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TEOLOGIA DE LA LIBERACIÓN

 

 

1.- FENOMENO CONTEMPORANEO DE ESTA TEOLOGIA

 

Hablar de esta teología no es hablar de un libro, sino de una corriente de pensamiento y actitud ante la vida, presente en libros, televisión, radio, artículos de revistas, diarios, boletines, predicaciones, clases de colegio, seminarios, universidades, como en las más variadas charlas de Iglesia. Interesa pues también a seglares y religiosos franciscanos informarse de ella.

La teología de liberación surge de una indignación ética frente a la pobreza y opresión que Dios no quiere para sus hijos y precisamente en una sociedad que se declara cristiana. Se propone de inmediato desenmascarar las causas de ese mal y hacer de su razonamiento un instrumento práctico, efectivo para transformar liberadoramente las estructuras de tan triste realidad. Hay en esta teología una clara línea horizontal, una voluntad de acción política para cambiar el orden social establecido. El que se juzga impávido a las buenas intenciones y rectitud particular de individuos aislados.

La Iglesia considera la liberación como un tema propiamente cristiano, fundado en enseñanzas Bíblicas del Antiguo y Nuevo T.: "la solicitud por el hombre, por su humanidad, por el futuro de los hombres sobre la tierra y en consecuencia también por la orientación de todo el desarrollo del progreso es un elemento esencial de la misión de la Iglesia, indisolublemente unido con ella" (Red. Hnis.15). E incluso afirma que al inclinarse la Iglesia sobre el hombre y sobre la tierra "queda eclipsada en cierto modo la trascendencia (espiritualidad) de nuestras concepciones religiosas; pero sin embargo es precisamente factor que confirma, estimula y da su sello específico a nuestra solidaridad de Iglesia con la causa del hombre" (J. Pablo II, Angelus 10.11.85).

Pero, no estamos frente a una corriente de pensamiento y actitud ante la vida enteramente inocente y verídica puesto que las desviaciones de la teología de la liberación, muy difíciles de demarcar y precisar han sido calificadas oficialmente de “peligro fundamental para la vida de la Iglesia, para la fe y vida teologal y moral de los cristianos”. Su error consiste en adoptar una mentalidad inmanentista, terrenal, secularista o materialista que quiere absolutizar al hombre mirándole fundamentalmente en dicha dimensión. Reduce la realidad espiritual y eterna a un fenómeno superfluo y alienante, y toma todo fenómeno como hecho meramente horizontal, psicológico, sociopolítico o científico, sin relación a nuestra fe o dejando ésta solo como agregado accidental y en su lugar aquello como lo sustancial. Ejemplo: hemos conocido en Chile unos Cristianos para el Socialismo pero no así, algunos socialistas para el Cristianismo.

La teología de la liberación que se denuncia aberrante, no consiste solo en una herejía que se pudiese delimitar y extirpar cual un tumor, sino constituye un cúmulo de herejías. Un contagio que se expande a todos los órganos. Por eso, no se trata de un fenómeno de infiltración sino de uno de conversión a una fe secular, ideológica, política. Es problema de no creencia en la vía cristiana y de visualizar una solución desde la perspectiva o análisis marxista. Imagina un marxismo convertido en puro método científico de cambio, diverso de sus realizaciones concretas fatales por su denuncia de la lucha de clases e involucramiento de todos en ella, por su promoción de la violencia aguda como desenlace final, y por su postulación del pueblo proletario cual Mesías definitivo de la historia y de toda la sociedad.

El error de tal teología de la liberación está en constituirse en nueva interpretación o relectura totalizante de la fe cristiana, que entiende el cristianismo primordialmente como praxis de liberación política. Que propugnar una relectura política de la Biblia y somete a la Iglesia a una alquimia que la despoja cuidadosamente del dogma, de la moral, de los sacramentos de todo cuanto en ella no sea “praxis liberadora”, sociopolítica. Lo más curioso de ello es que la depuración que intenta de la Iglesia resulta un despojo efectivo de su esencia; mientras el supuesto uso exclusivo del aspecto científico del marxismo, le conserva lo más sustancial de su dogmatismo aberrante y desquiciador.

