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Le había enseñado a pensar
Por Antonio Orozco
Es curioso cómo se puede llegar a dar solución a
los problemas de muchas maneras aunque a veces nos obstinemos en hacerlo de una
sola complicando su solución.
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel
de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:
Hace,algún tiempo, recibí aviso de un colega. Estaba a punto de poner un cero
a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese
a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.
Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui
elegido yo.
Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre cómo es posible determinar la
altura de un edificio con la ayuda de un barómetro.
El estudiante había respondido: lleva el barómetro a la azotea del edificio y
átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio marca y
mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución
del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente.
Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el
promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su
alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera
ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos
para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de
que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté
si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al
problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas.
Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que le
quedaba escribió la siguiente respuesta: coge el barómetro y lánzalo al suelo
desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronómetro.
Después se aplica la fórmula altura=0,5 por A por T2. Y así obtenemos la
altura del edificio. En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se
podía retirar. Le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me
contara sus otras respuestas a la pregunta.
Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día
soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos
a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple
proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, Ie dije, y ¿de otra manera? Sí, contestó, este es un procedimiento
muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges
el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según
subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número
de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el
número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy
directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado,
puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si
calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad
es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al
descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular
del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula
trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas
desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura
midiendo su periodo de precesión. En fin, concluyó, existen otras muchas
maneras.
Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de
la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un
bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo. En
este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta
convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en
dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos
lugares) evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus
profesores habían intentado enseñarle a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en
1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con
protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un
innovador de la teoría cuántica.
Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de
esta historia es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR.