CAPÍTULO 7

La persona del Padre: Misterio de ternura


35. ¿Quién es el Padre? Misterio de ternura

Jesús dijo: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar" (Mt 11,27). El Padre es un misterio insondable. El Padre es invisible. Se vuelve visible mediante su Hijo (Jn 1,18; 14,9). Por tanto, dependemos de Jesús, el Hijo unigénito, para poder vislumbrar alguna faceta del rostro del Padre. En primer lugar, Jesús deja bien claro que el Padre es un misterio de ternura. Lo llama Abba, que quiere decir: "Mi papá querido". Jesús goza de tanta intimidad con él que dice: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío" (Jn 17,10), y también: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Consiguientemente, "el que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9).

En segundo lugar, el Hijo muestra cómo actúa el Padre, construyendo el Reino, dando vida, siendo misericordioso y mostrando su providencia. La gran causa del Padre es el establecimiento del Reino. Esto significa que la muerte ya no reinará más, que las divisiones no prevalecerán, que imperará la justicia y la fraternidad universal. Jesús quiso reforzar con su práctica el cumplimiento de esta causa del Padre: "El Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre" (Jn 5,19). En el Reino se da la victoria definitiva de la vida. El es un Dios de la vida, que toma siempre partido por los que necesitan de la vida. Tanto el Padre como Jesús se empeñan en engendrar vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Por eso dice muy bien Jesús: "El Padre resucita a los muertos y los hace revivir; así también el Hijo da la vida a los que quiere" (Jn 5,21). Con los que perdieron la vida por el pecado, el Padre se muestra misericordioso, como se indica muy bien en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). El sigue amando siempre a los ingratos y a los malos (Lc 5,36), porque su naturaleza es amor, y cuando no ve correspondido su amor, ofrece la misericordia. Además de eso, es un Padre lleno de providencia. Cuida de los cabellos de cada cabeza humana, hace crecer los lirios con todo su esplendor y vela por los pajarillos del cielo (Mt 6,26).

Finalmente, el Padre se muestra como es en relación con su Hijo Jesús. Nos ha amado tanto que nos ha entregado a su propio Hijo. El Hijo se reveló como el mayor promotor del Reino, se empeñó por la vida de los más débiles, cuidando a los enfermos, consolando a los afligidos y resucitando a los muertos; ejerció la misericordia plenamente con la pecadora pública y con todos los que pedían perdón por sus pecados. La ternura de Jesús para con todos los que le buscaban era un reflejo de la ternura del Padre. Por eso podía decir: "Todos los que el Padre me da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo" (Jn 6,37). No rechazó a los niños, ni a Nicodemo, que lo buscó de noche; ni a los fariseos que le invitaban a comer, ni a la mujer samaritana, ni a los que le pedían ayuda gritando desde lejos. Acogió a todos, imitando al Padre celestial, que acoge a todos como a sus hijos e hijas.

El sentimiento más terrible e insoportable es la repulsa y la sensación de que uno no es acogido. Es lo mismo que sentirse extraño en el nido, vivir una muerte psicológica. Cuando decimos Padre, queremos expresar esta convicción: hay alguien que me acoge definitiva-mente; poco importa mi situación moral; siempre puedo confiar que hay un regazo para acogerme. Allí no seré un extraño, sino un hijo —aunque pródigo— en la casa paterna.


36. El Padre, la raíz eterna de toda la fraternidad

El Padre es aquel que eternamente es, incluso antes de que existiera cualquier criatura. Si, por hipótesis, pudiésemos imaginar que no ha habido creación y que no existe ningún ser creado, aun así el Padre sería Padre. El Padre es Padre no fundamentalmente por ser creador. Podría haber un creador que fuese un Dios uno y único, una única persona infinita, sin ser Padre. El Padre es Padre por ser Padre del Hijo unigénito, por estar desde toda la eternidad en comunión con el Hijo en el Espíritu Santo, por estar "engendrando" en virtud del Espíritu al Hijo eterno. En una perspectiva trinitaria, la paternidad es propia del Padre. Al engendrar al Hijo, el Padre proyecta hacia fuera de sí a todos los que son imitables suyos y de su Hijo. En el Hijo engendrado son pensados todos los hijos e hijas creados a imagen y semejanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existe, por tanto, una dimensión eterna y filial de la creación. El Padre, con el amor que engendra al Hijo, da origen en él a todos los demás seres en el Hijo, por el Hijo, con el Hijo y para el Hijo (Jn 1,3; Col 1,15-17). Todos los seres participan de la filiación del Hijo unigénito, así como de la espiración del Espíritu Santo.

