Gentileza
de www.arvo.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
Lutero Por Lucas F. Mateo-Seco |
l
18 de febrero de 1546 hace ahora exactamente cuatro siglos y medio, a las tres
menos cuarto de una madrugada frigidísima, fallecía en Eisleben uno de los
personajes centrales en la crisis del siglo XVI que tanto influye en el decurrir
de estos ya casi cinco siglos: el doctor Martín Lutero, monje agustino,
profesor universitario, gran predicador y, por encima de todo, reformador de la
Iglesia.
Lutero no era un político, aunque su actividad y su doctrina tuvieron unas
irreversibles consecuencias políticas. Estrictamente hablando, tampoco era un
filósofo; más bien despreciaba la razón humana, y al realizar su labor de
expositor de la Escritura, de predicador o de teólogo, no le preocupaba en
absoluto que sus palabras estuviesen en contradicción con algunas afirmaciones
que parecían evidentes al sentido común; sin embargo, su influencia en la
filosofía europea puede considerarse de primer orden.
Un Kant, un Hegel, un Feuerbach, el mismo Marx, le deben más de lo que muchas
voces se supone a este hombre, cuyas palabras hacia la razón humana no es que
fuesen precisamente halagadoras. Con frecuencia la llama "ciega, sorda, estúpida,
impía y sacrílega en todas las palabras y obras de Dios" ("Sobre la
libertad esclava", en Luther Werke (ed. de Weimar), XVIII, 707). Y en el último
sermón pronunciado en Wittenberg el 17 de enero de 1546, es decir, un mes antes
de morir, dice: "La prostitución, los grandes crímenes, la embriaguez, el
adulterio, ésos son pecados que se notan. Pero cuando llega la razón, la novia
del diablo, la bella ramera, y quiere ser prudente y piensa que todo cuanto dice
es del Espíritu Santo, ¿quién le pondrá remedio? Ni el jurista, ni el médico,
ni el rey, ni el emperador, porque es la más alta ramera que tiene el
diablo" (Ed. de Weimar, LI, 123).
Lutero era, ante todo, un teólogo. Por encima de eso, se consideraba el
reformador de la Iglesia. Más aún: pensaba y afirmaba de sí mismo que era el
hombre elegido para descubrir a los mortales el verdadero sentido del
cristianismo, oscurecido por los sofistas —así llamaba a los teólogos— y
por los papas.
"Por lo tanto, yo te digo —escribe él en De servo arbitrio dirigiéndose
a Erasmo —que yo en esta lucha intento una cosa que para mí es seria,
necesaria y eterna, que es de tal calibre que es necesario que sea afirmada y
defendida incluso por medio de la muerte, también aunque el mundo entero
debiera arder en tumultos y guerras, más aún, aunque el mundo se precipitase
en el caos y fuese reducido a cenizas" (Ed. de Weimar, XVIII, 625). Es
claro que no está presentado su posición como un profesor que intenta la
aprobación de la comunidad científica, sino como quien se siente portador de
una misión.
En Lutero, su itinerario interior y su quehacer intelectual están
indisolublemente unidos. Era un magnífico orador, precisamente porque a su
dominio del idioma y a su apasionada imaginación unía la elocuencia de quien
hace brotar sus palabras desde el hondón del alma, desde la propia experiencia.
El era un hombre preocupado primordialmente por su propia salvación y asediado
por insoportables terrores interiores. El Lutero joven estaba aterrorizado por
sus pecados y por el juicio divino. Y para salir de ese terror quiere estar
cierto de su propia salvación. Esta es la clave: quiere estar cierto.
Analizando su extensa obra, se llega a pensar que es muy posible que la raíz última
de su tremendo drama interior estribe en haber desconocido —o en no haber
valorado en todas sus consecuencias— el hecho de que Dios se ha manifestado a
los hombres como un padre, es decir, el hecho de que estamos llamados a ser
hijos de Dios en Cristo. Y que Dios es siempre fiel a su paternidad. Jesús de
Nazaret describió a ese Padre como poseído por una ternura inmensa en una de
sus parábolas más poéticas: la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-30).
Lutero no se aplica todas las consecuencias que se siguen de pasajes como este
y, en consecuencia, no logra superar su terror ante el destino y ante la
posibilidad de condenarse, en definitiva, no logra superar su terror de Dios.
