FELICIDAD - ALEGRÍA - TEXTOS
1. FELICIDAD/MADUREZ
¿Dónde se encuentra la dicha?
«Os extrañará que los hombres que se pasan la vida divirtiéndose y cuyo único fin es
distraerse sean hombres devorados por el hastío, perseguidos por el hastío hasta en su
lecho de muerte. ¿Qué es el hastío? Es el vacío que el distraído encuentra cuando por
desdicha o descuido echa una ojeada sobre sí mismo. Todo se ha vaciado en sus
actividades útiles o fútiles (pues la mayoría de las actividades consideradas útiles son
distracciones disfrazadas)...
Pero aún más molesto que el alborozo para la vida interior es la tristeza. No hay frase más
profunda y justa que ésta: «no hay santos tristes». Más molesto aún que el alborozo y la
tristeza es el hastío, pues el hastío es la muerte, la nada de la vida interior. Hemos visto
además que cada uno de ellos está íntimamente vinculado con el otro, ya que cuanto más
alborozo buscamos, más tristeza encontramos; cuanto más buscamos la diversión, más
encontramos el hastío; cuanto más placer buscamos, más caemos en el dolor...
¿Cuál es entonces la actitud justa? Ni tristeza ni alborozo: serenidad. Buscad la densidad
interior. Haced lo contrario a distraeros, a divertiros. Convertíos. Convertirse es volverse
hacia el interior. Arrepentíos, deteneos en la pendiente que conduce a la dispersión y a la
muerte...
El hombre que se ejercita en llevar sus sentidos hacia el interior, que busca su presencia
en lugar de huir, ese hombre no se hastía nunca; ese hombre nunca está triste; ese hombre
nunca es desdichado. Aunque lo encierren en un calabozo profundo y lo carguen de
cadenas, permanece dichoso y libre en la luz. Cuando se alcanza esa densidad, nace una
tercera cosa que no es alborozo ni tristeza; esa tercera cosa se llama gozo. Y el gozo,
debéis saberlo, nunca se expresa con risas. Ni siquiera los grandes gozos naturales.
Recuerdo que cuando estaba enamorado, mi único placer era el subirme a la rama más alta
de un árbol y pasarme allí todo el día, completamente solo, soñando en mis amores. Y
volvía tan pálido y con los ojos hundidos, que mis amigos se acercaban y me decian:
Querido, ¿qué te pasa?; ¿estás enfermo? -No. Era feliz...
El hombre espiritual se reconoce en eso: en que está constantemente relajado, libre y
sencillo. Es sereno, y la serenidad es siempre sonriente, afable, amante y amable; o bien
grave y majestuosa, sin nada de arrogante y de soberbia... Puede conmoverse, pero no
disturbarse... Los chinos dicen: El sabio tiene tres aspectos: de lejos parece grave, de
cerca parece amable, a quien lo escucha le parece inflexible.
LANZA-DEL-VASTO
(Umbral de la vida interior, 133-34)
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2. FELICIDAD/CONSEJOS:
Padre Narciso Irala, S.l., «Misionero de la Felicidad»
Pero lo admirable de este hombre fue que logró vivir lo que enseñaba: vivir el presente
con plenitud, paz y alegría. Se llamaba a sí mismo "Misionero de la Felicidad". Ofrecemos
unos pensamientos del padre Narciso Irala, que él llamaba «semillas de felicidad y salud».
1. Si yo tengo, razonablemente, pensamientos alegres y positivos, mi vida de hoy será
feliz.
2. Si veo el lado bueno de los acontecimientos y de las personas, estaré alegre y
tranquilo.
3. Si acepto a cada uno como es y excuso sus defectos, dominaré la ira y sufriré menos.
4. Si descubro en el antipático a Cristo disfrazado con defectos, le sonreiré y trataré con
amor.
5. Si le trato «como si» me fuese muy simpático, en un mes convertiré la aversión en
simpatía.
6. Si el volcán de la ira iba a explotar por tu boca, respira hondo dos veces, muerde tu
lengua y lo apagarás.
7. Si yo me acepto tal cual soy y procuro corregir mis faltas, ¡cuánto mejorarían mi
carácter y mi hogar!
