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Las
raíces de la
doctrina islámica
Por Lluís Pifarré
En contraste con tanta información confusa, el autor, catedrático de Filosofía en Lérida, nos describe de modo claro y riguroso, las raíces doctrinales del Islamismo.
LOS
TIEMPOS PRIMITIVOS: Cuando Mahoma se dirigía en peregrinación a La Meca y
observaba la grosera idolatría que se practicaba en La Caaba rodeada de 361 ídolos,
muchos de ellos importados de países extranjeros, se encendían sus deseos de
una reforma religiosa que recuperase la religión que en los inicios de los
tiempos fue revelada a Adán, y que inculcaba la adoración de un solo Dios, el
creador del universo. “No adoraremos sino al Dios de tus padres, Abraham e
Ismael, el Dios único”[1]. Mahoma afirmaba que esta religión revelada por
Dios en los tiempos primitivos se había corrompido por la idolatría, a pesar
de que una serie de profetas habían sido enviados a lo largo del tiempo, para
animar a vivirla en su pureza originaria. Es el caso de Noé, Abraham y Moisés,
también de Jesús, que intentaron que la verdadera religión volviera a ser
restablecida sobre la faz de la tierra, pero nuevamente había sido viciada por
sus sucesores. Mahoma se consideraba como el último profeta que debía realizar
una nueva y definitiva reforma, dirigida en primer lugar al mundo árabe.
¿Pero como se había llegado a esta decadente situación de idolatría?. Remontándonos
a los orígenes de la civilización árabe, y según la versión de los intérpretes
musulmanes, Arabia fue habitada poco después del Diluvio por los descendientes
de Sem uno de los hijos de Noé, que se fueron agrupando en una multitud de
tribus, muchas de ellas ya desaparecidas, en los vastos y profundos desiertos.
El nombre del territorio de Arabia procede, según los historiadores orientales,
de Yarab, fundador del reino del Yemen y uno de los hijos de Kathan,
descendiente de Sem de la cuarta generación. Al casarse Ismael, el hijo de
Abraham y de Agar la esclava, con la hija de un príncipe del linaje de Kathan,
un hebreo de la extirpe de Abraham, se enraizó hondamente en el tronco árabe.
Ismael tuvo doce hijos, príncipes de sus respectivas tribus, tal como son
nominados en el Génesis, cap XXV, y fueron los progenitores, tanto de los nómadas
y pastores que habitaron la Arabia desértica, llamados “los piratas del
desierto”, como de los árabes que residían en las ciudades y fortalezas. En
estas épocas, los árabes estaban divididos y subdivididos en muchas tribus y
familias, con sus respectivos príncipes o emires, que hacían de patriarcas, y
su poder dependía de la confianza que suscitaban. Sus conflictos eran
frecuentes y vengar a los parientes era un deber de familia, unas deudas de
sangre que en ocasiones quedaban pendientes por varias generaciones. La
necesidad de estar alertas para defender sus ganados y pequeños territorios los
habían familiarizado en el manejo de las armas. El saqueo de las caravanas lo
consideraban como un ejercicio legítimo de su subsistencia, y consideraban a
los hijos del trabajo como una raza inferior, degradada por sedentarios hábitos
y sórdidas costumbres. Tal era el árabe del desierto, en el que se realizaba
el destino de su antecesor Ismael.
Los musulmanes hablan de los “días de la ignorancia” referidas a estos
remotos tiempos, en que las numerosas tribus participaban básicamente de dos
credos extendidos por el mundo oriental: el Sabeo y el Mago, marcando su
decisiva influencia en la degradación y apartamiento de la religión primitiva
revelada a Adán. El Sabeo era el que tenía más adeptos y procede del término
“saba” que en hebreo significa “estrella”, término que se atribuye a
los pastores asirios que observando el firmamento en las bellas noches del
desierto, construyeron una serie de teorías sobre la influencia de las
estrellas en los destinos humanos. En su estado primitivo la fe sabea era pura y
espiritual, sostenía la unidad de Dios, la inmortalidad en una vida futura y el
gobierno de los ángeles. Gradualmente esta religión fue perdiendo su pureza y
simplicidad, y al degradarse en la idolatría, se introdujeron salvajes
supersticiones como los ritos de infanticidio, el adorar los cuerpos celestes
como divinidades, poniendo en su honor templos e imágenes en los bosques, y en
la que cada tribu adoraba su estrella o planeta y tenían sus propios ídolos.
