LAS CATACUMBAS Y EL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000


Desde el Año Santo de 1983 y por primera vez en la historia de la Iglesia, las Catacumbas fueron incluidas entre las metas oficiales del Jubileo.


¿Por qué el Jubileo en las Catacumbas? Responde el Papa:


 

 
I. LAS CATACUMBAS SON UNA META IRRENUNCIABLE DEL JUBILEO

porque son:
  1. La memoria de la vida y de la fe de las antiguas comunidades cristianas.
    Los vestigios, humildes pero tan persuasivos, de esos primeros siglos de la fe.
    Presentan el rostro elocuente de la vida cristiana de los primeros siglos.

     
  2. La prueba histórica de que la Iglesia, en sus orígenes, fue una Iglesia de mártires
    La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires: «Sanguis martyrum, semen christianorum».
    Los mártires son los testigos de una fe límpida y solidísima.

     
  3. Una escuela perenne de fe, esperanza y caridad.
    Centros de oración, de reflexión espiritual, de vida litúrgica y sacramental.
    Hablan de la solidaridad y la caridad colectiva que unían a los hermanos en la fe.

     
  4. Meta constante de peregrinaciones en cuanto lugares privilegiados de conversión y perdón.
    También los peregrinos del Jubileo del año 2000 irán a las tumbas de los mártires para renovar la vida y testimoniar la fe.

     
  5. Lugares privilegiados de encuentros ecuménicos

     
    - de las Iglesias cristianas, por la experiencia de unidad que la Iglesia de Cristo vivió en los primeros siglos;
     
    - de los seguidores de otras religiones que se hallan unidos a los cristianos por la fe en un solo Dios;
     
    - de los que están lejos de la fe en Dios, por el valor universal del martirio, que es la demostración más elocuente y convincente de fidelidad a su propio ideal.
     

Junto con las grandes basílicas romanas, las Catacumbas deberán constituir una meta irrenunciable para los peregrinos del Año Santo
(Cf Discursos del Papa Juan Pablo II : 7 de junio de 1996 y 16 de enero de 1998, Carta apostólica "Tertio Millennio Adveniente" y Bula de convocación del Gran Jubileo del Año 2000 "Incarnationis mysterium")

II. LA MEMORIA DE LOS MARTIRES es un signo perenne de la verdad del amor cristiano

 

   Un signo perenne, pero hoy particularmente significativo, de la verdad del amor cristiano es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio. Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor. Su existencia refleja la suprema palabra pronunciada por Jesús en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34). El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial. Los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo se caracterizan por el constante testimonio de los mártires.

   Además, este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales. Personas de todas las clases sociales han sufrido por su fe, pagando con la sangre su adhesión a Cristo y a la Iglesia, o soportando con valentía largos años de prisión y de privaciones de todo tipo por no ceder a una ideología transformada en un régimen dictatorial despiadado. Desde el punto de vista psicológico, el martirio es la demostración más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y que manifiesta su belleza incluso en medio de las persecuciones más atroces.

   Inundados por la gracia del próximo año jubilar, podremos elevar con más fuerza el himno de acción de gracias al Padre y cantar: Te martyrum candidatus laudat exercitus. Ciertamente, este es el ejército de los que "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14). Por eso la Iglesia, en todas las partes de la tierra, debe permanecer firme en su testimonio y defender celosamente su memoria. Que el Pueblo de Dios, fortalecido en su fe por el ejemplo de estos auténticos paladines de todas las edades, lenguas y naciones, cruce con confianza el umbral del tercer milenio. Que la admiración por su martirio esté acompañada, en el corazón de los fieles, por el deseo de seguir su ejemplo, con la gracia de Dios, si así lo exigieran las circunstancias.

(Incarnationis mysterium, n.13)

III. DISPOSICIONES PARA OBTENER LA INDULGENCIA JUBILAR

 


Los requisitos necesarios para obtener la indulgencia jubilar son:
 

1. Confesión y Comunión sacramental
con ocasión de la peregrinación a las Catacumbas (también varios días antes o después).
 
2. Una devota peregrinación a las Catacumbas
como signo de conversión del corazón y compromiso de comunión eclesial y de caridad para con los hermanos.
 
3. Participación en la Santa Misa o en otra celebración litúrgica (como el Via Crucis o el Rosario mariano) y oraciones por las intenciones del Romano Pontífice (con el "Padre nuestro"), con la profesión de fe en cualquiera de sus formas legítimas y con la invocación a la Santísima Virgen María.
 

NB. Durante el Gran Jubileo la indulgencia plenaria puede obtenerse solamente una vez por día y puede ser aplicada como sufragio por las almas de los difuntos.

(Cf Disposiciones para obtener la indulgencia jubilar, LEV, Città del Vaticano, 1998; Manual de las indulgencias, LEV, Città del Vaticano, 1996)

IV. LAS ORACIONES PARA LA INDULGENCIA JUBILAR
 


 
  1. Oremos por las intenciones del Papa, Padre y Pastor de la Iglesia universal

    Padre nuestro, - que estás en el cielo, - santificado sea tu nombre, - venga a nosotros tu Reino, - hágase tu voluntad - en la tierra como en el cielo. - Danos hoy nuestro pan de cada día. - Perdona nuestras ofensas, - como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. - No nos dejes caer en la tentación - y líbranos del mal. - Amén.

     
  2. Profesemos nuestra fe, que es la misma de los Mártires de las Catacumbas, de la Iglesia de los orígenes y de todos los tiempos

    Creo en Dios, Padre todopoderoso, - Creador del cielo y de la tierra. - Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, - que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, - nació de Santa María Virgen, - padeció bajo el poder de Poncio Pilato, - fue crucificado, muerto y sepultado, - descendió a los infiernos, - al tercer día resucitó de entre los muertos, - subió a los cielos - y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. - Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. - Creo en el Espíritu Santo, - la santa Iglesia católica, - la comunión de los santos, - el perdón de los pecados, - la resurrección de la carne - y la vida eterna. - Amén.

     
  3. Invoquemos a la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia

    Dios te salve, María, llena eres de gracia; - el Señor es contigo; - bendita tú eres entre todas las mujeres, - y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. - Santa María, madre de Dios, - ruega por nosotros pecadores, - ahora y en la hora de nuestra muerte. - Amén.
Santos y Santas Mártires de las Catacumbas, rogad por nosotros.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.