89° Capitulum Generale Ordinis Carmelitarum Discalceatorum
Avila 28 abril - 18 mayo 2003
Documentos
VOLVER A LOS
ORIGENES
frei Carlos Mesters, O.Carm.
Volver a lo esencial de la Buena
Nueva que Jesús nos trajo
Capítulo General de los Carmelitas Descalzos, Avila, Mayo 2003
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INTRODUCCION
Volver a los orígenes, retornar a lo esencial El P. Camilo
Maccise me invitó para hablar sobre "la vuelta a los orígenes". Me dijo:
"Háblenos, a partir de la Biblia, sobre la vuelta a lo esencial de la
Buena Nueva de Dios que Jesús nos trajo". Agradezco la invitación, pues me
ayudó mucho profundizar este asunto tan importante para nosotros
Carmelitas. Lo esencial, el
origen y el destino de todo, es Dios, el Dios que se nos reveló por Jesús.
Dice san Agustín: "Tú nos hiciste para ti, y nuestro corazón estará
inquieto hasta que no descanse en ti". Pero volver hacia Dios no
es posible si, antes Dios, El mismo, no llega hasta nosotros para
atraernos. Por eso, la meditación que voy a hacer procura reflexionar
sobre la respuesta a estas dos preguntas: (1) "¿Cómo llega Dios hasta
nosotros para atraernos? (2) ¿Cuál es el camino a través del cual nos
atrae para podernos llegar hasta El?" Estos dos caminos, de Dios hacia
nosotros y de nosotros hacia Dios, ambos pasan por la persona de Jesús. En
El está el origen, hacia el cual tenemos que dirigirnos siempre, sobre
todo en épocas de inestabilidad y de cambio como la nuestra.
I COMO LLEGA DIOS HASTA NOSOTROS PARA ATRAERNOS "EN TI CONFIAN LOS QUE CONOCEN TU NOMBRE" (Sal 9,10) Dios dejó la marca
de su presencia en el corazón, en la historia, en la naturaleza, en todo
lo que existe (Rm 1,20; Sal 19,1-4). El ser humano lo busca de muchas
maneras. Las grandes religiones son una expresión de esta búsqueda. Cada
religión, también la nuestra tiene sus ritos y mitos, sus escritos y
costumbres, que abren un camino de acceso al misterio de Dios y, así, nos
permiten la vuelta a nuestro origen. El profeta Isaías
expresa esta búsqueda diciendo: "Tu Nombre y tu memoria es el anhelo de
nuestra alma"(Is 26,8). Para Isaías, el deseo del alma en búsqueda de Dios
se concentra en torno a la búsqueda del Nombre y en torno al
recuerdo de todo lo que Dios hizo en el pasado. Para él, volver a los
orígenes es redescubrir el significado profundo del Nombre
de Dios y de su presencia operante en medio de nosotros, pues es en el
Nombre que Dios se revela y llega hasta nosotros. El nombre
de las personas en la convivencia diaria Un nombre, cuando
se escucha por primera vez, es apenas un nombre. Pero en la medida en que
se convive con la persona, el nombre se convierte en el resumen de la
persona. En nuestros encuentros, en el primer día llevamos todos una
etiqueta con nuestro nombre; tú llegas y buscas a la persona por el nombre
escrito en la etiqueta, hasta encontrarla. Desde el momento que la
encuentras, tú ya no miras más la etiqueta, sino que levantas la cabeza y
miras el rostro. Y el nombre que, antes, era solamente un nombre, se
convierte ahora en la ventana de un rostro, la revelación de una persona.
