VOLUNTARIOS: DISCÍPULOS Y CIUDADANOS
Pedro Coduras, sj.
Introducción
I. El Voluntario en tanto que ciudadano
1. Descubrir nuestra diversidad
2. Redefinir el bien común
3. Promover el cambio social
II. El Voluntario en tanto que discípulo
1. Discípulos que responden al "amor primero"
2. Discípulos como ciudadanos
3. Discípulos: ciudadanos y forasteros
III. Voluntariado social como ciudadanía cristiana
1. Voluntariado social como tarea cristiana
2.¿Existe un voluntariado cristiano?
3. Ciudadanía cristiana
3.1. Ciudadanos críticos
3.2. Ciudadanos utópicos
3.3. Ciudadanos radicales
3.4. Ciudadanos servidores
Notas
Apéndices de Cristianisme i Justícia
Un reto para el voluntariado
La identidad del voluntariado. Decálogo
Cuestionarios para el trabajo en grupos
Pedro Coduras es jesuíta aragonés, psicólogo, ha colaborado con
el Voluntariado de Marginación Claver, y actualmente es director del
Proyecto Hombre de Zaragoza.
* * * * *
INTRODUCCIÓN
Con el título de "Voluntarios: discípulos y ciudadanos" queremos
expresar la tensión en la que todo/a cristiano/a se encuentra en
nuestra sociedad. Seguir a Jesús de Nazaret formando parte de la
comunidad cristiana y, a la vez, colaborar en la construcción de la
sociedad en tanto que ciudadanos, son las dos tareas básicas de
todo/a creyente en el Dios de Jesús.
Esta tensión lleva consigo en unas ocasiones rupturas y, en otras,
subrayados de un polo o de otro. Si nos resulta difícil admitir cualquier
tensión existencial, cuánto más ésta, que pone en cuestión algo tan
esencial al ser humano como es su identidad. Desde los diferentes
acentos que encontramos en el Nuevo Testamento hasta la evolución
doctrinal expresada en los documentos de la Iglesia, se hace patente
el continuo esfuerzo de la comunidad cristiana por responder
honestamente y en profundidad a esta doble pertenencia: ser
discípulos y ciudadanos.
Tesis de este cuaderno
La tesis de este cuaderno es que el voluntariado social permite,
como muy pocas actividades humanas, que la persona realice
simultáneamente su identidad como ciudadano/a y como cristiano/a.
No se trata de hacer un análisis del voluntariado en España, ni de
una reflexión filosófica o sociológica sobre este fenómeno social. El
lector/a que busque más información en esta línea puede consultar
las obras de García Roca, Wuthnow y los Cuadernos de la Plataforma
para la Promoción del Voluntariado. En las notas encontrará el
lector/a las referencias.
Este cuaderno -ayudado por dichos estudios- pretende aportar
alguna pista para la reflexión creyente sobre el voluntariado. Para
ello,
definiremos, en primer lugar, de qué voluntariado estamos hablando
y cuáles son sus características, en cuanto a su participación en la
acción social;
analizaremos, en segundo lugar, qué tipo de voluntariado surge de
la motivación cristiana y cómo se relaciona esa actividad voluntaria
con el seguimiento de Jesús;
y, por último, sugeriremos las características del voluntariado social
vivido desde la fe. También, su contribución como ciudadanía
cristiana a un ideal de sociedad basado en la inclusión y la
participación, en la justicia y la fraternidad.
Quisiéramos acompañar la experiencia de multitud de cristianas y
cristianos que ofrecen parte de su tiempo y energías al servicio del
otro, del excluido.
I. EL VOLUNTARIO EN TANTO QUE CIUDADANO
La palabra "voluntariado" define muy distintas realidades. Ello
sugiere la gran riqueza de la participación humana, pero esconde el
riesgo de defender algunas actividades y grupos de intereses que no
responden a lo que aquí vamos a considerar como voluntariado.
Veamos tres definiciones, procedentes de ámbitos diversos, para
constatar esa diversidad:
-- "En la resolución adoptada por el Parlamento Europeo en
diciembre de 1983 reencontramos las cuatro características de base:
el voluntariado no es obligatorio, es interesante para la sociedad,
normalmente no remunerado, y se realiza en un cuadro más o menos
organizado".1
-- "Sería voluntario el que actúa desinteresadamente, con
responsabilidad, sin remuneración económica, en una acción
realizada en beneficio de la comunidad, que obedece a un programa
de acción con voluntad de servir; es una actividad solidaria y social, el
trabajo del voluntario no es su ocupación laboral habitual, es una
decisión responsable que proviene de un proceso de sensibilización y
concienciación, respeta plenamente al individuo o individuos a
quienes dirige su actividad y puede trabajar de forma aislada, aunque
por lo general actúa en grupo".2
-- "El voluntariado social acaba entendiéndose como un servicio
gratuito y desinteresado que nace de la triple conquista de la
ciudadanía: como un ejercicio de la autonomía individual, de la
participación social y de la solidaridad para con los últimos".3
Progresivamente, las tres definiciones van limitando el ámbito del
término. La primera trata de abarcar cualquier acción voluntaria.
Podría incluir a colegios profesionales, grupos de interés, etc. La
última restringe el voluntariado a lo social, con claros tintes de
compromiso socio-político y de inclusión. En este cuaderno,
consideramos esta última definición como la que mejor describe el tipo
de acción voluntaria que se deriva del discipulado cristiano.
Es importante darse cuenta de que esta concepción de voluntariado
no habla de altruismo -y mucho menos de heroicidad- sino que
fundamenta la acción voluntaria en la puesta en práctica de la
ciudadanía. Ser voluntario social, para García Roca, es, simplemente,
la consecuencia de tomarse en serio la condición de ciudadano/a.
Evidentemente, se está hablando de una ciudadanía responsable e
interesada por la justicia. Por desgracia, este modo de entender la
ciudadanía no es mayoritaria en nuestra sociedad. Pero esto no
implica que sólo se pueda hacer la opción por los pobres (o la
"solidaridad para con los últimos", tal como se expresa en la definición
anterior) desde la llama da al discipulado, al seguimiento de Jesús.
Conviene aclarar desde el principio que al considerar la motivación
cristiana y sus consecuencias en la acción voluntaria no estamos
definiendo un nuevo tipo de voluntariado que sin la fe sería imposible.
Como veremos más adelante, "cristiano" califica la acción voluntaria,
es decir, le ofrece una motivación, una llamada a la radicalidad y un
ámbito comunitario. Éste posibilita la razonabilidad y el mantenimiento
de la utopía exigido por el voluntariado social tal como aquí lo
definimos.
Pero, volvamos al voluntariado como ciudadanía para subrayar sus
características. Posteriormente lo analizaremos desde la visión
creyente. Podemos definirlo a través de tres acciones que lo
caracterizan.
1. DESCUBRIR NUESTRA DIVERSIDAD
Salir del círculo de nuestros amigos y nivel social
La construcción de una sociedad democrática exige, según Robert
Bellah el "tener cuidado". Esto supone una sensibilidad creciente para
percibir la situación social, la recuperación de la idea de bien común y
un compromiso respetuoso y crítico con las instituciones sociales.4
Esta nueva percepción de la sociedad o "comprensión ilustrada"
(enlightened understanding) que requiere de una mayor información y
exposición a la realidad se considera uno de los elementos básicos
del proceso democrático.5
Para ello, es necesario estar abierto a otras realidades sociales
distintas a la del grupo social al que pertenecemos. Hay que salir del
"círculo reducido" de nuestros familiares y amigos, de nuestro nivel
social y cultural. No basta, por tanto, con la voluntariedad de nuestra
acción; ésta ha de atravesar las fronteras sociales que nos dividen y
separan.
El voluntariado social cruza estas fronteras y, al hacerlo, descubre
al resto de la sociedad la existencia de vidas humanas que necesitan
y merecen ser tenidas en cuenta. Es en el contacto directo con las
personas excluidas donde el voluntario descubre el primer impulso de
su acción: la compasión, no como sentimiento de pena y
conmiseración, sino viendo la realidad con los ojos del corazón.
