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Gentileza de http://www.geocities.com/teologialatina/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

Ejercicios Ignacianos y Comunidad

 

Gustavo Baena B., S.J.

INTRODUCCION

Abordar el tema de la relación que existe entre comunidad y Ejercicios Espirituales ignacianos implica necesariamente precisar los términos y sus contenidos.

La expresión comunidad es muy extraña en los escritos de San Ignacio, solo se encuentra en las Constituciones y muy pocas veces y solo para indicar y en forma muy genérica una congregación o agrupación de personas, (719.817) como un colegio (316) o algún grupo de cierto nivel social (628).

Pero esta extrañeza del término no solo se da en San Ignacio sino en la misma Iglesia. Aún en el Concilio Vaticano II, tiene muy pocas incidencias para indicar células eclesiales católicas (GS 1; ChD 30; AG 15, 16, 32; PO 6; OT 30).

Sin embargo, cuando se analizan los dos primeros capítulos de la Constitución Lumen Gentium, en la que se trata de identificar la Iglesia como Cuerpo de Cristo y pueblo de Dios o Iglesia de Dios como traduciría San Pablo, se puede descubrir allí una recepción de la identidad de la Iglesia primitiva en la Iglesia de nuestro tiempo y que se autointerpreta en el Concilio Vaticano II como comunidad cristiana.

Reflejo y consecuencia de esta autointerpretación de la Iglesia es a su vez la autodefinición de la Compañía en nuestro tiempo en las Normas Complementarias. Aquí la expresión comunidad y vida comunitaria aparecen, además como necesidad sentida por la misma Compañía, en el sentido que tuviera en la Iglesia primitiva asumida por el Concilio, en la octava parte sobre el fomento de la unión de la Compañía, en la tercera parte sobre la formación en el Noviciado, en la cuarta parte sobre la formación después del Noviciado y en la sexta parte sobre la pobreza en las comunidades.

Pero si se tiene en cuenta lo que estamos entendiendo por comunidad cristiana después del Concilio y como recepción de la misma, particularmente en las cartas de Pablo, ciertamente se puede establecer una relación esencial entre Ejercicios Espirituales ignacianos y Comunidad cristiana. Ahora bien, para establecer con sentido crítico una relación entre dos entidades es necesario analizarlas en sus contenidos fundamentales y en sus propósitos, puesto que se trata de una relación esencial.

¿QUÉ SON LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES?

Una descripción general

San Ignacio precisa cada uno de estos dos términos: Ejercicios son un conjunto de operaciones bien determinadas, a saber, examinar la conciencia, meditar, contemplar, orar vocal y mental y otras espirituales operaciones, que él mismo compara con otras acciones mecánicas y locales, como pasear, caminar y correr1; para indicar con ello que se trata de procederes humanos y además para decir con el término ejercicios, operaciones espirituales humanas como la memoria, el entendimiento y la voluntad2.

Con el término Espirituales se refiere a «todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina»3.

Pocas veces San Ignacio se refiere expresamente al Espíritu Santo, pero en rigor teológico, estas operaciones, que él llama espirituales, no son sencillamente operaciones producidas por la orientación de nuestras facultades espirituales finitas, memoria, entendimiento y voluntad, sino por la orientación del Espíritu Santo que habita en nosotros. De allí que debería entenderse por Ejercicios Espirituales, ejercicios de nuestras potencias espirituales finitas orientadas gratuitamente por el Espíritu Santo, tal como se puede constatar a todo lo largo del texto de los Ejercicios.

En esta descripción lo único que aparece son los elementos funcionales básicos y sus efectos, pero todavía abstractos y genéricos. Lo más original y efectivo de los Ejercicios se encuentra en el procedimiento táctico de todas estas operaciones, o de su estructura interna, en donde se dispone la condición del ejercitante para que se abra incondicionalmente al dinamismo que desata en él el Espíritu Santo.

El sistema operacional o pedagogía de los Ejercicios está particularmente expresado en las anotaciones (1-20), las adiciones (73-85), la reglas de discernimiento de la Primera (313-327) y de la Segunda Semana (328-336), los modos de proceder para considerar estados(135-156) y para hacer una buena elección (169-189); tienen particular importancia, las numerosas notas que San Ignacio pone con sorprendente oportunidad, en los distintos momentos del dinamismo interno de los Ejercicios.

Fenomenología de la orientación del Espíritu en el ejercitante

El funcionamiento práctico de los Ejercicios y sus efectos son perceptibles en toda su dimensión, cuando se considera, no ya su estructura en sí misma sino en el sujeto agente de los mismos, esto es en el ejercitante, o el tipo de persona que se busca configurar con estos modos de proceder y cómo, en concreto, las distintas operaciones pueden alcanzar sus efectos particulares, o más breve, ¿Qué esperaría San Ignacio de cada ejercitante y cómo lograrlo?

Ya, de entrada, en la anotación 1ª se expresa el punto de llegada de los Ejercicios, a saber, que el ejercitante encuentre «la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma», sea en la elección de un determinado estado4 o bien en la reforma o enmienda del estado en el cual ya lo ha situado la voluntad de Dios5.

Ahora bien, el problema humano y real que imposibilita o deteriora «el buscar y hallar la voluntad divina», lo constituyen, según el mismo Ignacio, las afecciones desordenadas6. Es precisamente en el afrontamiento de este problema, donde las operaciones o mecanismos internos espirituales, dentro de los procedimientos conducentes y tácticos, alcanzan su objetivo específico, «quitar de sí todas las afecciones desordenadas».

A primera vista parecería que todo el proceder táctico de los Ejercicios estaría justamente en eliminar los afectos desordenados; sin embargo, si se tiene en cuenta, no solo todo el texto de los Ejercicios, sino su acontecer práctico en la persona del ejercitante, se vería que ese «quitar de sí todas las afecciones desordenadas» no es un producto de los procedimientos tácticos o pedagógicos, sino que es un efecto propio de la acción gratuita de Dios por su Espíritu vivo en nosotros mismos; por lo tanto, las operaciones espirituales no apuntan a «quitar» tales afectos desordenados, sino a descubrirlos como tales, esto es como desordenados y hacerlos flotar con nitidez, en todas sus dimensiones, en el plano de una experiencia diferenciadamente consciente, de tal manera que no sean justificados por nuestras racionalizaciones, disponiéndonos de este modo a una apertura incondicional de fe, a la acción del Espíritu, que nos ordena, liberándonos gratuitamente del desorden de nuestra tendencias y afectos.

Para lograr este efecto San Ignacio encamina al ejercitante hacia una toma de conciencia de la experiencia de Dios concreta, con dos finalidades: la primera consiste en que el ejercitante pueda distinguir a su vez la experiencia del desorden de sus afectos, tomando como punto de referencia o criterio, la experiencia de Dios. Y la segunda finalidad apunta a que el ejercitante descubra en la misma experiencia inmediata de Dios, cuál es su voluntad. A esto se refiere la anotación 15 cuando dice: «De manera que el que los da (los Ejercicios) no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; mas estando en medio, como un peso, deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor».

