HISTORIA DE LAS CATACUMBAS DE SAN CALIXTO

 

Introducción

La historia de las catacumbas de San Calixto se remonta a fines del siglo II después de Cristo, cuando la Iglesia de Roma inició la excavación de cementerios propios, reservados a los cristianos. Entre las más de sesenta catacumbas que rodean a Roma, las catacumbas de San Calixto revisten una importancia primaria por la extensión y la profundidad de las excavaciones, por el gran número de tumbas, por la variedad y riqueza de las inscripciones y de las pinturas; por la cripta de los papas y otras criptas de mártires.

Aunque a comienzos del siglo V la Iglesia volvió a sepultar a los muertos en superficie, las catacumbas, que habían llegado a ser los verdaderos santuarios de los mártires, durante siglos continuaron siendo visitadas por los fieles, que acudían a rezar sobre la tumba de los mártires y a renovar ahí su fe. La invasión de los godos en el siglo VI y de los longobardos en el siglo VIII dañaron gravemente las catacumbas y obligaron a los papas a trasladar los cuerpos de los mártires y de los santos a las iglesias de la ciudad, por razones de seguridad. Y así las catacumbas fueron gradualmente abonadonadas. Con el transcurrir del tiempo desmoronamientos del terreno y el crecimiento de la vegetación obstruyeron y ocultaron el ingreso a las catacumbas, de suerte que se perdió hasta el vestigio de la mayor parte de las mismas. En la tarda Edad Media ni siquiera se sabía dónde se encontraban.

Una parte fue descubierta tan solo unos siglos después por el gran arqueólogo maltés Antonio Bosio (1575-1629), pero las catacumbas de San Calixto fueron descubiertas, exploradas y documentadas solamente en 1852, gracias a los esfuerzos de Giovanni Battista de Rossi, que es considerado el Padre y Fundador de la Arqueología cristiana.


I. El territorio calixtiano


1. Ubicación

A pocos centenares de metros más allá de la moderna y muy frecuentada Vía Cristoforo Colombo que lleva al EUR, es dable sumergirse en un lugar de la Roma de hace 2000 años, la Roma imperial y la Roma de la Iglesia primitiva. Basta recorrer la vía Apia Antigua, saliendo de la puerta de San Sebastián y se encuentran las iglesias del "Dómine, quo vadis?" (Señor, ¿adónde vas?), las catacumbas de Pretextato, las catacumbas de San Sebastián, las ruinas del circo de Majencio y la tumba de Cecilia Metela. Justamente en el centro de estas antiguas glorias, encerrada entre la vía Apia Antigua, la Ardeatina y el callejón de las Siete Iglesias, hay una isla verde, que custodia en sus entrañas un cofre de testimonios antiguos: las Catacumbas de San Calixto, que en los años oscuros y luminosos de las persecuciones hospedaron las tumbas de los papas y de tantos cristianos mártires y no mártires.

Desde 1930 el papa Pío XI ha confiado este tesoro a los Hijos de Don Bosco, para que lo conserven celosamente y lo señalen a la admiración de los fieles.

Se trata de alrededor de treinta hectáreas de terreno, de las que unas quince están ocupadas por las catacumbas. Las galerías del "complejo calixtiano" distribuidas a veces en cuatro planos, alcanzan una longitud de aproximadamente veinte kilómetros. Numerosísimas las tumbas, tal vez medio millón. El complejo resulta formado por varios núcleos cementeriales que se extendieron con el tiempo: las Criptas de Lucina, el Cementerio de San Calixto, el Cementerio de Santa Sotera, el Cementerio de los santos Marcos, Marceliano y Dámaso, llamado también de Basileo, y el Cementerio de Balbina.
Entre los cementerios subterráneos de la Iglesia primitiva, el de San Calixto tiene un lugar de honor, porque fue el primer cementerio oficial de la comunidad cristiana de Roma. En la vasta zona comprendida actualmente bajo tal denominación fue sepultada una multitud de santos y mártires: 16 papas, de los cuales 9 en la célebre Cripta de los Papas, donde se conservan todavía cinco inscripciones originales en griego juntamente con un espléndido poema de Dámaso.

