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El
sentido de la vida
en Victor Frankl
Por Lluís Pifarré
“Voluntad
de sentido”, realidad primaria
Es fácilmente observable que amplios sectores de la sociedad moderna, de manera
más o menos intensa, están afectados por diversos trastornos psíquicos, que
se traducen en diversas anomalías mentales, como pueden ser determinados tipos
de ansiedades, complejos, depresiones, angustias, desesperanzas, aburrimiento,
tedio…etc. y que les lleva a recorrer largos y costosos peregrinajes por el
intrincado mundo de psiquiatras y psicólogos, como señala Victor Fraknl:
“Los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del sentido de su vida o
desesperan de poder encontrarlo” [1].
Frankl, afamado psiquiatra y filósofo vienés, antiguo discípulo de Freud, y
fundador de la “Logoterapia”, es uno de los pensadores del S. XX que con más
amplitud y profundidad han tratado de estos conflictos psíquicos, y que ha
logrado despertar el interés por ellos. Especialmente en dos de sus obras:
“La Voluntad de Sentido” y “La Idea Psicológica del Hombre”, considera
que lo primario y fundamental para vivir de acuerdo con nuestra dignidad humana
es el encontrar un sentido a la vida:
“El preocuparse por hallar un sentido a la existencia es una realidad
primaria, es la característica más original del ser humano” [2] Por ello
sostiene, que un importante porcentaje de estos trastornos mentales , proceden
del “sinsentido” de la vida en el que se desenvuelve el itinerario
existencial de numerosos individuos, producto de su vaciedad interior: Diversos
filósofos de la antigüedad, como Sócrates, Platón, Aristóteles, los
estoicos, los epicúreos, San Agustín, y un largo etcétera, ya se habían
planteado desde sus propias ópticas especulativas, el concepto del sentido de
la vida. Por ello se lamenta Frankl, que este concepto que justifica y da razón
de ser a la existencia humana, no se haya planteado en los gabinetes psicológicos,
hasta fechas recientes:
“Durante demasiado tiempo el clamor que busca el sentido ha sido desoído”
“Este concepto tiene una historia larga, pero la psicología moderna, hasta
hace poco apenas lo había utilizado sobre todo porque parecía inaccesible a la
ciencia” [3]
Una peculiaridad propia del ser humano
Frankl considera que la búsqueda del sentido de la vida, es una peculiaridad
propia del ser humano, que lo distingue radicalmente de los animales
irracionales. Y es que el hombre, como nos recuerda Heidegger, habita el mundo,
que es su morada, y lo organiza de acuerdo con sus intencionales proyectos y
decisiones, en cambio el animal, se limita a corretear por el mundo. Por tal
circunstancia, cuando algún psicólogo con anteojeras reductivamente
biologistas, concibe que la frustración por la ausencia de un sentido de la
vida responde a una enfermiza falta de inseguridad, a un complejo de debilidad,
o a otras instancias semejantes, expresa un notable desconocimiento de la
naturaleza humana, y se arriesga a tener una visión deforme y unilateral de su
realidad óntica:
“El cuidarse de averiguar el sentido de su existencia es lo que caracteriza
justamente al ser humano en cuanto tal -no se puede ni aun imaginar un animal
sometido a tal preocupación, y no es lícito degradar esta realidad que vemos
en el hombre a una especie de debilidad, una enfermedad, un síntoma o un
complejo. Más bien es al revés [4]. “La frustración de la voluntad de
sentido, no es de suyo algo patológico, y está también lejos de ser
enfermizo”[5]
Frankl reconoce y autovalora la importancia de su trabajo de investigación
sobre la voluntad de sentido, y la positiva aplicación de su método de la “logoterapia”,
tanto por los buenos resultados prácticos que ha producido en sus pacientes,
como por su identificación con la sensibilidad y las necesidades del hombre
actual:
“Es un hecho que la logoterapia al interpretar al hombre como un ser en la búsqueda
del sentido, hace vibrar una cuerda en el ser humano de hoy que conecta con
necesidades de nuestra época [6]
Una de las conductas que revelan la ausencia del sentido de la vida, es la que
le atribuye al placer sensible el rango de principio y categoría suprema, y se
traduce en la búsqueda desaforada de aquellos objetos que lo producen, como las
drogas, el sexo, el alcohol, los juegos de azar, etc., o también en el afán
desmesurado de poseer imperativamente los múltiples productos y artefactos que
se ofrecen en el mercado. Alejandro Llano, dirá al respecto que “la tendencia
del disfrute inmediato de gratificaciones sensibles es culturalmente letal.
