NEOLIBERALISMO Y CULTURA
El «espíritu de Davos» y sus consecuencias


José María MARDONES
Miembro del Instituto de Filosofía del CSIC
Madrid


DAOS/FORO-ECONOMICO: Davos es una pequeña ciudad suiza 
donde todos los inviernos, desde 1970, los responsables del planeta, 
es decir, dos mil «global leaders» (jefes de Estado, banqueros, 
financieros, patrones de las grandes empresas transnacionales...) y 
unos cuantos intelectuales invitados se reúnen para ver cómo va la 
economía de mercado, el librecambio y el pensamiento único. El Foro 
Económico de Davos es uno de esos pretendidos centros para 
orientar nuestro desbrujulado mundo; intenta poner un poco de orden 
en el caos que alimenta y trata de dar sentido definitivo a la 
globalización. Un intento de escatología hiperliberal para decirnos que 
lo definitivo es el reino del mercado mundial, de la era postindustrial e 
informatizada post-Internet y de los valores del individualismo 
competitivo, adaptado y consumista. 
El espíritu de Davos es el del neoliberalismo, y éste, como toda 
practica dominante que no sólo sea mundial, sino que quiera penetrar 
todas las realidades, hasta ser cuasi-divina y omnipresente, segrega 
unos jugos culturales propios de la «sociedad única» en que se 
convierte el «mercado único» y el «pensamiento único». Una trinidad 
o cuaternidad—tanto da lo uno como lo otro, según C.G. Jung—que 
tiene sabores y reminiscencias sacras y divinas. 
¿En qué consiste este «espíritu de Davos»? ¿Qué cultura y 
valores se desprenden de ahí? 
La cultura de Davos es la cultura del capitalismo neoliberal que nos 
toca en suerte en esta modernidad tardía. Tendríamos que ser unos 
genios como M. Weber para dar con el «quid» de la cuestión. Pero 
quizá hoy sea más fácil, subidos a los hombros de los gigantes que 
nos han precedido, ver en qué consiste algo de ese espíritu y sus 
reflejos en la vida cultural y diaria de las personas. Porque los 
«espíritus», como bien ha sabido la cultura semita, no se pueden 
hacer presentes si no es encarnándose de alguna manera. Vamos a 
tratar de ver algunas de las «incorporaciones» que adopta este 
«espíritu de Davos» en nuestro mundo. Un discernimiento cultural de 
la época con el atrevimiento de intentar verlo moverse e impulsarnos 
a nosotros mismos. 

1. Una visión global: 
las tensiones y contradicciones que recorren nuestra cultura 
Miremos el conjunto del cuadro: ¿qué figura se dibuja en la cultura 
actual, vista desde nuestra situación occidental, europea y española? 

La mayoría sólo ve sombras a punto de cruzar por el umbral. Se 
dice y nos decimos que estamos en crisis y que la incertidumbre y la 
perplejidad nublan nuestra visión. Pero la obligación de mirar es más 
fuerte que la niebla. Por esta razón, vamos a pintar nuestro cuadro 
impresionista. Esperamos que las manchas de pintura terminen 
delineando una figura. 

1.1. De la simplicidad a la complejidad 
El apellido que acompaña a toda la realidad actual es el de 
complejidad. La realidad la «vemos», se nos presenta 
significativamente muy plural y entrelazada como una maraña con 
muchos cabos. Frente a otros momentos históricos y culturales, las 
explicaciones actuales han perdido la linearidad y simplicidad. Hoy, en 
nuestro mundo tardomoderno, nada es simple ni unívoco ni unilineal, 
ni responde a una única causa. Estamos rodeados por la complejidad. 
Invocamos el pluricausalismo y nos ahogamos en la multitud 
inabarcable de informaciones, razones, hipótesis, etc. Hemos llegado 
al punto en que la reducción de complejidad se nos hace visible a 
todos y es el alivio que el estudioso, el técnico, el policía y hasta el 
catequista toman y emplean para transmitir y comunicar algo: reducir 
a lo esencial. El político necesita que le resuman las noticias 
principales, y sospecho que los lectores de esta revista nos utilizan a 
los que escribimos como sintetizadores y reductores de complejidad. 
Hemos ganado mucho con esta constatación de la complejidad de las 
cosas: es más difícil caer en determinismos simples; dejarse arrastrar 
por las grandes visiones o metarrelatos, simplificadores y coherentes; 
ejercitar el voluntarismo que reduce todo a la propia visión. Pero la 
incertidumbre que rodea a la complejidad se puede volver sed de 
reducción, y los determinismos que habíamos lanzado fuera entran de 
nuevo, trayendo esta vez, como dice la imagen neotestamentaria, 
otros siete espíritus peores. 
Son tiempos en que los teóricos de la sociedad nos hablan de 
sistemas y de mundos de vida: de los mecanismos anónimos que 
poseen su propia lógica (y es arduo conocerla) y del «mundo de la 
vida» de los sentidos presupuestos y de los que fraguamos en el 
encuentro con los otros. 

