Historia de la Iglesia
Siglo XII - Edad Media
INTRODUCCIÓN
A partir del siglo XII y de modo especial en el XIII, la Edad Media llegó a su
esplendor. Fue entonces cuando realizó su mejor producción cultural. Se ha
llamado la época clásica de la cristiandad medieval.
El término “cristiandad” designa un modo de relación entre la sociedad y la
Iglesia en la Edad Media. Los pueblos de la Europa de entonces forman una gran
comunidad cimentada en la fe cristiana. La Iglesia y el imperio son las dos
caras de una misma realidad, a la vez espiritual y temporal, a imagen del alma
y del cuerpo.
Uno de los rasgos dominantes de esta cristiandad es el lugar cada vez más
importante que va adquiriendo el papado en la Iglesia y en la Europa
medievales, a costa de luchas muchas veces violentas con el emperador
germánico que pretendía elegir a los obispos y al mismo Papa. Estas luchas, en
algunos casos, terminaron en la elección de antipapas, nombrados por el mismo
emperador .
Si hubiera que señalar un rasgo capaz de caracterizar por sí solo los tiempos
clásicos de la cristiandad medieval, ese rasgo sería, sin duda alguna, su
increíble vitalidad. Un signo de vitalidad espiritual de este período
histórico fue el espléndido florecimiento alcanzado por la vida religiosa:
cluniacenses, cartujos, cistercienses. Si los siglos XI y XII fueron los
tiempos monásticos, el siglo XIII, como veremos, será el siglo de los frailes:
franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios.
Los siglos de la cristiandad fueron también la época clásica de las ciencias
sagradas: la teología y el derecho canónico.
I.SUCESOS
¿Cuándo acabarán los abusos?
Continuó la costumbre de intromisión civil en asuntos eclesiásticos con sus
consecuencias. Por una parte, los abusos de la autoridad civil, y por otra
la relajación de muchos de los eclesiásticos así nombrados. Abusos, porque
llegaron incluso a elegir antipapas. Relajación, porque muchos eclesiásticos
perdieron su honra y autoridad moral.
Había tres problemas fundamentales en cuanto al clero: el nicolaísmo, es
decir, la inobservancia de la ley del celibato; la simonía, compra y venta
de bienes espirituales; y la investidura laica, provisión de los oficios
eclesiásticos, no a través de los órganos previstos por la disciplina
canónica, sino por designación de los poderes civiles: emperadores, reyes y
señores, propietarios o patronos de iglesias. Este abuso constituía, según
los promotores de la reforma, la causa y la raíz de los otros males. Tal fue
el origen de la célebre “cuestión de las investiduras”, que enfrentó al
pontificado y el imperio, y en particular al Papa Gregorio VII y el
emperador Enrique IV (1050-1106), como vimos anteriormente.
No obstante hubo ejemplos de eclesiásticos que merecen admiración. El
arzobispo de Canterbury, Tomás Becket, era también amigo y canciller del rey
Enrique II Plantagenet. Este quiso contar con su complicidad para la
elección de prelados, pero Tomás se opuso y fue asesinado por cuatro
emisarios del rey.
Gérmenes de herejías:”El enemigo sembró cizaña...”
El occidente cristiano no había sido pródigo en herejías. Desaparecido desde
hacía mucho tiempo el arrianismo, que era además una doctrina importada por
los pueblos invasores, la unidad de fe fue una constante de la sociedad
cristiana. Si se prescinde de algunas individualidades o de grupos
minúsculos, la herejía constituyó una novedad que hizo acto de presencia en
Europa durante el siglo XII.
Pedro de Bruys y Enrique de Lausana, no aceptaban el bautismo impartido a
los niños, atacaban la presencia eucarística y la edificación de templos.
Afirmaban también que las misas de difuntos carecían de sentido y eran
inútiles.
Comenzaron los primeros brotes de la herejía albigense o cátara, que hizo
renacer el maniqueísmo y el dualismo persa, es decir, la creencia de dos
principios supremos: la luz y las tinieblas . Estos albigenses predicaron
especialmente en Francia. Tomaron como sede a Albi, de donde proviene el
nombre de albigenses. También atacaron los sacramentos, el culto y la vida
futura. En el próximo siglo hará su explosión esta herejía.