Generalmente la persona es diferente de la idea que yo me hacía de ella
antes de conocerla. Cuanto mayor sea mi convivencia con la persona, mayor
será, para mí, el significado y la densidad del nombre. El nombre evoca
todo lo que la persona hizo por mí. Así, en la Biblia, la convivencia con
Dios a lo largo de los siglos dio significado y densidad al Nombre de
Dios. El Nombre
de Dios en la Biblia En la Biblia, Dios
recibe muchos nombres y títulos que expresan lo que significa o puede
significar para nosotros. Pero el nombre propio de Dios es JHWH. Este
nombre ya aparece en la segunda narración de la creación en el libro del
Génesis (Gn 2,4). Pero su significado profundo (resultado de una larga
convivencia que atravesó los siglos y pasó por la "noche oscura" de la
crisis de la cautividad ) está descrito en el libro del Exodo con ocasión
de la vocación de Moisés (Ex 3,7-15). Dios dijo a
Moisés: "Vete a liberar a mi pueblo!"(Ex 3,10). Moisés tiene miedo y se
justifica fingiendo humildad: "Quién soy yo!"(Gn 3,11). Dios responde
"¡Vete! Estoy contigo!" (literalmente, Soy contigo)(Ex
3,12). Aún sabiendo que Dios está con él en la misión de liberar al pueblo
de la opresión del faraón, Moisés tiene miedo y se justifica, nuevamente,
preguntando por el Nombre de Dios. Dios responde reafirmando, simplemente,
lo que acababa de decir: " Yo soy el que soy". O sea, sin duda alguna
estoy contigo, de esto tú no puedes dudar! Y el texto continúa diciendo: "
Vete a decir al pueblo El que Soy me manda hasta vosotros". Y todavía:
"Vete a decir El que Es (o JHWH) me ha mandado a vosotros!" Y termina
concluyendo: "Este es para siempre mi nombre y bajo este Nombre quiero ser
recordado (invocado) de generación en generación!"(Ex 3,14-15).
Este texto sucinto
de gran densidad teológica expresa la convicción más profunda de la fe del
pueblo de Dios: Dios está con nosotros. El es el Emanuel!. Presencia
íntima, amiga y liberadora. Todo esto se resume en las cuatro letras JHWH
del Nombre que nosotros pronunciamos como Yavéh: El
está en medio de nosotros! La Biblia permite
dudar de todo, menos de una cosa: del Nombre de
Dios, esto es, de la certeza absoluta de la presencia de Dios en nuestro
medio, expresada en el propio Nombre YAVÉH: "El está en medio de
nosotros!" En una narración popular muy profunda, la Biblia cuenta que,
allá en el desierto, después de la salida de Egipto, Moisés se encolerizó
con el pueblo, que reclamaba pidiendo agua. Él se queja con Dios, y Dios
responde : "Golpea en la roca y saldrá de ella agua!". Moisés llama al
pueblo y cuando todos se encuentran cerca de él, golpea con el bastón en
la roca y dice: "¿Podremos nosotros hacer brotar agua de esta roca?"(Nm
20,10). Él debería haber dicho: "Sal agua de esta roca!" dudó de la
presencia de Dios y, como castigo, no pudo entrar en la tierra prometida.
Él colocó en duda el Nombre de JHWH, después dijo: "El está o no está en
medio de nosotros?"(Ex 17,7) ¿Dios es o no es Yavéh? Dice el salmo:
"Moisés habló temerariamente"(Sal 106,33). El salmo del invitatorio
repite: "Colocaron a Dios a prueba en las aguas de Meriba"(Sal 95,8-9).
Por esta misma crisis pasó el profeta Elías en el Monte Horeb, antes de
reencontrar la presencia de Dios en la oscuridad de la leve brisa (1Rs
19,11-13). "Qol demamah daqqah!" . (Voz de murmullo silencioso).
La Biblia es como
el album de fotografías que el pueblo tomó de El a lo largo de los siglos.
En el fondo, no es más que la historia de este Nombre, dividido y
recordado, contado y cantado por el pueblo en muchas y variadas
circunstancias y crisis de su historia. El Nombre de Yavéh aparece más de
7000 veces, solamente en el Antiguo Testamento! Es el pabilo alrededor del
cual se colocó la cera de las historias. El nombre Yavéh es la ventana
abierta, a través de la cual Dios viene hasta nosotros, nos revela su
rostro y nos atrae, y a través de la cual nosotros tenemos acceso a él.
"Tú Nombre y tu recuerdo resume todo el anhélito de nuestra alma"(Is
26,8). "Nuestro auxilio está en el Nombre de Yavéh"(Sal 124,8). "En Tí
confían los que conocen tú Nombre"(Sal 9,11). El Nombre es el lugar de
encuentro con Dios, siempre disponible para quien lo invoca. El Nombre
silenciado esconde el rostro de Dios Lo trágico
aconteció (y continúa aconteciendo) cuando, en los siglos después de la
cautividad de Babilonia, el fundamentalismo, el moralismo y el ritualismo
hicieron que, a unos pocos, aquello que era un rostro vivo y amigo,
presente y amado, se convirtiese en un retrato rígido y severo colgado
indebidamente en las paredes de la Sagrada Escritura, y que fue creando
miedo y distancia entre Dios y su pueblo. Así, en los últimos siglos a.C.,
el nombre JHWH ya no podía ser pronunciado. En vez de eso, decían
Adonai, que significa Señor y traducido por Kyrios.
La religión estructurada alrededor de la observancia de las leyes,
el culto centrado en el templo de Jerusalén y la cerrazón en
torno a la raza crearon una nueva cautividad que sofocaba la
experiencia mística, e impedían la vuelta al origen, el contacto con el
Dios vivo. El Nombre que debía ser como un vidrio transparente para
revelar la Buena Nueva del rostro amigo y atrayente de Dios, se convirtió
en un espejo que solamente mostraba el rostro de aquel que en él se
contemplaba. Trágico engaño de auto-contemplación!. Continuaron mirando la
etiqueta, pensando que fuese Dios. Dejaron de levantar los ojos hacia el
rostro. Ya no bebían directamente de la fuente, sino bebían en la agua
embotellada por los doctores de la ley. Hasta hoy, bebemos mucha agua
embotellada. La nueva
manifestación del Nombre en Jesús Citando un cántico de la comunidad, san Pablo dice en la carta a los Filipenses: "Jesús recibió el Nombre sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor!"(Fl 2,9-11). El día de Pentecostés, Pedro terminó su primer anuncio revelando el gran descubrimiento que la experiencia de la resurrección significó para él: "Que todo el pueblo lo sepa: Dios hizo de Jesucristo el Señor!" Jesús, muerto y resucitado, es la revelación de que Dios, el mismo Dios de siempre, que es y continúa siendo JHWH (Adonai, Kyrios, Señor), presencia íntima, amiga y liberadora en medio de su pueblo, capaz de vencer la barrera hasta de la propia muerte. Por su muerte y resurrección Jesús rompió las cadenas (Col 2,14), quebró el espejo de auto-contemplación idólatra y abrió de nuevo la ventana a través de la cual Dios nos muestra su rostro y nos atrae hacia sí. A partir de Jesús
y en Jesús, el Dios de los padres, que parecía tan distante y severo,
adquirió los rasgos de un Padre bondadoso de gran ternura! Abba! ¡Nuestro
Padre! Para nosotros los cristianos, lo más importante no es confesar que
Jesús es Dios, sino testimoniar que Dios es Jesús. Dios se da
conocer en Jesús. Jesús es la clave para una nueva lectura del Antiguo
Testamento (comparación del hombre severo). Él es el nuevo Nombre de Dios,
el camino a través del cual Dios llega hasta nosotros y a través del cual
nosotros volvemos hacia Dios. Este es el centro de la Buena Nueva que El
nos trajo, lo esencial del evangelio, hacia el cual tenemos que volver
siempre. Nuestro origen y nuestro destino. Esta nueva
revelación del Nombre de Dios en Jesús es una iniciativa de gratuidad
total del amor de Dios, de su fidelidad al propio Nombre. El solamente
puede llegar hasta nosotros gracias a la obediencia total y radical de
Jesús: "Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Jesús llegó a
identificarse en todo con la voluntad de Dios. El mismo dice: "Yo hago en
todo momento lo que el Padre me manda hacer"(Jn 12,50). "Mi alimento es
hacer la voluntad del Padre"(Jn 4,34). Por eso, El es total transpariencia,
revelación del Padre: "Quien ve a mí ve al Padre"(Jn 14,9). En El llegó a