1.2. De la estabilidad a la crisis 
Un segundo rasgo general de nuestra cultura actual es el de la 
inestabilidad. O quizá de la no claridad. Es la bruma de la crisis. Un 
paso de umbral que ya dura mucho y que no se sabe bien hacia 
dónde camina: para unos—neoconservadores, neoliberales—hacia 
un autoexperimentalismo hedonista y narcisista; para 
otros—críticos—hacia una supeditación a la funcionalidad dominante 
del mercado y la tecnología; para los postmodernos, hacia el ocaso 
de los mitos de la modernidad y hacia una multidiferenciación 
creciente; para los «Nuevos Movimientos Sociales», hacia una lenta 
toma de conciencia de los cánceres de la modernidad: el 
productivismo industrial, el militarismo y el patriarcalismo. 
Denominamos «crisis» a este barullo de diagnósticos donde sólo 
queda claro el malestar. Mientras tanto, dejaron de existir los 
«intelectuales universales»: ya no hay Sartres, ni siquiera Marcuses. 
No tenemos voces que se oigan en general. El intelectual ha sido 
sustituido por el especialista. Pero éste no sabe dar una indicación, 
trazar un gesto en el aire y decir hacia dónde van las cosas. 
Mientras, los problemas y las preguntas no cesan: las nuevas 
biotecnologías, el genoma humano, la clonación... ¿Hacia dónde 
vamos? ¿Qué camino tomamos? La ciencia no responde; la ciencia se 
impone. La cultura—es decir, el sentido, la orientación de la vida—se 
oculta escuálida detrás de la puerta. El resultado es la incertidumbre 
como rasgo de nuestro momento cultural. Nadie sabe exactamente 
hacia dónde vamos. Nos vemos «sin rumbo» (I. Ramonet), «sin 
proyecto» (S. Nora), donde las grandes «bifurcaciones históricas no 
se han tomado aún» (E. Morin). 

1.3. De lo local a lo planetario: ida y vuelta 
Nuestra cultura es mundial. No sólo hay una globalización 
económica; también hay una planetarización de la cultura. Los 
«massmedia» o «multimedia» nos están haciendo real y 
verdaderamente coetáneos de nuestro mundo. Por fin la historia 
contemporánea existe en la realidad, no sólo en las periodizaciones 
de los historiadores. Es decir, tenemos conciencia de lo que sucede 
en cualquier rincón de nuestro globo, y de que éste es uno. 
Esta toma de conciencia de la universalidad ha producido unas 
consecuencia de grueso calibre: todos nos hemos convertido un poco 
en antropólogos, es decir, en conocedores y observadores de las 
costumbres diferentes de los demás. Tomamos conciencia de que 
existen otras formas de dar sentido a la vida, de comportarse, de 
valorar las cosas..., de que existen otras culturas. La cultura se nos 
pluraliza no sólo a los estudiosos, sino a todo el mundo. Pero esta 
toma de conciencia de la existencia de lo diverso rebota y se vuelve 
mirada refleja sobre mi propia cultura: y la veo una más entre otras, 
con unas tradiciones, una visión del mundo, del hombre, del bien y del 
mal. Empiezo a ser reflexivo respecto de las propias tradiciones: sé 
que las tradiciones son tradiciones, cosa que no sabían todos hasta 
hace poco. Esto es lo que ciertos analistas actuales, como A. 
Giddens, denominan la des-tradicionalización. Las consecuencias son 
enormes, y lo saben —porque lo han experimentado en su propia 
carne—padres, maestros y catequistas: ya no se pueden presentar 
las tradiciones como dadas por supuesto, con la garantía de lo 
aceptado; hay que razonar o justificar unas tradiciones frente a otras; 
hay que persuadir y convencer, no sólo presentar «verdades». 
Pero la globalización cultural, que nos hace más cosmopolitas, 
produce dialécticamente la mayor conciencia de lo peculiar y de lo 
propio. Redescubro lo local, lo regional, lo nacional. Sé dónde están 
mis raíces y me vuelvo enternecidamente, nostálgicamente y hasta 
compulsivamente hacia «los paisajes de mi niñez». Ya vemos cómo el 
hombre actual se mueve o puede moverse entre el universalismo y el 
localismo, y a menudo no es fácil evitar la unilateralidad, en vez del 
sano equilibrio. Podemos buscar, frente al universalismo uniformador 
la diferencia, agarrándonos a la identidad de lo local, de lo nacional, a 
«la sangre y el suelo» propios. 
Entramos así en un orden social post-tradicional, donde se sabe 
que vivimos en conglomerados de sentido heredados, llamados 
«tradiciones». Unos, en unas; y otros, en otras diferentes. O visto 
desde otro ángulo: la llamada «cultura tradicional» de los pueblos, las 
fiestas religiosas y patrias, los refranes y las supersticiones y, todavía 
más profundamente, de las creencias y del sentido de la vida y del ser 
humano, se «racionaliza» (Habermas): se sabe de su carácter 
transmitido y se le superponen visiones humanistas, científicas o, 
simplemente, de la cultura de masas de la moda imperante. La 
coexistencia de culturas se hace perceptible, y la pluralidad de 
sentidos posibles, también. 

