Gentileza
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EL
CREDO DE NUESTRA FE EN DIOS PADRE CREADOR
(CIC
185-421)
INTELIGENCIA DEL CREDO PROFESADO (CIC 185-231)
Quienquiera se pregunte con naturalidad y cordura por
lo ilimitado, se topará muy pronto en el mundo civilizado de hoy - cual
algo sabido -, con el testimonio cristiano y católico: "Creo
en Dios Padre todopoderosa, creador del cielo y de la tierra".
Esta síntesis que se nos brinda de la fe, no ha sido concertada según
las opiniones humanas, sino que recoge, como en una pequeña semilla de
mostaza que contiene en germen todo su posterior proceso y florescencia, lo
que hay de más importante en las Escrituras, para dar en su integridad el
conocimiento único de la fe (S. Cirilo de Jer, Catech. ill. 5,12).
Ella nos permite entrar en comunión con Dios y con toda la Iglesia que
nos la transmite, y en el seno de la cual creemos (CIC 197).
Profesar:
"Creo en Dios Padre todopoderoso creador del cielo y de la
tierra", es como fijar el clavo del que pende todo el organigrama de
nuestra cultura creyente, y todo nuestro saber sobre los misterios de la vida
más allá de la experiencia física. En
efecto, Dios creador y Padre es el punto focal de la fe, y de
este pende toda la estructura del edificio de nuestra religión o todos
los demás artículos del Credo (CIC 1991).
Esta primera afirmación es también la
más fundamental de la religión, de tal modo que cualquiera otra utilidad
que a ésta se quisiera asignar, como por ejemplo, transformarla en el
instrumento útil del trabajo social, político o institucional (Cf.
Ratzinger Conf. prensa, Stgo.11.07.88), cae de su peso frente a esta
resolución de carácter más bien
inspiracional, intelectiva o contemplativa.
El
único sentido que puede tener profesar: Creo en Dios creador, es el
acatamiento gratuito y sencillo, esto es, sin otros intereses, al que
gratuitamente nos da todo: "toda la vida, toda el alma, todo el cuerpo y
todos los bienes" (S. Fco, l Re 23,8).
Aquel
que dice: Creo en Dios..., no constituye sólo por ese hecho un
conocedor y ejecutor cabal de lo que encierra el concepto; sino que básicamente
al menos, alguien que teniendo suficientes razones respecto a su credibilidad,
toma el Credo que se le plantea y lo abraza como pronunciamiento muy personal.
Como marco estatutario o fundacional
de la propia personalidad, de la propia realización en la vida. Profesar
el Credo tiene de por sí carácter de una opción
fundamental, de algo definitivo, sin alternativa de vuelta atrás; de 'metanoia'
= cambio de mentalidad, y de "conversión de vida". Y suele suceder
en personas que han abandonado a la dejación o repudiaron abiertamente por
cualquier causa la estructura corporativa o la "institucionalidad de la
religión; que en su yo íntimo
conserven en algún grado - incluso ignorando o vacilando respecto a este
mismo hecho -, el Credo, que íntimamente
llegó a ser parte suya: "creo a mi manera".
En
realidad la vivencia íntima del Credo
personaliza al hombre definiendo y robusteciendo la subjetividad, individualidad
y particularidad de su ser. Le
permite sobreponerse a la pérdida de sí en el acaso y la fatalidad;
sobreponerse al acoso de la masa, al gregarismo fatuo y a la despersonalización
del ciudadano número. El Credo constituye efectivamente la opción
fundamental del hombre frente a aquella Conciencia personal, libre y creadora
que lleva al mundo y lo precede (Cf. Ratzinger, Intr.
Ctmo.
p 129s).
Endereza
su yo al objetivo absoluto y soberano de la fe, que profesa.
El
Credo apostólico presenta la paradójica
unidad del Dios de la fe: el Dios sumo Bien, Padre providente, y el Dios de
los filósofos: el Dios Altísimo, todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra. Nos plantea la yuxtaposición del Dios cercano, personal y entrañable
y del Dios escondido, inaccesible, del 'que es' (Ibid p.107).
l.