No es posible quedar indiferente ante el dolor y la rabia que
produce la exclusión. Por ello, una de las primeras tareas del
voluntariado social es relatar las historias, casi olvidadas, de
sufrimiento y lucha, de negación de dignidad y de esperanza que
encuentra en su servicio. Con ello, permite que la compasión
atraviese e impregne el lenguaje utilitarista e individualista de nuestra
cultura.
Gracias a esta implicación con las víctimas del sistema desde el
nivel personal y local, puede el voluntariado ser fermento de una
acción social que, sin olvidar la justicia y sus mediaciones, aporte la
misericordia, generosidad y gratuidad que sólo nacen del encuentro y
la relación humanas.
De aquí surge la primera pregunta
-- ¿Comporta nuestra acción voluntaria un estilo de trabajo que
asuma el riesgo de salir de lo conocido, del "círculo reducido" de
iguales (o de los "casi-iguales")?
Este estilo de trabajo implica una pérdida de seguridad; una
necesaria apertura a aprender, conocer y valorar modos distintos de
vida y relación; un "dejarse afectar" por la realidad con la que nos
encontramos (dolor, resentimiento, internalización de la exclusión,
agresividad, etc). Que nadie se asuste; para cumplir esta primera
característica no se precisa heroicidad, basta con una sencilla
presencia entre los pobres.
2. REDEFINIR EL BIEN COMÚN
PARA LOS QUE HAN SIDO APARTADOS DE LA SOCIEDAD, LA
CONCEPCIÓN DE BIEN COMÚN DIFIERE DE LA QUE TIENE LA
"SOCIEDAD ESTABLECIDA"
El voluntariado, entendido como ciudadanía responsable e
inclusiva, pretende redefinir la sociedad en su conjunto. Bien Común
es aquello que, entre todos, consideramos como objetivo de nuestra
convivencia, el ideal al que tendemos.
No cabe duda de que dicho ideal es entendido de distinta manera
por los diversos grupos que integran la sociedad. Tampoco, que es
un ideal ajeno e inaccesible a grandes porcentajes de la población,
cuyo derecho a participar socialmente es teórico y, en la práctica, no
reconocido.
Los voluntarios pertenecen, mayoritariamente, a sectores sociales
que pueden ejercer sus derechos ciudadanos y participar en la
definición del ideal de sociedad. De ahí que, a partir de la acción
voluntaria sea preciso generar dinámicas de inclusión6 y de
recuperación de dignidad, que permitan la participación de los
excluidos del sistema en la redefinición de dicho ideal.
Un voluntariado que se aleja definitivamente de concepciones
"benéficas" y paternalistas
Se trata de establecer un diálogo; no el monólogo característico de
la beneficencia clásica. Este es uno de los puntos clave de legitimidad
del voluntariado, donde se juega su credibilidad como agente social.
Trabajos como la rehabilitación de personas dependientes, la
asistencia a colectivos en precariedad económica o de otro tipo, etc,
han de llevar a la "inserción" o inclusión de estas personas en el
conjunto de la sociedad. Hemos de trabajar por la recuperación de
sus derechos de participación política, económica y social, tanto en
los recursos como en las obligaciones de la comunidad a la que, por
derecho y dignidad humana, pertenecen.
Para evitar el peligro de convertirse en cómplice de la injusticia y la
exclusión al tapar meramente con un parche las consecuencias de
éstas, el voluntariado social ha de manifestar en sus objetivos y en su
metodología un elemento clave: el "dar protagonismo" a las personas
que atiende. No se trata de sustituir la presencia y la voz del otro, sino
de recrear el ejercicio de la mediación con una "presencia ligera que
devuelva a las personas carenciadas su propio protagonismo".7
Esto que en teoría puede parecer "de cajón", en la práctica no lo es
tanto. No es fácil renunciar a nuestros intereses (en primer lugar, al
de "redentores") ni abandonar nuestro individualismo.8 Y aún es más
difícil creer que ciertos colectivos marginales puedan tener una
palabra que decir sobre ellos mismos (deficientes profundos, niños,
extranjeros, etc.) o, al menos, tener "la" palabra apropiada, dadas sus
características culturales, físicas o psíquicas. Como subraya Toni
Catalá, "es impresionante constatar cómo no se soporta el que los
otros salgan de la periferia asignada para ellos. Muchas pretendidas
políticas sociales, lo que hacen es asear los contextos periféricos para
que todo siga igual: para que siga cada uno en su sitio".9
Apuesta por el "privilegio epistemológico de los pobres"
Un voluntariado social, como el que aquí definimos, apuesta por el
"privilegio epistemológico de los pobres"; esto es: la realidad se ve
mejor "desde abajo", "desde afuera" de los límites sociales. Y esto es
algo difícil de hacer comprender a quienes no se han dejado afectar
por los otros, los ajenos, los distintos; a las personas que reducen su
mundo vital al de sus iguales y al de aquellos que están por encima
en la escala social. Sin embargo, cualquier voluntario/a social sabe
por experiencia que hay un lugar y un modo de ver la realidad que
amplía la propia visión. Sólo desde esta experiencia se justifica la
necesidad de dar voz y protagonismo a los excluidos. Porque si no
tuvieran una visión alternativa de la vida ¿para qué darles voz? Sería
más práctico continuar decidiendo por ellos qué acciones emprender
para resolver sus problemas.
Para aquellos que han sido apartados de la sociedad, la
concepción de Bien Común difiere de la que tiene la "sociedad
establecida". Cuestiones como raza, sexo y bienestar económico
tienen un significado diferente y, sobre todo, reciben un valor distinto.
Sólo la inclusión de aquellos que hemos excluido de nuestro sistema
puede aliviar a nuestra sociedad de la "ceguera epistemológica"
(ciegos a cualquier visión de la realidad que no responda a nuestra
cultura e intereses) que nos afecta y que hace inherente al sistema la
suplantación, la intolerancia y el miedo.
La segunda pregunta incluye dos cuestiones prácticas cruciales:
-- ¿Qué papel juegan en nuestro voluntariado los beneficiarios del
mismo? ¿Participan en los órganos de decisión? ¿Tienen algún poder
respecto a los objetivos, metodología y evaluación de resultados?
-- ¿Ha cambiado nuestra visión de la realidad social a partir del
trabajo voluntario y de nuestra relación con las personas afectadas?
¿Qué contribución específica se ha producido? ¿Cómo ha cambiado
mi visión de mí mismo, en lo personal y en relación con la realidad
entorno?
Respuestas negativas o confusas a las anteriores preguntas nos
situarían en el modelo de actuación de los conquistadores en América
o del franquismo de nuestra historia reciente. Para los unos, los indios
eran seres "menores de edad" incapacitados para saber qué querían
y necesitaban. Para el otro, el pueblo español era inmaduro para
decidir por sí mismo. Y es que, no sólo la historia se repite, sino que
somos capaces de justificar los mismos estilos colonialistas y
paternalistas de antaño con argumentos ideológicos tomados de la
crítica marxista o de la posmodernidad.
3. PROMOVER EL CAMBIO SOCIAL
VOLUNTARIADO SIGNIFICA NO SÓLO COMPROMISO PERSONAL
CON INDIVIDUOS, SINO TAMBIÉN CON ESTRUCTURAS E
INSTITUCIONES
Finalmente, el sector voluntario está compuesto de una compleja
red de instituciones y organizaciones. Esto constituye una de las
principales aportaciones a la sociedad del llamado "tercer sector", por
contraposición al sector público-estatal y al sector
mercantil-empresarial.
Las asociaciones de voluntariado actúan como intermediarias entre
el Estado y la ciudadanía
Esta red social distribuye el poder en la sociedad de un modo que
reafirma el pluralismo político y salvaguarda las libertades de los
ciudadanos. Las asociaciones de voluntarios actúan como
intermediarias entre el Estado y la ciudadanía, ofreciendo un canal
para la participación ciudadana. Ambos papeles (distribución del
poder, promoción de la participación) hacen de dichas asociaciones
uno de los mejores ejemplos del "principio de subsidiariedad",
postulado en el Pensamiento Social Cristiano. Robert Bellah recupera
la relevancia de este principio para la sociedad actual cuando afirma
que "el principio de subsidiariedad" favorece la cooperación social y la
descentralización del poder. Ésta, posibilita "un nuevo experimento en
democracia participativa' en el lugar de trabajo y la política".10
Sin embargo, no toda acción voluntaria se implica en un proceso de
cambio social: no basta la honradez y la gratuidad; hay que evaluar el
trabajo para evitar la legitimación del sistema. Subsidiariedad y
complementariedad con las instituciones públicas y sus intervenciones
sociales no equivale a "asistencia y apoyo acríticos" por parte del
voluntariado. Antes bien, han de proponer nuevas políticas sociales y
comprometerse, no sólo de manera personal con individuos, sino
también con estructuras e instituciones.
El cambio social dinamizado por el voluntariado social va desde la
inclusión en la sociedad y en sus órganos de decisión de los
excluidos, a la promoción de un nuevo concepto de justicia, una
justicia "comunitarista". Se trata de una justicia contextual e histórica,
que respeta las diferencias, que afirma el valor moral de personas y
grupos, que apoya la autonomía y el respeto a sí mismo, que
domestica la autoridad y que, finalmente, establece el marco teórico y
experiencial para el debate moral en los temas públicos.11 La
inclusión, de la que hemos hablado en el apartado anterior, está en
línea con este ideal de justicia. De hecho, la acción voluntaria -en su
trabajo de inclusión- supone el respeto por la autonomía de la
persona, así como la capacitación para desarrollar todas las
características (derechos y deberes) de la ciudadanía. La lucha que
las asociaciones de voluntariado despliegan por una igual dignidad y
protección se basa en la radical identidad común de todos los
hombres y mujeres. Su trabajo lucha contra el estigma moral que
clasifica a unas personas como "intrínsecamente" peores que otras.
La pelea por una ciudadanía más amplia e inclusiva no es
simplemente algo práctico. Implica un debate ideológico y político, al
tiempo que un compromiso personal y una asunción de riesgos. En la
búsqueda de una justicia comunitarista, se ha de implicar no sólo el/la
voluntario/a, sino también su organización. Los voluntarios sociales
contactan con las diversas y ambiguas realidades humanas, que les
dan la convicción de una necesaria y continua lucha por la justicia. La
red de asociaciones de voluntarios tiene el irrenunciable deber de
reflejar estas experiencias concretas, transmitirlas a la sociedad y
pedir las medidas sociales y jurídicas que respondan a las
necesidades de los más desfavorecidos. La acción voluntaria, si
quiere ser ética, no sólo ha de caminar con las víctimas, sino que ha
de tener a su favor la voluntad de cambio.12 En nuestra sociedad, el
compromiso con la justicia social es la piedra de toque de la
credibilidad, tanto de las personas voluntarias como de sus
instituciones.
La tercera pregunta es consecuencia directa de lo anterior
-- ¿Qué objetivos de cambio socio-político persigo yo y la
asociación a la que pertenezco? ¿Somos capaces de formular
alternativas? ¿Qué lugar ocupa en mi servicio la pertenencia a una
asociación?
En el clásico dilema entre justicia y misericordia (recuérdese la
célebre cita de Dostoyewsky: "no tenéis ternura, sólo tenéis justicia,
por eso sois injustos"), esta pregunta evita el desplazamiento de
nuestro servicio al campo de la beneficencia y, por tanto, al papel de
"tontos útiles" al sistema. Éste, a la vez que engendra muerte y
exclusión, se goza en los gestos heroicos de aquellos que sólo
buscan aliviar las consecuencias del mal estructural sin tratar de
atajar sus causas.
El compromiso con la justicia y por el cambio social necesita una
motivación radical. No corren tiempos fáciles para la ética, para la
implicación radical. Hay dos grandes pilares para el altruismo y la
acción voluntaria: la relación con el otro y el encuentro con la
trascendencia, la divinidad, el Otro. La combinación de ambos da
solidez al compromiso radical, aun en tiempos de desencanto. En este
apartado nos hemos limitado al voluntariado como expresión de la
identidad ciudadana, como acción nacida de la misma identidad
humana que, para serlo, requiere abrirse a la relación con el "otro".
Sin negar la fuerza de esta motivación ciudadana, la experiencia
cotidiana nos muestra que es difícil asumir los riesgos de cruzar
fronteras sociales, implicarse en historias y relaciones cargadas de
dolor y confusión, aceptar los cambios que todo ello implica, perder la
seguridad de un espacio estable y protegido por los derechos
adquiridos al nacer... en definitiva, "vivir en la frontera", como diría J.L.
Sampedro.
Se hace necesario un "relato", sí, un relato, una narración
existencial que nos permita comprender el porqué de una opción tan
irracional a los ojos de cuantos nos rodean y de nuestra propia
cultura. Es necesaria una "comunidad de memoria" que ofrezca una
tradición, es decir, un modo de ver la realidad que dé sentido al
sacrificio, no al heroísmo, sino a los cotidianos y aparentemente
inútiles actos de compasión y de lucha por la justicia. Aquí se
encuentra nuestra responsabilidad como creyentes, como pueblo que
tiene el "regalo de la fe": ser embajadores de confianza en un mundo
de sospecha.
II. EL VOLUNTARIO EN TANTO QUE DISCÍPULO
La fe cristiana reclama una nueva identidad para aquellos que han
"nacido del agua y del espíritu" (Jn 3,5). ¨Cómo se relaciona esta
nueva identidad con la identidad ciudadana que nos caracteriza como
miembros de la sociedad secular? ¨Qué relación tiene esa "nueva
identidad" cristiana con el voluntariado del que aquí hablamos? Mi
respuesta es doble: por una parte, el voluntariado social es un modo
(no el único, pero sí uno de los más privilegiados) de vivir la identidad
cristiana en el mundo; por otra, el discipulado cristiano radicaliza el
voluntariado social, y con él nuestra ciudadanía, al dotarle de una
narrativa de entrega radical al otro. Es una respuesta al amor
incondicional del Padre, es decir, la narrativa existencial de Jesús de
Nazaret.
1. DISCÍPULOS QUE RESPONDEN AL "AMOR PRIMERO"
La comunidad cristiana encuentra la motivación para la "caridad"
(amor fraterno, hecho de justicia y misericordia, al estilo de nuestro
Dios) en el haber sido amados por Cristo. Es ese amor y no otra cosa
(Ley, Tradición, seguridad, etc.) lo que constituye la norma para
nuestra moralidad. Por tanto, todas nuestras acciones altruistas,
solidarias y compasivas nacen de la gratitud a un "amor primero",
inmerecido e impagable.
Esto que puede sonar a "perogrullada" es la clave de cuanto vamos
a analizar seguidamente. La radicalidad que hemos planteado hasta
ahora sólo puede vivirse desde la respuesta agradecida a un amor
que nos ha desbordado. Como afirma P. Jaramillo,
"el voluntariado vendría a ser la expresión práctica de entender la
propia existencia como don recibido. Quien se entiende a sí mismo
desde esa radicalidad creyente, necesariamente expresa ese
reconocimiento en una existencia vivida como don ofrecido. Somos
don de Dios en orden a ser don para los demás".13
La ética cristiana no es un compendio de normas y deberes, sino
una respuesta agradecida. Ahora bien, no podemos olvidar que Jesús
sí formuló un único mandamiento, el del amor. Tampoco podemos
separarlo de la narrativa (la historia) de Jesús que define este amor y
su imperativo para todos nosotros: "amaos como yo os he amado" (Jn
13,34-35). El lavatorio de los pies y la cruz son el modo de entender,
contemplar y vivir este mandamiento.
La palabra "cristiano", en su sentido más propio, significa "seguidor
de Cristo". En los Evangelios, cuando se habla de seguir a Jesús, sólo
se usan dos términos: mathetes (discípulo) y akoloutheo (siguiendo
tras...). El sustantivo "discipulado" como concepto no aparece. Esto
refleja la idea práctica que las primeras comunidades tenían del
discipulado, como un "camino", un proceso, una práctica, no un status
o concepto teórico. Se trata de un proceso en marcha, dinámico, de
adhesión y participación con Jesús, el Cristo.
Una última consideración. Sólo una de cada diez veces que la
palabra "discípulo" aparece en el Evangelio se refiere a los Apóstoles.
Se trata, por tanto, de un término referido a cuantos seguimos a
Jesús: no hay castas en la Iglesia cristiana, o al menos, no debiera
haberlas.
Características de este discipulado
a) Una ruptura total con el pasado. Implica abandonar familia e
intereses propios (Mc 1,16-20;2,14; Lc 14,26), decir no a uno mismo
(Lc 14,27), perder la autonomía económica y romper con los valores
imperantes (Cf. Mc 10, 41-45). La llamada de Jesús pide y hace
posible romper con el pasado a la vez que ofrece al discípulo/a un
nuevo futuro.
b) Entrar en una relación de por vida con Jesús. El texto de Mc
3,14, "para que estuvieran con El" nos da el sentido de discipulado.
Esto incluye la participación en la incierta vida de Jesús, en su
sufrimiento y muerte (Cf. Mc 10,39; 8,34). No se trata de repetir las
doctrinas del Maestro a modo de imitación, ni de adherirse a Él de una
manera intimista. El discípulo colabora día a día con Jesús en la
venida del Reino.
c) Ser enviado en misión. El elemento crucial es la inclusión en el
ministerio de Jesús. El discípulo es tan pronto llamado como enviado.
En él coinciden desde el inicio.
La Iglesia es la "comunidad de los discípulos de Jesús". Esto exige,
en expresión de Schillebeeckx, escribir el "quinto evangelio",
añadiendo con la propia historia los relatos de tantas vidas aparcadas
fuera de la sociedad e, incluso, de la comunidad cristiana.
2. DISCÍPULOS COMO CIUDADANOS
Hemos visto cómo nuestra identidad cristiana es un regalo del que
nos hacemos conscientes por Jesús. De ahí que sólo podamos
comprender esta identidad recibida mediante la actualización de la
"historia" de Jesús y de la comunidad creyente, en nuestras propias
vidas. Esta historia nuestra ha de ser analizada en función de nuestra
relación con Dios, con nuestro prójimo, con el mundo y con nosotros
mismos. Para ese análisis contamos con tres grandes criterios: fe,
esperanza y amor.
Perfil del discipulado
Estas tres virtudes son el esquema básico donde se enraízan otras
virtudes más específicas que nos dan el "perfil" del discipulado
cristiano:
-- La apertura a escuchar y responder a la llamada de Dios.
-- La gratitud, como característica de nuestra relación con Dios.
Gratitud que debería afectar al resto de nuestras relaciones (con
nosotros mismos, con los otros y con el entorno) y que se actualiza en
la alabanza.
-- Compasión, perdón y justicia, como las virtudes básicas de
nuestra relación con el prójimo. La misericordia y fidelidad de Dios, la
justicia "parcial" de Dios en favor del huérfano y de la viuda, son el
paradigma del modo cristiano de relación con el otro. La relación
intratrinitaria también nos enseña a basar nuestras relaciones en la
reciprocidad, no en la necesidad o el dominio. Por último, la
universalidad de la voluntad divina de salvación empuja a romper las
fronteras sociológicas de la Iglesia.
La solidaridad en el uso compartido de los recursos naturales, que
son regalo de Dios para toda la humanidad, la de hoy y la del futuro.
-- Un uso creativo de los recursos personales como modo de
hacerse plenamente humano. Por ello, el discípulo lleva a su plenitud
lo que significa ser humano.
La formación de una persona con estas características es la tarea
de la comunidad cristiana. Para ello, ésta se funda en la memoria viva
de Jesucristo, a través de palabras y hechos de salvación. En este
sentido, la narrativa de Jesús se re-actualiza por medio de la
comunidad y, al hacerlo, modela el carácter de los cristianos.
La comunidad de discípulos de Jesús tiene un doble objetivo: estar
con El y predicar la Buena Noticia. Restringir nuestra concepción
-personal y comunitaria- del discipulado al "estar con El" (vida
intraeclesial), lleva al aislamiento y rechazo sectario del mundo.
Limitarse a la misión conlleva la devaluación de la mediación
comunitaria.
3. DISCÍPULOS: CIUDADANOS Y FORASTEROS
Al analizar este tema, no podemos olvidar el trasfondo escatológico
que impregna todo el N.T.: el final de un tiempo caduco y el inicio de
un tiempo nuevo, el del Reinado de Dios. Desde esta perspectiva, lo
mejor que se puede decir del poder del Estado y de la ciudadanía es
que, aunque son meramente provisionales, pueden ser considerados
como un instrumento al servicio de la voluntad de Dios. La distancia
crítica que se observa en los textos neotestamentarios responde a
esta tensión entre el "ya" del tiempo de Dios, iniciado en Cristo, que
relativiza absolutamente la estructura social, y el "todavía no" de la
espera al triunfo definitivo de Cristo.
Las "estructuras" no son exaltadas, mucho menos legitimadas como
reflejo del orden eterno de Dios; el orden existente ha de ser
reorientado. De este modo, la "nueva secta" de los cristianos que no
tenía un ethos cultural propio, fue capaz de asumir lo mejor de su
cultura circundante y subordinarlo al "Señor".
Según el teólogo estadounidense Stanley Hauerwas, "la Iglesia no
ha de preocuparse de si está o no en el mundo; la única
preocupación es cómo estar en el mundo, de qué forma y con qué
objetivo".14 Ese "cómo" de la presencia eclesial en el mundo se
debate entre dos extremos: desde el polo sectario, que reclama una
mayor distancia crítica y aislamiento de las estructuras sociales, hasta
la inculturación total, que deja lo cristiano reducido al ámbito de lo
privado (actitud muy presente en el ambiente secularizado del
catolicismo "progre" español).
Aunque un estilo de Iglesia "confesante", crítica radicalmente con
los poderes y estructuras del sistema, nos resulta muy atractiva, no
podemos olvidar el papel que la razón y la cultura desempe¤an en el
desarrollo humano (y, por tanto, cristiano) de la persona. Si queremos
transmitir la Buena Noticia al mundo, no podemos romper los canales
de comunicación que nos ligan con él. También, hemos de reconocer
que Dios trabaja no sólo dentro de la comunidad eclesial sino en todo
lugar.
Se requiere, por tanto, una actitud humilde que sepa reconocer las
contribuciones de la cultura y la sociedad secular a la comprensión y
praxis cristiana de la vida.
La Iglesia ha defendido, históricamente, su derecho y obligación a
transformar el mundo y se ha opuesto al abandono sectario del
mismo. De ahí, su lucha por la libertad de "ejercer su misión entre los
hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias
referentes al orden político cuando lo exijan los derechos
fundamentales de la persona" (Gaudium et Spes, 76).
La pregunta sobre el cómo de la relación Iglesia-mundo sigue
abierta; no hay una respuesta sencilla y universal. La perspectiva
escatológica nos obliga a vivir en una perpetua tensión entre
sectarismo y aculturación (pérdida de identidad en el proceso de
inculturación). De hecho, silenciar la crítica que viene de los
movimientos proféticos podría llevar a la Iglesia a ligarse
excesivamente a los poderes políticos. Pero, subrayar en exceso la
especificidad de la vida cristiana haría imposible la misión de
evangelizar la cultura y el mundo. La tensión nos obliga a ser
ciudadanos sin perder la distancia del que se sabe forastero (1 Pe 2,
11).
III. VOLUNTARIADO SOCIAL COMO CIUDADANÍA CRISTIANA
A la vista del capítulo anterior, podemos afirmar que, si bien existe
un modo plural de ser cristiano/a en el mundo, como cristianos
estamos llamados a vivir en nuestra sociedad ejerciendo la
ciudadanía con una radicalidad especial. Esta radicalidad resulta de
aplicar a nuestros deberes ciudadanos los criterios que hemos visto al
hablar de discipulado.