Explico estas dos finalidades:

La primera: si se considera la historia de la formulación del Principio y Fundamento, como una fórmula cuidadosamente precisa de una profesión de fe del mismo Ignacio, se deduciría que detrás de esta formulación y como su lugar de origen, se encuentra la experiencia de San Ignacio, experiencia sentida durante muchos años, llevada en múltiples ocasiones y de manera diferenciada, al plano de su conciencia y objetivada en los términos categoriales, ciertamente ignacianos, de esta formulación7; como se puede constatar por el uso de la terminología comparada con los otros escritos de San Ignacio.

De aquí se sigue que la pretensión de Ignacio está en que el ejercitante pueda también confesar, con esta misma fórmula o algo semejante, la lógica del comportamiento de Dios en él, percibido por experiencia inmediata, sintiéndose, por tanto, urgido a descubrir por sí mismo y llevar al plano de su conciencia diferenciada esta experiencia de Dios, o lo que es lo mismo, los toques de su misericordia, que lo hayan afectado en su vida interior. Solo de esta experiencia ya interpretada y de alguna manera objetivada en su propio lenguaje, podrá el ejercitante partir, como de su propio punto de referencia o fundamento o criterio, para discernir, en la Primera Semana, sus pecados, pero sobre todo, los desórdenes profundos que se detectan en su interior.

En otros términos, en el Principio y Fundamento lo que se descubre es la orientación de Dios en el hombre, y por lo tanto, su voluntad sobre él, a fin de discernir las orientaciones opuestas que también se mueven en su interior y que también percibe por experiencia inmediata.

La segunda finalidad de la experiencia de Dios al inicio de los Ejercicios consiste en que ella misma, la experiencia de Dios, es al mismo tiempo el conocimiento de la voluntad de Dios. Por lo tanto, la voluntad de Dios no es un proyecto arcano que Dios tendría sobre el acontecer futuro de cada hombre y que ocultaría, invitando con ello al ejercitante a que se empeñe en descubrirlo.

Si se toma en serio el texto del Principio y Fundamento de los Ejercicios, como formulación abstracta de la voluntad de Dios sobre el hombre, propiamente representa una voluntad de Dios que ya había sido descubierta y conocida por tomas de conciencia de experiencias inmediatas de Dios ya tenidas y luego asumidas, y además permite entender la manera como Dios ha actuado en San Ignacio, hasta percibir o conocer toda una lógica recurrente de ese mismo obrar de Dios, en su existencia.

De aquí se puede ya deducir que Dios crea al ser humano habitando en él, por su Espíritu, comunicándosele, dándosele continuamente y en consecuencia, lo propio de ese mismo ser humano debe ser, que también continuamente y en cada momento, sienta o experimente, de alguna manera, ese actuar de Dios, silencioso pero perceptible, que lo va conduciendo según el orden de su voluntad como creador.

Por eso la voluntad de Dios se ofrece o se dice al hombre en ese mismo actuar de Dios en cada momento y a la vez se siente o se experimenta en cuanto orientación divina al interior del mismo hombre. De allí la necesidad continua y apremiante de ponerse en condiciones de conocerla por experiencia inmediata y llevarla a cabo en comportamientos coherentes con esa misma experiencia.

Se comprende, entonces, según la anotación 15, cual es la necesidad de que el ejercitante se ponga en contacto inmediato con Dios, porque es solamente allí, donde él conoce y encuentra la voluntad de Dios sobre su vida.

En esta descripción fenomenológica del obrar de Dios por su Espíritu en el ejercitante, por medio de las operaciones espirituales de los Ejercicios, se podría avanzar un poco más, en gracia de la precisión de lo concreto, y preguntarnos: ¿Si la voluntad de Dios se percibe en la experiencia inmediata de Dios y si en esa inmediatez lo que se percibe es un actuar de Dios, entonces, qué es lo que en concreto se percibe por nuestra capacidad humana, o qué es lo que, al menos, en términos ignacianos se experimenta?

Es aquí donde se descubre seguramente el proceder más fino y profundo de los Ejercicios de San Ignacio. Sin duda, según los estudiosos de este texto, el eje de los Ejercicios, y que los recorre desde el principio hasta el fin es la petición y que en términos ignacianos se formula así: «Demandar (o pedir) lo que quiero…» y que jalona, no solo cada una de las semanas, sino cada ejercicio de contemplación o meditación.

En la Primera Semana la petición es recogida con particular intensidad en un coloquio: «… para tres cosas: la primera, para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento dellos; la segunda, para que sienta el desorden de mis operaciones… la tercera, pedir conocimiento del muond»8.

En el tercer preámbulo de la Segunda Semana: «Demandar lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga»9.

Igualmente en el tercer preámbulo de la Tercera Semana: «Demandar lo que quiero; lo cual es propio de demandar en la pasión: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí»10.

Y también en el tercer preámbulo de la Cuarta Semana: «Demandar lo que quiero; y será aquí pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor»11.

Lo que pretende San Ignacio en todas las peticiones es el conocimiento interno, con algunas pequeñas variantes que fácilmente pueden reducirse a él. Ahora bien, tal conocimiento no puede ser otra cosa que un conocimiento por experiencia inmediata interna, y en todos los casos divina.

Pero esta experiencia de dónde o por qué surge, o en fin, ¿A propósito de qué? El texto es explícito: «La demanda ha de ser según subyecta materia; es a saber, si la contemplación es de resurrección, demandar gozo con Cristo gozoso; si es de pasión, demandar pena, lágrimas y tormento con Cristo atormentado…»12 y en la anotación segunda dice: «…porque la persona que contempla, tomando el fundamento verdadero de la historia, discurriendo y raciocinando por sí mismo, y hallando alguna cosa que haga un poco más declarar o sentir la historia»13.

Ahora ya se descubre con claridad que el impacto o la moción o el afecto de la voluntad, es producido en el ejercitante por «el fundamento verdadero de la historia», materia, a su vez, de cada contemplación o meditación. De allí, entonces, que el objeto propio de la contemplación o meditación sea en definitiva, esa moción o afecto de la voluntad, que el ejercitante ha de convertir en otra operación más dinámica para él, a saber, la petición. Es en este momento donde San Ignacio considera la oración, en cuanto petición, una definitiva disposición de apertura de fe humilde del ejercitante frente a un contenido gratuito que le ofrece la acción transformante del Espíritu de Dios.

Los puntos que San Ignacio pone en sus Ejercicios inmediatamente después de la petición, son instrumentos prácticos que pueden ser muy útiles para quien contempla o medita, en la tarea única de toda oración, «buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida»14.

La moción o afecto de la voluntad es ciertamente algo todavía genérico, es propiamente una llamada de Dios que el orante debe poner con claridad en el plano de su conciencia diferenciada, o como un toque de la misericordia de Dios que se hace perceptible y lo interroga, lo invita y lo mueve, para que indague y responda a lo que Dios quiere de él en términos que objetiven o concreten esa llamada genérica.

Esto significa que la contemplación o la meditación deben llevar, guiadas por el mismo hilo conductor y dinámico de la petición, a tomar decisiones muy precisas que toquen las actitudes y los comportamientos concretos del ejercitante. Es aquí donde se puede apreciar que la oración guiada por el Espíritu, esto es, guiada por la petición, en cuanto moción o afecto de la voluntad actuado por el Espíritu, y acogido con humildad, en cuanto petición, hasta hallar la voluntad de Dios, es verdaderamente transformante.

En suma, la oración de contemplación o meditación consiste propiamente en tomar en serio y a nivel profundo las mociones o afectos de la voluntad que Dios suscita con inmediatez en nuestro interior por medio del «fundamento de la historia» o de una palabra, que se deja sentir impactándonos o moviendo afectivamente nuestra voluntad.

Al empezar la Segunda Semana, el Principio y Fundamento del inicio de los Ejercicios es finamente modificado; ya no es la figura de una formulación abstracta, para confesar una larga experiencia de Dios, sino una realización práctica a la cual debe conducir la orientación del Espíritu, asumida incondicionalmente, hasta situar al ejercitante a una distancia cercana de la fascinante persona de Jesús, más aún, hasta identificarse con el Jesús de la pasión.

Ahora el tipo de persona que San Ignacio desea, como voluntad de Dios sobre el ejercitante, llega a su más alta dimensión en el llamamiento del Rey eternal, si se abre a tal llamamiento incondicional y apasionadamente, a saber, identificarse con el Jesús humillado y vaciado de sí mismo de la pasión. Dice el texto: «Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, mas aún haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo… que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, solo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado»15.

Hasta esta altura de los Ejercicios, tal como suceden en el ejercitante, San Ignacio siempre ha considerado la posibilidad de engaños e ilusiones sobre la legitimidad divina de las mociones o afectos de la voluntad, ya que no desconoce que en el interior del hombre no solo se deja sentir la orientación del Espíritu de Dios, que habita en él, sino también otra orientación o afecto desordenado y que también habita en el hombre como si fuese una persona, o como otro yo; por eso San Ignacio dice con sorprendente precisión, digna de San Pablo (Rm 7, 14-23): «Presupongo ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, el cual sale de mi mera libertad y querer, y otros dos, que vienen de fuera: el uno que viene del buen espíritu, y el otro del malo»16.

Pero San Ignacio ahora ya no recurre a la formulación del Principio y Fundamento abstracta del inicio de los Ejercicios, a fin de discernir las mociones o afectos de la voluntad, sino que recurre al Principio y Fundamento ya modificado, por la experiencia del llamamiento del ejercitante a identificarse con el Cristo, vaciado de sí mismo y humillado, de la pasión, y anticipada en la contemplación del llamamiento del Rey eternal, en donde ya se dibuja cual es definitivamente la voluntad de Dios sobre el ejercitante.

A esta altura de los Ejercicios San Ignacio presenta, y en el momento más oportuno de ellos, los criterios del discernimiento de las mociones, ya derivados ciertamente del magis ignaciano, caracterizado por el grado de máxima dimensión de respuesta al llamamiento del Rey eternal17, a saber las meditaciones de las dos banderas18 y de los tres binarios19 y finalmente la consideración y advertencia de las tres maneras de humildad20.

Dentro de toda esta apreciación fenomenológica del acontecer existencial del ejercitante, ya se puede deducir cual es la figura humana que San Ignacio busca conseguir por medio de los Ejercicios, a saber, un ser humano tan ajustado a la voluntad de Dios, en la disposición de su vida cotidiana, que se encuentre enteramente cerca del Jesús pobre y humillado de la pasión, o sea, un ser tan fiel a la voluntad de Dios, que pone esa fidelidad por encima de todas las cosas, aún sobre su propia vida e intereses, hasta la muerte. Y todo esto precisamente, porque San Ignacio pretende hacer del ejercitante un ser humano comprometido, como Jesús, en la salvación de las almas, o instrumento de salvación.

Tal es el sentido de la gran confesión cristológica de la carta a los Hebreos «El cual habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aún siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia y yendo hasta el final (haciendo la voluntad de Dios hasta su muerte en cruz) es causa de salvación eterna para todos los que le obedecen»21.

Es oportuno tener en cuenta aquí, ¿Por qué la voluntad de Dios sobre el hombre revelada en Jesús y por Jesús y que San Ignacio percibió con tanta hondura y sutileza consiste en el vaciamiento de sí mismo, inclusive, hasta la muerte violenta en función de los otros? O en otros términos, ¿Por qué el hombre ideal de la voluntad de Dios es aquel que sale de sí mismo incondicionalmente para darse sirviendo al otro?

Por una sola razón, que se deduce del anuncio del Reino de Dios de Jesús y del anuncio del Evangelio en la Iglesia primitiva, a saber, porque de hecho Dios está creando continuamente a cada hombre saliendo Dios mismo de sí mismo haciéndose hombre, esto es, Dios crea al hombre haciendo continuamente comunión con él, dándosele, habitando en él por su Espíritu, para que también sea él capaz de salir de sí mismo sirviendo al otro, y constituyéndose así en la imagen clara de Dios, es decir, hijo de Dios.

¿QUÉ ES LA COMUNIDAD CRISTIANA?

Antes habíamos visto que para mejor comprender la relación que existe entre Ejercicios ignacianos y Comunidad cristiana era necesario identificar qué eran esencialmente ambas realidades, ya lo hemos hecho con respecto a los Ejercicios, ahora trataremos de identificar ¿Qué es la Comunidad deseada por Jesús y la Comunidad cristiana primitiva y además cuál es su función?

La pretensión de Jesús con su anuncio del Reino de Dios

Es lugar común entre los exegetas, que el objetivo propio de Jesús en su vida pública estaba centrado en el anuncio del Reino de Dios y su forma particular eran sus parábolas.

Parecería entonces, que al leer sus parábolas tal como se encuentran en los Evangelios, se podría llegar de una manera fácil al contenido del anuncio propio de Jesús. Sin embargo es necesario, para lograr este propósito, prescindir no solo del contexto en el cual se encuentran cada una de las parábolas, al interior de los intereses redaccionales de cada evangelista, sino también se debe prescindir del punto de referencia de la experiencia pascual de la Iglesia primitiva, en la cual se emplearon, pero ya para anunciar el Evangelio, y este era precisamente el medio ambiente contextual, del cual las recogieron los evangelistas para sus propios fines.

Supuestas estas salvedades, las parábolas de Jesús ya no tendrán otro punto de vista contextual que la inmediata vinculación con su persona, cuyo punto de referencia es, a su vez y sin duda, su propia experiencia de Dios; en este caso, las parábolas no son otra cosa, que las categorías propias de Jesús, por medio de las cuales y partiendo de su experiencia, él mismo se manifestó y dejó entender qué pretendía con aquellos que le escuchaban.

Desde allí podríamos entender que el propósito de Jesús no era propiamente enseñar una doctrina abstracta ni un conjunto de verdades sobre el Reino de Dios. Jesús era eminentemente práctico, iba directamente a la persona, invitándola a que tomara conciencia de la realidad del Dios vivo en ella, sintiera esa misma realidad y la tomara en serio en sus comportamientos cotidianos; es decir, para que por su propia libertad asumiera o no una vida coherente con el Dios vivo que habita en la persona oyente.

Por eso el lenguaje de las parábolas cuando se considera vinculado inmediatamente a Jesús, no solo induce al oyente a experimentar el obrar de Dios, al crear continua y personalmente a cada ser humano, sino que este lenguaje permite entender cómo percibía el mismo Jesús el obrar de Dios en él.

En las parábolas Jesús no compara a Dios con cosas o con comportamientos humanos; Jesús emplea esta forma de lenguaje para dar a entender cómo el actuar de Dios en él y que percibía por experiencia inmediata, acontecía de la misma manera, como se sucedían las cosas en los símiles que él empleaba o como acontecían los comportamientos en las personas a los cuales se referían sus parábolas.

Jesús experimentaba con absoluta nitidez la orientación de la inmediatez de Dios en él y en esa inmediatez fue donde se dio la gran revelación de Dios a Jesús mismo. Por eso es en esa inmediatez donde, a su vez se nos revela que Dios crea la humanidad de Jesús, uniéndose a ella, trascendiéndose en ella por su Espíritu, haciendo comunión con ella, comunicándole enteramente su divinidad, haciéndole así su Hijo.

Es aquí donde se comprende cómo Dios es logos o palabra inteligible, haciéndose hombre en un hombre.

En suma: en las parábolas, Jesús objetiva con sus propias categorías la experiencia de la orientación de Dios, que acontece personalmente en él, y lo que pretende es hacer conscientes a quienes encuentra y lo escuchan, de ese mismo obrar de Dios que los crea también aconteciendo en ellos, para que siendo conscientes, tomen decisiones consecuentes con esa misma realidad del Dios vivo.

Pero el lenguaje de Jesús habría sido inoperante y vacío, si hubiera estado desvinculado de su persona y hubiera sido ajeno a la experiencia de Dios en él y a su propio comportamiento coherente con la misma. Ello quiere decir que el lenguaje de las parábolas solo tiene verdadera efectividad precisamente si está directamente vinculado con la realidad existencial de Jesús o, asimilándolo a nuestro modo de proceder hoy, el empleo de las parábolas de Jesús solo tendrá eficacia, si están enteramente vinculadas a una diáfana experiencia de Dios y a un testimonio coherente de parte de los anunciadores del Reino de Dios o del Evangelio.

El modo de proceder de Jesús en su anuncio: la Comunidad

Solamente en este contexto del anuncio del Reino de Dios de Jesús es comprensible su preocupación tan masiva por formar un grupo de discípulos cercanos.

Quien lea con algún detenimiento los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, y observe particularmente las preocupaciones de Jesús, descubrirá la tendencia de los evangelistas a mostrar a un Jesús, quien, en el anuncio del Reino de Dios, centra su actividad en la formación de una comunidad integrada, no solo por los doce, sino también por algunas mujeres, como nos lo testimonia el Evangelio de Lucas (8, 1-3).

Para visualizar este hecho tan masivo nos bastaría mirar los siguientes datos estadísticos:

1. Los pequeños discursos e instrucciones o son especialmente dirigidos a los discípulos, o bien, son exclusivamente dirigidos a los discípulos (Mt 20, 10; Mc 19, 10 y en Lc 19, 10).

2. Los grandes discursos de Jesús son dirigidos particularmente a los discípulos: El sermón del monte (Mt 5, 1-7, 29); el discurso apostólico (Mt 10, 5-42); el discurso parabólico (Mt 13, 3-52 = Mc 4, 3-33); el discurso eclesiástico (Mt 18, 1-35) y el discurso escatológico (Mt 24, 1-25 = Mc 13, 2-36).

3. En numerosas ocasiones los discípulos se acercan a Jesús para pedir alguna explicación (Mc 4, 10; Mt 13, 36; Lc 8, 9) o les llama aparte (Mt 17, 1; 20, 17; Lc 10, 23) o en privado (Mt 17, 19; 24, 3; Mc 4, 34; 9, 28) o en casa (Mc 7, 17; 10, 10).

4. Pero la preocupación de Jesús con relación a sus discípulos no es solo en el plano de la enseñanza o de la predicación, sino que se extiende a otras actividades: le acompañan en su oración (Mt 26, 36-46 = Mc 14, 32-42 = Lc 22, 39-45; 9, 18.28; 11, 1) en sus comidas (Mt 9, 10; Mc 14, 14) en sus correrías por el mar (Mt 8, 23 =Mc 4, 35 = Lc 8, 22; Mt 14, 22 = Mc 6, 45; Mc 3, 7; 8, 10) y por diversos lugares(Mt 12, 1; 21, 1; Mc 6, 1; 8, 27; 10, 46; 13, 1; Lc 9, 54).

5. En 13 de los 26 milagros diferenciados que se narran en los Sinópticos, los discípulos están presentes.

Parece, pues, a primera vista, que la intención de los tres primeros Evangelios es mostrar a un Jesús que centra en la formación de un grupo de discípulos más cercanos, los doce, el anuncio del Reino de Dios, pero no solo por medio de sus discursos, sino con sus modos de proceder.

Ciertamente no era el propósito de los tres primeros Evangelios, pero se suele interpretar de esa manera, que la preocupación de Jesús fuese formar especialmente los líderes o autoridades de la Iglesia, pero es obvio que ésta no era la intención de los evangelistas, ni menos aún, la del propio Jesús terreno.

Las tradiciones sobre Jesús recogidas y enmarcadas en sus obras por los evangelistas y hoy sometidas a crítica histórica, arrojarían como resultado que la preocupación tan masiva de Jesús por el llamamiento y formación de un grupo de discípulos cercanos está enteramente ligada a su anuncio y en esencial coherencia con él.

Ahora bien, se puede decir con certeza que el Reino de Dios anunciado por Jesús, está formulado por él mismo en términos de hacer la voluntad de Dios, su Padre por encima de todas las cosas, asumiendo desde esta posición radical todo lo que en su existencia concreta se iba presentando; o en forma aún más práctica, obediencia incondicional al actuar de Dios, como Palabra de Dios, actuar que él percibía en la experiencia inmediata de la orientación de ese mismo Dios que habitaba en él a plenitud por su Espíritu.

Si, pues, Jesús experimentaba que Dios creaba su humanidad habitando en él, esto es, haciendo comunión con él dándosele a plenitud, entendía, por lo tanto, que su misión no solo estaba en hacer conscientes a los demás de esta comunión de Dios con él y con todo hombre, por medio de palabras o enseñanzas, sino algo mucho más radical, hacer realidad lo que él mismo anunciaba; es decir no solo hacer conscientes a sus oyentes de que Dios les comunicaba su divinidad habitando en ellos, humanizándose en el hombre, sino que Jesús mismo hacía realidad, en él mismo, lo que Dios, su Padre hacía con él, a saber, si Dios creaba su humanidad haciendo comunión con él, este contenido de su anuncio lo llevaba al acontecer concreto haciendo, él mismo, comunión con las persona que encontraba dándoseles.

Por eso el llamamiento de los doce discípulos más cercanos tiene como punto de referencia y contexto propio, esta manera radical de Jesús al hacer su anuncio, esto es, Jesús mismo haciendo comunión con cada uno de los doce, sirviendo, dándose humildemente.

Por eso no sería del todo exacto decir que en primera instancia la pretensión de Jesús fuera hacer del grupo de los doce una comunidad de discípulos a su disposición, sino más bien, que Jesús los llamaba para hacer, él mismo, comunión con cada uno de ellos y con todos; y este paso fundamental tuvo como resultado la comunidad de Jesús. Esto identifica con claridad que es precisamente la comunión la base o el fundamento de la comunidad; o más breve, sin comunión de Dios y de las personas entre sí, la comunidad no tiene consistencia real.

Ya en lenguaje de razones teológicas, se podría formular así: la comunidad es un efecto de la comunión de Dios o Palabra de Dios en las personas, que las hace capaces, por esa misma comunicación de la divinidad, de comportarse como Dios mismo, esto es, saliendo sí mismas en forma incondicional y en función de los demás.

Ahora se entiende por qué la comunidad es un espacio donde se vive de manera real la comunión. Se sigue, pues, en consecuencia, que la comunidad es por lo mismo, el lugar o el espacio donde realmente Dios acontece en las personas; de allí, que para Jesús el real anuncio del Reino de Dios es la comunidad así entendida, es decir, lugar donde Dios mismo, aconteciendo (reinando) se anuncia por sí mismo.

Quizás no hemos pensado lo suficiente sobre la noción de Dios Creador de hombres que está hondamente implicada en el anuncio del Reino de Dios de Jesús: surge ya muy diáfanamente en la comunidad que Jesús quería, que Dios crea hombres por medio de hombres aconteciendo en ellos y es éste el sentido profundo de la comunidad, ser un espacio terreno donde los hombres se hacen capaces de salir de sí mismos, como Dios mismo lo hace con los hombres, servidores incondicionales de los demás, como instrumentos de creación de sus hermanos, y este es precisamente el hombre ideal de la voluntad de Dios revelada en Jesús, el hombre perfecto.

El anuncio del Evangelio en San Pablo y la Comunidad

El caso de Pablo es muy semejante al de Jesús. Luego del conflicto de Antioquía, hacia el año 50, Pablo sale de esta ciudad a hacer lo que era típico de su misión, el anuncio de su Evangelio. Pero ¿Qué era propiamente su Evangelio? El mismo lo deja entender cuando hace referencia al contenido de su propia conversión: «Mas, cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mi a su Hijo para que lo anunciara entre los gentiles»22 y en forma más amplia: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor (…) y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte»23.

El Evangelio de Pablo es propiamente la experiencia del resucitado que acontece personalmente en él por su Espíritu24, o traduciendo la vivencia del caso de Jesús, el contenido del Evangelio de Pablo es la experiencia de la comunión del resucitado que acontece en él, dándosele personalmente por su Espíritu y que lo orienta desde dentro a hacer comunión con los otros.

Lo específico del anuncio de Pablo se percibe muy claramente luego de su salida de Antioquía, como veíamos antes. Su primer intento misionero fue el anuncio del Evangelio a los judíos y por eso predica sistemáticamente en las sinagogas del Asia Menor y Grecia; pero, como lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles, no tuvo éxito, en efecto, él y sus seguidores fueron expulsados sucesivamente de las sinagogas. Pablo, entonces, recurrió a otro escenario, a saber, las familias de paganos «temerosos de Dios», en las cuales se insertaba, haciendo comunión con ellos y contagiándolos por medio de su palabra y de su testimonio caracterizado por la ausencia de cualquier interés personal y mundano. De esta manera Pablo transformó familias de paganos o de judíos de la diáspora, en comunidades cristianas, es decir, espacios de auténtica solidaridad o comunión, por la fuerza del poder del resucitado, o sea el poder del Evangelio.

Pero el modo de proceder de Pablo en ese incansable afán por evangelizar y salvar lo más posible, en un contexto apocalíptico de fin del mudo, no fue evangelizar poco a poco hasta cubrir toda una región, sino que en cada región o país creaba una comunidad, pero que tuviera capacidad y pasión misionera, de tal manera que se responsabilizara de evangelizar la región, también insertándose en espacios familiares y creando así nuevas comunidades; entre tanto, Pablo continuaba pasando de la misma manera a otras regiones creando comunidades misioneras. La tendencia de todo cristiano en la Iglesia primitiva era la responsabilidad evangelizadora, precisamente porque esta era la orientación que operaba el Espíritu del resucitado vivo en ellos.

Por eso Pablo no deja estas comunidades ya marchando en cada región o país con el propósito de que se perpetuaran en un largo período de tiempo y en determinado lugar; en este momento aún la Iglesia no se había institucionalizado y solo se había independizado, de alguna manera, de la sinagoga, adquiriendo alguna identidad local en las casas de familias cristianas. Por eso el objetivo de Pablo al crear tales comunidades no era otro que el anuncio del Evangelio y la comunidad era el medio necesario para evangelizar.

La comunidad es, pues, la comunión del Cristo resucitado dándose, encarnándose en cada miembro de la comunidad, para hacer por el Espíritu del mismo Resucitado, o Palabra de Dios, seres humanos capaces de comunión con sus hermanos. De allí que la comunidad así descrita sea el acontecer real y concreto del resucitado que se anuncia por sí mismo. O en otras palabras, la comunidad es el anuncio mismo del Evangelio, por eso para Pablo anunciar el Evangelio era crear comunidades cristianas.

Aquí tenemos que decir de las comunidades de Pablo, lo que antes decíamos de la comunidad de Jesús, un espacio en donde Dios crea hombres por medio de hombres. Por eso tanto la comunidad que Jesús quería como las comunidades de Pablo no eran un invento humano, ni una manera práctica de vivir mejor, sino la manera como Dios de hecho está creando seres humanos auténticos según su voluntad, esto es, seres humanos cuya misión en el mundo es hacer comunión o solidaridad con sus hermanos, saliendo de sí mismos.

Se sigue, en consecuencia, que no es posible la evangelización sino creando comunidades, donde una real solidaridad sea la responsabilidad de todos sus miembros y esto solo puede ser real y efectivo en comunidades pequeñas. Por eso la comunidad es el medio absolutamente esencial para el anuncio real del Evangelio y la razón es clara, comunidad es el Evangelio que al acontecer allí, se anuncia por sí mismo. Por eso se entiende que cuando Pablo habla del Señor, en varias ocasiones, se esta refiriendo a la comunidad25.

Una conclusión

Cuando ya tenemos una comprensión de las dos realidades, Ejercicios ignacianos y Comunidad cristiana, en cuanto espacios vitales del acontecer de Dios creador de seres humanos según su voluntad, ahora podemos establecer con precisión cual es la relación que se da entre tales realidades.

Tanto la comunidad de Jesús como la comunidad cristiana eran ellas mismas el acontecer concreto del Reino de Dios y del Evangelio, anunciándose por sí mismos, es decir, donde el mismo acontecer de Dios como tal transforma personas en seres humanos según su voluntad, o seres humanos que se comportan como Dios mismo, saliendo de sí mismos, seres humanos de comunión con el otro y construyendo de esa manera la comunidad.

Esto significa que toda comunidad cristiana, debe ser, por su misma naturaleza una comunidad de formación o de edificación de seres humanos con capacidad de comunión y por tanto, todo miembro de la misma debe tomar la responsabilidad consciente de edificar a su hermano dándosele, haciendo comunión con él.

Por su parte, los Ejercicios ignacianos como espacio de apertura de fe táctica y sistemática al acontecer de Dios en el ejercitante, logra el mismo resultado que pretende la comunidad cristiana, a saber, un ser humano vaciado de toda búsqueda de intereses y por lo tanto capaz de salir de sí mismo y comprometido en una entrega salvadora como el Jesús pobre, humilde y fiel, inclusive hasta la muerte violenta, esto es, una persona de comunión sirviendo como el Jesús humilde de la pasión, con quien termina por identificarse.

Si, pues, se consideran los dos contenidos: de un lado, la fenomenología de los Ejercidos y de otro lado, la comunidad cristiana, como espacio donde Dios se vale de los miembros de la comunidad para la transformación de las personas, se vería que el resultado es el mismo, esto es, la edificación de humanos auténticos, según la voluntad de Dios, que sean como Jesús, imágenes claras de un Dios, cuya esencia es ser creador, particularmente de seres humanos, saliendo él mismo de sí mismo, haciendo, por lo tanto, comunión con ellos.

Por eso se puede concluir, con razón, que la relación que existe entre Ejercicios ignacianos y Comunidad cristiana es una relación de identidad, no solo por el procedimiento interno que se desata en el interior de ambas realidades, sino por su efecto último, a saber, la edificación de seres humanos auténticos, o personas volcadas incondicionalmente a favor del otro.

Sin embargo, de hecho los Ejercidos pueden tener un carácter de excelencia en cuanto al proceso transformador y sus resultados. En efecto, son un tiempo más fuerte y por lo tanto privilegiado, aunque breve, que acelera de manera más consciente, orgánica y más sólida, la edificación de un ser humano capaz de comunión y, por eso, edificador de vida comunitaria.

Si se observa desprevenidamente una vida comunitaria corriente se podría deducir que quizás algunos de sus miembros son víctimas de altibajos, de búsquedas de menudos intereses o de actitudes que desfiguran la responsabilidad consciente de un testimonio, capaz de evangelizar al otro. Por eso, se debe concluir, que los Ejercicios son el refuerzo necesario de la vida de las comunidades cristianas realmente responsables de la formación de sus miembros.

 

LA CONTEMPLACION PARA ALCANZAR

AMOR Y LA VIDA COMUNITARIA

Naturaleza del texto

El Principio y Fundamento, según vimos, es una recuperación de la experiencia de Dios del ejercitante, llevando al plano de una conciencia clara los, quizás aún opacos, toques de Dios o de su misericordia de su vida anterior, a fin de configurar, de algún modo, la lógica del proceder del actuar de Dios, sentido hasta entonces, y convertir esa lógica en norma o criterio o principio y fundamento para identificar o discernir, también con claridad, el desorden de su vida.

La contemplación para alcanzar amor, parecería, a primera vista, no una contemplación sino más bien una declaración de principios, propuestos para reflexionar abstractamente sobre ellos, y en todo caso como yuxtapuestas a los Ejercicios, en cuanto fórmulas abstractas no muy vinculadas a toda la fenomenología de la experiencia de Dios del ejercitante.

Sin embargo, si se considera el Primer Preámbulo: -«es composición; que es aquí ver cómo estoy delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, de los santos interpelantes por mí»-26 se deduce que la historia propuesta para la contemplación es la del mismo ejercitante con toda la carga de experiencias y de transformaciones que le han sucedido en los Ejercicios.

En efecto, San Ignacio no propone aquí un «Primer Preámbulo que es la historia… que tengo de contemplar» como es su siempre constante modo de proceder, sino un «Primer Preámbulo es composición»27 y con razón, puesto que en esta contemplación, como también ocurre en las meditaciones de la Primera Semana28, la historia que se ha de contemplar, es la historia misma del ejercitante. Pero a diferencia de la Primera Semana en que todos los Ejercicios son de meditación, aquí en la contemplación para alcanzar amor no entra propiamente el raciocinio, sino que el ejercitante se limita a contemplar toda la fenomenología del acontecer de Dios por su Espíritu en él mismo, esto es, todo el actuar de Dios transformador ocurrido a lo largo de los Ejercicios, experimentado y diferenciado en el plano de su conciencia le es dado gratuitamente y lo interroga y lo mueve a «reflectir».

Esto quiere decir que lo que propone San Ignacio en el texto de esta contemplación, aunque en buena parte podría considerarse como formulaciones abstractas, sin embargo, son más bien una confesión y expresión de un contenido, que no es otra cosa que la lógica del actuar de Dios, tal como la experimentó a todo lo largo de los Ejercicios. Es decir, esta contemplación, es más bien un examen general, o un volver más conscientemente a toda la acción transformante y gratuita de Dios, que ha sucedido en el ejercitante, para que esa gratuidad le interrogue y él, a su vez, responda coherentemente en los comportamientos de su vida subsiguiente.

Análisis del texto

No es sorprendente que San Ignacio empiece esta contemplación con una clara definición de términos, como si fuese una tesis escolástica, en gracia de la precisión de contenidos de las palabras y con su acostumbrada sobriedad de expresión, de igual manera, procedió a definir o a describir, y desde el principio de los Ejercicios, las operaciones, tal como él las entendía y que concurren a todo lo largo de los Ejercicios: el examen particular cotidiano, el examen general, la oración preparatoria, la composición y la contemplación, la petición, la meditación con las tres potencias, el coloquio, y el resumen29.

Los elementos constitutivos del amor, tal como los debió sentir el ejercitante, son dos: que el amor deba ponerse más en las obras que en las palabras30 es de sensatez común. Pero en donde San Ignacio desciende al fondo de la esencia del amor es en la definición del segundo elemento: «el amor consiste en comunicación de las dos partes»31, o sea el amor entendido como comunión, a saber, el amor entre dos personas que consiste en darse a totalidad el uno al otro, con todo lo que es, tiene, puede y sabe. Sin embargo aquí la definición del amor es genérica, es decir, sin hacer referencia al caso específico, en el que las dos personas que se aman son Dios y el ejercitante.

Ahora bien, todos los puntos de la contemplación ciertamente se refieren al amor de Dios con el hombre y a la respuesta que el hombre debe dar al amor de Dios, amando. Si se tiene en cuenta la definición del amor como comunión, todavía quedan elementos no precisados. En efecto, ¿Cómo el hombre puede amar a Dios haciendo comunión con él, en el sentido de dar a Dios lo que es, lo que tiene, lo que puede y lo que sabe, si todo esto es recibido de El mismo?

Dada la concepción de Dios creador que aparece especialmente en la revelación del Nuevo Testamento y sorprendentemente en los puntos de esta misma contemplación ignaciana, de hecho Dios no le pide al hombre que le devuelva a él mismo lo que le dio, sino que se responsabilice de todo lo que de Dios ha recibido, dándose con todo ello al otro sirviéndolo, o más breve, vaciándose de sí mismo, o saliendo de sí mismo en función del otro.

¿Por qué, aquí el otro es un ser humano y no Dios mismo en cuanto tal? Y la razón es, porque en el rostro del otro es donde se hace visible el rostro de Dios, que habita en él por su Espíritu e interpela al ejercitante para que se comporte, con ese otro, como Dios se ha comportado con él mismo.

También desde otro ángulo podemos llegar a la misma conclusión, a saber, según veíamos más arriba, de hecho Dios crea a todo ser humano saliendo de sí mismo haciendo comunión con él y por lo tanto, lo que Dios quiere del hombre consiste en que él haga con su hermano lo que Dios hace con él. Y en el mismo hecho de Comunión de Dios con él, también le comunica la capacidad de salir de sí mismo, venciendo sus egoísmos, precisamente por la acción del Espíritu de Dios, que habita en él.

