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LOS DERECHOS DEL HOMBRE
FRENTE AL PROGRESO DEL CONOCIMIENTO

Propuesta de una adición a la
Declaración Universal de los Derechos Humanos

J. DAUSSET
Premio Nobel
Presidente del
Movimiento Universal
de la Responsabilidad Científica

 

 

Quizá sea oportuno recordar que la Revolución Francesa coincidió con la generalización del método experimental. Fue una etapa fundamental en la historia del espíritu humano: el surgimiento de una ciencia rigurosamente experimental guiada únicamente por la razón: una de las etapas decisivas para el progreso del conocimiento humano.

Lejos de nosotros el desprecio de las aportaciones fundamentales de los Newton, Kepler, Galileo, la mayor parte de cuyos descubrimientos están fundados en la observación y en la predicción matemática de esas experiencias de la naturaleza que son los movimientos celestes. Pero no se puede negar que el Siglo de las Luces ha abierto una nueva era: a partir de él la exigencia de racionalidad se ha impuesto a toda la generación de sabios, entonces llamados filósofos o geómetras. Es a la serie de los Condorcet, Carnot, Monge, Laplace, Bertholet, Lavoisier y tantos otros, en Francia y en Europa, a quienes se debe el comienzo de lo que actualmente se llama ciencia basada en la reproductibilidad de la experiencia, único juez.

Los éxitos debidos a ese nuevo rigor científico fueron tales que en algunos años los espíritus más profundos, como el de Condorcet, pudieron creer que esa ciencia, aplicada también al campo social gracias al cálculo de las probabilidades introducido por Laplace, sería capaz de aportar la armonía en las relaciones humanas.

Todo el siglo XIX estuvo impregnado de esta creencia, hasta el punto de que en él se vio florecer el positivismo de Augusto Compte, erigido en dogma si no en religión, y el cientifismo, menos apasionado que el positivismo pero igualmente erróneo.

Doscientos años han pasado y esos mitos se han venido abajo en el mismo momento -y la paradoja es extraordinaria- en que el conocimiento hacía progresos extraordinarios al aportar a los hombres, en sólo unos decenios, el dominio de la energía, la rapidez en los transportes, unas comunicaciones instantáneas, la erradicación de tantas enfermedades y, muy pronto, el dominio mismo de la vida.

Los más privilegiados se han visto aliviados de tantas molestias físicas, miserias y sufrimientos que acometen a los hombres, pero no parece que hayan encontrado a la vez la felicidad, la armonía social y la seguridad. Muy al contrario: en el ánimo del gran público la ciencia está bajo acusación y, debido al uso no controlado de la ciencia, en el horizonte se ven perfilar serias inquietudes y a menudo graves amenazas para los grandes equilibrios de la biosfera e incluso para el porvenir de la especie humana. Hay, pues, lugar para reconsiderar el papel que la ciencia debe jugar de ahora en adelante con objeto de que el hombre continúe el formidable despliegue de todas sus potencialidades.

Ha parecido oportuno -y propio de la misión del Movimiento Universal de la Responsabilidad Científica- aprovechar la ocasión del Bicentenario de la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, para tomar una impportante iniciativa en este terreno.

En el pasado las ventajas obtenidas del progreso de las ciencias y de las técnicas compensaban ampliamente los peligros engendrados. Ciertamente, el fuego quemaba, la espada mataba pero los daños eran relativamente limitados. Hasta las últimas décadas, los abusos, aunque fueran considerables, no podían producir más que impactos localizados. Hoy, es el equilibrio mismo de la biosfera y el porvenir de la especie humana los que están globalmente amenazados. Hay, pues, un hecho nuevo de una importancia capital que es el punto de partida de nuestra reflexión.

El derecho a la vida y, por tanto, el derecho a su protección contra la utilización de todo conocimiento que vaya en contra de la dignidad e incluso en contra de la existencia existencia misma del hombre, es sin duda el más sagrado de los derechos y es ese nuevo derecho que proponemos que se reconozca en un nuevo artículo de la Declaración universal de los derechos del hombre.

