Historia de la Iglesia

Siglo XIV - Edad Media


Autor: P. Antonio Rivero
Fuente: Catholic net

 

INTRODUCCIÓN

Se habla habitualmente de decadencia de la cristiandad en los siglos XIV y XV, pero conviene entender bien la palabra “decadencia”.

Se trata en primer lugar de una decadencia en el sistema de cristiandad. Como hemos visto, ésta se basaba en la supremacía del papado, que había llegado a desempeñar el papel de árbitro universal de Europa en tiempos de Inocencio III. Este equilibrio era frágil, incluso en el siglo XIII, y se fue rompiendo poco a poco a lo largo de los siglos siguientes, a través de varias crisis, alguna de ellas muy graves.

Los soberanos discuten el papel del Papa en el terreno político. Dentro mismo de la Iglesia, las divisiones desembocan en un cisma y en la contestación del poder papal. Las desgracias de los tiempos y el malestar de las conciencias provocan una explosión del pensamiento religioso y marcan el final de la unanimidad.

Sin embargo, este aspecto de decadencia no resume toda la vida de la Iglesia durante este período. Se operan algunas transformaciones que anuncian una época distinta. Son siglos también de una profundización interior para un gran número de cristianos.


 

I.SUCESOS

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...”

Surgieron nuevamente conflictos con los emperadores y príncipes, como había acontecido en otros siglos anteriores.

Van naciendo, primero, las monarquías nacionales , desligadas del papado. Los príncipes rechazan las intervenciones del Papa en sus reinos y afirman su autoridad en los asuntos eclesiásticos de sus dominios.

En dos ocasiones, el rey de Francia, Felipe el Hermoso, y el Papa Bonifacio VIII se enfrentan violentamente. En un primer momento, Bonifacio le niega al rey el derecho a poner impuestos sobre los bienes de la Iglesia. En un segundo momento el conflicto tiene por objeto la inmunidad judicial de los clérigos, pues Felipe ha citado ante el tribunal real al obispo de Pamiers, protegido de Bonifacio VIII.

Se desencadenan violencias. El Papa amenaza con deponer al rey invocando antecedentes, los legistas de la corte real pasan a la ofensiva y excitan el sentimiento nacional y religioso contra un Papa acusado de todos los vicios. Guillermo de Nogaret, súbdito del rey Felipe, humilla al Papa Bonifacio en su residencia de Anagni, dándole una bofetada (1303). Fuertemente conmocionado, el Papa, ya anciano, muere un mes más tarde . Además de provocar la instalación del papado en Francia, este conflicto motivó también un intercambio de argumentaciones; a las que Bonifacio VIII contestó con la bula Unam Sanctam, que recoge todas las afirmaciones teocráticas de sus predecesores: recordaba la doctrina del primado pontificio, la superioridad del poder espiritual sobre el poder temporal; por tanto, según esta doctrina teocrática todo hombre para salvarse debe estar sometido al Papa. A lo que responde el rey Felipe el Hermoso con ataques injuriosos y groseros, afirmándose como el único señor de su reino. Aparece la idea de que, si un Papa fallase, podría ser juzgado por un concilio general (conciliarismo).

Más tarde se dio otro conflicto entre el Papa Juan XXII y Luis de Baviera, a quien el Papa no quería reconocer como emperador (1324). Todo desembocó en la designación de un antipapa y en la multiplicación de escritos sobre los derechos respectivos de los papas y de los soberanos. Independientemente de las polémicas y de las injurias, estos escritos proponen una reflexión sobre la naturaleza respectiva del estado y de la iglesia.

Y surge también lo que se llama el “nacimiento del espíritu laico”. El término laico no significa antirreligioso; sino, persona que no es clérigo. Dos grandes afirmaciones caracterizan al espíritu laico: la independencia del estado en el terreno temporal, y la insistencia en definir la iglesia como el conjunto de creyentes, sin limitarla a la institución clerical.