- CREER EN EL PADRE PROVIDENTE
(CIC
238-242)
La
percepción fundamental del creyente en Dios es la del amparo
favorable, la de una gracia benévola
que simpatiza con la propia vida; vela
por ella como por el entero universo, provee y cobija. El
rol para sí que el creyente encuentra en este mar de omnipotencia y cuidado
en que se experimenta navegando es: el del hijo; que sencillamente se ha
de dejar amar por Dios como Padre. Tal sentido del fenómeno humano y del
medio divino en que fluctuamos, lo expresa con elocuencia San Juan - apóstol
particularmente íntimo del Hijo divino encarnado -: "hemos visto su
gloria, la gloria que un hijo único
recibe de su padre: lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
El hijo único que disfruta la plenitud de amor y lealtad que la naturaleza e
integridad del Padre le otorga, adquiere un resplandor de vida que Juan llama
"gloria": la gloria del Hijo merced a la predilección del Padre
celestial. Gloria que descifra como plenitud de gracia y de verdad. Verdad en
cuanto el Hijo puede ser bajo tal
alero plenamente él mismo: auténtico, realizado, sin inhibiciones ni
remilgos de apocamiento.
La
imagen pues que el apóstol nos presenta del Hijo más amado, como jamás ningún
otro pudo haber de parte de padre alguno es: la de la
humanidad más rozagante y llena de gracia vista en un ejemplar de nuestra
especie. El
amor de padre hace resplandecer la vida del hijo.
IMAGEN
CRISTIANA DE DIOS
Precisamente,
la revelación más fundamental y más relevante de nuestra fe es que Dios, el
Dios buscado por todas los pensadores y honrado por todas las religiones es el
"Padre" providente de la, humanidad y del cosmos.
Jesucristo, el Hijo divino unigénito, que como nadie conoce lo que es
que Dios sea su Padre, fía enteramente en El su seguridad respecto a todo
bien: "Yo no recibo gloria de hombres" (Jn 5,41); "el
Padre es quién me glorifica" (Jn 8,54). "Es así que
todo lo que yo hago es honrar a mi Padre, mientras que ustedes lo único que
intentan es injuriar y arrebatar mi honra" (Jn 8,49). "Si
Dios fuese su padre me querrían, pero ustedes son hijos del diablo e intentan
ejecutar el querer del padre de ustedes" (Jn 8.42.44).
Puesto
San Francisco de Asís en un dilema semejante, entre la incapacidad de
aceptación y comprensión de su padre natural y su familia y la paternidad de
Dios, se acogió igualmente sólo a este, interpelando a aquel: "hasta
hoy llamé en la tierra: padre mío Pedro Bernardone, pero de aquí en
adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro que estás en el
cielo, en quién he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mí
esperanza" (LM 2,4).
Dios
es en realidad "Padre" e incluso: "de
El de procede toda paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef.
3,15); El trasciende la paternidad y maternidad humanas, y es su fuente
y prototipo. Nadie es padre como lo es Dios. El nombre de padre expresa
familiar cercanía y pronto recurso. El es el Dios de nuestros padres y
antepasados más entrañables, como lo fuera en su momento de Abraham, de
Isaac y de Jacob; es el Dios de Jesucristo. El Dios de los hombres que muestra
su faz y se revela como persona. Aquel
que es mi Dios y el de los demás porque todos le pertenecemos y enternecemos.
Es el amor absoluto y el inmediato acercamiento a lo más humano de los
hombres.
