VOLUNTARIOS: DISCÍPULOS Y CIUDADANOS


Pedro Coduras, sj.




Introducción 

I. El Voluntario en tanto que ciudadano
1. Descubrir nuestra diversidad 
2. Redefinir el bien común 
3. Promover el cambio social 


II. El Voluntario en tanto que discípulo 
1. Discípulos que responden al "amor primero" 
2. Discípulos como ciudadanos 
3. Discípulos: ciudadanos y forasteros 

III. Voluntariado social como ciudadanía cristiana 
1. Voluntariado social como tarea cristiana 
2.¿Existe un voluntariado cristiano? 
3. Ciudadanía cristiana 
3.1. Ciudadanos críticos 
3.2. Ciudadanos utópicos 
3.3. Ciudadanos radicales 
3.4. Ciudadanos servidores 
Notas 

Apéndices de Cristianisme i Justícia 

Un reto para el voluntariado 
La identidad del voluntariado. Decálogo 
Cuestionarios para el trabajo en grupos


Pedro Coduras es jesuíta aragonés, psicólogo, ha colaborado con 
el Voluntariado de Marginación Claver, y actualmente es director del 
Proyecto Hombre de Zaragoza. 

* * * * *


INTRODUCCIÓN

Con el título de "Voluntarios: discípulos y ciudadanos" queremos 
expresar la tensión en la que todo/a cristiano/a se encuentra en 
nuestra sociedad. Seguir a Jesús de Nazaret formando parte de la 
comunidad cristiana y, a la vez, colaborar en la construcción de la 
sociedad en tanto que ciudadanos, son las dos tareas básicas de 
todo/a creyente en el Dios de Jesús. 

Esta tensión lleva consigo en unas ocasiones rupturas y, en otras, 
subrayados de un polo o de otro. Si nos resulta difícil admitir cualquier 
tensión existencial, cuánto más ésta, que pone en cuestión algo tan 
esencial al ser humano como es su identidad. Desde los diferentes 
acentos que encontramos en el Nuevo Testamento hasta la evolución 
doctrinal expresada en los documentos de la Iglesia, se hace patente 
el continuo esfuerzo de la comunidad cristiana por responder 
honestamente y en profundidad a esta doble pertenencia: ser 
discípulos y ciudadanos. 

Tesis de este cuaderno 

La tesis de este cuaderno es que el voluntariado social permite, 
como muy pocas actividades humanas, que la persona realice 
simultáneamente su identidad como ciudadano/a y como cristiano/a. 

No se trata de hacer un análisis del voluntariado en España, ni de 
una reflexión filosófica o sociológica sobre este fenómeno social. El 
lector/a que busque más información en esta línea puede consultar 
las obras de García Roca, Wuthnow y los Cuadernos de la Plataforma 
para la Promoción del Voluntariado. En las notas encontrará el 
lector/a las referencias. 

Este cuaderno -ayudado por dichos estudios- pretende aportar 
alguna pista para la reflexión creyente sobre el voluntariado. Para 
ello, 

definiremos, en primer lugar, de qué voluntariado estamos hablando 
y cuáles son sus características, en cuanto a su participación en la 
acción social; 
analizaremos, en segundo lugar, qué tipo de voluntariado surge de 
la motivación cristiana y cómo se relaciona esa actividad voluntaria 
con el seguimiento de Jesús; 
y, por último, sugeriremos las características del voluntariado social 
vivido desde la fe. También, su contribución como ciudadanía 
cristiana a un ideal de sociedad basado en la inclusión y la 
participación, en la justicia y la fraternidad. 
Quisiéramos acompañar la experiencia de multitud de cristianas y 
cristianos que ofrecen parte de su tiempo y energías al servicio del 
otro, del excluido. 


I. EL VOLUNTARIO EN TANTO QUE CIUDADANO

La palabra "voluntariado" define muy distintas realidades. Ello 
sugiere la gran riqueza de la participación humana, pero esconde el 
riesgo de defender algunas actividades y grupos de intereses que no 
responden a lo que aquí vamos a considerar como voluntariado. 
Veamos tres definiciones, procedentes de ámbitos diversos, para 
constatar esa diversidad: 
-- "En la resolución adoptada por el Parlamento Europeo en 
diciembre de 1983 reencontramos las cuatro características de base: 
el voluntariado no es obligatorio, es interesante para la sociedad, 
normalmente no remunerado, y se realiza en un cuadro más o menos 
organizado".1 
-- "Sería voluntario el que actúa desinteresadamente, con 
responsabilidad, sin remuneración económica, en una acción 
realizada en beneficio de la comunidad, que obedece a un programa 
de acción con voluntad de servir; es una actividad solidaria y social, el 
trabajo del voluntario no es su ocupación laboral habitual, es una 
decisión responsable que proviene de un proceso de sensibilización y 
concienciación, respeta plenamente al individuo o individuos a 
quienes dirige su actividad y puede trabajar de forma aislada, aunque 
por lo general actúa en grupo".2 
-- "El voluntariado social acaba entendiéndose como un servicio 
gratuito y desinteresado que nace de la triple conquista de la 
ciudadanía: como un ejercicio de la autonomía individual, de la 
participación social y de la solidaridad para con los últimos".3 
Progresivamente, las tres definiciones van limitando el ámbito del 
término. La primera trata de abarcar cualquier acción voluntaria. 
Podría incluir a colegios profesionales, grupos de interés, etc. La 
última restringe el voluntariado a lo social, con claros tintes de 
compromiso socio-político y de inclusión. En este cuaderno, 
consideramos esta última definición como la que mejor describe el tipo 
de acción voluntaria que se deriva del discipulado cristiano. 

Es importante darse cuenta de que esta concepción de voluntariado 
no habla de altruismo -y mucho menos de heroicidad- sino que 
fundamenta la acción voluntaria en la puesta en práctica de la 
ciudadanía. Ser voluntario social, para García Roca, es, simplemente, 
la consecuencia de tomarse en serio la condición de ciudadano/a. 

Evidentemente, se está hablando de una ciudadanía responsable e 
interesada por la justicia. Por desgracia, este modo de entender la 
ciudadanía no es mayoritaria en nuestra sociedad. Pero esto no 
implica que sólo se pueda hacer la opción por los pobres (o la 
"solidaridad para con los últimos", tal como se expresa en la definición 
anterior) desde la llama da al discipulado, al seguimiento de Jesús. 

Conviene aclarar desde el principio que al considerar la motivación 
cristiana y sus consecuencias en la acción voluntaria no estamos 
definiendo un nuevo tipo de voluntariado que sin la fe sería imposible. 
Como veremos más adelante, "cristiano" califica la acción voluntaria, 
es decir, le ofrece una motivación, una llamada a la radicalidad y un 
ámbito comunitario. Éste posibilita la razonabilidad y el mantenimiento 
de la utopía exigido por el voluntariado social tal como aquí lo 
definimos. 

Pero, volvamos al voluntariado como ciudadanía para subrayar sus 
características. Posteriormente lo analizaremos desde la visión 
creyente. Podemos definirlo a través de tres acciones que lo 
caracterizan. 


1. DESCUBRIR NUESTRA DIVERSIDAD

Salir del círculo de nuestros amigos y nivel social 

La construcción de una sociedad democrática exige, según Robert 
Bellah el "tener cuidado". Esto supone una sensibilidad creciente para 
percibir la situación social, la recuperación de la idea de bien común y 
un compromiso respetuoso y crítico con las instituciones sociales.4 
Esta nueva percepción de la sociedad o "comprensión ilustrada" 
(enlightened understanding) que requiere de una mayor información y 
exposición a la realidad se considera uno de los elementos básicos 
del proceso democrático.5 

Para ello, es necesario estar abierto a otras realidades sociales 
distintas a la del grupo social al que pertenecemos. Hay que salir del 
"círculo reducido" de nuestros familiares y amigos, de nuestro nivel 
social y cultural. No basta, por tanto, con la voluntariedad de nuestra 
acción; ésta ha de atravesar las fronteras sociales que nos dividen y 
separan. 

El voluntariado social cruza estas fronteras y, al hacerlo, descubre 
al resto de la sociedad la existencia de vidas humanas que necesitan 
y merecen ser tenidas en cuenta. Es en el contacto directo con las 
personas excluidas donde el voluntario descubre el primer impulso de 
su acción: la compasión, no como sentimiento de pena y 
conmiseración, sino viendo la realidad con los ojos del corazón. 

No es posible quedar indiferente ante el dolor y la rabia que 
produce la exclusión. Por ello, una de las primeras tareas del 
voluntariado social es relatar las historias, casi olvidadas, de 
sufrimiento y lucha, de negación de dignidad y de esperanza que 
encuentra en su servicio. Con ello, permite que la compasión 
atraviese e impregne el lenguaje utilitarista e individualista de nuestra 
cultura. 

Gracias a esta implicación con las víctimas del sistema desde el 
nivel personal y local, puede el voluntariado ser fermento de una 
acción social que, sin olvidar la justicia y sus mediaciones, aporte la 
misericordia, generosidad y gratuidad que sólo nacen del encuentro y 
la relación humanas. 

De aquí surge la primera pregunta 

-- ¿Comporta nuestra acción voluntaria un estilo de trabajo que 
asuma el riesgo de salir de lo conocido, del "círculo reducido" de 
iguales (o de los "casi-iguales")? 

Este estilo de trabajo implica una pérdida de seguridad; una 
necesaria apertura a aprender, conocer y valorar modos distintos de 
vida y relación; un "dejarse afectar" por la realidad con la que nos 
encontramos (dolor, resentimiento, internalización de la exclusión, 
agresividad, etc). Que nadie se asuste; para cumplir esta primera 
característica no se precisa heroicidad, basta con una sencilla 
presencia entre los pobres. 


2. REDEFINIR EL BIEN COMÚN

PARA LOS QUE HAN SIDO APARTADOS DE LA SOCIEDAD, LA 
CONCEPCIÓN DE BIEN COMÚN DIFIERE DE LA QUE TIENE LA 
"SOCIEDAD ESTABLECIDA"

El voluntariado, entendido como ciudadanía responsable e 
inclusiva, pretende redefinir la sociedad en su conjunto. Bien Común 
es aquello que, entre todos, consideramos como objetivo de nuestra 
convivencia, el ideal al que tendemos. 

No cabe duda de que dicho ideal es entendido de distinta manera 
por los diversos grupos que integran la sociedad. Tampoco, que es 
un ideal ajeno e inaccesible a grandes porcentajes de la población, 
cuyo derecho a participar socialmente es teórico y, en la práctica, no 
reconocido. 

Los voluntarios pertenecen, mayoritariamente, a sectores sociales 
que pueden ejercer sus derechos ciudadanos y participar en la 
definición del ideal de sociedad. De ahí que, a partir de la acción 
voluntaria sea preciso generar dinámicas de inclusión6 y de 
recuperación de dignidad, que permitan la participación de los 
excluidos del sistema en la redefinición de dicho ideal. 

Un voluntariado que se aleja definitivamente de concepciones 
"benéficas" y paternalistas 
Se trata de establecer un diálogo; no el monólogo característico de 
la beneficencia clásica. Este es uno de los puntos clave de legitimidad 
del voluntariado, donde se juega su credibilidad como agente social. 

Trabajos como la rehabilitación de personas dependientes, la 
asistencia a colectivos en precariedad económica o de otro tipo, etc, 
han de llevar a la "inserción" o inclusión de estas personas en el 
conjunto de la sociedad. Hemos de trabajar por la recuperación de 
sus derechos de participación política, económica y social, tanto en 
los recursos como en las obligaciones de la comunidad a la que, por 
derecho y dignidad humana, pertenecen. 

Para evitar el peligro de convertirse en cómplice de la injusticia y la 
exclusión al tapar meramente con un parche las consecuencias de 
éstas, el voluntariado social ha de manifestar en sus objetivos y en su 
metodología un elemento clave: el "dar protagonismo" a las personas 
que atiende. No se trata de sustituir la presencia y la voz del otro, sino 
de recrear el ejercicio de la mediación con una "presencia ligera que 
devuelva a las personas carenciadas su propio protagonismo".7 

Esto que en teoría puede parecer "de cajón", en la práctica no lo es 
tanto. No es fácil renunciar a nuestros intereses (en primer lugar, al 
de "redentores") ni abandonar nuestro individualismo.8 Y aún es más 
difícil creer que ciertos colectivos marginales puedan tener una 
palabra que decir sobre ellos mismos (deficientes profundos, niños, 
extranjeros, etc.) o, al menos, tener "la" palabra apropiada, dadas sus 
características culturales, físicas o psíquicas. Como subraya Toni 
Catalá, "es impresionante constatar cómo no se soporta el que los 
otros salgan de la periferia asignada para ellos. Muchas pretendidas 
políticas sociales, lo que hacen es asear los contextos periféricos para 
que todo siga igual: para que siga cada uno en su sitio".9 

Apuesta por el "privilegio epistemológico de los pobres" 

Un voluntariado social, como el que aquí definimos, apuesta por el 
"privilegio epistemológico de los pobres"; esto es: la realidad se ve 
mejor "desde abajo", "desde afuera" de los límites sociales. Y esto es 
algo difícil de hacer comprender a quienes no se han dejado afectar 
por los otros, los ajenos, los distintos; a las personas que reducen su 
mundo vital al de sus iguales y al de aquellos que están por encima 
en la escala social. Sin embargo, cualquier voluntario/a social sabe 
por experiencia que hay un lugar y un modo de ver la realidad que 
amplía la propia visión. Sólo desde esta experiencia se justifica la 
necesidad de dar voz y protagonismo a los excluidos. Porque si no 
tuvieran una visión alternativa de la vida ¿para qué darles voz? Sería 
más práctico continuar decidiendo por ellos qué acciones emprender 
para resolver sus problemas. 

Para aquellos que han sido apartados de la sociedad, la 
concepción de Bien Común difiere de la que tiene la "sociedad 
establecida". Cuestiones como raza, sexo y bienestar económico 
tienen un significado diferente y, sobre todo, reciben un valor distinto. 
Sólo la inclusión de aquellos que hemos excluido de nuestro sistema 
puede aliviar a nuestra sociedad de la "ceguera epistemológica" 
(ciegos a cualquier visión de la realidad que no responda a nuestra 
cultura e intereses) que nos afecta y que hace inherente al sistema la 
suplantación, la intolerancia y el miedo. 

La segunda pregunta incluye dos cuestiones prácticas cruciales: 

-- ¿Qué papel juegan en nuestro voluntariado los beneficiarios del 
mismo? ¿Participan en los órganos de decisión? ¿Tienen algún poder 
respecto a los objetivos, metodología y evaluación de resultados? 
-- ¿Ha cambiado nuestra visión de la realidad social a partir del 
trabajo voluntario y de nuestra relación con las personas afectadas? 
¿Qué contribución específica se ha producido? ¿Cómo ha cambiado 
mi visión de mí mismo, en lo personal y en relación con la realidad 
entorno? 

Respuestas negativas o confusas a las anteriores preguntas nos 
situarían en el modelo de actuación de los conquistadores en América 
o del franquismo de nuestra historia reciente. Para los unos, los indios 
eran seres "menores de edad" incapacitados para saber qué querían 
y necesitaban. Para el otro, el pueblo español era inmaduro para 
decidir por sí mismo. Y es que, no sólo la historia se repite, sino que 
somos capaces de justificar los mismos estilos colonialistas y 
paternalistas de antaño con argumentos ideológicos tomados de la 
crítica marxista o de la posmodernidad. 


3. PROMOVER EL CAMBIO SOCIAL

VOLUNTARIADO SIGNIFICA NO SÓLO COMPROMISO PERSONAL 
CON INDIVIDUOS, SINO TAMBIÉN CON ESTRUCTURAS E 
INSTITUCIONES

Finalmente, el sector voluntario está compuesto de una compleja 
red de instituciones y organizaciones. Esto constituye una de las 
principales aportaciones a la sociedad del llamado "tercer sector", por 
contraposición al sector público-estatal y al sector 
mercantil-empresarial. 

Las asociaciones de voluntariado actúan como intermediarias entre 
el Estado y la ciudadanía 

Esta red social distribuye el poder en la sociedad de un modo que 
reafirma el pluralismo político y salvaguarda las libertades de los 
ciudadanos. Las asociaciones de voluntarios actúan como 
intermediarias entre el Estado y la ciudadanía, ofreciendo un canal 
para la participación ciudadana. Ambos papeles (distribución del 
poder, promoción de la participación) hacen de dichas asociaciones 
uno de los mejores ejemplos del "principio de subsidiariedad", 
postulado en el Pensamiento Social Cristiano. Robert Bellah recupera 
la relevancia de este principio para la sociedad actual cuando afirma 
que "el principio de subsidiariedad" favorece la cooperación social y la 
descentralización del poder. Ésta, posibilita "un nuevo experimento en 
democracia participativa' en el lugar de trabajo y la política".10 

Sin embargo, no toda acción voluntaria se implica en un proceso de 
cambio social: no basta la honradez y la gratuidad; hay que evaluar el 
trabajo para evitar la legitimación del sistema. Subsidiariedad y 
complementariedad con las instituciones públicas y sus intervenciones 
sociales no equivale a "asistencia y apoyo acríticos" por parte del 
voluntariado. Antes bien, han de proponer nuevas políticas sociales y 
comprometerse, no sólo de manera personal con individuos, sino 
también con estructuras e instituciones. 

El cambio social dinamizado por el voluntariado social va desde la 
inclusión en la sociedad y en sus órganos de decisión de los 
excluidos, a la promoción de un nuevo concepto de justicia, una 
justicia "comunitarista". Se trata de una justicia contextual e histórica, 
que respeta las diferencias, que afirma el valor moral de personas y 
grupos, que apoya la autonomía y el respeto a sí mismo, que 
domestica la autoridad y que, finalmente, establece el marco teórico y 
experiencial para el debate moral en los temas públicos.11 La 
inclusión, de la que hemos hablado en el apartado anterior, está en 
línea con este ideal de justicia. De hecho, la acción voluntaria -en su 
trabajo de inclusión- supone el respeto por la autonomía de la 
persona, así como la capacitación para desarrollar todas las 
características (derechos y deberes) de la ciudadanía. La lucha que 
las asociaciones de voluntariado despliegan por una igual dignidad y 
protección se basa en la radical identidad común de todos los 
hombres y mujeres. Su trabajo lucha contra el estigma moral que 
clasifica a unas personas como "intrínsecamente" peores que otras. 

La pelea por una ciudadanía más amplia e inclusiva no es 
simplemente algo práctico. Implica un debate ideológico y político, al 
tiempo que un compromiso personal y una asunción de riesgos. En la 
búsqueda de una justicia comunitarista, se ha de implicar no sólo el/la 
voluntario/a, sino también su organización. Los voluntarios sociales 
contactan con las diversas y ambiguas realidades humanas, que les 
dan la convicción de una necesaria y continua lucha por la justicia. La 
red de asociaciones de voluntarios tiene el irrenunciable deber de 
reflejar estas experiencias concretas, transmitirlas a la sociedad y 
pedir las medidas sociales y jurídicas que respondan a las 
necesidades de los más desfavorecidos. La acción voluntaria, si 
quiere ser ética, no sólo ha de caminar con las víctimas, sino que ha 
de tener a su favor la voluntad de cambio.12 En nuestra sociedad, el 
compromiso con la justicia social es la piedra de toque de la 
credibilidad, tanto de las personas voluntarias como de sus 
instituciones. 

La tercera pregunta es consecuencia directa de lo anterior 

-- ¿Qué objetivos de cambio socio-político persigo yo y la 
asociación a la que pertenezco? ¿Somos capaces de formular 
alternativas? ¿Qué lugar ocupa en mi servicio la pertenencia a una 
asociación? 

En el clásico dilema entre justicia y misericordia (recuérdese la 
célebre cita de Dostoyewsky: "no tenéis ternura, sólo tenéis justicia, 
por eso sois injustos"), esta pregunta evita el desplazamiento de 
nuestro servicio al campo de la beneficencia y, por tanto, al papel de 
"tontos útiles" al sistema. Éste, a la vez que engendra muerte y 
exclusión, se goza en los gestos heroicos de aquellos que sólo 
buscan aliviar las consecuencias del mal estructural sin tratar de 
atajar sus causas. 

El compromiso con la justicia y por el cambio social necesita una 
motivación radical. No corren tiempos fáciles para la ética, para la 
implicación radical. Hay dos grandes pilares para el altruismo y la 
acción voluntaria: la relación con el otro y el encuentro con la 
trascendencia, la divinidad, el Otro. La combinación de ambos da 
solidez al compromiso radical, aun en tiempos de desencanto. En este 
apartado nos hemos limitado al voluntariado como expresión de la 
identidad ciudadana, como acción nacida de la misma identidad 
humana que, para serlo, requiere abrirse a la relación con el "otro". 

Sin negar la fuerza de esta motivación ciudadana, la experiencia 
cotidiana nos muestra que es difícil asumir los riesgos de cruzar 
fronteras sociales, implicarse en historias y relaciones cargadas de 
dolor y confusión, aceptar los cambios que todo ello implica, perder la 
seguridad de un espacio estable y protegido por los derechos 
adquiridos al nacer... en definitiva, "vivir en la frontera", como diría J.L. 
Sampedro. 

Se hace necesario un "relato", sí, un relato, una narración 
existencial que nos permita comprender el porqué de una opción tan 
irracional a los ojos de cuantos nos rodean y de nuestra propia 
cultura. Es necesaria una "comunidad de memoria" que ofrezca una 
tradición, es decir, un modo de ver la realidad que dé sentido al 
sacrificio, no al heroísmo, sino a los cotidianos y aparentemente 
inútiles actos de compasión y de lucha por la justicia. Aquí se 
encuentra nuestra responsabilidad como creyentes, como pueblo que 
tiene el "regalo de la fe": ser embajadores de confianza en un mundo 
de sospecha. 


II. EL VOLUNTARIO EN TANTO QUE DISCÍPULO

La fe cristiana reclama una nueva identidad para aquellos que han 
"nacido del agua y del espíritu" (Jn 3,5). ¨Cómo se relaciona esta 
nueva identidad con la identidad ciudadana que nos caracteriza como 
miembros de la sociedad secular? ¨Qué relación tiene esa "nueva 
identidad" cristiana con el voluntariado del que aquí hablamos? Mi 
respuesta es doble: por una parte, el voluntariado social es un modo 
(no el único, pero sí uno de los más privilegiados) de vivir la identidad 
cristiana en el mundo; por otra, el discipulado cristiano radicaliza el 
voluntariado social, y con él nuestra ciudadanía, al dotarle de una 
narrativa de entrega radical al otro. Es una respuesta al amor 
incondicional del Padre, es decir, la narrativa existencial de Jesús de 
Nazaret. 


1. DISCÍPULOS QUE RESPONDEN AL "AMOR PRIMERO" 

La comunidad cristiana encuentra la motivación para la "caridad" 
(amor fraterno, hecho de justicia y misericordia, al estilo de nuestro 
Dios) en el haber sido amados por Cristo. Es ese amor y no otra cosa 
(Ley, Tradición, seguridad, etc.) lo que constituye la norma para 
nuestra moralidad. Por tanto, todas nuestras acciones altruistas, 
solidarias y compasivas nacen de la gratitud a un "amor primero", 
inmerecido e impagable. 

Esto que puede sonar a "perogrullada" es la clave de cuanto vamos 
a analizar seguidamente. La radicalidad que hemos planteado hasta 
ahora sólo puede vivirse desde la respuesta agradecida a un amor 
que nos ha desbordado. Como afirma P. Jaramillo, 

"el voluntariado vendría a ser la expresión práctica de entender la 
propia existencia como don recibido. Quien se entiende a sí mismo 
desde esa radicalidad creyente, necesariamente expresa ese 
reconocimiento en una existencia vivida como don ofrecido. Somos 
don de Dios en orden a ser don para los demás".13 

La ética cristiana no es un compendio de normas y deberes, sino 
una respuesta agradecida. Ahora bien, no podemos olvidar que Jesús 
sí formuló un único mandamiento, el del amor. Tampoco podemos 
separarlo de la narrativa (la historia) de Jesús que define este amor y 
su imperativo para todos nosotros: "amaos como yo os he amado" (Jn 
13,34-35). El lavatorio de los pies y la cruz son el modo de entender, 
contemplar y vivir este mandamiento. 

La palabra "cristiano", en su sentido más propio, significa "seguidor 
de Cristo". En los Evangelios, cuando se habla de seguir a Jesús, sólo 
se usan dos términos: mathetes (discípulo) y akoloutheo (siguiendo 
tras...). El sustantivo "discipulado" como concepto no aparece. Esto 
refleja la idea práctica que las primeras comunidades tenían del 
discipulado, como un "camino", un proceso, una práctica, no un status 
o concepto teórico. Se trata de un proceso en marcha, dinámico, de 
adhesión y participación con Jesús, el Cristo. 

Una última consideración. Sólo una de cada diez veces que la 
palabra "discípulo" aparece en el Evangelio se refiere a los Apóstoles. 
Se trata, por tanto, de un término referido a cuantos seguimos a 
Jesús: no hay castas en la Iglesia cristiana, o al menos, no debiera 
haberlas. 

Características de este discipulado 

a) Una ruptura total con el pasado. Implica abandonar familia e 
intereses propios (Mc 1,16-20;2,14; Lc 14,26), decir no a uno mismo 
(Lc 14,27), perder la autonomía económica y romper con los valores 
imperantes (Cf. Mc 10, 41-45). La llamada de Jesús pide y hace 
posible romper con el pasado a la vez que ofrece al discípulo/a un 
nuevo futuro. 

b) Entrar en una relación de por vida con Jesús. El texto de Mc 
3,14, "para que estuvieran con El" nos da el sentido de discipulado. 
Esto incluye la participación en la incierta vida de Jesús, en su 
sufrimiento y muerte (Cf. Mc 10,39; 8,34). No se trata de repetir las 
doctrinas del Maestro a modo de imitación, ni de adherirse a Él de una 
manera intimista. El discípulo colabora día a día con Jesús en la 
venida del Reino. 

c) Ser enviado en misión. El elemento crucial es la inclusión en el 
ministerio de Jesús. El discípulo es tan pronto llamado como enviado. 
En él coinciden desde el inicio. 

La Iglesia es la "comunidad de los discípulos de Jesús". Esto exige, 
en expresión de Schillebeeckx, escribir el "quinto evangelio", 
añadiendo con la propia historia los relatos de tantas vidas aparcadas 
fuera de la sociedad e, incluso, de la comunidad cristiana. 


2. DISCÍPULOS COMO CIUDADANOS 

Hemos visto cómo nuestra identidad cristiana es un regalo del que 
nos hacemos conscientes por Jesús. De ahí que sólo podamos 
comprender esta identidad recibida mediante la actualización de la 
"historia" de Jesús y de la comunidad creyente, en nuestras propias 
vidas. Esta historia nuestra ha de ser analizada en función de nuestra 
relación con Dios, con nuestro prójimo, con el mundo y con nosotros 
mismos. Para ese análisis contamos con tres grandes criterios: fe, 
esperanza y amor. 

Perfil del discipulado 

Estas tres virtudes son el esquema básico donde se enraízan otras 
virtudes más específicas que nos dan el "perfil" del discipulado 
cristiano: 


-- La apertura a escuchar y responder a la llamada de Dios. 
-- La gratitud, como característica de nuestra relación con Dios. 
Gratitud que debería afectar al resto de nuestras relaciones (con 
nosotros mismos, con los otros y con el entorno) y que se actualiza en 
la alabanza. 
-- Compasión, perdón y justicia, como las virtudes básicas de 
nuestra relación con el prójimo. La misericordia y fidelidad de Dios, la 
justicia "parcial" de Dios en favor del huérfano y de la viuda, son el 
paradigma del modo cristiano de relación con el otro. La relación 
intratrinitaria también nos enseña a basar nuestras relaciones en la 
reciprocidad, no en la necesidad o el dominio. Por último, la 
universalidad de la voluntad divina de salvación empuja a romper las 
fronteras sociológicas de la Iglesia. 
La solidaridad en el uso compartido de los recursos naturales, que 
son regalo de Dios para toda la humanidad, la de hoy y la del futuro.

-- Un uso creativo de los recursos personales como modo de 
hacerse plenamente humano. Por ello, el discípulo lleva a su plenitud 
lo que significa ser humano. 
La formación de una persona con estas características es la tarea 
de la comunidad cristiana. Para ello, ésta se funda en la memoria viva 
de Jesucristo, a través de palabras y hechos de salvación. En este 
sentido, la narrativa de Jesús se re-actualiza por medio de la 
comunidad y, al hacerlo, modela el carácter de los cristianos. 

La comunidad de discípulos de Jesús tiene un doble objetivo: estar 
con El y predicar la Buena Noticia. Restringir nuestra concepción 
-personal y comunitaria- del discipulado al "estar con El" (vida 
intraeclesial), lleva al aislamiento y rechazo sectario del mundo. 
Limitarse a la misión conlleva la devaluación de la mediación 
comunitaria. 


3. DISCÍPULOS: CIUDADANOS Y FORASTEROS 

Al analizar este tema, no podemos olvidar el trasfondo escatológico 
que impregna todo el N.T.: el final de un tiempo caduco y el inicio de 
un tiempo nuevo, el del Reinado de Dios. Desde esta perspectiva, lo 
mejor que se puede decir del poder del Estado y de la ciudadanía es 
que, aunque son meramente provisionales, pueden ser considerados 
como un instrumento al servicio de la voluntad de Dios. La distancia 
crítica que se observa en los textos neotestamentarios responde a 
esta tensión entre el "ya" del tiempo de Dios, iniciado en Cristo, que 
relativiza absolutamente la estructura social, y el "todavía no" de la 
espera al triunfo definitivo de Cristo. 

Las "estructuras" no son exaltadas, mucho menos legitimadas como 
reflejo del orden eterno de Dios; el orden existente ha de ser 
reorientado. De este modo, la "nueva secta" de los cristianos que no 
tenía un ethos cultural propio, fue capaz de asumir lo mejor de su 
cultura circundante y subordinarlo al "Señor". 

Según el teólogo estadounidense Stanley Hauerwas, "la Iglesia no 
ha de preocuparse de si está o no en el mundo; la única 
preocupación es cómo estar en el mundo, de qué forma y con qué 
objetivo".14 Ese "cómo" de la presencia eclesial en el mundo se 
debate entre dos extremos: desde el polo sectario, que reclama una 
mayor distancia crítica y aislamiento de las estructuras sociales, hasta 
la inculturación total, que deja lo cristiano reducido al ámbito de lo 
privado (actitud muy presente en el ambiente secularizado del 
catolicismo "progre" español). 

Aunque un estilo de Iglesia "confesante", crítica radicalmente con 
los poderes y estructuras del sistema, nos resulta muy atractiva, no 
podemos olvidar el papel que la razón y la cultura desempe¤an en el 
desarrollo humano (y, por tanto, cristiano) de la persona. Si queremos 
transmitir la Buena Noticia al mundo, no podemos romper los canales 
de comunicación que nos ligan con él. También, hemos de reconocer 
que Dios trabaja no sólo dentro de la comunidad eclesial sino en todo 
lugar. 

Se requiere, por tanto, una actitud humilde que sepa reconocer las 
contribuciones de la cultura y la sociedad secular a la comprensión y 
praxis cristiana de la vida. 

La Iglesia ha defendido, históricamente, su derecho y obligación a 
transformar el mundo y se ha opuesto al abandono sectario del 
mismo. De ahí, su lucha por la libertad de "ejercer su misión entre los 
hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias 
referentes al orden político cuando lo exijan los derechos 
fundamentales de la persona" (Gaudium et Spes, 76). 

La pregunta sobre el cómo de la relación Iglesia-mundo sigue 
abierta; no hay una respuesta sencilla y universal. La perspectiva 
escatológica nos obliga a vivir en una perpetua tensión entre 
sectarismo y aculturación (pérdida de identidad en el proceso de 
inculturación). De hecho, silenciar la crítica que viene de los 
movimientos proféticos podría llevar a la Iglesia a ligarse 
excesivamente a los poderes políticos. Pero, subrayar en exceso la 
especificidad de la vida cristiana haría imposible la misión de 
evangelizar la cultura y el mundo. La tensión nos obliga a ser 
ciudadanos sin perder la distancia del que se sabe forastero (1 Pe 2, 
11). 


III. VOLUNTARIADO SOCIAL COMO CIUDADANÍA CRISTIANA

A la vista del capítulo anterior, podemos afirmar que, si bien existe 
un modo plural de ser cristiano/a en el mundo, como cristianos 
estamos llamados a vivir en nuestra sociedad ejerciendo la 
ciudadanía con una radicalidad especial. Esta radicalidad resulta de 
aplicar a nuestros deberes ciudadanos los criterios que hemos visto al 
hablar de discipulado. 

He defendido que el voluntariado social es uno de los medios 
privilegiados para vivir en la práctica ese modo cristiano de ser 
ciudadano. En la tensión entre ciudadanía y discipulado, el 
voluntariado social permite "vivir en la frontera", participar de ambas 
identidades sin merma ni confusión de las mismas. 

En este capítulo, analizaremos en qué se fundamenta el 
voluntariado social desde la fe en Jesús el Cristo, qué contribuciones 
aporta el discipulado a la acción voluntaria y cómo se caracterizaría la 
ciudadanía cristiana. 


1. VOLUNTARIADO SOCIAL COMO TAREA CRISTIANA 

Existen dos fuentes principales para comprender el voluntariado 
como tarea cristiana. 

a) La preocupación por los pobres a lo largo de la Escritura. 
Preocupación que nos habla de la misma identidad divina. Nuestro 
Dios es un Dios relacional y en Él la relación se basa en el amor, no 
en el dominio, ni en la exclusión. Así, desde la Antigua Alianza de 
Yahvé con Israel en el Sinaí, la relación con Dios pasa por el cuidado 
de aquellos que no pueden defenderse a sí mismos, la viuda y el 
huérfano (Ex 22,21). El Dios "compasivo" del A.T. (Ex 34,6) va más 
allá de la Ley y la justicia. El lenguaje de Dios no se basa en 
derechos, sino en la misericordia y compasión. 

b) El concepto de discipulado, analizado anteriormente. El mandato 
de amor al prójimo, junto con la explicación del significado de la 
palabra "prójimo" en el relato del buen samaritano (Lc 10,25-37) y, la 
propuesta de las bienaventuranzas, otorgan un lugar central al 
cuidado del otro en la vida del discípulo/a. De tal modo van unidos el 
amor a Dios y al prójimo que no cabe confesión de fe sin testimonio 
de amor y compasión por los demás (cf. Mt 25, parábola del Juicio 
final). 

Es en el envío en misión donde encontramos la llamada a una 
acción voluntaria para el cristiano. Jesús, al enviar a sus discípulos a 
proclamar la Buena Noticia, les pide: "curad enfermos, resucitad 
muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo 
gratis" (Mt 10,8). De este modo, no cabe proclamación de la Palabra 
de Dios sin "prácticas del Reino".15 Y las características de estas 
prácticas coinciden con las que vimos para el voluntariado social: 
gratuito, orientado al otro, dirigido a la inclusión en la comunidad. 

Por tanto, el voluntariado social no es una opción libre para el 
cristiano; es una llamada, un mandato, una característica intrínseca 
de nuestro discipulado. Resulta imposible ser cristiano/a, pertenecer a 
la "comunidad de memoria" del amor y la entrega de Dios por la 
humanidad sin "darnos gratuitamente", al estilo de nuestro Dios y 
como respuesta agradecida a su iniciativa. Por ello, el obispo 
Echarren afirma que "todo cristiano, por el hecho de ser discípulo de 
Jesucristo, tiene que ser un voluntario social".16 


2. ¿EXISTE UN VOLUNTARIADO CRISTIANO? 

Un estudio sobre el voluntariado nos ofrece las siguientes 
características, relacionadas con la presencia cristiana: 

a) La motivación religiosa es muy frecuente a la hora de dar cuenta 
del porqué de nuestra acción voluntaria. Esta motivación no aparece 
en solitario: los ideales de tipo religioso se mezclan con la 
autorrealización (p.ej., cruzar fronteras sociales, conocer nuevas 
personas, adquirir experiencia, etc.). No debemos engañarnos, la 
motivación religiosa no es incompatible con el individualismo.17 

b) La Escritura nos provee de un lenguaje de compasión y apertura 
al otro, que tienen un papel vital a la hora de dar sentido a la 
experiencia de ayudar a los demás. Esto que puede parecer 
secundario no lo es en nuestra cultura utilitarista. ¿Cómo dar sentido 
a la impotencia e ineficacia vividas en el acompañamiento de un 
enfermo terminal? Es cierto que se intenta aplicar criterios 
económicos y utilitaristas a la acción voluntaria, pero el intento resulta 
caricaturesco en la mayoría de los casos. La alternativa no es 
"mercantilizar", ni "estatalizar" el lenguaje del voluntariado, sino abrir 
brechas de relación compasiva y gratuita en una cultura necesitada 
de humanidad. 

c) La pertenencia a una comunidad predispone al voluntariado en 
mayor medida que la sola fe. La comunidad cristiana evita que la 
acción voluntaria se convierta en justificación y legitimación del 
individualismo, aunque éste sea religioso. La comunidad acompaña al 
cristiano, le aporta una narrativa -la de Jesús- y una tradición hecha 
de lucha y esperanza y le predispone a un estilo radical de servicio. 
Es la comunidad cristiana la que puede ayudar a una reflexión crítica, 
desde los criterios de las Bienaventuranzas, sobre la auténtica 
compasión, solidaridad y justicia de nuestro altruismo. 

Aún más: en un voluntariado que pretende la inclusión de quienes 
están al margen, es absolutamente necesaria la comunidad como 
vehículo de esta inclusión. Sólo si un grupo con identidad e historia 
propia -y conectado con la sociedad- avala la "admisión" de los 
excluidos será ésta posible. 

d) Se da en nuestra cultura una batalla semántica entre el universo 
de significados que surgen de palabras como "justicia y solidaridad" 
frente al que responde a términos como "compasión y gratuidad". La 
teología feminista de los últimos años ha subrayado el papel central 
del amor y del caring (cuidado gratuito del otro) junto al de la justicia. 
Los defensores de la justicia temen que hablar de compasión y 
gratuidad sentimentalice y difumine la radicalidad del compromiso por 
el cambio de estructuras. Por contra, los defensores de la 
misericordia, la ternura y la compasión en la lucha por la justicia, 
recriminan a los anteriores su no implicación personal, su falta de 
sensibilidad para escuchar y dar protagonismo a las víctimas del 
sistema, su rigidez cuasi-burocrática a la hora de trabajar con los 
excluidos... Ambos universos de significado nos son necesarios para 
comprender y dar sentido al voluntariado. La propuesta cristiana es 
avanzar en la implicación y relación directa. Ésta nos llevará a una 
radicalidad de nuestro análisis y a la utopía. Así, en palabras de J. 
Coleman, "si en cualquier estrategia de la teología cristiana se 
considera central la opción fundamental por los pobres, (esto) nos 
llevará más allá de las categorías de justicia, hacia las de solidaridad, 
comunidad en el sufrimiento y agape".18 

Tal opción conlleva una ética de la solidaridad y diferencia, una 
nueva Iglesia entendida como comunidad de inclusión e integración y, 
finalmente, una nueva justicia, más honda y más humana. 

Opción por los pobres, la contribución del discipulado a la 
ciudadanía 

Como vimos en el primer capítulo, resulta difícil encajar la 
razonabilidad del "privilegio epistemológico de los pobres", así como la 
opción preferencial por los mismos. Esta dificultad desaparece (la de 
la razonabilidad teórica, no la de la vivencia práctica) al pensar 
nuestra vida en función del estilo de Jesús de Nazaret. 

Esta opción explícitamente requerida, en primer lugar, en los 
Documentos de Medellín y Puebla y, posteriormente, confirmada en 
diversos documentos pontificios (Cf. Sollicitudo Rei Socialis, 47) tiene 
una larga historia en la reflexión social de la Iglesia. No es 
simplemente una cuestión ideológica, ni siquiera política. Se trata de 
un modo de vida que exige: 

-- implicación personal (estilo de vida, trabajo, ubicación social), 
-- análisis socio-político, 
-- asunción de compromisos concretos, 
-- y, por supuesto, conversión. 

Esto implica un cambio radical en nuestra visión de la realidad e, 
incluso, de nuestra idea de justicia. Para ello, hemos de empezar por 
unir la conciencia histórica que emerge de las voces de los oprimidos 
junto con la interpretación de la Escritura, hecha desde los excluidos. 