En cuanto a los Magos o adoradores del fuego, tenían su origen en Persia. Sus
doctrinas orales fueron puestas por escrito por Zoroastro en su libro
Zendavesta. De forma parecida a la fe sabea, en su estado primitivo su credo era
simple y espiritual, adorando a un Dios supremo, creador del Universo. Sus ritos
eran rudimentarios y no utilizaban templos ni altares, dirigiendo sus plegaria
al Sol, sede de la divinidad. También con el transcurso del tiempo, fueron
perdiendo el origen divino de sus símbolos, adorando la luz o el fuego como si
fueran divinidades, arrojando a los infieles en sus llamas para que fuera
propicia la divinidad ígnea. A estas sectas se refiere el texto de la Sabiduría
de Salomón: “Necios por naturaleza son todos aquellos hombres en quienes no
se halla la ciencia de Dios, ni, considerando las obras, reconocieron al artífice
de ellas”[2]
LA CIUDAD SANTA DE LA MECA: Fue en abril del 569, en el S. VI de la era
cristiana, cuando nació Mahoma en La Meca. Su abuelo Abd el Motalleb,
descendiente de la tribu de los Koreish y guardián de La Caaba, cuya custodia
era confiada a honorables tribus y familias, tuvo varios hijos, entre ellos a
Abdallah. Éste se casó con Amina y tuvieron a Mahoma como único hijo, ya que
Abdallah murió cuando Mahoma apenas tenía dos meses, dejándole la pobre
herencia de 5 camellos y unas pocas ovejas. Poco tiempo después, Mahoma fue
confiado a su tío Abu Taleb, hermano de Abdallah, que sustituyó a Abd el
Motalleb en la custodia de La Caaba. Es así, que desde su infancia, Mahoma vivió
en un ambiente en donde los ritos y ceremonias de las tribus árabes se
observaban de forma estricta. A pesar de su natural inteligencia, su educación
fue tan descuidada como la de cualquier niño de aquella época, pues no se le
enseñó ni a leer ni a escribir. No obstante, la afluencia de peregrinos en La
Meca le permitía informarse de toda clase de costumbres y tradiciones del mundo
nómada.
Respecto al origen de La Caaba, la tradición islámica nos narra, que cuando
los primeros padres fueron expulsados del paraíso, Adán cayó en la isla de
Serendib, y Eva cayó cerca del mar Rojo. Después de 200 años y en consideración
a su penitencia se les permitió reunirse en el monte Arafat, cerca de La Meca.
Adán, lleno de arrepentimiento imploró a Dios que para poder adorarle, le
diera un templo semejante al que había en el paraíso, alrededor del cual los
ángeles en procesión daban siete vueltas. Su petición fue escuchada, y un
templo formado por nubes, fue bajado por manos de ángeles. Allí acudía Adán
para realizar sus plegarias, y cuando murió el tabernáculo de nubes desapareció.
Su hijo Set construyó otro templo, esta vez con piedra y arcilla, pero fue
arrasado por el Diluvio. Fue Ismael, quien ayudado por su padre Abraham,
construyó de nuevo La Caaba, en el mismo lugar donde había estado el templo
formado por nubes celestiales.
La Meca ya era por tanto, una ciudad santa mucho antes de la aparición de la fe
mahometana, siendo el punto de cita de los peregrinos procedentes de todas las
regiones de Arabia. Sus ritos eran parecidos a los realizados en la actualidad,
pues se daban siete vueltas alrededor de La Caaba, se besaba la piedra negra
incrustada en un ángulo exterior del santuario, y después los peregrinos hacían
sus abluciones en torno al sagrado pozo de ZemZem que, según la tradición, un
ángel reveló a Agar e Isamel cuando estaban a punto de morir de sed.
Realizados estos ritos regresaban a sus lugares de procedencia.
RAICES DOCTRINALES DEL ISLAMISMO: Era Mahoma todavía un niño de 12 años,
cuando empezó a acompañar a su tío Abu Taleb en las caravanas que desde muy
antiguo realizaban sus tráficos comerciales con Siria, Yemen y otros lugares de
Arabia. Seguían rutas en las que debían atravesar regiones llenas de fábulas
y leyendas, en la que la fértil imaginación de los árabes habían pintado con
prodigiosos acontecimientos ocurridos en épocas pasadas, y poblando de
numerosos genios buenos y malos la soledad de los vastos desiertos[3]. El joven
Mahoma bebía de estas leyendas que por la noche, a la luz del fuego, se
contaban las caravanas, y que para siempre quedaron grabadas en su memoria.