8. Si con los filósofos de Grecia, me convenzo de que el sufrimiento da comprensión,
fortaleza y paciencia, me enojaré menos.
9. Si yo creo -con San Pablo- que «la tribulación leve y transitoria de aquí me produce un
peso de gloria eterna», la aceptaré de corazón y me producirá felicidad, salud y virtud.
10. Si yo dejo mi pasado a la misericordia de Dios, estaré más tranquilo.
11. Si yo confío mi futuro a la providencia divina, se acabará mi angustia.
12. La abeja saca miel de las flores; el alma puede sacar miel de las espinas. Pero esta
fabricación está patentada en el Cristianismo.
·IRALA-NARCISO
(Jesuitas de Extremo Oriente)
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3. D/ALEGRIA Dios es un gozo inefable
El Maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que
les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad.
«Primero», les dijo, «Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí
una serie de años. Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi
corazón quedó purificado de toda afección desordenada. Entonces fue cuando me vi en el
País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba en mí de egoísmo.
Tras de lo cual, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos
los misterios de la vida y de la muerte».
-"¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?", le preguntaron.
«No», respondió el Maestro. «Un día dijo Dios: "Hoy voy a llevarte al santuario más
escondido del Templo, al corazón del propio Dios". Y fui conducido al país de la Risa».
(·Mello-ANTHONY)
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4. ALEGRIA/FELICIDAD
La alegría de vivir
Para convertir la alegría en hábito.
Sugerencias:
-Elevar el nivel de autoestima del individuo, haciendo que se sienta importante y
necesario en la familia, en la escuela, en el grupo de trabajo, y, en definitiva, que sea
apreciado y tenido en cuenta por los demás.
-Llevar una vida ordenada y sencilla, disfrutando de las cosas pequeñas y cotidianas que
están al alcance de cualquiera: el descanso, el diálogo familiar, el contacto con la
naturaleza, la diversión sana, el vivir intensamente el presente..., pero moderando las
exigencias y deseos, ya que la búsqueda ansiosa y descontrolada de mayores
satisfacciones conduce a la pérdida del propio equilibrio interno y, por tanto, de la
verdadera alegría.
-Pensar siempre en positivo, no permitiendo la entrada a nuestra mente de derrotismos y
actitudes deprimentes o desesperanzadoras. Que el pasado negativo o la inquietud y el
desasosiego por el futuro no nos impidan vivir el presente en paz y armonía con nosotros
mismos.
-Conseguir que nuestra ocupación o trabajo sea fuente de alegría. Comprobar que el
trabajo no sólo es la expresión clara de nuestra vitalidad, inteligencia y capacidad, sino que
con él hacemos nuestra aportación a la sociedad, contribuyendo de forma directa al
bienestar físico, intelectual, moral o espiritual de los demás.
-Fomentar cada día, a cada instante, los sentim¿entos de aceptación, de conformidad y
hasta de complacencia y alegría de la realidad cotidiana, sea cual fuere. Tras cada sombra
siempre se oculta un destello de luz. La alegría será siempre nuestra fiel compañera cuando
convirtamos en hábito el descubrir siempre el lado bueno de las cosas.
-No te conformes con sentir la alegría dentro de ti, haz que aflore al exterior y contágiala
a quienes te rodean, con palabras, actitudes y gestos que les arrastren a compartir tu
propia alegría.
-Aprende a no perder ni un instante en lamentaciones y quejas inútiles sobre algo que es
irremediable, como el jarrón que se ha roto, un día lluvioso, el robo del coche, una
enfermedad incurable... Acepta lo irremediable, ya que una actitud de protesta y disgusto
por algo que no tiene solución te privará de la alegría de vivir.
-Convierte la alegría en fiel compañera de tu vida, ya que es, sin duda, el ingrediente
principal en el compuesto de la salud física, mental y psíquica.
(Bernabé ·Tierno-B.Los valores humanos)
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6. H/LUDENS:
La alegría, patrimonio de la experiencia religiosa
Nuevos intereses
Desde la revolución francesa y desde los comienzos de la industrialización la dimensión
festiva y lúdica del hombre se ha resentido, ya que otros intereses y tendencias la han ido
desplazando y sustituyendo. Si en el siglo XVIII se acentúa en la sociedad occidental la
tendencia de la utilidad y del bienestar burgués, en el siglo XIX, con su tecnicismo y
mecanicismo, se potenció esa misma orientación haciendo del trabajo, de la producción y
de la eficacia los nuevos puntos referenciales y esenciales para el progreso material de la
sociedad. Ni el liberalismo ni el socialismo ofrecen alimento a la alegría. Si alguna vez un
siglo se ha tomado a sí mismo y a toda la existencia en serio, éste ha sido el siglo XIX -dice
·Huizinga.Homo ludens, pp. 226-27-.
Estos efectos heredados del siglo pasado no se han corregido en el siglo XX y seguimos
padeciendo la enfermedad de la seriedad, la ausencia de la alegría, la falta de imaginación
y una permanente insatisfacción.
Dimensión festiva del hombre
Por haber perdido la jovialidad, que es gracia divina, ya que deriva de Jovis o Júpiter, no
sólo la ciencia y la política, sino también gran parte de nuestra cultura, se han vuelto
incapaces de festejar y de mantener el sentido del buen humor, que es uno de los signos
de equilibrio humano y de salud mental. En una sociedad en la que priva el éxito, la eficacia
y el lucro, necesitamos descubrir la dimensión festiva y lúcida del hombre para recuperar
parte de la alegría perdida y del buen humor cotidiano.
En la actividad festiva y en el espíritu alegre el hombre desdramatiza más fácilmente, se
libera de la opresión del sistema de vida imperante, relativizando ese orden vigente y los
principios que sostienen que la vida tiene que ser asi y nada más que así.
Es en la alegría en donde percibimos el sentimiento llamado felicidad, que supone un
gran enriquecimiento de nuestra intimidad y se manifiesta exteriormente en el gesto del
darse, del cantar, del abrirse y del abrazar.
-El hombre alegre
El espíritu alegre está abierto hacia el mundo en el que vive inmerso y con gran
disposición de acogida, de comprensión y de intercambio. El hombre alegre sabe
complacerse y se complace en los hombres, en las cosas, en los valores y en los
acontecimientos. La alegría es uno de los medios más eficaces para mantener la salud
mental, el equilibrio emocional y la buena relación interpersonal...
El saber reirse de uno mismo; el tener fina ironía, sin malicia ni rencor, de los otros, de las
adversidades, de los fracasos e incluso de los éxitos, es una muestra del comportamiento
inteligente del franciscano en la vida"
(Antonio ·Merino-A,
Humanismo franciscano, extractado por "Jesús-Cáritas, 1-1-1983, págs. 42-43)
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7. EV/ALEGRIA:
"La Buena Nueva, el Eu-angelion, no es primariamente un objeto de fe o de ciencia y,
mucho menos, un programa de acción, sino una "gran alegría" (/Lc/02/10), una alegría que
no cabe en ningún corazón humano"
(Urs von ·Balthasar-V)
En el N.T. la dicha es el fruto de haber renunciado a tener, mientras que la tristeza es el
estado de ánimo del que se aferra a las posesiones... Ver Mt. 13, 44;19, 22... "
(E. ·Fromm-E)
"La alegria cristiana no es una actitud psicológica, no es un entusiasmo fácil..., es un
tesoro que hay que saber descubrir..., pasa siempre por la cruz, es fruto de la cruz vivida
con amor. "
(J.A. ·Pagola-JA)
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8. FE/ALEGRÍA
DIOS DA LA ALEGRiA
Entre otras muchas cosas de mayor calado, en su breve y tan sugerente libro Creer que
se cree (Ed. Paidós), en el que el filósofo italiano de la postmodernidad Gianni Vattimo
explica su reencuentro con la fe cristiana, propone este decisivo interrogante: "¿Por qué la
costumbre de decir que sea lo que Dios quiera sólo cuando algo va verdaderamente mal y
no, por ejemplo, cuando se gana la loteria?". Dicho de otro modo: ¿no seguimos
identificando mucho la voluntad de Dios con aquello del "valle de lágrimas"? Como si el
Padre nos tolerara la felicidad, la alegría, pero lo suyo fuera lo otro: sangre, dolor y
lágrimas.
Aquel genio cristiano que fue Dostoievski hace decir al stárets (monje) Zosima: "los
hombres son creados para la felicidad, y quien es plenamente feliz tiene en verdad el
derecho de decirse: He cumplido la voluntad de Dios en esta tierra. Todos los justos, todos
los santos, todos los santos mártires, todos han sido felices". Y en la misma novela Los
hermanos Karamázov, cuando el mayor, Dimitri, pecador apasionado, es condenado
injustamente, entonces redescubre la felicidad, "la alegría, sin la cual el ser humano no
puede vivir, ni puede Dios existir, pues Dios da la alegría, es su gran privilegio".
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9. FELICIDAD/AGUSTIN
·Agustín-San desarrolló este tema en el libro 13 de su De Trinitate.
a) La felicidad—dice—exige poder realizar lo que se quiere, y querer lo que conviene:
«Posse quod velit; velle quod oportet». Si no puedes lo que quieres, tu voluntad no está
satisfecha, Si quieres lo que no conviene, tu voluntad no está ordenada. Y lo uno y lo otro
impiden tu felicidad. Cuando la voluntad no está contenta, es pobre. Cuando la voluntad no
está ordenada, se encuentra enferma. La felicidad es incompatible con la enfermedad moral
y con la pobreza no querida.
b) Por eso concluye profundamente e] santo Doctor:
"Beatus igitur non est, nisi qui et habet omnia quae vult et nihil vult male". Sólo es feliz el
que posee cuanto desea y no desea cosa mala (cI. BAC, «Obras de San Agustín» t.5
p.716).
c) Esta definición la pone San Agustín en labios de Mónica, su madre, en el diálogo De
beata vita: Si bona -dice- velit et habeat, beatus est; si autem mala velit, quamvis habeat,
miser est. (cf. BAC, «Obras de San Agustín:. t. I p.600) .
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10.
Carta del Arzobispo
La felicidad del cristiano
No, no es tan sencillo despachar en pocas líneas el argumento de la felicidad humana
que, con sobrada razón, constituye el anhelo más común de todos los miembros de la
especie. Si les preguntamos, en cambio, qué significa para cada cual esa felicidad, o cuáles
son, a su entender, los caminos que conducen a ella, entonces, se acabó la unanimidad y
cada cual aporta su receta, ya sea expresándola con palabras, ya dándola a entender con
su propio género de vida.
Vuelven a estar de acuerdo en que ser feliz exige, cuando menos, el no ser o sentirse
desgraciado. Estoy de acuerdo también. ¿Cómo se les va a pedir a los heridos por la
extrema pobreza, la soledad, la enfermedad o el desengaño, que lleven puesta la camisa
del hombre feliz? Qué duda cabe de que, acumulando desdicha tras desdicha, no se
construye, en principio, la felicidad de nadie. Y digo en principio, porque en este extraño
reino puede ocurrir de todo, como veremos después.
Un sí a los bienes terrenos
Parece ser que un cierto grado de bienestar proporciona al común de los mortales una
dosis paralela de felicidad personal. Por lo tanto, es perfectamente legítimo aspirar al
disfrute de esos bienes para uno mismo y para otros. Por algo los políticos de todo el arco
parlamentario suelen presentar como objetivo global de sus programas electorales
conseguir, o, cuando menos avanzar hacia él, el llamado Estado de bienestar.
Definirlo ya es otro cantar, pero, en ese paquete de ofertas figuran siempre, hacia arriba
o hacia abajo, estos componentes: trabajo bien retribuido, vivienda adecuada, educación
hasta grados superiores, cobertura sanitaria y amplia seguridad social, pensión satisfactoria
para la jubilación. La verdad es que los diez últimos años han demostrado con crudeza que
alcanzar un estado semejante no está tan al alcance ni siquiera de los países más
avanzados de la Unión europea.
¡Vaya, que si resulta complicado enriquecer a tantos de una vez, sin la resaca de las
bolsas de pobreza, las franjas de marginación, el cuarto mundo! Fíjense en que los bienes
mencionados, aunque de primera o segunda necesidad, son todos ellos, salvo la
educación, de carácter material. Nada que objetar, como he dicho, a su esforzada
consecución, a su legítimo disfrute. Ya lo advirtió el propio Jesús: "Bien sabe vuestro Padre
que tenéis necesidad de todo esto" (Mt. 6,32). Mas, como, los bienes materiales, no llenan
del todo el corazón del hombre, ¿qué hacemos los humanos? Pues, en lugar de levantar
vuelo hacia otros bienes superiores, buscamos más de lo mismo, manejando
obsesivamente la ecuación: Dinero = a bienes materiales; y estos = a felicidad.
Nos parecemos como dos gotas de agua a aquel rico nuevo del Evangelio, que atiborró
sus graneros de cosechas abundantes y se animaba eufórico a sí mismo: "Alma, tienes
muchos bienes almacenados para años; descansa, come, bebe, regálate" (Lc. 12, 19). Ya
sabemos el final de la historia. Aquella misma noche llegó el infarto o el derrame cerebral, y
se acabó todo.
Volar más alto
Un poco de filosofía, con unas gotas de teología. Hasta aquí hemos conjugado la
felicidad con el verbo tener. Tanto tienes, tanto disfrutas. A tanto, los cien gramos de
felicidad. Ocurre, sin embargo, que esa realidad tan personal y profunda sólo se conjuga
acertadamente mediante el verbo ser. "Soy feliz". Ella forma parte de mi ser (curioso, aquí
este monosílabo no es verbo, sino nombre sustantivo), pertenece a mi persona, no a mi
bolsillo, ni a mi cuenta corriente. Sin oficiar de aguafiestas, porque los bienes materiales
vienen de Dios y nos son necesarios, ojo al aviso del Señor: No pongáis en ellos el
corazón.
Ahora, la gota de Teología, en el lenguaje de la fe. No quiero acumular citas, pero fíjense
en lo hermosas que son. Dice Jesús: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios" (Mt. 4,4; Dt, 83). Dice san Agustín: "Nos hiciste para ti, Señor,
y nuestro corazón anda inquieto hasta que descansa en ti". Dice el salmo 111: "Dichoso
quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita".
De tanto usar la palabra Bienaventuranzas, no caemos ya en la cuenta de que ese
término equivale en nuestro idioma a dicha, a felicidad precisamente. Por eso José María
Cabodevilla tituló así su afortunado comentario a las Bienaventuranzas: "Las formas de
felicidad son ocho". De ahí que los pobres, los mansos, los sufridos, los pacificadores, los
misericordiosos, no son adjetivados por nuestro Señor como buenos, o como santos, sino
como felices.Felices de otra manera Estamos en el cogollo de nuestro asunto. Cuando
antes, en lugar de dichosos, decíamos bienaventurados, la palabra era justa también, y muy
hermosa en castellano. Es como decir que han sido venturosos y afortunados. Pero nos
remite también a la vida eterna, a los moradores del cielo, designados tradicionalmente así.
Pero llamándolos dichosos se entiende que lo son aquí, en este nuestro, llamado por otra
parte, valle de lágrimas. O sea, que Cristo el Señor, que, sin asomo de dudas, nos quiere
felices a ustedes y a mí en este mundo y en el otro, nos enseña que, para serlo, hemos de
buscar el gozo en la pobreza de espíritu, en la mansedumbre, en la limpieza de corazón, en
la construcción de la paz, en la misericordia, en la búsqueda insaciable de la justicia. ¿Hay
quien dé más? Hablamos ya, en directo, de la felicidad del cristiano. Somos hombres y
mujeres como los demás; nada humano nos es ajeno y, menos aún, la felicidad. Nuestros
son la tierra, el sol y las estrellas; nuestros los paisajes, las sinfonías, los aromas
exquisitos, la buena mesa, el goce artístico, la inspiración poética, la lucidez intelectual, el
amor humano. Nuestros, el trabajo creativo, las amistades profundas, el coraje juvenil, la
serenidad de los años maduros. Nuestra, la vida. "Todas las cosas son vuestras, proclama
san Pablo, y vosotros de Cristo y Cristo de Dios". ¿A qué todo esto? Simplemente para
recordar que los discípulos de Cristo, en tanto que seres humanos, están llamados a
sacarle a la vida como tal un jugo exquisito de felicidad, sin someterse a los ídolos,
haciendo uso de la creación con verdadero señorío.
¿Y cómo casa todo eso con lo otro de negarse a sí mismo, llevar a cuestas nuestra cruz,
vivir como pobres, soportar persecuciones y poner la otra mejilla? Pues, muy claro de
entender y difícil de practicar. Apelo a la experiencia de cualquier creyente para que me
diga si el saberse amado por Dios y abrirle su corazón, si el asumir la vida propia como un
servicio a los demás, son caminos de amargura o de alborozo. Pues, entonces.... No
conozco a ningún santo desgraciado. Palabra.
·MONTERO-ANTONIO
_IGLESIA-EN-CAMINO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 195 - Año V - 2 de febrero de 1997
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11. SFT-GOZO/MONTERO
Carta del Arzobispo
Dolores y gozos
Me atrevo a volver hoy sobre un tema muy manido, tan viejo como el sol y la luna, tan
antiguo como el hombre mismo. Trabajarás con sudor, parirás con dolor. Y, sin embargo,
eres el rey de la creación, llevas dentro un manantial de alegría, te sientes candidato a la
felicidad, experimentas cada día la sorpresa y el gozo de vivir. Y, como no eres filósofo de
profesión, te abstienes de dar más vueltas al asunto y buscas, en la sabiduría humana y en
la fe cristiana, una lámpara que guíe tus pasos, en este mundo ambivalente, agridulce,
tragicómico, contradictorio.
Tan malo es en esto rechazar sistemáticamente la condición humana, andar hecho un lío
y proclamar que la vida carece de sentido, como hacerse el distraído, vivir al minuto y pasar
por las cosas sin que las cosas pasen por ti. Nada de atrincherarse tras el sentimiento
trágico de la vida; pero, menos aún, en el aburrimiento elegante de los posmodernos, sin
otra receta que la consabida: ¡A vivir que son dos días! Lo nuestro, lo cristiano, va por otros
derroteros. Asumir, ante todo, la propia vida y el mundo que nos rodea, con los ojos
abiertos y la conciencia en pie, con plena presencia de ánimo y el rostro hacia adelante. Sin
sacar pecho, sin gestos arrogantes, más bien al revés: humildemente confiados en el
Padre, con la fuerza del Espíritu, copiando, lápiz en mano, el ejemplo de Jesús.
Todo eso cuenta, ante todo, para los tragos amargos de la existencia, porque, para los
buenos ratos, apenas si se requiere entrenamiento. Lo atinado es saber conducirse, sin
perder la compostura de fuera ni la serenidad interior, en los trances duros y en los lances
afortunados, siempre con los apoyos que acabo de enumerar, combinando sabiamente la
ascética con la estética cristiana. A lo mejor tampoco se nos exige tanto, bastando, en los
tragos amargos, con apretar los dientes mirando el crucifijo, y saltar como un chiquillo
cuando las cosas salen bien.
Nuestro destino es vivir
No es mi intento, empero, ofrecerles aquí un recetario de urgencia, entre sicológico y
espiritual, para salir airosos de los claroscuros de la propia existencia. No es que eso
carezca de interés, ni que yo lo descarte como beneficioso; pero, lo que intento, hasta
donde yo sepa y en lo que aquí quepa, es ahondar un poco en la teología cristiana del
dolor y del gozo, hacer una lectura creyente del misterio del dolor, de nuestra vocación a la
dicha, y de la ambigŸedad de nuestra condición temporal.
Dicen las comadronas que todos lloramos al nacer y que ese llanto es una clara señal de
que el bebé ha superado sano y salvo el trance del alumbramiento. Abundan en la Sagrada
Escritura, sobre todo en el profeta Jeremías y en el libro de Job, los trazos oscuros sobre el
componente trágico de la condición humana. ¿A qué recordar el lamento universal que
proferimos en la Salve? "A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas".
Nos acosan en esta vida dos dragones siniestros, a los que designamos con el nombre
latino de misterios: mysterium doloris y mysterium iniquitatis; el misterio del dolor y el de la
iniquidad. ¿Por qué sufrimos tanto? ¿Por qué somos tan malos? Libros, bibliotecas enteras
han consumido esas dos interrogantes claves de nuestro destino. La teología cristiana cifra
en el pecado libre de los hombres, activado por la tentación del maligno, la raíz postrera de
esos males; aunque no llega a respondernos con evidencia del porqué los permite Dios.