Profesar
que es propiamente "Padre" esa inteligencia universal que todo lo
lleva y abarca y por lo mismo unifica es, tener la convicción que Dios no sólo
está por encima del espacio y del tiempo, no atado a nada: el poder y lejanía
absoluta que posa su señorío sobre lo general; sino que El
es además persona en relación. Esto es, que Dios es conciencia lúcida,
libre y amante respecto a cada ser individual o singular; que es amigable y
cuidadoso - considerado - por naturaleza, para con lo múltiple e irrepetible
cual somos nosotros sus criaturas 'frágiles'. Que El sea Padre significa que
su amor de tal avala, glorifica y personaliza la diversidad, las
particularidades, la libertad de cada individuo; y que esto es para El lo
apropiado, lo definitivo y lo supremo.
Significa
que el sujeto singular no necesita
autoaniquilarse, ocultarse o confundirse tras lo genérico ante su
presencia; bajo estereotipos unívocos,
para calzar en estándares entendidos por El dignos de consideración (Cf
Ratzinger, Intr. Ctmo. p 129-32). Sino simplemente, que El
ama la persona humana en su particularidad y por sí misma, a la manera
que un padre ama a su hijo o una madre el fruto de sus entrañas. Dios Padre
supera pues, el puro monoteísmo de un Dios que fuese esencial unidad y reclamo
absolutista de aniquilamiento arrollador del ser individual. El en cambio,
permanece abierto como ante puntos de referencia suyos propios: "sus
hijos"; y vincula cual una sola realidad el primer artículo del Credo:
Dios padre, con el segundo: el Hijo divino unigénito; de modo que las
afirmaciones sobre el Padre sólo son completamente claras cuando se mira al
Hijo. En especial en cuanto se refiere al estímulo
y glorificación permanente que Aquel otorga a este, en todo momento de su
existencia.
EL
PADRE DE JESUCRISTO, EL BIEN SUPREMO PARA ESTE
El
nombre de Padre
perfila más y más a Dios como lo
supremo que existe para sus hijos. Vemos
en el caso de Jesucristo repetido y amplificado al absoluto lo que ocurre con
el hijo pequeño, indefenso y enteramente incapaz de subsistir por sí mismo,
y su padre: su gozo, 'el papito'.
De hecho, a través de toda la historia terrena del Hijo el Padre Dios está
atento a mostrar su amparo y predilección.
Así encontramos en los Evangelios que durante el bautismo de Jesús en
el Jordán, cuando estaba sumido en oración se abrió el cielo y se manifestó
Aquel como una voz que le proclamó: "Tú
eres mi único Hijo, mi amado; en Ti tengo puestas mis complacencias"
(Lc 3,22). En otra ocasión "tomó Jesús a Pedro, Juan y
Santiago y subió a la montaña a orar. Mientras
oraba su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos quedaron blancos
como la luz. Una nube luminosa lo cubrió y se hizo oír desde ella una voz
que dijo: "Este es mi Hijo muy
amado en quién tengo puestas mis complacencias, escuchadlo a El" (Mt
17,1-5).
También
cuando se sintió consternado al
acercarse su hora, entendiendo que estaba precisamente para atravesar por
ella, y pidió que el Padre manifestase su gloria o poder de tal tomando su
suerte en sus manos: "una voz de improviso bajó del cielo: la
he manifestado y la volveré a mostrar. La muchedumbre que allí estaba
decía que había sido un trueno, otros decían: un ángel le ha hablado"
(Jn 12.27ss). Luego después, hecho ya prisionero, al desenvainar
uno de los suyos la espada y cortar la oreja a uno de los captores, Jesús le
aseguró con toda certeza: "¿piensas que no puedo invocar
a mi Padre, que en seguida enviaría más de doce legiones de ángeles y
las pondría a mi disposición?" (Mt 26,50-53).
Consecuentemente,
al despedirse de sus discípulos interpeló su inadecuada conmoción por su
partida diciéndoles: "si me amaseis de veras os alegraríais de que Yo
vaya al Padre, pues el Padre es mayor
que Yo" (Jn 14,28). Para culminar finalmente sus
apariciones de resucitado atestiguando el cuidado y lealtad incesante que
Aquel siempre le brindó sin jamás entregarle al abandono: "se
me ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra" (Mt 28,18).
