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MODERNIDAD Y VIDA DE FRAILE MENOR

"El género literario del ensayo nace con el 'doler de algo', en circunstancias que se vive un cuestionamiento y una crisis. Supone la buena salud intelectual que es capaz de dar palabras a aquellas, a un cierto aire del tiempo que no se había expresado. Tiene la virtud de estimular la generación de un marco para el desarrollo de la colectividad evitando a esta quedar reducida a un esqueleto sin ideas, sin sentimientos, sin intenciones, sin un proyecto. En tal sentido el género del ensayo se caracteriza por un pensamiento más libre, más exploratorio, más intuitivo que permite ir de un tema a otro y no deber demostrar todo. Este género es más de puntos suspensivos y de invitación a una búsqueda siempre abierta, que de punto final. Hoy estamos ante un renacer de un pensamiento más crítico y sin duda, del ensayo" (Rafael Otano, Enero 1998).

La presente divulgación de este texto quiere ser un aporte a la corriente de reflexión ocasionado por el Congreso acerca de "La vocación capuchina en sus expresiones laicales" (9/1996) y por el Consejo plenario de la Orden acerca de "La dimensión comunitaria e institucional de la pobreza evangélica en la Orden Capuchina" (9/1998).


 

El espíritu competitivo, la productividad y el anhelo vital por el progreso parecen características culturales básicas del hombre civilizado o urbano de hoy. La vida religiosa entre tanto, se manifiesta frente a éste como el progresivo dilucidamiento y anticipo de la experiencia del reino de Dios. A simple vista ambos parecen contradictorios porque el uno constituye un afán de consolidación en este mundo: el bienestar, y el otro se entiende como el empeño por el acceso a la eternidad: vida en Dios. Contradicción en verdad dura, pues por más fundamental, verdadera y totalizadora que sea una vida en Dios, no deja de ser valedero un mundo proyectado hacia el futuro y el progreso, en que el trabajo del hombre conquiste su óptima eficiencia y encuentre el camino de una superación permanente.

Religiosos secularizados

Quizá por esta misma contradicción suceda que hay frailes menores que adoptan tan distintos sentidos de esta consagración; y mientras poquísimos se despojan de todos los bienes, potestad y títulos quedando prácticamente fuera de escena en el mundo de la competitividad y el progreso, por embargarse más y más en Dios, muchos más hacen de su consagración precisamente una réplica de aquellas ambiciones, pretendiendo ir a1 mundo a capturar sus motores de vitalidad y crecimiento por poner los adelantos modernos al servicio de la Fe y del Evangelio. En su criterio, con el valor y mérito únicos de domesticarlos a su trabajo y al engrandecimiento divino.

Pero, en ese espíritu pronto les tenemos compitiendo sin miramientos con sus pares por la precedencia. Procurándose sin tapujos un trabajo, función o título académico lucrativo y relevante y persiguiendo sin limitaciones de conciencia todos los elementos que el progreso ofrece para mejorar su vida privada y su actividad pública: edificios, vehículos, infraestructura electrónica... Por otra parte, los cambios de poder que hoy ocurren en el mundo demuestran que la capacidad de influjo social ya no radica tanto en la fuerza física ni la posesión de bienes materiales, cuanto en la inteligencia y conocimiento, que confieren el poder de más alta calidad. Incluso hoy se está viendo que no basta ya al hombre moderno un mero secularismo como proyección temporal sino que requiere una real relación a Dios.

Sacerdocio y secularidad

De hecho el religioso que se ordena sacerdote entra en posesión de una dignidad sacral y de una función social calificada, que le permite actuar con los mismos recursos y metas de la mentalidad secular. Sin dejar de disfrutar de la aceptación y el aplauso, e incluso con una cierta abyección de los que dejó atrás. Entre tanto, la opción de la pura y simple vida religiosa parece brindar las mejores posibilidades a la experiencia y testimonio del reino de Dios; pues siendo mejores los bienes superiores de conocimiento y de actuación según Dios, que los bienes originados por el apetito de codicia; quedar voluntariamente al margen de éstos, pese su fascinación, y conformase con vivir y consolidar en la sociedad aquellos, refleja sencillamente la presencia del poder divino.

"EI Logos (inteligencia, conocimiento) divino era la vida y la luz de los hombres; luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no pueden extinguirla. Era la luz verdadera que llegó para alumbrar a cuantos nacieran en este mundo; aunque El hizo el mundo, el mundo no le reconoció cuando vino, pero a los que lo recibieron, a los que prestan adhesión a su persona les concedió el poder de hacerse hijos de Dios. Estos nacieron de nuevo no por un nacimiento corporal y por designio de varón, sino que nacieron de Dios" (Jn l,4s.9-13).

Vida religiosa como tal

Asumen la opción específicamente religiosa quienes acogen su persona y designio "como Aquel mediante el cual todo fue hecho y sin el cual no existió nada de cuanto es" (Jn 1,3) con lo que se recibe la gracia de adopción como hijo e íntimo suyo. Se la adquiere no en virtud de la carne o de elemento material alguno, sino por una compenetración en la ciencia y entendimiento divino que proporciona El solamente, con la indispensable apertura y disposición del hombre. "La vida nueva redimida por el poder de Cristo, la superioridad de los bienes eternos, la resurrección y la gloria del reino futuro son mejor expresados en la consagración especial al servicio y la gloria de Dios mediante el estado de vida religiosa, en unión con la Iglesia y su misterio. Este favorece grandemente el enriquecimiento de la persona humana asemejando su vida a la vida virginal y pobre que para si escogió Cristo nuestro Señor y su Madre, la Virgen, a la vez que contribuye espiritualmente con la humanidad para la edificación de la ciudad terrena a objeto que ella se funde siempre en Dios y se dirija a El" (L.G.44 y 46).

Hoy se ha opacado el sentido de la trascendencia, se ha desmotivado toda proyección de la vida que no sea ejecutiva y utilitaria, toda actitud que no resalte el vigor y la autosuficiencia humana, toda imagen de persona que no sea flamante y triunfadora. Pero tal naturalismo choca y abjura totalmente de la forma de vida de los frailes menores. Más aún, considera su propio postulado como bagaje perjudicial para un hombre moderno que integra un medio tan marcadamente competitivo, progresista e individual.

 

1. - UNA ORDEN DE FRAILES MENORES

Cuando Francisco recibió la misión de fundador, predominaba en la Iglesia medieval el fenómeno del cesaro-papismo: asimilación del poder religioso con el poder civil, hasta llegar al máximo de poder terrenal ostentado por un Papa y sus prelados en la historia. No se trata tanto de una sublimación del sacerdocio pontificado, sino simplemente del culto por el poder en que se veía a Jesucristo como el "pantocrator": dominador universal, y al Papa como super emperador, seguido de sus cardenales y obispos: señores feudales y conspicuos aristócratas (condes, marqueses), considerándose desnudamente la posición jerárquica cual otra forma de ostentar poder. La religiosidad popular perdía la fe ante este semblante de su religión y se movía hacia las herejías cátaras y valdenses, o se motivaba más con la corriente de evangelismo y pauperismo laico que sublimaba la vida de Cristo encarnado y pobre, como alternativa a aquel culto desfraudante y vacío del poder religioso, que había llegado a ser secular, mundano, autosuficiente, autárquico y despótico.