Ahora bien; a quienes, por revelación y gracia suya, creemos en su santidad soberana, nos
consuela creer que no puede querernos mal quien nos dio a su Hijo único, el cual, por su
parte, nos redimió con su sangre, compartió nuestro dolor hasta las heces y nos ha
destinado a disfrutar con Él una eternidad gloriosa. Nuestro destino es vivir.
Todos llevamos en el corazón un anhelo total de felicidad. Y a lo largo de la historia
humana los hombres han ido conquistándola paso a paso, en sus elementos materiales y
culturales, desde las cavernas hasta el Estado de bienestar. Victorias del hombre sobre el
hambre, la incultura, la enfermedad, el salvajismo, el retraso en todos los órdenes. Vivimos
en un mundo parcialmente horrible todavía. Pero, ¡qué maravillas de la técnica, de la
investigación, de la cultura, de la conquista de las libertades, de la humanización de la
convivencia! Se han ahorrado a los niños y a los mayores infinitos sufrimientos. Avanzamos
en esto todavía.
La presencia de las grandes religiones y, sobre todo, del cristianismo en el planeta ha
suavizado, con el amor y la misericordia, infinitas penas y humillaciones de nuestros
semejantes. Todos los hombres y mujeres de la tierra saben que existe el amor, lo practican
mucho ellos mismos y disfrutan de la alegría de vivirlo. La vida, incluso de los más pobres,
abre misteriosas ventanas a la felicidad. ¿Quién, salvo en los casos de depresión profunda,
dolores desesperados, o ancianidad extrema y desvalida, no quiere seguir viviendo? Sí, con
todos los peros que se quieran, la vida es hermosa, merece la pena luchar por hermosearla.
¿Y quién de nosotros no barrunta, en nostalgia o en lontananza, una existencia dichosa,
liberada de las trabas continuas, de los pesados lastres de la presente?
Los gozos del Espíritu
Rechazo como una monstruosidad y una avería patológica pensar que he sido creado
para sufrir. Y vienen a demostrarme que no estoy soñando los continuos relámpagos de
eternidad feliz que iluminan mi existencia: contemplo el cariño exultante de los novios, la
plenitud amorosa, espiritual y física, de los esposos fieles, la ternura de los padres y de los
niños, la dicha inefable de las familias sanas. Observo también las romerías populares, las
fiestas alegres de las gentes sencillas, abiertas a sus prójimos de toda condición, por
ejemplo, en la romería del Rocío.
Y no hablemos de los goces del espíritu. Disfrutan como chinos los hombres de ciencia
en sus hallazgos asombrosos y gozamos también todos los que aprendemos algo, con la
experiencia continua de saber y conocer. Exultan los poetas, los compositores musicales,
así como también quienes leemos sus versos o escuchamos sus partituras. ¡Oh la música,
los libros hermosos, las obras de arte, los asombrosos paisajes de la naturaleza! ¿Y el
sentimiento inefable de la conciencia limpia, de la amistad sincera, del perdón dado y
recibido, de hacer secretamente el bien, de convertirse a Dios? Subiendo un escalón más,
los seres humanos y, dentro de ellos, los que por la gracia bautismal nos sabemos hijos de
Dios, a más de experimentar las satisfacciones descritas de nuestro espíritu, estamos
llamados a los deleites superiores del Espíritu. Santo, se entiende. Entre los frutos o
efectos de su presencia en nuestro ser incluye san Pablo el del gozo, y san Juan
Evangelista les escribe a sus discípulos "para que su gozo sea pleno". De las experiencias
supremas de ese gozo inefable saben mucho los místicos, así como de los desiertos
desolados de la noche oscura. Dolores y gozos de san José, dolores y gozos nuestros. San
Pablo, otra vez san Pablo, asegura, no obstante, que sobreabunda la gracia y afirmó de sí
mismo, sin titubeos, "sobreabundo de gozo".
·MONTERO-ANTONIO
_IGLESIA-EN-CAMINO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 213 - Año V - 15 de junio de 1997
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12. FELICIDAD/FLAUBERT
"Tres condiciones -escribió Flaubert-, se requieren para llegar a ser feliz. Ser imbécil, ser
egoísta y gozar de buena salud. Pero bien entendido que si falta la primera condición, todo
está perdido".