ANIMO
PATERNO DE DIOS
La
sagrada Escritura manifiesta con precisión indubitable el hecho de ser
Dios siempre y ante todo un ser paternal. Así escribe San Pablo: "el
Padre de la gloria os dé a conocer la esperanza
a que nos llama y la extraordinaria grandeza de su poder con nosotros, que
ha desplegado plenamente en el caso de Cristo, resucitándolo de entre los
muertos" (Ef. 1,17-20). Efectivamente, el Padre no abandonó
al Hijo encarnado, hecho uno entre los hombres, e incluso, identificado con
los pecadores - reprobados (Cf Hb 2,17), sumido en la peor condición
de acusación y condena bajo la mano de estos; antes bien acudió allí a
recuperarle, al fondo mismo de toda abyección humana; y "le
exaltó sobre todo, dándole el nombre que está por encima de todo nombre ...
esto es Señor, para gloria del Padre" (Fil. 2,9ss).
El
Hijo divino fue ''hecho así primogénito
entre muchos hermanos" (Ro. 8,29). Es que "lo
verdaderamente bueno tiene que llegar hasta la última frontera del mal, para
atravesándola, vencerlo" (S. Gregorio de Niza).
Cumplidamente, entonces, invocará por la suerte de los hijos por adopción
"Padre, quiero que los que Tú me
has dado estén también conmigo allí dónde Yo estoy. Para que
contemplen mi gloria, la que Tú me has dado. Porque me amaste antes de la
creación. Padre, que ese amor conque me amaste esté también en ellos" (Jn
17,24.26). A los apóstoles
de todos los tiempos toca en consecuencia, como lo hace San Pablo, anunciar
que: "Dios el Padre nos ha hecho
capaces de participar de su herencia luminosa y nos trasladó al reino de
su amadísimo Hijo", "hasta hacernos sentar con El en los
cielos" (Col. 1,12s. Ef 2,6).
EL
PADRE, NUESTRO BIEN SUMO
Precisamente
por ser Dios "trascendente y soberano" y ser igual llano, benigno,
que vela por nuestro bien, es el Dios sumo Bien. Las Epístolas del Nuevo
Testamento nos revelan esto en toda su amplitud: "el Padre de nuestro Señor
Jesucristo es el Padre de las misericordias y el Dios
de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras luchas" (2Cor
1,3s). "Podemos pues allegarnos
con segura confianza al trono de las misericordias, pues alcanzaremos
misericordia y hallaremos gracia" (Hb 4,l6). De esta manera
"en todo triunfamos por el favor
de Aquel que nos amó. Nada podrá
arrebatarnos de su amor" (Ro 8,37ss). Incluso "el
Padre puede, según el poder que con nosotros ejerce, realizar
todo incomparablemente mejor de lo que nosotros podemos pedir o
pensar" (Ef 3,20). Pero especialmente Jesucristo asegura - al
preparar a los suyos para su ausencia -: "la
voluntad de mi Padre es que de los que me dio ninguno
se pierda" (Jn 6,39). Y garantiza su amparo aún para las
necesidades naturales de cada cual: "no os angustiéis pensando qué
comeremos o con qué nos vestiremos, pues sabe el Padre celestial que tenéis
necesidad de todo eso" (Mt 6,25-34).
La
gloria de Dios en nosotros consiste en la realización de cada hombre en
plenitud y exuberancia; es así que dice Jesucristo: "el Padre es
glorificado en esto, en que deis mucho fruto" (S. Ireneo, haer.
4,20,7 y Jn 15,8). Por último los textos conque se cierra la Escritura
resumen nuestra situación ante Dios: "desde ahora somos hijos de Dios y
todavía no se muestra lo que seremos cuando El se manifieste y le veamos tal
cual es" (l Jn 3,2).