Cuando llegaban al importante mercado de Bássora en los confines de Siria,
antigua ciudad de los Levitas, Mahoma, siendo todavía un adolescente,
aprovechaba la oportunidad para visitar un convento de monjes nestorianos, y
conversar con dos de ellos, llamados Sergio y Bahira. Estos dos monjes, al
comprobar su talento y su capacidad de asimilación, le instruyeron en el
conocimiento de las Sagradas Escrituras.
En el transcurso de estos años, Mahoma seguía dedicado a la vida comercial
acompañando a su tío en las diversas expediciones, lo que le permitía acudir
a las ferias, y a los celebrados torneos poéticos entre diferentes tribus,
ampliando merced a ello, los conocimientos de las costumbres, caracteres y
problemas de esos dispersos grupos humanos. Esta acumulación de información la
aprovechará más adelante para sus reflexiones religiosas. Cuando tenía 25 años,
se casó con Cadijah, su primera esposa, de las más de veinte que tuvo. Cadijah
tenía entonces 40 años, y era la viuda de un rico comerciante de caravanas, en
las que Mahoma ejercía el cargo de administrador y agente comercial. A pesar de
que Mahoma continuó dedicado al comercio de las caravanas, progresivamente se
fue eximiendo de su trabajo para dedicarse a la especulación y meditaciones
religiosas, y en la medida que fueron más intensas se hicieron incompatibles
con sus ocupaciones ordinarias. Ello le llevó, ya cumplidos los 40 años, a
apartarse de los demás, buscando la soledad en una caverna del monte Hara en
las afueras de La Meca. En esta vida de anacoreta, especialmente en el Ramadán,
se sentía arrebatado por una serie de sueños. éxtasis y tránsitos que
incluso le hacían perder la conciencia. Cuentan los escritores musulmanes que
en uno de estos tránsitos, se le aparecíó durante una apacible noche,
denominada Al Kadar por los árabes, el ángel Gabriel que le reveló en un
manto extendido, los primeros decretos del Corán.
¿Que influencias recibió Mahoma en la confección de su doctrina islámica,
que alimentaron durante largo tiempo sus meditaciones religiosas, y que
paulatinamente fue plasmando en el Corán?. Junto a las numerosas leyendas y
tradiciones de los pueblos árabes interpretadas desde sus concepciones
religiosas, que el Profeta hábilmente supo asimilar para su nueva fe, recibió
también la influencia de las tradiciones judías escritas en la Torá, y en
especial las sentencias jurídicas del Talmud. Hay que tener en cuenta que desde
épocas lejanas el judaísmo se había introducido en Arabia, y muchos de sus
ritos, ceremonias y tradiciones se integraron en las costumbres del país.
Posteriormente, y en los inicios de la era cristiana, una nueva oleada de judíos
se refugiaron en Arabia, huyendo de los ejércitos romanos que arrasaron
Palestina y Jerusalén. Estos grupos judíos, adquirieron fértiles tierras, y
se mezclaron con las tribus y los habitantes de las ciudades. Otra importante
fuente de su conocimiento de la Biblia, procedía de un primo de su mujer,
llamado Waraka, que fue su mentor y oráculo en los inicios de sus éxtasis y
meditaciones, confirmándole en la veracidad de sus revelaciones. Waraka,
aficionado a la astrología y a las lenguas, y que había profesado la fe judía
y después la cristiana, fue el primero que tradujo al árabe algunas partes del
Antiguo y del Nuevo Testamento
También el cristianismo penetró en diversas comarcas árabes. S. Pablo escribe
en Gálatas, que después de predicar a los gentiles “se fue a Arabia”[4].
No obstante, en el S. III, debido a las disensiones internas de la Iglesia
Oriental, los diversos y prometedores grupos cristianos existentes en varios
rincones y ciudades de Arabia, quedaron fragmentados en diversas sectas. Mahoma
tuvo la posibilidad de obtener una amplia información del cristianismo a través
de esta diversidad de sectas, especialmente la que recibió a través de los
monjes nestorianos, a los que nos hemos referido con anterioridad.