II.RESPUESTA DE LA IGLESIA
Concordato de Worms
Ante la intromisión civil, la iglesia, con el Papa Calixto II a la cabeza,
organizó el Concordato de Worms (1122), donde el emperador Enrique V, hijo
del excomulgado rey Enrique IV de Alemania, aceptó no inmiscuirse más en la
elección de los prelados. Sin embargo las familias romanas se opusieron a la
elección del papa Inocencio II, apoyado por el emperador y eligieron al
antipapa Anacleto II. El concilio I de Letrán, el primero de los ecuménicos
celebrados en Occidente, se reunió al siguiente año 1123 y sancionó los
acuerdos de Worms .
El emperador Federico, llamado Barbarroja, hizo caso omiso del Concordato de
Worms y pretendió volver a nombrar obispos y abades a su gusto,
interpretando su autoridad como de derecho divino y declarando su
independencia del papa. Nombró un antipapa, Víctor IV, y al morir éste, a
otro, Pascual III. El verdadero papa era Alejandro III, el cual le declaró
la guerra. Perdida por Federico, éste obedeció a Alejandro III, en 1177.
Con Inocencio III (1198-1216) el papado alcanza la cumbre de su poder. El
Papa se presenta como el árbitro de Europa. Designa su candidato para el
imperio, obliga al rey de Inglaterra a someterse a sus deseos. A esto se ha
llamado “teocracia” que se resume así: “El Papa tiene la plenitud del poder.
En el terreno espiritual, todas las iglesias le están sometidas. El terreno
temporal conserva su autonomía; pero, en nombre de la preeminencia de lo
espiritual, el Papa interviene en los asuntos políticos, en razón del
pecado, cuando está en juego la salvación de los cristianos”. El concilio IV
de Letrán (1215) atestigua esta conciencia y este poder pontificio.
La Iglesia es santa y sus ministros deben ser santos
Ante la relajación de costumbres y de la disciplina, la Iglesia convocó,
bajo el Papa Calixto II, el primer concilio de Letrán (1123), para atajar
dos lacras terribles: simonía y el nicolaísmo. Confirmó también el
Concordato de Worms, es decir, la no intromisión de los señores feudales en
asuntos eclesiásticos.
Ante las herejías, también la Iglesia reaccionó con mucho cuidado y firmeza.
Para condenar la herejía de Pedro de Bruys y de Enrique de Lausana, se
convocó el segundo concilio de Letrán (1139). Y renovó las condena, entre
otras cosas, de la usura, los torneos y el nicolaísmo.
Y contra la herejía de los albigenses, vino en ayuda el tercer concilio de
Letrán (1179), que legisló en contra de la acumulación de prebendas y fijó
que los papas deberían ser elegidos por una mayoría de dos tercios de los
votantes. Ya en el siglo XIII se atacará más fuertemente esta herejía cátara
o albigense.
Nuevas cruzadas...
Para frenar la invasión de los turcos se organizó la segunda y la tercera
cruzada.
La segunda (1147-1149) fue comandada por Luis VII de Francia y el
emperador alemán Conrado III. San Bernardo fue el alma espiritual. Nuevos
contingentes salieron por mar, de paso ayudaron al rey de Portugal a liberar
Lisboa de los moros (1147). Primero y único éxito. Sobre las espaldas de san
Bernardo cayeron fracasos y acusaciones. En el bando opuesto a los cruzados,
surgió un gran guerrero llamado Saladino, de temple noble y elevado, uno de
los grandes hombres del Islam, ante quien quedan pequeños los cruzados que,
por divisiones y mezquindades y por la resistencia de los bizantinos, habían
perdido el objetivo principal. Saladino infligió a los cristianos una fuerte
derrota y tomó prisionero al rey de Jerusalén. Jerusalén cayó nuevamente en
poder del Islam. La pérdida de Jerusalén produjo una gran conmoción y
consternó a todo el orbe cristiano.
La tercera (1189-1192) fue guiada por Federico Barbarroja, Felipe II
Augusto, rey de Francia y por Enrique II de Plantagenet de Inglaterra.
Murieron Federico y Enrique. El hijo de Enrique II, Ricardo Corazón de León,
lo suplió. Felipe II se apoderó de san Juan de Acre. Ricardo firmó un
acuerdo de acceso libre de los cristianos a Tierra Santa, estampando su
nombre junto al del sultán Saladino. Aunque esta cruzada fue la más
universal de todas, sin embargo, tampoco ahora los resultados
correspondieron a las esperanzas. También el emperador Barbarroja murió en
el camino de Tierra Santa. Jerusalén no fue recuperada y la gran cruzada se
diluyó sin más fruto que una ligera consolidación de la presencia cristiana
en algunos territorios.