Al lado de la Cripta de los Papas está la no menos famosa Cripta de Santa Cecilia , donde ella permaneció sepultada durante siglos. Criptas igualmente importantes son las de San Cornelio, San Eusebio y San Cayo.

Se sabe además que en la superficie a flor de tierra de este cementerio, en una pequeña basílica, era venerado San Tarcisio, el joven protomártir de la Eucaristía.

2. El Cementerio de San Calixto

El papa Ceferino, a comienzos del siglo III, nombró a Calixto administrador del cementerio. Por esto el cementerio tomó el nombre de Catacumbas de San Calixto; lo cual contrasta con la costumbre, según la cual las antiguas necrópolis cristianas eran denominadas o por los mártires en ellas venerados y por el fundador o por la localidad donde se hallaban.
El "Area prima" preexistía a Calixto y la Cripta de los Papas preexistía como galería subterránea familiar. Calixto, elegido papa en el año 217 y luego martirizado, fue sepultado en un cementerio de la Vía Aurelia.

Para entender la historia de este cementerio, hace falta decir previamente que en el siglo I los cristianos no tenían cementerios propios. Sepultaban a sus seres queridos en áreas cementeriales paganas, abiertas a todos.

Hacia el año 150 surgen los primeros cementerios cristianos, que se desarrollan alrededor de los sepulcros de familia, cuyos ricos propietarios, recién convertidos o simpatizantes, permiten a los cristianos ser sepultados ahí.

Con el tiempo las áreas funerarias se ensanchan, también con donaciones y adquisiciones de nuevas propiedades, a veces por impulso de la Iglesia misma.
Tan solo en el siglo IV el Cementerio de Calixto tuvo un desarrollo grandioso.

A comienzos del siglo V, cesó el uso ordinario de sepultar en una catacumba, a motivo de las invasiones barbáricas. Las visitas de los peregrinos, sin embargo, continuaron por otros cuatro siglos, pero entre fines del siglo VIII y comienzos del siglo IX, las catacumbas, privadas de los cuerpos gloriosos de los mártires, fueron abandonadas e ignoradas por toda la baja Edad Media.

3. La ciudad subterránea

El "complejo calixtiano", formado ahora por cuatro catacumbas ocupa casi 15 hectáreas de terreno. La catacumba, además, alcanza el IV piso a 30 m de profundidad.

Quien baja a esas galerías ve abrirse delante de sí, a medida que se adentra en ellas, una red de laberintos.

Etimológicamente, el nombre "catacumba" significa "lugar cerca de la cavidad", es decir, cerca del área donde fue excavado el antiguo cementerio cristiano de San Sebastián; con este nombre se quiso indicar después todos los cementerios cristianos.

Los paganos solían llamar sus cementerios con el vocablo griego "necrópolis", la "ciudad de los muertos". Los cristianos, en cambio, prefirieron el nombre de "cementerio" -"koimetérion" en griego-, es decir, "lugar del sueño". La palabra, inventada por ellos, deriva del verbo griego "koimao" que precisamente significa "dormir". El cementerio era, pues, para los cristianos simplemente "el lugar del sueño" en espera de la resurrección de los muertos. Esto explica también por qué los cristianos amaban llamar el día de la muerte de un mártir "dies natalis" (día natalicio), es decir, el día del nacimiento a la verdadera vida.

Desde el punto de vista emotivo una visita a las catacumbas es uno de los momentos más atrayentes de una estadía romana.

La inmensa red subterránea ejerce una fuerza de atracción irresistible. El visitante siente dentro de sí un impulso incontenible a adentrarse en los sugestivos laberintos, siente la fascinación profunda del silencio.