Además, una opción tal no puede quedar reducida a la inmediatez 
del encuentro personal. Exige, también, un trabajo estructural, con las 
mediaciones sociales, por el cambio social. Esto conllevará conflicto, 
tensiones, rechazos y descalificaciones. No es nuevo. Viene 
sucediendo en nuestra sociedad e Iglesia en las últimas décadas. 
Pero sí es una novedad la insistencia en la necesidad de un contacto 
directo con los excluidos y en una conversión personal que asuma la 
cultura y la cosmovisión de las capas últimas de la sociedad. 

Ésta es la contribución del discipulado a la ciudadanía: fundamentar 
en la misma identidad humana la necesidad de una sociedad fraterna 
y justa. La novedad de esta ciudadanía estriba en su capacidad para 
unir la memoria peligrosa de Jesús a la memoria, también peligrosa, 
de la larga historia de sufrimiento de la humanidad. Olvidar esta 
aportación es la mayor traición que, como cristianos, podemos hacer 
a la proclamación de la Buena Noticia. No todo voluntariado, al igual 
que no toda forma de ejercer nuestra ciudadanía, es cristiana. Por 
ello, para terminar nuestra reflexión hemos de apuntar en qué se 
concreta lo cristiano de nuestra acción voluntaria, de nuestro trabajo 
por una sociedad más justa y solidaria, desde la fe en Jesús, el 
ajusticiado en la cruz y vencedor de la muerte. 


3. CIUDADANÍA-CRISTIANA 
CR/CIUDADANO

La vida de Jesús, sus palabras y sus prácticas de justicia marcan el 
estilo cristiano de la solidaridad y del trabajo con y por los pobres; nos 
pide una implicación crítica en la sociedad. He propuesto la opción por 
los pobres como la contribución principal del discipulado a la 
ciudadanía. Esta contribución es doble. Supone colaborar con la 
voluntad de justicia y compasión de nuestro Dios e impulsar una 
concepción comunitaria de la sociedad: una comprensión radical de 
los deberes ciudadanos que rompe con nuestro lenguaje de derechos 
adquiridos, proponiendo un lenguaje de compasión y justicia. 

Para que nuestra ciudadanía -nuestra pertenencia y trabajo en la 
sociedad en que vivimos- sea cristiana, ha de ser crítica, utópica, 
radical y compasiva. Estos calificativos -aplicables también a la 
ciudadanía cristiana- nos servirán de criterios de evaluación de la 
radicalidad de nuestro voluntariado. 

3.1. Ciudadanos críticos 

Nuestra crítica nace de la tensión entre el discipulado y la 
ciudadanía. Ya nos hemos referido a la distancia crítica que, como 
"miembros del cuerpo de Cristo" hemos de mantener frente a 
cualquier estructura social. Pero, distancia crítica implica compromiso 
con las mismas estructuras y mediaciones humanas para su mejora. 

No podemos ser sectarios. No fue ese el estilo de Jesús. La misma 
organización de la comunidad cristiana ha de lidiar con otras 
organizaciones sociales, colaborar con ellas y/o pelear en su contra, 
para vivir auténticamente su identidad cristiana. 

En esa relación conflictiva, no se puede despreciar la legítima 
autonomía del ideal ciudadano. El respeto a la pluralidad humana y al 
derecho de todos a construir la sociedad humana, nos obliga a la 
colaboración, al diálogo, y a aceptar las contribuciones que la 
ciudadanía secular aporta a nuestro estilo de vida. Las podemos 
resumir en: 

-- ampliación del campo de acción de la solidaridad cristiana más 
allá de las fronteras sociológicas de la Iglesia frente a tentaciones 
sectarias y de "puertas cerradas" (nuestros pobres, nuestros 
marginados, nuestros compromisos... son expresiones, aún, 
frecuentes en ambientes cristianos); 
-- exigencia de una actitud más humilde en nuestro trabajo 
rechazando la utilización prepotente del poder institucional; 
-- puesta a prueba de la reivindicación cristiana de liberación en 
este mundo, por la acción de la Gracia de Dios. 
Si no queremos que esta proclamación sea vacía, es preciso que 
aportemos alternativas que dignifiquen la vida humana de los 
oprimidos y marginados. 

En el ámbito del voluntariado este respeto a nuestra doble identidad 
implica, en términos de García Roca, un espíritu de 
complementariedad frente a uno de contraposición, colonización o 
mera yuxtaposición19. Una de las claves del futuro de la acción 
voluntaria cristiana se juega en nuestra capacidad de 
complementariedad "crítica" con otras organizaciones sociales y con 
la Administración del Estado. Si dejamos las políticas sociales en 
manos de otros, si nos consideramos mejores (más compasivos, más 
radicales, etc) y despreciamos la experiencia y capacidad de gestión 
del sector estatal... habremos perdido, de nuevo, la posibilidad de 
generar una sociedad distinta y, con ello, habremos traicionado, una 
vez más, a quienes decíamos querer servir: los excluidos. 

3.2. Ciudadanos utópicos 

Como cristianos somos ciudadanos de "dos ciudades"(Gaudium et 
Spes, 43). Esto exige que seamos "bilingües", es decir, capaces de 
hablar y vivir el lenguaje bíblico con su carga de compasión y 
radicalidad, de sufrimiento histórico y esperanza, y el lenguaje de 
nuestra cultura con su modo de pensar crítico y racional. ¿De qué 
sirven nuestros discursos radicales si no admiten mediación cultural y, 
por tanto, son incomprensibles? Muchas de nuestras 
argumentaciones y explicaciones de la radicalidad cristiana chocan 
con el bloqueo racional de nuestros contemporáneos. 

La necesaria "traducción" al lenguaje social de nuestra visión 
utópica no puede hacernos perder la radicalidad de nuestra 
esperanza. De hecho, el discipulado añade a la política una visión 
utópica que se enraíza en el Evangelio como promesa, juicio y 
vocación. Promesa de una sociedad nueva, justa y solidaria y que, 
aunque empujada por todos nosotros, llegará de manos de Dios. 
Juicio de un mundo que margina a sus gentes y les niega la dignidad 
y libertad de hijos de Dios. Vocación o llamada a la construcción de un 
orden nuevo en el que sea posible proclamar la Buena Noticia a toda 
la humanidad. 

La utopía cristiana para la sociedad es comunitarista. Los principios 
expuestos en la Doctrina Social de la Iglesia, el de "subsidiariedad", y 
su complementario de "socialización", unidos al concepto de "justicia 
como participación" y al de la "opción por los pobres", ofrecen una 
estructura de análisis crítico de la sociedad y guían a la comunidad 
cristiana en la búsqueda de un orden social justo y solidario. 

La progresiva complejidad de los "mundos vitales" y de las 
relaciones entre los agentes sociales, obliga a seguir analizando e 
interviniendo en el entramado social. Aquí tiene un papel crucial el 
voluntariado social: aporta datos de las nuevas formas de opresión y 
marginación, y mantiene el horizonte utópico gracias a un continuado 
análisis socio-político. 
3.3. Ciudadanos radicales 

Nuestra radicalidad no es otra que la de la entrega de Jesús por 
toda la humanidad. En su asumir todo el dolor de la humanidad y, en 
la respuesta de aceptación del Padre, está la clave del porqué los 
cristianos creemos que es necesario estar cerca, incluidos, en los 
sectores de población que continúan "crucificados". Hemos de cuidar 
que esta cercanía radical a las víctimas no nos haga "apologetas del 
sufrimiento". No valoramos el dolor en sí; nuestro acercamiento no ha 
de ser culpable, sino liberador, portador de esperanza, abierto a 
descubrir dignidad humana donde la sociedad la niega. 

La invitación es a una ciudadanía mucho más comprometida que la 
que ofrece nuestra democracia formal; más encarnada que la de un 
cierto humanismo preocupado sólo por la fraternidad y no por la 
revolución que aquí (y en los documentos pontificios) se pide: lograr 
la inclusión de todos y que toda la sociedad viva y pelee unida por el 
Bien Común. Poco más cabe decir de este aspecto, basta leer de 
nuevo el apartado del voluntariado cristiano. Si nos tomamos en serio 
la opción por los pobres, si nuestro mundo de amistad y relación 
"incluye" a los, hasta ahora, excluidos, si nuestra visión de la realidad 
se hace "mestiza", aceptando sus puntos de vista y sus herramientas 
culturales de análisis... si, en definitiva seguimos leyendo Mt 25 y al 
llegar a "lo que hicisteis por uno de estos pequeños"... nuestras 
entrañas se conmueven... nuestra ciudadanía será cristianamente 
radical sin remedio. 

3.4. Ciudadanos servidores 

Todo lo anterior es posible, únicamente, desde el ejemplo de Jesús 
en el lavatorio de los pies (Jn 13, 1-17). Nuestro Dios se hace 
"servidor" nuestro. Y es que, a los pies del otro, la vida tiene un 
significado distinto. Cuando Jesús se puso a los pies de sus discípulos 
sabía que su fin estaba cerca: "había amado a los suyos que vivían 
en el mundo y los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Ese es el contexto 
existencial de Jesús, el amor, desde el que comprender el resto de 
aquel encuentro último. 

Al acercarnos como voluntarios a ofrecer parte de nuestro tiempo, 
no intuimos los cambios que se van a producir en nosotros. De la 
compasión y el encuentro con el que sufre pasamos a la rabia e 
indignación por su sufrimiento injusto. Ello nos obliga a analizar y 
tratar de atajar las causas del mismo. En ello se nos van energías y 
nos cambia la vida. Y, al final, aún habiendo aliviado sufrimiento, 
somos conscientes de que el mal sigue campando en nuestra 
sociedad. Por eso, si nos dejamos empapar, incluir en la narrativa de 
Jesús, ésta dará sentido a nuestra entrega gratuita, sostendrá las 
sucesivas crisis de desencanto por las que, inevitablemente, ha de 
pasar todo aquel que se compromete radicalmente. Además, 
tendremos una concepción distinta de la persona y de la sociedad 
que implique la visión desde los pobres y la lucha por una sociedad 
inclusiva. 

Por último, es desde esa narrativa, desde la que nos adherimos a 
una tradición, a una comunidad. Ahí recibimos el impulso, la 
formación, el lenguaje, los valores para acercarnos radicalmente a la 
injusticia y luchar con ella al estilo de Jesús. 

Una vez más, el voluntariado social, reforzado por el lenguaje y 
tradición de la comunidad creyente, ofrece un camino de integración 
de ambos universos: el de la justicia y el de la gratuidad, al implicar el 
compromiso personal con la lucha por la justicia social y el cambio de 
estructuras. Servicio directo, sí, pero enviados, también, a proclamar, 
a defender en la arena política, nuestra alternativa solidaria. La doble 
tarea de todo voluntario cristiano (implicación personal y 
denuncia-propuesta) se hace de este modo "confesional", confesante 
de un Dios que ama sin condiciones y sin exclusiones. El amor -hecho 
de servicio, gratuidad, compasión, denuncia, análisis y propuesta- es 
pues el criterio último de nuestra acción voluntaria, de nuestra 
ciudadanía cristiana. Este principio provoca conflictos con la sociedad 
y con la misma Iglesia, pero es el que nos permite comprender el 
voluntariado social como discipulado cristiano, que no es otra cosa 
que actuar con justicia, amar con ternura, y caminar humildemente 
junto a nuestro Dios. 

........................
NOTAS 
1. BOLLAERTS, Liliane. El Voluntariado en Europa. Madrid: Cruz 
Roja Española, Departamento de Voluntariado, 1987. En: Conferencia 
Nacional sobre Voluntariado, Sevilla, 8-10 Mayo 1986, p.17. 
2. CALO, José Ramón. ¿Qué es ser voluntario?. Madrid: Plataforma 
para la Promoción del Voluntariado, 1990. En Cuadernos de la 
Plataforma, 2, p.14. 
3. GARCÍA ROCA, Joaquín. Solidaridad y Voluntariado. Santander: 
Sal Terrae, 1994. p.62. 
4. BELLAH, Robert, (et al.) The Good Society. New York: Vintage 
Books, 1992, p.254. 
5. Cf. DAHL, Robert A. Democracy and Its Critics. New Haven: Yale 
University Press, 1989. p.111-112. 
6. Para un análisis de la importancia de la "Inclusión" en la 
profundización y reforma de nuestra democracia occidental, Cfr. 
DAHL, Robert, op. cit. p. 119-134. 
7. GARCÍA ROCA, Joaquín. op. cit. p. 137. 
8. Las encuestas sobre las motivaciones del voluntariado reflejan 
no sólo que el individualismo no es incompatible con el servicio sino 
que la autorrealización es una motivación fuertemente presente a la 
hora de ayudar a los demás. 
9. CATALÁ, Toni. Salgamos a buscarlo. Notas para una teología y 
una espiritualidad desde el Cuarto Mundo. Sal Terrae: Santander, 
1992. En Aquí y Ahora, 21. p.17. La crítica de Catalá no se dirige 
únicamente a las "políticas sociales", también incluye a la lectura 
"científica" de los milagros de Jesús que permite mantener las 
fronteras sociales, frente a la práctica incluyente de dichos milagros. 
10. BELLAH, Robert, op. cit. p. 282. 
11. Una idea tal de justicia requiere una comunidad que la sustente. 
Para una discusión sobre la relación entre justicia y comunidad, así 
como sobre la necesaria revisión de nuestra concepción legalista y de 
"derechos" de justicia, Cfr. SELZNICK, Philip. The Moral 
Commonwealth. Social Theory and the Promise of Community. 
Berkeley: University of California Press, 1992, cap. 15. 
12. GARCÍA ROCA, Joaquín, op. cit. p. 52. 
13. JARAMILLO RIVAS, Pedro. El Voluntariado Social: la mística de 
la gratuidad. Madrid: Cáritas Española, 1.993. En Corintios XIII, 65, p. 
176. 
14. HAUERWAS, Stanley and WILLIMON, William H. Resident Aliens: 
Life in the Christian Colony. Nashville: Abingdon Press, 1994, p.48. 
Hauerwas es uno de los teólogos "comunitaristas" de Estados Unidos, 
sus escritos tienen cierto talante sectario, pero sus propuestas y 
preguntas son siempre sugerentes, especialmente en la reivindicación 
de la comunidad cristiana y su identidad. 
15. CATALÁ, Toni, op. cit. p. 15. 
16. ECHARREN, Ramón. El voluntariado social: aviso para 
creyentes. Santander: Sal Terrae, 1989. En Sal Terrae, 911, p. 464. 
17. Cfr. WUTHNOW, Robert. Acts of Compassion. Princeton: 
Princeton University Press, 1991. esp. p.121-190. Wuthnow ofrece un 
sugerente análisis del papel de la fe en la acción voluntaria. 
18. COLEMAN, John A. An American Strategic Theology. New York: 
Paulist Press, 1982, p .207. 
19. GARCÍA ROCA, Joaquín. Público y privado en la Acción Social. 
Del Estado del Bienestar al Estado Social. Madrid: Popular, 1992. 
(Trabajo Social; 18), p. 62. 


APÉNDICE 1: UN RETO PARA EL VOLUNTARIADO SU 
APORTACIÓN A OTRO MODELO DE SOCIEDAD 
Extracto de: Víctor Renes, Panorama del voluntariado: elementos 
para una radiografía, Revista de estudios de Juventud (Ministerio de 
Asuntos sociales), diciembre 1989. 

"El compromiso por el cambio es un axioma para el voluntariado. Un 
voluntariado conservador es una contradicción. El voluntariado nace 
porque ve disfunciones, necesidades insatisfechas, sufrimientos 
físicos y morales y decide intervenir para cambiar estas situaciones. El 
problema es: ¿qué intenta modificar el voluntariado? ¿Hasta qué 
punto está dispuesto a volcarse sobre el cambio?" (G. Pasini). 
Debemos decubrir cómo un voluntariado puede constituir conciencia 
crítica y, por ello, producir cambios. Veamos el conjunto de valores 
que sostienen la intervención del voluntariado. 

-- El paso de una cultura de tipo elitista selectiva, en la que 
prevalecen las relaciones de fuerza, 

... a una cultura comunitaria con la consecuente atención 
privilegiada a los más débiles.

-- El paso del individualismo y del rechazo de los problemas de los 
débiles, cómo problemas "ajenos",

... a la corresponsabilidad en lo que respecta a las personas y en lo 
que respecta a la sociedad.

-- El paso del hábito del anonimato 

... a la búsqueda de relaciones personalizadas.

-- El paso del hedonismo 

... al sacrificio; el servicio a los pobres no es, por su naturaleza, 
agradable.

-- El paso del consumismo y la categorización del "tener", 

... al "ser" como referencia de una calidad de vida que reencuentra 
como tal la austeridad, testimoniada por muchísimas comunidades del 
voluntariado.

-- El paso de la emotividad y de lo provisorio 

... a la fidelidad y a la continuidad de las relaciones y del servicio.
Estos valores serán un impulso para el cambio en la medida en que 
sean asumidos permanentemente por la persona y se reflejen, en 
consecuencia, en la vida cotidiana, en el compromiso político, etc. 

El cambio puede venir también del contacto humano de los 
voluntarios con los pobres y marginados. Una relación humana bien 
conducida puede sacudir el pasotismo y la fatalidad, suscitar y 
movilizar energías facilitando un proceso de autonomía y liberación de 
las personas asistidas. 

Otra contribución puede nacer del contacto con los profesionales 
de los servicios: con su testimonio les induce a verificar la validez de 
sus prestaciones y la humanización de las relaciones. 

Estas aportaciones plantean también unos interrogantes. Es obvio 
que los voluntarios deben ser igualmente "modificados" por las 
personas a las que ayudan sobre la base de los valores de los cuales 
son portadores. De lo contrario no se produce una "relación" real de 
ayuda. La simple relación humanitaria puede atenuar el sufrimiento, 
pero no supone un cambio real en los derechos de los que las 
personas ayudadas no disfrutan. 

La propia aportación al cambio de los voluntarios, hace inevitable la 
pregunta: ¿qué debe ser cambiado en la sociedad, en las 
instituciones, en los servicios, para que sean modificadas las 
condiciones de pobreza y marginación en una perspectiva 
promocional y liberadora? Es inevitable abordar el espacio de la 
presencia del voluntariado en el campo "social" y "político". 

Un cambio en profundidad exige la aportación de todas las fuerzas 
culturales, sociales y políticas sin olvidar aquellas a las que la 
población ha confiado la gestión del bien común. Dentro de esas 
fuerzas, el voluntariado por su sensibilidad social y por su contacto 
cotidiano con los débiles, dispone de un potencial de cambio quizá 
insustituible. 

En relación con su presencia en el campo "social", el objetivo 
central es que los problemas de pobreza y marginación lleguen a ser 
considerados y tratados como un problema de la propia sociedad, así 
como el de modificar la cultura dominante que se resigna a considerar 
esos problemas como componentes "fisiológicos" del desarrollo social. 

En relación con el campo "político", en síntesis se puede decir que 
la relación con las administraciones públicas se mueve sobre dos 
rieles complementarios: 

-- El del estímulo y la denuncia contra incumplimientos, 
inoperancias, disfunciones, carencias legislativas. 
-- El de la colaboración activa, promoviendo iniciativas piloto de 
servicios y desarrollando una verdadera y adecuada colaboración 
concretada, en un equilibrio no siempre fácil entre el mantenimiento 
de una sustancial libertad de cara al poder y la demostración de una 
concreta voluntad de colaboración.


APÉNDICE 2: LA IDENTIDAD DEL VOLUNTARIADO 
VOLUNTARIO/IDENTIDAD

DECÁLOGO PARA UNA BÚSQUEDA 
Tomado de Joaquín García Roca, Solidaridad y voluntariado, Ed. 
Sal Terrae, 1994, libro que recomendamos muy vivamente, y que 
recomienda por sí mismo el éxito editorial y de crítica de que ha sido 
objeto. García Roca pretende en primer lugar realizar una visita 
guiada por los territorios de la acción voluntaria y en este sentido 
posee un innegable interés sociológico. Sitú;a al voluntario en un 
horizonte nuevo, abre ventanas y le da elementos críticos para poder 
entrar en este mundo, tan a menudo desconocido. El libro resulta guía 
y acompañamiento; además de alentar, da pautas para la reflexión y 
acción. Lo recomendamos y queremos transcribir el siguiente 
decálogo con que termina el libro. 

1. El voluntariado necesita descubrir la complejidad de los procesos 
sociales; una idea simple es una idea simplificada. Los problemas 
sociales tienen la forma de la tela de araña: están tejidos por multitud 
de factores. Saber estar en una sociedad compleja disponiendo de 
una buena información es una cualidad esencial del voluntariado hoy. 


2. El voluntariado sólo tiene sentido cuando no pierde de vista el 
horizonte de la emancipación. Es necesario darle ternura a un 
enfermo terminal o acoger a una persona que lucha contra su 
adicción, pero ello sólo merece la pena si es un paso más en la 
remoción de las causas de la marginalidad y del sufrimiento 
innecesario. 

3. La acción voluntaria sólo tiene calidad ética cuando es la opción 
libre de un sujeto en el interior de una triple aspiración: la estima de sí 
mismo, la solidaridad con los demás y el compromiso por una 
sociedad justa. 

4. El voluntariado no es una coartada para desmantelar los 
compromisos del Estado, sino más bien para reclamarlos. Si su 
presencia es, en algú;n momento, un pretexto para que la 
Administración se retire o reduzca sus esfuerzos, el voluntariado ha 
entrado en zona de peligro. 

5. La acción voluntaria es como una orquesta: lo importante es que 
suene bien; importa poco si la flauta es de madera o de metal, si es 
propiedad de éste o de aquél. A la orquesta debemos exigirle 
coordinación, coherencia y concentración de esfuerzos. El voluntario 
es siempre un "co-équipier". La fragmentación no conduce a nada, y 
en el equipo cada cual juega en su propio lugar colaborando con el 
resto en función de la partida. 

6. La acción voluntaria ha de tener competencia humana y calidad 
técnica. Con el amor no basta; si, por ignorancia o por incompetencia, 
hiciéramos sufrir a una persona frágil, aunque fuera con la mejor 
intención, sólo lograríamos aumentar su impotencia y su marginalidad. 


7. El voluntariado debe ganar espacios en las clases populares. No 
puede ser una institución que interese sólo a las clases medias ni a 
aquellos a quienes les sobra tiempo; más bien responde al ejercicio 
de la ciuda- danía que se responsabiliza de los asuntos que afectan a 
todos. 

8. El voluntariado estima al profesional de la acción social y buscará 
siempre la complementariedad; pero, por lo mismo, no se convierte en 
auxiliar ni en correa de transmisión, sino que defiende el espacio de 
libertad que le es propio. 

9. El voluntariado necesita hoy disciplinar su acción. Las mejores 
iniciativas se pierden por incapacidad de someterlas a un programa, a 
unos objetivos, a un método, a unos plazos, a una dedicación seria, a 
una evaluación. La buena intención es un camino viable si hay 
disciplina; si no la hay, es un fracaso. El voluntario rehuye las 
palabras vanas y se acerca a los gestos eficaces. Es importante 
servirse de palabras justas y de expresiones exactas. 

10. La acción voluntaria requiere reciprocidad: no se orienta 
simplemente a la asistencia del otro, sino al crecimiento de ambos, 
aun cuando sean diferentes sus contribuciones. La estima del otro no 
sólo exige la acogida, sino que además espera una respuesta 
análoga. 


CUESTIONARIOS PARA EL TRABAJO EN GRUPO 

1. Si dedicáis un tiempo al voluntariado:¿Qué os mueve a ello? 

-- ¿Cuáles son las motivaciones? 
-- Confeccionad una lista y valoradla. ¿Son las mismas que cuando 
empezasteis? 
-- ¿Qué os aporta la lectura de este Cuaderno?

2. A menudo el trabajo y las obligaciones no nos dejan tiempo para 
voluntariados: 

-¿Cómo vivir integradamente el "discipulado" -o seguimiento de 
Jesú;s- y la "ciudadanía" en los otros ámbitos de la vida (trabajo, 
familia...)?

3. Procurad contestar las preguntas que el autor propone. 

-Ver las páginas 7, 10 y 12.

4. Según el autor del Cuaderno, y según vuestra opinión: 

-¿Qué añade la motivación cristiana al voluntariado social?

5. Para que el voluntariado pueda transformar la propia vida, y no 
sea sólo un "paseo" por la pobreza: 

-- ¿Qué características indispensables ha de tener?

6. Pensad en las dificultades y crisis por las que normalmente ha de 
pasar todo voluntario: 

-¿Cuáles son? 
-¿Cómo superarlas?