"La majestad del Dios desconocido —escribe J. Lortz— es, desde su
juventud, para Lutero la del juez airado. Por obra de las doctrinas ockamistas,
este juez se convertirá más tarde en Dios del capricho. Pues esto es lo
definitivo en el concepto de Dios del ockamismo: que Dios tiene que ser libre,
libre hasta el capricho, de cualquier determinación o norma que nosotros
podamos pensar o decir".
Es esta una vieja cuestión sobre la que se suele bromear, pues se trata de un
problema tan conocido como el sofisma de Aquiles y la tortuga. Si Dios es
omnipotente —se argumenta ante el desconcertado interlocutor—, lo puede
hacer todo; en consecuencia, puede hacer el mal, porque si no pudiera hacerlo
todo, no sería infinitamente libre. Lo que falta en ese argumento no es el
concepto de omnipotencia de Dios, sino el concepto de libertad con que se juega,
pues se considera a la libertad encapsulada en sí misma, aislada de las demás
cualidades del ser que la posee, como son, por ejemplo, su sabiduría o su
bondad.
Si siguiendo la célebre definición del apóstol San Juan se dice que Dios es
Amor (1 Jn 3, 8), no se puede añadir a continuación que, por ser omnipotente,
es un ser arbitrario. Habrá que decir que, por muy poderoso y libre que sea ese
Dios, su libertad es una libertad que procede del Amor y está normada por el
Amor. Es, por lo tanto, una libertad que no puede elegir la injusticia, ni el
mal, ya que hunde sus raíces en el Bien.
En un libro clave para conocer el pensamiento de Lutero —el De servo arbitrio,
redactado para refutar a Erasmo de Rotterdam en 1525—, encontramos una
definición de libertad en estrecha dependencia de Ockam, y que es buena muestra
de la identificación entre libertad y poder a secas, es decir, entre
arbitrariedad y libertad, que hace Lutero. En efecto, tras negar que se pueda
decir seriamente que existe libertad en el hombre, prosigue: "Y si este
vocablo— cosa que sería lo más seguro y religiosísimo—, al menos, enseñemos
a usarlo de buena fe de modo que se le conceda al hombre el libre albedrío sólo
de la cosa que le sea inferior, no respecto de la cosa que le sea superior, esto
es: que sepa que en sus facultades y posesiones tiene derecho de usar, hacer,
omitir conforme a su capricho (pro libere arbitrio), aunque esto mismo esté
regido por el libre arbitrio de Dios, hacia donde a El le plazca. Por lo demás,
respecto a Dios, o en las cosas que atañen a la salvación o condenación, no
tiene libre albedrío, sino que está cautivo, sometido y esclavo o de la
voluntad de Dios o de la voluntad de Satanás".
Si el texto se lee en latín, que es su lengua original, resulta aún más
fuerte: la libertad ha quedado reducida a ius utendi, faciendi, omittendi pro
libero arbitrio. La libertad así descrita aparece confundida con el dominio
absoluto y despótico sobre las cosas que son inferiores a uno, con ese ins
utendi, fruendi et abutendi que algunas veces llegó a constituir la definición
del derecho de propiedad sobre las cosas. Se comprende que con semejante
concepto de la naturaleza de la libertad, un ser infinitamente libre y
omnipotente pueda aterrorizar hasta la locura a un hombre, quizás demasiado
sensible y obsesivamente religioso.
El final de una vida
Cuando le llega la hora de la muerte, Lutero ha recorrido un largo camino. Había
nacido el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben, y había batallado duramente
durante toda su vida. La muerte le encuentra tal vez cansado, pero en plenitud
de facultades. Desde el 29 de enero de 1546, Lutero se encuentra en Eisleben
para solucionar un conflicto surgido entre los condes de Mansfeld. E1 15 de
febrero, tres días antes de morir, predica en la iglesia de San Andrés con su
elocuencia habitual, comentando el Evangelio (Mateo 11, 25): "Yo te alabo,
Padre (...), porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las
revelaste a los sencillos". Como era de esperar los "sabios" y
"prudentes", que desconocen las cosas de Dios, son el Papa y los
obispos: También en estos días, Lutero se vuelve a sentir perseguido por el
demonio. He aquí lo que escribe Ratzerberger: "Dícese que el doctor Martín
Lutero, cuando en Eisleben rezaba su oración a Dios ante la ventana abierta según
tenía costumbre, una noche, antes de acostarse, vio a Satanás junto a la
fuente que había delante de su albergue, y el demonio le mostró el trasero (Die
Posteriora gezeiget), burlándose de él porque no lograba nada".