4. Los "fossores", artífices de una intrincadísima red de galerías

Las catacumbas fueron excavadas preferentemente en la toba intacta. Los cristianos volvían a utilizar también galerías de canteras abandonadas. Era un trabajo paciente, hecho por los "fossores", con el pico, la pala y el cesto para sacar de ahí la tierra al tenue claror de las lamparillas. Fueron ellos quienes adornaron los cubículos y las criptas de los mártires mediante frescos. Cumplían también la función de guías a los familiares de los difuntos y a los peregrinos que visitaban las tumbas de los mártires.

A muchos de estos obreros los conocemos a través de las inscripciones y las pinturas de las catacumbas. En las de San Calixto un "fossor", iconio, dejó un grafito suyo detrás de la Cripta del Papa San Cayo, casi gloriándose por la rapidez de su trabajo.

5. ¿Pobres o ricos?

Podrá suscitar maravilla que en los cementerios comunitarios como eran las catacumbas se encuentren tumbas "familiares". Algunas familias ponían a disposición de la comunidad cristiana sus propiedades, como ocurrió en la Catacumba de Priscila, en la de Domitila y en las criptas de Lucina. Los miembros de la Iglesia naciente provenían de todos los estratos sociales. Se trataba de gente humilde, pero también de aristócratas. No fue luego difícil obtener del Estado esa forma jurídica de colegio funerario, compuesto de pobres y ricos, que las leyes romanas contemplaban.

Pues bien, mientras que la Iglesia proveía sepultura gratuita a los pobres, los fieles que tenían disponibilidades económicas adquirían en vida el sepulcro, personal o familiar. Después de cumplir el precepto de la caridad cristiana (dar a todos lo necesario), quedaba la facultad, para quien más poseía, de construirse una tumba familiar; y en tantas tumbas de familias nobles encontraron digna sepultura numerosos esclavos liberados por sus dueños cristianos.

Otro dato interesante es que en las catacumbas un gran número de tumbas son de niños. ¿Por qué? En el mundo romano de entonces era tolerado el abandono de los recién nacidos. Estos niños eran expuestos a los pies de una columna, llamada precisamente "lactaria" (lechera), que se levantaba en el Foro Olitorio muy cerca de los templos de Apolo y Belona (junto al actual Teatro de Marcelo). Para los cristianos este era un delito. Constantino a comienzos del siglo IV, para prevenir "la exposición" de los infantes, ordenó proporcionar a los menesterosos vestidos y alimentos a expensas del erario público. En la primera mitad del siglo IV se estableció la pena capital para quien "exponía" a los niños.
San Agustín atribuye a las vírgenes consagradas la tarea de recoger a los niños abandonados y hacerlos bautizar. Y muchos que morían eran sepultados en los cementerios cristianos.

II. El redescubrimiento arqueológico (1844)

1. De Rossi y Pío IX

De Rossi (1822-1894) tuvo una verdadera vocación para los estudios arqueológicos.
Si bien graduado en jurisprudencia, dedicó toda su vida al redescubrimiento científico de las catacumbas cristianas. Buscó sistemáticamente "itinerarios" en las bibliotecas de toda Europa, y tuvo la suerte de encontrar muchos. Guiado por esos escritos, por su intuición y su pasión, de Rossi se puso a explorar palmo a palmo la vía Apia, "Regina Viarum" (reina de las vías) de los antiguos romanos, en busca del sepulcro del papa Cornelio muerto en el 253, de cuyo sepulcro varios libros antiguos daban indicaciones sumarias. De Rossi hurgó, hasta que llegó a descubrirlo.

Pero de Rossi tuvo la suerte de encontrar a Pío IX, el pontífice que gobernó por más largo tiempo a la Iglesia. En ese lapso, dicho papa fue actor y testigo de un difícil período de vida de la Iglesia, del nacimiento del Reino de Italia, del fin del poder temporal de los papas y de Roma convertida en Capital de Italia. Aun en medio de tantas vicisitudes políticas, que perturbaban su función apostólica, supo desarrollar una intensa actividad magisterial y cultural; no última, la de seguir, apoyar y subvencionar los descubrimientos arqueológicos que entonces se estaban efectuando.