Adormece la capacidad de proyecto, fomenta el conformismo y domestica la
disidencia. Se mueve en una espiral descendente, que sume a las personas en el vértice
del hedonismo” [7]
La búsqueda del placer
“La búsqueda del placer, (el principio del placer), comenta Frankl, aparece
cuando se frustra la voluntad de sentido” [8]. Este principio hedonista del
placer, que Frankl critica con su habitual agudeza, es precisamente el principio
en el que Freud, fundado en las subjetivas instancias desiderativas del
individuo, sustentará su tambaleante estatuto cognoscitivo. Un principio del
placer, que se ha acelerado en la equívoca denominación de la “sociedad del
consumismo”, y que actuando como anestesiador del espíritu, fomenta diversas
formas de inmadurez psíquica que incapacitan para descubrir el auténtico
sentido de la existencia humana:
“La pregunta por el sentido de la vida es expresión de madurez mental. En la
sociedad de consumo y abundancia sólo hay una necesidad que no encuentra
satisfacción y esa es la necesidad de sentido, su voluntad de sentido” [9] Y
es que la abundancia de ofertas y el innumerable elenco de instrumentos técnicos
cada vez más sofisticados que nos brinda el supuesto “estado del
bienestar”, aunque es evidente que satisface necesidades básicas en distintos
órdenes de la vida, hay que afirmar al margen de lo políticamente correcto,
que no responde a las exigencias más hondas e íntimas de la persona si se
toman y se absolutizan como fines en sí mismos. Pues el simple tener y acumular
bienes materiales, no perfecciona de por sí a los sujetos si no contribuyen a
la perfección y enriquecimiento de su ser. Es lo que ya en los años treinta,
Gabriel Marcel expresó en su conocida formulación de que el sentido y el valor
de la persona “no está en lo que tiene, sino en lo que es”, es decir, no se
trata solamente de “tener más” sino de “ser más”, proposición que de
algún modo se podría identificar con la frase de Frankl: “Las personas
tienen los medios para vivir, pero carecen de sentido por el qué vivir”[10]
Como palpablemente se puede comprobar, este cúmulo de prestaciones que hacen más
fácil y cómoda la existencia y mejoran la salud colectiva, no son de por sí
una fuente de alegría y de acicate intelectual, si no que más bien desembocan,
como Frankl sabe poner de relieve, en la insatisfacción afectiva, y en la pérdida
de sensibilidad para el agradecimiento (especialmente en los jóvenes), si no se
les confiere un sentido de orden superior: “Los pacientes en su mayoría están
sanos, pero no están satisfechos de serlo, poseen abundantes bienes sin estar
agradecidos” [11]
Poner como exclusivo objetivo la mera satisfacción de las necesidades biológicas
(como pretende el psicoanálisis) simplemente para restablecer el reequilibrio
homeostático o psicológico, conlleva mutilar la integridad de nuestro ser y
cegar la mirada ante el horizonte de los valores:
“El ser humano no agota su realidad en la satisfacción de los instintos o las
necesidades con miras a mantener o restablecer su equilibrio psíquico, sino
busca originariamente, el cumplimiento de un sentido y la realización de unos
valores” [12]. “La persona no está determinada por sus instintos sino
orientada hacia el sentido” [13]
Un reduccionismo psico-biológico, chato y romo, que se sustenta a costa de
marginar otras dimensiones de la estructura humana, y que para Frankl supone una
interpretación que alimenta la ignorancia por el sentido de la vida: “El
reduccionismo tiene razón dentro de sus límites. Su peligro es el pensamiento
unidimensional que priva la posibilidad de encontrar un sentido” [14]
Una de las consecuencias que se asienta en el ánimo de los individuos que se
dejan impregnar por la ausencia del sentido, es para Frankl el aburrimiento. Un
negativo sentimiento que desembocando en la abulia y la tristeza, se distribuye
en un amplio repertorio de actitudes y comportamientos que se detectan por la
falta de ilusiones y proyectos, o en la rutinaria frivolidad e insulsez de las
conversaciones nutridas con los tópicos y clichés al uso, en un ir
“matando” y perdiendo tediosamente el tiempo, también en la reiterativa
monotonía y falta de imaginación que se aprecia frecuentemente en los medios
de comunicación, y cuyos obtusos autores tienen que suplantar su falta de
talento recurriendo al mal gusto, las expresiones soeces, la fácil chabacanería
o el papanatismo de moda, ante una masificada audiencia tan mediocre y aburrida
como ellos, etc. Situaciones todas ellas, que ponen de manifiesto un vacío
existencial que Frankl lo juzgará como el cáncer de nuestra época: “La
gente vive en un vacío existencial que se manifiesta sobre todo en el
aburrimiento”[15], “La gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia de
objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y de propósito” [16].
