SOCIEDAD - TEXTOS
1. COMPETENCIA CAPITALISMO:
Vivimos en una sociedad competitiva. Lo cual significa que, como en
toda competición, el número de participantes es mayor que el de
premios, pues si todos tuvieran premio y el mismo premio, no habría
razón para competir. Por tanto, el número de insatisfechos es mayor
que el de satisfechos. Si al principio todos comparten la misma ilusión,
al final casi todos quedan desilusionados. Es una exigencia del
sistema. Dígase lo que se quiera, lo importante no es participar, sino
ganar, pues la competición se hace por el premio y no hay premio sino
para los triunfadores. Y aparece la trampa: si ve que puede alcanzar
el premio más fácilmente, aunque sea de modo antirreglamentario, se
empeñará en conseguir la recompensa sin que le descubran los
jueces.
Todas estas características se dan efectivamente en nuestra
sociedad, que, por ello, ha recibido el nombre de sociedad
competitiva. En esta sociedad, mientras se pierden las ganas de jugar
-en el juego no hay rivales sino amigos- y el espacio y la ocasión para
un juego limpio, se nos obliga a todos a participar en la competición
como rivales. La propaganda y los medios de publicidad se
encargan de aumentar las necesidades por encima de las
satisfacciones, la demanda por encima de la oferta, para que haya
más participantes que premios. En la familia, en la escuela, en la
oficina, en la fábrica, en las carreteras... se nos incita a rivalizar con
otros, a desear y luchar por algo imposible para todos.
El resultado es una sociedad clasista. Unos ganan y otros pierden,
unos son graduados y otros degradados, unos satisfechos y otros
frustrados; pero los segundos son siempre la inmensa mayoría. De
ahí que una sociedad competitiva sea una sociedad insatisfecha, lo
que no significa que sea una sociedad resignada, sino todo lo
contrario, pues a medida que los premios se hacen más interesantes y
escasos, la insatisfacción engendra la agresividad y ésta la
violencia. Una sociedad que pone la felicidad en conseguir lo que no
puede ser para todos, que incita constantemente y a todos a poseer
bienes escasos, desata las pasiones y fomenta la delincuencia, el
terrorismo, las conductas desviadas.
Si lo que importa es el premio por encima de todo, en una sociedad
competitiva desaparece el juego limpio y aparecen las trampas.
EUCARISTÍA 1978/21
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2. PODER/A EL DESEO DE DOMINAR PUEDE COMPENSAR OCULTAMENTE LA FALTA DE AFECTO DE UNA VIDA
AUSTERA. VOTOS/INSTINTOS
LOS 3 IMPULSOS FUNDAMENTALES: POSESION-SEXO-PODER. LOS ANARQUISTAS QUIEREN ABOLIR EL DINERO, FAMILIA, ESTADO. LOS VOTOS
RELIGIOSOS PRETENDEN DOMINARLOS
Dicen los expertos en el tema que el hombre tiene tres impulsos
fundamentales: la posesión, el sexo y el poder. No por otros motivos
los anarquistas clásicos pretendían la abolición del dinero, la familia y
el estado; e igualmente relacionado con ello se establecen en la
práctica de las congregaciones religiosas católicas los votos de
pobreza, castidad y obediencia. Aunque comprobar científicamente
esta afirmación no es fácil, también nos advierten los psicólogos que,
cuando uno de estos impulsos se domina, puede dispararse otro en
compensación orgánica dentro de la persona. Es incluso necesario
para vivir en sociedad. La vida en común, el trabajo efectivo, el orden
y la continuidad exigen que haya un cierto poder para organizar, dirigir
y convocar.
Desde antiguo se ha dicho que el poder corrompe porque
fácilmente se convierte en poderío. Detentar poder, ya sea
económico, político, intelectual o ideológico, es peligroso.
Pero ¿cómo conjugar su necesidad con su peligrosidad? ¿cómo
prevenir su degeneración o abuso? ¿tiene algo que ver el poder con
la soledad habitual de quienes lo detentan? El poder no conoce la
amistad, sólo tiene seguidores o enemigos. En frase de De Gaulle, el
poder hace de la soledad su compañera. Poder y amor no hacen
pareja. Quien ama menos, quiere dominar más. Al dominar más, ama
menos. La amistad se da entre iguales y el poder distancia. El poder
no dialoga porque el diálogo es por esencia horizontal. Todos
tenemos alguna experiencia de cómo cambian las personas cuando
acceden al poder.
El poder es peligroso cuando se acompaña de una necesidad
personal de dirigir y no del deseo de servir a una comunidad que
precisa ser dirigida. Y su mayor peligro reside en que el sujeto que lo
detenta no sea consciente de que tiene poder o pretenda ignorar sus
peligros. Así se buscan, a veces de forma inconsciente, intereses
propios bajo capa de servicio.
El celibato, que refrena el sexo, y junto con él (con razón o sin ella)
el afecto, la intimidad y la emotividad puede dar lugar a un
desmesurado aumento del impulso de poder. El deseo de dominar
puede compensar ocultamente la falta de afecto de una vida austera.
La sed de poder oculta la sed de afecto.
Ante esta compleja realidad podremos preguntarnos si en los
diversos ámbitos de nuestra vida somos servidos o dominados,
súbditos o ciudadanos. ¿Tenemos servidores o dominadores?
EUCARISTÍA 1987/42
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