Minoridad y pobreza

La Orden de Frailes Menores vino a luz por ello entonces para representar la vocación esencial de la religión cristiana y revalorizar la consagración religiosa propiamente tal, en sí y por si, siguiendo como los apóstoles al Hijo de Dios, que antepuso la comunión con el Padre a todos los bienes de este mundo, y vivió toda la vida en pobreza, humildad y cruz. Los menores representaron lo más sublime, desinteresado y netamente espiritual del cristianismo que se desmoronaba, fascinado por el poder y la riqueza. Efectivamente, toda la primera generación de compañeros de Francisco, excepto fray Juan da Cappella y luego Elías, como Judas entre los doce apóstoles, fue una generación heroica y son todos santos o beatos. Igualmente "todas las reformas posteriores se refieren a Francisco pobre, humilde, lejano de todo y cualquier fastidio mundano, deseoso de soledad y oración. De ordinario, en todos los empeños de retorno a él ocupa el primer puesto el que podríamos llamar el reclamo de la selva, o sea el deseo de una vida retirada, recogida, eremítica, acompañada de un rígido y en ocasiones casi inhumano régimen penitencial, con ayunos, vigilias, flagelaciones, vestidos rudos e insuficientes, habitación pobrísima. A la base de las reformas está siempre el espinudo problema de la pobreza vista bajo sus diversos aspectos: proveniencia y modo de las entradas, uso del dinero, tenor de vida, tipo de trabajo, actividad, habitación" (M.D'alatri, Seguendo Francesco, 2).

Para Francisco lo que cuenta es la vida religiosa en sí misma, el religioso seguimiento del Evangelio y vida de nuestro Señor Jesucristo y de sus apóstoles, similarmente a lo que plantea el Vaticano II como "universal vocación a la santidad en la Iglesia". El objetivo siempre es Dios, la santidad de cada uno y de todos. Así, aleccionado por el pasaje evangélico que refiere: "se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos seria el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban les dijo: quién sea menor entre todos ustedes ese es el más grande" (Lc.9,48), "porque todo el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado" (ib.14,11). "Francisco se propuso desde que entendió esto, que su fraternidad se llamase Orden de Hermanos Menores. Y en verdad menores, quienes sometidos a todos buscaban siempre el último puesto y trataban de emplearse en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra, a fin de merecer, fundamentados en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes" (lC 38).

Les interesa antes que una ubicación ventajosa, merecer a los ojos de Dios; que se estructure sólidamente en cada uno el edificio de una personalidad íntegra o santa, fundada sobre la base apropiada: la humildad, "el temor del Señor es el principio de la sabiduría" (Prov.l,7), "a los humildes Dios da su gracia" (1P 5,5). Decía Francisco: "en la prelacía acecha la ruina, en la alabanza el precipicio, pero en la humildad del súbdito es segura la ganancia del alma. ¿Por qué pues nos dejamos arrastrar más por los peligros que por las ganancias, siendo así que se nos ha dado este tiempo para merecer?. De ahí que él, ejemplo de humildad quiso que sus hermanos se llamaran menores, a fin de que con tal nombre se percataran que habían venido a la escuela de Cristo humilde. Un día el cardenal Hugolino -luego papa Gregorio IX- preguntó a Francisco si le agradaba que fueran promovidos sus hermanos a las dignidades eclesiásticas. Este le respondió: señor mis hermanos se llaman menores precisamente para que no presuman hacerse mayores. Si queréis que den fruto en la Iglesia de Dios mantenedlos en el estado de su vocación y no permitáis en modo alguno que sean ascendidos a las prelacías eclesiásticas" (LM 6,5).

Objetivo Dios, la gloria de Dios

Pero hoy similarmente a cuando vivió Francisco, se cultiva muy poco el sentido de una Iglesia que ponga en la cúspide el reino de Dios, la santidad antes que el culto a sus autoridades y el poder; antes que el afán por la obtención de líderes y por el acceso al liderazgo. Francisco no pretendió de su orden una institución orientada a la promoción de sus postulantes al clericalado, como tampoco dirigida a una formación académica superior de estos. Tampoco pensó una fraternidad en que todos tuviesen los mismos deberes, derechos y dignidad; si no fundamentalmente postuló una escuela de seguimiento de Cristo pobre y crucificado en que cuantos se conviertan a la forma de vida apostólica y evangélica, se unan para practicar la pobreza, la itinerancia y la predicación. Unión en una voluntad elemental de pobreza real y de minoridad tras Cristo encarnado. De tal forma, quién apostata de ello profana y destruye la fraternidad. La profesión específica desarrollada y promovida por Francisco como 'vida de los frailes menores' es dicha forma de vida religiosa contemplativa; resultando corolario de esta, el modo de predicación itinerante y testimonial ejercida por los apóstoles.

En la actualidad se palpa poco interés por la forma de vida de Francisco en las filas de sus hijos; por su particular experiencia evangélica, ni tan siquiera por observar con atento interés el perfil de su personalidad. Parece prevalecer la voluntad de prescindir del pasado y mirar sólo el presente; casi cierta ansia por 'vivir el presente', por insertarse en la Iglesia tal como se presenta en nuestros días y ejercer actividades, tareas y prelacías dentro de ella, por más que fuere a costa de la propia vocación específica: -no tanto el ser como el hacer-, alegando siempre las urgentes necesidades de la Iglesia aquí y ahora. Ser moderno, ser actual se tiene así por más importante que ser auténtico o verdadero.

Discordancia por lo esencial

En realidad, incluso ya en los días de San Francisco "el conflicto que surgió entre él y los más distinguidos de sus hijos fue no sólo el eterno problema entre el ideal y la realidad de las posibilidades de observar la pobreza, sino sobre todo el conflicto entre dos maneras de concebir la actividad apostólica de los menores, entre dos concepciones para la regeneración de la Iglesia. A los ojos de los clérigos la actividad exterior debía hasta cierto punto, condicionar el género de vida y la práctica de la virtud de pobreza, humildad y sencillez. Para San Francisco por el contrario, el género de vida y la práctica de estas virtudes debía condicionar las formas de apostolado. Todas las ulteriores vicisitudes de la familia franciscana procederán de esta dualidad del ideal" (Gratien de París, Hist.Fundac.y Evoluc. OFM siglo 13, p.116). Cabe recordar al respecto la pauta dada por Paulo VI para la renovación de la orden: "la pobreza evangélica es la herencia más preclara legada por San Francisco a sus seguidores, y es absolutamente peculiar y propia del capuchino. Ella es un compromiso evangélico que han tomado sobre si y que lleva consigo no sólo cierta inestabilidad e inseguridad económica -que manifiesta la total confianza en la providencia de Dios-, sino también una verdadera y sincera separación de los bienes terrenos" (al Cap. Gral. 1974).

