REFLEXIONES SOBRE LA ENCICLICA EVANGELIUM VITAE

 NADA NI NADIE

 Dentro de nuestra cultura ha fallado algún resorte que hace peligrar su misma supervivencia en el tiempo. Me estoy refiriendo a la pérdida de su mismo fundamento, a la base: el respeto inviolable a todo individuo humano inocente. Si se pierde de vista la dignidad que tiene el ser humano por el hecho de ser hombre, si no se respeta su dignidad, entonces la sociedad entera queda desprotegida y a merced de la tiranía de los que más puedan, bien sean los que tienen el poder político, o el económico o social. Posiblemente las palabras del Papa en su Encíclica Evangelium Vitae, con su claridad conocida, su libertad e independencia, nos ayuden a situar nuestros criterios en el cauce irrenunciable de la verdad.

" ... Con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. Esta doctrina, fundamentada en aquella ley no escrita que cada hombre, a la luz de la razón, encuentra en el propio corazón, es corroborada por la Sagrada Escritura, transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios mismo, su autor y garante, y contradice las virtudes fundamentales de la justicia y de la caridad. Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Cada ser humano inocente es absolutamente igual a todos los demás en el derecho a la vida. Esta igualdad es la base de toda auténtica relación social que, para ser verdadera, debe fundamentarse sobre la verdad y la justicia, reconociendo y tutelando a cada hombre y a cada mujer como persona y no como una cosa de la que se puede disponer. Ante la norma moral que prohibe la eliminación directa de un ser humano inocente no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales". (Evangelium Vitae, nº57)

 MUNDO SANITARIO

 Es tan importante el mundo de la sanidad...

Cumpliendo su misión, el Papa intenta suscitar en la Iglesia, en los individuos, en las familias y en la sociedad civil el reconocimiento del valor de la vida humana, su importancia en cualquier momento y circunstancia y su sentido trascendente. Son muchas y muy diferentes las situaciones por las que el hombre puede pasar desde el momento de la concepción hasta que Dios dispone de la vida de cada uno. Y no siempre se ofrecen soluciones prácticas que respeten la dignidad del hombre. Depende de las filosofías y antropologías.

Algunos de los remedios a los problemas que el ser humano padece son netamente contrarios a la verdad sobre el hombre porque se apoyan en unos presupuestos materialistas cegados a toda trascendencia. Cuando a lo largo de la historia se han dado esos supuestos, siempre la Iglesia ha intervenido como experta en humanidad, saliendo al paso de las desviaciones, errores y aberraciones que han puesto en peligro tanto la noción como la misma supervivencia del ser humano. Hoy también pasamos por unos momentos -ni únicos, ni nuevos, ni defintivos- en los que peligra el respeto a la dignidad de todos los hombres, sobre todo, cuando unas situaciones de precariedad afectan a la vida, al entorno, al bienestar físico o material de las personas; baste pensar en la problemática del aborto, de la eutanasia o del suicidio.

De nuevo, la Iglesia hace oír su voz para contribuir a poner las cosas en su sitio con respecto al valor intocable de la vida de cada ser humano. Y tiene tanto que ver en ese campo el mundo de la sanidad que la encíclica Evangelium Vitae, que repetidamente venimos exponiendo, dedica diferentes párrafos a esta noble profesión. Transcribo uno de ellos.

"Estas estructuras y centros de servicio a la vida, y todas las demás iniciativas de apoyo y solidaridad que las circunstancias puedan aconsejar según los casos, tienen necesidad de ser animadas por personas generosamente disponibles y profundamente conscientes de lo fundamental que es el Evangelio de la vida para el bien del individuo y de la sociedad.