Haciendo un resumida clasificación de las influencias básicas en la doctrina
del islamismo, se pueden destacar tres fuentes principales:
a).- La influencia de las tradiciones, leyendas y costumbres, procedentes de las
antiguas religiones, de los llamados “días de la ignorancia”, ya que antes
de la promulgación de la fe musulmana, los árabes ya hacían sus ayunos y
plegarias, rezaban tres veces al día en dirección a La Caaba. y realizaban
anualmente sus peregrinaciones. Estas tradiciones se fueron trasmitiendo a través
de las diversas generaciones, que Mahoma supo recoger, con algunas
modificaciones, en sus aleyas distribuidas por los distintos capítulos o azoras
del Corán.
b).- La influencia de la Torá o ley mosaica, especialmente el de las bellas
tradiciones referentes a los salmos, a los ángeles y a los profetas[5]. También
tuvo una notable influencia en la doctrina islámica, todo el conjunto de leyes
escritas en la codificación jurídica del Talmud, como es el caso de diversas
sentencias relativas al matrimonio, al divorcio y la herencia; las relativas a
la legislación civil y criminal, a las que hacen alusión a los sacrificios y
rituales, etc. que son recogidas en el Corán y en la Sunna. Debido a estas
influencias, muchos árabes que conocían la doctrina islámica a través de los
judíos, quedaban sorprendidos por las semejanzas de sus doctrinas, incluso
algunos pensaron que Mahoma podía ser el Mesías prometido, y esto les animaba
a convertirse a su fe. No obstante, y a partir de su época de Medina, viendo
Mahoma que los judíos no aceptaban su fe y que algunos se burlaban de sus
doctrinas, aplicó duras persecuciones contra ellos.
c).- La influencia de las Sagradas Escrituras que conoció, tanto por las
traducciones que se hicieron al árabe, como por su relación con sectas
cristianas que habitaban en algunas ciudades de Arabia. A lo largo de todo el
Corán, aparecen distribuidas todo un conjunto de aleyas, en las que aparecen
numerosas referencias a las obras de misericordia, a la limosna, a los ayunos,
al perdón, las bienaventuranzas, el amor a los fieles, etc. que en ocasiones
presentan notables semejanzas con los pasajes Evangélicos[6]
El frecuente trato con los monjes nestorianos, como ya hemos apuntado, fue un
factor decisivo de su conocimiento del cristianismo. Recordemos que el
nestorianismo surgido en el S. V., debe su nombre a Nestor, que fue monje de
Antioquía y después Obispo de Constantinopla. Sus doctrinas fueron condenadas
en el Concilio de Efeso. Sostienen que hay dos personas en el Verbo encarnado,
una divina y otra humana, y a consecuencia de ello, consideraban a la Virgen, no
como madre de Dios, theotokos, si no sólo como madre de Cristo hombre,
christotokos. Por otra parte eran radicales en su rechazo de todo tipo de imágenes
y de su exhibición, incluso la cruz estaba sometida en ocasiones a estas
prohibiciones. Esta prohibición sobre las imágenes, también es algo característico
de la fe islámica.
LA ESPADA COMO INSTRUMENTO DE LA FE: Aunque suponga dejar el hilo conductor de
estas reflexiones, no podemos dejar de aludir brevemente el radical giro que
dioMahoma en sus métodos de proselitismo al trasladarse a la fértil ciudad de
Medina, su nueva y amada ciudad, donde morirá y será enterrado en su gran
mezquita. Recordemos que desde los inicios de su predicación, Mahoma estuvo
sometido a una dura y violenta persecución, principalmente por parte de sus
parientes koreishitas. Llegó un momento, especialmente al morir su protector
Abu Taleb, en la que su vida corría un constante peligro, y la situación se
hizo tan insoportable que no le quedó más remedio que huir, para buscar
refugio en Medina, acompañado de sus más cercanos seguidores. Esta huida o
gran Hégira, es considerada como una fecha histórica por los musulmanes.
