Historia de la Iglesia
Siglo I - Edad Antigua
INTRODUCCIÓN
La Iglesia no es obra humana. La fundó Cristo cuando fue escogiendo a sus
apóstoles, pero fue en Pentecostés donde Dios Espíritu Santo lanzó a la
Iglesia hasta los confines de la tierra. Ya Jesús había ascendido al cielo. El
mensaje de los apóstoles no era otro que el que les dejó Jesucristo, pues
ellos fueron testigos privilegiados de cuanto hizo y dijo el Hijo de Dios.
Ese día de Pentecostés en Jerusalén, ante los peregrinos judíos reunidos con
ocasión de la fiesta, Pedro proclamó la Buena Nueva y se hicieron bautizar
tres mil personas. ¡Había nacido la Iglesia misionera! Poco tiempo después, la
comunidad de Jerusalén contaba con unas quince mil personas, hecho de suyo
exorbitante, pues Jerusalén no contaría con más de cincuenta mil almas. Nótese
que fue esto un hecho casi único, regalo del Espíritu Santo, pues de ahí en
adelante ni paganos ni judíos se convirtieron masivamente. La evangelización
también para los apóstoles fue un trabajo lento, palmo a palmo, de hombre a
hombre.
Lo mismo que Jesús, esos primeros miembros de la Iglesia son judíos. Hablan el
arameo, la lengua semítica más extendida por el Próximo Oriente. Siguen
llevando una vida de judíos piadosos: rezan en el templo, respetan las normas
alimenticias y practican la circuncisión. Los primeros judíos convertidos al
cristianismo aparecen como “grupo” dentro del judaísmo, en el cual hay
fariseos, saduceos, zelotes. Ellos son los “nazarenos”, por seguir a Jesús de
Nazaret. Lo que les caracteriza es el bautismo en el nombre de Jesús, la
asiduidad a la enseñanza de los apóstoles, la fracción del pan (eucaristía) y
la constitución de comunidades fraternas llenas de caridad . Pero eran hombres
de la tierra, con virtudes y con vicios, como todos.
A estos cristianos de cultura judía se añaden pronto otros judíos y paganos de
cultura griega, que son llamados helenistas.
Los primeros pasos de la Iglesia se encuentran narrados en el libro de la
Sagrada Escritura, llamado Hechos de los Apóstoles, primera historia de la
Iglesia.
I.SUCESOS
No todo fue fácil para la Iglesia
La Iglesia fundada por Jesucristo tropieza desde el inicio con un ambiente
religioso, político y social en que abundan la injusticia y la corrupción.
La corrupción comenzaba en los gobernadores y jefes religiosos y se extendía
a todos los estratos de la sociedad. En ese ambiente los cristianos fueron
creciendo y resolviendo las dificultades que surgían.
Veamos ahora qué dificultades encontró esta Iglesia, fundada por Cristo.
¿Qué obstáculos y dificultades enfrentó la Iglesia primitiva?
El primer escollo que debió superar la Iglesia primitiva fue éste: ¿Sería la
Iglesia una rama más de la religión judaica, o se trataba de algo nuevo?
¿Cómo llegó el cristianismo a independizarse de sus raíces judías y
convertirse en una religión universal?
Nuestra religión se llama católica, es decir, universal. Cristo envió a los
suyos “a todas las naciones” (Mt 28, 19), diciéndoles: “Seréis mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra” (Hech
1, 8). Sin embargo, dicho universalismo no fue entendido desde el inicio por
todos. Tal desinteligencia constituyó el primer gran escollo con que se topó
la Iglesia en los albores de su existencia.
¿Cuál era la actitud que se debía tomar frente a la ley antigua, frente a
Israel? No olvidemos que los cristianos estaban convencidos de que Israel
era el pueblo de Dios. Gran parte de los primeros cristianos eran judíos de
nacimiento, como los doce apóstoles y los setenta y dos discípulos, fieles a
la ley de Moisés, y sólo podían entender el cristianismo como un complemento
del judaísmo. La Iglesia no era sino la flor que coronaba el viejo tronco de
Jesé.
Resultaba lógico que así pensaran. Parecía, pues, obvio que en el
pensamiento de muchos de los primeros cristianos la Iglesia no fuera sino la
prolongación de Israel, una nueva rama brotada del pueblo elegido. Para
muchos de ellos la Iglesia era judía: judío su divino fundador, judía su
madre, judíos los apóstoles, judíos sus primeros miembros. Como se ve, la
Iglesia hundía sus raíces en el antiguo Israel.