Las consecuencias difieren según los autores. Unos se contentan con afirmar una relativa autonomía del estado y de la iglesia: cada uno constituye una sociedad que tiene su propia soberanía. Es lo que hoy aceptamos de buena gana. Pero Marsilio de Padua va mucho más lejos: sólo el estado tiene la soberanía; la Iglesia no es una sociedad, sino que está en el estado que concede sus poderes a los clérigos y convoca los concilios. Es la teocracia al revés, el embrión de un sistema totalitario.

Signo simbólico de este espíritu laico es la bula de oro de 1356, que excluye toda intervención del Papa en la designación del emperador de Alemania. Fue publicada por el emperador Carlos IV de Luxemburgo. Pero este mismo emperador designó, en cambio, siete dignidades para que eligieran emperador: tres arzobispos, al rey de Bohemia, al duque de Salonia, al margrave de Brandeburgo y al conde del Rhin. Así el imperio se independizó del papado. Estando los ánimos tan exaltados y el Papa un tanto temoroso por lo que estaba aconteciendo, ¿qué hizo el Papa?

El papado en Aviñón (1309-1377)

Clemente V, electo Papa en 1305, estableció su residencia en el sur de Francia. A él le siguieron Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI, Urbano V, Gregorio XI. Los romanos hablaban de la cautividad de Babilonia. No es exacto decir cautiverio ni exilio, pero sí refugio.

·Causa del traslado a Aviñón: ¿Por qué los papas fijaron su residencia en Francia? Una causa fue la lucha fratricida en Italia entre los Orsini y los Colonna. También influyó el deseo de alejarse de la órbita de los emperadores alemanes, pero cayeron bajo el dominio del rey francés. También en Roma había clima de violencia y saqueo, en el que peligraban la paz, la libertad y hasta la misma vida de los papas. En Aviñón no había anarquía, ni luchas callejeras, ni güelfos ni gibelinos, ni Orsinis ni Colonnas. En Aviñón había paz y buena administración.

·Cosas positivas: la situación de Aviñón no creaba inconvenientes para la dirección de la iglesia: la ciudad era tranquila y estaba bien situada; era fácil comunicarse desde allí con toda la cristiandad.

·Cosas negativas: un buen número de cardenales o eran franceses o seguían los intereses del rey de Francia; también la mayor parte de los papas que se sucedieron en Avión eran franceses, y quedaban bajo la influencia del rey francés. Prueba de esto es que el rey Felipe el Hermoso logró del Papa Clemente V la supresión de la orden de los templarios , mediante un concilio en Vienne (1311-1312). A partir del papa Juan XXII la corte pontificia aumentó en personal, y con ello los gastos. Por eso, el papa para cubrir los gastos de operación aumentó las tasas que los obispados, abadías y cabildos debían pagar a la Santa Sede. Esto provocó ásperas protestas y deterioró la imagen de los papas de Aviñón. A esto se añadió la voluntad el papa de reservarse la designación de todos los obispos que, por su designación, debían aportar a la hacienda pontificia un año de sus rentas. Pese a estas flaquezas humanas, la iglesia en esta época tuvo sus santos: santa Delfina, santa Rosalina de Villeneuve, san Roque de Montpellier, santa Isabel de Portugal, santa Juliana de Falconeri; el beato Urbano V, que fue papa en Aviñón. También santa Ángela de Foligno, viuda y terciaria franciscana; el beato Raimundo Lulio; y sobre todo, santa Catalina de Siena, terciaria dominica y doctora de la Iglesia.

·Consecuencias: el gran cisma de Occidente (1378-1417).

La cristiandad presionaba para que el Papa volviera a Roma. El pueblo de Roma deseaba vivamente que el nuevo Papa fuese romano o cuando menos italiano, para evitar que quisiera seguir en Aviñón.

Y así fue. Después de un confuso y agitadísimo cónclave fue elegido Papa Urbano VI el 9 de abril de 1378. En él, participó el pueblo romano . En un primer momento la elección del Papa Urbano VI fue aceptada por todos, pero no tardaron en surgir tensiones que produjeron un duro enfrentamiento entre el nuevo Papa y la mayoría francesa del colegio de cardenales. Entonces los cardenales que constituían esa mayoría abandonaron Roma y declararon públicamente que la elección de Urbano era inválida, por falta de libertad en los electores que habrían obrado coaccionados por las amenazas del pueblo romano.