He defendido que el voluntariado social es uno de los medios
privilegiados para vivir en la práctica ese modo cristiano de ser
ciudadano. En la tensión entre ciudadanía y discipulado, el
voluntariado social permite "vivir en la frontera", participar de ambas
identidades sin merma ni confusión de las mismas.
En este capítulo, analizaremos en qué se fundamenta el
voluntariado social desde la fe en Jesús el Cristo, qué contribuciones
aporta el discipulado a la acción voluntaria y cómo se caracterizaría la
ciudadanía cristiana.
1. VOLUNTARIADO SOCIAL COMO TAREA CRISTIANA
Existen dos fuentes principales para comprender el voluntariado
como tarea cristiana.
a) La preocupación por los pobres a lo largo de la Escritura.
Preocupación que nos habla de la misma identidad divina. Nuestro
Dios es un Dios relacional y en Él la relación se basa en el amor, no
en el dominio, ni en la exclusión. Así, desde la Antigua Alianza de
Yahvé con Israel en el Sinaí, la relación con Dios pasa por el cuidado
de aquellos que no pueden defenderse a sí mismos, la viuda y el
huérfano (Ex 22,21). El Dios "compasivo" del A.T. (Ex 34,6) va más
allá de la Ley y la justicia. El lenguaje de Dios no se basa en
derechos, sino en la misericordia y compasión.
b) El concepto de discipulado, analizado anteriormente. El mandato
de amor al prójimo, junto con la explicación del significado de la
palabra "prójimo" en el relato del buen samaritano (Lc 10,25-37) y, la
propuesta de las bienaventuranzas, otorgan un lugar central al
cuidado del otro en la vida del discípulo/a. De tal modo van unidos el
amor a Dios y al prójimo que no cabe confesión de fe sin testimonio
de amor y compasión por los demás (cf. Mt 25, parábola del Juicio
final).
Es en el envío en misión donde encontramos la llamada a una
acción voluntaria para el cristiano. Jesús, al enviar a sus discípulos a
proclamar la Buena Noticia, les pide: "curad enfermos, resucitad
muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo
gratis" (Mt 10,8). De este modo, no cabe proclamación de la Palabra
de Dios sin "prácticas del Reino".15 Y las características de estas
prácticas coinciden con las que vimos para el voluntariado social:
gratuito, orientado al otro, dirigido a la inclusión en la comunidad.
Por tanto, el voluntariado social no es una opción libre para el
cristiano; es una llamada, un mandato, una característica intrínseca
de nuestro discipulado. Resulta imposible ser cristiano/a, pertenecer a
la "comunidad de memoria" del amor y la entrega de Dios por la
humanidad sin "darnos gratuitamente", al estilo de nuestro Dios y
como respuesta agradecida a su iniciativa. Por ello, el obispo
Echarren afirma que "todo cristiano, por el hecho de ser discípulo de
Jesucristo, tiene que ser un voluntario social".16
2. ¿EXISTE UN VOLUNTARIADO CRISTIANO?
Un estudio sobre el voluntariado nos ofrece las siguientes
características, relacionadas con la presencia cristiana:
a) La motivación religiosa es muy frecuente a la hora de dar cuenta
del porqué de nuestra acción voluntaria. Esta motivación no aparece
en solitario: los ideales de tipo religioso se mezclan con la
autorrealización (p.ej., cruzar fronteras sociales, conocer nuevas
personas, adquirir experiencia, etc.). No debemos engañarnos, la
motivación religiosa no es incompatible con el individualismo.17
b) La Escritura nos provee de un lenguaje de compasión y apertura
al otro, que tienen un papel vital a la hora de dar sentido a la
experiencia de ayudar a los demás. Esto que puede parecer
secundario no lo es en nuestra cultura utilitarista. ¿Cómo dar sentido
a la impotencia e ineficacia vividas en el acompañamiento de un
enfermo terminal? Es cierto que se intenta aplicar criterios
económicos y utilitaristas a la acción voluntaria, pero el intento resulta
caricaturesco en la mayoría de los casos. La alternativa no es
"mercantilizar", ni "estatalizar" el lenguaje del voluntariado, sino abrir
brechas de relación compasiva y gratuita en una cultura necesitada
de humanidad.
c) La pertenencia a una comunidad predispone al voluntariado en
mayor medida que la sola fe. La comunidad cristiana evita que la
acción voluntaria se convierta en justificación y legitimación del
individualismo, aunque éste sea religioso. La comunidad acompaña al
cristiano, le aporta una narrativa -la de Jesús- y una tradición hecha
de lucha y esperanza y le predispone a un estilo radical de servicio.
Es la comunidad cristiana la que puede ayudar a una reflexión crítica,
desde los criterios de las Bienaventuranzas, sobre la auténtica
compasión, solidaridad y justicia de nuestro altruismo.
Aún más: en un voluntariado que pretende la inclusión de quienes
están al margen, es absolutamente necesaria la comunidad como
vehículo de esta inclusión. Sólo si un grupo con identidad e historia
propia -y conectado con la sociedad- avala la "admisión" de los
excluidos será ésta posible.
d) Se da en nuestra cultura una batalla semántica entre el universo
de significados que surgen de palabras como "justicia y solidaridad"
frente al que responde a términos como "compasión y gratuidad". La
teología feminista de los últimos años ha subrayado el papel central
del amor y del caring (cuidado gratuito del otro) junto al de la justicia.
Los defensores de la justicia temen que hablar de compasión y
gratuidad sentimentalice y difumine la radicalidad del compromiso por
el cambio de estructuras. Por contra, los defensores de la
misericordia, la ternura y la compasión en la lucha por la justicia,
recriminan a los anteriores su no implicación personal, su falta de
sensibilidad para escuchar y dar protagonismo a las víctimas del
sistema, su rigidez cuasi-burocrática a la hora de trabajar con los
excluidos... Ambos universos de significado nos son necesarios para
comprender y dar sentido al voluntariado. La propuesta cristiana es
avanzar en la implicación y relación directa. Ésta nos llevará a una
radicalidad de nuestro análisis y a la utopía. Así, en palabras de J.
Coleman, "si en cualquier estrategia de la teología cristiana se
considera central la opción fundamental por los pobres, (esto) nos
llevará más allá de las categorías de justicia, hacia las de solidaridad,
comunidad en el sufrimiento y agape".18
Tal opción conlleva una ética de la solidaridad y diferencia, una
nueva Iglesia entendida como comunidad de inclusión e integración y,
finalmente, una nueva justicia, más honda y más humana.
Opción por los pobres, la contribución del discipulado a la
ciudadanía
Como vimos en el primer capítulo, resulta difícil encajar la
razonabilidad del "privilegio epistemológico de los pobres", así como la
opción preferencial por los mismos. Esta dificultad desaparece (la de
la razonabilidad teórica, no la de la vivencia práctica) al pensar
nuestra vida en función del estilo de Jesús de Nazaret.
Esta opción explícitamente requerida, en primer lugar, en los
Documentos de Medellín y Puebla y, posteriormente, confirmada en
diversos documentos pontificios (Cf. Sollicitudo Rei Socialis, 47) tiene
una larga historia en la reflexión social de la Iglesia. No es
simplemente una cuestión ideológica, ni siquiera política. Se trata de
un modo de vida que exige:
-- implicación personal (estilo de vida, trabajo, ubicación social),
-- análisis socio-político,
-- asunción de compromisos concretos,
-- y, por supuesto, conversión.
Esto implica un cambio radical en nuestra visión de la realidad e,
incluso, de nuestra idea de justicia. Para ello, hemos de empezar por
unir la conciencia histórica que emerge de las voces de los oprimidos
junto con la interpretación de la Escritura, hecha desde los excluidos.