Esta perplejidad se manifestaba asimismo en la liturgia de los primeros
cristianos. Tenían un culto propio, que realizaban en las casas particulares
y consistía en escuchar la predicación de los apóstoles y celebrar la
fracción del pan o Eucaristía. Pero también asistían al culto público, que
se celebraba en el templo, junto con los demás judíos (cf Hech 2, 42.46).
Igual que había hecho Jesús, acudían a las sinagogas, donde les era posible
hacer oír la buena nueva al interpretar la ley y los profetas. Lo único que
los distinguía de los allí presentes era la fe en que Cristo, muerto y
resucitado, era el Mesías anunciado por los profetas.
El vínculo entre la Iglesia y el pueblo judío sólo se rompería por una señal
del cielo y en razón de una imposibilidad absoluta, cuando la autoridad
judía, hasta entonces respetada, rechazase de manera violenta la nueva
comunidad.
Y llegó lo que tenía que llegar, pues al predicar los apóstoles y los
primeros cristianos que Jesús era el Mesías, el Sanedrían se inquietó y
comenzó la persecución. Los jefes del pueblo judío quisieron acabar con
“esta nueva secta” y el nuevo estilo de vida, porque los apóstoles y
seguidores ya no seguían la ley de Moisés en todo, sino la nueva ley dada
por Jesús, el Hijo de Dios, con quien habían vivido. Querían acabar con
ellos porque practicaban nuevos ritos: bautismo, eucaristía y porque
obedecían la autoridad de Pedro y de los los demás apóstoles.
La persecución abierta comenzó un día en que Pedro y Juan subieron al templo
a orar. A la entrada yacía un tullido de nacimiento, que les pidió limosna.
Pedro le dijo que no tenía dinero, pero que le daba lo que estaba a su
alcance, la curación en nombre de Jesús. Y así fue.
Todos los presentes quedaron estupefactos, y se arremolinaron en torno a los
dos apóstoles. Entonces Pedro habló al pueblo enrostrándoles el haber
entregado a Jesús cuando Pilato deseaba liberarlo. Prosiguió diciéndoles que
Dios había preanunciado estas cosas por los profetas, así como por Moisés.
“Resucitando Dios a su Hijo, os lo envió a vosotros primero para que os
bendijese al convertirse cada uno de sus maldades” (Hech 3, 14-26).
Era demasiado para los jefes judíos. Mientras Pedro hablaba, las autoridades
lo mandaron prender, juntamente con Juan, ordenando que fuesen conducidos al
día siguiente a la presencia del consejo. Asi se hizo, pero al comparecer
ante el tribunal Pedro no se amilanó, confesando tajantemente que no había
salvación sino en Jesucristo, piedra angular rechazada por la Sinagoga.
Comenzó entonces a desencadenarse la persecución. Esteban fue el primer
mártir discípulo de Cristo que murió por su fidelidad a Él el año 36. Entre
estos fariseos convencidos estaba Saulo de Tarso, a quien posteriormente
Jesús, camino de Damasco, se le apareció y le mostró el nuevo camino a
seguir . A raíz de ese encuentro Saulo se convirtió, se hizo bautizar y, por
gracia de Dios, llegó a ser el apóstol de los gentiles o paganos.
¿Qué otras dificultades tuvo que afrontar la primitiva Iglesia de
Cristo?
Se suscitó una discusión entre los primeros cristianos. Los de origen judío
pensaban que debían exigir a quienes creían en Cristo y pedían el bautismo
la práctica de algunas costumbres judías, como la circuncisión y el no comer
carne de cerdo ni sangre. Pero Pablo y Bernabé se opusieron diciendo que
bastaban la fe y el bautismo. Tal fue la disputa que los apóstoles tuvieron
que reunirse en Jerusalén, y allí, inspirados por el Espíritu Santo, dieron
la razón a Pablo.
Surgió también tirantez entre los cristianos judíos y los helenistas
convertidos. Los helenistas se quejaron de que sus viudas necesitadas eran
mal atendidas en las distribuciones cotidianas de alimentos.Los apóstoles
eligieron a 7 hombres de beuna fama y llenos del Espíritu para imponerles
las manos y dedicarlos a ese servicio.