Por lo que toca al afán de Francisco por la actividad apostólica o externa, valga sencillamente citar: "alejaba de si con la mayor decisión los estorbos de todos los afanes y ahogaba totalmente el estrépito de todas las preocupaciones. Le apetecía apartarse de las relaciones con los hombres y marchar a lugares muy retirados, para que, libre de todo cuidado y abandonada toda preocupación por los demás, no hubiera otro muro que le separara de Dios sino el de su propia carne" (lC 103).

 

2. - ORDEN CLERICAL U ORDEN DE HERMANOS

Es un hecho históricamente cierto que Francisco entendió reunir en una única fraternidad a todos los aspirantes a su religión, de cualquier orden social, estado eclesiástico y condición económica que estos fuesen. Por su visión unitaria de la orden es significativo que Francisco en el capítulo de la regla sobre los predicadores se dirija a "todos mis hermanos predicadores, orantes (contemplativos), trabajadores (clérigos o laicos en oficios subalternos), todos, prediquen con las obras y procuren humillarse en todo" (lR 17,5). "Quería que la religión fuera lo mismo para pobres e iletrados que para ricos y sabios. Solía decir: en Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la religión que es el Espíritu Santo se posa igual sobre el pobre y sobre el rico" (2C 193). "Pero la naturaleza de la orden es desde los comienzos más propia de laicos y no de clérigos y la preponderancia laical se encuentra en la entraña misma da la historia da sus orígenes como de su inspiración. Lo mismo, el género de vida en todas las reformas, al menos al comienzo (retiro en eremitorios, trabajo manual, abstención de apostolado activo) es más propio de laicos, prescindiendo de los ministerios que pocos o muchos de sus miembros hubieran podido desarrollar en la Iglesia" (Doc.Hist.Jur. OFMcap. Una Orden de Hnos. 11).

Forma de vida apostólica antes que poder apostólico

"Cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo, que no a su autoridad" decía Francisco (2C 146). Así en varias reformas (Observantes, Villacrecenses, Reformados, Capuchinos) el ministerio pastoral -propio de clérigos- si bien no fue en rigor de términos ignorado, fue ciertamente un componente accesorio de la vida religiosa. Por otra parte, Francisco no quiso poner en la cúspide de la orden tanto hermanos ni padres, sino más bien madres, y esto por poco tiempo, para que todos lo ejercitasen, a no ser que por ser de tan alta contemplación, se vieran así dispensados de todas las cosas exteriores. Diversos hermanos fueron exonerados de los servicios externos para que atendiesen totalmente a la vida contemplativa, teniendo una especial vocación.

La diversificación hasta llegar a la preponderancia del estado clerical y de los hermanos instruidos (sapientes) en el régimen del grupo vino después, cuando su número llegó a ser relevante y las circunstancias les llevaron a optar por un servicio pastoral en la Iglesia. Elías, ampuloso institucionalizador de la primera hora y artífice del sacro convento, representó ya el triunfo de dicho sector (sapientes), pero muy luego, en 1239, sobrevino la completa imposición de la forma clerical junto a severas restricciones y limitaciones para la vida simplemente de hermano menor; esto sucedía a sólo 31 años de existencia de los menores y 13 de la muerte del fundador.

Francisco hubo de escalar dolorosamente este crudo itinerario desde que habiendo abandonado un tiempo Italia para predicar en Egipto, en su ausencia, Elías y los ministros le suplantaron como el líder indiscutido que hasta entonces había sido, cambiando su inspiración, reglamentos y la orden misma. "Escribe tu regla para ti, no para nosotros, que no queremos obligarnos a ella" (LP 17), le dirían con todas sus palabras. En este progresivo proceso vería arrancársele de las manos el conjunto del grupo, para hacer éste su propio camino, deslumbrado por el explosivo aumento de postulantes. En el clímax de la crisis, sin poder más Francisco abdicó como ministro general, despojándose del mando con entero desasimiento, mientras declaraba: "en adelante estoy muerto para ustedes" (2C 143). En realidad en el nuevo sistema impuesto por quienes se le resistían, Francisco hubo de vivir y terminar sus días arrinconado dentro del grupo; y así, extremadamente enfermo y débil exclamó: "quienes son esos que me han arrebatado de las manos la religión mía y de los hermanos; pero vivan a su gusto, que al fin es menor daño la pérdida de unos pocos que la de muchos" (2C 189). Finalmente, confiaría a quienes le interpelaban de no corregir a aquellos, que: "convencido que ni con sus consejos y modo de vivir podía apartarlos de ese camino emprendido, tampoco quería convertirse en verdugo que castiga y flagela, como hacen los poderosos de este mundo. Confío, decía en el Señor que caerán sobre ellos los enemigos invisibles. Temía tanto el escándalo, que transigía en muchas cosas y deseos que iban en contra de su voluntad" (LP 106).

Imposición del sector sacerdotal

Esta tensión y dilema: orden clerical u orden de hermanos, se extiende hasta nuestros días con los breves paréntesis abiertos por las diversas reformas en la época de su primer celo fundacional. Y mientras clérigos y académicos vienen autovalorando el sentido de su vida en respuesta a las "urgentes necesidades de acción pastoral y jerárquica" de la "actualidad", los hermanos laicos, a la luz del ejemplo de Francisco vienen conformándose con la pauta estampada en el Ceremonial Bega OFM cap de 1954: "deben ser inferiores a todos en dignidad eclesiástica, pero deben merecer adelantarse a todos en costumbres y virtudes". Empero la realidad es elocuente: disminución de hermanos no sacerdotes y conformación de la orden, al menos en Latinoamérica, como organismo clerical abocado al sostenimiento de parroquias. Y es que la ligazón entre estado clerical y dirección de parroquia es aquí muy fuerte, y conjuntamente el doble de fuerte su poder determinante sobre el régimen de la provincia y de la fraternidad local, descolocando al nosacerdote.

De partida hay que recordar que el ministerio pastoral propiamente dicho compete a los institutos clericales o sociedades clericales de vida apostólica (can.520), y que la función de párroco corresponde validamente sólo al que recibió el orden sagrado de presbítero (can.521). Nosotros tenemos como constitutivo de la Orden el ser 'frailes menores' y no el ser sacerdotes, y como fin propio y espíritu de nuestro instituto y de cada casa religiosa o fraternidad local, la vida religiosa (can.610) y no propiamente el tipo de ministerio jerárquico de las parroquias, el que encuentra vigencia sólo frente a "necesidad urgente de los fieles, pero prudentemente -y se matiza que en tal circunstancia- acepten 'incluso' este ministerio" (Const.cap.151), lo que significa dentro de ciertas medidas y como una concesión y excepción. Es que -se sostiene- la parroquia tiene elementos de estabilidad y de dominio que atenta contra la minoridad y depende de un modelo de Iglesia basado en el poder y los sacramentos (Cf. Danielián, Encuesta Ntras.Parrs. Cuad.Fns.74,346s).

