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La Eucaristía, 
corazón de la misión de la Iglesia

Enrique Benavent (Almudí, abril 2000)



1. La misión de la Iglesia

Actualmente estamos viviendo en la Iglesia una crisis en lo que se refiere a la valoración de la Eucaristía por parte de muchos cristianos. Este fenómeno es la manifestación externa de algo más profundo: de una inadecuada comprensión de la misión de la Iglesia. Una reflexión sobre el lugar que ocupa la Eucaristía en la misión eclesial debe comenzar por algunas consideraciones sobre cómo debe entenderse la misión de la Iglesia de cara al mundo: ¿En qué consiste? ¿Cuál es su contenido? En los documentos del Concilio Vaticano II encontramos distintas afirmaciones que van a orientar nuestra reflexión. Si nos acercamos a los documentos conciliares descubrimos que podemos considerar la misión de la Iglesia desde una doble perspectiva:

a) Desde el origen trinitario de la Iglesia

La Iglesia nace del proyecto de salvación del Padre que se ha llevado a cabo en la misión del Hijo y en la misión del Espíritu Santo (LG 1-4). Su misión tiene su origen y se entiende como una prolongación de las misiones del Hijo y del Espíritu según el plan de Dios Padre (AG 2). Este origen trinitario de la Iglesia nos ayuda a comprender cuál es el propósito divino sobre el mundo y, por ello, a determinar el contenido de su misión.

--El proyecto original del Padre consiste en elevar a los hombres a la participación de la vida divina (LG 2) y, por tanto, a la plena comunión de vida con Él. Pero Dios no quiso realizar este proyecto salvando a los hombres aislada e individualmente, sino que quiso hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa (LG 9). Contemplada desde el proyecto del Padre, la misión de la Iglesia consiste en que la familia humana se transforme en familia de Dios (GS 32, 40, 92) y, por tanto, en llevar a los hombres a la comunión con Dios y a la unidad entre sí (LG 1).

--La misión del Hijo de Dios consistió en inaugurar en la tierra el reino de los cielos, revelarnos su misterio y redimirnos con su obediencia (LG 3). Este Reino se manifiesta en las palabras, en las obras y en la persona misma de Cristo (LG 5). La misión de la Iglesia, cuya fundación está unida al anuncio de la llegada del Reino de Dios, consiste en establecer en todos los pueblos este Reino de Cristo y de Dios (LG 5).

--El Espíritu Santo fue enviado el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia (LG 4). Por el Espíritu, que habita en ella y en el corazón de los fieles como en un templo (LG 4), la Iglesia posee la totalidad de los medios y de los bienes de santificación (UR 3). La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres y de todo el mundo (LG 31).

b) Desde la apertura de la Iglesia al mundo

La Iglesia está necesariamente orientada hacia el mundo, porque Cristo no ha muerto por unos elegidos, sino que ha derramado su sangre por todos los hombres. Ello implica que Cristo no ha venido para salvar a la Iglesia, sino para salvar al mundo (1).

La Iglesia es el signo y el instrumento de esa salvación. Si Cristo hubiera muerto sólo por unos elegidos y la salvación estuviera restringida sólo al ámbito de la Iglesia, ésta sería una secta y el concepto de misión no tendría cabida. La misión es esencial a la Iglesia por el lugar que ella ocupa entre Dios y el mundo. Considerada desde su orientación al mundo, la misión de la Iglesia consiste en que este mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación (GS 2).

 

2. Inseparabilidad entre ser y misión

Del mismo modo que en Cristo no podía haber separación entre su persona y su misión, tampoco en la vida de la Iglesia puede haber una disociación entre lo que ella es y lo que está llamada a hacer. La Iglesia es y está llamada a ser en su vida un signo del mundo transformado según el proyecto o el designio de Dios.

Si la misión de la Iglesia consiste en que la familia humana se transforme en familia de Dios, esto no es sólo el contenido de lo que la Iglesia tiene que hacer, sino que nos revela su identidad más profunda: ella es ya familia de Dios, familia de los Hijos de Dios (LG 6, 28, 32, 51; PO 6; GS 40, 42) y, por ello, sacramento (signo e instrumento) de la unión de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1).

Si la Iglesia tiene como tarea establecer el Reino de Dios que comenzó en la persona, en las palabras y en las acciones de Jesús es porque ella es germen y comienzo de este Reino en la tierra (LG 5), es el Reino de Dios ya presente "in mysterio" (LG 3) (2).

Por ello el Concilio no separa Iglesia y Reino, sino que nos enseña que la fundación de la Iglesia por Cristo coincide con el anuncio de la llegada del Reino de Dios (LG 5).

Si la misión de la Iglesia es ser portadora de santificación para el mundo, la misma Iglesia, por la entrega de Cristo, que la unió a su Cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo, es indefectiblemente santa (LG 39), con una santidad verdadera aunque todavía imperfecta (LG 48). Los abundantes frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en ella (LG 39) son signos de esta santidad que la Iglesia posee.

Esta inseparabilidad que se da en la Iglesia entre su ser y su misión tiene una consecuencia que la Iglesia no puede olvidar si quiere cumplir con fidelidad e íntegramente el mandato recibido de Cristo: en el ejercicio de su misión, la Iglesia no puede perder su propia identidad (3).

En la medida en que renuncie a su identidad estará siendo infiel a su misión. El mantenerse en su propio ser es parte de su misión.

 

3. Rasgos de la misión de la Iglesia

Desde esta visión que el Concilio Vaticano II nos ofrece de la misión de la Iglesia se deducen algunos rasgos que la caracterizan:

a) La fidelidad de la Iglesia a su misión y la integridad de la misma implica que el anuncio de Cristo no es un elemento secundario o accidental, sino que es el elemento central de la tarea de la Iglesia: "La misión de la Iglesia consiste en anunciar y enseñar auténticamente la verdad que es Cristo" (DH 14). Además, la misión de hacer de la familia humana familia de Dios, de establecer el Reino de Dios y realizar la obra de la santificación es una tarea que sólo en unión con Cristo la puede realizar la Iglesia, porque no es una tarea puramente humana. Sólo si la Iglesia tiene presente que lo mejor que ella puede ofrecer al mundo es a Cristo, en quien el hombre alcanza su plenitud, desempeñará su misión en toda su integridad. Sólo desde Cristo, por cuyo misterio pascual se purifica toda la actividad humana (GS 38) puede la Iglesia realizar su misión sin ningún reduccionismo. Sólo porque Cristo sigue actuando en la Iglesia por medio de su Espíritu puede la Iglesia mantenerse fiel a una misión que trasciende toda capacidad humana.

b) Hemos dicho que el contenido de la misión de la Iglesia se ilumina desde su origen trinitario y desde su apertura al mundo y a todas las realidades humanas (GS 1: "no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón"), realidades que la Iglesia quiere iluminar desde el fin trascendente al que Dios llama al hombre. Esto implica que en la misión de la Iglesia no puede haber dualismos o separaciones: ni puede reducirse a una misión puramente humana, entendiéndola en un sentido inmanente, ni puede convertirse en una misión estrictamente religiosa, entendiendo lo religioso como algo desconectado de lo humano. La misión de la Iglesia "es religiosa y, por lo mismo, plenamente humana" (GS 11 y 42). Una reducción humanista de la misión de la Iglesia le llevaría a una pérdida de la propia identidad. Una forma de entender el carácter religioso de la misión de la Iglesia que la desvinculara de lo humano no respondería adecuadamente al proyecto de Dios de salvar al mundo. Este entrelazamiento de lo humano y de lo religioso en la misión de la Iglesia nos permite entenderla también como una consagración del mundo.

c) El modo de realizar la misión no se puede separar del contenido de la misma. El evangelio sólo se puede anunciar evangélicamente (4).

La Iglesia está llamada a realizar su misión por caminos evangélicos, a vivirla como un servicio a nuestro mundo (5). La inseparabilidad entre el contenido del Evangelio y el modo de anunciarlo es tan fuerte como la que se da en la Iglesia entre su ser y su misión.