Ese mismo año, ese grupo de cardenales se reunió en la villa de Fondi y procedió a una nueva elección: Clemente VII. Urbano VI envió tropas contra el nuevo elegido, que se salvó refugiándose en Aviñón, y poniendo su sede en esa ciudad francesa. Empezó así el cisma de occidente que mantuvo la Iglesia dividida durante cuarenta años, entre partidarios del Papa de Roma, Urbano VI, y partidarios del Papa de Aviñón, Clemente VII. ¡Dos papas! La indignación fue profunda entre los fieles que veían cómo sus pastores luchaban vergonzosamente por un poder que se había convertido sólo en temporal y que consistía únicamente en intereses materiales.

Eran partidarios del Papa de Roma: Italia, Alemania, Polonia, Inglaterra y Hungría; y los partidarios del Papa de Aviñón: Francia, España, Portugal y otras partes de Europa. Era tal el desconcierto y la incertidumbre de quién era el verdadero papa que incluso muchos espíritus profundamente religiosos, que obraban con indudable rectitud y sincero afán de fidelidad a la Iglesia, estaban divididos: unos, acataban al papa de Aviñón, por ejemplo, san Vicente Ferrer; y otros, obedecían al papa de Roma, por ejemplo, santa Catalina de Siena. ¡Esto muestra hasta qué punto el cisma había sembrado la confusión en las conciencias de los fieles!

Urbano VI estableció que el Jubileo fuera en el año 1390, pero no llegó a verlo porque murió un año antes. Nadie lloró por él, de tan fuertes y numerosas que habían sido las enemistades y las antipatías que él se había creado. A Urbano VI le sucedió en Roma Bonifacio IX, que intentó hallar una solución a la vergonzosa situación que se había creado en la Iglesia, solicitando un acuerdo con el antipapa Clemente VII, que estaba en Aviñón. Pidió también la intervención del rey de Francia, Carlos VI, pero no obtuvo ningún resultado. Mientras tanto, Clemente VII murió, y en su lugar fue elegido el español Pedro de Luna, que adoptó el nombre de Benedicto XIII. Éste se reveló aún más hostil que el anterior e igual de seguro de su propia legitimidad. Rehusó por lo tanto cualquier negociado y propuesta de mediación y conciliación ofrecida por Roma.

Bonifacio IX estableció y celebró en Roma el jubileo de 1400 , que movió una gran cantidad de peregrinos, hasta el punto que provocó la peste que se difundió rápidamente. A pesar de la gran reconciliación propuesta por el jubileo, la discordia entre Roma y Aviñón siguió y se recrudeció. Hay que imputar a Bonifacio IX, el Papa de Roma, un comportamiento por lo menos dudoso: utilizó las indulgencias y los beneficios eclesiásticos para conseguir fuertes cantidades de dinero que necesitaba, estableciendo tarifas muy elevadas y ofreciéndolos sin tener en cuenta las cualidades de las personas que se beneficiaban. Bonifacio IX murió a los 45 años, no amado por el pueblo que en dos ocasiones se le había rebelado, y fue enterrado en san Pedro.

A Bonifacio IX le sucedió Inocencio VII, que nunca trató de establecer un verdadero diálogo con el otro papa, Benedicto XIII. Mostró más bien una completa intransigencia. Se encargó en cambio de reconciliar a las dos potentes familias romanas de los Colonna y de los Savelli, con el objetivo de dar un poco de tranquilidad a la ciudad de Roma. Durante una audiencia concedida a 16 delegados del pueblo, puesto que éstos empezaban a adoptar una actitud amenazadora, un sobrino del Papa mató a once de ellos, arrojando sus cuerpos a la calle. El pueblo se levantó, obligando a Inocencio VII a refugiarse en Viterbo, de noche, con toda la corte. Pudo regresar a Roma sólo al año siguiente. Murió a los pocos meses de regresar a Roma.