Impulso espiritual: Los cistercienses y otras órdenes
En el empeño de renovación espiritual y eclesial, otros hombres buscaron
formas nuevas de consagrarse a Dios, seguidos de numerosos discípulos. Entre
ellos, los cistercienses, fundados en el siglo XI, como dijimos
anteriormente; los canónigos regulares y los templarios.
Los cistercienses tuvieron gran importancia a partir de su fundación por san
Roberto de Molesmes, que adoptó los moldes heredados por san Benito y del
que hablamos ya en el capítulo anterior. San Bernardo de Claraval dio
impulso notable a esta orden . Entró en Citeaux junto con treinta
compañeros, todos ellos pertenecientes a familias nobles de Borgoña (1112).
Tres años más tarde, y a los veinticuatro años de edad, Bernardo fue hecho
abad del nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval), por él fundado (1115). Él
solo fundó 66 abadías. Fue tal su influjo que muchas veces lejos de su
abadía intervenía en numerosos asuntos de la vida de la Iglesia y de la
cristiandad. Contribuye a la reforma del clero. Denuncia el relajamiento de
Cluny. Invita a los obispos a una mayor pobreza y al cuidado de los pobres.
Pone fin a un cisma en la Iglesia de Roma, el cisma de Anacleto, y propone
un programa de vida al monje de Clairvaux (Claraval) que ha sido elegido
Papa, Eugenio III.
Bernardo se esfuerza en cristianizar la sociedad feudal: ataca el lujo de
los señores y predica la santidad del matrimonio. Predicador de la segunda
cruzada en Vézelay y en Spira (1146), intenta poner fin a la matanza de los
judíos que algunos exaltados creían ligada a la cruzada.
No cabe duda de que Bernardo es ante todo un maestro espiritual. Es el uno
de los grandes doctores de la Iglesia, para él todo parte de la meditación
de la Escritura. Más que en la ascesis y en los ejercicios, Bernardo insiste
en la unión con Dios, y reduce toda la religión a la práctica de la caridad.
Propone un itinerario de retorno a Dios que conduce del conocimiento de sí
mismo a la posesión de Dios. Sobresalen sus sermones sobre la Virgen y sobre
el Cantar de los Cantares.
Papas y reyes, príncipes y pueblos experimentaron el atractivo de la
santidad de este gran protagonista de la historia. El Cister experimentó un
asombroso desarrollo en vida de san Bernardo. Baste decir que la comunidad
de Claraval llegó a contar con 700 monjes, que la docena de abadías de la
orden existentes a su llegada eran 342 a la hora de su muerte y que esta
cifra todavía crecería hasta ser unas 700 a finales del siglo XIII.
Nacieron luego los canónigos regulares de san Agustín. Practicaban la
denominada “vita canonica”, que consistía sobre todo en la comunidad de
dormitorio y refectorio (comedor) y en la observancia de la llamada “regla
de san Agustín”. Ciertos capítulos regulares llegaron con el tiempo a
relacionarse entre sí, creando uniones o congregaciones de canónigos de san
Agustín, entre las que destacaron los canónicos regulares de san Juan de
Letrán y los de san Víctor. La más importante de todas esas fundaciones
canonicales fue la realizada por san Norberto en Premontré (1120), que dio
lugar a la orden de los Premonstratenses, difundida pronto por toda Europa y
que desarrolló una gran actividad misionera.
Finalmente, como culminación del ideal de la caballería cristiana y prueba,
a la vez, de la honda impregnación religiosa del oficio de las armas,
nacieron las órdenes militares, una creación característica de la Edad Media
europea. Surgieron de una fusión del monacato y de la profesión de las armas
propia de la clase nobiliaria. Su origen ha de buscarse en algunos pequeños
grupos de caballeros, que se dedicaron a servir a los cristianos enfermos en
un hospital de Tierra Santa o a proteger a los peregrinos que acudían a
visitar los Santos Lugares.
El desarrollo alcanzado por las órdenes militares desde el siglo XII se
debió al fuerte impulso espiritual que san Bernardo dio a la sociedad
cristiana y a las guerras de cruzada, en las que las órdenes tuvieron un
papel preponderante. Eran, pues, monjes guerreros, cuyo objeto consistía en
cuidar de Tierra Santa y realizar diversas obras de beneficencia.
