CAPÍTULO 1

En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno


1. De la soledad del uno a la comunión de los tres

¿Cómo es el Dios de nuestra fe? Muchos cristianos se imaginan a Dios como un ser infinito, omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que vive solo en el cielo y tiene a sus pies toda la creación. Es un Dios bondadoso, pero solitario. Otros le conciben como un padre misericordioso o un juez severo. Pero siempre piensan que Dios es solamente un ser supremo, único, sin posibles rivales, en el esplendor de su propia gloria. Podrá estar con los santos, con las santas y los ángeles en el cielo. Pero todos ellos son criaturas; por muy grandiosas que sean, no dejan de haber salido de las manos de Dios; por tanto, son inferiores, solamente semejantes a Dios. Pero Dios estaría fundamentalmente solo, porque hay un solo Dios. Esta es la fe del Antiguo Testamento, de los judíos, de los musulmanes y comúnmente de los cristianos.

Necesitamos pasar de la soledad del Uno a la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Al principio está la comunión entre varios, la riqueza de la diversidad, la unión como expresión de entrega y donación de una persona divina o las otras.

Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. La soledad es el infierno. Nadie es una isla. Estamos rodeados de personas, de cosas y de seres por todas partes. Por causa de la santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con todos, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que respete las diferencias y beneficie a todos.

La fe cristiana no niega la afirmación: sólo existe un Dios. Pero comprende de forma distinta la unidad de Dios. Por la revelación del Nuevo Testamento, lo que existe de hecho es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es Trinidad. Dios es la comunión de los divinos tres. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que están siempre unidos. Lo que existe es la unión de las tres divinas personas. La unión es tan profunda y radical que son un solo Dios. Es algo similar a tres fuentes que constituyen un único y mismo lago. Cada fuente corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para formar un solo lago. Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que constituyen una sola luz.

Es preciso cristianizar nuestra comprensión de Dios. Dios es siempre la comunión de las tres divinas personas. Dios-Padre nunca está sin el Dios-Hijo y el Dios-Espíritu Santo. No es suficiente confesar que Jesús es Dios. Hay que decir que él es el Dios-Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. No podemos hablar de una persona sin hablar también de las otras dos.


2. En el principio está la comunión

Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca. Coexisten desde toda la eternidad; nadie es anterior ni posterior, ni superior ni inferior al otro. Cada Persona envuelve a las otras, todas se interpenetran mutuamente y moran unas en otras. Es la realidad de la comunión trinitaria, tan infinita y profunda que los divinos tres se unen y son por eso mismo un solo Dios. La unidad divina es comunitaria, porque cada persona está en comunión con las otras dos.

¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las personas pueden estar en comunión. Implica que una esté en presencia de la otra, distinta de la otra, pero abierta, en una reciprocidad radical. Para que haya verdadera comunión, tiene que haber relaciones directas e inmediatas: ojo a ojo, rostro a rostro, corazón a corazón. El resultado de la entrega mutua y de la comunión recíproca es la comunidad. La comunidad resulta de relaciones personales, en las que cada uno es aceptado como es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí mismo.

Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona divina sale de sí misma y se entrega a las otras dos. Da la vida, el amor, la sabiduría, la bondad y todo lo que es. Las personas son distintas (el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar separadas, sino para unirse y poder entregarse unas a otras.

En el principio está no la soledad del uno, de un ser eterno, solo e infinito. En el principio está la comunión de los tres únicos. La comunión es la realidad más profunda y fundadora que existe. El amor, la amistad, la benevolencia y la entrega entre las personas humanas y divinas existen por causa de la comunión. La comunión de la santísima Trinidad no está cerrada sobre sí misma. Se abre hacia fuera. Toda la creación significa un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas, a entrar también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas divinas. El mismo Jesús lo dijo muy bien: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21).

"Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo"(Juan Pablo II en Puebla, e128 de enero de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM).


3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sóla?

Hay muchas personas que se sienten intrigadas por el número tres de la Trinidad, ya que afirmamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo; por tanto, tres personas divinas. La dificultad se agiganta más aún cuando decimos: los tres son uno, es decir, las tres personas son un solo Dios. ¿Qué matemáticas son ésas, en las que tres es absurdamente igual a uno? En función de este tipo de raciocinio, dejan de tener fe en la Trinidad y abandonan el núcleo mejor del cristianismo. Y entonces dicen: lo más normal sería, entonces, admitir tres dioses o quedarse simplemente con un solo Dios.