 

 2.-LIBERACION BIBLICA DEL HOMBRE

"Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes todo lo creó para que subsistiera eternamente en su presencia. Hizo saludables todas las criaturas del mundo: no había en ellas veneno de muerte ni el infierno imperaba entonces en la tierra" (Sab 1,13s). En la creación original eran absolutamente desconocidos los males que provocan los gritos desgarrados de liberación: la pobreza, la opresión, etc. Quiso Dios simplemente hacer partícipe a seres finitos de sus propias perfecciones, para verter sobre ellos sus beneficios y coronar así su propia gloria. "Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (Gen. 1,31).

Pero la rebeldía y endiosamiento del hombre: pecado original, le arrastró progresivamente a mayor daño por la destrucción de todos sus lazos con Dios, con la naturaleza, con los demás hombres, y consigo mismo. La naturaleza humana quedó vulnerada hasta el punto de serle imposible por sí mismo agradar a Dios y alcanzar su destino en Aquel. Se le cerraron las puertas de la eternidad, destino trascendente, su dimensión más noble, divina y quedó sometida al acaso, las contingencias y toda fatalidad terrena.

"Los impíos llamaron a la muerte con voces y con gestos, se consumieron por ella, creyéndola su amiga, hasta hacer pacto con ella, porque merecían ser de los suyos" (Sab 1,16). "Por haber hecho eso darás a luz hijos con dolor, tendrás ansias por tu marido y él te dominará; maldito el suelo por tu culpa; comerás tu pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la tierra de que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás. El Señor Dios les expulsó del paraíso para que labrasen la tierra de dónde los había sacado" (Gen.3.l6ss).

Tal captura bajo los males de esta vida ha sido la más dramática experiencia de la humanidad, que hasta hoy se angustia por la miseria, el sufrimiento y la muerte. Fatal e incomprensible amenaza para el hombre de todos los tiempos que le hace exclamar:

"Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Una generación se va otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas.  Lo que pasó, eso pasará, lo que sucedió eso sucederá, nada hay nuevo bajo el sol. Examiné todas las empresas que se realizan bajo el sol: todo es vanidad y caza de viento, torcedura imposible de enderezar, pérdida imposible de calcular. Examiné todas las obras de mis manos y las fatigas que me costó realizarlas: todo resultó vanidad y caza de viento, nada se saca bajo el sol. Así aborrecí la vida. pues encontré malo todo lo que se hace bajo el sol. Y aborrecí lo que hice con tanta fatiga. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. Observé además cuantas opresiones se cometen bajo el sol: vi llorar a oprimidos sin que nadie los consolara por el poder de sus opresores; y llamé a los muertos más dichosos que los vivos y mejor que los dos el que aún no ha existido, pues él no ha visto las maldades que se cometen bajo el sol" (Ecltes. 1. 2. 4,lss).

Pero pronto la sabiduría de Dios hará entender a quién desea explicárselo, que el mal es la herencia del malo, del pecador.

"No te exasperes por los malvados, no envidies a los que obran el mal: se secarán pronto como la hierba, como el césped verde se agostarán. Aguarda un momento desapareció el malvado, fíjate en su sitio ya no está. El malvado intriga contra el honrado rechina los dientes contra él, pero el Señor se ríe de él porque ve que le llega su hora. Los malvados desenvainan la espada asestan el arco para abatir a pobres y humildes, para asesinar a los honrados; pero su espada les atravesará el corazón, sus arcos se romperán. Mejor es ser honrado con poco que ser malvado en la opulencia; pues al malvado se le romperán los brazos, pero al honrado lo sostiene el Señor. Los malvados perecerán los enemigos del Señor. Se marchitarán como la belleza de un prado en humo se disiparán. Los inicuos son exterminados la estirpe de los malvados te extinguirá" (Ps. 37).

El enigma del sufrimiento de los buenos será luego ilustrado por la sabiduría de Dios, desde una óptica más amplia que el acontecer inmediato; en la perspectiva de Dios, de la vida eterna.