Secularización y parroquialismo

Todos sabemos que el fenómeno de la secularización tiende hoy día a disolver el compromiso de fe y las motivaciones de fe en la dinámica social, como en ambiciones temporales, y a negar la dedicación directa a Dios o los compromisos de naturaleza contemplativa. Pero la dinámica social y el afán temporal lleva fácilmente a los frailes a la desesperanza en la propia forma de vida minorítica y a buscar en las connotaciones territoriales, administrativas y de predominio o superioridad del ministerio parroquial, el sucedáneo a su falta de sentido evangélico. Por ahí fácilmente se reduce el concepto de religioso u hombre de Dios al de un trabajador de la tierra. Es cierto que siempre hubo siquiera uno que otro sacerdote entre los frailes menores, pero no puede ser correcto que la condición de hermano se reduzca a ser sólo un medio como acceder al sacerdocio y como desempeñarse de sacerdote; dando entonces la sensación de haberse liberado y por fin haber superado la condición de minoridad, humildad y pobreza del simple fraile, para ingresar propiamente a la vida, a la edad adulta.

Posteriormente, la mentalidad clericalista o parroquialista de no pocos "párrocos-superiores de fraternidad", les lleva a pretender contar para sus objetivos, con una fraternidad tipo monacal: estable, circunscrita y solícita a las exigencias burocráticas e institucionales de la misma, pero muy ajena a todo concepto de itinerancia y pobreza franciscanas. De este modo, desde la misma base de la fraternidad local 'la orden de hermanos' es tensionada a reducirse a una institución clerical; funcional a la gestión particular de los clérigos.

Es un hecho ineludible la preponderancia de los sacerdotes en el grupo. Motivo de ello podemos considerar la exaltación tradicional de su función en Latinoamérica y su escasez para las necesidades pastorales. También es innegable la preponderancia de los titulados en universidades, cosa que se acentúa en las nuevas condiciones culturales de las grandes ciudades del continente, con su creciente exigencia de evangelizadores calificados mediante estudios superiores (doctorado, etc.). Ello ubica a los simple frailes en un medio ajeno y hasta adverso.

Radicalidad de la vocación de franciscano

Pero no hay que olvidar que la misión y responsabilidad apostólica desarrollada por Francisco de Asís tuvieron origen esencialmente en la voz del crucifijo de San Damián que le dijo "anda y repara mi Iglesia que se desmorona" (2C l0). Y que para hacerla efectiva no se preocupó de pedir al Señor ni al Papa un cargo u autoridad jerárquica, sino simplemente, ante un cometido tan absoluto y universal asumió el papel que personalmente podía corresponderle, con entera responsabilidad y plena conciencia, ingeniándose por conciliar con el Papa: "vayamos a informar al señor Papa lo que el Señor ha comenzado a obrar entre nosotros" (TC 46). Ello nos está diciendo que las urgentes necesidades dela Iglesia no precisan sólo del servicio pastoral propiamente tal ni nos impele a asumir una autoridad y ministerio jerárquico que nos sustraiga de la propia vocación. El fraile menor que accede al sacerdocio debe salvaguardar su calidad sustantiva de fraile; y en cuanto sacerdote -pastor oficial de la Iglesia- tiene la responsabilidad de testimoniar con mayor fidelidad su compromiso primordial de ser fraile.

Da la impresión que no pocos escurren identificarse como tal, mientras tienen por orgullo ser padres o sacerdotes, incluso hasta sustituir el título de fraile menor por el de padre capuchino... Decía San Francisco: "vendrá tiempo en que por causa de los malos ejemplos sean difamados hasta el punto de avergonzarse de salir en público" (2C 157), y "no habrá ninguno que pueda llevar el hábito si no es en la espesura de los bosques" (EP 71). ¿Habremos envilecido tanto nuestra profesión minorítica que debamos enmascararnos en la clericalidad?.

Los Capuchinos, orden de hermanos

Tras la promulgación del nuevo Código Canónico de la Iglesia, ella ha planteado a los hijos de Francisco: deben optar, bien constituyen una orden laical o bien una orden clerical. Los Conventuales primero y la OFM después decidieron entrar en la categoría clerical; los capuchinos entre tanto no aceptan la disyuntiva establecida representando ser una orden de hermanos, esto es, compuesta tanto de clérigos como de nosacerdotes. A fin de cuentas sólo queda claro que todas las obediencias desechan la alternativa de dejar la categoría clerical, que nadie quiere perder, pese que desde los comienzos el género de vida y naturaleza de la orden es más propio de laicos que de clérigos. Frente al hecho, es oportuno reflexionar: "en Occidente hubo siglos en que se ordenaba sacerdotes a los más contemplativos. Hoy son tal vez éstos los que se sienten más inclinados a rehusar el sacerdocio, cuando piensan en el tipo de estudios y actividades pastorales a que los expone. Reducción progresiva de monjes sacerdotes hasta llegar poco a poco a tomar como excepción no al monje nosacerdote, sino al monje sacerdote, es el estado más en consonancia con la tradición, el más Cercano a los orígenes, el más conforme a las profundas exigencias del monacato y del sacerdocio" (Jean Le Clercq OSB, Monjes Sacerd., Selecc.Teo.12,1964).

 

3. - HERMANOS MENORES EN LUCHA POR EL PODER

Es muy real que también puede desarrollarse al interior de la religión formas o procedimientos más o menos ajenos a Dios, puesto que él se caracteriza por la tolerancia en su actitud respecto a este mundo, incluida la Iglesia militante. La Iglesia no constituye aún el reino pleno y bien puede ser que debamos constatar eventualmente en ella la preponderancia de elementos ajenos: "tiene que venir la apostasía y aparecer la impiedad en persona, la que llegará a apoderarse del santuario de Dios, proclamándose ella misma dios" (2Ts.2,3s). Entonces hemos de ser capaces de aceptar con serenidad que participamos en un mundo limitado y entre seres imperfectos, pero que Dios es siempre el sumamente santo y soberanamente poderoso, muy por encima de toda la falacia que a nosotros rodea y en que estamos inmersos: "mi reino no es de este mundo" (Jn 18,36).

Hermano mosca

Entre tanto el religioso que se abandona a la fascinación de la competitividad y progreso secular olvidando la vida virginal: corazón indiviso, desprendido, y la vida pobre y humilde de Cristo, se dedicará a ronronear en torno al poder, las funciones descollantes y los bienes materiales que su estado le otorga, cual fetiches que supuestamente le asegurarían una 'superioridad ontológica y sagrada', garantía de su proximidad con Dios y de su ventaja frente a los demás. Sublimará su conciencia de líder o dirigente, de ser el que manda y se ha de mantener siempre por encima de los otros. Se abandonará a las emociones del poder endiosado: 'en si misma la posesión de poder confiere una condición noble y excelsa'; garantía del que lo ejerce -en cualquier forma que lo haga-. Así confunde la 'legitimidad' de su autoridad con santidad ontológica, desdeñando las vicisitudes y sobresalto por la perfección moral cristiana: "quién tiene poder vale por el poder que posee".