Le sucedió Gregorio XII, que se comprometió en abandonar la tiara papal si hacía lo mismo Benedicto XIII en Aviñón. Y exactamente lo mismo prometió el antipapa. Pero ninguno de los dos cumplió con lo prometido. Entonces el colegio de los cardenales, que se había reunido en Pisa, decidió poner término a la contienda, deponiendo a ambos y eligiendo a un nuevo Papa, que adoptó el nombre de Alejandro V. El resultado fue que hubo tres papas al mismo tiempo, y cada uno de ellos pretendía ser el legítimo. Alejandro V murió pronto (1410). En su lugar fue elegido Juan XXIII.

Este estado de cosas, la coexistencia de tres papas, duró desde 1409 hasta 1417, año de la conclusión del Concilio de Constanza que, confirmando las decisiones de Pisa, depondría a los tres papas e impondría a Martín V , llamado cardenal Colonna. El único que aceptó la decisión del concilio fue Gregorio XII. Benedicto XIII siguió considerándose Papa hasta la muerte; Juan XXIII, al que se le consideraba peligroso, fue encarcelado y aislado en varios castillos alemanes, de los que de todas maneras consiguió fugarse. Acudió al nuevo Papa Martín V para pedir protección, y éste se la concedió, y le permitió incluso sentarse en el sagrado colegio en un escaño más alto que los demás. Juan XXIII murió poco después. Gregorio XII, tras la renuncia, se retiró en Recanati donde murió en 1417.

Saco una conclusión obvia de este período triste de nuestra historia de la Iglesia. Un imperio temporal hubiera sucumbido con todo este desbarajuste; sin embargo, el papado demostró su indestructibilidad, porque está fundado sobre roca firme y la Iglesia es conducida y guiada por el Espíritu Santo, a través de hombres y a pesar de los hombres de Iglesia.

Resumamos un poco la lista de los papas de este triste período de la Iglesia, para que así pueda quedar todo un poco más claro:


DESARROLLO
DEL CISMA DE OCCIDENTE (1378-1417)



Aviñón (70 años)

Clemente V (1305-1316)
Juan XXII (1316-1334)
Benedicto XII (1334-1342)
Clemente VI (1342-1352)
Inocencio VI (1352-1362)


Roma / Aviñón

Urbano V (1362-1370); pero regresó a la sede de Aviñón en 1370
Gregorio XI (1370-1378) / Urbano V
Urbano VI (1378: los romanos querían
un Papa romano y con este Papa
comenzó propiamente el cisma)

Cisma de occidente (40 años)

Urbano VI (1378-1389)
Clemente VII (1378) y se trasladó a Aviñón
/ Clemente VII (1378-1394)
Bonifacio IX (1389-1404)
Benedicto XIII (1394-1417)
Inocencio VII (1404-1406)
Gregorio XII (1406-1415)

Concilio de Pisa (1409: elección de un tercer Papa)

/ Alejandro V (1409 muere al año, en 1410)
/Juan XXIII (1410-1415)

/ Gregorio XII
/ Juan XXIII
/ Benedicto XIII

Concilio de Constanza (1414-1418: deponen a los tres y eligen al nuevo)

Martín V (1417-1431: el verdadero Papa, con el que acabó el cisma de occidente)

Triste suceso: supresión de los templarios

Felipe el Hermoso apresó a los miembros de la orden y confiscó sus bienes, codiciados por muchos, en 1307. Lanzaba contra los templarios la calumnia de idolatría, herejía e inmoralidad. La verdadera causa por la que el rey Felipe quería suprimir esta orden era porque poseía inmensas riquezas que empleaba en obras de beneficencia, pero que el rey ambicionaba. Para intimidar al Papa, le presentó las confesiones de los reos, arrancadas bajo tormento. En el concilio de Viena (1311) el papa Clemente V suprimió esta orden por miedo al rey Felipe.

Peste negra, ¿castigo de Dios?