2. El paisaje de la campiña romana y las primeras excavaciones

Cuando de Rossi inició su "campaña excavaciones", el aspecto de la campiña romana era muy diverso del actual. Los diarios de los visitantes, las descripciones que han llegado a nosotros subrayan la soledad y la inmensidad de ese paisaje, que se extendía desde el cerco de los muros aurelianos hasta los Montes Albanos y Tiburtinos. Completamente desierta aparecía la gran llanura, donde no se divisaba vestigio de habitantes, a excepción de alguna choza desperdigada.

Roma estaba lejos e invisible a la mirada; totalmente escondida por los muros, de los cuales emergía, remotísima, tan solo la cúpula de Miguel Angel. Desde ese inmensa llanura exhalaba una sacralidad profunda, que bien armonizaba con las tumbas de la edad pagana, con las enormes ruinas de los acueductos y de los monumentos, así como con las sacrosantas memorias de las catacumbas, no desenterradas todavía. Y todo estaba sumergido en ese infinito silencio, roto solamente por el grito de los cuervos, que arrojaban al viento sus misteriosos vaticinios.

En esos lugares y en este escenario, Giovanni Battista de Rossi excavaba el Cementerio de Calixto, con pocos obreros reclutados entre los jornaleros agrícolas de la zona, pobres paleadores a quienes era casi inútil enseñarles que la tierra en la que hundían sus herramientas debía producir una mies bien distinta de las escasas cosechas a que estaban acostumbrados. Indecibles los perjuicios que su impericia causaba y numerosos los hurtos de las reliquias y de los objetos que, mano a mano, salían a la luz y que algunos de ellos sustraían para revenderlos tras una compensación de pocos bayocos a improvisados anticuarios y traficantes (Manlio Barberito, Tre Famiglie religiose nella storia delle Catacombe di S. Callisto, Estratto dalla Strenna di Romanisti 1979 - Staderini Spa Pomezia).

3. El descubrimiento del joven arqueólogo

En el verano de 1844 Giovanni Battista de Rossi se paseaba entre las viñas ubicadas entre las vías Apia y Ardeatina, fijando la mirada sobre los escombros de mármol blanco que despuntaban entre el verde y sobre algunas casitas de formas muy raras. Donde terminaba la gran viña, había dos edificios de los cuales no lograba despegar los ojos. Uno era la casa rústica de una familia de campesinos, el otro era una bodega. Pero no tenían la estructura acostumbrada de los otros centenares de caseríos esparcidos en la campiña. Cada uno tenía tres ábsides, como si fuera el último resto de una antigua iglesia paleocristiana, cuyas paredes hubieran sido destruidas quién sabe cuándo y quién sabe por quién.

Después en un rincón, junto a la puerta del edificio transformado en bodega, vio un montoncito de pedazos de mármol, con inscripciones latinas antiguas. Los tomó en sus manos, observándolos uno por uno. Traían fragmentos de antiguas poesías latinas. Uno de ellos nombraba un altar.

Tornando al edificio que los campesinos transformaran en bodega, por medio de una escalera rudimentaria y de sogas pudo de Rossi bajar a las galerías subterráneas, cavadas centenares de años antes. Algunas habían sido transformadas en depósitos frescos para el vino en los meses de verano. Había enormes cúmulos de tierra y escombros; nada que pareciera importante. Pero sus intuiciones eran exactas: debajo de esos cúmulos debían hallarse tumbas antiguas y veneradas, y lápidas que contaban la historia de los primeros mártires.

En 1849 saliendo de las galerías subterráneas su ojo experto se posó sobre una losa de mármol despedazada, que había servido de grada de una escalera. "En letras muy antiguas -recordaba- leí la leyenda… NELIVS MARTYR. Era fácil completar el nombre en CORNELIVS". Se trataba de la inscripción sepulcral del papa San Cornelio Mártir, muerto en Civitavecchia en el año 253, y sepultado algún año después en el cementerio de San Calixto. Desde ese momento de Rossi tuvo la absoluta certeza de que las famosas CATACUMBAS DE SAN CALIXTO, el cementerio oficial de los cristianos en la Roma imperial del 200 después de Cristo, estaban ahí bajo sus pies.