Otra dificultad que encontraron los primeros cristianos fue la inserción de
la fe cristiana en el mundo grecorromano, en que había tantas religiones
politeístas, se daba culto de adoración al emperador, dilagaban los vicios,
y las ideas filosóficas no siempre concordaban con el Evangelio. ¿Qué hacer?
¡Pobre Jerusalén!
La catástrofe que marcó dramáticamente la historia de Israel fue la
destrucción de Jerusalén, llevada a cabo por Tito en el año 70. Quedaron
arrasados la ciudad y el templo, centros neurálgicos del pueblo de Israel. A
pesar de todo, los judíos lograron reorganizarse; pero años después el
emperador romano envió al general Julio Severo que aniquiló toda resistencia
judía y fundó una colonia romana, donde los judíos no podían poner el pie.
Golpe mortal. Destruidos Jerusalén y el templo, se desmoronó la moral del
pueblo judío. Los símbolos visibles de la antigua alianza habían
desaparecido.
Pero Dios hizo surgir un huracán llamado Saulo de Tarso...
La Iglesia despliega velas con Pablo de Tarso que viaja por Asia, Grecia,
Roma y otros sitios. Funda numerosas comunidades eclesiales, sufre hambre,
cárcel, torturas, naufragios, peligros sin fin. Una obsesión tiene: predicar
a Cristo. Toda su labor evangelizadora quedó plasmada en sus cartas, que
encontramos en el Nuevo Testamento.
En estas cartas profundizó el tema de la redención con que el Señor Jesús
nos liberó del pecado, y desarrolló las exigencias de la vida cristiana .
Pensamiento clave en Pablo es Cristo : “Cristo, misterio de Dios” (Col 2,2).
El Cristo de Pablo es vivo y arrebatador (Fil 3, 7-14), lo describe con
caracteres de fuego (Gál 3,1). El mismo, Pablo, lleva en su cuerpo las
señales de Cristo (Gál 6,7) y se siente impulsado a predicar el evangelio
(1Cor 1,17). Por el evangelio se hace todo para todos (1Cor 9,20-23);
soporta todo por dar a conocer a Cristo (Flp 1,18); todo lo puede en Cristo
(Flp 4,13). Le impulsa el amor de Cristo (2Cor 5,14), y nadie en el mundo lo
puede separar de él (Rm 8,35-39). Su vida es Cristo y morir es una ganancia
para irse con Cristo (Flp 1,23). Lo que no es Cristo, para él es basura (Flp
3,8-15). Cristo es misterio oculto desde los siglos en Dios (Ef 3,9). En la
persecución de Nerón, año 67, Pablo fue decapitado; fue el único modo de
hacerlo callar.
Y el Imperio Romano tuvo miedo...”¡cristianos a las fieras!”
Ante la expansión del cristianismo el imperio romano tuvo miedo, pues no
quería que nadie le hiciera sombra. Varios emperadores se servieron de
cualquier catástrofe para echar la culpa a los cristianos , pues causas
justas para perseguirlos no había . Resulta también una ironía de la
historia constatar quien cometió tan grande injusticia contra los cristianos
fue el imperio romano, el inventor del derecho .
Así comenzaron las persecuciones de los emperadores romanos . La primera de
todas, la de Nerón (54-68) que incendió Roma, expuso a los cristianos a los
mordiscos de las fieras, crucificó a muchos de ellos y los cubrió de resina
y brea para que sirvieran de antorchas que iluminaran el Circo de Nerón (hoy
la plaza de san Pedro). En esta persecución de Nerón murió crucificado
Pedro, el primer Papa, en el año 64, y en el año 67 Pablo, por decapitación.
Ambos, Pedro y Pablo, fueron primeramente encerrados en la cárcel Mamertina.
Más tarde fueron muriendo también los demás apóstoles; algunos de ellos
martirizados, según cuenta la tradición. Otra de las persecuciones del
primer siglo contra los cristianos fue la del emperador Domiciano, en el año
92, en la que murieron muchos y otros fueron torturados. Por ejemplo, san
Juan Evangelista fue metido en una caldera de aceite hirviendo, pero salió
ileso y milagrosamente rejuvenecido. Desterrado a la isla de Patmos,
escribió el Apocalipsis y, según la tradición, escribió en Efeso su
Evangelio y las tres epístolas. Murió en dicha ciudad alrededor del año 101.
