TELEVISIÓN - TEXTOS
1. TV/EDUCACION EDUCO/TV:
«Un niño, a los catorce años, ya ha visto medio millón de anuncios
distintos, amén de los repetidos, según un estudio japonés. El anuncio
televisivo es algo de lo más pensado y trabajado. ¿A qué parte de
nuestra persona se dirigen los anuncios y spots publicitarios? Cada
hora de T.V. escuchamos más de 30.000 palabras: palabras que nos
domestican o resbalan o nos embotan o nos envician o nos vacían, y
que difícilmente llegan al corazón».
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2. FAM/TV/PAPA TV/SABER-MIRAR:
TELEVISION Y FAMILIA: CRITERIOS PARA SABER MIRAR
Mensaje de Juan Pablo II con ocasión de la XXVIII Jornada Mundial
de las Comunicaciones Sociales
Queridos hermanos y hermanas:
EN las últimas décadas, la televisión ha revolucionado las
comunicaciones influenciando profundamente la vida familiar. Hoy, la
televisión es una fuente importante de noticias, de información y de
entretenimiento para innumerables familias, hasta el extremo de
modelar sus actitudes, sus opiniones, sus valores y sus prototipos de
comportamiento.
La televisión puede enriquecer la vida familiar: puede unir más a
sus miembros y promover su solidaridad hacia otras familias y hacia la
Humanidad en su conjunto; puede aumentar no sólo su cultura
general, sino también la religiosa, permitiendo a sus miembros
escuchar la Palabra de Dios, reforzar su identidad religiosa y nutrir su
vida moral y espiritual.
-La televisión debe ser veraz
La televisión puede también dañar la vida familiar: difundiendo
valores y modelos de comportamiento degradantes, emitiendo
pornografia e imágenes de brutal violencia; inculcando el relativismo
moral y el escepticismo religioso, difundiendo mensajes distorsionados
o información manipulada sobre los hechos y los problemas de
actualidad; transmitiendo publicidad de explotación, que recurre a los
más bajos instintos; exaltando falsas visiones de la vida que
obstaculizan la realización del reciproco respeto, de la justicia y de la
paz.
La televisión puede seguir teniendo efectos negativos sobre la
familia aunque los programas televisivos no sean de por sí
moralmente criticables: puede aislar a sus miembros en sus mundos
privados, eliminando las auténticas relaciones interpersonales, y
dividir también a la familia, alejando a los padres de los hijos y a los
hijos de los padres.
Dado que la renovación moral y espiritual de la familia humana, en
su conjunto debe radicarse en la auténtica renovación de las familias
individuales, el tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales 1994 -"Televisión y familia: criterios para sanos hábitos en su
uso"- es particularmente apropiado, sobre todo en este Año
Internacional de la Familia, durante el cual la comunidad mundial está
buscando la forma de dar nuevo vigor a la vida familiar.
Este mensaje, deseo subrayar especialmente la responsabilidad de
los padres, de los hombres y de las mujeres de la industria televisiva,
las responsabilidades de las autoridades públicas y de los que tienen
deberes educativos y pastorales en la Iglesia. En sus manos está el
poder de hacer de la televisión un medio cada vez más eficaz para
ayudar a las familias a desarrollar su papel, que es el de constituir
una fuerza de renovación moral y social.
Dios ha investido a los padres de la grave responsabilidad de
ayudar a los hijos a "buscar la verdad desde su más tierna infancia y
a vivir de conformidad con ella, a buscar el bien y a promoverlo"
(Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1991, n. 3). Tienen, por lo
tanto, el deber de llevar a sus hijos a apreciar "todo lo que hay de
verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de
virtuoso y de encomiable" (Flp 4, 8).