Había que comprar esas viñas e iniciar las excavaciones. Desde ese momento él se dedicó de lleno a vencer la desconfianza de los docentes de arqueología y de las autoridades.

4. La Comisión de Arqueología Sagrada

Julio de 1851 señala el inicio de la Comisión de Arqueología Sagrada. Se trataba en verdad de una forma, por así decirlo, todavía experimental. Pero la Comisión en seguida se puso a trabajar. Instituida por Pío IX el 6 de enero de 1852, estuvo compuesta por varios miembros y desarrolló una actividad científica intensa. Los trabajos de las catacumbas eran regularmente supervisados por el P. Marchi. De Rossi tenía la dirección de las excavaciones.

En 1854 ocurrió el descubrimiento de la Cripta de los Papas y del sepulcro de Santa Cecilia; en 1856, el de San Eusebio; en 1864 se encontró el hipogeo de los Flavios en Domitila; en 1890, la Basílica de San Silvestre en Priscila, etc.
He aquí uno de los primeros informes de la Comisión:

"Al principio se puso mano a una grandiosa escalera que desemboca a pequeñísima distancia de una de las dos Basílicas que vemos todavía entre la vía Apia y la Ardeatina (Tricora Oriental)… Al escudriñarla se vieron algunas gradas enlosadas con mármol, y más adelante también parciales inscripciones sepulcrales… No se volvió a abrir y se reservó este trabajo para tiempo más oportuno…

Reanudados los trabajos a poca distancia de la escalera y de la Basílica recién aludida, se halló una doble cripta de tanta amplitud cuanta no se había visto hasta ahora en ninguna otra de ese cementerio. La bóveda está toda revestida de revoque y adornada con pinturas muy rasgadas y mutiladas… En el medio yacía al revés una tapa marmórea de sarcófago cuya mole era extraordinaria y colosal… Sobre esta doble cripta se abría una antigua y grandísima claraboya, obstruida por la tierra llevada ahí por aluviones… Después de desenterrar acá y allá varias vías en ese mismo plano, a mediados de marzo se emprendió la excavación de una pieza sepulcral, la cual con sus pinturas e inscripciones indica claramente que es la del Pontífice y Mártir Cornelio. En las proximidades de esa pieza fueron también encontrados y cumplidamente desenterrados tres cubículos insignes por sus bellísimas y muy raras pinturas y por muchas inscripciones antiguas …

Y a esta insigne parte del cementerio que hoy, no ya según una probable opinión arqueológica sino según la verdad histórica, debe llamarse de Calixto… se bajaba con increíble incomodidad por una escalerita muy angosta, abierta este mismo año por los excavadores bajo un monumento pagano a la derecha de la vía Apia, pero muy pronto se vio que el antiguo y regular descenso estaba cerca de la cripta del mártir San Cornelio, sepultado del todo y en ruinas. Se invocó la ayuda de un grupo de militares para desenterrarlo y reabrirlo … durante el mes de mayo.

A raíz de todas estas excavaciones realizadas en el cementerio de Calixto, volvieron a la luz 45 enteras inscripciones cristianas, de las cuales 11 estaban todavía en su sitio. Entre estas debe señaladamente notarse el felicísimo encuentro de tres grandes fragmentos de la inscripción métrica puesta por el pontífice Dámaso en el sepulcro del pontífice San Eusebio" (Informe de de Rossi en "Il Giornale di Roma", 18.7.1853).

5. "Haré hablar los documentos"

Pío IX, oídos los progresos de los descubrimientos, mandó llamar a de Rossi. Baumgarten, que recogió las noticias de la viva voz del arqueólogo, así cuenta:
"El 10 de mayo de 1854 el Papa invitó a comer a de Rossi siendo convidados Cardenales, Prelados, Ministros y Embajadores… Durante el almuerzo Pío IX hablaba de la arqueología y decía en alta voz que él confiaba poco en ella, porque, según él, los arqueólogos son soñadores y poetas y fantasean sobre tantas cosas que muy pocos logran entender. Estas y semejantes palabras eran dichas de modo tal que de Rossi pudiera escucharlas. Pero el gran arqueólogo callaba.