Algunos convertidos al cristianismo flaqueaban también
Ya desde este siglo se dieron las primeras herejías . La herejía ha sido una
ola interna que siempre ha amenazado la nave de la Iglesia. Estos herejes,
dice san Juan, “de nosotros han salido, pero no eran de los nuestros” (1 Jn
2, 19). Lo quiere decir: que eran cristianos “de nombre”, pero no
verdaderos. ¿Cuáles fueron las primeras herejías que brotaron en este siglo?
a)Los judaizantes, judíos que, después de bautizados, exigían
a los demás la circuncisión y otras prácticas judías, como necesarias paara
la salvación.
b)Ebionitas: judaizantes que afirmaban que la salvación
depende de la guarda de la ley mosaica. Consideraban a Jesús como un simple
hombre, hijo por naturaleza de unos padres terrenos. Jesús, por su ejemplar
santidad, había sido consagrado por Dios como mesías el día del bautismo y
animado por una fuerza divina. La misión que recibió sería la de llevar el
judaísmo a su culmen de perfección, por la plena observancia de la Ley
mosaica, y ganar a los gentiles para Dios. Esa misión la habría cumplido
Jesús con sus enseñanzas pero no con una muerte redentora, puesto que el
mesías se habría retirado del hombre Jesús al llegar la pasión. La cruz era
escándalo para estos judaizantes. Rechazaban el punto esencial del
cristianismo: el valor redentor de la muerte de Cristo.
c)Los gnósticos, influidos por cierto misticismo difundido en
ambientes hebreos, por el dualismo del zoroastras persas y por la filosofía
platónica, buscaban resolver el problema del mal. Entre Dios que es bueno y
la materia que es mala están los eónes. Uno de esto toma la pariencia de
Jesús, pero sólo la pariencia. La salvación consiste en liberar de la
materia el elemento divino. Esto sólo lo podrán hacer los “espirituales”,
gracias al conocimiento secreto y superior que Jesús les ha comunicado.
d)Maniqueos: gnósticos persas, de moralidad severa. Creían en
dos principios creadores: el creador del bien y el creador del mal, que
siempre están en pugna. Cayeron en la mayor disolución.
II. RESPUESTA DE LA IGLESIA
¿Qué hizo la Iglesia y los primeros cristianos, con la luz y la fuerza del
Espíritu Santo, ante toda esta avalancha de dificultades y problemas?
Nunca se desanimaban. Sentían en su interior arder el fuego y el ímpetu de
Pentecostés.
“¡Felices de poder sufrir algo por el Nombre de Cristo!”
Ante la oposición de los fariseos y del Sanedrín, que impedían a los
apóstoles predicar en nombre de Jesús, ellos, los cristianos obedecían a
Dios antes que a los hombres. Fueron presos, azotados, pero ellos salían
gozosos por haber podido padecer por el nombre de Jesús. El discurso de
Esteban ante el Sanedrín fue la gota de agua que colmó la medida: un
arrebato de furor sacudió a la asamblea, que arrastró a Esteban fuera de
la ciudad y le dio muerte, a pedradas. Esta persecución obligó a muchos
discípulos a huir de Jerusalén, y gracias a ello se abrieron nuevos
caminos a la predicación evangélica.
“Como vosotros os resistís, nos dirigimos a los paganos”
¿Cómo reaccionó la Iglesia primitiva ante la destrucción de Jerusalén? Los
judíos, ante la destrucción del templo y de Jerusalén, se dispersaron por
toda la geografía del imperio romano: Antioquía, Éfeso, Tesalónica,
Corinto, Chipre y Roma. Este hecho, conocido como la diáspora, ya había
comenzado antes de Cristo, pero se intensificó con la caída de la ciudad
santa. Fue a ellos a quienes Pablo y los primeros cristianos predicaron
primeramente el evangelio. Pero como muchos se cerraron en banda y no
quisieron creer en Jesús como el mesías preanunciado por los profetas, se
dedicaron a predicar a los paganos para lograr su conversión al
cristianismo .
Nuevos problemas, nuevas soluciones
La Iglesia seguía su afán evangelizador. Muchos griegos se convertían y
recibían el bautismo. Pero no tardaron en venir las dificultades, pues
algunos helenistas comenzaron a quejarse de que no se atendía debidamente
sus las viudas.
¿Qué hicieron los apóstoles? Los apóstoles establecieron el servicio del
diaconado, escogiendo a siete hombres, que tenían la finalidad de cooperar
con los doce en la predicación, en el bautismo y en el servicio del
prójimo. De esta manera, los apóstoles no abandonarían la oración y la
predicación.