Cuando llevaba tres años residiendo en esta ciudad, sus seguidores habían
logrado importantes victorias, también algunas derrotas, en diversas batallas
contra sus enemigos[7]. Inesperadamente se encuentra, a causa de los nuevos
convertidos de las tribus del desierto y de los fugitivos de La Meca que se
incorporaron a sus filas, con un poderoso ejército con ganas de batallar y
conseguir ricos botines. Mahoma se convierte así, no sólo en el jefe religioso
de la nueva fe, sino también en su jefe político y social. Su celo religioso
se mezcla con las pasiones humanas, y los resentimientos de venganza contra sus
fieros enemigos que le había repudiado de su país natal, se despiertan con su
subida al poder. El Profeta de Alá, se persuade de que esta fuerza militar
puesta en sus manos es un poderoso instrumento para la expansión de la fe, que
debe utilizar por mandato divino.
Tal es el talante del manifiesto público que proclama en esta época y que
cambió el rumbo y el destino de la nueva fe que predicaba, convirtiendo al
islamismo de una religión de mansedumbre i filantropía, en una religión de la
violencia y la espada. Y es que Mahoma, en esta fase de su últimos diez años
de existencia en Medina, llegó al convencimiento, ante el odio de sus enemigos
y los grandes dificultades que encontraba para extender su doctrina por todos
los rincones de Arabia, que sólo se podría lograr por la fuerza de las armas:
“la espada, afirmará, es la clave del cielo y del infierno”. Estas
doctrinas eran gratas a los árabes pues encajaban con sus costumbres
devastadoras como piratas del desierto. Por esto, después de promulgar la
religión de la espada, afluyeron multitudes que se pusieron bajo la bandera de
su ejército. “Diferentes profetas, dirá Mahoma, han sido enviados por Dios
para ilustrar sus diferentes atributos: Moisés su clemencia y providencia;
Salomón su sabiduría, majestad y gloria; Jesucristo su rectitud, omnisciencia
y poder. Sin embargo, ninguno de estos atributos han sido suficientes para
imponer la convicción, y aún los milagros de Jesús y de Moisés han sido
tratados con incredulidad. Por esto yo, el último de los profetas, soy enviado
por la espada. No entren aquellos que promulgan mi fe en argumentos ni discusión,
pero den muerte a todo el que rehuse obediencia a la ley. Quienquiera que luche
por la verdadera fe, recibirá gloriosa recompensa”.
Estos planteamientos de estrategia expansionista, han gravitado frecuentemente
en los procedimientos y métodos que el islamismo ha utilizado a lo largo de su
historia, con el añadido de que la confusa mezcla existente en sus doctrinas;
entre lo religioso y lo político, entre el plano de la realidades
sobrenaturales y el plano de las actividades humanas, entre la verdad revelada y
el ámbito de lo opinable sujeto a la temporalidad, es indudable que presenta un
complejo y difícil reto para el conjunto de los países islámicos en su
adaptación social y democrática que demandan los tiempos actuales[8]. Pero
todo ello no es óbice, para establecer las vías de diálogo y de relación
fraterna posibles, que permitan una mayor comprensión, y un mutuo
reconocimiento entre el islamismo y la religión cristiana. En última
instancia, quizá es más lo que nos une, que lo que realmente nos separa.
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[1] El Corán: Azora II, aleya 127
[2] Sabiduría, XIII, 1
[3] El Corán dedica 28 aleyas a estos genios del desierto en la Azora LXXII,
titulada “Los Genios”.
[4] Gálatas, I, 17.
[5] En diferentes Azoras habla de los ángeles y los profetas. La Azora LXXI está
dedicada a Noé, la XIV a Abraham. En la Azora XXI, dedica las 112 aleyas a los
diferentes profetas y patriarcas: Noé, Abraham, Loth, Moisés, Isaac, David,
Salomón, etc.
[6] En la Azora XIX, titulado Maryem (María) dedica parte de ella a comentar el
nacimiento del profeta Isa (Jesús) por medio de María.
[7] Su primera gran victoria contra sus enemigos koreishitas fue en la batalla
de Beder, aunque después sufrió una dura derrota en la batalla de Ohod. Otras
famosas batallas son las del Foso, la de Muta, Honein, etc.
[8] El paradigma de esta concepción teocrática se expresa en la figura del
Ayatholá, al unir en una sola persona el cargo de jefe espiritual y político.
Es la versión invertida de los emperadores paganos de la antigüedad, que eran
simultáneamente reyes y dioses del templo. Desde una perspectiva histórica, se
puede decir, sin jactancia, que Jesucristo ha sido la persona que más
claramente ha deslindado el plano de lo sobrenatural y el plano de lo humano.
Ver: Mt, 22, 17-22, Jn, 18, 36, Lc, 12, 13-15.