"Dice el Señor: ustedes han razonado en forma insolente contra mi, dicen, ¡No vale la pena servir a Dios! ¿Qué hemos ganado en guardar sus mandamientos y andar austeramente ante El?  Tendremos que juzgar felices a los arrogantes y malvados que prosperan tentando a Dios, haciendo el mal, pues nada les pasa. Así comentaban entre sí los fieles del Señor y Dios estuvo atento y les oyó, mientras se escribía delante suyo un libro de memorias: ‘Vida de los fieles del Señor que estiman su nombre’. Y dijo el Señor: ellos serán para mi los preferidos en el día que yo actúe, los perdonaré como un padre al hijo que le sirve; entonces verán ustedes que no le pasa igual a buenos y malos, a quienes sirven a Dios y a los que no le sirven. Porque miren que llega el día ardiente como un horno, cuando arrogantes y malvados serán paja abrazada, de la que no queda raíz ni renuevo alguno. Pero a los que respetan mi nombre los alumbrará el sol de la justicia que cura con sus alas. Saldrán saltando como terneros del establo, pisotearán a los malvados que serán como polvo bajo la. planta de sus pies, el día en que yo actúe” (Mal. 3,13-21).

El clamor y las ansias de liberación de los creyentes pronto llegó a precisarse cual anhelo de tener a Dios de su parte cual salvaguarda. Así Moisés, aquel hombre único porque "hablaba Dios con él cara a cara como habla un hombre con un amigo", imploraba más que liberación de las fatigas y martirio del éxodo y el desierto, el perdón de los pecados para ser su porción:

"Si gozo de tu favor, venga mi Señor con nosotros, aunque seamos un pueblo testarudo; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya. Respondió el Señor: Yo voy a hacer un pacto. En presencia de tu pueblo haré maravillas como no se han hecho en ningún país o nación, así todo el pueblo que te rodea verá la obra impresionante que el Señor va a realizar contigo. Cumple lo que te mando hoy y te quitaré de delante a amorreos, cananeos, hititas, fereceos, hebeos y jebuseos" (Ex.34,8-11).

La cumbre de esta alianza divina redentora nos la dio gratuita y misericordiosamente el Verbo de Dios encarnado, que se arraigó en nuestra carne - naturaleza humana averiada -.

“Igual que por un hombre entró el pecado en el mundo y tras éste la muerte, que se propagó sin más a todos los hombres porque todos pecaban, mucho más la gracia de Dios que correspondía a un hombre solo: Jesucristo, se difundió de sobra para todos. Si de la culpa de uno solo resultó la condena de todos, así de la fidelidad de uno solo resultó la redención y la vida para todos los hombres. Como la desobediencia de un solo hombre hizo pecadores a todos, también la obediencia de uno solo restablecerá a todos. Dónde se multiplicó el pecado, sobreabundó la gracia; así mientras reinaba el pecado produciendo la muerte, la gracia va redimiendo para la vida eterna por obra de Jesús, Mesías, Señor nuestro” (Ro 5,l2ss).

Su inmolación personal, sublime y divina, nos ha proporcionado el favor del Padre y nos ha trazado el camino de toda nuestra realidad humana frente a lo divino, de lo material frente a lo espiritual, de lo corpóreo o físico frente al alma. Nos ha enseñado la sumisión absoluta que toca a la naturaleza humana frente a Dios: adoración. Dispuesto a la más completa destrucción física de si mismo, en aras de la glorificación y fidelidad a Dios, nos señala la relatividad y posposición que toca a nuestra realidad - que el encarnaba -, ante la soberanía de la realidad trascendente.

Un poderoso sector israelita, con que Jesucristo convivía en su misión divina, fue incapaz de creer en El, debido a su pertinaz ilusión de un mesianismo terreno: "restauración del Reino de Israel, de la dinastía gloriosa de David". Ellos aguardaban un régimen político y social exento de todas las penalidades, miserias materiales y opresión que les afligían.

"Jesús dijo: la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular.  Esto lo ha hecho el Señor ¡qué maravilla para nosotros! por eso les digo que se les quitará a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos. Al oír sus palabras los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta que iban por ellos. Aunque estaban deseando echarle mano, tuvieron miedo de la gente, que lo tenía por profeta” (Mt. 21,42-46).