Su norte será por ello sólo terreno -miope- sin trascendencia: ascender de jerarquía, llegar a hacer de superior, de propietario o administrador, alcanzar así la condición -para él- en si 'redenta' y escatológica, libre de los fallos y vulgaridad general de los inferiores; pese que la obtenga o desempeñe con turbias insidias, infamia o malignidad. En realidad el secularismo y la dejación respecto a la mística franciscana de la pobreza evangélica, tan propias de la modernidad, fácilmente conducen al religioso, cual alternativa, al culto del propio poder: cuasi sacramento de la trascendencia del yo, en que Dios ocupa un papel secundario, funcional, o ni siquiera está presente en las convicciones más profundas. Sustituye entonces su consagración evangélica y minorítica de llevar la forma de vida de los apóstoles: "den todo a los pobres, id predicando sin llevar nada, tomen su cruz y síganme" (Mt.9,2l. Lc.9,3. Mt.l6,24), por la figuración de personificar la potestad de los apóstoles, a la que Francisco renunció y más bien desaconsejó a sus seguidores, al darles el título de 'frailes menores'.

Traición de Dios y de los hermanos

En una orden en que lo constitutivo y el término común básico es ser fraile menor y no el éxito o esplendor personal, como tampoco el ser sacerdote, obispo, etc. la ambición, ostentación Y las luchas por el poder constituye la peor apostasía, deslealtad y burla de los hermanos. Esta se inicia, dada la naturaleza de este grupo, con la simple búsqueda de posicionamiento personal (superioratos, jerarquía, títulos académicos y posesión de bienes). Todo ello constituye ciertamente una burla, particularmente frente a los que permanecen en el primer estado, son dejados atrás e ignorados por los arribistas. Llega al colmo cuando además ellos ufanan expresamente poseer por su posición una calidad superior o hasta hacen escarnio del que permanece por años en actitud religiosa de menor.

Ambigüedad conceptual

Flota en el ambiente la sensación de que el enaltecimiento de un hombre pasa por el acceso al poder. De aquí surge espontánea y generalizadamente la actitud de olvido y tácita prescindencia del yo franciscano, menor y pobre. Se asume cual sucedáneo el rol de "dirigente" o líder y el de "personalidad social"; se hace alarde de una retórica de fraternalismo y 'servicio' sin pobreza, más bien orientada a obtener el reconocimiento público de su persona, que a dar un auténtico y apropiado aporte a la comunidad en cuanto profesional religioso y fraile menor. El concepto de fraternidad se pone en primer lugar, pero con excesivas connotaciones de una fraternidad inmanente, cerrada en si misma y alejada del Evangelio; de una fraternidad de emocionalidad y ritual vacío. Un concepto de fraternidad demasiado asimilado a una dinámica de relaciones humanas para la mayor eficiencia de una empresa mercantilista y de mero efectivismo organizacional.

Poder religioso y santidad del individuo

En la edad media se consideraba que siendo Dios el todopoderoso, sus lugartenientes en la tierra debían ostentar el poder supremo que Aquel ejerce en el cielo. Pero hasta hoy muchos tienen por más sublime la representación del poder religioso que del poder secular, por cuanto aquel suponen la cúspide en el ámbito divino, exenta de la turbiedad que generalmente se atribuye al poder mundano. He aquí la sacralización del sacerdocio desde una perspectiva meramente terrestre, secularista y conceptualmente del todo ambigua por confundir la diafanidad de la persona con una condición de poder, el sacerdocio: ¡lo último que queda de divino entre los hombres y en la sociedad!, según un sentir corriente. Ello indica la existencia de un sentimiento peyorativo respecto a la carencia de poder como respecto a la condición secular, que es tenida por fatalmente imperfecta; sin contar con la vocación particular y el mérito de la persona. Delata además un 'ensueño' respecto a la función sacerdotal, como predestinada bajo santidad que se hubiese hincado en su ser, de tipo jansenista, que le eximiese de la común condición de los demás mortales, e hiciese abstracción de su responsabilidad personal y de su correlativa dependencia de idéntico poder superior.

Algunas manifestaciones del aura de poder que circunda al sacerdocio tenemos en el folklore, como el canto: "cura de mi pueblo... tú que sabes tanto y tanto has oído, dime si es pecado si amar es delito"; o en figuras legendarias como Clemente Díaz, cura de Maipo que llegó a entrar a caballo a las cantinas a increpar a los alcohólicos. El statu quo les otorgaba los primeros puestos en todas las manifestaciones sociales y les tenía por los personajes con mayores estudios: "tienen todas las profesiones" se decía de ellos. Las sociedades preponderantemente católicas fueron muy favorables a un clericalismo incontrastable. Allí ellos pudieron ejercer rígido control de los conocimientos religiosos: sólo ellos dictaminaban acerca de los textos de la sagrada Biblia, las publicaciones teológicas se mantenían casi sólo en su esfera por estar en latín, los estudios universitarios de teología se restringían al clero, se consideraba que los misterios de Dios y de la vida humana en el campo de la realidad social, política, familiar... encontraban en ellos sus exclusivos conocedores e intérpretes. Se les suponía dotados de la virtud de desenmascarar el secreto de las conciencias o las almas. Y de hecho actuaban cual sábelo todo e inmunes frente a la ley común que veda los juicios temerarios, prejuicios, insidias, chismes, prepotencia y liviandad frente a seres humanos de igual dignidad y derechos que ellos ante Dios.

Este control conceptual de los sacerdotes se veía respaldado y encontraba su expresión doctrinal en las enseñanzas acerca de la Iglesia que ponen su fundamento más sobre la jerarquía que sobre el pueblo de Dios -como planteó después el Vaticano II-. En la piedad que exalta la significación divina del clero: sacerdote "alter Christus", obispo sucesor de 'los apóstoles', Papa "Vicario de Cristo"; como en la afirmación de la Iglesia cual 'sociedad perfecta' en la tierra coronada de poder sacerdotal, profético y real. Todo lo cual fácilmente derivaba en una demanda de subyugamiento de parte de la feligresía, de amnesia, mente en blanco y seguimiento incondicional, sin objeciones frente a sus errores y fallos humanos; y que terminaba en un constante requerimiento de más comprensión, pues "también ellos son humanos".