La Voluntad de Sentido no permite autoimposición
Pero encontrar el sentido de la vida, no es algo que se pueda lograr mediante
disposiciones en el boletín oficial, o por imperativos sociales de autoridad,
sino que es una posibilidad asequible para cualquier persona que encuentre la
razón u “objeto”, con la suficiente dignidad para justificar un verdadero
sentido y arrastrar a la voluntad hacia su realización: “La Voluntad de
Sentido no puede ordenarse, es más bien un acto intencional que no permite una
autoimposición. Para que surja debe ofrecerse un objeto. La búsqueda de un
sentido no es un asunto de una minoría intelectual. sino de cada individuo
[17]. Por ello, no hay que poseer una especial capacidad intelectual o ser un
individuo con cualidades eminentes, para plantearse la necesidad de encontrar un
sentido a la vida, y esto es así de natural, por la simple razón de que hallar
un sentido es algo esencial a nuestra naturaleza: “El sentido está a la
alcance de la mano de todas y cada una de las personas” [18].
Frankl comenta que en la medida en que aumenta el peso y gravitación de
nuestros deberes y compromisos personales, y asumimos nuestras propias
responsabilidades, sin atribuir a los demás las deficiencias de nuestros actos,
también en esa medida, se incrementa la conciencia y el sentido de nuestra
vida: “Las dificultades cuanto más grandes sean, acentúan el carácter de
deber que tiene nuestra existencia y con ello se da más sentido a la vida”
[19]. “El interrogante de la vida puede ser contestado si asumimos nuestra
vida con responsabilidad que es el sentido de nuestra existencia” [20].
El panorama existencial que Frankl nos traza, nos abre a una fundada y
alentadora esperanza, al formular la posibilidad de que vivir de acuerdo con un
sentido supone un impulso de la creatividad imaginativa y una motivación de la
voluntad para ser capaz de plasmar nuevas e insospechadas realizaciones. El
despertar de las facultades, establece las condiciones óptimas para descubrir
un significado trascendente, hasta en los quehaceres más prosaicos y corrientes
que realizamos en todos los tramos de nuestra vida, y que supone una concepción
vital que se opone frontalmente al absurdo sartriano de la existencia. “El ser
humano llega a ser creativo cuando logra extraerle sentido a una vida que parecía
absurda. La vida es potencialmente significativa hasta el último momento, hasta
el último aliento” [21].