Otro problema surgió: qué cargas imponer a los paganos que se convertían.
También aquí los apóstoles dieron solución convocando el concilio de
Jerusalén (año 51 d.C.): no se les impondrán las prescripciones judías. No
debe haber más ley que la de Jesucristo. Así la fe cristiana se iba
desligando del judaísmo y se abría a una visión universal, sin necesidad
de sufrir un trasplante cultural para acceder al Evangelio.
Fue sobre todo Pablo, quien más luchó por la unidad de los primeros
cristianos, judíos y paganos . Su ímpetu evangelizador era imparable, y
poco a poco fue formando pequeñas comunidades de cristianos, iglesias
locales, en diversas ciudades del Asia Menor y de Grecia. Incluso, ya
encadenado, llegó a Roma donde existía una comunidad cristiana y en ella
ejerció su ministerio apostólico. En esas iglesias locales iba dejando
presbíteros con autoridad, como Tito y Timoteo. Así las primeras
comunidades, por la acción de los apóstoles, se iban estructurando
jerárquicamente, de tal forma que a principios del siglo segundo, san
Ignacio de Antioquia, hablaba de que en cada iglesia había un obispo,
varios presbíteros y diáconos. Así se consolidó la jerarquía eclesiástica
.
Pero no sólo Pablo, también Pedro se dedicó a predicar a los judíos que
vivían en la diáspora: Ponto, Galacia, Bitinia, etc., tal como atestigua
su primea carta. También llegó a Roma, la capital de imperio. En esa iudad
predicó, ejerció su autoridad apostólica y fue crucificado. Muerto él, le
sucedieron san Lino, san Anacleto, san Clemente, san Evaristo, etc. en una
sucesión ininterrumpida que llega hasta el actual pontífice, Juan Pablo II,
Vicario de Cristo.
Es aquí el lugar para hablar un poco sobre el origen divino de la Iglesia
y el gobierno apostólico, es decir, quién fundó la Iglesia y cómo los
apóstoles iban gobernando la Iglesia al inicio. Lo explicaré como apéndice
de esta lección .
Se oye ya la voz del Papa y de la tradición
Del Papa san Clemente (ca. 97) nos queda su carta a los corintios, escrita
para exhortarlos a poner fin a las divisiones que los perturbaban. No
obstante, los obstáculos para la conversión no fueron pocos.
De este siglo I es el importante documento llamado “Didaché” (Didajé) o
“Doctrina de los doce apóstoles”. Este documento, juntamente con dos
cartas de san Clemente Romano y la llamada Epístola de Bernabé son el
hallazgo más valioso de los tiempos modernos, referente a la primitiva
literatura cristiana; apareció en un códice de 1873, encontrado en la
biblioteca del Hospital del Santo Sepulcro de Constantinopla, por el
arzobispo griego Filoteo Briennios. Se ignora quién fuera el autor, pero
la doctrina es netamente evangélica, por eso se conjetura que el autor
sería algún apóstol fundador de una iglesia o alguno de sus discípulos. La
fecha exacta de su composición se ignora, pero se calcula hacia el 70 ó
90.
La Didaché termina con un llamado a velar en espera de la venida del
Señor: “Vigilad sobre vuestra vida, estad preparados. Reuníos con
frecuencia, inquiriendo lo que conviene a vuestras almas. Porque de nada
os servirá todo el tiempo de vuestra fe, si no sois perfectos en el último
momento”. Juntamente a este documento de la Didaché aparece otro de
similar valor llamado “Discurso a Diogneto”, de autor y destinatario
desconocidos, verdadera joya literaria y ascética de la cristiandad
primitiva.
¿Cómo comenzaron a administrar los sacramentos en este siglo?
Los sacramentos se administraban ya en la era apostólica, en cuanto a su
esencia, pero no en cuanto a su modalidad, pues no había ritual fijo en
ese momento.
Se practicaba el bautismo, incluso a los niños, y se hacía normalmente por
inmersión. Inmediatamente se ungía a los bautizados para comunicarles el
Espíritu Santo y se les admitía a la eucaristía. Eran los sacramentos de
la iniciación. También practicaban la confesión, pues dice la Didaché:
“Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de
haber confesado vuestros pecados”. Quien absolvía era únicamente el obispo
y se consideraban pecados gravísimos: el homicidio, la idolatría y el
adulterio. La carta de Santiago (St 5,4) atestigua asimismo que, cuando
uno enfermaba, llamaban a los presbíteros de la Iglesia para ungirlos con
óleo.