Este derecho reposa sobre dos nociones esenciales, tanto la una como la otra:

-Primero, la adquisición de nuevos conocimientos no debe ser confundida con la utilización de esos conocimientos. Efectivamente, si el hombre ha llegado a ser lo que es -único ser vivo que se sabe consciente de sí mismo y de su entorno: el Homo sapiens sapiens- es gracias a los conocimientos exactos que ha sabido adquirir poco a poco y ha transmitido de generación en generación. Por tanto, no cabe en ningún caso plantearse el parar o aminorar en nada este impulso instintivo hacia el conocimiento que constituye el honor del hombre. Todo conocimiento es una liberación de numerosas servidumbres (pensemos, por ejemplo, en la astronomía que facilita la navegación). Toda ignorancia es una limitación (pensemos en las culturas que no dispusieron de la escritura o en los analfabetos, tan numerosos todavía).

Sin embargo, esta adquisición no debe en ningún caso ser buscada por medios que vayan contra la dignidad y/o contra la libertad de los individuos. Recuerdos recientes, que llegan hasta la segunda guerra mundial, nos invitan a observar la mayor vigilancia a este respecto. La experimentación con el hombre debe estar estrictamente codificada, respetando todos los derechos del individuo.

-Segundo, la utilización de los conocimientos adquiridos debe constitutir el otro término de la reflexión. Ella no debe estar sometida a las reglas anónimas e inexorables del provecho ni siquiera al pretendido interés superior de individuos o de clases sociales.

Es larga la lista de las utilizaciones abusivas, peligrosas o desviadas de las nuevas tecnologías que amenazan nuestro entorno cotidiano, el futuro de nuestra especie, incluso la vida sobre nuestro planeta. Estas amenazas están presentes en el espíritu de todos.

A este propósito, recientemente se ha producido una toma de conciencia muy saludable, al menos en el mundo occidental; pero debe llegar a ser mundial si se quiere tener alguna posibilidad de actuar concertadamente para la protección de todos.

Sólo una declaración solemne que emanase de la más alta instancia, la ONU, ostentaría la autoridad necesaria para compremeter a todos los hombres.

 

Es por ello que el Movimiento Universal de la Responsabilidad Científica propone añadir un nuevo artículo a la Declaración universal de los derechos del hombre, y que podría aparecer así:

 

Artículo X...

Los conocimientos científicos no deben ser utilizados más que para servir a la dignidad, a la integridad y al progreso del Hombre, y nadie puede dificultar su adquisición.

 

Esta redacción, muy general, permite cubrir todas las actividades humanas, pero sería deseable que la ONU se pronuncie también con solemnidad en un documento anejo sobre los puntos más precisos. Nosotros pensamos sobre todo en tres campos: la utilización de las fuentes de energía, la protección del patrimonio genético de la humanidad y la no comercialización de ninguna parte del cuerpo humano.

La utilización de las fuentes de energía, en especial la nuclear, ha sido objeto de numerosos debates. Controlar la utilización de la energía, protegiendo la humanidad contra sus efectos nocivos aunque sea los accidentales, es una imperiosa obligación. Las amenazas que pesan sobre la biosfera por la alteración de la biosfera son ya importantes, pero no son todavía irreversibles. El mantenimiento de un equilibrio a ese nivel se ha convertido para el hombre en una reivindicación tan fundamental como la de la libertad.

Los progresos espectaculares de la genética serán ciertamente benéficos en tantos sectores de la agroalimentación y de la medicina; permitirán, sin duda, tratar enfermedades de origen genético hasta ahora incurables.

Pero se impone una distinción esencial. La introducción de un gen puede hacerse:

- en una célula no reproductora del cuerpo del enfermo: el 'carácter' introducido así podrá corregir los trastornos pero no será transmitido a la descendencia. Este tratamiento puede, pues, ser asimilado a un simple injerto. Se despliegan grandes esfuerzos actualmente para poner a punto esta nueva terapia perefectamente ética.

- o bien en una célula reproductora o en un joven embrión de algunas células: el gen será, entonces, transmitido a las generaciones futuras. Podría resultar una modificación del patrimonio genético de la especie.

En el estado actual de nuestros conocimientos, una manipulación de ese segundo tipo nos parece que debería ser prohibida pues los riesgos de desviación abrirían posibilidades que podrían ser puestas al servicio no del Hombre sino de un poder o de una ideología.

Sin embargo, si en el futuro los progresos de nuestros conocimientos nos permitieran por este medio aliviar a las familias de portadores de genes deletéreos, no se debería recurrir a ese medio más que con autorización de una autoridad internacional de la más alta competencia científica y moral, y sólo al final de un amplio debate público provisto de una información clara y completa.