habitar la "plenitud de la divinidad"(Col 1,19). "Yo y el Padre somos una
misma cosa". Esta obediencia no fue fácil. Jesús tuvo momentos difíciles,
en que llegó a gritar: "Aparta de mi este cáliz"(Mc 14,36). Como dice la
carta a los Hebreos: "Con clamor y lágrimas dirigió preces a aquel que
podía salvarlo de la muerte"(Hb 4,7). Tuvo que aprender lo que viene a ser
la obediencia (Hb 4,8). Pero venció por medio de la oración. Por eso, para
nosotros se nos convierte en revelación y manifestación del Nombre, de
aquello que el Nombre significa para nosotros. La obediencia de Jesús no
es disciplinar, sino que es profética. Es la acción reveladora del Padre.
Por medio de ella, se rompieron las amarras y se rasgó el velo que
escondía al rostro de Dios. Se abrió para nosotros un nuevo camino hacia
Dios.
II EL CAMINO HACIA DIOS QUE JESÚS ABRIÓ PARA NOSOTROS
HUMANIZAR LA VIDA, SERVIR A LOS HERMANOS, ACOGER A LOS EXCLUIDOS La convivencia de tres años con Jesús y la experiencia de la resurrección, fueron algo tan sorprendente y tan fuera de los esquemas tradicionales, que los primeros cristianos no tenían palabras para expresarlo. La experiencia de Dios no cabe en nuestras palabras . "Un no sé qué que queda balbuciendo" Cuando las palabras no bastan para expresar lo que se vive, solemos recurrir al canto, a los símbolos, a las imágenes y a la poesía. Fue de ese modo que comenzó la Cristología: con imágenes, símbolos, cánticos, poesías, que hasta hoy están respaldados en el Nuevo Testamento y en los que los primeros cristianos procuraban expresar y transmitir lo que estaban viviendo. La mayor parte de las imágenes, fueron buscadas en el Antiguo Testamento. Como decía san Agustín: "Novum in vetere latet, vetus in novo patet". Fueron sobre todo
tres las primeras imágenes o nombres que encontraron allí para verbalizar
la novedad antigua de Dios que estaban viviendo. El mismo Jesús usó las
tres en una única frase cuando dijo: "El Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir y dar subida en rescate
de por muchos"(Mc 10,45). Las tres son: Hijo del Hombre, Siervo de
Yavéh y Redentor (rescatador). Son, por así decir, las tres
fotografías más antiguas que los primeros cristianos nos conservaron para
decirnos lo que Jesús significaba para ellos y cuál es el camino que El
abrió para que nosotros llegásemos hasta Dios. Veamos de cerca el
significado de estos tres títulos de Jesús: 1. Hijo
del Hombre Es el nombre que
más le gustaba usar a Jesús. Este nombre aparece con gran frecuencia en
los evangelios. 15 veces solamente en el Evangelio de Marcos (Mc 2,10.28;
8,31.38; 9,9.12.31; 10,33.45; 13,26; 14,21.21.41.62). El título "Hijo
del Hombre" viene del Antiguo Testamento. En el libro de Ezequiel, indica
la condición bien humana del profeta (Ez 3,1.4.10.17; 4,1 etc.). En el
libro de Daniel, el mismo título aparece en una visión apocalíptica (Dn
7,1-28), en la cual Daniel describe los imperios de los Babilonios, de los
Medos, de los Persas y de los Griegos. En la visión del profeta, estos
cuatro imperios tienen la apariencia de "animales monstruosos"(cf. Dn
7,3-8). Son imperios animalescos, brutales, inhumanos, que persiguen,
deshumanizan y matan (Dn 7,21.25). En la visión del profeta, después de
los reinos anti-humanos, aparece el reino de Dios que tienen la
apariencia, no de un animal, sino de una figura humana, Hijo del
Hombre. O sea, es un reino con apariencia de gente, reino humano, que
promueve la vida. Humaniza (Dn 7,13-14). En la profecía de
Daniel la figura del Hijo del Hombre representa, no un individuo,
sino, como él mismo dice, el "pueblo de los Santos del Altísimo"(Dn
7,27; cf Dn 7,18). Es el pueblo de Dios que no se deja deshumanizar ni
engañar o manipular por la ideología dominante de los imperios animalescos.
La misión del Hijo del Hombre, es decir, del pueblo de Dios,
consiste en realizar el reino de Dios como un reino humano. Reino que no
persigue la vida, sino que la promueve!. Humaniza las personas.
Presentándose a los discípulos como Hijo del Hombre, Jesús asume como suya esta misión que es la misión de todo el pueblo de Dios. Es como si les dijera a ellos y a todos nosotros: "Vengan conmigo! Esta misión no es sólo mía, sino de todos nosotros! Vamos juntos a realizar la misión que Dios nos entregó, y realizar el reino humano y humanizador que El soñó! " y fue lo que El hizo y vivió durante toda la vida, sobre todo en los últimos tres años. Decía el Papa León Magno: "Jesús fue tan humano, tan humano, como solamente Dios puede ser humano". Cuanto más humano, tanto más divino. Cuanto más "Hijo del Hombre" tanto más "Hijo de Dios". Todo lo que deshumaniza a las personas aparta de Dios, también en la vida religiosa, como en la vida carmelitana. Fue lo que Jesús condenó, colocando el bien de la persona humana como prioridad sobre las leyes, por encima del sábado (Mc 2,27). A la hora de ser
condenado por el tribunal religioso del sanedrín, Jesús asumió este
título. Preguntado si era el "Hijo de Dios"(Mc 14,61), el responde que es
el "Hijo del Hombre: "Yo soy. Y vosotros veréis al Hijo del Hombre sentado
a la derecha del Todopoderoso"(Mc 14,62). Precisamente por esta afirmación
fue declarado reo de muerte por las autoridades. El mismo lo sabía pues
había dicho: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir y dar su vida en rescate por muchos"(Mc 10,45). 2. Siervo
de Yavéh Para Jesús, el
Hijo del Hombre es aquel que realiza la misión del Siervo de Yavéh. Las
tres veces en que el predice su pasión y muerte, Jesús se orienta por la
profecía del Siervo de Dios, tal como ésta descrito en el libro de Isaías,
y la aplica al Hijo del Hombre (Mc 8,31; 9,31; 10,33). En aquel tiempo
había entre los judíos una gran variedad de expectativas mesiánicas: de
acuerdo con las diferentes interpretaciones de las profecías, había gente
que esperaba un Mesías Rey (Mc 15,9.32). Otros, un Mesías Santo o
Sumo Sacerdote (Mc 1,24). Otros, un Mesías Guerrillero
subversivo (Lc 23,5; Mc 15,6; 13,6-8). Otros, un Mesías Doctor (Jn
4,25; Mc 1,22.27). Otros, un Mesías Juez (Lc 3,5-9; Mc 1,8).
