TRINIDAD - TEXTOS 2
Carta del Arzobispo
Padre suyo y nuestro
Suyo?, pues, de quién va a ser si no? De su Hijo Unigénito, hecho
hombre en la entrañas de la Virgen María. Y nuestro? Pues, de
quién no lo es? Este pronombre posesivo y en plural abarca a los
miembros de todo el género humano. Desde que el mundo es
mundo hasta que deje de serlo. Y cómo sabemos esto? Oigámoselo
al evangelista Juan: "A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único
que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer." (Jn 1,16).
En efecto, fue Jesús de Nazaret Hijo del Hombre e Hijo de Dios,
quien nos abrió la caja de sorpresas de la divinidad. Nos fuimos
enterando poco a poco de que El era más antiguo que Abraham y
que había disfrutado de la caridad de Dios antes de que el mundo
existiera; Jesús hizo siempre lo que al Padre le agradaba, el Uno
estaba en el Otro y viceversa; nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni
al Hijo sino el Padre y a quien este se lo quiera revelar. Y vaya si
nos lo reveló!. A la orilla del Jordán y del Monte Tabor resonó la voz
poderosa del Padre sobre la cabeza de Jesús y en presencia de
testigos: "Este es mi Hijo amado en el que tengo mis complacencias.
Escuchadle". Entre Jesús y su Padre discurría un torrente de amor,
que llevaba a Jesús Hombre a pasar noches y noches pernoctando
en la oración.
Para sondear nosotros, con el máximo respeto, el grado inefable
de su confianza en el Padre basta evocar la oración sacerdotal en
la Última Cena, en el Huerto de Getsemaní y sobre la Cruz del
Calvario: "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu! ".
Una familia de tres
Por Cristo sabemos que, desde la eternidad, el Dios único de la fe
de Israel tiene un Hijo, su Palabra eterna por el que fueron hechas
todas las cosas. De esta Palabra -Vervo, Logos- nos dirá San Juan
que existía desde el principio y la Palabra era Dios. Todo lo cual
escandalizaba a los judíos y vino a provocar en definitiva su
crucifixión sangrienta en el Calvario. Pero quedó claro para siempre
que el Dios único de nuestra fe es familia, vive en familia. Ya que a
lo dicho sobre la relación paterno filial de Yavé con Jesús pueden
añadirse quilates de pareja hermosura, a propósito del tercero en
discordia: El Espíritu Santo.
A qué abrumarnos ahora con demasiados textos? Este Espíritu,
que había hablado antes por los profetas, depositó en las entrañas
de María la semilla paterna del Vervo Encarnado; el que fue visto,
en forma de paloma, en la cabeza de Jesús en la escena, casi idílica
del Jordán, al tiempo que una voz de lo alto le hablaba como Hijo; el
Espíritu estaba sobre Jesús cuando éste estrenó sus palabras
mesiánicas en la sinagoga de Nazaret; y sería derramado luego por
el Padre y por Jesús Resucitado sobre el coro de los Apóstoles, el
día radiante de Pentecostés; y sigue derramando desde entonces
sus dones y carismas sobre el pueblo de Dios peregrino. Fuimos
bautizados en el nombre de los Tres y ungidos después con el
carisma del Espíritu en la Confirmación. Desde entonces, el Amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu,
que reza con nosotros a Dios llamándole Padre: Abba!.
Los textos soberanos de Juan y de Pablo, los escritos sublimes de
San Atanasio y San Agustín, las experiencias espirituales de los
Padres del desierto y de los místicos alemanes del Medioevo; junto
a las de los españoles Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, en el siglo
XVI, y más tarde las de Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad y
Edith Stein, toda esa legión de testigos, buceadores del misterio de
Dios, nos descubren como la Trinidad augusta es una escala
accesible para los creyentes de este mundo, que sin agotar su
misterio, quedan alumbrados por su esplendor.
A la vista está últimamente el ejemplo del teólogo Von Balthasar
cuyas más altas exploraciones teológicas se han nutrido durante
décadas de las experiencias espirituales de la señora Speir.
La Trinidad es un horno, un sol y un abismo, al que algunos se
han asomado sin quemarse los ojos y sin morir en el intento. Han
bebido, sobre todo, el Amor a Dios en los profundos veneros del
Amor en Dios, el que se ejerce en su seno, el que define su esencia
y el que da nombre al Inefable.
La Trinidad "de puertas afuera"
El Dios-Amor tenía que ser Dios-Trinidad, Familia, Comunidad. Si
Dios no fuera Amor hacia adentro, no podría serlo hacia fuera. Por
eso, le es aplicable al Misterio Trinitario lo que las letanías propias
le atribuyen al Sagrado Corazón de Jesús: Homo ardiente de
caridad. Hablando a nuestra manera sobre una estructura de ese
Misterio Santo, empezaríamos con el Padre, como fuente y raíz, por
lo cual se explica que, en el lenguaje religioso ordinario le llamemos
Dios, sin más, al Padre Eterno, cosa que no solemos hacer con las
otras dos Personas de la Trinidad. Las cuales, como divinidad
creadora, salvadora y santificadora -Padre, Hijo y Espíritu Santo-
existen también para nosotros, actúan en nosotros, les importamos
nosotros.
Aún sin pensar en Cristo todavía se nos llena la boca de risas, la
lengua de cantares, al sabernos criatura, imagen e Hijos del Único
Dios, representado aquí en su primera Persona: Padre Nuestro que
estás en el Cielo. De su Amor ha brotado el Cosmos fantástico, de
Él el prodigio ecológico de todos los seres vivientes. De Él la
primera pareja humana y todos sus descendientes posteriores;
marcado por la chispa de infinitud que llevamos dentro. Con el
asombro de pensar, el estremecimiento de amar, el tirón de la
esperanza; y, por último, la sed insaciable de
felicidad e inmortalidad.
Qué sería de todo esto si quedáramos huérfanos, si en medio de
los espantos que esta vida terrena contrapone a los signos de la
gloria del párrafo anterior, nos sintiéramos abocados, sin remedio ni
esperanza, a los vicios, las frustraciones, los crímenes, las
injusticias, la caravana doliente de la historia humana?
No somos huérfanos
Pero no; Dios es Padre porque crea, pero también porque
protege y defiende, porque alimenta, porque sana, porque
consuela, porque perdona. En los Libros Santos, el título que más le
cuadra y que más refleja su actuación con nosotros es el de Padre
misericordioso. Ningún padre, dice San Agustín es tan padre como
Dios.
Acabo de decir que esto que antecede no incorpora todavía a
Jesucristo en el proceso. Por lo cual quedaría manca mi exposición
para quienes creen que Cristo es el icono más bello y exacto del
amor de Dios a los hombres: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a
su Hijo único para que todo el que cree en Él no perezca, sino que
tenga vida eterna" (Jn 3,16).
Dónde está aquí la novedad? Pues nada más y nada menos en
que, a partir de la muerte y de la resurrección de Cristo con la que
nos redimió e injertó en su cuerpo resucitado, somos ya para Él los
"hijos en el Hijo". "Mirad, dice de nuevo San Juan, cuánto amor nos
ha tenido Dios para que nos llamemos y seamos hijos de Dios" (1Jn
3,1).
El Año del Padre con el que la Iglesia se encamina, orante y
penitente, hacia el Jubileo mundial del 2000, es el de su
misericordia y su perdón. Él nos lo brinda a manos llenas. Por qué
no abrirle con piedad filial, las nuestras tan vacías?.
ANTONIO
MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Número 277.29 de noviembre de 1998