Las últimas horas de Lutero, según cuentan los testigos presenciales,
transcurrieron en un ambiente de paz. En la noche del miércoles 17 de febrero,
ya antes de la cena, estando en su habitación, comenzó a sentir una opresión
en el pecho. A pesar de esto baja a cenar. Tras le cena vuelve a sentir la
opresión en el pecho. Le rodean y cuidan sus amigos, logra dormir serenamente
unos minutos y a medianoche, puesto que se teme por su vida, se llama a dos médicos
y a las autoridades de la ciudad. Está empapado en sudor. Según transmiten dos
de los presentes, reza esta oración: ""Oh Padre mío celestial, Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios de toda consolación! Yo te agradezco
el haberme revelado a tu amado Hijo Jesucristo" en quien creo, a quien he
predicado y confesado, a quien he amado y alabado, a quien deshonran, persiguen
y blasfeman el miserable papa y todos los impíos. Te ruego, señor mío
Jesucristo, que mi alma te sea encomendada. Ah Padre celestial! Tengo que dejar
ya este cuerpo y partir de esta vida, pero sé cierto que contigo permaneceré
eternamente y nadie me arrebatará de tus manos". Poco después su vida se
extinguió suavemente.
Su herencia
La personalidad de Martín Lutero, desde cualquier ángulo que se la considere,
resulta inabarcable y no es posible presentar en tan pocas páginas una
aceptable visión de conjunto de su pensamiento. Limitémonos, por tanto, a señalar
dos cuestiones, que, sea cual sea la perspectiva desde la que se aborde la
figura de Lutero, resultan siempre imprescindibles puntos de referencia. Me
refiero al especial lugar que la subjetividad ocupa en todo su planteamiento y a
lo que él llama teología de la cruz.
Como es sabido, Lutero eleva la experiencia de la debilidad que el hombre
experimenta en sí mismo en la lucha contra las pasiones al nivel de una
proposición teológica y universal: el hombre se encuentra intrínsecamente
corrompido. Ahora bien, si el hombre se encuentra irreversiblemente corrompido,
síguese que es extraño al plan salvador de Dios, es decir, es incapaz de
cooperar con sus buenas obras a la propia salvación. Sólo puede contar su
seguridad de que está salvado gratuitamente por Dios, es decir, sólo puede
contar su fe fiducial.
En este sentido hay que entender las conocidas afirmaciones de esta carta a
Melanchton: "Sé pecador y peca fuertemente, pero confíate y gózate con
mayor fuerza en Cristo, que es vencedor del pecado, de la muerte y del mundo.
Mientras estemos aquí abajo, será necesario pecar; esta vida no es la morada
de la justicia, pero esperamos, como dice Pedro, unos cielos nuevos y una tierra
nueva en los que habita la justicia" (Carta del 1 de agosto de 1521, Ed. de
Weimar, Brief t. II, 372). Las frases latinas destacan aún más la radicalidad
con que se pone la clave precisamente en la confianza: Esto peccator, et perca
fortiter, sed fortins fide et gaude in Christo... No es que Lutero niegue la
necesidad de luchar contra las reliquias del pecado, sino que insiste con la
elocuencia que le caracteriza en que lo único que cuenta es la fe fiducial.
Esta corrupción, que afecta a todo el hombre, le hace incapaz de conocer la
verdad y de amar el bien. "La razón, que es ciega—escribe en su De servo
arbitrio—, ¿qué dictará de recto? La voluntad, que es mala e inútil, ¿qué
elegirá de bueno? Más aún, ¿qué seguirá una voluntad a la que la razón sólo
le dicta las tinieblas de su ceguera y de su ignorancia? Así pues, errando la
razón y corrompida la voluntad, ¿cuál es el bien que puede hacer o intentar
el hombre?" (Ed. de Weimar, t. XVIII, 762).
Esto lleva consigo —y Lutero es consecuente— el encapsulamiento del hombre
en la propia corrupción: el hombre, dada la corrupción de su razón, no puede
estar cierto de haber alcanzado la verdad; de lo único que puede estar seguro
es de su propia seguridad, es decir, de lo único que puede estar seguro es de
la experiencia de la propia subjetividad.
Por una de esas paradojas frecuentes en el psiquismo humano, el radical
pesimismo que ha llevado a Lutero a encerrar al hombre en su propia corrupción
da origen al pensamiento de que el hombre se salva sin las obras —ahora
imposibles—, apoyado en la fe fiducial, es decir, apoyado en la confianza que
tiene de que Dios la otorga una salvación absolutamente pasiva y extrínseca.