No existía, es verdad, una teología de los sacramentos, ni se había fijado
su número. Todo esto ocurrió mucho después. Pero en algunas lápidas
sepulcrales y pinturas de la catacumbas aparecen símbolos del bautismo, de
la confirmación, eucaristía y confesión.
No hay mal que por bien no venga
Como la fe es necesaria para el bautismo, poco a poco se sintió la
necesidad de hacer breves compendios de la doctrina, que los catecúmenos
debían aprender antes de ser bautizados. Así nacieron los “credos”
bautismales. Más tarde, cuando brotaron las herejías, los obispos reunidos
en sínodos y en concilios precisaron y sintetizaron las verdades de la fe
en “credos” más amplios. Dice san Ambrosio: “La estructura del Credo es
ternaria, porque es esencialmente símbolo de la Trinidad. Resume la triple
respuesta a la triple pregunta concerniente a las tres Personas divinas:
¿crees en Dios Padre Todopoderoso? ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees en el
Espíritu Santo?” (De sacramentis, tract. II c, 7, n. 20).
“Id por todo el mundo”
Ante el problema de la inserción de la fe cristiana a la cultura
grecorromana, los primeros cristianos fueron poco a poco sembrando la
palabra de Jesús con firmeza, claridad y valentía, con la predicación y
con el ejemplo de una vida coherente, honesta, que llegó incluso al
heroísmo de morir por Cristo.
El mismo imperio romano facilitó, con su organización y sus vías de
comunicación, la predicación rápida del evangelio por todo el mundo
mediterráneo. Pero lo más importante de todo es que el evangelio responde
a una espera profunda de los hombres. Los puntos principales en los que
insistían los primeros cristianos constituyeron una bomba para el imperio
romano; y son éstos:
·La comunidad cristiana acoge a todos los hombres, porque son iguales y
libres ante Dios y salvados por Cristo.
·A sólo Dios hay que dar culto.
·Hay que llevar una vida de austeridad, de pureza y de caridad con los
necesitados.
CONCLUSIÓN
Comenzaba la lucha de varios siglos del imperio contra los cristianos,
pero también el atractivo cada vez mayor del evangelio para los
habitantes de ese imperio, al ver el ejemplo heroico de muchos
cristianos que se dejaban matar antes de claudicar de su fe. ¡Qué razón
tuvo Tertuliano al decir: “La sangre de los mártires es semilla de
cristianos”! Cuando llegó la hora de la libertad de la Iglesia, el
cristianismo había penetrado profundamente en Oriente y Occidente:
Siria, Asia Menor, Armenia, Mesopotamia, Roma y la mayor parte de
Italia, Egipto y Africa del norte. Otras tierras, como Galia y España,
sin alcanzar el nivel de las primeras regiones, contarían también en su
población con fuertes minorías cristianas.
APÉNDICE
1.Origen divino de la Iglesia
La Iglesia no es una invención humana. Ya estuviera destruida hace muchos
siglos. El concilio Vaticano en su constitución “Lumen Gentium” presenta a
la Iglesia como fruto de la sabiduría y la bondad con que Dios Trino busca
reunir a todos los hombres, dispersos por el pecado, en una sola familia.
La Iglesia es parte del misterio de Dios. Si olvidamos esto, nunca
comprenderemos el origen y la finalidad de la Iglesia. Colocar en Dios
Trino el origen de la Iglesia puede herir la sensibilidad del hombre
moderno, acostumbrado a una convivencia democrática y educado en una
cultura que tiende a rehuir la trascendencia. Le resulta difícil
comprender que una asociación de personas, como es la Iglesia, deba su
origen a alguien que es anterior y está por encima de ella. Por eso, no es
raro que muchos se pregunten hoy día si realmente la ekklesía es una
asamblea convocada por Dios, o si más bien es fruto de una simple decisión
asociativa de los primeros discípulos de Jesús después de la resurrección
y ascensión a los cielos.