 

4. La Eucaristía, corazón de la misión eclesial

Después de haber recordado los aspectos principales de la doctrina del Concilio Vaticano II sobre cómo debe entender la Iglesia su propia misión en medio del mundo, vamos ahora a recordar brevemente algunos principios que nos permiten captar la importancia que la Eucaristía tiene en la misión de la Iglesia. Al afirmar que la Eucaristía es el corazón de la misión queremos recalcar el carácter central y absolutamente necesario de este sacramento en la vida de la Iglesia. Cristo ha enviado a su Iglesia al mundo provista de la Palabra y el Sacramento. Entre los sacramentos, la Eucaristía ocupa el lugar central. Es una convicción que recorre los documentos del Vaticano II: el Concilio enseña que toda la vida cristiana y toda la acción evangelizadora de la Iglesia tiene su fuente y su cima en la celebración de la Eucaristía (LG 11; PO 5), que la Iglesia vive y crece por la Eucaristía (LG 26), que la celebración de la Eucaristía es fuente de vida para ella (UR 15), por lo que éste es el sacramento alrededor del cual ella se va edificando (PO 6). ¿Por qué esta centralidad de la Eucaristía en la vida y en la misión de la Iglesia?

Vamos a apuntar algunas razones:

a) Hemos indicado que, dada la inseparabilidad entre el ser y la misión de la Iglesia, ésta no puede renunciar a su identidad en su acción en medio del mundo. Es en la Eucaristía donde la Iglesia se encuentra a sí misma, donde ella descubre su verdadera identidad como Cuerpo de Cristo. La verdadera naturaleza de la Iglesia, afirma el Concilio Vaticano II, se expresa en la Eucaristía (SC 2). Sólo una Iglesia que se renueva en su propia identidad a partir de la celebración de la Eucaristía puede ser fiel a su misión.

Ya nos hemos referido al fenómeno de desafección hacia la Eucaristía que actualmente estamos viviendo en amplios sectores de la Iglesia. Muchos cristianos han abandonado la celebración de la Eucaristía o piensan que no es algo esencial para su vida cristiana. Este abandono de la Eucaristía no es sólo un problema pastoral al que hay que responder con técnicas de carácter pedagógico. Creo que constituye un signo de una preocupante pérdida de identidad eclesial. Si la Iglesia, más allá de una institución humana, es familia de Dios, es el Reino de Dios presente en misterio o es la presencia en medio del mundo de la gracia victoriosa de Cristo que Dios continúa ofreciendo a los hombres por la acción del Espíritu que habita en ella (LG 4), es por su vinculación a Cristo, a quien la Iglesia está unida como los sarmientos a la vid y quien, por el don de su Espíritu, la edifica como Cuerpo suyo (6). La Iglesia únicamente en Cristo encuentra su propia identidad y su propio ser.

Esta identidad cristológica de la Iglesia no se ha valorado suficientemente en la eclesiología del postconcilio, caracterizada por el abandono de la imagen eclesiológica neotestamentaria del Cuerpo de Cristo y por la convicción frecuentemente extendida de que la Iglesia no tiene su origen en la voluntad de Cristo, sino que sería una creación postpascual del Espíritu Santo (7). Esta pérdida de la referencia cristológica no es un fenómeno sin consecuencias para la vida de la Iglesia y para la auténtica comprensión que ella debe tener de sí misma: es un fenómeno teológico que ha sido acompañada por una desvalorización de los elementos configuradores de la identidad eclesial.

En la Eucaristía la Iglesia encuentra su verdadera identidad, porque a partir de ella la Iglesia crece como Cuerpo de Cristo, y es en esta vinculación a Cristo donde la Iglesia se edifica como familia de Dios, como germen del Reino y como sacramento de salvación. Es en la Eucaristía donde la Iglesia se descubre a sí misma como una realidad "a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles..., de modo que en ella lo humano está ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible..." (SC 2).

b) La desafección en relación con la Eucaristía que se vive en muchos ambientes cristianos es también signo de una crisis lo que respecta a la comprensión de la misión de la Iglesia y a la valoración de los elementos que la integran. En nuestra sociedad la Iglesia es valorada fundamentalmente por sus tareas de carácter humanitario. Éstas justificarían la conveniencia de existencia de la Iglesia para nuestra sociedad. El anuncio de Cristo quedaría en un segundo plano y sería algo secundario. Pero la misión de la Iglesia es inseparable de la persona de Cristo. Lo mejor que ella puede ofrecer a nuestro mundo es al mismo Cristo. El llevar a los hombres al conocimiento de Cristo mediante el anuncio del Evangelio y la celebración de los sacramentos no puede ser considerado algo secundario o accidental en la misión de la Iglesia, porque en la medida en que el Evangelio sea aceptado en el corazón y Cristo sea conocido y amado por los hombres, nuestro mundo será cada vez más un mundo digno del hombre. No es indiferente para que nuestro mundo sea cada vez más justo el que Cristo sea conocido y amado.

Es en el sacramento eucarístico donde la Iglesia aprende a conocer y a amar a Jesucristo: "En la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: Cristo, nuestra Pascua" (PO 5). Todo el bien espiritual del que la Iglesia se nutre (8) y que ella puede y debe ofrecer a nuestro mundo lo encuentra en el sacramento eucarístico.

El abandono de la Eucaristía es manifestación de una forma de comprender la misión de la Iglesia, según la cual el llevar a los hombres al conocimiento de Cristo sería un aspecto secundario y marginal en la tarea que la Iglesia está llamada a realizar en medio de nuestro mundo.

c) La misión de la Iglesia es hacer de la familia humana familia de Dios. En otras palabras, es llevar a los hombres a la plena comunión con Dios y a la comunión entre ellos (LG 1). La Iglesia está llamada a ser, en medio de nuestro mundo, familia de Dios, familia de los hijos de Dios y misterio de comunión a imagen de la Trinidad que es origen, forma y meta de la Iglesia (9).

Comunión y misión son, por tanto, dos aspectos inseparables en la vida de la Iglesia. Y esto no sólo porque la comunión es una condición para que la Iglesia pueda realizar su misión mejor y con más credibilidad, sino porque la misión de la Iglesia no es otra que la realización de la comunión (10). Sólo cuando la Iglesia vive la comunión está realizando su misión. La "communio" de la Iglesia es "un sacramento para el mundo" (11).

La comunión y la unidad, que no son sólo un rasgo de la vida interna de la Iglesia, sino que es el contenido de su misión, se construye alrededor de la Eucaristía, porque el centro de la unidad de la Iglesia y del cosmos es Cristo. Es en la celebración de la Eucaristía donde los cristianos nos unimos con Cristo y entre nosotros (12). Es esta comunión de vida, de amor y de unidad (LG 9) que la Eucaristía crea con Cristo y entre los cristianos lo que hace de la Iglesia un "germen de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano" (LG 9), un "sacramento visible de esa unidad que nos salva" (LG 9). La eclesiología de comunión, si es auténtica, desemboca en una eclesiología eucarística. La Iglesia, contemplada a la luz de la Eucaristía, descubre que la comunión y la unidad es algo esencial para su vida.

Esto tiene consecuencias para vivir en la Iglesia: San Agustín, en uno de sus sermones pascuales a los recién bautizados, hablando de la Eucaristía les dice: "En este pan se os indica cómo debéis amar la unidad" (13). En la situación de pluralismo ideológico y social en que nos encontramos, que muchas veces imposibilita un lenguaje común para que los hombres puedan entenderse entre sí, y que muchas veces se ha trasladado al interior de la vida eclesial, la Eucaristía nos recuerda que en la vida de la Iglesia lo más importante no es el pluralismo, sino la unidad. La meta de la vida eclesial es la unidad y la comunión en el amor.

d) La Iglesia está para la edificación del Reino. El Reino de Dios comienza a ser realidad cuando Cristo realiza con su obediencia la obra de nuestra redención (LG 3). Por ello, no debe ser confundido simplemente con el progreso temporal (GS 39). En su plena consumación coincide con la humanidad redimida. La misión que la Iglesia ha recibido de propagar el Reino de Dios consiste en trabajar para que todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora y el mundo se oriente, de este modo, hacia Cristo (AA 2). Esta tarea es, por tanto, una auténtica consagración del mundo y supera toda capacidad humana. Quien redime y salva al mundo es Cristo en su Pascua. Por ello, toda la actividad humana debe purificarse por el Misterio Pascual de Cristo (GS 38), en el que se consumó la obra de nuestra redención.

Esta unión de la actividad humana al misterio pascual y a la obra redentora de Cristo, acontece en el sacrificio eucarístico, pues cada vez que se celebra este sacrificio se realiza la obra de nuestra redención (SC 2). Es en el misterio Eucarístico donde se purifica toda la actividad humana. Desde la Eucaristía, el Reino de Dios va siendo realidad que estando misteriosamente presente en medio de nuestro mundo, se consumará cuando venga el Señor (GS 39).

e) La Iglesia está para la santificación del mundo. Ella no es sólo una simple institución humana, sino que es portadora de la gracia victoriosa de Cristo para el mundo. La santidad y la gracia es el máximo don que la Iglesia recibe de Cristo por la acción incesante y siempre nueva del Espíritu Santo. Por ello, el Papa Pablo VI, en el Credo del Pueblo de Dios afirmó que la Iglesia no goza de otra vida que la vida de la gracia.

El Concilio Vaticano II afirma que desde la Eucaristía "mana hacia nosotros, como de una fuente, la gracia" (SC 10). Es en este sentido cómo hay que entender otra afirmación del Concilio: la Iglesia "vive y crece" por la Eucaristía (LG 26). La Iglesia vive y crece por la santidad de sus miembros. No es sólo la vida y el crecimiento exterior, sino la vida de la gracia lo que hace crecer a la Iglesia. Ella crece desde el interior hacia el exterior (14). Santificada la Iglesia con la gracia de Cristo que ella recibe en el sacramento Eucarístico, puede ser el signo y el instrumento de la santificación del mundo.

f) En la Eucaristía la Iglesia aprende a realizar su misión por caminos evangélicos. Ya hemos indicado que la Iglesia sólo puede realizar su misión como un servicio de amor al mundo. Cristo, en la última cena, además de instituir el sacramento de la Eucaristía, lavó los pies de sus discípulos. El Señor nos mandó realizar estos dos gestos. La Eucaristía es el sacramento en el que proclamamos su entrega de amor hasta que Él vuelva. El lavatorio de los pies no es otra cosa que la Eucaristía hecha vida. La estructura sacramental debe llevar a una estructura de fraternidad (15). La vida de la Iglesia y el modo de vivir su misión deben ser sacramento de Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.

Es en la Eucaristía donde la Iglesia aprende los caminos para realizar su misión en medio del mundo y esos caminos no son otros que los de la caridad: "La caridad, que es el alma de todo apostolado, se mantiene por la Eucaristía" (AA 3). En el decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, el Concilio nos recuerda que la caridad pastoral fluye del sacrificio Eucarístico (PO 14).

 

5. Conclusión

El Papa Juan Pablo II, en la carta dirigida desde el Cenáculo a todos los sacerdotes de la Iglesia nos recuerda que el misterio eucarístico "es el corazón de la vida eclesial" (nº 10). La Iglesia vive por la Eucaristía. Sin la Eucaristía se convertiría en una asociación humana, perdería su identidad, reduciría su misión a un humanismo, olvidando el horizonte trascendente que en todo momento debe orientar su acción y su vida y reduciría la tarea de construir el Reino de Dios a la consecución de un desarrollo meramente humano. Sin la Eucaristía olvidaría que, si quiere continuar realizando la misión de Cristo en medio de nuestro mundo, solo lo puede hacer siguiendo los pasos de Cristo, que si quiere anunciar un Reino de amor, sólo lo puede hacer como un servicio de amor.

