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La
parábola del racionalista
Un
fragmento de La esfera y la cruz, I
de G. K. Chesterton
-Una
vez conocí a un hombre como usted. Lucifer -dijo articulando con lentitud y
monotonía desesperantes-. Opinaba también...
-¡¡No existe otro hombre como yo!!- gritó Lucifer con tal violencia que
estremeció la nave.
-Como iba diciendo -continuó Miguel-, ese hombre opinaba también que el símbolo
del cristianismo era un símbolo de barbarie y de sinrazón. Su historia es un
tanto divertida. Viene a ser también una alegoría perfecta de lo qué les
ocurre a los racionalistas como usted. Comenzó: por supuesto, negándose a
tolerar un crucifijo en su casa, ni siquiera pintado, ni pendiente del cuello de
su mujer. Decía, igual que usted, que era una forma arbitraria y fantástica,
una monstruosidad, amada por .ser paradójica. Después fue haciéndose cada vez
más violento y ..excéntrico; quería derribar las cruces de los caminos,
porque vivía en un país católico romano. Finalmente, en un acceso de furor
trepó al campanario de la iglesia parroquial y arrancó la cruz, blandiéndola
en el aire, y profiriendo atroces soliloquios, allá en lo alto, bajo las
estrellas. Una tarde, todavía en verano, cuando se encaminaba a su casa por un
caminito vallado, el demonio de su locura vino sobre él con esa violencia y
demudación tan fuertes que trastruecan el mundo. Se había detenido un momento,
fumando, delante de una empalizada interminable, cuando sus ojos se abrieron.
Ninguna luz brillaba, no se movía una hoja, pero él vio, como en una mutación
súbita del contorno, que la empalizada era un ejército innumerable de cruces
ligadas unas a otras, de la colina al valle. Enarboló el garrote y se fue
contra ellas, como contra un ejército. Y milla tras milla, en todo el camino
hasta su casa, fue rompiéndolas y derribándolas. Porque aborrecía la cruz y
cada empalizada era una pared de cruces. Cuando llegó a su casa estaba
completamente loco. Se dejó caer en una silla, y luego se alzó de ella porque
los travesaños del maderamen repetían la imagen, insufrible. Se arrojó en una
cama, lo que sirvió para recordarle que la cama, igual que todas las cosas
labradas por el hombre, correspondía al diseño maldito. Rompió los muebles,
porque estaban hechos de cruces. Pegó fuego a la casa, porque estaba hecha de
cruces. En el río lo encontraron.
Lucifer le miraba mordiéndose un labio.
-¿Es verdad esa historia? -preguntó.
-¡Oh, no! -dijo Miguel vivamente-. Es una parábola. Es la parábola de todos
los racionalistas como usted. Empiezan ustedes rompiendo la cruz, y concluyen
destrozando el mundo habitable. Les dejamos a ustedes diciendo que nadie debe ir
a la iglesia contra su voluntad: Cuando les encontremos de nuevo estarán
ustedes diciendo que nadie tiene la menor voluntad de ir a ella. Les dejamos a
ustedes diciendo que no existe el lugar llamado Edén. Les encontramos diciendo
que no existe el lugar llamado Irlanda. Parten ustedes odiando lo racional y
llegan a odiarlo todo, porque todo es irracional, y...