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El período estudiantil de
Martín Lutero

Por Lluís Pifarré


 

En la dulce y verde comarca de la Turingia alemana, se encuentra la ciudad de Eisenach, que fue el escenario donde el adolescente Martín Lutero en el año 1498, realizó los tres cursos de humanidades en la Georgenschule (con anterioridad había realizado sus estudios primarios en la localidad de Mansfeld, donde su padre Hans trabajaba de encargado de una minería). Estos cursos de humanidades, serían, en cierto modo, el equivalente a los estudios secundarios actuales, antes de acceder a la Universidad.[1] La ciudad de Eisenach es conocida entre otras cosas, porque fue el lugar donde nació el gran compositor J. S. Bach, y por su renombrado castillo de Wartburg, en el que residió en el S. XIII la estimada Santa Isabel de Hungría, esposa del príncipe de Turingia, el futuro rey Luis IV. Precisamente, este castillo, fue el incógnito escondite donde se refugió Lutero, huyendo de la condena dictada en el edicto de la Dieta de Worms, que había sido promulgada por Carlos V. En la actualidad, la visita a este castillo es uno de los obligados recorridos en las visitas turísticas que siguen el itinerario de la ruta luterana.


Finalizado el período estudiantil de Eisenach, el joven Lutero, por decisión de su padre que deseaba que estudiase la carrera de jurista, se trasladó en el verano de 1501 a la vecina ciudad de Erfurt, que por entonces era una de las más florecientes y populosas ciudades alemanas, tanto por sus numerosos conventos y monasterios, como por las diversas Facultades de su Universidad y también por la importancia de sus actividades comerciales[2]. Digamos que el antiguo “Studium General” de Erfurt, fue reconocido con el rango de Universidad en 1379 por el papa Clemente VII, que entonces residía en Avignon, y que estaba enfrentado con el papa romano Urbano VI, en el inicio del cisma de Occidente que perduró durante más 40 años. El cargo de canciller de la Universidad de Erfurt, pertenecía al arzobispado de Maguncia, y hacia la mitad del S. XIV, llegó a ser una de las más conocidas universidades de Germania, principalmente por la cantidad de alumnos matriculados en sus aulas. Fue ya entrado el S. XVI, cuando inició su período de decadencia del que apenas se recuperó.


Una vez llegado a Erfurt, Lutero se matriculó en la Facultad de Artes y Filosofía [3], para recibir los cuatro cursos exigidos, al final de los cuales se obtenía la correspondiente licenciatura. Fue en el año 1505, cuando el estudiante Martín consigue su “licenciatura docendi”. Frente a otras Universidades como las de Colonia, Leipzig o Maguncia en las que se enseñaba las llamadas “vía tomista” o “vía escotista”, en la Facultad de Artes y Filosofía de Erfurt, predominaba por el contrario, la llamada “vía nominalista” que en aquel tiempo ya se la conocía también como “vía moderna”. Esta corriente nominalista, estaba inspirada en la filosofía de Guillermo de Occam, dato que es importante reseñar, puesto que el nominalismo occamista fue la base de la formación filosófica de Lutero y el que modeló en gran parte, su futuro pensamiento teológico.


El más afamado maestro nominalista en la Facultad de Artes, era en aquel momento, el antiguo rector Jacobo Trutvetter, cuya reconocida capacidad especulativa le valió el título de “príncipe de los dialécticos”. Lutero manifestó por él un alto aprecio y siempre lo recordó con solícita reverencia. Otro señalado maestro nominalista era Bartolomé Arnoldi de Usingen, que se refería a su admirado Occam como el “filosophus maximus”. A los partidarios del nominalismo occamista se les conocía en Alemania con el apodo de “terministas” para diferenciarlos de los “albertistas” que eran los seguidores de la filosofía de S. Alberto Magno. En relación a aquellos, Lutero comentará: “En las escuelas superiores, se decían terministas a una secta a la que yo mismo pertenecía. Estos sostienen opiniones contrarias a los tomistas, escotistas y albertistas y se les llama también occamistas [4]. Los biógrafos coinciden en señalar que el estudiante Martín, era de temperamento activo y de carácter abierto, y en los momentos de ocio y esparcimiento le agradaba pasarlos en animadas y ruidosas tertulias con sus compañeros, en algunas de las numerosas cervecerías existentes en la ciudad.