Para Frankl, el ácido corrosivo que disuelve el sentido de la vida, es la
psicología de inspiración nihilista, cínicamente desenmascaradora, que
rechaza la dimensión espiritual y libre del ser humano y se niega a aceptar que
la vida tenga un sentido de significación trascendente. Pero el precio a pagar
por la materialista herencia recibida, es la obtención de un ser humano
domesticado y biológicamente satisfecho, que por influencia de Nietzsche era,
en última instancia, el objetivo que pretendía Freud de sus pacientes. Detrás
de ese objetivo sólo queda una enigmática irracionalidad, sumergida en la
insustancial vaciedad de su existencia, y cuando el individuo sensiblemente
autosatisfecho, se atreve a arrimarse a su propia indigencia, siente el vértigo
del abismo eternamente frío de la nada. “Esa psicología que a sí misma se
llama deslarvante y que no acepta la voluntad de sentido, ni aun en lo
espiritual en el ser humano, tilda como máscara lo que es algo primario,
original e irreductible. Lo que se esconde detrás de esa psicología
deslarvante, es la tendencia a desenmascarar, a desvalorizar, una tendencia que
repudia lo espiritual del hombre y que de este modo se declara a sí misma
esencialmente nihilista” [22].
«El ser humano remite más allá de sí mismo»
¿Pero en qué realidad concreta y determinada debe fundarse la actividad
humana, para encontrar un auténtico sentido en su vida? ¿No puede ocurrir, que
sin darnos cuenta, estemos suscitando la necesidad de un sentido abstracto y vacío
de contenido? Es lo que apunta Alejandro Llano cuando escribe: “La cuestión
del sentido no se dilucida ya en el ámbito del pensamiento abstracto, sino en
el inmediatismo del contacto vital, en los encuentros personales, en el
movimiento corporal, en la música y en el canto” [23].
Es indudable que el ser humano encuentra el sentido de la vida, en una
diversidad de positivas y enriquecedoras actividades culturales, científicas,
artísticas, deportivas etc, como Frankl señala en diversas ocasiones. Es
cierto, por tanto, que existe todo un campo de posibilidades dadoras de sentido,
pero también es cierto, que el auténtico y verdadero sentido, el que responde
a las exigencias más hondas e íntimas del ser humano, es el sentido que se
inspira en la dimensión trascendente de la persona, que no es otro, que el
sentido que se funda en Dios como el acto de ser perfecto que posee la plenitud
de sentido. Frankl reproduce la frase de Einstein en la que dice: “preguntar
por el sentido de la vida significa ser religioso” [24], e interpretar el
verdadero sentido, dirá el psiquiatra vienés, supone ser espiritual: “La
interpretación del sentido supone que el ser humano es espiritual” . “El
hecho antropológico fundamental es que el ser humano remite siempre más allá
de sí mismo, hacia algo que no es él, hacia algo o hacia alguien, hacia un
sentido. El ser humano se realiza a sí mismo en la medida que se trasciende”
[25].
El origen de muchas neurosis
Frankl afirmará a lo largo de sus escritos, su atrevido silogismo, que el paso
del tiempo se cuida de corroborar cada vez más, de que un elevado porcentaje de
grados diversos de neurosis que sufre el hombre actual, tienen su origen en el
bloqueo represivo de las virtudes y valores espirituales de la persona que se
aprecia en la sociedad contemporánea, que le hacen desembocar en la pérdida de
la voluntad de sentido y el vacío existencial.
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[1] Victor Frankl, , “El Hombre Doliente”, Ed. Herder, Barcelona, 1984, p 36
[2] Idem“La Idea Psicológica del Hombre”, Ed. Rialp, Madrid, 1965, p93
[3] Idem, La Voluntad de Sentido”, Ed. Herder, Barcelona, 1983, p 250-255
[4] Idem, p 58
[5] Víctor Frankl, “La Idea Psicológica del Hombre”, p 59
[6] Idem, p 187
[7] Alejandro Llano, “La Nueva Sensibilidad”, Espasa Calpe, Madrid, 1988, p
166
[8] V. Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 12
[9] Idem, p 226
[10] Idem, p 245
[11] Idem, p 229
[12] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 38
[13] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 111
[14] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 17
[15] Idem, p 14
[16] Idem, p 22
[17] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 178
[18] Idem, p 250
[19] Idem, p 15
[20] Idem, p 16
[21] Idem, 246
[22] Víctor Frankl, “La Idea Psicológica del Hombre”, p 116
[23] Alejandro Llano, “La Nueva Sensibilidad, p 116
[24] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 115
[25] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 45 y 59