Podemos
disfrutar más y más de la gracia belleza y bien que de Dios escurre sobre
nosotros, en cuanto participamos de su intimidad y cercanía filial. Nuestra
libertad humana no se orienta al procurar esos valores por cierta idea
abstracta de los mismos, sino por la
gracias belleza y bien que nos es dado percibir en la figura de Dios Padre.
Tampoco en la idea de un Dios concebido como un algo universal y meramente
filosófico, sino como el Dios que manifestó un
rostro humano concreto y particular en Jesucristo; el Dios que se relacionó
con este, cual un padre con su hijo (Cf. H.U. von Balthasar, Omnip. de
Dios).
Así
es para Francisco de Asís, que no vacila en jugarse la vida por Dios con
entera confianza, desde el momento mismo en que abandonó a su padre natural,
Bernardone: "en adelante diré únicamente 'Padre nuestro que estás en
los cielos'". Seguro con esta confianza lucha por una forma de vida nueva
en el seno de la Iglesia, porque es connatural a Dios cuidar de nosotros,
socorrernos; como lo advierte a menudo: "el
Señor Dios nos ha dado y nos da a todos nosotros todo el cuerpo toda el alma
y toda la vida; nos ha hecho y nos hace todo bien" (l Re 23,1-8);
"El es el santísimo Padre
nuestro creador, redentor, consolador y salvador nuestro" (Par.
Pa. Ntro. 1). Es la afirmación de la presencia gratuita y providente
que conoce el 'Poverello'; la presencia del misterio absoluto que se hace
presente a su paso, como un don
ofrecido a nosotros y a todos, por encontrarse él mismo enteramente
sumergido en Dios.
II.
- CREER EN EL TODOPODEROSO
(CIC 198-412)
Se
trata del "Señor de todo": 'Pantokrator' en lenguaje de los
griegos, y Yavé Zebaoth en el del Antiguo Testamento, esto es: "Dios de
los ejércitos" o "Señor de los poderes". Señor de cielo y
tierra. Tiene un sentido cósmico, en relación a todos los planetas, pero
progresivamente adquiere también un sentido político: rey de reyes y Señor
de los señores: "Aunque de hecho
haya muchos que se llamen señores, para nosotros no hay sino un sólo Señor
(Kyrios), Jesús" (1 Cor 8,5ss). Frente a El, en realidad
todo poder terrestre es más arrogancia y ostentación de poder que poder;
pues siempre hay otros poderes que le compiten y sobrepasan, mientras que su
poder continúa supremo, incluso cuando no se muestra o parece inexistente.
El
poder de Dios se afirma como su único
carácter esencial siendo sólo éste el atributo que proclama el Credo;
que domina todo el mensaje revelado y que se repite en todas las páginas de
la Escritura: "nada es imposible
para Dios" (Lc. 1,37). En la medida que nuestra razón tenga la idea
de omnipotencia divina admitirá más fácilmente y sin vacilación alguna,
cuanto el Credo nos propone (Cat.Rom.1,2,13).
El
pensamiento: 'Dios todopoderoso',
evoca su naturaleza infinitamente libre, a quién nada puede obstruir o
coartar. Su poder significa libertad de expandirse en la consecución de todo
cuanto El quiere o se propone, con sólo pensarlo. Sus pensamientos son simultáneamente
sus realizaciones: "El lo mandó
y existieron, lo dijo y todas las cosas fueran creadas; su majestad está
sobre el cielo y la tierra" (Sal.148,5.13). Es poderoso para
sacar todo el mundo de la nada, para manifestar su poder a través de milagros
y para donar todo ello a sus propias criaturas: "Dios
se guardó el cielo para sí y la tierra se la dio a los hombres" (Sal.115.16).
Es infinitamente superior a su obra, la que en realidad El no necesita,
estando muy por encima de ésta y no
teniendo necesidad ni dependencia de nada. Sin más puede prescindir de
todo lo externo a El mismo y ser perfectamente pleno dentro de su santidad y
bondad exclusivas. Posee su todo en sí
mismo, en su condición sobrenatural, celestial y no
puede menos de existir para ello, pues es
el sumo poder y sumo bien, único que vale la pena.