Sacerdotes y hermanos en la fraternidad

Etimológicamente el término "cleros" significa buena suerte, privilegio, herencia. Y en nuestras comunidades el clérigo es visto como el dotado del poder de la representación pública, el que tiene voz autorizada, palabra oficial y criterio garantizado. Se le tiene por algo así como el apoderado que se pronuncia y predica a nombre de los frailes. Tal sensación de poder la expresa él mismo corrientemente afirmando -aún delante de los otros hermanos- que "está sólo" en casa, es decir que no hay otro de su nivel -el nivel oficial en cuyas manos se manejan las cosas- no hay otro par suyo, otro sacerdote. Y aunque los superiores suelen sentirse prontamente inspirados a involucrarse en lo que atañe a la castidad de los hermanos, como si ante niños chicos correspondiese a ellos manejar las cosas -únicas cosas- de estos; suelen desentenderse frente a hechos concretos de ambición, codicia y dilapidación de bienes por parte de sacerdotes. Como si ello fuese muy comprensible en personas de sus atributos y carga de poder, pese estar concurriendo a cierta anarquía en cuanto a arribismo, arrogancia y desbarajuste económico. Como si para la subsistencia institucional o corporativa la moral sexual fuese lo único relevante y no así la relativa a la honradez, a la administración justa, a la apropiación indebida, al cumplimiento de los compromisos económicos, al deber de responder personalmente por lo que se le ha confiado.

En estas circunstancias, propicia a una hegemonía al interior de la fraternidad de factores de poder ajenos a la misma profesión religiosa -"que incorpora definitivamente a la fraternidad con todos los derechos y obligaciones" (Const.32,3)- no falta algunos sacerdotes que sintiéndose incómodos con el status de su ordenación, prefieren relegarse a otros ámbitos y se desempeñan mayormente como constructores, administradores, mecánicos o granjeros. Mientras también sucede que uno que otro hermano que consecuente con la profesión y vocación de todo fraile menor se despoja de todo y vive en pobreza para Dios, por cualquier beneficio que continuase percibiendo de la fraternidad es cruelmente considerado un parásito que usufructúa los bienes que instalan los acumuladores, activistas y repudiadores de la pobreza. Con tan distorsionado concepto, sólo se pretende sacar de él 'el mayor provecho' y utilizarlo para objetivos enteramente secundarios y 'funcionales a otros'. Se le juzga falto de vocación, segundón que sólo busca una forma de vivir o pasar, careciendo de patrimonio, y se le presiona sin piedad, hasta con cierta saña a que cumpla rigurosa e inhumanamente su opción, que por cierto es la misma que compromete por igual a todos.

Sacerdotalismo de los devotos del convento

De ordinario los ambientes parroquiales, escolares o de sociedad que circundan nuestras comunidades están impregnados del ambiguo concepto de poder que empaqueta a los frailes menores con el sacerdocio, en desmedro de los que no lo son; y la vida religiosa lisa y llana en ocasiones es más comprendida y apreciada en ambientes ajenos a la orden; dónde esta incluso se considera superior al sacerdocio (Cf. Hns. nosac. en OFM, Cuad. Fns. 82). La ambigüedad conceptual acerca de la naturaleza y funcionamiento de los frailes menores impide se manifieste en forma trasparente el valor primordial en la orden: la consagración al Señor y su santo Evangelio a la manera de San Francisco. Deja en semipenumbra el valor de la vida religiosa en sí misma; no permite relativizar o desmitologizar la imagen inculcada a ultranza de santidad ontológica y de supremacía social del sacerdocio; opaca la verdad de que a Dios debemos adorar y que sacerdotes y sacramentos son propiamente 'instrumentos'. Acalla el testimonio de que nuestra alegría y meta no está en acceder al poder -que en nuestro medio se inicia con el sacerdocio-, sino más bien en la dignidad de ser consagrados, personas que se conducen según el designio de Dios; y vela la dignidad y derechos divinos propios de la vida secular y laical, no cultual o ritual.

Cuentas claras y amistad

Afirma Alvin Toffler, importante profeta de las transformaciones de la sociedad de nuestro tiempo: "es inmoral un sistema que eterniza la mala distribución del poder y es doblemente inmoral cuando la mala distribución se basa en la raza y otros rasgos innatos. El orden impuesto por encima de lo estrictamente necesario para el funcionamiento de la sociedad, el orden impuesto simplemente para perpetuar un régimen es inmoral" (El Cambio del Poder 545s). Rasgo innato puede considerarse en nuestro caso la vocación particular y el carácter indeleble que determinan al sacerdote. El sistema de orden correspondiente al instituto de vida religiosa de los frailes menores no puede identificarse en justicia con el que caracteriza a una sociedad explícitamente sacerdotal. No hemos de acusar los pecados de los hermanos sacerdotes (San Francisco T 8), pero si hemos de aplicar las virtualidades de la inteligencia y del discernimiento frente a la realidad social de la vida de los menores, y las implicancias recíprocas del desempeño de cada conglomerado, como son básicamente el preponderante grupo de sacerdotes, que de hecho controlan la orden, y el de los escasos e inermes nosacerdotes.

Ministerio autoconcentrador

No se puede desconocer la concurrencia de acciones directas de lucha por el poder, tal vez emergidas generalmente en un medio 'generoso' que concede predominio cual inocente ventura. De parte de los que lo disfrutan parece siempre a flor de labios la retórica de que 'las cosas se dan solas', que no es que se las ande buscando sino que 'llegan espontáneamente'. Pero, quienes han experimentado la contundencia de poner en práctica la palabra del Señor: "déjalo todo, dalo todo a los pobres, renuncia a ti mismo, carga tu cruz y luego ven y sígueme", comprenden bien que no es correcto ir acumulando tan simplistamente todo lo que se nos ofrece y presenta por delante. Así se puede entender que ciertamente la primera de estas turbias manipulaciones por el poder es la resolución de perpetuar el equívoco o descaradamente imponer el error. Tal es lo que ocurre con la apropiación y manipulación clericalista de la imagen de Francisco de Asís que le presenta por aval de la intocabilidad del 'statu quo' clerical; garantía que envuelve el ejercicio de ministerios jerárquicos de frailes menores en un manto sacral. Ella se afana sobre todo en colorear su imagen con tintes de absoluta proclividad y funcionalidad respecto al clero; en presentarle cual un Francisco remisivo y domesticado, sin una propuesta propia, sino como si su propuesta fuese más bien el clero; un Francisco no atractivo, no él mismo, no original, no libre, que aparece como la negación total, el envilecimiento y la subyugación del estado del noclérigo, que más que nada hace desear ser clérigo para ser alguien: señor, y poder así escapar a su suerte humillante y penosa.

Discernimiento entre clérigos y apostolados clericales

Pero históricamente, bien sabemos que el papa Gregorio VII había exhortado el siglo anterior a Francisco, a no tomar parte en oficios litúrgicos celebrados por sacerdotes simoníacos o concubinarios. La reforma gregoriana inducía a distinguir entre sacerdotes dignos y sacerdotes indignos, y según ello podemos entender que Francisco declarase en su Testamento: "el Señor me dio una fe tan grande en los sacerdotes que viven conforme las normas de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que si me viese perseguido quiero recurrir a ellos" (6). Su fe aparece en este contexto como la de un hombre inteligente, con discernimiento y no la del carbonero, en actitudes de borrego. También históricamente sabemos que en esa época solía darse una escisión entre 'poder de jurisdicción' eclesial con sus consiguientes beneficios materiales (usufructos, diezmos, estipendios), y la 'prestación' misma de los servicios del ministerio; de tal forma que más de un poderoso señor laico poseía los 'derechos y titulo' jerárquico sobre un distrito y sencillamente remesaba la 'celebración de los ritos' sagrados allí requeridos sobre algún sacerdote disponible. Así las cosas, la opción de Francisco cual predicador ambulante de penitencia sin poder jerárquico ni los beneficios materiales anejos, antes que recomendar las prelaturas para los menores, llama a estos a consagrarse a un apostolado de total desinterés y de magnanimidad explícita y patente.

