optado por celebrar, sin triunfalismo y distinguiendo cuando
es necesario la obra de los evangelizadores de la de los conquistadores, una
obra que conllevó muchas debilidades e injusticias flagrantes, encuadrada en
un ambiente histórico condicionante, pero que sin embargo es esencialmente
testimonio de una fe viva y ardiente, de una grande abnegación misionera y
de un respeto sincero, aunque germinal, por el indígena.
No sería justo, sin embargo, olvidar las injusticias de aquella época. No
sería justo para con los pueblos indígenas de América que soportaron
invasiones, guerras, enfermedades mortales, conquistadores inescrupulosos
que, salidos de las cárceles de Cádiz, se convirtieron por las
circunstancias en detentores absolutos de tierras y hombres...Tampoco sería
justo para con la Iglesia, que desde el inicio de la conquista supo
constituirse en defensa y promoción del indígena, que la mayor parte de las
veces no tenía otra institución a la cual recurrir.
Pero esto no debe inclinarnos a juicios fáciles y a dividir la historia con
las categorías unívocas de buenos y malos. No puede decirse, sin faltar a la
verdad, que los indios, los buenos, fueron maltratados por los españoles,
los malos. Los indios cometían también injusticias y crímenes; prueba de
ello es el dominio del terror que los aztecas imponían a los demás pueblos
indígenas antes de la llegada de los españoles y que permitirá a los
europeos contar con ejércitos enormes para abatir el dominio azteca. Los
indios no eran ángeles sino hombres, tanto cuanto los españoles, igualmente
sometidos por la fuerza del pecado original.
Tampoco puede decirse que los frailes fueran los buenos y los españoles los
malos. No corresponde a la verdad histórica porque consta que junto al
formidable impulso misionero de esa época se mezclan, en cantidades no poco
considerables, la ambición, el fanatismo y la incultura. Al mismo tiempo,
consta también que con los españoles llegaron hombres nobles y profundamente
cristianos, comprometidos en la defensa del indio y en la construcción de un
orden cultural nuevo.
Se trata de leer con serenidad este pedazo de historia, sin juicios
apresurados, aprendiendo de él cuanto la Iglesia puede necesitar para el
esfuerzo de renovación apostólica en el que está embarcada.
Para comprender esta situación es, por tanto, necesario ponerse en el
contexto histórico.
El año 1492 fue para España un punto de llegada y un punto de partida. Era
el año de la anhelada unidad española: la reconquista, el proceso de
reunificación de la península ibérica, concluía, dejando tras de sí una
historia heroica en la que España podía ver reflejado su destino: hombres
valerosos luchando y muriendo por el Rey y por España, conquistando con su
sangre, bajo el signo de la cruz, cada palmo de tierra arrancado al dominio
árabe. La unidad española era ya un hecho: la expulsión de los judíos, ese
mismo año, no venía sino a confirmarla.
Pero España no era sólo unidad territorial; era, ante todo, unidad
espiritual. Por una parte, sus largos años de reconquista han tenido el
sabor de una inmensa cruzada victoriosa contra el infiel musulmán, ante el
cual se sentirá después bastión del occidente católico. Por otra, su lucha
contra las tesis que un clérigo de Wittenberg ha clavado en las puertas de
la iglesia del castillo, desafiando los dos grandes polos del poder
medieval, el emperador y el papa, no es sólo la defensa de una idea
política: el imperio cristiano; es principalmente afirmación vigorosa y
defensa de la fe ortodoxa. Nada tiene de extraño que también la conquista de
América se le presente a España con un marcado carácter religioso, como una
obra de evangelización.
Es la España que gusta de concebirse a sí misma, lo decimos con palabras de
Marcelino Menéndez Pidal, “evangelizadora de la mitad del orbe, luz de
Trento, martillo de herejes, espada de Roma, cuna de san Ignacio”. De hecho,
la naciente España ejerce su hegemonía europea como se realiza una vocación,
una vocación histórica, firmemente arraigada en la fe y en la tradición,
luchando denodadamente por ponerse a la altura de la misión que la historia
le requiere. Todo en España tiene algo de grandioso y de desmesurado en esta
época: en ella se mezclan y conviven el afán de aventuras y el impulso
misionero; la lucha por el poder con la abnegación y la caridad, el afán
desmedido de riquezas con la santidad y el desprendimiento. Como nunca
producirá España grandes teólogos, grandes santos y místicos, grandes
fanáticos, grandes inquisidores y grandes sinvergüenzas. El papel de
primacía que le corresponde aumenta inexorablemente en la perspectiva
histórica las virtudes y los vicios de España.
Entre todos los retos que España asume, la misión más noble, la más exitosa
históricamente, la más costosa y la que más exigirá sacrificio será América.
Es allí donde España, más que defender un mundo de antiguos valores, va a
ser creadora de un orden nuevo.
APÉNDICE 3°: Juicio sobre el padre Bartolomé de Las Casas
La crítica actual, al margen ya de malentendidos triunfalismos
nacionalistas, ha dado su fallo a favor del dominico: abrazó la causa de los
colonizados, que eran los más débiles y dio ejemplo de cuál debe ser la
actitud cristiana frente a la injusticia.
Gracias a las denuncias de Las Casas al emperador español Carlos V, mejoró
la situación de los indios, sobre todo con las Leyes de Burgos y luego con
las Leyes Nuevas, no obstante su imperfecta aplicación.
Con todo, cabe decir que los juicios del padre de las Casas no carecen de
pasión y parcialidad, al considerar los malos tratos que daban a los indios
algunos encomenderos y generalizarlos como si fueran el denominador común.
Ni siquiera la vida del padre De las Casas parece ser un modelo de caridad
hacia los indios.