Si decimos que la Iglesia tiene su origen en Dios, debemos aceptar que no
somos dueños de ella y que es Él quien determina su naturaleza y su
misión, y que por lo mismo debemos acudir a lo que Él nos ha revelado para
resolver los problemas que surjan. Pero si alguien dice que la Iglesia ha
nacido de una simple decisión de los primeros discípulos de Jesús,
entonces los amos de la Iglesia somos nosotros; el modo de concebirla, de
estructurarla, las mismas tareas que ejerza dentro de la historia caen
bajo nuestro arbitrio. Son muchos los que hoy día piensan así, los que
consideran que la Iglesia no es más que una sociedad humana, y que está en
nuestras manos decidir pragmáticamente los diversos problemas que la
historia y las culturas van presentando. Rechazan todo magisterio que se
apoye en la autoridad de Cristo, y se extrañan de que los pastores de la
Iglesia no acepten las teorías de los teólogos o la opinión pública como
norma de fe o moral .
Los liberales protestantes, por contraponer razón y fe y separar el Jesús
histórico del Cristo de la fe, veían el origen de la Iglesia no en el
Jesús que predicó en Palestina y murió en Jerusalén, sino en la fe de la
primera comunidad en Cristo resucitado. Los manuales católicos, en cambio,
por su afán apologético, consideraban imprescindible presentar que la
Iglesia como sociedad había sido fundada directamente por Jesucristo,
quien la dotó de su propio fin y de sus propios medios. Ambas visiones,
aun siendo contrapuestas, se mueven dentro de un mismo ámbito teológico,
que nos parece claramente reducido. Unos se referían al Cristo de la fe;
los otros, en cambio, al Jesús de la historia. El enfoque queda así
exclusivamente crístico (centrado en Cristo); y no se integra el misterio
de Cristo en el misterio de Dios Trino. Y esto si lo vio claro el concilio
Vaticano II, en su constitución “Lumen Gentium”, que concluye su primer
capítulo con las palabras de san Cipriano: “Así toda la Iglesia aparece
como el pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo” (Lumen Gentium, 4).
Por tanto, en el origen de la Iglesia está Dios Trino. Dios Padre la
planeó y la preparó admirablemente en la historia del pueblo de Israel y
en la Antigua Alianza; Dios Hijo la inauguró en la tierra, eligiendo a
unos apóstoles a quienes llamó, formó y les envió, dándoles sus poderes
para que continuaran su misión salvadora; y el Espíritu Santo, la está
llevando a su plenitud, hasta el final de los tiempos, santificándola,
iluminándola y guiándola.
2.Gobierno apostólico en este siglo I
La autoridad en Iglesia, durante el siglo I, fue ejercida por los
apóstoles mientras estos vivieron. En Jerusalén, tal como cuenta el Libro
de los Hechos, los Doce iban resolviendo los problemas bajo la guía de
Pedro. Éste gozaba ya desde el inicio de una función preminente, y así lo
vemos que visita las comunidades de Samaría (Hch 8,14) y más tarde recorre
las ciudades costeras de Lida, Jope y Cesarea (Hch 9,32-10,48).
Posterirmente es Pablo quien, tras su conversión, predica en Damasco y
Antioquía, y se lanza a una serie de viajes durante los cuales va fundando
diversas iglesias locales: Corinto, Tesalónica, Éfeso, etc. En todas ellas
Pablo ejerce la autoridad apostólica, pero para ayudarse consagra a Tito y
Timoteo. Incluso les ordena que vayan consagrando a otras personas dignas
para ponerlas al frente, como obispos, de las comunidades. Tal fue el
encargo de Tito en Creta.
El hecho es que los apóstoles, queridos por Cristo como pastores con
autoridad en el seno de su Iglesia, consagraron a otros por medio de la
invocación del Espíritu Santo y la imposición de las manos, y éstos
consagraron a otros. Era la forma de perpetuar en la Iglesia la autoridad
apostólica con que Cristo había querido enriquecerla. El resultado es que
en cada comunidad o iglesia local había “obispos” o “presbíteros”, y que a
inicios del siglo I – según ya dijimos - la jerarquía en una iglesia local
estaba compuesta de un obispo, al que ayudaban varios presbíteros y
diáconos.
En estas comunidades no todo era agua de rosas, como podemos ver por los
problemas a los que debía hacer frente san Pablo en sus cartas, e incluso
surgían herejías como se aprecia por las cartas de san Juan y por el libro
del Apocalipsis. Pero había entre ellas la conciencia de la unidad, de
formar la Iglesia de quienes creían en Jesús y habían recibido su
Espíritu. Y de esta conciencia brotaba la búsqueda de la comunión.