Vida religiosa y servicio social

Otra forma de recreación arbitraria y ahistórica de la figura de Francisco, funcional a la disolución de su testimonio sapiencial, contemplativo, sumido en ocio santo, apartado de la sociedad: eremítico -en pobreza y minoridad casi asocial-, a la vez que útil a las luchas y competencias por el poder, lo muestra profusamente cual activista de todas las causas humanas, hiperkinético por un servicio social más propio de ideología y sensiblería que de su fe sobrenatural. Imagen que se funda antes que en la realidad histórica, en una ilusión sicologista de personalidad natural, equilibrada, madura y perfecta, que se vacía irreverentemente sobre su figura. Tal tipo de manipulación de Francisco se achaca incluso a los Centros de Estudio Franciscanos (Hns. nosac. en OFM, Cuad. Fns. 82), de ribetes bastante izquierdizantes en América del Sur.

Servicio desinteresado y 'utilización'

Frecuentemente el mismo sacerdote se encarga de difundir una imagen de su desempeño cual persona extenuada por religiosa magnanimidad, como si todo en él fuese sólo servir desinteresadamente, favorecer al pueblo, dar afecto, fraternidad y bondad. Se le ve solazarse en el exhibicionismo de su pretendida virtud. Pero esto se ve desmentido cada vez que le vemos también más empeñado en destacar lo imprescindible de su propia obra o ministerio que la importancia y necesidad de la gracia de Dios en el camino del hombre. Asoma por allí su lucha por el poder, por afianzar el concepto de predominio del sacerdote, con una cierta utilización de la doctrina que exalta el carácter sobrenatural y la dignidad de su gestión, su autoridad y sus atribuciones temporales. En lugar de establecer unos criterios y una pastoral para la inserción en Cristo, para una relación personal y existencial con él, promueve el culto a su función, a los ritos e instituciones que están exclusivamente bajo su mano y le congregan feligresía (su clientela). Tal manipulación se orienta a hacerse indispensable, el centro, endiosándose. Usufructuando mecanismos sicoreligiosos crea dependencia respecto a su persona y amedrenta a sometérsele. No reconoce ni respeta la justa autonomía de las realidades seculares. Da por establecido ser el jefe y dirigente y se enfervoriza con la perspectiva de alcanzar cada vez mayor jerarquía: episcopado, superiorato.

En la organización interna de la provincia religiosa la condición preponderante de su grupo le permite orientar todas las opciones de esta a su más expedito y libre desempeño como presbíteros, olvidando por lo general la proyección de la orden en cuanto "frailes menores". Un cierto orgullo y arrogancia parroquialista hace de esta función y actividad lo más importante y encomiable, desmereciendo a cuantos no siguen sus pisadas. De este modo un grupo o facción preponderante se apropia simplemente de la orden para sus designios, mientras los hermanos nosacerdotes vienen siendo asimilados históricamente a los conversos de los monjes y canónigos regulares, esto es a la inferioridad jurídica y desigualdad social, al descrédito de poca aptitud, vacilante fidelidad y persistencia en criterios y costumbres impropias, a que éstos quedan ligados. Ello pese que, a diferencia de su caso en la Orden de Menores se igualan en principio claramente sacerdotes y no sacerdotes por la profesión para 'ser menores' -como Francisco-, desestimando la notoriedad inherente a aquellos.

Violencia intangible

Con todo lo dicho, la forma más agraviante de lucha por el poder la sostienen aquellos que impúdica pero soterradamente hacen todo por despejarse el campo y hacer a un lado a religiosos u otros que puedan hacerles sombra, sustituirles o competir con ellos el liderazgo. Compiten a puntapié y codazo -furtivos-, en forma desvergonzadamente amoral y sin escrúpulos por la dignidad de quién se proponen sobrepasar. Desvalorizan al hermano, siembran en el ambiente en torno al que ambos se mueven, insidias e intrigas en su contra, lo desacreditan, descalifican e intentan deprimir e inhibir. Desarrollan un 'riguroso moralismo' conque acosan su conducta y representan recriminatoriamente a voces los deberes a que está sujeto y su dependencia de ellos, cual autoridad. Asumen una actitud de acusación permanente cual tutores y jueces puritanos, creyendo poder justificar con sus atribuciones aún la opresión prepotencia y canalladas en que incurren. A título de ostentar la responsabilidad y ¡las fatigas! de la pastoral incumplen casi completamente la obediencia religiosa, pero presumen legitimarse con la autoafirmación explícita o sugerida de su rango o superiorato. Con facilidad intentan transferir su propia culpabilidad sobre aquel que han establecido previamente como inferior a ellos: "hace falta escarnecer a un cretino para ocultar la propia ruindad", fiados en poder capturar para sí cualquier imagen de rectitud, prestigio y devoción que conciten los honestos, merced a su mojigatería, fariseismo y falsedad. Pretenden estar dotados de una "superioridad humana" que aseguraría su predominio y sería el fundamento de su elevación sobre quienes les rodean y secundan; pero prefieren rodearse sólo de pigmeos para que éstos no resalten su corta estatura.

Prevaricación y vilipendio del hermano

Pese a que el arquetipo y paradigma de la figura ampulosa y ostentadora de poder se lo lleva en la orden de menores un nosacerdote, fray Elías, después de él la disposición de poder quedó casi exclusivamente en manos de sacerdotes, y no es ocioso buscar en su sector -particularmente en sus empeños por eternizar dicho estado de cosas- las líneas de acción y los procedimientos conque aún opera el síndrome de aquel. Tenemos en primer lugar la figura del sacerdote acumulador que se apropia todos los cargos para hacerse luego indispensable, el mártir a quién los otros cargan "todo el trabajó"; pero de cuya marginación él mismo muy bien se ocupó impidiendo su participación, como no fuese en los trabajos sucios y más pesados; que sólo les dará cumplir a cuenta de él. Además tenemos la figura del sacerdote dictador que asume el tutelaje y control de la vida privada del súbdito hasta el atropello de su dignidad y elementales derechos. Fundado en arrogante menosprecio de la actividad e iniciativa original del no sacerdote (considerada por él menos pastoral o más bien prosaica), interfiere inmutablemente en ella disponiendo, aún a espaldas suya, induciendo o seleccionado a su arbitrio las personas que vienen a conversarle (¿de qué se trata?, él es hermano no más, él no puede confesar, ¿desea hablar mejor con un sacerdote?). Otro tipo de expresión del síndrome de Elías nos lo muestra la figura del sacerdote instalado, tal vez viejo y provinciano, que resiste la llegada del fraile inteligente, informado, con estudios cual amenaza que le puede desplazar de su trono de maestro, conductor y jefe, y prefiere desacreditar el saber e impedir que las mentes se expandan con los oficios de aquel en los horizontes del conocimiento y de la verdad.

