3. Futuro de las lecturas y de
los libros cristianos
Ministerio pastoral del libro
Entre lectores y libros hay una relación
profunda, y una mutua
causalidad constante. A la demanda de los lectores corresponden las
Editoriales con la oferta de ciertos libros, y la oferta insistente
de ciertos libros provoca en los lectores una demanda de los mismos. Se
ponen de moda ciertos temas, se multiplican las publicaciones sobre ellos, se
llega a un punto de saturación, se dejan caer en el olvido, surgen otras
cuestiones...
En este juego complejo y delicado, en el que
se entrecruzan miles de causalidades y condicionamientos, creo que los lectores,
frente a las Editoriales, tienen un papel más bien pasivo, en tanto que a éstas
les corresponde una función más bien activa.
Dicho en otras palabras: Hay en la dirección
de las Editoriales, en su relación con el pueblo cristiano, un ministerio
pastoral de suma importancia y trascendencia, de modo que en su ejercicio
puede hacerse mucho mal o mucho bien. Quienes dirigen una Editorial católica
deben proponerse en primerísimo lugar el bien espiritual del pueblo cristiano,
deben estar atentos a iluminar las oscuridades, clarificar las dudas, potenciar
los valores existentes, suscitar los convencimientos evangélicos que se van
olvidando, asegurar fidelidades que se van relajando, animar entusiasmos donde
se va imponiendo el desaliento. Ministerio pastoral tan excelente ha de contar,
sin duda, con grupos de asesoramiento, pero en las orientaciones más decisivas
debe seguir con suma atención aquéllas que vienen dadas día a día por el
Papa y los Obispos. Ellos son, como pastores puestos por el Espíritu Santo,
quienes de verdad deben regir y conducir al pueblo cristiano, con la fiel
colaboración de las Editoriales y de tantos otros movimientos e instituciones.
Cambios próximos notables
Es previsible que en el campo editorial católico
se van a producir cambios muy notables,
y a plazo más bien corto. La descristianización de ciertas naciones ricas
acabará minando la prosperidad de sus antiguas Editoriales católicas, al
reducirse en ellas el número de autores y de lectores. De modo inverso, irán
potenciándose y floreciendo Editoriales en los países pobres, allí donde
el cristianismo es una fuerza ascendente. El mundo de las ediciones católicas
-libros, revistas, folletos- no seguirá casi exclusivamente en manos de la
iniciativa privada, sino que la autoridad apostólica de la Iglesia
asumirá más directamente el ministerio pastoral del libro cristiano, de
tan decisiva importancia, sin que suprima, desde luego, las Editoriales
privadas. La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, los obispos, las
conferencias episcopales, etc., irán recobrando cada vez más la dirección
efectiva de las publicaciones católicas, especialmente de las populares. Por
otra parte, el celo apostólico, en iniciativas privadas, hará surgir
Editoriales gratuitas, en forma de fundaciones o sociedades benéficas.
Pero también el progreso técnico traerá
pronto innovaciones que modificarán notablemente los libros, las revistas,
las bibliotecas. Para ciertos usos, un ordenador personal podrá suministrar
cuantiosa información, a través de unos discos sumamente baratos o de redes
potentísimas interconectadas. Terminales situadas en Obispados o centros
religiosos darán acceso en sus pantallas al cúmulo de libros y revistas
reunidos en grandes Bibliotecas centrales. El régimen actual de bibliotecas públicas
o privadas, tan voluminosas y costosas, será pronto visto como vemos hoy las
antiguas bibliotecas asirias de ladrillos cocidos. De las Editoriales actuales,
unas morirán, otras seguirán viviendo con notables modificaciones
estructurales. Y sin duda Dios suscitará nuevos planteamientos tanto para la
producción como para la distribución de los escritos cristianos. Nuevas formas
de edición y de difusión se pondrán así al servicio del pueblo creyente.
Pues bien, hoy podemos atrevernos a intuir
las notas fundamentales que deben configurar el mundo de las publicaciones católicas,
que son éstas: verdad ortodoxa, tradición, pobreza evangélica y gratuidad.
Ortodoxia
Los libros benditos de la ortodoxia eclesial,
escritos por autores antiguos o modernos, transmiten a los fieles la fe de la
Iglesia, el agua viva que mana del lado derecho del Templo (Ez 47,1-12; Is 55,1;
58,11; Zac 13,1), el agua y la sangre que brotan del costado herido del
Crucificado (Jn 19,34; 4,14; 7,37-39; Ex 17,5-6; 1Cor 10,4). Los libros
cristianos de la ortodoxia, de modo semejante a la Biblia, fueron considerados
antiguamente, sobre todo en el Oriente cristiano, como sagradas escrituras o
divinas escrituras.
Y es que también ellos son palabras de Cristo
(Lc 10,16), y por tanto también ellos «son espíritu y son vida» (Jn 6,63).
Todos los libros cristianos han de tener en la Biblia su principio y modelo
permanente, y todos deben imitar de ella su fuerza doxológica y soteriológica,
su potencia para suscitar la glorificación de Dios y la santificación de los
hombres, pues, como sabemos, «toda Escritura es divinamente inspirada y útil
para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena» (2 Tim 3,
16-17). Los escritos cristianos, sobre todo los destinados al pueblo, han de
acentuar su calidad ortodoxa y salvífica, pues vienen a ser como sacramentos,
signos de la fe, gracias visibles que ocasionan otras gracias invisibles.
«Es grande -dice un antiguo texto ruso- la
utilidad de las instrucciones que los libros nos procuran. Los libros nos mandan
y enseñan el camino de la penitencia; por las palabras de los libros alcanzamos
la sabiduría y la templanza. Los libros son los ríos que riegan la tierra
toda; son las fuentes de la sabiduría; los libros son un abismo sin fondo; nos
consuelan en la tristeza y representan el freno de la templanza» (Crónica
de Nestorio, que cuenta la historia de este príncipe ruso durante 1037: Tomás
Spidlik, Los grandes místicos rusos, Madrid, Ciudad Nueva
1986,187).
Las publicaciones académicas
deben considerar, entre otras, las cuestiones disputadas; pero las grandes
Editoriales católicas populares han de ofrecer habitualmente el alimento de
la fe, pues «el justo vive de la fe» (Rm 1,17; Gál 3,11; Hab 10, 38), vive «de
toda palabra salida de la boca de Dios» (Mt 4,4). No vive de hipótesis teológicas
controvertidas, que quizá un día sean recibidas -o no- en la fe de la Iglesia.
Las Editoriales católicas deben comunicar a los fieles, poniendo en ello sus
mejores recursos, la fe de la Iglesia, la que enseñan el Papa, los obispos y
aquellos escritores que realmente merecen el nombre de católicos, es decir, aquéllos
que, como cualquier cristiano, y en mayor grado todavía, «perseveran en
escuchar la enseñanza de los apóstoles» (Hch 2,42), y ponen su ciencia y su
prestigio al servicio -fundamentación, defensa, acrecentamiento, aplicación y
difusión- del Magisterio apostólico.
Por el contrario, «los que se ponen en
abierta oposición a la ley de Dios, auténticamente enseñada por la Iglesia»,
no deben hallar tribuna y altavoz en las Editoriales que pretendan llevar
dignamente el nombre de católicas; en efecto, «se han oído y se siguen oyendo
voces que ponen en duda la misma verdad de la enseñanza de la Iglesia», y a
veces en cuestiones muy graves (Juan Pablo II, 5-VI-1987; +Comisión Teológica
Internacional, Magisterio y teología, Madrid, CETE 1983, 119-147).
Por otra parte, y ésta es también cuestión
de mucha importancia, la difusión de los mismos textos del Magisterio
eclesial habría de mejorarse en calidad, precio y distribución. Las
traducciones del Magisterio apostólico hoy padecen excesivas deficiencias.
La Didascalia apostolorum merece en nuestro tiempo unas versiones más
fieles y cuidadas. También se echan en falta grandes colecciones de Documentos
Pontificios, en ediciones populares, como las que se hicieron en
Madrid y Buenos Aires hace bastantes años. Para el cristiano común de lengua
hispana no es fácil hoy tener acceso a preciosos documentos (Mystici
Corporis Christi, Mediator Dei, Fidei donum, Humanae vitae, etc.), que
conservan todo su valor, y que publicados hace tiempo en folletos, ya no suelen
reeditarse.