De ninguna manera. Dios es Padre y no puede querer semejantes cosas. Y si ocurren males, apelo a la frase de san Agustín: “Siendo Dios el Sumo Bien, no permitiría el mal, si no sacara de ese mal un bien”. Siempre ha sido así el modo de obrar de Dios: sacar un bien de todo mal. Para cancelar el mal radical y terrible del pecado, nos mandó del cielo el regalo más hermoso: su Propio Hijo. Por eso, el sábado santo rezamos con toda la Iglesia: “¡Oh, feliz culpa, que nos mereció semejante y tan gran Redentor!”.

¿De dónde vino esta peste y por qué?

Proveniente de Asia (Constantinopla) en 1347, una mortífera peste azotó a Europa entera. Muchedumbres enormes perecieron. Por falta de medicamentos, la gente huía despavorida y en su peregrinaje arrasaba cuanto encontraba. El hambre y la miseria reinaron inmisericordes. Se vino abajo la vida universitaria y la monacal. Sólo hasta el año 1350 Europa empezó a emerger de las ruinas.

La peste negra de 1348 fue una catástrofe de tal magnitud que se alteró sustancialmente la situación demográfica, con considerables repercusiones en los órdenes económico y social. En esta peste y en otras más que en poco tiempo se sucedieron, pereció una buena parte de la población europea, y esta dramática experiencia influyó de manera visible en la sensibilidad de las gentes.

Por aquel tiempo, el tema de la muerte estuvo como nunca presente en la literatura, en el arte, en la vida espiritual. Pisa levantó entonces el gran monumento a los muertos, su maravilloso Campo Santo, cuyos muros se cubrieron con los frescos de la “danza de la muerte”, un tema que los artistas reproducirían mil veces y que cantarían los poetas en todas las lenguas. La muerte de la “danza” era una muerte despiadada, en la que se pintó con tremendo realismo el espectáculo de miseria que acompañaba a las grandes epidemias de la época.

Los místicos, un respiro en medio de tanta calamidad

Hastiados de los males que afligían los tiempos, muchos hombres despreciaron la vida mundana y, en un intento análogo al movimiento eremítico de los primeros siglos, decidieron buscar solamente a Dios en la intimidad del alma.

Guías de esta renovación fueron el maestro Eckart (1327), gran pedagogo y pastor de almas, el beato Enrique Suso, dominico que ejerció un profundo influjo religioso, y Juan Taulero, famoso predicador y hombre de consejo. Almas privilegiadas por dones místicos fueron las santas antes nombradas: santa Brígida de Suecia y Catalina de Siena, ésta, doctora de la Iglesia, así como Raimundo de Lulio, poeta, novelista, filósofo, teólogo, místico y hombre de grandes ilusiones misioneras. Fundó la primera escuela de lenguas orientales. Su libro “L´Amic i l´Amat” (“El Amigo y el amado”) ejerció notable influencia en la mística. Su Ars Magna intentó organizar las ciencias. Murió mártir en 1316.

Siguen las universidades

El número de las universidades aumentó después del lapso de la peste negra. Pero la escolástica decayó por falta de creatividad, y por el afán de disputar sobre cuestiones vanas y sutiles.

Guerra de los cien años entre Francia e Inglaterra (1337-1453)

¿Qué reyes intervinieron en esta guerra que durante un siglo enfrentó a dos naciones cristianas? Por parte de Inglaterra: Eduardo III, Ricardo II, Enrique IV, V y VI. Por parte de Francia: Felipe VI, Juan II, Carlos V, VI y VII.

La ocasión próxima de esta guerra fue la pretensión de Enrique III, rey de Inglaterra y duque de Aquitania, de suceder en el trono francés a Carlos IV. Pero esa pretensión chocaba con los derechos de Felipe de Valois, coronado en Francia con el nombre de Felipe VI. Enrique invadió el norte de Francia y venció en diversas ocasiones el ejército enemigo. Pero Francia, gracias a la estrategia de su nuevo rey, Carlos V, logró recuperar la mayor parte de los territorios invadidos.