En primer lugar, la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) no es una cuestión de número. No estamos en matemáticas, donde las cantidades se suman, se restan, se multiplican o se dividen. Estamos en otro campo de pensamiento. Cuando decimos Trinidad no queremos hacer una suma de 1+1+1=3. La misma palabra Trinidad es una creación de nuestro lenguaje, que no se encuentra en la Biblia. Empezó a utilizarse después del año 150; comenzó primero con Teodoto, un hereje, y fue luego asumida por el teólogo laico Tertuliano (murió en el 220). En Dios no hay número. Cuando hablamos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos referimos siempre a un único. Lo único es la negación de todo número. Lo Único significa: sólo existe un ejemplar, como si en el firmamento hubiera sólo una estrella, o en el agua un solo pez y en la tierra un solo ser humano y nadie más. Entonces debemos pensar así: sólo existe el Padre como Padre y nadie más; sólo existe el Hijo como Hijo y nadie más; sólo existe el Espíritu Santo como Espíritu Santo y nadie más. Rigurosamente hablando, no deberíamos decir "tres únicos", sino siempre: el único es único, tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pero para facilitar nuestra manera de hablar, decimos con poca precisión: "tres únicos" o también "Trinidad".

Pero no podemos pararnos en este tipo de reflexión; en caso contrario, diríamos con toda razón: ¡entonces existen tres dioses, porque está tres veces el único! Así estaríamos en el triteísmo. Aquí importa introducir la otra verdad: la interrelación, la inclusión de cada persona, la perijóresis. Los únicos no están entonces vueltos sobre sí mismos, sino que están eternamente relacionados unos con otros. El Padre es siempre el Padre del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo es siempre el Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es eternamente el Espíritu del Hijo y del Padre. Esta interacción y compenetración entre cada único hace que exista un solo Dios-comunión-unión.

Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una sola comunión.

Si hubiera un único solo, un solo Dios, existiría, en definitiva, la soledad. Por detrás de todo el universo, tan diverso y tan armonioso, no habría la comunión, sino solamente la soledad. Todo terminaría como la punta de una pirámide: en un único punto solitario.

Si hubiera dos únicos, el Padre y el Hijo, habría primeramente la separación: uno sería distinto del otro. Luego estaría también la exclusión: uno no sería el otro. Faltaría la comunión entre ellos y, por tanto, la unión entre el Padre y el Hijo.

Pues bien, con la Trinidad alcanzamos la perfección, ya que se da la unión y la inclusión. Por la Trinidad se evita la soledad del uno, se supera la separación de dos (Padre e Hijo) y se va más allá de una exclusión de uno del otro (el Padre del Hijo, el Hijo del Padre). La Trinidad se permite la comunión y la inclusión. La tercera figura revela la apertura y la unión de los opuestos. Por eso, el Espíritu Santo, la tercera persona divina, fue comprendido siempre como la unión y la comunión entre el Padre y el Hijo, siendo la expresión de la corriente de vida y de interpenetración que vige entre los divinos únicos durante toda la eternidad.

Por consiguiente, no es arbitrario que Dios sea la comunión de tres únicos. La Trinidad muestra que, por debajo de todo lo que existe y se mueve, habita una dinámica de unificación, de comunión y de eterna síntesis de los distintos en un infinito total, vivo, personal, amoroso y absolutamente realizador.

¿Por qué negar a las personas la verdadera información, aquel derecho fundamental de cada uno a saber de dónde vino, adónde va y cuál es su verdadera familia? Venimos de la Trinidad, del corazón del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. Y peregrinamos hacia el reino de la Trinidad, que es comunión total y vida eterna.


4. Es peligroso decir: Un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra

Quedarse únicamente en la fe en un solo Dios, sin pensar en la santísima Trinidad como la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es peligroso para la sociedad, para la política y para la Iglesia. Al contrario, decir que Dios es siempre comunión de las tres divinas personas permite fomentar la colaboración, las buenas relaciones y la unión entre los diversos miembros de una familia, de una comunidad y de una Iglesia. Veamos los peligros de un monoteísmo (afirmación de un solo Dios) rígido, fuera de la comprensión trinitaria. El puede engendrar y justificar el totalitarismo político, el autoritarismo religioso, el paternalismo social y el machismo familiar.