Tradición
Las Editoriales deben favorecer que el
cristiano «saque de su tesoro lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52). Los escritos cristianos de
los últimos diez o veinte años, o los de hoy mismo, los rabiosamente actuales,
son apenas un instante en los veinte siglos de literatura cristiana teológica y
espiritual. Si los lectores son inducidos a encerrarse en los libros actuales,
quedan encarcelados en el presente, incurren en un provincianismo histórico
sofocante, y se ven condicionados a privarse de los muchos genios religiosos que
el Espíritu Santo ha suscitado a lo largo de los siglos. La lectura hace
posible una admirable comunicación con los hombres de nuestro tiempo, pero ha
de abrirnos también la mente a la aventura espiritual del hombre en la
historia, en otras culturas, en otros siglos. Y cuando se trata de la lectura
cristiana, ella ha de sumergirnos en la comunión de los santos y de los sabios
cristianos de todo tiempo, enraizándonos así en la mejor Tradición viva de la
Iglesia. Qué empobrecimiento indecible sufren los que se limitan a las
novedades editoriales presentes. Y cuánto bien haríamos a veces los autores
actuales callando, y dejando oir las voces de los hermanos mayores que nos han
precedido -hace siglos o hace veinte años-, más aún, ofreciendo esas voces,
debidamente actualizadas -cuando fuere preciso-, a los lectores de hoy.
Antes he aludido a la actividad editorial de
ciertas Casas discográficas que producen más y más discos de música moderna.
(Tantas canciones lanzan, que en bodas o excursiones, hoy se cantan a coro
canciones verdaderamente antiguas, pues las nuevas, tan aprisa se renuevan, que
no llegan a ser aprendidas, ni se hacen tradicionales). Pues bien, las Emisoras comerciales
apenas radian sino este tipo de música, día a día renovada. Otra es la
orientación de aquella Radio no comercial que diariamente emite música
excelente de los mejores compositores antiguos o modernos.
Me refiero a Radio Nacional de España,
Radio-2. En ella se oyen habitualmente músicas excelentes de siglos
diversos: músicas de pueblos antiguos, gregoriano, Monteverdi, Vivaldi, Bach,
Haendel, Haydn, Mozart, Beethoven, Brahms, Wagner, Chaikowsky, Ravel, Verdi,
Bruckner, Strawinsky, Bartok, Mahler, Falla, Dvorak, con otros muchos actuales.
Los buenos aficionados a la música, adictos a esta emisora, libres de toda chronolâtrie
esthétique, gozan con la mejor música de todos los tiempos conocidos.
Pues bien, de modo semejante, la oferta global
de las Editoriales católicas debe estimular a los lectores cristianos a sacar
siempre del tesoro de la Iglesia «lo nuevo y lo viejo», ayudándoles así a
superar la tentación ateniense. En efecto, «todos los atenienses y los
forasteros allí domiciliados no se ocupaban en otra cosa que en decir y oir
novedades» (Hch 17,21).
Hay, sin duda, un progreso en la teología,
hay una evolución homogénea del dogma, pues el Espíritu Santo nos «guía
hacia la verdad completa» (Jn 16,13). Pero hay en los escritos religiosos de
los genios, de los santos, una experiencia personal de Cristo y unos valores
espirituales, y aun estéticos, en su expresión, que les mantienen siempre
actuales, de modo que acerca de ellos apenas cabe hablar de «progreso».
Y sigo con la analogía del arte, cediendo la
palabra a André Gide: En arte, «la palabra "progreso" pierde todo su
sentido, y, como escribía no hace mucho Ingres, no se puede oir con sangre fría
y leer que "la generación actual goza, viendo los enormes progresos que la
pintura ha hecho desde el Renacimiento hasta nuestros días"» (Los límites
del arte, en Pretextos: Obras, Plaza-Janés 1968, 630-631). Lo mismo
decía Picasso en la revista italiana EPOCA (24-X-1971): «frecuentemente oigo
pronunciar la palabra evolución. Me piden que explique cómo evoluciona
mi pintura. Para mí, el arte no es ni pasado ni futuro. Si una obra de arte
no puede vivir siempre en el presente, no debe ser tomada en consideración. El
arte de los griegos, de los egipcios, de los grandes pintores, que vivieron en
otros tiempos, no es arte del pasado. Quizá es arte más vivo hoy de lo que fue
jamás».
Pobreza
Conviene que Cristo se encarne en los
libros con pobreza, que es su modo.
Las Editoriales comerciales profanas, al menos en los países ricos, tienden a
crear un tipo de libro de formato atrayente: cubierta a todo color, papel bueno,
poco texto en cada página, y muchas páginas; todo lo cual, al hacer tiradas
grandes, no sale excesivamente caro. Ahora bien, cuando las Editoriales católicas
se sienten obligadas a hacer los mismos planteamientos, pero con tiradas
mucho menores, dan lugar entonces a libros muy caros. Reconozcamos honradamente
que la clientela de los libros religiosos es bastante reducida, y que, por
tanto, para que no resulten muy caros, es preciso hacerlos en formatos modestos.
Hoy los medios técnicos permiten producir a costos bastante bajos libros dignos
y resistentes.
Y no se diga que los libros cristianos deben
competir con los profanos «usando sus propias armas». Este principio, aunque
se repita de cuando en cuando, no es cristiano, y no debe ser aplicado ni a la
producción de libros ni a nada. El Verbo divino pudo encarnarse en prestigio,
poder y títulos académicos, o en la forma que estimara más conveniente para
salvar a los hombres, manifestándoles que Dios es amor. Y eligió encarnarse en
pobreza. Por tanto, cuando las Editoriales encarnan al Logos divino en libros
humanos, háganlo en austeridad y pobreza, que es su modo. Y véndanlos
luego muy baratos, de modo que nadie deje de adquirirlos por su alto precio.
En fin, es preciso reconocer en este punto que
del Evangelio de Cristo uno de los aspectos menos recibidos, incluso entre los
cristianos más fieles, es el Evangelio de la pobreza. Y si ésta, más o menos,
es apreciada en algunos temas -casa, vestido, etc.-, apenas lo es en lo que se
refiere a los libros cristianos. Es cierto que la especial sacralidad de la
Biblia, de los libros lirtúrgicos o de otros textos, puede aconsejar en ellos
una cierta riqueza de formato. Pero, en general, es sin duda conveniente que la
hermosa dignidad de la pobreza evangélica brille en los formatos de las
publicaciones católicas.
Gratuidad
La difusión de la Palabra divina conviene
hacerla gratuitamente, entendiendo
por tal el apartamiento del fin lucrativo. Todo parece indicar que las notas
tercera y cuarta, pobreza y gratuidad, facilitan mucho la consecución de la
primera: ortodoxia. Si en bastantes Editoriales católicas entra el interés
económico, cuando son tiempos en que heterodoxia y disidencia están de moda,
habrá que temer prudentemente por la veracidad. La tentación es grande, y
aunque no pocos se libran de caer en ella, habrá que recordar que la mejor
manera de vencer ciertas tentaciones es suprimirlas.
Las Editoriales católicas que, entre otros
fines más altos, persiguen el fin lucrativo, son perfectamente lícitas, y, al
menos en las actuales circunstancias, son necesarias y providenciales. Pero cada
vez se ve más claro que también son necesarias las Fundaciones o
Editoriales gratuitas, cuyo único fin sea comunicar al pueblo cristiano el
alimento espiritual de cada día, y que no tengan quizá en sus catálogos
muchos títulos, pero que, en formatos modestos, hagan tiradas largas y consigan
precios escandalosamente baratos. Quizá, incluso, traiga esto, por la ley de la
competencia, algún reflejo benéfico en el precio de los libros de las mismas
Editoriales comerciales.
Y conviene que la gratuidad comience por
los mismos autores. Tampoco hay en
esto por qué acomodarse mecánicamente a los usos civiles. Los derechos de
autor, en sí legítimos, en muchos casos pueden y deben ser renunciados, pues
la mayor parte de los escritores ya tienen solucionada su situación económica
por otros medios. Otra cosa es que los autores sean compensados por los gastos
que la elaboración de sus obras haya ocasionado.
Del mismo modo, también conviene que las
Editoriales católicas de países ricos cedan sus derechos cuando se trata de
traducir sus libros en países pobres, sin fin lucrativo.
Que un autor católico del Occidente rico,
apoyado en una potente Editorial, cobre con ésta sus aranceles propios por
autorizar que su obra llegue a los católicos de los países pobres es algo que
sólo como excepción podrá ser conveniente, pero en la mayoría de los casos
no lo es. Después de todo, durante muchos siglos los grandes autores cristianos
no cobraron derechos de autor. Volvamos, pues, en cuanto sea posible, a esa
buena práctica, que con ella, no sólo bajará un diez por ciento el precio de
los libros, sino que también cabe la esperanza de que, sin este estímulo económico,
se publiquen menos títulos.
Ya se ve que veracidad ortodoxa, pobreza,
gratuidad, eliminación de títulos supérfluos, cultivo de obras de autores no
actuales, tiradas más largas, precios más bajos, todo está muy
relacionado entre sí, y unos factores hacen posibles a los otros. Por el
contrario, también parecen relacionarse entre sí veracidad dudosa, intereses
de autores y Editoriales, títulos innumerables, abandono de las obras
tradicionales, tiradas cortas y precios altos.
Nuestra prevención hacia la excesiva
multiplicación de libros no se refiere, por supuesto, a las obras de
investigación científica. Éstas no aumentan la confusión, sino el
conocimiento. Cuantas más, mejor. Son «las otras» las que nos hacen recordar
el antiguo principio «entia non sunt multiplicanda sine necessitate». No se
nos oculta, sin embargo, que en la limitación de la multiplicidad es
necesaria una gran cautela. El hombre ha de ser a imagen de Dios, y Dios hizo en
la creación una indecible variedad de criaturas, una multiplicidad que se diría
innecesaria, excesiva, y que es manifestación comunicativa de su infinitud. Y
quedó satisfecho de cuanto hizo.
El ideal hacia el que hay que tender es que
Cristo-Palabra se comunique a los fieles como Cristo-Pan en la eucaristía,
gratuitamente. Que quien no lea, como quien no comulga, sea sólo porque no
quiere hacerlo.
No se trata de que los libros sean regalados
sin más, sino de que sean vendidos a precios mínimos. Pero tampoco hay
que desechar la práctica en el apostolado del libro regalado.
No podemos creer en eso de que «lo que se
recibe gratis, no se aprecia». Cristo dice otra cosa: «Gratis lo recibisteis,
dadlo gratis (gratis date)» (Mt 10,8). En efecto, el Padre nos dio
gratis a su Hijo, y éste nos regaló su evangelio, su gracia y su amor. Por lo
demás, pensar que si los fieles «pagaran» por comulgar, por recibir la
confirmación, o por ser perdonados de sus pecados, apreciarían así más el
valor de los sacramentos, valga el ejemplo, resulta al menos pintoresco. Los
aranceles están bien suprimidos.
El mundo católico de habla hispana
Cuando se preparaba el V Centenario de la
evangelización de América, Juan Pablo II decía que «allí se inició una
gran comunidad histórica entre naciones de profunda afinidad humana y
espiritual, cuyos hijos rezan a Dios en español, y en esa lengua han expresado
en gran parte su propia cultura» (Zaragoza, aerop. 10-X-1984). Y señalaba el
hecho formidable: ¡«Casi la mitad de todos los católicos están en América
latina»! (Sto. Domingo 12-X-1984)...
Efectivamente, todo hace esperar que, en unos
años más y con el favor de Dios, una mitad de la Iglesia Católica hable,
rece, lea en español. Pues bien, esta realidad eclesial asombrosa,
misteriosamente dispuesta por Dios en su providencia, suscita en las Editoriales
católicas y en los autores de lengua castellana, de España y de América, unas
posibilidades inmensas y unas responsabilidades no menores, a las
que sólo podremos ser fieles si, con la gracia de Cristo, seguimos el ejemplo
de aquellos misioneros que, con tanto amor hacia aquellos pueblos, les llevaron,
en pobreza y gratuidad, la fe ortodoxa de la Iglesia Católica.