El Concilio Vaticano II nos ha recordado también que la centralidad de la vivencia de la Eucaristía para poder vivir la misión de la Iglesia es algo común y necesario para todos los cristianos. A los laicos les recuerda que sólo desde la participación en la Eucaristía pueden ejercer plenamente su misión de consagrar el mundo (LG 34) y a los sacerdotes que nuestro ministerio, aunque no se limita a ella, consiste principalmente en la Eucaristía (AG 39).

 

Notas

(1) H.U. VON BALTHASAR, Teológica 3. El Espíritu de la Verdad, Madrid, 1998, pp. 253ss.

(2) Esta afirmación del Concilio nos ofrece el fundamento para la designación de la Iglesia como "Sacramento del Reino". Sobre la interpretación aceptable de esta expresión: COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, "Temas selectos de eclesiología (1984)", en Documentos 1969-1996, BAC, Madrid, 1998, p. 374.

(3) L. SCHEFFCZYK, La chiesa. Aspetti della crisi postconciliare e corretta interpretazione del Vaticano II, Milano, 1998, pp. 113ss.

(4) DH 11: "Regnum enim eius non percutiendo vindicatur, sed stabiliturtestificando et audiendo veritatem, crescit autem amore, quo Christus exaltatus in cruce homines ad Seipsum trahit". Uno de los aspectos que más destacan en los recientes gestos de petición de perdón del Papa Juan Pablo II por los pecados de la Iglesia es precisamente el deseo de no volver a emplear métodos no evangélicos para anunciar el Evangelio: COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y reconciliación. La Iglesia y las culpas del pasado, Madrid, 2000, pp. 67-68.

(5) L. SCHEFFCZYK, La chiesa. Aspetti della crisi postconciliare e corretta interpretazione del Vaticano II, Milano, 1998, p. 117.

(6) LG 7: "Communicando enim Spiritum suum fratres suos, ex omnibus gentibus convocatos, tamquam corpus suum mystice constituit".

(7) L. SCHEFFCZYK, La chiesa. Aspetti della crisi postconciliare e corretta interpretazione del Vaticano II, Milano, 1998. Esta problemática aparece tratada, a mi modo de ver muy acertadamente en los tres primeros capítulos de esta obra (pp. 15-54); J.A. DOMÍNGUEZ, "Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu. Las interpretaciones posconciliares del tema", en Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo (XV Simposio Internacional de Teología. Universidad de Navarra), Pamplona, 1996, pp. 57-97.

(8) AG 6: "(Ecclesia) ut Verbi incarnati corpus ex verbo Dei et pane eucharistico nutritur et vivit".

(9) B. FORTE, La Iglesia de la Trinidad, Salamanca, 1996.

(10) GS 42: "Promotio enim unitatis cum intima Ecclesiae missione cohaeret, cum ipsa sit <<in Christo veluti sacramentum seu signum et instrumentum intimae cum Deo unionis totiusque generis humani unitatis".

(11) W. KASPER, "Iglesia como communio. Consideraciones sobre la idea eclesiológica directriz del Concilio Vaticano II", en "Teología e Iglesia", Barcelona, 1989, pp. 398-400.

(12) LG 3: "Simul sacramento panis eucharistici repraesentatur et efficitur unitas fidelium, qui unum corpus in Christo constituunt"; LG 7: "In fractione panis eucharistici de Corpore Domini realiter participantes, ad communionem cum Eo ac inter nos elevamur". W. KASPER, "Unidad y pluralidad de aspectos de la Eucaristía", en "Teología e Iglesia", Barcelona, 1989, pp. 434-440.

(13) SAN AGUSTÍN, Sermo CCXXVII: "Conmendatur vobis in isto pane quomodo unitatem amare debeatis".

(14) J. RATZINGER, Iglesia, ecumenismo y política, Madrid, 1987, pág. 8.

(15) Sobre la íntima relación entre la Eucaristía y el lavatorio de los pies: RATZINGER, J., El camino pascual, Madrid, 1990, págs. 114-120.