Puesto que todos nosotros existimos en el Hijo (cf Rom 8,29), todos somos hermanos y hermanas. Cristo, Hijo eterno, es "el primogénito entre muchos hermanos" y hermanas (Rom 8,29). Por tanto, Dios es Padre y nosotros somos hermanos y hermanas, no ya en primer lugar porque Dios sea creador y nos haya creado a todos, sino porque es Padre del Hijo unigénito (Rom 15,6; iCor 1,3; 2Cor 11,31; Ef 3,14). Y nosotros hemos sido proyectados en el Hijo eterno por el Padre en el mismo movimiento de amor con que el Padre "engendró" al Hijo en unión con el Espíritu Santo. De esta forma nosotros no somos meras criaturas exteriores al misterio trinitario. Nuestras raíces de fraternidad se hunden en el propio misterio de la fecundidad del Padre. Para marcar la diferencia entre el Hijo eterno y sus hermanos y hermanas, la teología utiliza las expresiones "Hijo unigénito" e "hijos e hijas adoptivos". El Hijo no es creado, sino engendrado de la misma sustancia de amor y de comunión del Padre junto con el Espíritu. Nosotros, hermanos y hermanas del Hijo unigénito, hemos sido creados de la nada a imagen y semejanza del Hijo por el Padre, junto con el Espíritu. De todas formas, el Padre del Hijo es nuestro Padre. Con razón Jesús nos enseñó a llamarlo "Padre nuestro, que estás en el cielo". El Padre no está nunca sin el Hijo. Y el Hijo jamás está sin los demás hijos e hijas adoptivos del Padre, es decir, sin sus hermanos y hermanas. Esta visión impide todo autoritarismo y paternalismo, basados sólo en la figura de Dios creador, Padre del universo. Este Padre engendró primeramente al Hijo y en él a todos nosotros. De ahí se deriva que la comunidad de iguales, hermanos y hermanas, es la verdadera representación de la Trinidad. Y si existe la autoridad, ésta será para reforzar a la comunidad, al servicio de ella, en medio de ella y siempre con ella.

Es fascinante saber que existíamos antes de existir. Que estábamos en la mente del Padre. Que hemos sido eternamente amados. Que también sobre cada uno de nosotros el Padre dijo lo que dijo, lo que dice y lo que dirá siempre a su Hijo unigénito: "Tú eres mi hijo y mi hija muy amados. En vosotros puse todo mi cariño".


37. El Padre maternal y la Madre paternal

Cuando la fe cristiana profesa que Dios es Padre del Hijo eterno junto con el Espíritu Santo, quiere manifestar que en él experimentamos el misterio absoluto del que todo viene y hacia el que todo va. El es la fuente de toda fecundidad. Pues bien, esta idea puede expresarse tanto por el término Padre como por el término Madre. Cas palabras son diferentes, pero el concepto (lo que se piensa) es el mismo. Al decir Padre y Madre eternos queremos también expresar que lo femenino y lo masculino, que son imagen y semejanza de Dios según el Génesis (1,27), encuentran en la santísima Trinidad su última raíz y justificación. Quizá haya cristianos poco acostumbrados a este tipo de terminología, ya que somos herederos del predominio de lo masculino y de un lenguaje sexista de Dios. Realmente, si consultamos la Biblia, veremos que Dios es presentado también con los rasgos propios de la madre. Ya el buen papa Juan Pablo I decía acertadamente: "Dios es Padre, pero es más todavía Madre". El concilio de Toledo del año 675 enseña que "hemos de creer que el Hijo no procede ni de la nada ni de otra sustancia, sino que fue engendrado y nacido del seno del Padre, esto es, de su sustancia". Aquí se hace una referencia al seno; pero es la mujer y la madre la que posee seno. Dios es Padre maternal o Madre paternal. En otras palabras, la fecundidad de Dios se expresa mejor por las dos fuentes humanas de fecundidad que son el padre terreno y la madre terrena. Los dos expresan dignamente lo que es Dios en su misterio que da origen a todo, el Dios que subyace a todo el proceso de generación y aparición del nuevo ser.

