1. SOLIDARIDAD/QUE-ES  CV/SOLIDARIDAD JUAN-PABLO-II "Sollicitudo Rei Socialis".

El papa nos pide dos cosas íntimamente relacionadas: Primera: "Una opción o amor preferencial por los pobres", "como forma especial de primacía de la caridad cristiana". No es ciertamente una opción doctrinal. Se nos pide una actitud vital que anime todos nuestros comportamientos, que influya en "nuestro modo de vivir y en las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y uso de los bienes". Esta opción, cuando es sincera, nos lleva a la segunda exigencia del Papa (n. 42). 

Segunda: "Conversión a la solidaridad". ¡Qué bien le cuadra al Adviento esta llamada del Papa a la conversión"! ¡Y cómo nos concreta el "hacia donde" debemos "volvernos"! El lo llama "solidaridad" y la califica como "actitud moral y social, y como virtud". Y hasta nos la define: "Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común". Pero Juan Pablo II no se conforma con definiciones y nos concreta la virtud de la solidaridad en dos actitudes permanentes ante la vida, dos nuevos puntos para nuestro examen personal de conciencia. 

Primera exigencia de la solidaridad: entrega de nuestra persona, la invitación a "perdernos", en el sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, a "servirlo" en lugar de "oprimirlo para el propio provecho" (40). Es nuestra entrega personal la que nos pide el Papa. 

La segunda exigencia es consecuencia de la primera: "Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo" (Luc. 3, 11). En lenguaje de hoy, menos concreto pero no menos claro: comunicación de bienes, pero no sólo de los superfluos, sino incluso de los necesarios.

Y llegamos aquí a la frase de la encíclica que se ha utilizado para oscurecer otros aspectos fundamentales de la misma. Es la referencia a los bienes de la Iglesia, a los adornos superfluos de los templos..., etc.

De toda esta frase, lamentablemente, se ha destacado la anécdota y se ha olvidado la categoría, se ha magnificado una aplicación que el Papa hace de su doctrina y no se ha destacado bastante ni universalizado la doctrina misma.

La anécdota, la aplicación, aunque importante, es el ejemplo que el Papa propone a modo de sugerencia: "Podría ser obligatorio enajenar esos bienes para dar pan, bebida y vestido a quien carece de ello".

Pero la doctrina es mucho más universal, más urgente y mucho más comprometedora para todos y, especialmente, para los cristianos.

El papa formula así el principio: "Pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma (como comunidad de creyentes), sus ministros (máximos responsables y primeros obligados a vivir personalmente lo que predicamos) y cada uno de sus miembros, todos cuantos creemos en Jesús) están llamados a aliviar la miseria de los que sufren, cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario" (n. 31). Los paréntesis no son de la Encíclica pero pueden ayudar a su reflexión.

El papa a la hora de comprometernos, hace añicos todas nuestras coartadas que, para no darnos y para no dar, solemos crearnos los cristianos.

Primera coartada: pedir a la Iglesia lo que nosotros no somos capaces de vivir personalmente. Frente a ella se nos insiste en nuestro deber, como ministros de la Iglesia o como simples miembros de ella. De nuestras personas tenemos responsabilidad total e intransferible. De la comunidad nuestra responsabilidad es compartida, "corresponsabilidad". El camino más directo para cambiar la comunidad es precisamente la conversión a la solidaridad de cuantos la componemos.

Segunda coartada: el desconocimiento concreto de quienes necesitan de nuestros bienes. Y sabiendo el Papa que el mundo actual ha convertido en "próximos" a quienes antes o desconocíamos o considerábamos muy lejanos, nos recuerda el deber de aliviar la miseria de los que sufren "cerca o lejos".

Tercera coartada: por mucho que yo dé nunca podré remediar las enormes necesidades de los hombres. Y el Papa, conocedor de nuestra posible excusa, no nos habla de "remedios" y sí de la llamada de Cristo a "aliviar la miseria de los que sufren".

Y cuarta coartada tras la que nos respaldamos para tener y consumir sin acordarnos de los demás: la distinción entre bienes necesarios y bienes superfluos, limitando a éstos el deber de comunicar. Frente a ésta Juan Pablo II nos recuerda la doctrina del Concilio Vaticano II: "Los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos" (G.S., n. 69). Y la doctrina de Juan XXIII: "es deber de todo hombre, y sobre todo, de todo cristiano, considerar lo superfluo como la medida de las necesidades de los demás" (cita a dicho número del Concilio). Aplicando la doctrina de la Encíclica podemos muy bien afirmar que en un mundo donde todos mueren de hambre y donde existe el subdesarrollo que el Papa describe, casi todo lo que nosotros tenemos entra en la categoría de lo superfluo.

TENER/SER. Y por si lo anterior fuera poco, termina este párrafo de la Encíclica con estas tremendas palabras: "el tener de algunos puede ser a expensas del ser de tantos otros". Frase ésta que nos sugiere una pregunta con la que terminamos este comentario que debe prepararnos a la Venida del Señor: lo que yo poseo y guardo, ¿no será a costa de que otros hombres, en alguna parte, dejen de ser?

D ORTEGA GAZO
DABAR 1988, 3