Llegamos al tercer punto: la no comercialización de ninguna parte del cuerpo humano. Sólo pueden ser objeto de donación. El don de un órgano, gesto de amor por excelencia, corre el riesgo de ser desnaturalizado, desviado por prácticas degradantes que se resuemn en una expresión: el tráfico de órganos. Por mucho que, según parece, todas las legislaciones lo prohíben, una tendencia se advierte en el mundo -tendencia a la que Francia es felizmenente ajena-. Consiste en obtener, mediante dinero, riñones de donantes vivos que consienten en mutilar su cuerpo empujados por la miseria. El verdadero culpable no es el donante sino el que utiliza el poder del dinero o cualquiera otra forma de presión. Contra esos riesgos mayores de chantaje o incluso de crimen en la búsqueda de órganos únicos como el corazón o el hígado, se comprueba que las legislaciones son impotentes. Solamente serán eficaces las reglas que el propio cuerpo médico se imponga a sí mismo en el marco de una estricta deontología. Es, desde luego, deseable que organizaciones bien estructuradas de recogida y distribución de órganos obtenidos después de la muerte se desarrollen en todos los países. Tales organismos resultan los mejores garantes de la moralidad.

Asegurado por estas consideraciones, el Movimiento Universal de la Responsabilidad Científica propone que la Organización de las Naciones Unidas se pronuncie solemnemente sobre estos tres puntos esenciales:

-toda fuente de energía debe ser utilizada sólo en beneficio del Hombre, sin que haya atentados a la biosfera;

-el patrimonio genético del hombre, en el estado actual de nuestros conocimientos, no debe ser modificado de forma hereditaria;

-ni el cuerpo humano ni sus elementos, células, tejidos u órganos tiene precio, y no puede, pues, ser fuente de beneficio.

En resumen, el papel jugado por la ciencia en nuestra sociedad, debe ser repensado. Ella no es la panacea universal, siempre benéfica como las generaciones del siglo diecinueve creyeron ingenuamente, maravilladas por los progresos asombrosos de la ciencia. Como en toda otra empresa humana, la ciencia presenta ventajas e inconvenientes. Ahora que nosotros vemos el aspecto negativo, este nos aparece más serio y peligroso de lo imaginable porque los riesgos se han hecho globales.

Graves amenazas debidas a la actividad humana pesan gravemente sobre la especie humana y sobre la biosfera. Si es verdad que los riesgos son en adelante globales, es también evidente que la única respuesta y la única esperanza está en más ciencia y en más tecnología.

Declarar solemnemente el derecho a la protección de la vida y a la integridad del hombre será una nueva importante etapa del espíritu humano. ¿Hay acaso derecho más sagrado?

La Organización de las Naciones Unidas, la más alta instancia que representa a la Sociedad de los Hombres, sostenida por el conjunto de la comunidad científica y poor un consenso de la opinión pública, nos parece la tribuna natural para una llamada semejante.

Somos conscientes de que se trata de un principio y no de una ley, pero a menudo los principios morales producen más impacto que las leyes.

Lanzamos una vibrante llamada para rehabilitar la ciencia en el espíritu del público y para proteger nuestro mundo contra las consecuencias desastrosas de las aplicaciones del progreso científico. Somos conscientes de la urgencia de ello.

Ningún hombre solo, por prestigioso que sea, ninguna nación sola, por poderosa que ella sea, puede cambiar el curso de los acontecimientos, por dramáticos que sean. Sólo una acción coordinada puede elevar una barrera, primero moral, después física, contra tales peligros.

¿Debemos esperar a que sea demasiado tarde para reaccionar en lo que concierne a las modificaciones de la atmósfera?

¿Debemos esperar para, reaccionar, a que los atentados al patrimonio genético sean un hecho irreversible?

¿Debemos esperar a que la práctica de la comercialización de órganos se haya convertido en algo banal para prohibirla?

Es, pues, a cada uno de ustedes a quienes yo me dirijo, pidiéndoles que se tomen este problema en serio, como un problema personal, acerca del cual no basta con sentir pasivamente la necesidad sino del que es preciso asumir activamente la urgencia.

El Movimiento Universal de la Responsabilidad Científica llama a todas las personas y a todas las asociaciones a unirse a él para promover la adopción de estas proposiciones, cada una de las cuales tiene importancia capital para el porvenir de la humanidad.

(Journal International de Bioethique,Mar.91, nº1, vol.2. Traducción del original: Mario Clavell Blanch, publicado en Cuadernos de Bioética,8, 4º 91, PP. 49-52)