1.4. Del pluralismo al relativismo y a la sed de certezas 
PLURALISMO/RELA RELATIVISMO/PLUMO: Todavía hay que 
pararse un poco más en este giro sin precedentes de la cultura 
actual: la conciencia y constatación del pluralismo. Pluralismo de 
visiones del mundo, pluralismo de tradiciones y pluralismo de culturas. 

El pluralismo desencadena un espectro que recorre todo nuestro 
mundo occidental: el relativismo. Si hay variedad de candidatos a la 
verdad y la objetividad, terminamos declarándolos a todos meros 
aspirantes. Y existen personas que terminan dándoles la espalda y 
procurándose sus propias respuestas. Entramos así en la moral del 
«depende» o de las «marcas», es decir, de la moda al uso. O de 
cualquier otra solución que veamos se prodiga hoy en día. 
RELATIVISMO/FMO FMO/RELATIVISMO LBT/SEGURIDAD: Pero 
no todas las personas se sienten a gusto en una especie de 
exploración de direcciones o dándose a sí mismas el sentido de la 
vida y de la historia. Este ideal nietzscheano parece apto -como ya 
intuyó su creador- sólo para unos pocos pretendidos «espíritus 
fuertes». Los más se sienten abrumados por el peso de la decisión o 
por la desorientación imperante y buscan refugios, protecciones, 
líderes, doctrinas seguras, grupos y grupúsculos donde se les 
asegure la ración de verdad y de certeza que necesita el espíritu 
humano para su equilibrio. ¡Buen tiempo el nuestro para los espíritus 
protectores! Hallarán seguidores. Nuestro tiempo plural y relativista 
es, por eso mismo, tiempo de fundamentalismos. Asegurar y dar 
seguridades, certezas, verdades, aunque sea al precio de la libertad y 
de la reflexión crítica. Será conveniente que nos vayamos 
acostumbrando, nos dice U. Beck a convivir con el fundamentalismo. 
Será bueno que los espíritus abiertos y que cantan con fuerza las 
excelencias de la libertad y de la crítica tomen nota de que no todo el 
mundo está dispuesto a encontrar atractiva la libertad. Para muchos 
es más interesante la seguridad. 

1.5. Del uniformismo funcional al multiculturalismo 
Estamos hablando de la cultura dominante en nuestro mundo del 
capitalismo tardío. Los analistas de la llamada globalización constatan 
que el dinamismo moderno de la producción científico-técnica ha 
expandido por todo el mundo, a través de sus máquinas y 
cachivaches un uniformismo funcionalista: un modo objetivista de ver 
la realidad; un comportamiento práctico, pragmático y utilitario; una 
búsqueda de la maximización de la rentabilidad y la eficacia en sus 
rendimientos o prestaciones. No hay que olvidar esta colonización 
mundial de la lógica tecnológica y del mercado al hablar de la cultura 
en nuestro mundo. Está modernizando el mundo y las culturas: la 
sintoísta, confucionista o sínica, la islámica, la africana... Si hacemos 
caso a S. Huntington, ésta es la modernidad o modernización que se 
acepta y aceptará por todos. Esta homogeneización funcionalista e 
instrumentalista será asumida mundialmente. Y produce trastornos, 
traumas. Las personas del mundo tradicional y rural se sienten fuera 
de ella. Si las religiones tradicionales no les ayudan a integrar este 
dinamismo imparable, habrá malestares, y la gente irá a buscar 
soluciones a otras formas de sentido: fundamentalistas o 
místico-esotéricas. Un neoconservador lúcido nos avisa y avisa a las 
iglesias: con la modernización capitalista no se juega. 
MASAS/CULTURA: La homogeneidad tecnológica y del mercado 
tiene otra versión y ayuda: la de la globalización homogeneizadora de 
los «mass-media» y de las modas del consumo. 
Occidente—especialmente los Estados Unidos—mundializa el 
mercado a través de telefilmes, video-clips, divos, canciones, jeans, 
shirts, shows, hamburgers, cocas, pepsi, selfservices, supermercados, 
Michael Jordan, Chicago Bulls... Nos «macdonaldizan» a todo el 
mundo. Se fragua, vende y extiende una cultura de masas que 
uniforma al mundo en lo trivial y banal, pero que se hace presente 
desde Singapur hasta El Cabo, desde Moscú hasta Buenos Aires. 
Quizá, como dicen algunos críticos, sea ésta la verdadera cultura 
mundial actual. Es la cultura del «usar y tirar», del consumo de 
modas, de los coleccionismos de cuatro días, de la estandarización 
que todo lo integra: gustos, sabores, estilos. Produce una 
despersonalización que, sin embargo, nos integra en un todo. Es la 
cultura de las ciudades de todo el mundo, con los mismos rostros 
detrás de la misma publicidad y con los mismos guiños incitándonos a 
obtener la felicidad mediante el consumo, posesión y exhibición de las 
cosas. Es una cultura con una promesa de fondo: la realización y la 
felicidad por el tener y degustar, por ir a la moda. La publicidad y la 
TV, unidas por toneladas de ingenio y de análisis de «marketing», 
producen el milagro de esta uniformización mundial. Detrás asoman 
sus cabezas los monstruos de los «multimedia»: Time-Warner y CNN, 
ABC y la Walt Disney, NBC y Microsoft, los imperios de la 
comunicación que se fusionan y que nos venderán mañana la 
publicidad y las noticias de lo que necesitamos... 
Nuestra época es también el momento en que se toma conciencia 
de la diferencia de culturas. Diversidad, incluso, dentro de los 
Estados-nación o ante aquellos miles de grupos que han estado 
sometidos a grandes conjuntos. Estamos ante la multiculturalidad 
como un derecho colectivo, un reconocimiento a reivindicar en las 
constituciones; una dimensión clave de la persona y de sus derechos. 
Frente a la trivialización general de la cultura de masas que nos cerca 
y nos salpica, el descubrimiento multicultural—con su utopía—del 
mestizaje de fondo es una buena noticia. 

1.6. De la cultura material a la desmaterialización de la cultura 
CULTURA/QUE-ES: Cultura, dicen los antropólogos, es todo lo que 
el hombre hace en la construcción de su mundo humano. Cultura es 
la vivienda (la urbanización) y los utensilios (la tecnología), la forma 
de vivir (la organización social, la política) y el sentido de la vida (la 
moral, el arte, la religión, la filosofía)... Cultura es la otra cara, con 
sentido, de la sociedad. Y la sociedad moderna ha sido una sociedad 
que ha representado un salto inmenso de producción de cosas. Con 
la modernidad entramos, literalmente, en la cultura de la abundancia 
material. Pues bien, ahora estamos ante un nuevo salto: el salto a la 
cultura desmaterializada. 
Al ritmo trepidante de la revolución tecnológica, asistimos al 
nacimiento del nuevo mito de nuestros días: la comunicación, el 
intercambio comunicativo. Se avista o, mejor, se nos vende la idea de 
la sociedad planetaria de las pistas y redes de comunicación 
cibernética. Pronto todo estará interrelacionado de modo inmaterial, 
inmediato, permanente y planetario.
Cuanto más comunicados estemos, tanto más modernos y hasta 
sabios seremos; cuantos más mensajes intercambiemos, tanto más 
estaremos haciendo por la paz del mundo; cuantas más posibilidades 
de interacción tengamos, tanto más comunicados estaremos, aunque 
en la realidad nos encontremos aislados y solos. Hermes, el 
internauta cibernético, aparece dirigiendo mensajes en todas 
direcciones de forma libre, espontánea, autónoma, en un mundo 
pacificado gracias a la mmaterialidad de las redes comunicativas. Lo 
que no se nos dice es que con la informatización de las bolsas 
apareció la incertidumbre en los mercados ante la realidad de una 
especulación financiera ilimitada. ¿Sabremos mejor los ciudadanos de 
la televisión digital, de los video-juegos y del Internet, qué tenemos 
que hacer y ser? 