1.- La expresión «lectura espiritual» se
generalizó hacia el 1600 por influjo de autores jesuitas, como Baltasar Alvarez
(+1580) y Bartolomeo Ricci (+1613). Cf. S. Castro Sánchez, D. de
Pablo Maroto, T. Egido López, A. M. García Ordás, A. Guerra, Lectura
cristiana y vida espiritual, «Revista de espiritualidad» 31 (1972)
267-354; J. Rousse, H. J. Sieben, A. Boland, Lectio divina et lecture
spirituelle, Dictionnaire de spiritualité, París IX (1975) 470-510.
2.- Alonso Rodríguez (+1616), Ejercicio
de perfección y virtudes cristianas, I,5,28: Madrid, Testimonio 1985,
374-383; Giulio Negrone (+ 1625), Tractatus ascetici, IV y V, Milán
1621, 1-253; Juan José Surin (+1665), Guide spirituelle, 4.a p., cp. 3:
coll. Christus 12, 1963; Nicolás Jamin (+1782), Traité de la lecture chrétienne
París 1774; Francisco Naval (+1930), Curso de teología ascética y mística,
1914, I,3,5; Réginald Garrigou-Lagrange, Les trois âges de la vie intérieur,
I,16: París, Cerf 1951, 337-349; Adolphe Tanquerey, Compendio de teología
ascética y mística, Desclée and Cia. 1930, nn. 573-583; Gustave Thils, Santidad
cristiana, Salamanca, Sígueme 19685, 547-553; Antonio Royo Marín, Teología
de la perfección cristiana, BAC 114 (19685) nn. 655-658; A. Gazzera - A.
Leonelli, La via della perfezione, Fossano, Ed. Esperienze
s/f. (1968?) 154-156; Albino del
Bambino Gesù (Roberto Moretti), Compendio di teologia spirituale, Marietti
1966, 375-377).
3.- Hallamos catálogos de lecturas
recomendadas en la Disciplina Farfensis, II, 51, que refleja la
observancia de Cluny en el s. XI: ML 150, 12841285C. Ver también Gérard Groote
(+ 1384), uno de los fundadores de la Devotio moderna, en Conclusa et
proposita: DSp (1957) 741; Jean Gerson (+ 1384), en De libris legendis a
monacho, y en De considerationibus quas debet habere princeps; Dionisio
Cartujano (+ 1471) en De laude et commendatione vitae solitariae, art.
30, siguiendo a Gerson; García Jiménez de Cisneros (+ 1510) Obras
completas, Montserrat 1965, 519-523, 637-642; Giulio Negrone (+ 1625), Tractatus
ascetici, en De lectione sacra super mensam clericorum et religiosorum, y
en De lectione privata librorum spiritualium a christianis cupidis
perfectionis, et in primis a religiosis usitanda, Milán 1621), procurando
así ayudar sobre todo a los principiantes.
4. También señala este vicio San Francisco de
Sales (+1622): «Querer leer por curiosidad, dice, es señal de que todavía
tenemos el espíritu un poco ligero» (Oeuvres complètes, Annecy
1892-1932, t.6, 292). Y Pierre-Joseph de Clorivière (+1820): «Es preciso leer
con sencillez y en espíritu de oración, y no por una búsqueda curiosa» (Prière
et oraison, coll. Christus 7, 1961, p. 153: cf. etiam cp. 10, sobre
todo págs. 114-115. También, Tomás de Kempis (+1471), Imitación de Cristo,
cp. 5).
5.- Sobre la pobreza de ciencia, cf. J.
M. Iraburu, Pobreza y pastoral, Estella, Verbo Divino 19682, 265-276.
6.- La cita es de S. Ambrosio (+ 397, De
officiis ministrorum, I, 20, 88: ML 16,50. Frases análogas hallamos en S.
Cipriano (+258): «Permanece en la oración y la lectura; así hablas con Dios,
y Dios está contigo»; Ep. ad Donatum I, 15: ML 4, 226a. Y en S. Jerónimo:
«Orando, hablas al Esposo; leyendo, él te habla»; Ep. ad Eustochium 22,
25: ML 22, 411).
7.- Cf. Jacques Maritain, La chronolâtrie
épistémologique, en Le Paysan de la Garonne, París, Desclée de B.
1966, 25-28.