Nacieron los hospitalarios de san Juan, que atendían a los enfermos; los
templarios, que habitaron el Templo de Salomón reconstruido por Herodes; los
teutones que, aunque nacidos en Palestina, en el siglo XIII trasladaron su
sede a la Prusia oriental y consiguieron la sumisión y cristianización de
los últimos pueblos paganos del nordeste de Europa. Dicha orden se
secularizó en tiempos de la reforma protestante. Y en España vio la luz la
Orden de Alcántara, la de Calatrava, la de Santiago. Éstas surgieron al hilo
de la lucha por la reconquista.
La Iglesia, guardiana y fomentadora de la cultura: El siglo de oro de
la Escolástica
Las escuelas monacales salvaron de la hecatombe a la sabiduría y las obras
clásicas. Las materias enseñadas en aquellas aulas eran gramática latina,
retórica y dialéctica, por una parte; aritmética, geometría, astronomía y
música, por otra; así como teología. Aparecieron también las escuelas
episcopales, anexas a la catedrales.
En este ambiente cultural nació la Escolástica y los grandes teólogos. Desde
san Agustín hasta el siglo XII no se habían realizado estudios apreciables
en la elaboración teológica. En este siglo XII nació el método escolástico,
propiamente dicho. Se registran grandes avances culturales, se redescubren
los filósofos griegos –especialmente Aristóteles- a través de traducciones
del árabe hechas en Toledo y en Sicilia, y poco a poco su filosofía se va
imponiendo en la enseñanza.
Este nuevo modo de pensar (lógica) y de ver el mundo (filosofía) se
introdujo en las escuelas catedralicias, en las escuelas monacales y luego
en las universitarias. Nacido en estas escuelas, tomó el nombre de
escolástica. Existe un período llamado pre-escolástica que tiene por
representante a san Anselmo. Pero su florecimiento se dio en las
universidades, que tuvieron su origen en la Iglesia, sobre todo cuando
llegaron a sus cátedras los talentos de las órdenes mendicantes.
Es la llamada edad de oro de la teología medieval. Estos pertenecen
propiamente al siglo siguiente y son los franciscanos: Alejandro de Hales
(1245), san Buenvantura –general de la orden franciscana (1274), Rogelio
Bacon (1294) y Juan Duns Escoto, profesor en Oxford, París y Colonia. Los
talentos dominicos son: san Alberto Magno (1280) y santo Tomás de Aquino, su
discípulo (1274).
Otros talentos son: San Anselmo, que incentivó a la razón en la explicación
de la fe; Pedro Lombardo, llamado el Maestro de las Sentencias; Abelardo
buscó con precisión la traducción de la Biblia y de los textos de los Santos
Padres. Sus enseñanzas morales fueron tachadas de subjetivas; por eso, optó
por terminar sus días en un monasterio, dedicado a la oración; San Bernardo
de Claraval, teólogo y maestro de la vida espiritual, del que ya hablamos.
Se hizo célebre su frase: “La medida del amor a Dios consiste en amar a Dios
sin medida”. Propagó la devoción a la Virgen.
CONCLUSIÓN
Terminamos este siglo XII; siglo monástico por excelencia, y donde la
religiosidad de los laicos estuvo poderosamente influida por la
espiritualidad monacal. Estos siglos monásticos, XI y XII, corresponden a
los tiempos de una sociedad europea de tipo agrario y señorial, en la que
los monasterios, levantados en medio de los campos, constituían desde todo
punto de vista grandes centros de vida para la población de la comarca.
Muchos laicos acudían a los monasterios, impulsados sobre todo por el deseo
de participar en los beneficios espirituales que la vida santa de los monjes
podía merecerles. Así mejoraban su vida cristiana y se preparaban para la
eterna bienaventuranza.
Y dado que hablamos de san Bernardo en este siglo, pongamos punto final a
este siglo con dos citas suyas. Una es sobre las dos espadas, cuando comenta
Lucas 22, 35-38: “La una y la otra espada pertenecen a la Iglesia, a
saber, la espada espiritual y la espada material. Pero ésta debe ser sacada
para la Iglesia y aquélla debe ser sacada por la Iglesia; la primera por la
mano del sacerdote, la segunda por la mano del caballero, pero desde luego
por orden del sacerdote y por mandato del emperador” (Carta 256).
Y la otra es un decreto papal:“Instruidos por la autoridad de nuestros
predecesores y de los demás santos padres, hemos decidido y establecido que,
después de la muerte de un Papa de la Iglesia universal de Roma, ante todo,
los cardenales obispos deberán buscar al más digno, en común y con la más
cuidadosa atención; luego harán venir a los cardenales clérigos; finalmente,
el resto del clero y el pueblo se adelantarán para adherirse a la nueva
elección” (Decreto del año 1059, del Papa Nicolás II).