Todo se resuelve por la certeza subjetiva de haber sido justificado gracias a la
imputación de los méritos de Cristo. La subjetividad se convierte así en el
punto de partida para interpretar toda la revelación cristiana. El giro hacia
la subjetividad característica de grandes corrientes de pensamiento de estos últimos
siglos encuentra en Lutero uno de sus más radicales inspiradores.
La expresión "teología de la cruz" fue acuñada por Lutero y con
ella expresa lo más característico de su forma de hacer teología. Al decir de
sus mejores conocedores, esta expresión plasma también el núcleo fundamental
de su pensamiento religioso. Ambas expresiones —teología de la cruz y teología
de la gloría— entrañan en la pluma del profesor de Wittenberg un sentido que
va más allá de la estricta significación de los términos usados. Lutero
llama teología de la cruz a su forma de hacer teología, mientras que llama
teología de la gloria —teología que se gloría en las fuerzas de la razón
humana— a la teología escolástica.
La teología de la cruz está marcada antes que nada y esencialmente por la
oposición e incompatibilidad entre inteligencia natural y revelación, como el
mismo Lutero hace notar ya programáticamente en la Disputa de Heidelberg.
Afloran en ella los desgarramientos tan característicos de la posición
luterana: para él son incompatibles Dios y mundo, Escritura y Tradición,
Cristo y jerarquía eclesiástica, fe y obras. Normalmente, donde Lutero pone
una "o", la teología católica coloca una "y": Escritura y
Tradición, Dios y mundo, Cristo e Iglesia, Fe y obras, libertad y gracia, razón
y fe.
Los cuatro siglos de una herencia
Al hablar de la herencia de Lutero, nos hemos centrado en su pensamiento, sin
entrar en la historia del movimiento religioso que él suscitó y que llega
hasta nuestros días. No era posible hacer esto en tan breve espacio. Sin
embargo, ya los dos temas que hemos mencionado muestran hasta qué punto la
gravedad de los planteamientos y el mismo respeto a la figura del Reformador
exigen estudiar a fondo las cuestiones que propone, con serenidad y cariño, sin
soslayar las dificultades, y con el ánimo abierto hacia la captación de la
verdad en toda su universalidad.
En sus escritos y en su predicación, Lutero intenta poner de relieve la
absoluta soberanía de Dios y la gratuidad de la gracia. El problema surge
cuando se entiende que la gratuidad de la gracia conlleva el que el hombre no
puede colaborar con ella. Un más hondo sentido de la soberanía de Dios, de su
omnipotencia, muestra que la solución es otra: la gracia es gratuita y, al
mismo tiempo, eficaz, es decir, capaz de regenerar al hombre hasta hacerlo
verdaderamente bueno y, en consecuencia, capaz de colaborar con la gracia de
Dios en la propia salvación.
Algo similar acontece con la teología de la cruz. En efecto, la cruz pone de
manifiesto la gravedad del pecado humano. Pero al mismo tiempo y antes que nada,
ella es signo del amor de Dios a esta tierra, de la fidelidad de Dios a su
paternidad sobre el hombre. De hecho el Evangelio es Buena Noticia precisamente
porque es predicación del amor de Dios al hombre y, ciertamente, al hombre
después del pecado.
A los 450 años de su muerte, Lutero continúa atrayendo por su enorme fuerza
personal, por el drama interior que es la clave de toda su vida, por la
radicalidad y gravedad de las cuestiones que supo plantear y formular. Estos ya
casi cincos siglos muestran también las graves consecuencias que se siguieron
de su postura y son una llamada al sentido de responsabilidad y a la esperanza
de que con una comprensión cada vez más honda del misterio de la cruz en el
que se revela también la íntima naturaleza de Dios, resplandezca la verdad
completa sobre Dios y sobre el destino humano con toda su fuerza de unir a los
hombres.
____________________
PARA SABER MÁS
R. GARCIA-VILLOSLADA, Martin Lutero II, BAC, Madrid 1973. Esta biografía de
Lutero es una de las más extensas y solventes de las publicadas en España.
Redactada con simpatía hacia la figura del Reformador y en un agradable estilo
literario, consigue presentar unidos los datos de la historia y las características
de su pensamiento.
J. LORTZ, Historia de la Reforma, Madrid 1964.
L. F. MATEO-SECO, Martín Lutero: Sobre la libertad esclava, Madrid 1978.