La segunda parte de esta sangrienta guerra (1414-1453) se vio marcada por una nueva invasión inglesa. El nuevo rey inglés, Enrique V, se aprovechó de las divisiones internas del reino de Francia, pues contó con el apoyo de los borgoñones. Pero en 1429 el ejército francés, alentado por Juana de Arco, logró romper el cerco y ganar la batalla de Patay. La doncella de Orleáns, exhortó al delfín, el futuro Carlos VII, a no ceder ante los ingleses e, incluso consiguió que la pusiera al frente de un gran ejército para continuar la lucha contra los invasores . Fue canonizada en 1920. Para dar un breve juicio de las hazañas de santa Juana de Arca quiero seguir a Fray Contardo Miglioranza: El dedo de Dios estaba en Juana de Arco, quien desde los trece años comenzó a recibir los primeros mensajes y a los diecisiete, inició su fulgurante misión.

¿Qué buscaban los jueces, que eran todos eclesiásticos, al sentenciar a Juana a la muerte, y muerte de hoguera? ¿Estaban al servicio de la justicia o de la política ocupacionista inglesa?

Todos están acordes en afirmar que fue un juicio inicuo, porque Juana de Arco nunca fue ni bruja ni hereje, motivos por los que la condenaran. En realidad, a quien buscaban atacar y humillar era al rey Carlos VII, a quien Juana había hecho consagrar en Reims. ¿Era, pues, un planteo religioso o político? Era un pretexto religioso para sostener una tesis política. ¡Cuántos intereses inconfesables hubo detrás de ese juicio que entristece profundamente nuestra conciencia! Juana de Arco es la única persona en la historia que sufrió tres procesos: proceso de condenación, proceso de rehabilitación y proceso de canonización. Esos procesos no sólo representan distintos momentos de la vida de Juana, sino que son otros tantos símbolos de inmenso valor para toda la humanidad. ¡Cuántas incomprensiones, atropellos, calumnias, injusticias hay en el mundo! Es necesario que llegue la hora de la verdad, cuando Dios dé a cada uno lo suyo.




II.RESPUESTA DE LA IGLESIA


“¿Por qué, Señor, permitiste el cisma de occidente...?”

El cisma de occidente puso de manifiesto la triste postración en que se encontraba la Iglesia. Por todas partes se sentía la necesidad de una renovación, de una reforma de toda la Iglesia, que comenzara desde su cabeza y terminara en sus miembros. Pero faltaba la resuelta voluntad de acometerla en aquellos mismos que expresaban este anhelo, e incluso en los mismos papas.

El periodo aviñonés afrancesó a la Iglesia y la curia perdió su universalidad. La misma autoridad del papado quedó profundamente minada. Los datos estadísticos correspondientes al periodo aviñonés hablan por sí solos: fueron franceses los siete papas que se sucedieron en esa ciudad, y de los 134 cardenales creados durante estos pontificados 113 eran franceses. Por eso, el pontificado de Aviñón imprimió a la Iglesia Católica unos rasgos acusadamente particularistas, que contradecía el carácter universal o católico con que Cristo la fundó.

Ciertamente la curia en Aviñón fue muy eficaz. Pero cayó en una evidente voracidad tributaria. En su fiebre recaudatoria llegó hasta el extremo de exigir a los herederos las tasas adeudadas por beneficiarios ya difuntos, y a imponer penas canónicas para forzar el pago de los morosos.

Otros plaga de esta época fue el ausentismo de muchos eclesiásticos. Buscaban ser titulares de obispados, abadías y otras instituciones, para recibir sus beneficios, pero sin presentarse en ellos más que esporádicamente. Preferían estar en las cortes reales o en la curia pontificia, donde las posibilidades de enriquecimiento y de influjo eran numerosas. Incluso se daba la acumulación de títulos y beneficios.

Otra nota negativa de esa época fue el modo como fue suprimida la orden de los templarios. Fue un escándalo y pesa como una losa sobre la memoria del papa Clemente V. Convocó el concilio de Vienne para resolver el asunto, pero como las presiones del rey Felipe fueron en aumento, claudicó y suprimió la orden en 1312, hecho del que se arrepintió hasta su muerte en 1314.