Otros, un Mesías Profeta (Mc 6,4; 14,65). Cada uno, según sus
propios intereses o clase social, aguardaba al Mesías, encajándolo en sus
propios deseos y expectativas. Por lo que parece, ninguno, a no ser los
anawim, los pobres de Yavéh, que esperaban al Mesías Servidor,
anunciado por el profeta Isaías (Is 42,1; 49,3; 52,13). Solamente los
pobres se acordaban de revalorizar la esperanza mesiánica como
servicio ecuménico del pueblo de Dios a la humanidad. María, la pobre
de Yavéh, dijo al ángel: "He aquí la esclava del Señor" Fue de ella de
quien Jesús aprendió el camino del servicio. El origen de los
cuatro cánticos del Siervo de Dios (Is 42,1-9; 49,1-6; 50,4-9; 52,13 a
53,12) se remonta a un grupo de discípulos y discípulas de Isaías que
vivían en la cautividad de Babilonia en torno al 550 a.C.. Al igual que el
Hijo del Hombre, también el Siervo de Dios era una figura colectiva que
indicaba el pueblo de la cautividad (Is 41,8-9; 42,18-20; 43,10; 44,1-2;
44,21; 45,4; 48,20; 54,17), descrito por Isaías como un pueblo "oprimido ,
sufridor, desfigurado, sin parecer ni hermosura para que le miremos,
pueblo esclavo, maltratado y silenciado, lleno de sufrimiento, evitado por
los otros como si fuese un leproso, condenado como un criminal, sin nadie
que defendiera su causa"(cf. Is 53,2-8). Retrato perfecto de una tercera
parte de la humanidad de hoy!. Este pueblo-siervo
ésta descrito como aquel que "no habla recio ni hace oir su voz en las
plazas ni rompe la caña cascada ni apaga la mecha que se extingue"(Is
42,2). O sea, perseguido, no persigue; oprimido, no oprime; aplastado, no
aplasta. En él no consigue penetrar el virus de la violencia opresora del
imperio. Esta actitud resistente del Siervo de Yavéh está en la raíz de la
justicia que Dios quiere ver implantada en el mundo entero. Por eso, El
llama al pueblo para ser su Siervo con la misión de irradiar esta justicia
en el mundo entero (Is 42,2.6; 49,6). Los cuatro cánticos del Siervo son
una especie de cartilla para ayudar al pueblo oprimido, tanto al de antes
como al de hoy, a descubrir y a asumir esta misión. Jesús conocía
estos cánticos y se orienta por ellos. A la hora del bautismo en el río
Jordán, el Padre le indicó la misión de Siervo (Mc 1,11). Cuando, en la
sinagoga de Nazaret, expuso su programa al pueblo de su tierra (Lc
4,16-21), Jesús asumió esta misión públicamente. A partir de aquel momento
Jesús recorre la Galilea para ayudar al pueblo a descubrir y a asumir,
junto con él, esta misión de Siervo de Dios. Jesús fue el
Siervo de Dios que recorrió el camino de los cuatro cánticos hasta el
final. Su vida y su testimonio son su mejor comentario. A través de esta
actitud suya de servicio El nos revela el rostro de Dios que nos atrae, y
nos indica el camino de vuelta hacia Dios. 3.
Redentor Una de las
expresiones más antiguas, usada por los primeros cristianos para expresar
el significado de Jesús para sus vidas, es la del rescate (goel).
En el Antiguo Testamento, si alguien, por motivo de pobreza o de deudas,
perdía su tierra o era vendido como esclavo, el pariente más próximo (goel)
debía entregar todo lo suyo para rescatarlo (Lev 25 e Dt 15) y,
así, restaurar la convivencia fraterna en el clan. Era lo que se esperaba
de vuelta del profeta Elías: "reconducir el corazón de los padres hacia
los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres"(Mal 3,23-24). Para
los primeros cristianos, Jesús era el pariente próximo (goel), el hermano
mayor, que entregó todo lo suyo, se vació, para rescatar a sus hermanos y
a sus hermanas, víctimas de la esclavitud de la ley, del racismo, de la
ideología del imperio y de la religión opresora, para que, nuevamente,
pudieran vivir en fraternidad. En tiempo de
Jesús, en nombre de la Ley de Dios, mucha gente era excluida y marginada.