Muy pronto los discípulos del Señor comprendieron el verdadero sentido de la Salvación Cristiana:

"Los sufrimientos del tiempo presente son nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. De hecho la humanidad otea impaciente aguardando que se revele lo que es ser hijo de Dios. Hasta el momento presente la humanidad entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de parto. Incluso nosotros que poseemos el Espíritu como primicia, gemimos en lo íntimo a la espera de la plena condición de hijos, del rescate de nuestro ser, pues con esta esperanza nos salvaron" (Ro. 8.18-24).

La plena liberación del hombre queda supeditada en la sabiduría evangélica, a la mayor o menor intensidad de entrega personal a Dios en el hermano; con lo que se establece la relación precisa entre adoración a Dios y servicio liberador del prójimo. Es claro por otra parte que este servicio se expresa en lo material y lo espiritual:

“Cuando este Hombre venga con todo su esplendor acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria y reunirá ante él a todos los pueblos. Separará a unos de otros y dirá a los de su derecha: Vengan benditos de mi Padre hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer... Cada vez que lo hicieron con uno de mis hermanos más pequeños lo hicieron conmigo. Y a los de su izquierda les dirá: apártense de mi malditos al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer... Cada vez que dejaron de hacerlo con uno de estos el más pequeño, dejaron de hacerlo conmigo. Estos irán al castigo definitivo y los justos a la vida definitiva" (Mt. 25,31-46).

Queda en claro que la donación voluntaria por amor, hasta el heroísmo de Jesucristo, es la actitud libre y liberadora de nuestra religión, destinada a establecer el Reino de Dios, la civilización del amor. Y que la raíz del mal y carencias reside en las personas libres y responsables que deben ser convertidas por la gracia de Jesucristo.

 

   3.-LIBERACION DEL HOMBRE PARA FRANCISCO DE ASIS

La sensibilidad por la liberación de los males terrenos que aquejan a los hombres, tan característica de la teología de la liberación, está presente en san Francisco como aguda percepción de la libertad, dicha y gloria a que todos estamos destinados mediante el camino de penitencia: forma de vida evangélica. En su carta a todos los fieles, a los clérigos, gobernantes, como en otras a personas individuales, invita a la austeridad que asimila a Jesucristo y es generosa con el hermano, encomiando al colmo la libertad entrañable, concreta y actual de quienes la practican: “Estos son dichosos y benditos, se posará sobre ellos el Espíritu del Señor, son hijos del Padre celestial y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Qué glorioso, santo, consolador, hermoso y admirable, amable, agradable, humilde, pacífico, dulce y más que todas las cosas deseable tener a nuestro Señor Jesucristo" (Cta. Fles.).

Desea propagar esta liberación a toda la tierra y a toda la humanidad. Viaja, escribe y se dirige expresamente a los siglos por venir.  Su aporte es fundamentalmente una espiritualidad de cambio de valores, para que haya menos materialistas, codiciosos, ambiciosos y violentos y sea menos difícil la fraternidad y la justicia en radical fidelidad a Jesucristo.

La liberación franciscana se ilustra claramente con el relato pintoresco, pero profundamente revelador del Lobo y los habitantes de Gúbbio.  Francisco no va al Lobo como portavoz de la ciudad sino de Dios, de la libertad que él asigna a cada cual. Dice al Lobo que es feroz, que es malo pero al mismo tiempo le dice que es malo porque tiene hambre, y procura convertirlo. El discurso que Francisco hace a este lobo salvaje es semejante al que dedica al lobo de la ciudad: los hombres que vivían dice el relato con miedo, armados y amenazadores. También a ellos llama a convertirse. Si ellos se convierten el lobo convertido no les hará daño alguno. Propicia un pacto entre convertidos a su respectiva verdad; entre seres que armonizan en la verdad delimitadora de la libertad de cada cual. Puede hacer esto porque él mismo es pura transparencia de la libertad que promueve. No tiene en la ciudad posesión alguna que defender ante al lobo silvestre, como tampoco la actitud salvaje del lobo que se enfrenta a los ciudadanos amenazadores y prepotentes. Simplemente se llega a uno y a otro desde allende su realidad, desde el ámbito de libertad más sublime representada por su propia existencia.