Toribio Motolinía escribe al emperador Carlos V en enero de 1555 una carta
para ponerle al tanto de las necesidades de los indios y también para
“quitar parte de los escrúpulos que el de las Casas, obispo de Chiapas, pone
a Vuestra Majestad y a los de vuestros consejos” (n. 1). Entresaco algunas
ideas y párrafos de la carta:
“No tiene razón el de Las Casas de decir lo que dice y escribe y emprime,
y adelante, porque será menester, yo diré sus celos y sus obras hasta dónde
allegan y en qué paran, si acá ayudó a los indios o los fatigó” (n. 4). “Yo
me maravillo cómo Vuestra Majestad y los de vuestros Consejos han podido
sufrir tanto tiempo a un hombre tan pesado, inquieto e importuno y
bullicioso y pleitista, en hábito de religioso, tan desasosegado, tan mal
criado y tan injuriador y perjudicial y tan sin reposo” (n. 7). “Vino el de
las Casas siendo fraile simple y aportó a la ciudad de Trascala, e traía
tras de sí cargados, 27 ó 37 indios, que acá se llaman tamemes” (n. 8).
Cuenta luego cómo se negó a bautizar a un indio, ante lo que Motolinía
replicó: “Yo entonces dije al de las Casas: cómo, Padre, ¿todos vuestros
celos y amor que decís que tenéis a los indios, se acaba en traerlos
cargados y andar escribiendo vidas de españoles y fatigando a los indios,
que sólo vuestra caridad traéis cargados más indios que treinta frailes. Y
pues un indio no bautizáis ni doctrináis, bien sería que pagásedes a cuantos
traéis cargados y fatigados” (n. 8). “Una de las cosas que es de haber
compasión en toda esta tierra, es de la ciudad de Chiapa y su subjeto, que
después que el de las Casas allí entró por obispo quedó destruida en lo
temporal y espiritual, que todo lo enconó. Y plega a Dios no se diga de él
que dejó las ánimas en las manos de los lobos y huyó: quia mercenarius est
et non pastor, et non pertinet ad eum de ovibus” (n.12). “Y no es razón que
el de Las Casas diga que el servicio de los cristianos pesa más que cien
torres y que los españoles estiman en menos los indios que las bestias y aun
que el estiércol de las plazas. Parésceme que es gran cargo de conciencia
atreverse a decir tal cosa a Vuestra Majestad” (n. 42).
“Y hablando con grandísima temeridad dice que el servicio que los españoles
por fuerza toman a los indios, que, en ser incomportable y durísimo, excede
a todos los tirnos del mundo, sobrepuja e iguala al de los demonios. Aun de
los vivientes sin Dios y sin ley no se debería decir tal cosa. Dios me libre
de quien tal cosa decir” (n. 43) .
J. Höffner concluye el juicio del padre Las Casas con estas palabras:
“A las Casas son aplicables las palabras de Schiller: Confusa, por el
favor y el odio de las partes, la semblanza de su carácter se presenta
vacilante en la historia. Quienes con mayor entusiasmo le aplaudieron
fueron, en el siglo XVI, los enemigos de España, que abusaron de la
destrucción de las Indias para sus campañas difamatorias contra esta nación.
En 1578 se publicó la primera edición holandesa; en 1579, la primera
francesa, y, en 1583, la primera versión inglesa, a las que siguieron otras
muchas ... Lo que menos se le perdonó fueron sus repetidas invectivas contra
las encomiendas.
En esta cuestión, movidos por consideraciones de metodología misional,
también los franciscanos estuvieron contra él. Sin duda, era toda la
idiosincrasia de Las Casas lo que crispaba los nervios a muchos. Es cierto
que los juicios de Las Casas a menudo pecaban de parciales. Veía delante de
sí una sola meta, por lo que, como frecuentemente se ha subrayado, destacó
únicamente los aspectos sombríos de la política colonial española. También
las cifras que cita son, a menudo, exageradas. Sin embargo, su gran Historia
de las Indias muestra al incansable Las Casas, pese a una muy personal y
apasionada actitud ante los acontecimientos, como historiador fidedigno que
una y otra vez recurre a las fuentes originales. Probablemente fue el
emperador Carlos V quien mejor supo comprender a su “Micer Bartolomé”, como
solía llamarle. Pues, de no ser así, nunca se habrían dictado las leyes de
1542, promulgadas por un soberano de conciencia cristiana, que no se creía
más allá del bien y del mal” (En su libro, “La ética colonial española del
siglo de oro”, ediciones Cultura Hispánica, Madrid 1955, pgs. 258-261).
Ha sido la obra de Las Casas “Brevísima relación de la destrucción de las
Indias”, la que contribuyó grandemente a la “leyenda negra” sobre la
conquista y evangelización de las Indias.
Una de las críticas que podríamos decir de Las Casas fue el hecho de
dedicarse demasiado al trabajo, descuidando su ministerio sacerdotal; haber
cometido imprudencias graves contra las conciencias de sus súbditos; haber
usado el arma del miedo a la condenación para lograr sus fines; caer en
errores que él mismo anatematizaba, dando ocasión a escándalo y a poca
fiabilidad a sus denuncias en el plano de la sinceridad como defensor de los
indios. Tal vez infunda sospechas de haber sido desleal a España cuando la
ataca duramente y le propone planes irrealizables o idealistas, sin meterse
él mismo en la dura tarea de combatir la injusticia con su ministerio
sacerdotal, iluminando y haciendo el bien espiritual a indios y españoles,
llevando el evangelio a ambos para sanar de raíz el mal. Denunciar, es
verdad, puede hacerlo todo sacerdote, pero no es justa la denuncia
exagerada. El sacerdote debe denunciar el mal, perdonarlo y construir la
justicia con el Evangelio y desde el Evangelio.