Jesús, a partir de su experiencia de Dios como Padre, denuncia esta
situación que esconde el rostro de Dios para los pequeños (Mt 23,13-36).
Como pariente próximo (goel), ofrece un lugar a los que no tenían lugar en
la convivencia humana. Acoge a los que no eran acogidos y, en su nueva
familia (Mc 3,34), recibe como hermano y hermana a los que la religión y
el gobierno despreciaban y excluían: los inmorales: prostitutas y
pecadores (Mt 21,31-32; Mc 2,15; Lc 7,37-50; Jn 8,2-11); los herejes:
paganos y samaritanos (Lc 7,2-10; 17,16; Mc 7,24-30; Jn 4,7-42); los
impuros: leprosos y posesos (Mt 8,2-4; Lc 11,14-22; 17,12-14; Mc
1,25-26); los marginados: mujeres, niños y enfermos (Mc 1,32; Mt
8,17;19,13-15; Lc 8,2s); los colaboradores: publicanos y soldados
(Lc 18,9-14;19,1-10); los pobres: el pueblo de la tierra y los
pobres sin poder (Mt 5,3; Lc 6,20.24; Mt 11,25-26). Todas estas personas,
incluso Pablo, el perseguidor, tuvieron la experiencia de haber sido
rescatados para Dios por Jesús, el hermano mayor, el primogénito (Col
1,15; Apc 1,5), que cumplió para con ellos su deber de goel: "El
me amó y se entregó por mí"(Gál 2,20). Él se hizo esclavo, se vació, para
enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9), para que pudiésemos recuperar la
libertad y retomar la vida en fraternidad. El término
hebraico goel es tan rico que no tiene traducción unívoca. En el
Nuevo Testamento aparecen los términos libertador, redentor, salvador,
consagrado, abogado, paráclito, defensor, pariente próximo, hermano mayor,
primogénito. Todos estos términos, usados para designar a Jesús, se
refieren, de una forma u otra, a esta tradición antigua de Goel,
aplicada a Jesús, nuestro hermano mayor. Presentándose como goel,
redentor de los hermanos y hermanas excluidas de la convivencia
comunitaria, Jesús revela el rostro de Dios como Padre, como Madre, que
acoge a todos y va detrás de los abandonados. Resumiendo. Fue a
través de la ventana de estos tres nombres Hijo del Hombre, Siervo de
Dios, y Redentor, los tres sacados del Antiguo Testamento, que los
primeros cristianos miraban a Jesús y transmitían a los otros el
significado de Jesús para sus vidas: El Hijo del Hombre se
caracteriza por la humanidad; el Siervo de Dios,
por el servicio; el Redentor, por la
acogida de los excluidos. Humanizar, servir, acoger. Son los tres
rasgos principales a través de los cuales Dios nos revela su rostro en
Jesús y nos atrae hacia sí. Indican el camino más antiguo y más
tradicional para que volvamos a nuestro origen y vivamos lo esencial de la
Buena Nueva de Dios que Jesús nos trajo. Nos ayudan a entender cómo Jesús
es Hijo de Dios.