Esta comunión se alimentaba de la eucaristía, pues “aun siendo muchos,
somos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan” (1Co 10,17),
y en la adhesión al propio obispo. Dice san Ignacio de Antioquía: “El
obispo no ha obtenido el ministerio de regir la comunidad por sí mismo o
por medio de los hombres, sino de Nuestro Señor Jesucristo...Seguid
dondequiera que esté a vuestro pastor, como hacen las ovejas; todos los
que pertenecen a Dios y a Cristo están unidos con el obispo...No
participéis sino en la única eucaristía, no hay más que un altar, no hay
más que un solo obispo rodeado del presbiterio y de los diáconos” (A los
de Filadelfia 1, 1-2; 3, 2-5).
También buscaban la comunión y cohesión entre las diversas comunides. Se
manifestaba ese empeño en las colectas por las comunidades pobres, en las
cartas que se enviaban mutuamente, y en la lucha por mantenerse adheridas
a la doctrina de los apóstoles .
3.Estructura de la Iglesia
Creo que es bueno, antes de seguir con los siguientes siglos, dar algunas
notas sobre la estructura de la Iglesia, para que podamos comprender mejor
su misterio y su misión. Y los vamos hacer en una breve síntesis:
a)Igualdad y diversidad en la Iglesia: Por una parte, el
concilio Vaticano II reafirma, por un lado la radical igualdad de todos
los miembros de la Iglesia, basándose no en motivos humanos y
sociológicos, sino en la voluntad de Dios que nos ha hecho partícipes de
las mismas realidades sobrenaturales por medio del bautismo (cf. Lumen
gentium, 32b); esta igualdad bautismal convierte a los cristianos en una
comunidad. Pero por otro lado, junto a esta igualdad fundamental, el
concilio reconoce la pluralidad de carismas que el Espíritu Santo reparte
entre los diversos miembro de la Iglesia, y afirma igualmente la
diferencia que el Señor estableció entre los ministros sagrados y el resto
del Pueblo de Dioscf. Lumen gentium 32c). Esta unidad fundamental y esa
diversidad funcional, que Cristo ha querido para su Iglesia, están
ordenadas entre sí, se implican y se exigen mutuamente.
b)Ministerialidad de las diversas funciones: tanto la
función de los pastores como las funciones de los demás fieles deben ser
consideradas como servicios o ministerios. Los pastores están para
santificar, apacentar y guiar a los fieles. Y los laicos están para elevar
el mundo donde trabajan y ordenarlo según el plan de Dios. Por tanto, esta
ministerialidad es el puente que une la pluralidad de funciones y la
unidad bautismal.
Terminemos diciendo que no debemos reducir la Iglesia a una comunidad
humana cualquiera. La Iglesia sí es una comunidad, pero en un sentido un
poco especial. Veamos tres diferencias entre la Iglesia y cualquier otra
sociedad natural, cultural, política, etc. En primer lugar, la Iglesia no
nace de la voluntad asociativa de sus miembros, es fruto de una
convocación divina acogida en la fe. En segundo lugar, la Iglesia es una
comunidad en tanto en cuanto vive históricamente y expresa en formas
visibles de comportamiento una comunión sobrenatural. En tercer lugar,
podríamos decir que la comunidad eclesial, visible, con sus funciones
varias, sólo tiene sentido en cuanto signo de la comunión sobrenatural en
Cristo y en su Espíritu.
De todo esto sacamos estas conclusiones: La autoridad de los pastores en
la Iglesia no puede considerarse como representación y delegación de la
base popular, ya que la reciben del mismo Cristo, quien a su vez recibió
del Padre todo poder en el cielo y en la tierra par realizar la obra de la
redención. La verdad que transmite la Iglesia no puede tampoco reducirse a
la simple opinión de la mayoría, pues su misión es conservar, predicar y
defender, con la asistencia del Espíritu Santo, únicamente la verdad
revelada para nuestra salvación. Los ministros ordenados en la Iglesia no
son meros delegados de la comunidad para realizar ciertas funciones
necesarias, sino que, por haber recibido el sacramento del orden, son
configurados ontológicamente con Cristo, Cabeza y Pastor, y participan de
su función capital, es decir, de su autoridad, de manera que en ellos y
por medio de ellos Cristo Cabeza continúa enseñando, santificando y
guiando a su Cuerpo que es la Iglesia .