El profeta Isaías en el Antiguo Testamento presentaba a Dios bajo la figura de una madre diciendo: "¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de sus entrañas?" (Is 49,15). Lo mismo ocurre con Dios, con mucha más razón. La actitud primordial de la madre es la de consolar y enjugar las lágrimas de los hijos e hijas. Así, el mismo profeta dice: "Como a un hijo a quien consuela su madre, así yo os consolaré a vosotros" (Is 66,13). Una de las características básicas de Dios es ser misericordioso. En la mentalidad hebrea, misericordioso significa "tener entrañas maternales". El padre del hijo pródigo revela rasgos maternales: corre al encuentro del hijo, lo abraza y lo cubre de besos. Del mismo modo podemos decir: Dios es solamente Padre eterno si muestra también características maternales. Solamente es Madre de ternura infinita si revela también dimensiones paternales. En el Padre y

en la Madre eterna nos sentimos plenamente acogidos, en el Reino de la confianza de los hijos y de las hijas, libres y felices, miembros de la familia divina.

Es sumamente reconfortante descubrir que el Padre sólo es plenamente Padre cuando se muestra también como Madre. Como el padre del hijo pródigo, él nos espera atisbando el recodo del camino, para correr a nuestro encuentro, abrazarnos y cubrirnos de besos. Pero para todo eso importa sentir añoranza de la casa paterna y materna y decidirse a volver a ella.

38. El Padre, el principio sin principio

La revelación que el Hijo encarnado nos ha hecho del Padre eterno nos permite entrever alguna cosa de su realidad inmanente. Nosotros solamente conocemos al Padre mediante la revelación del Hijo (Mt 11,27), en cuanto que el Padre representa, por excelencia, el misterio abismal. Cada una de las personas es misterio. Pero en el Padre el misterio destaca como misterio. Quede asentado que el misterio divino es siempre un misterio de comunión, de vida y de amor. No es una realidad que nos asusta, sino una realidad que nos fascina y nos invita a participar de su felicidad. La fe dice que el Padre es el principio sin principio. Como las demás personas es una fuente que hace manar vida desde toda la eternidad. El comunica esta vida en plenitud. Por eso creemos que el Padre "engendra" al Hijo en el Espíritu Santo. Como ya hemos visto anteriormente, el término "engendrar" no significa un desdoblamiento del Padre; es la forma como el Padre se revela en el Hijo eterno y muestra en él su fecundidad. El Padre también está junto con el Espíritu Santo, "espirándolo" en la unión con el Hijo unigénito. Esta "espiración" no significa que el Padre cause junto con el Hijo a la tercera persona, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo une al Padre y al Hijo en el amor que interpenetra a las tres divinas personas. Porque los divinos tres están siempre juntos, rezamos igualmente a los tres la misma oración: "Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo".

Todo el misterio trinitario es impenetrable a la razón humana. No solamente ahora que estamos aquí, en la tierra, sino también en la eternidad y para siempre. Sin embargo, este misterio está siempre abierto a la comprensión y a la comunión. Por esto él es Padre, en la medida en que es sin raíz y es la raíz de todo lo demás; pero también es Hijo, en la medida en que se revela y se muestra hacia fuera como verdad. Es también Espíritu Santo en la medida en que lo unifica todo y se entrega como amor. Cuando hablamos del Padre, nos referimos al último horizonte de todo, a aquel que lo contiene todo y lo ilumina todo. A partir de él es posible acoger a la persona del Hijo y del Espíritu Santo. Ellos están siempre juntos y son simultáneos. Pero para poder entender algo de la santísima Trinidad, aunque sólo sea bajo frágiles signos y leves alusiones, tenemos que empezar siempre por el Padre. El es el primero entre los simultáneos cuando queremos establecer cierto orden entre las personas trinitarias. En primer lugar, el Padre; en segundo, el Hijo; y en tercero, el Espíritu Santo. Este lenguaje es nuestro como expresión de nuestra fe. Pero hemos de saber que, en realidad, nadie es anterior o superior, sino que los tres son coiguales, coeternos y coamorosos. Pero es en la persona del Padre donde este misterio, igual en cada una de las personas, se muestra de una forma singular.

El ojo puede verlo todo, pero no puede verse a sí mismo. Cada río remite a la fuente, pero la fuente no remite a nada. Mana por sí misma. Esto se parece al misterio del Padre. El Padre es el origen escondido que lo permite todo y del que todo tiene comienzo. El está siempre presente, aunque invisible; presente para producir vida y defender a los que se sienten amenazados en su vida.


39. Cómo aparece el Padre: En el misterio de todas las cosas

La santísima Trinidad está presente toda entera en la creación. Cada persona divina aparece en su distinción y propiedad específica. ¿Cómo aparece el Padre en cuanto Padre en nuestro mundo? Ya hemos dicho que en el Padre entrevemos el carácter de misterio abismal de toda la santísima Trinidad. El Padre representa al primero y al último, el origen y el fin. El Padre significa la fecundidad, la generación y el origen último de todo lo que puede existir. El es, fundamentalmente, el principio sin principio, junto con los simultáneos: el Hijo y el Espíritu Santo. Decir que el Padre es el origen y el principio de todo es decir algo incomprensible para nosotros. Nuestro conocimiento es siempre de aquello que ya comenzó y que ya tuvo un origen. Por eso llegamos siempre después; nunca podemos presenciar el origen de nosotros mismos. Nosotros vivimos siempre a merced de un misterio. Entonces todo lo que tiene algo que ver con el origen, como el surgir de una nueva vida y el aparecer de cualquier ser nuevo, tiene que ver con el Padre, fuente y origen de todo. Todo lo que nos desafía y se nos presenta como un misterio es para nosotros una señal del Padre en la creación.

Es un misterio la existencia del universo; no tendría por qué existir, y sin embargo existe. Es un misterio la vida humana personalizada, la trayectoria individual de cada existencia, lo que ocurre en las profundidades del corazón humano, el sentido último de todo lo que existe. Todas estas investigaciones que vienen envueltas en la penumbra del misterio remiten al misterio del Padre. El Padre está presente en tales experiencias. Está presente en nuestro propio misterio, ya que andamos siempre en busca de un último puerto feliz o de un abrigo último. Se trata de un interrogante incansable: ¿De dónde venimos?, ¿qué hacemos aquí, en la tierra?, ¿hacia dónde caminamos? Intuimos más de lo que sabemos, ya que permanecemos en el misterio indescifrable. El Padre habita en nosotros, cuando suscitamos semejantes preguntas.

Otras veces nos vemos inmersos en crisis radicales; nos sentimos perdidos. 0 bien se trata de un pueblo postrado, ya que ha sido vencido y se ha visto privado de su identidad. Tiene que recomenzar todo de nuevo y rehacer los caminos. En una situación de crisis semejante, Jesús exclamó a Dios llamándolo "mi querido Papá" (Mt 26,39.42); el pueblo de Israel, al verse libre de la esclavitud, descubrió a Dios como Padre (Is 63,16). Hizo la experiencia de Dios, que escucha el grito de sus hijos oprimidos. Se reveló como el goel esto es, como Dios-Padre, vengador de los oprimidos injustamente.

Particularmente, los pobres y los humillados sienten a Dios como Padre y protector, ya que sólo Dios está a favor suyo. El mismo Jesús, Hijo del Padre, hizo de ellos los primeros destinatarios de su mensaje liberador. Es que en su intimidad con el Padre descubrió la dimensión liberadora del misterio del Padre. Hizo lo que siempre hizo el Padre, lo que el Padre hace y hará en la historia: toma partido por los vencidos injustamente para tomarlos bajo su custodia y protección. El Padre, por consiguiente, se hace presente en aquellos cuyo carácter filial queda más negado. Aparece en todos aquellos que se proponen y luchan por un mundo más fraterno (todos hijos y todos hermanos).

¿No está todo cargado de misterio? El cielo estrellado, la luz eléctrica, la sonrisa del niño, el gesto que ayuda al desvalido, la mano que se abre para dar... Es el misterio del Padre, que sale a flote y nos deja sus señales...