El caso de Francisco frente al Obispo y el Podestá de Asís que se aborrecían es semejante, al igual que muchos en que él actúa liberadoramente. Francisco es un convencido que el bien está en la conversión de las partes a Dios, comenzando por liberarse uno mismo: superación del vicio. Por ello es directo y va al malo para ayudarle a ser mejor, y a la víctima inocente para acompañarla en su penalidad: no la subvierte ni organiza una fuerza de presión en su favor, ya que más libertad hay en hacer penitencia que en librarse de penurias terrenas. Todos son convocados a su cruzada de penitencia, de la que él mismo es auténtico paladín.

Francisco tiene en segundo lugar una aguda percepción de la angustia y envilecimiento humano ocasionado por el rechazo de la penitencia. Dice:

"los que no hacen penitencia están apresados por el diablo, cuyos hijos son; son ciegos, no tienen sabiduría, son malditos; a sabiendas pierden sus almas, están engañados, nada tienen en este siglo ni en el futuro; arrebatará el diablo el alma de sus cuerpos con tanta angustia y tribulación, que nadie las puede conocer sino el que las padece; los parientes y amigos maldecirán su alma; perderán alma y cuerpo en este siglo e irán al infierno donde serán atormentados sin fin" (Cta. Fieles).

                          Su actitud frente a tal cautiverio bajo las fuerzas fatales del mal se expresa en primen lugar en su lamento: "el amor no es amado, el amor no es amado; iría por todo el mundo gritando este lamento". Percibe lúcidamente aquí, la gran causa de todas las esclavitudes: el amor no es amado. Ubica en tal carencia moral la raíz que primero se ha de tratar para que arribe el mundo exento de mal. A sus discípulos manifiestan la conciencia de ser a ellos en Jesucristo mucho más llevadero cualquier mal; ejemplo el diálogo de la perfecta alegría, y: "A nosotros no nos pesa la pobreza, tanto como a los otros pobres, pues por la gracia de Dios, cuyo consejo de pobreza cumplimos, nos hemos hecho voluntariamente pobres" (T. C. 39). Francisco no reclama por padecimiento personal o por ser víctima de otros; por el contrario considera "hermano asno" su condición física: la rémora para llegarse a Dios.  Debe incluso excusarse a su muerte, de haberle sido tan riguroso. Afirma que si su orden desecha el estado de penitencia, llegará a completa ruina, la abandonarán los hombres dejándola hasta sin comida, en tanto sí es fiel todos vendrán a ella y nunca le faltará lo necesario para vivir.

Pero, tratándose del prójimo si importa mucho a Francisco y a los suyos ahorrarle penurias, en cuanto está a su alcance. No se erige en organizador de ayuda social, pero es sensible y se entristece de encontrar a otro más pobre que él, compartiendo lo que dispone. Así sabemos dio cierto día la única Biblia que poseía la fraternidad, a la madre pobre de un fraile para que la vendiera y pudiese comer. Y en otra ocasión mandó buscar por el monte unos ladrones despedidos con reproches por un fraile, para darles amablemente cuánto podía. Su libertad interior le hacía riguroso consigo mismo, pero lleno de caridad y donación liberadora para los demás. Se sintió el último y más vil pecador y aceptó como justos todos los castigos que le sobrevinieron; en tanto tenía a los demás por mejores y con mayor derecho a ahorrarse las mismas penalidades. Creyó en Cristo y la otra vida, y con El, en la esperanza de aquella, tuvo por nada todos los sufrimientos de la presente.

 

    CONCLUSION

Al toparse cualquier discípulo de San Francisco seglar o religioso, con esta nueva interpretación de la fe cristiana, corriente de pensamiento o actitud de la teología de liberación que privilegia la dimensión terrena, deberá tener en cuenta varios aspectos. 