Además, una opción tal no puede quedar reducida a la inmediatez
del encuentro personal. Exige, también, un trabajo estructural, con las
mediaciones sociales, por el cambio social. Esto conllevará conflicto,
tensiones, rechazos y descalificaciones. No es nuevo. Viene
sucediendo en nuestra sociedad e Iglesia en las últimas décadas.
Pero sí es una novedad la insistencia en la necesidad de un contacto
directo con los excluidos y en una conversión personal que asuma la
cultura y la cosmovisión de las capas últimas de la sociedad.
Ésta es la contribución del discipulado a la ciudadanía: fundamentar
en la misma identidad humana la necesidad de una sociedad fraterna
y justa. La novedad de esta ciudadanía estriba en su capacidad para
unir la memoria peligrosa de Jesús a la memoria, también peligrosa,
de la larga historia de sufrimiento de la humanidad. Olvidar esta
aportación es la mayor traición que, como cristianos, podemos hacer
a la proclamación de la Buena Noticia. No todo voluntariado, al igual
que no toda forma de ejercer nuestra ciudadanía, es cristiana. Por
ello, para terminar nuestra reflexión hemos de apuntar en qué se
concreta lo cristiano de nuestra acción voluntaria, de nuestro trabajo
por una sociedad más justa y solidaria, desde la fe en Jesús, el
ajusticiado en la cruz y vencedor de la muerte.
3. CIUDADANÍA-CRISTIANA
CR/CIUDADANO
La vida de Jesús, sus palabras y sus prácticas de justicia marcan el
estilo cristiano de la solidaridad y del trabajo con y por los pobres; nos
pide una implicación crítica en la sociedad. He propuesto la opción por
los pobres como la contribución principal del discipulado a la
ciudadanía. Esta contribución es doble. Supone colaborar con la
voluntad de justicia y compasión de nuestro Dios e impulsar una
concepción comunitaria de la sociedad: una comprensión radical de
los deberes ciudadanos que rompe con nuestro lenguaje de derechos
adquiridos, proponiendo un lenguaje de compasión y justicia.
Para que nuestra ciudadanía -nuestra pertenencia y trabajo en la
sociedad en que vivimos- sea cristiana, ha de ser crítica, utópica,
radical y compasiva. Estos calificativos -aplicables también a la
ciudadanía cristiana- nos servirán de criterios de evaluación de la
radicalidad de nuestro voluntariado.
3.1. Ciudadanos críticos
Nuestra crítica nace de la tensión entre el discipulado y la
ciudadanía. Ya nos hemos referido a la distancia crítica que, como
"miembros del cuerpo de Cristo" hemos de mantener frente a
cualquier estructura social. Pero, distancia crítica implica compromiso
con las mismas estructuras y mediaciones humanas para su mejora.
No podemos ser sectarios. No fue ese el estilo de Jesús. La misma
organización de la comunidad cristiana ha de lidiar con otras
organizaciones sociales, colaborar con ellas y/o pelear en su contra,
para vivir auténticamente su identidad cristiana.
En esa relación conflictiva, no se puede despreciar la legítima
autonomía del ideal ciudadano. El respeto a la pluralidad humana y al
derecho de todos a construir la sociedad humana, nos obliga a la
colaboración, al diálogo, y a aceptar las contribuciones que la
ciudadanía secular aporta a nuestro estilo de vida. Las podemos
resumir en:
-- ampliación del campo de acción de la solidaridad cristiana más
allá de las fronteras sociológicas de la Iglesia frente a tentaciones
sectarias y de "puertas cerradas" (nuestros pobres, nuestros
marginados, nuestros compromisos... son expresiones, aún,
frecuentes en ambientes cristianos);
-- exigencia de una actitud más humilde en nuestro trabajo
rechazando la utilización prepotente del poder institucional;
-- puesta a prueba de la reivindicación cristiana de liberación en
este mundo, por la acción de la Gracia de Dios.
Si no queremos que esta proclamación sea vacía, es preciso que
aportemos alternativas que dignifiquen la vida humana de los
oprimidos y marginados.
En el ámbito del voluntariado este respeto a nuestra doble identidad
implica, en términos de García Roca, un espíritu de
complementariedad frente a uno de contraposición, colonización o
mera yuxtaposición19. Una de las claves del futuro de la acción
voluntaria cristiana se juega en nuestra capacidad de
complementariedad "crítica" con otras organizaciones sociales y con
la Administración del Estado. Si dejamos las políticas sociales en
manos de otros, si nos consideramos mejores (más compasivos, más
radicales, etc) y despreciamos la experiencia y capacidad de gestión
del sector estatal... habremos perdido, de nuevo, la posibilidad de
generar una sociedad distinta y, con ello, habremos traicionado, una
vez más, a quienes decíamos querer servir: los excluidos.
3.2. Ciudadanos utópicos
Como cristianos somos ciudadanos de "dos ciudades"(Gaudium et
Spes, 43). Esto exige que seamos "bilingües", es decir, capaces de
hablar y vivir el lenguaje bíblico con su carga de compasión y
radicalidad, de sufrimiento histórico y esperanza, y el lenguaje de
nuestra cultura con su modo de pensar crítico y racional. ¿De qué
sirven nuestros discursos radicales si no admiten mediación cultural y,
por tanto, son incomprensibles? Muchas de nuestras
argumentaciones y explicaciones de la radicalidad cristiana chocan
con el bloqueo racional de nuestros contemporáneos.
La necesaria "traducción" al lenguaje social de nuestra visión
utópica no puede hacernos perder la radicalidad de nuestra
esperanza. De hecho, el discipulado añade a la política una visión
utópica que se enraíza en el Evangelio como promesa, juicio y
vocación. Promesa de una sociedad nueva, justa y solidaria y que,
aunque empujada por todos nosotros, llegará de manos de Dios.
Juicio de un mundo que margina a sus gentes y les niega la dignidad
y libertad de hijos de Dios. Vocación o llamada a la construcción de un
orden nuevo en el que sea posible proclamar la Buena Noticia a toda
la humanidad.
La utopía cristiana para la sociedad es comunitarista. Los principios
expuestos en la Doctrina Social de la Iglesia, el de "subsidiariedad", y
su complementario de "socialización", unidos al concepto de "justicia
como participación" y al de la "opción por los pobres", ofrecen una
estructura de análisis crítico de la sociedad y guían a la comunidad
cristiana en la búsqueda de un orden social justo y solidario.
La progresiva complejidad de los "mundos vitales" y de las
relaciones entre los agentes sociales, obliga a seguir analizando e
interviniendo en el entramado social. Aquí tiene un papel crucial el
voluntariado social: aporta datos de las nuevas formas de opresión y
marginación, y mantiene el horizonte utópico gracias a un continuado
análisis socio-político.
3.3. Ciudadanos radicales
Nuestra radicalidad no es otra que la de la entrega de Jesús por
toda la humanidad. En su asumir todo el dolor de la humanidad y, en
la respuesta de aceptación del Padre, está la clave del porqué los
cristianos creemos que es necesario estar cerca, incluidos, en los
sectores de población que continúan "crucificados". Hemos de cuidar
que esta cercanía radical a las víctimas no nos haga "apologetas del
sufrimiento". No valoramos el dolor en sí; nuestro acercamiento no ha
de ser culpable, sino liberador, portador de esperanza, abierto a
descubrir dignidad humana donde la sociedad la niega.
La invitación es a una ciudadanía mucho más comprometida que la
que ofrece nuestra democracia formal; más encarnada que la de un
cierto humanismo preocupado sólo por la fraternidad y no por la
revolución que aquí (y en los documentos pontificios) se pide: lograr
la inclusión de todos y que toda la sociedad viva y pelee unida por el
Bien Común. Poco más cabe decir de este aspecto, basta leer de
nuevo el apartado del voluntariado cristiano. Si nos tomamos en serio
la opción por los pobres, si nuestro mundo de amistad y relación
"incluye" a los, hasta ahora, excluidos, si nuestra visión de la realidad
se hace "mestiza", aceptando sus puntos de vista y sus herramientas
culturales de análisis... si, en definitiva seguimos leyendo Mt 25 y al
llegar a "lo que hicisteis por uno de estos pequeños"... nuestras
entrañas se conmueven... nuestra ciudadanía será cristianamente
radical sin remedio.