Tenemos también la figura del sacerdote extranjero que actúa como en una colonia de su país con el espíritu del 'conquistador' o 'comisionado internacional', dónde ha de hacer carrera y futuro, y presume subyugar a sus postulados y determinaciones sin concesión; mientras los hermanos del país deben excusar y tolerar su evidente y grotesca arrogancia 'a cuenta de su mérito' de haber ¡venido a misionar a América!. Presiona mediante castigo y chantaje oculto en la legalidad, maquina en grupo para imponer su poder y superioridad; y de no tener estos alguna fuerza para hacerles frente, simplemente decretan su ruina. Por último, consignemos la figura de los sacerdotes masificadores que ufanan de progresistas de izquierda y orientan sus miras a la colectivización del grupo a una cierta dictadura de la mayoría, la que imponen por norma. Que en lugar de salvaguardar la dignidad, responsabilidad y libertad de los hijos de Dios de cada individuo, orienta su ministerio a amilanarlos y doblegarlos. Sacrifican sin más la particularidad y espontaneidad violentando las conciencias, el carácter trascendente y absoluto de la persona y de la verdad objetiva; y endiosan a la cúpula dirigente y sus determinaciones, de la que se tienen por cierto como lumbreras o ansían serlo.

 

4. - TESTIMONIO DE FRAILE MENOR HOY

Si en el momento de su origen los menores replantearon la verdad de la trascendencia de Dios por encima de toda la fortuna del siglo como de la estructura religiosa imperante, y reactualizaron la forma apostólica de vida en pobreza y sencillez; hoy en día hemos de ser -en circunstancias que la actitud modernista secular lleva a vivir para la mera competitividad y el anhelo insaciable de progreso y de consumo- testimonio que: "no hay otro todopoderoso que el Señor, a quién todos deben alabar" (CtaO 9. lR.l7s).

La Vida religiosa en sí misma, como hijo de San Francisco sigue siendo válida independientemente de las obras humanas; aún sin hacer nada, sólo por la actitud del corazón, sólo por vivir en santidad, por el amor de Dios. El mayor desprendimiento posible de los bienes creados, característico del fraile menor, testimonia una orientación clara hacia el amor sumo a Dios sólo, que él se merece sobre todas las cosas, una opción militante esperanza en la realidad trascendente de su reino. A la vez que proporciona el parámetro asertivo y correcto de relativización de las personas y de los elementos de la creación; los cuales comúnmente tanto nos conmueven y cautivan hasta hacernos correr descontroladamente tras ellos, en tanta idolatría fanatismo, hedonismo y consumismo. Nos enseña sí el amor a cada criatura, pero en Dios, esto es según la medida efectiva de bien que a sus ojos le es propia.

Minoridad y discernimiento

Es por ello que la condición de 'menor' no significa hundimiento en el pesimismo bajo la planta avasalladora de los que pugnan ferozmente por el poder; ni amnesia, enajenación u abandono a la irracionalidad acrítica respecto a la apostasía del bien y el frenesí de predominio. Ser menor es más bien, precisamente, ser realista ante la condición de seres imperfectos de todos los humanos y de limitación del mundo en que vivimos. No es fingir existencia de rectitud, nobleza o sacralidad allí dónde no la hay; si no, no dudar del único que es verdadero e infinitamente santo, poderoso, justo y bueno; y no inmutar la fidelidad y fortaleza en El fundada, o la serena certeza de la vocación a la santidad de todo el universo, aún en medio de la codicia y egoísmo más prosaico y generalizado.

Preferir sin reparo o timidez los bienes evangélicos de seguimiento de Cristo, como Francisco, en pobreza y humildad califica nuestra "profesión religiosa" y la diversifica radicalmente del recurso al frenesí por jerarquías, jurisdicción eclesiástica, afecto de feligreses o títulos académicos por dar sentido a la vida. Ser 'menor' es contentarse con vivir para sólo Dios, antes que pugnar por consolidarse en este mundo.

Conocimiento divino y poder religioso

Durante el tiempo de la llamada era de cristiandad el sacerdote ha sido casi, Dios en túnica blanca. Lo que él decía como su talante personal fue para el pueblo creyente la última palabra. Pero en la situación actual en que el secularismo aleja a muchos de la práctica religiosa y el avance de la cultura hace posible a todos profundizar por si mismo las enseñanzas de la doctrina, cuando los noticieros televisivos cotidianos ponen al tanto de los sucesos eclesiásticos y de las defecciones y desvaríos de clérigos prominentes, aún antes posiblemente que se haya enterado el pastor de la propia comunidad, su monopolio religioso se esfuma y deja de ser un dios. Hoy cada vez más los feligreses contestan sus aseveraciones, discuten sus decisiones, les suplen en el ejercicio de sus prerrogativas y les critican y acusan a sus prelados. El predominio sobre el conocimiento teológico se está escapando de las manos a los clérigos y llegando al grueso del pueblo de Dios. Y a medida que el conocimiento es redistribuido, también lo es el poder basado en éste.

El Verbo divino es sumo conocimiento (logos) simultáneamente que sumo poder; y en su poder radica precisamente la esperanza del hombre. A los suyos da el poder de ser hechos hijos de Dios esclareciéndolos con su luz: "el único Dios engendrado ha dado a conocer al Padre" (Cfr. Jn 1,l8). Conociéndolo obtenemos la capacidad de relativizar a sus propias proporciones el poder de los hombres y logramos asentar nuestras vidas sobre la verdad. "Conocerán la verdad y la verdad les hará libres" (Jn 8,32). El acceso al conocimiento otorga en realidad el poder de liberarse de subyugamientos indebidos, de dependencias y atavismos equívocos o falaces, permitiendo hoy como en la época de San Francisco, sobreponerse a un mero institucionalismo eclesial desfraudante para acogerse y obedecer propiamente a Dios y asumir una forma más pujante de vida, inspirada auténticamente en su Palabra.

En tales circunstancias, la vocación de fraile menor es más que nunca vocación de fidelidad humilde y muy personal al santo Evangelio, profesado y constantemente profundizado cual norma de vida, en el ámbito de una Iglesia que es instrumento para ello. El testimonio del menor será así, independientemente de cualquier poder jerárquico que él pudiese ostentar, estimulo a consolidar una renovada cultura de fe en la base del pueblo de Dios, una pujante corriente espiritual de iniciativa, creatividad individual y desarrollo integral del hombre y de todos los hombres, a alabanza y gloria de Dios. * \

fray Oscar Castillo Barros, Los Angeles 03/93