Dentro de esta lógica se encuentra justamente la petición de esta contemplación: «pedir lo que quiero; será aquí pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad»32. O en otras palabras, pedir sentir o tener experiencia inmediata, nuevamente diferenciada y consciente de tanta gratuidad de Dios conmigo durante los Ejercicios, al crearme continuamente dándoseme, para que yo haga lo mismo con mi hermano.

Es precisamente en los cuatro puntos de la contemplación, en cuanto formulaciones, quizás abstractas, pero que están hablando de la experiencia de la gratuidad sentida en los Ejercicios, donde se descubre la lógica misma del comportamiento de Dios en el ejercitante.

Esta lógica se podría percibir más claramente en forma esquemática, para que se pueda distinguir, en forma gradual creciente, cada uno de los escalones de la intensidad de la misma acción de Dios y para que el ejercitante, al diferenciar cada escalón, se sienta afectado y a la vez interrogado y movido a «reflectir» una respuesta consecuente:

El primer punto: Dios me crea dándoseme… Reflectir en mí mismo.

El segundo punto: Dios me crea (dándoseme) habitando en mi… Reflectir en mí mismo.

El tercer punto: Dios me crea (dándoseme, habitando en mí) 'ad modum laborantis', esto es, padeciendo en mí mismo trabajando en mí y por mí… Reflectir en mí mismo33.

El cuarto punto: todo viene de Dios (todo es gratuito)… Reflectir en mí mismo34.

La conclusión o resultado del «reflectir» en esta contemplación no puede ser otra cosa sino que el ejercitante, frente a esta crecida toma de consciencia, a saber, todo lo que es, tiene, puede y sabe es gratuito y por lo tanto debe responsabilizarse «de tanto don recibido», obrando de la misma manera con el otro, como Dios ha obrado con él, -dándosele, habitando en él, trabajando en él- esto es vaciándose de sí mismo, saliendo de sí mismo en función de los otros.

Si ahora tratamos de precisar más y llevamos al plano de la vida cotidiana esta respuesta a la gratuidad de Dios, saliendo de nosotros mismos en función del otro, nos encontraríamos necesariamente con la conclusión a que habíamos llegado al comparar la fenomenología del acontecer de Dios en las dos realidades: Comunidad cristiana y Ejercicios ignacianos, a saber, ambas se refieren a una misma cosa: ser espacios donde se edifican seres humanos auténticos, según la voluntad de Dios revelada en Jesús mismo, seres que salen de sí mismos, hombres de comunión con el otro y por lo tanto, seres humanos de comunidad, comprometidos por la misma razón con la edificación del otro.

Así, pues, la contemplación para alcanzar amor se descubre como el Principio y Fundamento de una larga Quinta Semana, que será la vida cotidiana del ejercitante en una testimoniante vida comunitaria.

Ejercicios y la Comunidad de Ignacio

Si se comparan los propósitos de San Ignacio y sus modos de proceder coherentes, tal como aparecen en su Autobiografía, desde el inicio de su conversión en Loyola hasta la fundación de la Compañía en Roma, se podrían distinguir, al menos tres etapas:

Una primera etapa de grandes ilusiones y cargada de hazañas y contornos caballerescos: «Y fuese su camino de Monserrate, pensando, como siempre solía en las hazañas que había de hacer por amor de Dios»35. «Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando consigo: -¿Qué sería, si yo hiciese esto que hizo S. Francisco, y esto que hizo S. Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía, le parecía hallar en sí felicidad de ponerlas en obra»36. Su determinación cada vez más fija, era ir a Jerusalén vestido de penitente: «Y llegando a un pueblo grande antes de Monserrate, quiso allí comprar el vestido que determinaba de traer, con que había de ir a Jerusalén»37. Más aún su intención era quedarse para siempre en Jerusalén: «Su firme propósito era quedarse en Jerusalén, visitando siempre aquellos lugares santos»38.

En suma, esta primera etapa era la de un Ignacio peregrino, solitario y penitente que terminaría sus días en Jerusalén, visitando devotamente los santos lugares.

Una segunda etapa puede empezar desde los últimos tiempos de su estadía en Manresa, y más puntualmente luego de la ilustración del Cardoner hasta su regreso de Jerusalén a Barcelona. En esta época los propósitos de San Ignacio son diferentes; ha comprendido que a pesar de sus ilusiones sobre su propia vida, Dios le ha guiado pacientemente como a un niño39; de allí su radical disposición a la docilidad -indiferencia- frente a la voluntad de Dios, que, cada vez, con mayor claridad lo impulsaba a servir a las almas: «Ultra de sus siete horas de oración, se ocupaba en ayudar algunas almas, que allí le venían a buscar». «En la misma Manresa, adonde estuvo cuasi un año, después que empezó a ser consolado de Dios y vió el fruto que hacía en las almas tratándolas, dejó aquellos extremos que de antes tenía»40. Y ya en el momento de abandonar Manresa y disponerse par su partida a Jerusalén, dice: «Y a este tiempo había muchos días que él era muy ávido de platicar de cosas espirituales, y de hallar personas que fuesen capaces dellas»41.

De regreso de Jerusalén y al pasar por Venecia, dice San Ignacio: «Después que el dicho pelegrino entendió que era voluntad de Dios que no estuviese en Jerusalén, siempre vino consigo pensando qué haría, y al final se inclinaba más a estudiar algún tiempo para poder ayudar a las ánimas, y se determinaba ir a Barcelona»42.

La tercera etapa, se inicia en Barcelona (año 1524). Desde este momento el propósito de San Ignacio se determina definitivamente por el servicio a las almas, especialmente por medio de los Ejercicios Espirituales, para lo cual según él, era necesario estudiar no solo gramática, y esto lo hizo en Barcelona durante dos años sino también filosofía y teología, y para ello viajó a Alcalá43.

Ya desde su permanencia en Barcelona, y mientras adelantaba estudios, San Ignacio no está solo, tiene siempre un grupo de compañeros: Calixto de Sa, Lope de Cáceres y Juan de Arteaga, y más tarde, pero ya en Alcalá, se les juntó Juan Reynalde44.

Este modo de proceder de Ignacio en su acción evangelizadora dando Ejercicios, declarando la doctrina cristiana y haciendo misericordia al recoger limosna para los pobres, siempre la realizó junto con algunos compañeros. Es muy sorprendente y significativo que San Ignacio entendiera definitivamente que la acción evangelizadora o el servicio a las almas no se puede realizar sino con un grupo de compañeros en comunidad. «Pues como a este tiempo de la prisión de Salamanca a él no le faltasen los mismos deseos que tenía de aprovechar a las ánimas, y para el efecto estudiar primero y ajuntar algunos del mismo propósito, y conservar los que tenía; determinado de ir para París, concertóse con ellos que ellos esperasen por allí, y que él iría para poder ver si podría hallar modo para que ellos pudiesen estudiar»45.

También, durante sus estudios en París, San Ignacio se hace un nuevo grupo de compañeros, y siempre por medio de los Ejercicios: «En este tiempo conversaba con Maestro Pedro Fabro y con Maestro Francisco Javier, los cuales después ganó para el servicio de Dios por medio de los Ejercicios»46. San Ignacio no abandonó el grupo que había tenido que dejar en España, para venir a estudiar a París, por el contrario, fue frecuentemente atendido por él por medio de su correspondencia. «Y para no hablar más de éstos, su fin fue el siguiente: Mientras el peregrino estaba en París, les escribía con frecuencia, según el acuerdo que había tomado, mostrándoles las pocas facilidades que había para hacerles venir a estudiar en París». A pesar de las ayudas ofrecidas por San Ignacio el grupo se disolvió y cada uno se fue por caminos y destinos diferentes, como él mismo lo dice47.