3.4. Ciudadanos servidores
Todo lo anterior es posible, únicamente, desde el ejemplo de Jesús
en el lavatorio de los pies (Jn 13, 1-17). Nuestro Dios se hace
"servidor" nuestro. Y es que, a los pies del otro, la vida tiene un
significado distinto. Cuando Jesús se puso a los pies de sus discípulos
sabía que su fin estaba cerca: "había amado a los suyos que vivían
en el mundo y los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Ese es el contexto
existencial de Jesús, el amor, desde el que comprender el resto de
aquel encuentro último.
Al acercarnos como voluntarios a ofrecer parte de nuestro tiempo,
no intuimos los cambios que se van a producir en nosotros. De la
compasión y el encuentro con el que sufre pasamos a la rabia e
indignación por su sufrimiento injusto. Ello nos obliga a analizar y
tratar de atajar las causas del mismo. En ello se nos van energías y
nos cambia la vida. Y, al final, aún habiendo aliviado sufrimiento,
somos conscientes de que el mal sigue campando en nuestra
sociedad. Por eso, si nos dejamos empapar, incluir en la narrativa de
Jesús, ésta dará sentido a nuestra entrega gratuita, sostendrá las
sucesivas crisis de desencanto por las que, inevitablemente, ha de
pasar todo aquel que se compromete radicalmente. Además,
tendremos una concepción distinta de la persona y de la sociedad
que implique la visión desde los pobres y la lucha por una sociedad
inclusiva.
Por último, es desde esa narrativa, desde la que nos adherimos a
una tradición, a una comunidad. Ahí recibimos el impulso, la
formación, el lenguaje, los valores para acercarnos radicalmente a la
injusticia y luchar con ella al estilo de Jesús.
Una vez más, el voluntariado social, reforzado por el lenguaje y
tradición de la comunidad creyente, ofrece un camino de integración
de ambos universos: el de la justicia y el de la gratuidad, al implicar el
compromiso personal con la lucha por la justicia social y el cambio de
estructuras. Servicio directo, sí, pero enviados, también, a proclamar,
a defender en la arena política, nuestra alternativa solidaria. La doble
tarea de todo voluntario cristiano (implicación personal y
denuncia-propuesta) se hace de este modo "confesional", confesante
de un Dios que ama sin condiciones y sin exclusiones. El amor -hecho
de servicio, gratuidad, compasión, denuncia, análisis y propuesta- es
pues el criterio último de nuestra acción voluntaria, de nuestra
ciudadanía cristiana. Este principio provoca conflictos con la sociedad
y con la misma Iglesia, pero es el que nos permite comprender el
voluntariado social como discipulado cristiano, que no es otra cosa
que actuar con justicia, amar con ternura, y caminar humildemente
junto a nuestro Dios.
........................
NOTAS
1. BOLLAERTS, Liliane. El Voluntariado en Europa. Madrid: Cruz
Roja Española, Departamento de Voluntariado, 1987. En: Conferencia
Nacional sobre Voluntariado, Sevilla, 8-10 Mayo 1986, p.17.
2. CALO, José Ramón. ¿Qué es ser voluntario?. Madrid: Plataforma
para la Promoción del Voluntariado, 1990. En Cuadernos de la
Plataforma, 2, p.14.
3. GARCÍA ROCA, Joaquín. Solidaridad y Voluntariado. Santander:
Sal Terrae, 1994. p.62.
4. BELLAH, Robert, (et al.) The Good Society. New York: Vintage
Books, 1992, p.254.
5. Cf. DAHL, Robert A. Democracy and Its Critics. New Haven: Yale
University Press, 1989. p.111-112.
6. Para un análisis de la importancia de la "Inclusión" en la
profundización y reforma de nuestra democracia occidental, Cfr.
DAHL, Robert, op. cit. p. 119-134.
7. GARCÍA ROCA, Joaquín. op. cit. p. 137.
8. Las encuestas sobre las motivaciones del voluntariado reflejan
no sólo que el individualismo no es incompatible con el servicio sino
que la autorrealización es una motivación fuertemente presente a la
hora de ayudar a los demás.
9. CATALÁ, Toni. Salgamos a buscarlo. Notas para una teología y
una espiritualidad desde el Cuarto Mundo. Sal Terrae: Santander,
1992. En Aquí y Ahora, 21. p.17. La crítica de Catalá no se dirige
únicamente a las "políticas sociales", también incluye a la lectura
"científica" de los milagros de Jesús que permite mantener las
fronteras sociales, frente a la práctica incluyente de dichos milagros.
10. BELLAH, Robert, op. cit. p. 282.
11. Una idea tal de justicia requiere una comunidad que la sustente.
Para una discusión sobre la relación entre justicia y comunidad, así
como sobre la necesaria revisión de nuestra concepción legalista y de
"derechos" de justicia, Cfr. SELZNICK, Philip. The Moral
Commonwealth. Social Theory and the Promise of Community.
Berkeley: University of California Press, 1992, cap. 15.
12. GARCÍA ROCA, Joaquín, op. cit. p. 52.
13. JARAMILLO RIVAS, Pedro. El Voluntariado Social: la mística de
la gratuidad. Madrid: Cáritas Española, 1.993. En Corintios XIII, 65, p.
176.
14. HAUERWAS, Stanley and WILLIMON, William H. Resident Aliens:
Life in the Christian Colony. Nashville: Abingdon Press, 1994, p.48.
Hauerwas es uno de los teólogos "comunitaristas" de Estados Unidos,
sus escritos tienen cierto talante sectario, pero sus propuestas y
preguntas son siempre sugerentes, especialmente en la reivindicación
de la comunidad cristiana y su identidad.
15. CATALÁ, Toni, op. cit. p. 15.
16. ECHARREN, Ramón. El voluntariado social: aviso para
creyentes. Santander: Sal Terrae, 1989. En Sal Terrae, 911, p. 464.
17. Cfr. WUTHNOW, Robert. Acts of Compassion. Princeton:
Princeton University Press, 1991. esp. p.121-190. Wuthnow ofrece un
sugerente análisis del papel de la fe en la acción voluntaria.
18. COLEMAN, John A. An American Strategic Theology. New York:
Paulist Press, 1982, p .207.
19. GARCÍA ROCA, Joaquín. Público y privado en la Acción Social.
Del Estado del Bienestar al Estado Social. Madrid: Popular, 1992.
(Trabajo Social; 18), p. 62.
APÉNDICE 1: UN RETO PARA EL VOLUNTARIADO SU
APORTACIÓN A OTRO MODELO DE SOCIEDAD
Extracto de: Víctor Renes, Panorama del voluntariado: elementos
para una radiografía, Revista de estudios de Juventud (Ministerio de
Asuntos sociales), diciembre 1989.
"El compromiso por el cambio es un axioma para el voluntariado. Un
voluntariado conservador es una contradicción. El voluntariado nace
porque ve disfunciones, necesidades insatisfechas, sufrimientos
físicos y morales y decide intervenir para cambiar estas situaciones. El
problema es: ¿qué intenta modificar el voluntariado? ¿Hasta qué
punto está dispuesto a volcarse sobre el cambio?" (G. Pasini).
Debemos decubrir cómo un voluntariado puede constituir conciencia
crítica y, por ello, producir cambios. Veamos el conjunto de valores
que sostienen la intervención del voluntariado.
-- El paso de una cultura de tipo elitista selectiva, en la que
prevalecen las relaciones de fuerza,
... a una cultura comunitaria con la consecuente atención
privilegiada a los más débiles.
-- El paso del individualismo y del rechazo de los problemas de los
débiles, cómo problemas "ajenos",
... a la corresponsabilidad en lo que respecta a las personas y en lo
que respecta a la sociedad.
-- El paso del hábito del anonimato
... a la búsqueda de relaciones personalizadas.
-- El paso del hedonismo
... al sacrificio; el servicio a los pobres no es, por su naturaleza,
agradable.