-Los padres deben inculcar criterios sanos
Por consiguiente, además de ser espectadores en condiciones de
discernir por sí mismos, los padres deberían contribuir activamente a
formar en sus hijos hábitos en el uso de la televisión que conduzcan a
un sano desarrollo humano, moral y religioso. Los padres deberian
informar previamente a sus hijos sobre el contenido de los programas
y, consecuentemente, hacer una elección consciente, para el bien de
la familia, sobre lo que se debe ver o no. A este propósito pueden ser
de ayuda tanto las recensiones y los juicios proporcionados por
organismos religiosos y por otros grupos responsables, como
programas adecuados educativos propuestos por los medios de
comunicación social. Los padres deberían también discutir sobre la
televisión con sus hijos, capacitándolos para regular la cantidad y la
calidad de los programas que ven y para discernir y juzgar los valores
éticos que están en la base de determinados programas, puesto que
la familia es «el vehículo privilegiado para la transmisión de esos
valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a conseguir la
propia identidad" (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n.
2).
Formar los hábitos de los hijos, a veces puede querer decir
sencillamente apagar el televisor porque hay cosas mejores que
hacer, o porque la consideración hacia otros miembros de la familia lo
requiere o porque la visión indiscriminada de la televisión puede ser
perjudicial. Los padres que hacen un uso regular y prolongado de la
televisión como si se tratara de una especie de "niñera" electrónica,
abdican de su deber de principales educadores de sus hijos. Tal
dependencia de la televisión puede privar a los miembros de la familia
de la oportunidad de relacionarse los unos con los otros por medio de
la conversación, las actividades y la oración comunes. Los padres
prudentes son, además, conscientes de que también los buenos
programas deben ser complementados por otras fuentes de
información, entretenimiento, educación y cultura.
Para garantizar que la industria televisiva salvaguarde los derechos
de las familias, los padres deberían expresar sus legítimas
preocupaciones a los productores y a los responsables de los medios
de comunicación social. A veces, será útil unirse a otros, formando
asociaciones que representen sus intereses con relación a los medios
de comunicación, a los anunciadores, a los "sponsors" y a las
autoridades públicas.
-Los profesionales de la televisión deben promover auténticos
valores
Los que trabajan para la televisión -ejecutivos y "managers",
productores y directores, escritores e investigadores, periodistas,
personajes de la pantalla y técnicos- todos tienen graves
responsabilidades morales hacia las familias, que constituyen la gran
parte de su público. En su vida profesional y personal, los que
trabajan en el ámbito televisivo deberían comprometerse al máximo
con la familia en cuanto comunidad social fundamental de vida, amor y
solidaridad. Reconociendo la capacidad de persuasión de la
estructura en la que trabajan, deberían hacerse promotores de
auténticos valores espirituales y morales y evitar «todo lo que puede
dañar a la familia en su existencia, en su estabilidad, en su equilibrio y
en su felicidad" incluyendo "erotismo o violencia, apología del divorcio
o actitudes antisociales entre los jóvenes" (Pablo Vl, Mensaje para la
Jornada Mundial de las Comunidades sociales 1969, n. 2).
La televisión trata con frecuencia temas serios: la humana debilidad
y el pecado, y sus consecuencias para los individuos y la sociedad;
los defectos de las instituciones sociales, incluidos los gobiernos y la
religión; los interrogantes fundamentales sobre el significado de la
vida. Debería tratar estos temas responsablemente, sin
sensacionalismos, con sincera solicitud por el bien de la sociedad y un
respeto escrupuloso por la verdad. "La verdad os hará libres" (Jn 8,
32), dijo Jesús; y toda la verdad tiene su fundamento en Dios, que es
también la fuente de nuestra libertad y de nuestras capacidad
creativa.
Al cumplir sus propias responsabilidades, la industria televisiva
debería desarrollar y observar un código ético que incluya el
compromiso de satisfacer las necesidades de las familias y promover
valores que apoyen la vida familiar. También los Consejos de los
medios de comunicación, formados tanto por miembros de la industria
televisiva como por representantes del gran público, son también un
camino muy deseable para hacer la televisión más sensible a las
necesidades y a los valores de sus audiencias. Tanto si los canales
de la televisión están gestionados por la industria televisiva pública o
privada, son un instrumento público al servicio del bien común, no son
solamente un "terreno" privado para intereses comerciales o un
instrumento de poder o de propaganda para determinados grupos
sociales, económicos o politicos; existen para servir al bien de toda la
sociedad.
Como "célula" fundamental de la sociedad, la familia merece, por lo
tanto, ser atendida y defendida con medidas apropiadas por parte del
Estado y de las demás instituciones (cf. Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 1994, n. 5). Esto subraya la responsabilidad que
incumbe a las autoridades públicas con respeto a la televisión.
Diálogo entre la industria televisiva y el público
Reconociendo la importancia de un libre intercambio de ideas o de
información, la Iglesia apoya la libertad de expresión y de prensa (cf.
Gaudium et spes, n. 59). Al mismo tiempo, insiste en el hecho de que
"debe ser respetado el derecho de cada persona, de las familias y de
la sociedad, a la privacidad, a la pública decencia y a la protección de
los valores fundamentales de la vida" (Pontificio Consejo de las
Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia en los medios de
comunicación: una Respuesta Pastoral, n. 21). Las autoridades
públicas son invitadas a fijar y a hacer respetar razonables modelos
éticos para la programación, que promuevan los valores humanos y
religiosos sobre los que se base la vida familiar y que rechacen todo
lo que le es perjudicial. Deberían, además, promover el diálogo entre
la industria televisiva y el público, proporcionando estructuras y
ocasiones para hacerlo posible.
Los organismos religiosos, por su parte, prestan un excelente
servicio a las familias instruyéndolas sobre los medios de
comunicación social y ofreciéndoles juicios sobre las películas y
programas. Donde los recursos lo permiten, las organizaciones
eclesiales de comunicación social pueden también ayudar a las
familias, produciendo y transmitiendo programas para las mismas o
promoviendo este tipo de programación. Las Conferencias
Episcopales y las diócesis deberían insertar constantemente en su
programación pastoral para las comunicaciones sociales la "dimensión
familiar" de la televisión (cf. Pontificio Consejo de las Comunicaciones
Sociales, Aetatis novae 21 y 23).
Dado que trabajan para presentar una visión de la vida a un amplio
público que comprende niños y adolescentes, los profesionales de la
televisión tienen la posibilidad de valerse del ministerio pastoral de la
Iglesia, que puede ayudarles a apreciar esos principios éticos y
religiosos que confieren pleno significado a la vida humana y familiar:
"programas pastorales en condiciones de garantizar una formación
permanente, capaz de ayudar a esas mujeres y a esos hombres
-muchos de los cuales están sinceramente deseosos de saber y de
practicar lo que es justo en el campo ético y moral- y estar cada vez
más compenetrados con criterios morales tanto en su vida profesional
como en su vida privada (ibíd, n. 19).
La familia, basada en el matrimonio, es una comunión única de
personas, constituida por Dios como "núcleo natural y fundamental de
la sociedad" (Declaración Universal de los Derechos Humanos, art.
16, 3). La televisión y los demás medios de comunlcación social tienen
un poder inmenso para apoyar y reforzar tal comunión en la familia,
así como la solidaridad con las demás familias y un espíritu de servicio
hacia la sociedad.
Agradecida por la contribución que la televisión, en cuanto medio
de comunicación, ha dado y puede dar a esa comunión en la familia y
entre las familias, la Iglesia -ella misma comunión en la verdad y en el
amor de Jesucristo, Palabra de Dios- aprovecha la ocasión de la
Jornada Mundial de las Comunicaciones 1994 para alentar a las
familias, a los que trabajan en el ámbito de los medios de
comunicación social y a las autoridades públicas, a que cumplan
plenamente el nombre mandato de apoyar y de reforzar la primera y
más vital "célula" de la sociedad: la familia.
El Vaticano, 24 de enero de 1994.
JUAN-PABLO-II
ECCLESIA 2672 1