Es peculiar la responsabilidad confiada a todo el personal sanitario: médicos, farmacéuticos, enfermeros, capellanes, religiosos y religiosas, personal administrativo y voluntarios. Su profesión les exige ser custodios y servidores de la vida humana. En el contexto cultural y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el peligro de perder su dimensión ética original, ellos pueden estar a veces fuertemente tentados de convertirse en manipuladores de la vida o incluso en agentes de la muerte. Ante esta tentación, su responsabilidad ha crecido hoy enormemente y encuentra su inspiración más profunda y su apoyo más fuerte precisamente en la intrínseca e imprescindible dimensión ética de la profesión sanitaria, como ya reconocía el antiguo y siempre actual juramento de Hipócrates, según el cual se exige a cada médico el compromiso de respetar absolutamente la vida humana y su carácter sagrado". (Evangelium Vitae, nº89)

 CAMBIAR EL NOMBRE

 A veces, para que una mentira cuele hay que cambiar a las cosas de nombre. Voy a ver si me explico. ¿Qué pasaría si a una persona normal, a usted mismo, por ejemplo, le preguntaran a bocajarro si estaría dispuesto a cometer un asesinato?. Una vez repuesto del susto, del asombro y del malestar que lleva consigo semejante interrogación, la respuesta sería una negativa sin fisuras. Imaginemos la reacción si, además, la supuesta vida que está en juego fuera la de un ser humano inocente.

Por odio a Dios, por resentimientos ancestrales, o por otros motivos inconfesables, algunos pretenden colar una mentalidad que desprecia la vida humana, una mentalidad de muerte. Estos encuentran un camino que en ocasiones les da resultado, aunque debilita la conciencia de las personas poco formadas o débiles en su pensamiento: deciden cambiar el nombre de las cosas. Eso ha sucedido en nuestro entorno cultural en el caso del aborto. Es difícil, por no decir imposible, encontrar una persona normal que acepte o admita como asunto de poca monta "matar un niño antes de que nazca". Pero si a ese asesinato se le empieza a dar un nombre confuso y rocambolesco, puede que la conciencia de personas sencillas con menos formación no muestre un rechazo tan definitivo.

La enseñanza del Papa es clarificadora:

"Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como "crímenes nefandos".

Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: "¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal!". Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de "interrupción del embarazo" que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento". (Evangelium Vitae, nº58)

PRIMER DERECHO

 Reconocemos todos, sí todos, los horrores de la guerra. Nos da miedo el terrorismo con el que a veces mueren tantas personas inocentes. Nos aterran las angustias de un secuestro. Nos sentimos mal cuando tenemos noticias de que tal o cual familiar o vecino ha sido maltratado en la calle por gente de mal vivir.

Cuando tenemos noticias de alguno de estos sucesos, se produce en nosotros un estado de ánimo que va desde la protesta enérgica contra los prepotentes hasta la rabia que deja la impotencia. Es tan duro contemplar el desprecio por la vida de las personas... Esta sociedad que tiene a gala preocuparse de la defensa a ultranza de los derechos de todos por igual ¿se ha parado a pensar lo que sucede cada vez que se aborta?. Evidentemente hay una contradicción, una mentira: no puede pretenderse de verdad y en serio la defensa de los "derechos humanos" y facilitar la muerte del ser humano más inocente.

Posiblemente las palabras autorizadas que transcribo a continuación nos ayuden a entender las atrocidades que los proabortistas disimulan.

"La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que empieza a vivir, es decir, lo más inocente que en absoluto se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura. Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de deshacerse del fruto de la concepción no se toma por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque se quisieran preservar algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la familia. A veces se temen para el que ha de nacer tales condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor sería no nacer. Sin embargo, estas y otras razones semejantes, aun siendo graves y dramáticas, jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente". (Evangelium Vitae, nº58)

SON BASTANTES

 Sin intentar quitar importancia a la responsabilidad de la madre, en cada aborto queda implicado el compromiso ineludible de otras personas cuya responsabilidad se pone de manifiesto:

"En la decisión sobre la muerte del niño aun no nacido, además de la madre, intervienen con frecuencia otras personas. Ante todo, puede ser culpable el padre de niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo: de esta forma se hiere mortalmente a la familia y se profana su naturaleza de comunidad de amor y su vocación de ser "santuario de la vida". No se pueden olvidar las presiones que a veces provienen de un contexto más amplio de familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o indirectamente la han forzado a abortar. También son responsables los médicos y el personal sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la competencia adquirida para promover la vida.

Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto y, en la medida en que haya dependido de ellos, los administradores de las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos. Una responsabilidad general no menos grave afecta a los que han favorecido la difusión de una mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad, como a quienes debieron haber asegurado -y no lo han hecho- políticas familiares y sociales válidas en apoyo de las familias, especialmente de las numerosas o con particulares dificultades económicas y educativas. Finalmente, o se puede minimizar el entramado de complicidades que llega a abarcar incluso a instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan sistemáticamente por la legalización y la difusión del aborto en el mundo. En este sentido, el aborto va más allá de la responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una herida gravísima causada a la sociedad y a su cultura por quienes deberían ser sus constructores y defensores. Como he escrito en mi Carta a las Familias, "nos encontramos ante una enorme amenaza contra la vida: no sólo la de cada individuo, sino también la de toda la civilización". Estamos ante lo que puede definirse como 'una estructura de pecado' contra la vida humana aún no nacida". (Evangelium Vitae, nº 59)

SOCIODEMENCIA

 Se podría definir como la locura de una sociedad permisiva del aborto. ¿Es posible que sea legal -permitido por la ley- matar un ser humano a los dos meses?. Si esto sucede porque se ponen de acuerdo -lo que se llama consenso- unos cuantos, habría que preguntarse con grandes temores y angustias sobre el futuro que le espera a cualquier miembro de esa sociedad; es decir. que se podría matar legalmente a cualquiera ya que la persona humana no vale por lo que es, sino por lo que la ley diga que es. Porque, si los que mandan y quienes les votan se ponen de acuerdo otra vez en que sea legal matar a una persona a partir de los setenta y cinco años, entonces no habría ningún jubilado, sólo cuarentones y cincuentones que nunca llegarían a ancianos; una sociedad sometida a la tiranía de los jovencitos. Si, por el contrario, esos mismos se ponen de acuerdo en masacrar legalmente a los menores de dieciocho, entonces los más pequeños comenzarían su andadura con el servicio militar y además no habría niños, sólo tiranos viejos. Esto que suena a ciencia-ficción de la mala y a pesadilla de noche borrascosa es lo que sucede con la traída y llevada ley de plazos. Repito la pregunta a una sociedad culta, madura, responsable y consciente: ¿Es posible que sea legal -permitido por la ley- matar un ser humano a los dos meses?... ¿y por qué no a los cinco años... o a los treinta y ocho? ¿En qué se funda la ley -recuerdo que la ley para ser tal ha de ser "razonable", si no es así, es una ley despótica, opresiva, injusta y abusiva- para permitir la muerte de inocentes a los ochenta y cinco días y no a los doscientos cuarenta? Dejar sometida la esencia constituyente de la sociedad a la opinión voluble de las mayorías no es serio. Por ese camino la democracia podría resultar una palabra hueca y vacía de contenido. "Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado como una vida humana personal. En realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese ser viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación se inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y para poder actuar. Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?

Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los debates científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de garantizar el respeto incondicional que moralmente se debe al ser humano en su totalidad y unidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida". (Evangelium Vitae, Nº 60)

PROGRESO

Con bastante frecuencia se usa el término "progreso" y también el de "progresista" queriendo significar avances en la convivencia entre los hombres. Pero uno se queda perplejo cuando con el paso del tiempo descubre que una y otra vez, con machacona insistencia, estas palabras vienen aplicadas a leyes, a situaciones, a sucesos y acontecimientos que más que avance suponen un deshonroso retroceso en la cultura y en la civilización occidental. Y lo peor de todo es que casi siempre esas palabras vienen empleadas por los mismos.

A veces uno descubre con nitidez que bajo esos términos atrayentes se encierra traidoramente un camino hacia la degradación. Porque por progreso debe entenderse la tendencia hacia un fin bueno, ya que caminar hacia un fin malo es más bien un retroceso, una regresión. No es un triunfo, sino un fracaso. ¿Se podrá calificar como progreso el hecho de eliminar la vida inocente de un ser humano antes de nacer? ¿Será progreso suprimir la vida de los mayores, o de los enfermos, o de los minusválidos -todos ellos inocentes- sólo porque suponen una carga para una sociedad cada vez más egoísta y deshumanizada? Mira si es avanzada la proyección social de la Iglesia y lo que aún queda por hacer:

"Esta tarea corresponde en particular a los responsables de la vida pública. Llamados a servir al hombre y al bien común, tienen el deber de tomar decisiones valientes en favor de la vida, especialmente en el campo de las disposiciones legislativas. En un régimen democrático., donde las leyes y decisiones se adoptan sobre la base del consenso de muchos, puede atenuarse el sentido de la responsabilidad personal en la conciencia de los individuos investidos de autoridad. Pero nadie puede abdicar jamás de esta responsabilidad, sobre todo cuando se tiene un mandato legislativo o ejecutivo, que llama a responder ante Dios, ante la propia conciencia y ante la sociedad entera de decisiones eventualmente contrarias al verdadero bien común. Si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres. Repito una vez más que cada norma que viola el derecho natural a la vida de un inocente es injusta y, como tal, no puede tener valor de ley. Por eso renuevo con fuerza mi llamada a todos los políticos para que no promulguen leyes que, ignorando la dignidad de la persona, minen las raíces de la misma convivencia ciudadana.

La Iglesia sabe que en el contexto de las democracias pluralistas, es difícil realizar una eficaz defensa legal de la vida por la presencia de fuertes corrientes culturales de diversa orientación. Sin embargo, movida por la certeza de que la verdad moral encuentra un eco en la intimidad de cada conciencia humana, anima a los políticos, comenzando por los cristianos, a no resignarse a adoptar aquellas decisiones que, teniendo en cuenta las posibilidades concretas, lleven a restablecer un orden justo en la afirmación y promoción del valor de la vida. En esta perspectiva, es necesario poner de relieve que no basta con eliminar las leyes inicuas. Hay que eliminar las causas que favorecen los atentados contra la vida, asegurando sobre todo el apoyo debido a la familia y a la maternidad: la política familiar debe ser el eje y motor de todas las políticas sociales. Por tanto, es necesario promover iniciativas sociales y legislativas capaces de garantizar condiciones de auténtica libertad de decisión sobre la paternidad y la maternidad; además es necesario replantear las políticas laborales, urbanísticas, de vivienda y de servicios para que se puedan conciliar entre sí los horarios de trabajo y los de la familia, y sea efectivamente posible la atención a los niños y a los ancianos". (Evangelium Vitae, nº 60).

¡QUE NO!

Es cosa sabida que las personas de buena voluntad -y, en principio, todos los católicos lo son- deben adoptar actitudes prácticas, personales y responsables ante una situación en la que el ordenamiento jurídico permite la aberración, insensatez e injusticia del aborto y la eutanasia.

El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. Desde los orígenes de la Iglesia, la predicación apostólica inculcó a los cristianos el deber de obedecer a las autoridades públicas legítimamente constituidas, pero al mismo tiempo enseñó firmemente que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Ya en el Antiguo Testamento, precisamente en relación a las amenazas contra la vida, encontramos un ejemplo significativo de resistencia a la orden injusta de la autoridad. Las comadronas de los hebreos se opusieron al faraón, que había mandado matar a todo recién nacido varón. Ellas no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaron con vida a los niños. Pero es necesario señalar el motivo profundo de su comportamiento: Las parteras temían a Dios. Es precisamente de la obediencia a Dios -a quien sólo se debe dar aquel temor que es reconocimiento de su absoluta soberanía- de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres. Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos. En el caso pues de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto". (Evangelium Vitae, nº 73).

GRACIAS, IGLESIA

A fin de cuentas, cada hombre ha de situarse un día delante de Dios para responder de sus obras en esta vida, para responder del uso de su libertad en la elección del camino del bien. Y esta será la cuestión principal porque su destino eterno dependerá de que dé la talla, de que sea encontrado con peso. Las cosas son como son y no como el hombre desearía verlas. Y esto vale para todos, para los creyentes y para los que no tienen fe. Cada cual responderá a Dios de las actitudes que haya adoptado ante la vida en general y ante el aborto en particular.

Cuando llegue la hora de la verdad, no valdrán las disculpas que con frecuencia solemos poner los hombres en la vida; no nos disculparán de nuestras responsabilidades los "penseques" y los "creiques" que de tantos apuros nos sacan aquí abajo. El católico tiene muy claro y expedito el conocimiento del camino del bien. Además de las luces naturales que iluminan la vida llevándole a la Verdad, dispone de una preciosa ayuda para no errar en su andadura: la Iglesia, madre y maestra. Este es uno de los cometidos que le dio Jesucristo, su Fundador: Enseñar. Vaya por delante una muestra:

La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía para el aborto la pena de excomunión. También la nueva legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae, es decir, automática. La excomunión afecta a todos lo que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido: con esta reiterada sanción, la Iglesia señala este delito como uno de los más graves y peligrosos, alentando así a quien lo comete a buscar solícitamente el camino de la conversión. En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia.

Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado y que era inmutable. Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos -que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina-, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente.

Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia" (Evangelium Vitae, nº 62).

SOMOS MUCHOS

En algunos aspectos, el modo de comportarse los países ricos y poderosos es lamentable y bochornoso. Sí, por ahí van el pensamiento y los diseños del primer mundo. Europa y América, los occidentales que viven engreídos en su riqueza y en el poder que esta les da, se dan cuenta de que, a la hora de poner la mesa en el mundo, hay muchos comensales dispuestos a compartir el pan. Temen que tantas bocas abiertas terminen por disminuir su abundancia o quizás que tantas manos vacías acaben por ensuciar sus manteles. Y toman medidas. ¿Que somos muchos? Pues, seamos menos. Y, ni cortos ni perezosos, toman un camino degradante para el ser humano. Para que nadie pueda desposeerles de su confort deciden proponer, con todo tipo de medios, campañas para impedir la fecundación, esterilizar mujeres y hombres y, en último término por ahora, abortar. Como les pesan los bolsillos, acallan el grito de su conciencia dando de lo que les sobra; ofrecen migajas que llaman ayudas económicas y técnicas a los países pobres, ¡eso sí!, a condición de que en las familias se implante un control de natalidad para tener los menos hijos posibles. Esto huele a podredumbre ¿verdad?. La solución a los problemas demográficos y del hambre en el mundo ha de contemplarse a través de un prisma que tenga encanto de hombre aunque sea más sacrificado, más lento, menos simplista... pero más noble.

"La problemática demográfica constituye hoy un capítulo importante de la política sobre la vida. Las autoridades públicas tienen ciertamente la responsabilidad de intervenir para orientar la demografía de la población; pero estas iniciativas deben siempre presuponer y respetar la responsabilidad primaria e inalienable de los esposos y de las familias, y no pueden recurrir a métodos no respetuosos de la persona y de sus derechos fundamentales, comenzando por el derecho a la vida de todo ser humano inocente. Por tanto, es moralmente inaceptable que, para regular la natalidad, se favorezca o se imponga el uso de medios como la anticoncepción, la esterilización y el aborto.

Los caminos para resolver el problema demográfico son otros: los Gobiernos y las distintas instituciones internacionales deben mirar ante todo a la creación de las condiciones económicas, sociales, médico-sanitarias y culturales que permitan a los esposos tomar sus opciones procreativas con plena libertad y con verdadera responsabilidad; deben además esforzarse en aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación. Hay que buscar soluciones a nivel mundial, instaurando una verdadera economía de comunión y de participación de bienes, tanto en el orden internacional como nacional. Este es el único camino que respeta la dignidad de las personas y de las familias, además de ser el auténtico patrimonio cultural de los pueblos" (Evangelium Vitae, nº 91).

CASAMIENTO

Ella, para no estar aburrida y sola; él, para que alguien la planche la corbata; los dos, para ser abrigo cálido en los largos inviernos. Esto que suena a rancio novelón de épocas pasadas. se reproduce cada vez que, con distintos matices, una pareja decide casarse sin advertencia cabal de lo que significan las responsabilidades definitivas del matrimonio, y sin asumir los compromisos que se contraen ante Dios, los hijos futuros, la Iglesia y la sociedad.

La matrimonial es una responsabilidad que brota de su propia naturaleza -la de ser comunidad de vida y de amor- y de su misión -custodiar, revelar y comunicar el amor-. Se trata del amor mismo de Dios, cuyos colaboradores y como intérpretes en la transmisión de la vida y en su educación, según el designo del Padre, son los padres. Es, pues, el amor que se hace gratuidad, entrega: en la familia cada uno es reconocido, respetado y honrado por ser persona y, si hay alguno más necesitado, la atención hacia él es más intensa y viva.

El Estado debería tratar como a la niña de los ojos a la familia ya que es su institución constituyente. En la Iglesia se la mima con prodigalidad.

"Si es cierto que el futuro de la humanidad se fragua en la familia, se debe reconocer que las actuales condiciones sociales, económicas y culturales hacen con frecuencia más ardua y difícil la misión de la familia al servicio de la vida. Para que pueda realizar su vocación de santuario de la vida, como célula de una sociedad que ama y acoge la vida, es necesario y urgente que la familia misma sea ayudada y apoyada. Las sociedades y los Estados deben asegurarle todo el apoyo, incluso económico, que es necesario para que las familias puedan responder de un modo más humano a sus propios problemas. Por su parte, la Iglesia debe promover incansablemente una pastoral familiar que ayude a cada familia a redescubrir y vivir con alegría y valor su misión en relación con el Evangelio de la vida". (Evangelium Vitae, nº 94).

MUTACIÓN

Cuando pensaba titular estas líneas, se me vino a la mente la palabra que sintetiza todo el mensaje papal que transcribo esta semana. La palabra sería "cambio". Pero está tan usada y tan cargada de matices en la situación española actual, que prefiero utilizar el sinónimo mutación que, a pesar de sonar algo pedante, está lejos de las cargas añadidas a "cambio" en los últimos tiempos. Esforcémonos, pues, en una mutación personal para construir una nueva cultura de la vida.

Vivid como hijos de la luz... Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas " (Ef 5,8.10-11).

"En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte, debe madurar un fuerte sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y las auténticas exigencias.

Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida: nueva, para que sea capaz de afrontar y resolver los problemas propios de hoy sobre la vida del hombre; nueva, para que sea asumida con una convicción más firme y activa por todos los cristianos; nueva, para que pueda suscitar un encuentro cultural serio y valiente con todos. La urgencia de este cambio cultural está relacionada con la situación histórica que estamos atravesando, pero tiene su raíz en la misión evangelizadora, propia de la Iglesia. En efecto, El Evangelio pretende transformar desde dentro, renovar la misma humanidad; es como la levadura que fermenta toda la masa y, como tal, está destinado a impregnar todas las culturas y a animarlas desde dentro, para que expresen la verdad plena sobre el hombre y sobre su vida". (Evangelium Vitae, nº 95).

F. Pérez González