Lo obvio era, que terminados en París los estudios de Ignacio y sus compañeros, ya estuvieran mejor preparados, como era su propósito, para dedicarse del todo a la tarea evangelizadora, mucho más cualificados, y era de esperar, un servicio más eficaz a favor de las almas.

El contenido del voto de Montmartre, aún dejaba en suspenso el escenario definitivo y permanente de su labor en servicio de las almas; en efecto, a ese respecto dice el mismo Ignacio: «Ya por este tiempo habían decidido todos lo que tenían que hacer, esto es: ir a Venecia y a Jerusalén y gastar su vida en provecho de las almas; y si no consiguiesen permiso para quedarse en Jerusalén, volver a Roma y presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que juzgase ser de más gloria de Dios y utilidad de las almas. Habían propuesto también esperar un año la embarcación en Venecia, y si no hubiese aquel año embarcación para Levante, quedarían libres del voto de Jerusalén y acudirían al Papa, etcétera»48. Quienes emitieron el voto en Montmartre el 15 de Agosto de 1534 fueron Ignacio con sus seis primeros compañeros: Francisco Javier, Pedro Fabro, Alfonso Bobadilla, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Simón Rodrigues y el año siguiente y en la misma fecha, al renovar el voto en Venecia, se les añadieron otros tres compañeros: Claudio Jayo, Juan Coduri y Pascasio Broët49. Más tarde se les juntó el Bachiller Diego Hoces, después de algunas vacilaciones. «Este se ayudó muy notablemente en los ejercicios, y al fin se resolvió a seguir el camino del peregrino. Fue también el primero que murió»50.

La lógica del actuar de Dios, leída a través de signos y acogida incondicionalmente por San Ignacio y sus compañeros, los condujo definitivamente como grupo, o como comunidad, o como Compañía de Jesús, a comprometerse en la Iglesia y a disposición del Papa, para mayor gloria de Dios y mayor servicio de las almas.

Para el propósito de este trabajo, las conclusiones ya son claras: la relación que existe entre su propia conversión solamente definida en los últimos tiempos de Manresa y en particular bajo la ilustración del Cardoner y el comportamiento coherente al servicio de las almas, es evidente. Pero no menos clara es la relación entre su servicio a las almas y siempre con un grupito de compañeros. Pero más evidente aún es la relación de los Ejercicios Espirituales y la configuración del grupo de compañeros de París con sus propósitos evangelizadores.

Frente a esta coincidencia de relaciones, bien se podría descubrir algo que subyace y es además el fondo esencial de todas estas relaciones y que hemos considerado ya en la fenomenología del actuar de Dios en los Ejercicios y sus efectos en el ejercitante, por un lado; e igualmente, de otro lado, en la fenomenología de ese mismo actuar de Dios en la comunidad y sus efectos en los miembros de la misma. En todos estos casos se trata de espacios para edificar seres humanos capaces de salir de sí mismos por la acción del Espíritu de Dios, y por lo tanto, capaces de hacer comunión con los otros, esto es, evangelizando al hacer comunidad.

Podría parecer extraño, aunque lógico, según todo lo visto anteriormente, el siguiente cuestionamiento: ¿Sería posible que una persona pueda ser realmente un ser humano auténtico según la voluntad de Dios, esto es, capaz de salir de sí mismo, por el poder del Espíritu que habita en él, sin una experiencia de Dios conscientemente percibida, aunque todavía no suficientemente objetivada categorialmente? Este es precisamente el fondo tocado directamente por la finalidad de los Ejercicios y este es al mismo tiempo el fundamento mismo de la comunidad como espacio de formación de seres humanos según la voluntad de Dios.

En forma más breve, la comunidad se descubre como el espacio esencial de la evangelización y los Ejercicios, por otra parte, se descubren como la manera práctica y eficaz del anuncio del Evangelio.

Jesús solo puede anunciar el Reino de Dios haciéndolo suceder en concreto, esto es, haciendo él mismo comunión con un grupo de discípulos cercanos. Pablo evangelizaba, de hecho, insertándose en familias paganas, haciendo comunión con ellos y, por la misma razón, transformándolos en comunidades cristianas domésticas. El mismo San Ignacio en su siempre atenta disponibilidad a la orientación del Espíritu del resucitado en él mismo, como efecto de su propia experiencia espiritual de los Ejercicios, descubre que el servicio a la salvación de las almas solo se realiza de hecho en comunidad y desde la comunidad dentro de la Iglesia.

Conclusión final

Si el Evangelio es el poder del Espíritu del resucitado, (Rm 1, 16) que habita en todo hombre (Rm 8, 9-11) para transformarlo en un ser capaz de liberarse de sí mismo y, en consecuencia, poder salir de sí mismo en función de sus hermanos; y si precisamente la comunidad es el espacio donde se edifican estos hombres según la voluntad de Dios y por tanto, espacio del acontecer del Evangelio y ella misma anuncio del Evangelio; y si, por otra parte, los Ejercicios Espirituales pretenden disponer al ser humano al dinamismo libre del Espíritu del resucitado, esto es, al Evangelio, que lo despoja de sí mismo, -de las «afecciones desordenadas»-, encontrando así la «voluntad divina», que consiste en ser un instrumento dócil de salvación de los otros; de allí que la conclusión sea, al menos como interrogante: ¿Será posible comunidad y anuncio del Evangelio sin una experiencia de Dios conducente tal como la que se vive consciente y ordenadamente en los Ejercicios Espirituales?
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  1EE (Ejercicios Espirituales) 1.

2EE 50.

3EE 1.

4Cfr. EE 135.

5Cfr. EE 189.

6Cfr. EE 1.

7Cfr. EE 23.

8EE 63.

9EE 104.

10EE 203.

11EE 221.

12EE 48.

13EE 2.

14EE 1.

15EE 97-98.

16EE 32.

17EE 97-98.

18EE 136-147.

19EE 149-156.

20EE 165-167.

21Hebreos 5, 7-9

22Gálatas 1, 15ss.

23Filipenses 3, 8.10.

24Cfr. Romanos 8, 9-11.

25Cfr. Corintios 11, 23.

26EE 232.

27Ibíd.

28Cfr. EE 47, 55, 65.

29Cfr. EE 25, 32, 46, 47, 48, 50, 53, y 64.

30Cfr. EE 230.

31Cfr. EE 231.

32EE 233.

33Cfr. EE 234, 235 y 236.

34Cfr. EE 337.

35Autobiografía, 17.

36Ibid 7.

37Ibid. 16.

38Ibid. 45.

39Cfr. Autobiografía, 27.

40Autobiografía, 26, 29.

41Ibíd. 34.

42Ibíd. 50.

43Cfr. Autobiografía, 56.

44Cfr. i. de loyola, Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid1997, p. 134, nota 6 y p. 135, nota 15.

 45Autobiografía, 71.

46Cfr. Autobiografía, 82.

47Ibíd. 80.

48Ibíd. 85.

49Cfr. i. de loyola, Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid1997, p. 158, nota 26.

50Cfr. Autobiografía, 92.