CONCLUSIÓN
"Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios" El título con que
Marcos comienza y termina su evangelio es Hijo de Dios! Al
escuchar este título al principio del evangelio (Mc 1,1), el lector,
instintivamente, mira hacia arriba, hacia el cielo, donde Dios mora, pues
es de lo alto del cielo que esperamos la revelación de nuestro Dios. Pero
durante la lectura del evangelio de Marcos, acompañando a Jesús, desde la
belleza del lago en Galilea hasta la tristeza del calvario en Jerusalén,
el lector, la lectora, poco a poco va bajando la cabeza para mirar el
suelo. Y al fin, a la hora de la muerte, mueren las ideas y los criterios
con las que intentaba entender y encuadrar la imagen del Hijo de Dios. En
el Calvario, estamos delante de un ser humano torturado, excluido de la
sociedad, condenado como herético y subversivo por tres tribunales:
religioso, civil y militar. Al pie de la cruz, por última vez, las
autoridades religiosas confirman la sentencia: se trata realmente de un
rebelde fracasado y lo reniegan públicamente (Mc 15,31-32). Colocado en la
cruz, privado de todo, Jesús grita "Eli, Eli". El soldado pensaba: "Está
llamando a Elías"(Mc 15,35). Los soldados eran todos extranjeros,
mercenarios. No entendían la lengua de los judíos. El hombre pensaba que
Eli fuese lo mismo que Elías. Así, colgado en la
cruz, Jesús estaba en un aislamiento total. Aunque hubiera querido hablar
con alguien, le hubiera sido imposible. Ninguno lo entendería. Sería lo
mismo que hablar portugués a aquel que solamente entiende inglés. Quedó
totalmente sólo: Judas lo traicionó, Pedro lo negó, los discípulos
huyeron, las autoridades se mofaban de él, los transeúntes se befaban, y
ni tan siquiera la lengua que El habla sirve ya para comunicarse. Las
mujeres amigas tenían que quedarse lejos, observando, sin poder hacer nada
(Mc 15,40). Aislado, sin ninguna posibilidad de comunicación humana, Jesús
se siente abandonado incluso por el Padre: "Dios mío! Dios mío! ¿Por qué
me has abandonado?"(Mc 15, 34). Y después de un grito, El muere!
Muere de este modo
el Hijo del Hombre, el Mesías Siervo!
Fue éste el precio que Jesús pagó por su fidelidad a la opción de seguir
siempre por el camino del servicio y de la humanidad para
rescatar a sus hermanos y sus hermanas, para que, de nuevo,
pudiesen recuperar el contacto con Dios y vivir en fraternidad. Pero fue
precisamente en esta ahora de la muerte, la hora en que todo se
desmoronaba, que renació un nuevo sentido de las cenizas. La muerte de
Jesús fue una vitoria. Aquella obediencia suya radical hasta la muerte, en
el total abandono de una Noche Oscura sin igual, hizo
desencadenar las amarras que escondían el Nombre. La
cortina del templo, símbolo del poder que condenó Jesús, se rasgó de
arriba abajo. El sistema que aislaba a Dios en el Templo, lejos de la vida
del pueblo, estaba encerrado. El centurión, un pagano, que hacía la
guardia, hace una profesión solemne de fe: "Verdaderamente, este hombre
era Hijo de Dios"(Mc 15,39). Él descubre y acepta lo que los discípulos no
fueron capaces de descubrir y de aceptar, es decir, reconocer la presencia
del Hijo de Dios en un ser humano crucificado. Comenzamos esta meditación con dos preguntas: "¿Cómo llega Dios hasta nosotros para atraernos? ¿Cuál es el camino a través del cual nos atrae para que podamos volver hasta El?". Y dijimos que estos dos caminos de Dios hasta nosotros y de nosotros hacia Dios, ambos pasan por la persona de Jesús. Ahora, al final, una conclusión sacude nuestra conciencia: quien quiera volver a lo esencial de la Buena Nueva de Dios que Jesús nos trajo, y encontrar, verdaderamente, al Hijo de Dios, no debe buscarlo en lo alto, en un cielo distante, sino que debe mirar a su lado, hacia el ser humano excluido, torturado, desfigurado, sin belleza, y hacia aquellos y aquellas que donan su vida por los hermanos. Es ahí donde el Dios de Jesús se esconde, se revela y nos atrae, y es ahí donde El puede ser encontrado. Es ahí donde Dios nos da la prueba de que El continúa siendo JHWH, presencia íntima, amiga y liberadora en medio de nosotros. Es ahí donde está la imagen desfigurada de Dios, del Hijo de Dios, de los hijos e hijas de Dios. "No hay mayor prueba de amor que dar la vida por el hermano". |