1. El totalitarismo político

Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo Dios en el cielo, tiene que existir también un solo jefe en la tierra. Así es como surgieron los reyes, los líderes y los jefes políticos que dominaban ellos solos a sus pueblos, alegando que imitaban a Dios en el cielo. Dios solo gobierna y dirige el mundo, sin dar explicaciones a nadie. El totalitarismo político creó, por parte de los líderes, la prepotencia, y por parte de los liderados, la sumisión. Los dictadores pretenden saber ellos solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren ejercer ellos solos la libertad. Todos los demás deben acatar sus órdenes y obedecer. La mayor parte de los países son herederos de una comprensión semejante del poder. Se ha metido en la cabeza del pueblo. Por eso es difícil aceptar la democracia, en la que todos ejercen la libertad y todos son hijos de Dios.

2. El autoritarismo religioso

Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo Cristo, así también debe existir una sola religión y un solo jefe religioso. Según esta comprensión, la comunidad religiosa está organizada en torno a un solo centro de poder, que lo sabe todo, que habla de todo, que lo hace todo; los demás son simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe determina. Los evangelios, por ejemplo, no piensan así: está siempre la comunidad y, dentro de ella, los coordinadores para animar a todos.

3. El paternalismo social

Algunos se imaginan a Dios como un gran padre. Con su providencia atiende a todo y retiene sólo en sí todo el poder. Los grandes señores de este mundo dominan apelando al nombre de Dios-amo, en la sociedad y en la familia. Se olvidan de que Dios tiene un Hijo y que convive con el Espíritu Santo en igualdad perfecta. Dios Padre no sustituye los esfuerzos de los hijos e hijas. Nos invita a colaborar. Sólo la fe en un Dios-comunidad y comunión ayuda a crear una convivencia fraterna.

4. El machismo familiar

Dios, por ser Padre, es representado como masculino. Lo masculino asume entonces todos los valores, rebajando a lo femenino y a la mujer. Surge así el dominio del macho y una cultura machista. Esta cultura hizo tensas todas las relaciones y privó a todos de expresar su ternura, especialmente a las mujeres, relegadas a ser tan sólo fuerza auxiliar del hombre. Dios es un Padre que engendra; mostró en su revelación rasgos femeninos y maternales. Por eso se le comprende también como Madre de bondad insondable. Pensando siempre en los tres juntos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como iguales y con la misma dignidad, quitamos el soporte ideológico del machismo, que tan perjudicial ha sido para nuestras relaciones familiares.

La fe en la santísima Trinidad es un correctivo para nuestras desviaciones y una poderosa inspiracion para vivir bien en el mundo y en las Iglesias.

Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, entonces el principio creador y sustentador de toda unidad en los grupos, en la sociedad y en las Iglesias tiene que ser la comunión entre todos los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el consenso fraterno.


5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad

El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan juntos y juntos nos introducen en su comunión de vida y de amor. En la santísima Trinidad no se realiza nada sin la comunión de las tres personas. En la piedad de muchos fieles hay una desintegración de la vivencia del Dios trino. Algunos sólo se quedan con el Padre, otros sólo con el Hijo y, finalmente, otros sólo con el Espíritu Santo. De esta manera surgen desviaciones en nuestro encuentro con Dios que perjudican a la propia comunidad.

1. La religión sólo del Padre: el patriarcalismo

La figura del padre es central en la familia y en la sociedad tradicional. El dirige, decide y sabe. Así, algunos se representan a Dios como un padre todopoderoso, juez de la vida y de la muerte de los hijos e hijas. Todos dependen de él y, por eso, son considerados como menores. Esta comprensión puede llevar a que los cristianos se sientan resignados en su miseria y alimenten un espíritu de sumisión a los jefes, al papa y a los obispos, sin creatividad alguna. Dios es ciertamente Padre, pero Padre del Hijo, que, junto con el Espíritu Santo, viven en comunión e igualdad.