Una de las consecuencias de la formación nominalista de Lutero, fue su repudio de la metafísica, interpretándola como una ciencia basada en conceptos universales y en signos abstractos, que quizá son adecuados en el plano de la especulación lógico-formal, pero que no son válidos para el conocimiento significativo de las realidades concretas y de las conductas humanas, especialmente a las referidas en el plano de la salvación. A partir de esta toma de postura intelectual, que tendrá graves consecuencias en el desarrollo doctrinal de su “reforma”, Lutero manifestará a lo largo de sus escritos teológicos, una concepción de “sospecha”, teñida de pesimismo, respecto de las posibilidades de la razón humana para acceder al conocimiento de las verdades divinas.


Esta persistente actitud de sospecha y rechazo de la razón, la presentará a menudo, como enemiga de la fe, tildándola de “prostituta”: “die Hure Vernunft”, por sus negativas consecuencias en la investigación teológica y por considerar que fomentaba la soberbia humana. Frente a ello, y como buen nominalista, considerará que la intuición (Lutero fue un gran intuicionista, como también lo fue Nietzsche), es la adecuada herramienta cognoscitiva para la investigación teológica y la comprensión de los pasajes bíblicos. Puesto que la razón es inadecuada para acceder a las verdades reveladas, y es por sí misma incapaz de concebir que somos salvos por la fe, Lutero se refugiará como fundamento de certeza, en las propias luces y experiencias interiores que nos da la fe en Cristo, prosiguiendo con ello, el proceso de subjetivización de los fundamentos doctrinales y teológicos del cristianismo, cuya brecha ya había sido abierta por Wicleff, Juan de Huss y algunos autores de la mística alemana.


Otro aspecto fundamental de la filosofía de Occam, que Lutero aprendió de sus maestros efurdienses, es la concepción de la arbitraria y omnipotente voluntad divina, según la cual el bien y el mal moral no se fundan en la intrínseca bondad del acto de ser (y Dios por ser el puro acto de ser, es la pura bondad infinita), sino que los actos humanos son buenos o malos en su validez axiológica, simplemente porque la voluntad de Dios así lo ha determinado, dando así, un giro radical, a los planteamientos clásicos de la ética aristotélico-tomista.


Es conocida en Lutero, su innata capacidad retórica y dialéctica, que se vió reforzada mediante el estudio de obras como el “Organon” aristotélico, o las “Summulae logicales” del lisboeta Pedro Hispano en el S XII (más tarde, fue papa con el nombre de Juan XXI). Esta habilidad argumentativa y retórica de Lutero, se pondrá de manifiesto en las frecuentes disputaciones que se organizaban en la Universidad, habilidad que en el futuro, sabrá aprovechar en sus violentos y viscerales ataques al romano pontífice y a la Iglesia Católica.


A pesar de su desprecio por la metafísica de Aristóteles, es indudable que supo asimilar de forma excelente la obras de la Lógica del estagirita, con lo que no tuvo inconveniente en que fueran leídas en su época de profesor de teología. Por contra, manifestará su rechazo de la ética eudemonista de este filósofo, rechazo que se fue incrementando hasta convertirse en un repudio radical, a pesar de que Aristóteles tenía un general reconocimiento en todas las Universidades, tal como lo expresaba el viejo adagio: “Sine Aristoteles non fit theologus”. En sus futuras actividades académicas, especialmente como profesor en el monasterio de Wittemberg, mostrará su disconformidad de que la ética aristotélica sea enseñada en las facultades teológicas, puesto que consideraba que el pensamiento de Aristóteles era contrario al pensamiento cristiano [5].


Para mejorar el estilo retórico y literario, en la facultad de Artes de Erfurt, se recomendaba a los alumnos la lectura de diversos autores clásicos y poetas latinos. Años después en sus conocidas “Tischreden” o “Charlas de Sobremesa”, Lutero recordando esta época de estudiante, les comentará a sus comensales las obras que leyó de estos autores latinos, como las “Heroidas” de Ovidio, las obras de Virgilio, o las comedias de Plauto y Terencio. Gracias a su poderosa memoria le agradaba declamar numerosos versos latinos que había aprendido en ésta época estudiantil, conservando siempre su estima por las reglas métricas. Esto explicaría su fácil capacidad para componer muchos hexámetros, pentámetros y endecasílabos tanto en lengua latina como en la germánica. También en éste período universitario, tuvo la oportunidad de desarrollar su innata sensibilidad musical, especialmente debida a un percance que tuvo, al tropezar caminando por un sendero y clavarse la daga de su puñal en una pierna, lo que le obligó a permanecer convaleciente durante un largo tiempo, aprovechando esta circunstancia para aprender a pulsar el laúd y conocer mejor la composición musical. Es un hecho conocido, que a lo largo de su “reforma”, compuso varias canciones con finalidades litúrgicas que se hicieron muy populares en Alemania.