Su objetivo pues, como el de todas sus criaturas es la gloria y
santidad suyas: "todo lo ha hecho
Dios para sus propios fines" (Prov.16,4).
Tampoco
está en su ser divino como dentro de una libertad prisionera, como si no
pudiese querer y ser otra cosa que su ser divino. El es tan libre y poderoso
para la autoafirmación en la posesión de este ser, como para donarlo
enteramente. Es así que la vida intradivina es un omnipotente e incesante ser
El mismo y el otro y la unidad trinitaria: es Trinidad. El Hijo dice al
Padre: "todo lo que es Tuyo es mío" (Jn 17.10); y en el
momento culminante de su encarnación, a punto de morir en cuanto hombre,
proclama cual perspectiva de suma y trascendente libertad las palabras que
desde siempre esperó Dios de todo hombre: "en
tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23, 46), cosa que
en la vida Trinitaria constituye la esencia misma de su ser (Cf.
H. U. von Balthasar, Omn. de D. y CIC 255).
CREADOR
DEL CIELO Y DE LA TIERRA
Esta
frase contiene la afirmación
cristiana de la primacía del ingenio creativo, de la sabiduría, por sobre
todo lo existente y lo material. Esto es, en el origen de todo el fenómeno
de la vida se ubica el conocimiento universal preexistente, la
palabra elocuente y generadora al grado sumo: "en el principio era el
Verbo". El
Logos que es anterior y dirige a todos los seres. Aquel
que es la suma inmaterialidad, que trasciende poderosamente el cosmos y que es
por lo mismo, al máximo, pura inteligencia y conocimiento (S. Tomás);
por más que 'imperceptible' para muchos, a causa de su propia desidia. El es
la razón original, que sobrepasa cualquier necesidad cósmica natural de
venir a existencia y cualquier virtud del azar que se pudiese intentar ubicar
en el origen de todo (Ratzinger, Intr.
Ctmo. 129s).
Aquel
que es en esencia "su propio
entendimiento" (Sto. Tomás), en que existe desde siempre
el diseño prepensado de un universo racional, ordenado, no caótico. En
cierto sentido, el Dios pitagórico que se refocila en la geometría y produce
un universo organizado según su pensamiento sustancialmente matemático
(Cf
Ratzinger, Intr.
Ctmo.
p 124s).
El
que todo lo conoce en un simple acto: lo pasado, lo presente y lo futuro. Cuyo
poder, como también su obra tienen por base su sabiduría; que elocuentemente
es figurada por el ojo de Dios representado sobre un triángulo. Es - en la máxima
de santo Tomas - "la razón que
ordena todas las cosas hacia su fin" (ratio ordinis rerum in finem).
El cerebro que dirige la vida del cosmos; que no ha perdido de su
mano la marcha del mundo o de la historia. "El único verdadero Dios,
inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable"' (IV
Cc. Letrán, Denzinger 800).
Dios
representa pues una posición única y exclusiva en relación
a todo: su Creador. Es así que en la Escritura resalta su negativa a
adscribirse a un nombre particular (Baales, Moloch), a cualquier calificación
o catalogación estandarizada. El que es universal, el todo, el que es
siempre, sin origen y sin fin; que posee todas las cualidades, posibilidades y
perspectivas, que no alcanzamos a comprender ni a expresar: el inefable.
Por
ello, ya en los tiempos más antiguos de la historia de su pueblo optó por
autanominarse - en la zarza ardiente - con las palabras 'Yawe
- Elohim': Yo soy el que es, eternamente subsistente, el que permanece. El
poder que supera el tiempo y el ser pasajero de la creación material; el ser
por antonomasia. Con ello se define sin denominarse. Su nombre se escribe sin
vocales "YHWH", e Israel se guarda de trivializarlo, como frente a
algo hermético, absteniéndose de pronunciarlo sino tan sólo una vez al año
y en medio de solemne ceremonia (P. Parente, Dicc T. Dog. Tetragrama y
CIC 205-213). ¡Qué música
hay tan sublime y grata a mis oídos, como el sonido de Tu nombre!, proclama
el siervo de Yavé.