Terminado el almuerzo, mientras en el jardín se tomaba el café, el Papa mandó a decir a de Rossi, a través de Mons. De Merode, que esas palabras dichas en la mesa, las había dicho para provocarlo, para que hablara en defensa de la "pobre" arqueología. "Entendí bien, respondió de Rossi, qué significado tenían las palabras del Santo Padre. Dentro de poco en la catacumba haré hablar a los documentos. Allá abajo la ciencia de las antigüedades cristianas se defenderá por sí sola".

6. La visita de Pío IX a las Catacumbas de San Calixto (1854)

"En la tarde del 1° de mayo de 1854, Pío IX fue en carroza a la vía Apia. De Rossi lo recibió en la entrada de la catacumba y le explicó en breve la gran importancia de los descubrimientos hechos. Como prueba le hizo ver al Papa la inscripción poética de San Dámaso. Pío IX dijo en alta voz: 'Pero ¿es verdad todo esto? ¿No es posible aquí ninguna ilusión?"

'Santo Padre, nosotros hemos encontrado de nuevo hasta las inscripciones sepulcrales de algunos santos sucesores del Príncipe de los Apóstoles. Si a Vuestra Santidad le place juntar estos pedazos, hallará los nombres de los papas que Dámaso, el infatigable cultor de los Mártires de las Catacumbas, nombra en el poema que yo acabo de explicarle'.
Pío IX tomó en sus manos las losas de mármol y leyó. Al ver los nombres de sus Predecesores, por la íntima conmoción le despuntaron lágrimas en los ojos y dijo en alta voz: 'Entonces ¿son estas verdaderamente las lápidas sepulcrales de mis Predecesores que aquí reposaron?' Después felicitó a de Rossi por el feliz éxito logrado y le agradeció el servicio que por medio de la arqueología había prestado a la Iglesia y a la Santa Sede".

7. La defensa del patrimonio arqueológico y la adquisición de los terrenos

Pío IX quiso que se imprimieran a sus expensas los resultados de las investigaciones y de Rossi las recogió en una obra monumental de tres volúmenes, "Roma sotterranea", que publicó en los años 1864, 1867, 1877. Además "para asegurar la integridad de tan preciosos tesoros -así escribe el prof. E. Josi- hizo adquirir todas las viñas que rodeaban la parte arqueológica". Y de esta manera se explica la actual superficie de 27 hectáreas, de la finca denominada San Calixto: una verdadera isla verde en medio de la Roma de hoy; un providencial pulmón en la congestionada ciudad de nuestro tiempo.

Pero era urgente dar una organización diversa a las excavaciones. Antes que nada pareció que era necesario encontrar a alguien capaz de supervisar, controlar y guiar a las improvisadas maestranzas. De Rossi conociendo con cuánta pasión León XIII se interesaba en el trabajo de excavación de las catacumbas, habla del problema con el Secretario de Estado, le expone los daños y las dificultades que obstaculizaban de modo tan grave la obra, le sugiere confiar la vigilancia de los trabajos a una Orden religiosa, añadiendo que la más a propósito le parecía la de los Trapenses. En 1920 Pío XI completará la adquisición del terreno para garantizar la integridad de la zona meridional hasta San Sebastián. Actualmente se trata de 34 hectáreas.

En 1884 llegaron los Padres Trapenses, primeros custodios de las Catacumbas de San Calixto. Después de 45 años el empeño de los Trapenses llegó a su término. Durante nueve meses intentaron tener el cuidado de las mismas los Hijos del Padre Semeria, hasta que en 1930 Pío XI encargó de ellas a los Salesianos de Don Bosco, que las administran todavía también con la ayuda de guías y personal laico externo.