En primer lugar si es seglar, que su propia persona pertenece a dicha realidad secular o terrestre pero estando estrechamente vinculada a Cristo, a la Iglesia, a Francisco de Asís por su profesión. En ningún caso puede él ser secularista en sentido de privilegiar tan exclusivamente lo terreno y lo político que prescindiese de la dimensión trascendente, espiritual o eterna. Tampoco puede dudar de su fe y forma de vida franciscana y considerar que los que postulan la actitud contraria tengan la razón. Ha de estar hondamente convencido que Dios es el bien eterno que en todo caso y circunstancia sigue siendo absolutamente bueno, nos está dando bienes y debemos agradecerle el hoy en que nos da vivir; y esperar de El un mañana mejor. Que no existe liberación más plena para el hombre que la que gratuita y misericordiosamente nos ha proporcionado el Verbo de Dios, mientras el bien que nos aporta cualquier otro ser, es limitado y nos limita personalmente. En consecuencia: "la caridad más grande que puede hacerse a los hombres consiste en anunciarles, compartiendo su necesidad, que Cristo ha resucitado y es Señor" (J. Pablo II, 17.10.84).

Un segundo aspecto que se deberá tener en cuenta es que existe una mentalidad inmanentista, de exclusivismo terrestre en actitudes como un reclamo desmesurado, en ocasiones hasta el fanatismo y descontrol como reacción a la tan aborrecida resignación frente a las esclavitudes humanas.  Que el supremo bien no es lo terreno ni su pérdida tan determinante para la existencia propia o de los otros, que lleve a considerar en nada o cual pura falacia el don de Dios en bienes espirituales y de gracia.  Que no se pude ignorar que el mayor grado de liberación del hombre no va en un mayor abundamiento de bienes materiales, sino en los del espíritu. Con Francisco de Asís estará dispuesto por el contrario a renunciar a todos a todo y hasta la propia vida corporal por Jesucristo y su Reino: bien supremo para los hombres. Podrá incluso restringirse al mínimo de bienes materiales y al máximo a los del espíritu en la experiencia tan propia y peculiar de Francisco, que brindó a los demás mucho más amplia disposición de los bienes de que él se privaba.

La liberación que instaura el Evangelio no es implantación de un status socioeconómico confortable para todas las gentes ni el igualitarismo proletario inspirado abiertamente en la envidia. Nunca se obtendrá la plena superación de los males sobre la tierra, lo que solo queda para el cielo. El Señor enseña que el malo de no convertirse a Dios será materialmente castigado, y en cambio el bueno sí no se corrompe será materialmente premiado, y aunque sufra males tendrá lo necesario para vivir.

  La base científica o comprobable del problema económico del tercer mundo no es la lucha de clases (conjetura insuficientemente probada de la filosofía marxista), sino la "Mala distribución de las riquezas". La solución del problema no está en consecuencia en la lucha intensificada al grado máximo: baño de sangre, sino en la amortiguación de la distribución aberrante, comenzando uno mismo por no acaparar, sino cediendo voluntariamente para los demás de los propios bienes: pobreza evangélica. O dándoles la oportunidad de participar del propio trabajo, del beneficio de crear juntos nueva riqueza.

  Conciencia aguda por el problema social no será entonces para nosotros tanto la amargura por el sufrimiento del pueblo o mayorías sociales, cuanto por el de los buenos, que aman, obedecen a Dios, son justos, honestos, trabajadores y caritativos y con todo, padecen pobreza y otros males. Ante ellos no podemos menos de impetrar en la oración la intervención divina en su favor, y compartir los bienes que Dios puso en las propias manos, puesto que el mismo Señor ha asegurado a los tales su auxilio y no puede menos de angustiarnos tal incongruencia, cual si ser bueno significase una vida de perenne sufrimiento. En tal caso, no podemos honestamente dejar de ser mano palpable del Señor. En tanto que, tampoco nos está permitido amargarnos envidiando a los malvados que ríen y gozan disfrutando de todo en la tierra. Ni agredirles odiándolos, sino sólo nos está permitido entregarles a la justicia de Dios que sin duda mostrará un día su mano. Además de advertirles su engaño, tanto cuanto se muestren capaces de escucharnos y convertirse. Mientras hacemos de la perseverancia inquebrantable convencida, superada toda corrupción y codicia propia, siendo tolerantes, pacientes y resignados el primer argumento de persuasión para ellos como para la opinión colectiva. Evidentemente podemos adoptar cuando resulta indicado los procedimientos regulares de la justicia vigente en la sociedad cual medio sano y racional de coerción y aleccionamiento. Sobre todo en auxilio de las víctimas inocentes de la prepotencia que por cierto no tienen porqué cruzarse de brazos necesariamente.