Entendemos
en este punto la aproximación
excepcional de israelitas y cristianos a la concepción filosófica de Dios,
cual único absoluto, infinito, eterno, verdadero; la inteligencia universal
creadora que todo lo lleva y abarca y por lo mismo unifica; por el hecho de
hallarse registrada en ésta la información del señorío divino sobre lo
general (las semillas del Verbo han sido diseminadas por toda la tierra):
"creo en Dios - creador del cielo y de la tierra".
INFORMACION
CRUCIAL DE LA NATURALEZA
La
civilización actual, caracterizada por el conocimiento, la informática, el
computador, comprende como nunca la importancia de la inteligencia en su
virtualidad suprasensible y grácil; que permite prever el curso de las
acciones y aún de situaciones por vivirse. Incluso, constatamos hoy que hasta
una simple semilla contiene acumulada - cual la información intangible
almacenada en el computador - toda la información relativa a cada proceso,
reacción y recurso vital de la planta que ha de germinar. En forma análoga
nos es dado percibir en la cadena de
datos que cada elemento de la naturaleza encierra, aquella inteligencia y
sabiduría superior: el "Logos
divino", que confiere sentido y sustento racional al cosmos. Cada
entendimiento humano encuentra así las carreteras informáticas que van del
substrato de inteligencia implícito en cada criatura, a la clave elemental de
la civilización humana: el misterio,
de la "Sabiduría infinita'', apenas perceptible a nuestras limitadas
luces.
Si
bien la naturaleza "pregona la obra de Dios" (Sal. l9,2s),
ella señala también los trazos de su abyección y pecado original, que la
tiene castigada a la contingencia de catástrofes, fortuitos e incluso su
propia desintegración. También el ser humano - responsable de aquella - se
encuentra forzosamente sujeto a trabajos fatigosos, dolor y muerte. Vulnerado
en su ser primero, está inclinado al mal y la idolatría y
sólo dificultosamente se reencuentra en el diseño perviviente en su
conciencia del "Logos" o sabiduría original. La vida
superficial, profana y estresante de hoy marca el carácter de los individuos
con el lastre del hastío y tedio espiritual, juntamente que de frenesí por
el poder terrestre.
Aparentemente así, a juicio de algunos, el poder del Creador queda
definitivamente obnubilado y denegado
cual inexistente, prevaleciendo la ley
del acaso y de la irracionalidad general.
Pero
el poder de Dios en su soberana liberalidad e indulgencia, pasa incólume por
esta aparente impotencia, posándose,
antes que en el dominio físico
inmediato sobre el espacio e individuos concretos; en
la inteligencia y conocimiento, que óptimamente nos encamina a glorificarle.
El poder divino, en efecto, va mucho
más allá de lo terrestre, informando y previendo todo desde una perspectiva
trascendente que abarca tanto el tiempo como la eternidad: "temed a Aquel
que puede llevar a perdición el cuerpo y la vida en el infierno y
no a los que después de matar el cuerpo ya no pueden hacer más"
(Mt 10,28).
La
información crucial acerca de la naturaleza
que podrá salvaguardarnos en cualquier contingencia es,
que de por sí ésta no constituye
incremento de la gloria de Dios; pues El en realidad no la necesita.
Aunque su designio creador se orienta a la manifestación generosa de su
gloria en otros seres - por hacerlos partícipes de ésta - ya en el tiempo,
pero sobretodo en la eternidad. Se entiende que en este asunto entra a jugar
la libertad y el amor de cada ser
humano (S, Buenav.
Sent.
2,l,2,2,l).
La
creación manifiesta la gloria del que la formó, cuando El, "el Creador
de todo se hace por fin 'todo en todas las cosas', alcanzando nosotros la
felicidad"
(1 Cor 15,28 y AG 2).