Pero a pesar de todo, Dios mandó a dos santas, santa Brígida de Suecia y a santa Catalina de Siena que le recordaban al Papa su deber como Pastor universal y le urgían volver a Roma, donde estaba el centro de la Cristiandad.

¿Por qué sucedió el cisma? Sólo Dios permitió esta tremenda crisis en la Iglesia para demostrar que a pesar de todo Él seguía conduciendo la barca de Pedro a buen término. Fallan los hombres, pero no la Iglesia. La Iglesia es santa porque su fundador, Cristo, es santo. La Iglesia sigue adelante, a pesar de todos los avatares.

“...Contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando”...


En un tiempo en que la muerte estaba de moda, como vimos, su recuerdo aparecía lleno de enseñanzas provechosas para el cristiano. Y la Iglesia aprovechó para predicar a fondo sobre las realidades últimas, las verdades eternas, lo que también llamamos “novísimos”. Una lección de la verdadera sabiduría, de justa valoración de la vida terrena podría aprenderse en este tiempo. Así los expresó Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre. La muerte llega a todos. La muerte la gran niveladora:

“que a papas y emperadores
y perlados
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados”


Por esta época la iglesia incorporó a la liturgia de difuntos la secuencia “Dies irae” (el Día de la ira), de Tomás de Celano, y se popularizaron las “artes moriendi” –artes de bien morir-, para uso de los fieles cristianos.

La experiencia de la peste y de la muerte fue aprovechada por la Iglesia para inculcar una más profunda religiosidad en el pueblo cristiano. El resultado de todo esto fue una piedad más interior, una devoción más sentida, una mayor sensibilidad ante los misterios de la pasión y muerte de Cristo.

Fruto de esto fueron las escenificaciones de la pasión de Cristo que conmovían profundamente a las multitudes que las presenciaban. Se difundió también la práctica del Via Crucis y hasta los cortejos de flagelantes, iniciados a raíz de la peste negra. Creció también la devoción a la Santísima Virgen, y sobre todo aumentaron las manifestaciones de culto al Santísimo Sacramento.

La Iglesia ante la mística y la devoción

La Iglesia miró con interés este resurgir místico, pero también estaba atenta a las posibles desviaciones.

Recordemos que desde el siglo XIII y XIV se habían venido fraguando dos grandes escuelas de espiritualidad: la franciscana, de influjo agustiniano, una espiritualidad afectiva y práctica, en la que la ciencia estaba hermanada con el ardor seráfico. Exponentes de esta escuela fueron san Buenaventura, santa Ángela de Foligno, el beato Raimundo Llull, Juan Duns Escoto, san Antonio de Padua, san Bernardino de Siena, san Juan de Capistrano. La segunda escuela fue la de los dominicos, de influjo aristotélico, que era una espiritualidad más especulativa y docta, construida sobre la teología. Pertenecieron a ella el teólogo y místico Johannes Eckhart y Taulero.

Hacia finales del siglo XIV se advierte una reacción contra la espiritualidad especulativa, y una búsqueda de una espiritualidad más afectiva y sencilla. Más que especular sobre la unión con Dios, se sentía el deseo de vivirla. Decía Tomás de Kempis en su libro La imitación de Cristo: “¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad por donde desagradas a la misma Trinidad? Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios. Más deseo sentir la compunción que saber su definición”...”Oh, si tanta diligencia pusiesen en extirpar los vicios y sembrar virtudes como en mover cuestiones, no se harían tantos males y escándalos en el pueblo, ni habría tanta disolución en los monasterios!” (Imitación de Cristo, cap. I y III).

Está naciendo la “devoción moderna”, una espiritualidad eminentemente tradicional que pone a Cristo en el centro de la vida. Esta devoción es un preludio de la espiritualidad ignaciana. Dicha devoción nació en Holanda y tuvo como fundador a Gerardo Groot, en 1340.

Groot funda los Hermanos de la Vida Común, a quienes no pide votos, sino santidad en medio del mundo, castidad, obediencia y trabajo para ganarse el sustento, sobre todo con la transcripción de manuscritos.