                              El tercer aspecto que debe tener en cuenta el seglar franciscano es la confluencia de la responsabilidad humana y de la gracia divina en toda su gestión secular. De partida, la gracia de Dios es absolutamente más fundamental que nuestra propia acción, ya que la potencialidad de aquella es soberana respecto a todo mal, ruptura, pecado; sobre los adversarios, la justicia, los bienes materiales, como sobre la provisión en el tiempo de lo necesario para nuestra existencia. Es absolutamente imposible hagamos nada bueno por nosotros mismos o amemos siquiera algo al prójimo. Es una arrogancia pensar que hemos de aportar un substrato humano a la gracia de Dios, como si pudiésemos ofrecerle primero el amor al prójimo por condición para el amor a Dios o como si éste pudiese reducirse a aquel. Sólo Dios es fuente del amor y cuando le amamos en realidad es El quién nos infunde ese amor.

  Nuestra relación directa con El - vertical - por la gracia: caridad divina o teologal es del todo más prioritaria que el compromiso horizontal con el prójimo. Quienes se afirman desmedidamente en lo humano injurian la piedad y la gracia sobrenatural y quienes presuntuosamente miran con desprecio la obra de Dios cual toda corrompida justifican cualquier bajeza y repugnan la virtud. La gratuidad total de la gracia que puede librarnos resalta al máximo la responsabilidad del hombre en la liberación de Jesucristo; ya que si el bien que hacemos, la virtud y el mérito son esencialmente obra suya, con todo, nuestro destino de libertad o esclavitud depende fundamentalmente de la mayor o menor apertura de nuestra voluntad a su acción poderosa, de nuestro propio compromiso con su gracia. Si somos subversivos a su designio hacemos el mal también procurando bienes materiales; si somos sumisos acatando nuestra propia incapacidad, irrelevancia y dependencia respecto a El, estamos en el bien aún perdiendo todos los bienes físicos de esta vida. Somos responsables del bien que nos procuramos: ya sea bienes materiales sin Dios - haciéndonos seres muy bien dotados de riquezas por más que ruines -, o bien si sufrimos males materiales pero con Dios - haciéndonos seres aquejados de pobreza por más que plenos en El -. Jesucristo nos enseña que es preferible sufrir bajo el mal, que igualarse compitiendo con los malos. Distinguir el bien del mal, apreciando con inteligencia la moral es la base para la liberación auténtica.

  Comprenderemos ahora que atribuir la causa de los padecimientos del pueblo únicamente a las estructuras sociales - apremiantes de cambiar -, no tiene suficientemente en cuenta que el primer sujeto del mal está en personas: quienes disfrutan y quienes padecen. La responsabilidad por tanto está en la actitud de uno y otro. Quién por interés político y sin socorrer al que sufre alega que todos los padecimientos del pueblo penden de las estructuras sociales vigentes; reniega que Dios es el amor y bien soberano también para los que sufren; incluso mientras tolera dicho statu quo. El pecado ha divorciado de Dios al hombre que hace sufrir al otro injustamente; tanto como al que dejó de  testimoniar que Dios es el bien supremo para todos, porque algún ídolo o fantasía se lo hizo olvidar. La gracia de Dios ha sido derramada de lo alto, y es responsabilidad nuestra que llegue a informar toda vida sobre la tierra, reflejándose de manera trasparente en la nuestra. No nos compete destruir a adversario alguno del bien - mucho menos como sucede, con dardos envueltos en retórica de amor -, sino por el contrario, hacer efectiva en nuestra vida la libertad de Jesucristo compartiendo concreta y voluntariamente los bienes con quién carece de ellos. Responsabilidad nuestra es convertirnos a Dios y dar testimonio vivido de la ley universal del amor fraterno.