Evidentemente,
no todo la que sucede responde a ello
pues la omnipotente donación de poder que de Dios escurre hacia el hombre,
incluye la posibilidad del abuso de poder, como algo previsto de antemano por
la omnisciencia y sabiduría
divina. Así es que arriesgamos volcarnos
a tal extremo a las criaturas, que lleguemos a incurrir en aversión a Dios (Cf.
Balthasar, Omnip. de D. y Sto. Tomás de A.); "quienes aman el
mundo no tienen la caridad del Padre en sí" (1 Jn 2,15).
Cuando el poder y la rozagancia
del hombre se han consolidado de esa forma, no refleja en absoluto la gloria
propia de Dios; antes bien el poder malo, "del príncipe de este
mundo" (Jn 12,31). Por
el contrario, el poder proveniente de
Dios - que resplandece en quienes le rinden gloria - consiste, más allá
del jolgorio y esplendor de este
mundo, en "el poder de ser hijos
de Dios, en la gracia de poseer un amor que responde a su amor" (Jn
1,12.16).
EL
CANTICO DE LAS CRIATURAS
La
virtud más impactante de San Francisco de Asís es,
poner la admiración y gratitud a
Dios dónde el frenesí secularista y el
hastío espiritual hacen de la vida algo irracional. El se
muestra tan apremiado cual cualquier humano por la imperfección y
limitaciones; pero realiza la vuelta a la fe esencial, al fundamentalismo del
absoluto sólo Dios, a la fe teologal. Busca a Dios en sí mismo, fiado que en
El está la luz y es la luz. Busca a
Dios sólo y sobre todas las cosas, como debe ser.
Ora: "ilumina te ruego las tinieblas de mí mente" (Wadding,
Annales Min). Confía
que del conocimiento y "Logos" sublime desciende la iluminación
sobre quienes le anhelan e invocan.
Y
Francisco encuentra la luz cuando le abate la penumbra de la mazmorra subterránea,
prisionero de guerra en Perusa. Cuando, luego, larga enfermedad le había
confinado en el lecho y languidecía todo su vigor y disfrute juvenil.
Entonces, amaneció la luz para él cabe la vida natural y
simple que descubrió con nuevos ojos; y a través del Crucifijo de San
Damián, el que figura un Cristo en agonía serena y radiante, decorado con
luminosos colores. Finalmente, próximo a su muerte, ciego y tras una noche de
estertor amanece para él la luz
celestial en que contempla iluminada la naturaleza y el cosmos y proclama
"El Cántico de las Criaturas".
o
Cántico
del Hermano Sol
(porción)
Altísimo,
Omnipotente, buen Señor, tuyos son los loores, la gloria, el honor y toda
bendición.
A
ti solo, Altísimo, corresponden y ningún
hombre es digno de nombrarte.
Loado
seas, mi Señor, con todas tus Criaturas,
especialmente por el hermano Sol,
por la hermana Luna y las
Estrellas; por el hermano Viento, y por el Aire.
Por
la hermana Agua; por el
hermano Fuego y por nuestra hermana
la Madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos
con coloridas flores y hierbas.
Loado
seas, mi Señor, por aquellos
que perdonan por tu amor, y
soportan enfermedad y
tribulación;
dichosos cuantos las soportan en paz.
Loado
seas, mi Señor, por nuestra hermana,
la Muerte corporal, ¡dichosos los
que
aciertan
tu santísima voluntad! porque la segunda muerte no les hará ningún mal.
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y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad. * /
También
nosotros podemos vislumbrar la luz del
Espíritu y su gloria en los seres creados, como en la inteligencia de su
trascendencia y eternidad, aún cuando el poder malo del príncipe de este
mundo parezca prevalecer; y confesar
con fe: "Creo en Dios, Padre
Todopoderoso".
fray
Oscar Castillo Barros
Santiago, Octubre,
1995