-- El paso del consumismo y la categorización del "tener",
... al "ser" como referencia de una calidad de vida que reencuentra
como tal la austeridad, testimoniada por muchísimas comunidades del
voluntariado.
-- El paso de la emotividad y de lo provisorio
... a la fidelidad y a la continuidad de las relaciones y del servicio.
Estos valores serán un impulso para el cambio en la medida en que
sean asumidos permanentemente por la persona y se reflejen, en
consecuencia, en la vida cotidiana, en el compromiso político, etc.
El cambio puede venir también del contacto humano de los
voluntarios con los pobres y marginados. Una relación humana bien
conducida puede sacudir el pasotismo y la fatalidad, suscitar y
movilizar energías facilitando un proceso de autonomía y liberación de
las personas asistidas.
Otra contribución puede nacer del contacto con los profesionales
de los servicios: con su testimonio les induce a verificar la validez de
sus prestaciones y la humanización de las relaciones.
Estas aportaciones plantean también unos interrogantes. Es obvio
que los voluntarios deben ser igualmente "modificados" por las
personas a las que ayudan sobre la base de los valores de los cuales
son portadores. De lo contrario no se produce una "relación" real de
ayuda. La simple relación humanitaria puede atenuar el sufrimiento,
pero no supone un cambio real en los derechos de los que las
personas ayudadas no disfrutan.
La propia aportación al cambio de los voluntarios, hace inevitable la
pregunta: ¿qué debe ser cambiado en la sociedad, en las
instituciones, en los servicios, para que sean modificadas las
condiciones de pobreza y marginación en una perspectiva
promocional y liberadora? Es inevitable abordar el espacio de la
presencia del voluntariado en el campo "social" y "político".
Un cambio en profundidad exige la aportación de todas las fuerzas
culturales, sociales y políticas sin olvidar aquellas a las que la
población ha confiado la gestión del bien común. Dentro de esas
fuerzas, el voluntariado por su sensibilidad social y por su contacto
cotidiano con los débiles, dispone de un potencial de cambio quizá
insustituible.
En relación con su presencia en el campo "social", el objetivo
central es que los problemas de pobreza y marginación lleguen a ser
considerados y tratados como un problema de la propia sociedad, así
como el de modificar la cultura dominante que se resigna a considerar
esos problemas como componentes "fisiológicos" del desarrollo social.
En relación con el campo "político", en síntesis se puede decir que
la relación con las administraciones públicas se mueve sobre dos
rieles complementarios:
-- El del estímulo y la denuncia contra incumplimientos,
inoperancias, disfunciones, carencias legislativas.
-- El de la colaboración activa, promoviendo iniciativas piloto de
servicios y desarrollando una verdadera y adecuada colaboración
concretada, en un equilibrio no siempre fácil entre el mantenimiento
de una sustancial libertad de cara al poder y la demostración de una
concreta voluntad de colaboración.
APÉNDICE 2: LA IDENTIDAD DEL VOLUNTARIADO
VOLUNTARIO/IDENTIDAD
DECÁLOGO PARA UNA BÚSQUEDA
Tomado de Joaquín García Roca, Solidaridad y voluntariado, Ed.
Sal Terrae, 1994, libro que recomendamos muy vivamente, y que
recomienda por sí mismo el éxito editorial y de crítica de que ha sido
objeto. García Roca pretende en primer lugar realizar una visita
guiada por los territorios de la acción voluntaria y en este sentido
posee un innegable interés sociológico. Sitú;a al voluntario en un
horizonte nuevo, abre ventanas y le da elementos críticos para poder
entrar en este mundo, tan a menudo desconocido. El libro resulta guía
y acompañamiento; además de alentar, da pautas para la reflexión y
acción. Lo recomendamos y queremos transcribir el siguiente
decálogo con que termina el libro.
1. El voluntariado necesita descubrir la complejidad de los procesos
sociales; una idea simple es una idea simplificada. Los problemas
sociales tienen la forma de la tela de araña: están tejidos por multitud
de factores. Saber estar en una sociedad compleja disponiendo de
una buena información es una cualidad esencial del voluntariado hoy.
2. El voluntariado sólo tiene sentido cuando no pierde de vista el
horizonte de la emancipación. Es necesario darle ternura a un
enfermo terminal o acoger a una persona que lucha contra su
adicción, pero ello sólo merece la pena si es un paso más en la
remoción de las causas de la marginalidad y del sufrimiento
innecesario.
3. La acción voluntaria sólo tiene calidad ética cuando es la opción
libre de un sujeto en el interior de una triple aspiración: la estima de sí
mismo, la solidaridad con los demás y el compromiso por una
sociedad justa.
4. El voluntariado no es una coartada para desmantelar los
compromisos del Estado, sino más bien para reclamarlos. Si su
presencia es, en algú;n momento, un pretexto para que la
Administración se retire o reduzca sus esfuerzos, el voluntariado ha
entrado en zona de peligro.
5. La acción voluntaria es como una orquesta: lo importante es que
suene bien; importa poco si la flauta es de madera o de metal, si es
propiedad de éste o de aquél. A la orquesta debemos exigirle
coordinación, coherencia y concentración de esfuerzos. El voluntario
es siempre un "co-équipier". La fragmentación no conduce a nada, y
en el equipo cada cual juega en su propio lugar colaborando con el
resto en función de la partida.
6. La acción voluntaria ha de tener competencia humana y calidad
técnica. Con el amor no basta; si, por ignorancia o por incompetencia,
hiciéramos sufrir a una persona frágil, aunque fuera con la mejor
intención, sólo lograríamos aumentar su impotencia y su marginalidad.
7. El voluntariado debe ganar espacios en las clases populares. No
puede ser una institución que interese sólo a las clases medias ni a
aquellos a quienes les sobra tiempo; más bien responde al ejercicio
de la ciuda- danía que se responsabiliza de los asuntos que afectan a
todos.
8. El voluntariado estima al profesional de la acción social y buscará
siempre la complementariedad; pero, por lo mismo, no se convierte en
auxiliar ni en correa de transmisión, sino que defiende el espacio de
libertad que le es propio.
9. El voluntariado necesita hoy disciplinar su acción. Las mejores
iniciativas se pierden por incapacidad de someterlas a un programa, a
unos objetivos, a un método, a unos plazos, a una dedicación seria, a
una evaluación. La buena intención es un camino viable si hay
disciplina; si no la hay, es un fracaso. El voluntario rehuye las
palabras vanas y se acerca a los gestos eficaces. Es importante
servirse de palabras justas y de expresiones exactas.
10. La acción voluntaria requiere reciprocidad: no se orienta
simplemente a la asistencia del otro, sino al crecimiento de ambos,
aun cuando sean diferentes sus contribuciones. La estima del otro no
sólo exige la acogida, sino que además espera una respuesta
análoga.
CUESTIONARIOS PARA EL TRABAJO EN GRUPO
1. Si dedicáis un tiempo al voluntariado:¿Qué os mueve a ello?
-- ¿Cuáles son las motivaciones?
-- Confeccionad una lista y valoradla. ¿Son las mismas que cuando
empezasteis?
-- ¿Qué os aporta la lectura de este Cuaderno?
2. A menudo el trabajo y las obligaciones no nos dejan tiempo para
voluntariados:
-¿Cómo vivir integradamente el "discipulado" -o seguimiento de
Jesú;s- y la "ciudadanía" en los otros ámbitos de la vida (trabajo,
familia...)?
3. Procurad contestar las preguntas que el autor propone.
-Ver las páginas 7, 10 y 12.
4. Según el autor del Cuaderno, y según vuestra opinión:
-¿Qué añade la motivación cristiana al voluntariado social?
5. Para que el voluntariado pueda transformar la propia vida, y no
sea sólo un "paseo" por la pobreza:
-- ¿Qué características indispensables ha de tener?
6. Pensad en las dificultades y crisis por las que normalmente ha de
pasar todo voluntario:
-¿Cuáles son?
-¿Cómo superarlas?