  En último lugar, el franciscano seglar o consagrado ha de tener en claro el dilema entre marxismo o cristianismo en cuanto atañe a la liberación terrena. El problema se presenta porque se está tributando a las huestes del comunismo e izquierdismo los falaces títulos de progresistas, libertarios, democráticos y sin mitos perezosos; y han evidenciado los grandes centros del norte de Europa, encabezados por la Unión Soviética, especialmente hace una o dos décadas un cierto desprecio hacia todo el mundo católico, considerando a los países de América Latina y en forma especial a Chile, reaccionarios y primitivos. No son pocos por cierto los poco listos criollos que saltaron desde este trampolín al otro lado de la línea roja. Es un hecho que no pocos cristianos han juzgado que su religión adolece de un vacío doctrinal para satisfacer cuestiones tan concretas como la opresión: en la que en 500 años dicen, venimos siendo ineficaces. Adoptaron por ello lo que incautamente llaman método científico de Análisis Marxista. La Iglesia cerró definitivamente esa puerta a la teología de la liberación.

  Pero su Mesianismo terrestre, enemigo de Dios, cáncer de arrogancia cósmica continuó preparando su imperio, desparramando más y más augurios fatales y visión de muerte y corrupción total respecto a nuestra realidad. A la vez que prometen con excesiva soltura que ellos nos librarán y van a arreglar todo ya aquí en la tierra. Quienes adhieren a su ideología no ostentan realmente un ánimo de servicio al pobre, el que se concretiza única y eminentemente con el proyecto evangélico y franciscano. Su actitud más bien es evasión de las exigencias de éste, respecto a la magnanimidad de espíritu e incriminación de toda responsabilidad a una clase social impersonal "opresora", que debe ser destruida moral y físicamente. Antes que servicio al pobre ello es traición a su causa, comprometiendo al pueblo en una lucha violenta incontrolable e imprevisible, de la que los teóricos marxicizantes de marras sin duda esperan estar a salvo - tanto cuanto de su miseria -. De llapa le arriesgan a quedar posteriormente hundido en la esclavitud comunista. Por supuesto resulta mucho más fácil incitar al pobre a combatir para arrebatar los bienes y riquezas a los que ellos mismos envidian, que brindarles con corazón magnánimo los que de su propio peculio fueren capaces de desprenderse. Es difícil pero no imposible procurar hagan los demás voluntariamente otro tanto, hasta establecer por esta vía evangélica de libertad y generosidad la justa distribución de bienes que corresponde a la voluntad de Dios y su Reino: Civilización del Amor.

  Pero ante el marxismo, enemigo declarado de la civilización cristiana ¿corresponderá al franciscano seglar o religioso alguna actitud particular, o ignorándole, seguir el propio camino? La respuesta es sin duda alguna seguir y promover más y más resueltamente lo específico cristiano y franciscano, programa de vida y propósito de acción contenido en nuestro patrimonio espiritual.

Es una golpeante realidad que la Unión Soviética sostuvo en su época de expansión una red de 6 millones de informantes en el mundo y 600 mil agentes especiales de espionaje. Sus principales herramientas han sido el terrorismo y la desinformación. Trabajaron diariamente en el terreno de la cultura, de la conciencia, de la infiltración en los medios de comunicación, en la educación y en los credos religiosos con la teología de la liberación. En todas partes, una pluma manejada por ellos, desde el Este, desinformó, manipuló de forma sistemática, intoxicó, distorsionó, hornagueó, deformó, esparciendo las siembras de Caín sobre los surcos doloridos de Occidente. Anestesiaron a la opinión pública para operar sin reacción e imponer el terrorismo intelectual cual artillería que bate el campo enemigo antes de ocuparlo. Ello exige también hoy estar alerta a desenmascararlo y desmitizarlo.

  El franciscano reflexivo lamentará y orará ante ello, pues el Este introdujo una pluma en el Oeste, mientras no existía pluma alguna cristiana que pudiese circular libremente en los países comunistas del Este. Tal ponderación nos ahorrará también su fermento de envidia y odiosidad desatada que solo es caída fácil en las aberraciones ideológicas y tácticas de ellos. La pasión de rebeldía no ha de precipitar incautamente a nadie a la vieja trampa, desdeñada, pero que continúa abierta y acometedora./

 

  Chillán  30  octubre 1985

                                                                                Enctro.  Nac. OFS. Chile

Oscar Castillo  OFM cap