Para dar satisfacción a su padre, que como hemos dicho anteriormente quería que su hijo se dedicara a la profesión jurídica, el joven maestro en artes, una vez obtenida su licenciatura, se matriculó en la Facultad de Derecho. De súbito, cuando sólo hacia dos meses que cursaba estos estudios, los interrumpe bruscamente y decide ingresar en el convento agustiniano de Erfurt con el objetivo de vivir vida monástica. ¿Cuáles fueron las causas que le llevaron a romper con sus estudios? Se han barajado diversas respuestas, pero será el mismo Lutero, bastantes años después, el que nos comentará (con sus posibles desfiguraciones) las circunstancias que le impulsaron a tomar esta resolución. Así nos dirá, que hallándose de camino no lejos de Erfurt, quedó tan consternado por efecto de un rayo que cayó cerca de él, que lleno de pavor exclamó: “auxilíame Santa Ana, y seré fraile” (la devoción a Santa Ana era muy popular en Sajonia) “después me arrepentí del voto, pero perseveré, y días antes de San Alejo convidé a unos amigos míos al acto de despedida a fin de que ellos me condujesen al monasterio…, mi padre se enfadó por el voto, más yo perseveré en mi propósito. Jamás pensé en salir del monasterio” [6].


Lutero ya manifestó, desde su ingreso en el convento o “monasterio negro” regido por los frailes agustinos de Erfurt, una fuerte inclinación natural hacia la vida religiosa. Se podría afirmar que el espíritu frailuno se le convirtió en algo connatural, identificado con sus esquemas mentales, con su talante y su personalidad, y este talante o forma de ser, influirá en sus modales, en su forma de expresarse, y en su manera de afrontar las cuestiones y conflictos religiosos a lo largo de su vida, a pesar de que en su “reforma” intentó destruir la vida monástica. Fue precisamente en el “monasterio negro” de Erfurt, el lugar donde tuvo Lutero la posibilidad de leer y conocer con amplitud las Sagradas Escrituras.


Lluis Pifarré



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[1] Según nos cuentan algunos biógrafos de Lutero, como H. Grisar o R. García Villoslada, los estudios humanísticos comprendían asignaturas de Gramática, retórica y poesía, en la que se estudiaban a autores clásicos como Cicerón, Horacio, Ovidio, Plauto, Terencio, Virgilio, etc. y se aprendía el arte de metrificar. Las breves notas que citamos corresponden a las O C de la Edición de Weimar.

[2] Lutero confiesa que al ver esta ciudad por vez primera, le impresionó el ambiente y el dinamismo comercial que se percibía. Sobre los tejados de sus casas destacaban las altas torres de la colegiata gótica de Santa María, considerada como la “catedral de Erfurt”, al que le acompañaban los numerosos campanarios de las múltiples iglesias y conventos.

[3] En el libro de matrículas que se inscribieron en este semestre, se puede leer el nombre de Lutero: Martinus Ludher es Manfsels. La importancia de este libro de matrículas, está en que constituye el primer documento auténtico que se conserva de Lutero.

[4] Tischreden, T.V, p. 653.

[5] “Me acongoja el corazón de que este condenado, orgulloso y pícaro pagano, con sus falaces palabras, haya seducido a tantos cristianos… Dígase otro tanto del peor de sus libros, el de la Ëtica, directamente contrario a la gracia de Dios y a las virtudes cristianas”. Lutero apreciaba más la doctrina moral de Cicerón que los libros éticos de Aristóteles: “Los Officia” de Cicerón dan mucha ventaja a los libros éticos de Aristóteles. Cicerón hombre lleno de preocupaciones y de cargos civiles, se eleva muy por encima de este asno ocioso que es Aristóteles”. No obstante reconoce que los libros de lógica y retórica pueden ser útiles a los estudiantes: “yo permitiría que los libros aristotélicos de lógica, retórica y poética se conservasen, o que, reducidos a forma más breve, se leyesen útilmente, para instruir a los jóvenes a bien hablar y a predicar, pero nada de comentarios” Tischreden, T. V, p. 619.

[6] Werke, T. V. 37, p. 661.