2. La religión sólo del Hijo: vanguardismo

Otros se quedan sólo con la figura del Hijo, Jesucristo. El es el "compañero", el "maestro" o "nuestro jefe". Especialmente entre los jóvenes y en los cursillos de cristiandad se ha desarrollado una imagen entusiástica y joven de Cristo, hermano de todos y líder que entusiasma a los hombres. Es un Jesús relacionado sólo por los lados, sin ninguna dimensión vertical, en dirección al Padre. Esta religión crea cristianos vanguardistas, que pierden contacto con el pueblo y con el caminar de las comunidades.

3. La religión sólo del Espíritu Santo: espiritualismo

Hay sectores cristianos que se concentran solamente en la figura del Espíritu Santo. Cultivan el espíritu de oración, hablan en lenguas, imponen las manos y dan cauce a sus emociones interiores y personales. Estos cristianos se olvidan de que el Espíritu es siempre el Espíritu del Hijo, enviado por el Padre para continuar la obra liberadora de Jesús. No basta la relación interior (Espíritu Santo), ni solamente hacia los lados (Hijo), ni sólo la vertical (Padre). Hay que integrar las tres. ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos un Padre que nos acoge? ¿Qué sería de nosotros si ese Padre no nos diese a su Hijo para hacernos también hijos? ¿Qué sería de nosotros si no hubiésemos recibido al Espíritu Santo, enviado por el Padre a petición del Hijo para morar en nuestra interioridad y completar nuestra salvación? ¡Vivamos la fe completa, en una experiencia completa de la imagen completa de Dios como trinidad de personas!

La persona humana, para ser plenamente humana, necesita relacionarse por los tres lados: hacia arriba, hacia los lados y hacia dentro. Es que la Trinidad nos sale al encuentro: el Padre está infinitamente "arriba"; el Hijo es el radical "para todos los lados" y el Espíritu en el total (hacia dentro).


6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

El cristiano comienza y termina el día con la oración de "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Se trata de algo mucho más importante que una profesión de fe en el Dios cristiano, que es siempre el Dios trino; es una alabanza a las tres divinas personas, por haberse revelado en la historia y habernos invitado a participar de su comunión divina. La respuesta humana a la revelación de la santísima Trinidad es el agradecimiento y la glorificación. En primer lugar, quedamos entusiasmados, pues percibimos que, con la existencia de las tres divinas personas, estamos envueltos en la vida y en el amor que irradian de su comunión íntima. Luego empezamos a pensar cómo son las tres personas en comunión, qué cualidades posee cada una de ellas y cómo se relacionan con la creación.

Jesús nos reveló su secreto de Hijo y su relación íntima con el Padre en una oración cargada de la alegría del Espíritu: "Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra... Nadie conoce al hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera manifestar" (Lc 10,21-22). Así también nosotros nos acercamos a la santísima Trinidad por la oración, por la adoración y por la acción de gracias.

¿Qué estamos diciendo cuando rezamos "Gloria"? Gloria es de suyo la manifestación de la Trinidad tal como es: comunión de los divinos tres. Gloria es revelar la presencia de Dios trino en la historia. La presencia siempre trae alegría, fascinación y sentimiento de comunión. Saber que Dios es comunión de tres personas que se aman infinita y eternamente en descubrir la belleza de Dios, su esplendor y la alegría. Un Dios solo carece de belleza y de humor. Tres personas unidas en la comunión y en la misma vida, entregadas unas a otras eternamente, causan un enorme asombro y una íntima alegría. Esta alegría es mayor cuando nos sentimos invitados a la participación.

Cuando rezamos el "Gloria" queremos devolver la gloria que descubrimos de Dios. Gloria con gloria se paga. Agradecemos que la santísima Trinidad quiera manifestarse, venir a morar con nosotros. Le damos gracias al Padre porque posee un Hijo unigénito y nos ha creado como hijos e hijas en el Hijo, en la fuerza del amor del Espíritu Santo. Quedamos contentos, porque nos ha enviado a su propio Hijo para ser nuestro hermano y salvador. Agradecemos que el Padre y el Hijo nos entregaran el Espíritu Santo, que nos ayuda a aceptar a Jesucristo y nos enseña a rezar diciendo "Padre nuestro", santificándonos e introduciéndonos en la comunidad trinitaria a partir de nuestro propio corazón hecho templo del Espíritu.

Muchas veces, al acostarme por la noche, me he preguntado: ¿Cómo es Dios? ¿Qué nombre expresa la comunión de los divinos tres? Y no he encontrado ninguna palabra ni he visto ninguna luz. Comencé entonces a alabar y glorificar. Y en aquel momento mi corazón se llenó de luz. Y ya no pregunté más: estaba dentro de la misma comunión divina.


7.
La santísima Trinidad es un misterio para ser siempre conocido de nuevo

Decimos de ordinario que la santísima Trinidad es el mayor misterio de nuestra fe. ¿Cómo es que tres personas pueden ser un solo Dios? En efecto, la santísima Trinidad es un misterio augusto ante el cual vale más callarse que hablar. Pero hemos de entender correctamente lo que queremos decir cuando hablamos de misterio. Normalmente se entiende por misterio una verdad revelada por Dios que no puede ser conocida por la razón humana: ni se conoce su existencia ni —después de revelada— se conoce su contenido.

En esta acepción el misterio significa el límite de la razón humana. Esta intenta entender, pero cuando se han agotado sus fuerzas renuncia a las reflexiones y acepta humildemente, por causa de la autoridad divina, la verdad revelada. Este concepto de misterio fue asumido en una época de la Iglesia en la que los filósofos querían sustituir la revelación divina por la filosofía; en el siglo xix hubo algunos pensadores que se atrevieron a decir que todas las verdades del cristianismo no eran más que verdades naturales, por lo cual era posible prescindir de las Iglesias y asimilar las llamadas verdades reveladas en los sistemas de pensamiento.

La comprensión más original y correcta del misterio viene de la Iglesia antigua. Misterio significaba entonces no una realidad escondida e incomprensible al entendimiento humano, sino más bien el designio de Dios revelado a unas personas privilegiadas, como los grandes místicos, las personas santas, los profetas y los apóstoles, y comunicado a todos por medio de ellos. El misterio debe ser conocido y reconocido por los hombres y las mujeres. No significaba el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón. Cuanto más conocemos a Dios y su designio de comunión con los seres humanos, más nos sentimos invitados y desafiados a conocer y a profundizar.

Y podemos profundizar durante toda la eternidad sin llegar jamás al fin. Subimos de un peldaño de conocimientos a otro peldaño, abriendo cada vez más los horizontes sobre lo infinito de la vida divina, sin vislumbrar nunca un límite. Dios es así vida, amor, sobreabundancia de comunicación, en la que nosotros mismos quedamos sumergidos. Esta visión del misterio no provoca angustia, sino expansión del corazón. La santísima Trinidad es misterio ahora y lo será por toda la eternidad. Nosotros lo conoceremos cada vez más, sin agotar nunca nuestra voluntad de conocer y de alegrarnos con el conocimiento que vamos adquiriendo progresivamente. Conocemos para cantar, cantamos para amar, amamos para estar juntos en comunión con las divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

"Dios puede ser aquello que no podernos entender" (san Hilario). "¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos.!.. De él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén"  (epístola a los Romanos 11,33.36).


8. La
"perijóresis": La interpenetración de las tres divinas personas

Siempre que hablamos de la santísima Trinidad hemos de pensar en la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta comunión significa la unión de las personas y la manifestación, de esta forma, del único Dios trino. ¿Cómo se da esta comunión entre las divinas personas? Los teólogos ortodoxos han acuñado una expresión que comenzó a divulgarse a partir del siglo VII, especialmente por san Juan Damasceno (muerto en el 750): perijóresis. Como no existe una buena traducción en ninguna lengua moderna, creemos conveniente mantenerla en griego. Pero hemos de entenderla bien, ya que nos abre una comprensión fructuosa de la santísima Trinidad. Perijóresis quiere decir, en primer lugar, la acción de envolver cada una de las personas a las otras dos. Cada persona divina penetra en la otra y se deja penetrar por ella. Esta interpenetración es expresión del amor y de la vida que constituyen la naturaleza divina. Es propio del amor comunicarse; es natural que la vida se desarrolle y quiera comunicarse. De la misma manera, los divinos tres se encuentran desde toda la eternidad en una infinita eclosión de amor y de vida, uno en dirección al otro.

El efecto de esta mutua interpenetración es que cada persona mora en la otra. Este es el segundo sentido de perijóresis. En palabras sencillas, esto significa: el Padre está siempre en el Hijo, comunicándole la vida y el amor; el Hijo está siempre en el Padre, conociéndolo y reconociéndole amorosamente corno Padre; el Padre y el Hijo están en el Espíritu Santo como expresión mutua de vida y de amor; el Espíritu Santo está en el Hijo y en el Padre como fuente y manifestación de la vida y del amor de esta fuente abismal. Todos están en todos. Lo definió muy bien el concilio de Florencia en el año 1441: "El Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo. El Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo. El Espíritu está todo en el Padre y todo en el Hijo. Ninguno precede al otro en eternidad, ni lo supera en grandeza, ni le sobrepuja en poder".

Así pues, la santísima Trinidad es un misterio de inclusión. Esta inclusión impide que entendamos a una persona sin las otras. El Padre debe comprenderse siempre junto con el Hijo y con el Espíritu Santo, y así sucesivamente. Alguno podría pensar: ¿Habrá entonces tres dioses, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Los habría si uno estuviese al lado del otro, sin relación con él; los habría si no hubiese relación e inclusión de las tres divinas personas. No existen primero los tres y luego su relación. Los tres conviven sin principio y se entrelazan eternamente. Por eso son un solo Dios, un Dios-Trinidad.

"La física moderna ha demostrado que no podemos hablar ya de partículas elementales, como átomos, núcleos y hadrones. En la nueva visión, el universo se concibe como una trama de acontecimientos siempre relacionados; todos los fenómenos naturales están interligados, de manera que ninguno puede explicarse por sí mismo sin los otros. Es el reflejo de la perijóresis divina dentro de la creación"(Fritjof Capra, en el capítulo `Interpenetracáo" del libro O Tao da Fisica, S. Paolo 1987, 213-225).


9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo

¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? Hay dos caminos que debemos seguir. En primer lugar, la santísima Trinidad se reveló en la vida de las personas, en las religiones, en la historia y, luego, en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en la manifestación del Espíritu Santo en las comunidades de la primitiva Iglesia y en el proceso histórico hasta los días de hoy. Aun cuando los hombres y las mujeres no supieran nada de la santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitaban desde siempre en la vida de las personas. Siempre que las personas seguían las llamadas de sus conciencias; siempre que obedecían más a la luz que a las ilusiones de la carne; siempre que realizaban la justicia y el amor en las relaciones humanas, estaba presente la santísima Trinidad. Porque Dios trino no se encuentra fuera de esos valores a que aludíamos. San Ireneo (murió por el año 200) dijo acertadamente: "El Hijo y el Espíritu Santo constituyen las dos manos por las cuales nos toca el Padre, nos abraza y nos moldea cada vez más a su imagen y semejanza. El Hijo y el Espíritu Santo han sido enviados al mundo para morar entre nosotros e insertarnos en la comunión trinitaria".

La santísima Trinidad, en este sentido, no estuvo nunca ausente de la historia, de las luchas y de la vida de las personas de todos los tiempos. Hemos de distinguir siempre entre la realidad de la santísima Trinidad y la doctrina sobre ella. La realidad de las tres divinas personas ha acompañado siempre a la historia humana. La doctrina surgió luego, cuando las personas captaron la revelación de la santísima Trinidad y pudieron formular doctrinas trinitarias.

La revelación misma de la santísima Trinidad en toda su claridad sólo vino por medio de Jesucristo y por las manifestaciones del Espíritu Santo. Hasta entonces, en las religiones, en los profetas del Antiguo Testamento y en algunos textos sapienciales aparecían algunas alusiones trinitarias. Con Jesús irrumpió la conciencia clara de que Dios es Padre que envía a su Hijo unigénito, encarnado en Jesús de Nazaret en virtud del Espíritu Santo; él formó la santa humanidad de Jesús en el seno de la virgen María y llenó a Jesús de entusiasmo para predicar y curar, así como envió a los apóstoles para dar testimonio y fundar comunidades cristianas. Sólo podremos entender a Jesucristo si lo comprendemos tal como nos lo presentan los evangelios: como Hijo del Padre y lleno del Espíritu Santo. La Trinidad no se revela como una doctrina, sino como una práctica: en los comportamientos y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en el mundo y en las personas.

¡Padre, extiende tu mano y sálvanos de esta miseria! Y el Padre, que escucha el grito de sus hijos e hijas oprimidos, extendió sus dos manos para liberarnos y abrazarnos en su seno bondadoso: el Hijo y el Espíritu Santo.