Los puntales de esta “devoción moderna” son éstos: la vida interior y los ejercicios piadosos (oración, meditación, examen diario, lecturas), la vida común y las obras de celo que deben acompañar a la devoción interna. Y las características principales son: desprecio de la ciencia humana, de la escolástica y amor al estudio de la Sagrada Escritura; tendencia moralizante y práctica, apostólica; tendencia afectiva y fomento de la santidad en la vida ordinaria; vida espiritual metodizada, más individual que litúrgica.

La Iglesia vio, al inicio, con buenos ojos que esta corriente tratara de conducir a las almas al encuentro de la Sabiduría divina, a través del camino de la Santa Humanidad y de la Pasión de Jesucristo, fomentando el espíritu de oración y meditación. Esta corriente se difundió por Alemania y otros países, sobre todo en monasterios y conventos de religiosas.

También la iglesia debe mucho a estos maestros del espíritu por invitar a la oración personal –además de la litúrgica-. Esa oración personal iba dirigida a la búsqueda personal de la perfección, adiestraba en los ejercicios piadosos y sostenía en la lucha interior, indispensable para alcanzar las metas propias de la vida cristiana. De este tiempo es “La imitación de Cristo” de Tomás de Kempis , un libro que nos enseña a practicar el desprendimiento de las criaturas, para poder encontrar a Cristo mediante la vida interior, poder seguirle por el camino real de la santa cruz, y saborearle en la eucaristía.

Por alguna de las notas de esta “devoción moderna” no pocos protestantes han querido ver en ella un movimiento precursor del protestantismo. Pero hemos de decir que esta espiritualidad, aunque haya podido tener exageraciones, hunde sus raíces en la tradición de la Iglesia. El individualismo que puede darse en esta espiritualidad no es antijerárquico, ni su amor a la Escritura niega la tradición. Además la abnegación, mortificación, humildad y obediencia que fomenta esta espiritualidad se aleja mucho del espíritu de Lutero. La ascética de esta devoción es una ascética que, supuesta la gracia, hace trabajar a la voluntad para vencer los malos hábitos.




CONCLUSIÓN


Este siglo no debe descorazonarnos por todo el cisma ocurrido. Tenemos que confiar en la palabra de Cristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia...Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”.

De la bula Unam Sanctam (1302) transcribo este párrafo: “La iglesia, una y única, no tiene más que un cuerpo, una cabeza, no dos cabezas como si fuera un monstruo: es Cristo y Pedro, vicario de Cristo, y el sucesor de Pedro...La autoridad temporal tiene que estar sometida a la autoridad espiritual...Si el poder terreno se desvía, será juzgado por el poder espiritual; pero si el poder espiritual inferior se desvía, lo será por el poder superior. Si el poder supremo se desvía, sólo Dios podrá juzgarlo y no el hombre...Esta autoridad, aunque se le haya dado a un hombre y la ejerza un hombre, no es del hombre, sino de Dios. Se le dio a Pedro por boca de Dios...En consecuencia, declaramos, decimos y pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de toda criatura humana estar sometida al pontífice romano”.

Santa Catalina de Siena así interpelaba al Papa Gregorio que estaba en Aviñón: “No resistáis a la voluntad de Dios, ya que las ovejas están esperando hambrientas a que volváis a la sede de Pedro. Como vicario de Jesús, tenéis que recobrar vuestra propia sede. Venid sin temor, porque Dios estará a vuestro lado. No esperéis a que llegue el tiempo, porque el tiempo no aguarda. Responded al Espíritu Santo. Venid como cordero, que con su mano desarmada derriba a sus enemigos sirviéndose de las armas del amor. Tened ánimos; salvad a la iglesia de la división y de la iniquidad; los lobos vendrán a vuestro seno a pediros misericordia...Venid como hombre animoso y sin miedo; y, sobre todo, guardaos mucho, por amor de la vida, de venir rodeado de aparato militar; venid más bien con la cruz en la mano como manso cordero”.