2. El tipo de hombre que se va configurando 
A la vista de la situación compleja, incierta, y de las contradicciones 
y tensiones que alberga nuestra cultura, ¿es posible aventurar una 
hipótesis sobre sus patologías? 
* ¿,Es la cultura la que está enferma e inficciona al resto del 
sistema social, especialmente a la economía y la política, como dice el 
neoconservadurismo? 
* ¿O no es más bien al revés: que la tecnoeconomía coloniza el 
mundo de la vida cultural, de las relaciones humanas. 
funcionalizándolas (J. Habermas, C. Offe) según el modelo de los 
relaciones comerciales (A. Touraine)? 
CAPITALISMO/TIPODE-H: Nos parece que estos últimos ven más 
claro que los primeros. Han sabido captar una serie de relaciones que 
nos vienen inducidas desde el mercado. Observemos la cultura de 
este capitalismo tardío funcionalista y universal, de masas y de 
consumo para advertir su penetración en el mundo cultural, su 
atractivo y su distorsión. Va configurando un tipo de hombre con sus 
valores, sus gustos y hasta sus predisposiciones espirituales. 

2.1. El atractivo del «zapping consumista» 
SENSACIONES/TIPO-DE-H CONSUMO-VORAZ: La cultura de 
masas maneja una serie de fascinaciones que explican su auge. 
Cultivan unas dimensiones del deseo humano que van creando una 
figura de persona: la de quien vive de las sensaciones. Ahora bien, el 
mercado, la publicidad y la imagen nos indican el modelo o sintaxis de 
este vivir de sensaciones. 

*SENSACIONES A RITMO DE CLIP: todo se nos presenta y se nos 
ofrece para ser consumido al rápido ritmo de los «spots» cortos. En 
un segundo, dos o tres planos diferentes; no te dejan ver con 
claridad, pero sufres el impacto. Lo que importa es el ritmo, la 
acumulación de sensaciones. La cultura es una degustación 
chispeante, hecha más de sugerencias que de desarrollos. Sugerir, 
provocar, estimular...; ritmo, ritmo. Estamos en la cultura de lo 
instantáneo, lo efimero, lo inmediato. Domina la lógica de la velocidad, 
de la rapidez instantánea o, mejor, de la elección de lo instantáneo 
(G. Balandier). 

*SENSACIONES SiMPLIFICADAS: hay que acumular sensaciones, 
pero hay que reducirlas, uniformarlas en su estructura, para facilitar 
su asimilación. Todo tiene el mismo sabor de la fórmula secreta de la 
«coca-cola», pero sin notarse, sin verse el juego. Todos los telefilmes 
se parecen, todos los «best-sellers» cuentan con idénticos 
ingredientes. Ya puede despotricar H. Bloom y llamar basura a este 
cine, a esta literatura...; lo cierto es que es asequible, que despierta 
emociones digeribles y exportables, -comunicables- a todo el mundo. 


*SENSACIONESINTRASCENDENTES: en la cultura de la trivialidad 
todo aparece en el primer plano. No hay nada que ocultar ni que 
profundizar, porque todo se agota en la superficie de la exhibición, de 
la exposición, de lo evidente. Esta cultura es un «reality show» sin 
reservas. No remite a nada más allá de sí misma, del momento de la 
degustación; carece de evocación. Es una cultura explícita, fácil e 
intrascendente. 
Esta cultura facilita una «indiferencia» frente al hecho religioso, 
frente a Dios: permite la laicidad arreligiosa que se «sale» de la 
religión institucionalizada y también deja todo el deseo dispuesto para 
ser invertido en lo sagrado. De ahí que vivamos «tiempos de 
credulidad» (P.L. Berger), en que casi todas las creencias son 
posibles. Especialmente esta cultura trivial y de la sensación es 
propicia para una idea vaga, genérica, neo o pseudo-mística, de Dios. 

El primado de la sensación simple y a ritmo acumulado de «clip» va 
configurando un espíritu de gozadores de sensaciones múltiples y 
variadas. El mercado es necesario, porque el paladar exige el cambio 
rápido. Se practica el «zapping» cultural, el salto de sensación en 
sensación. Es el goce del consumidor que no digiere, sino que traga y 
expulsa en un proceso indetenible. 
La vida se vuelve fluir de sensaciones y cambios (de lo mismo); la 
realidad se espectaculariza. Una vida sin capacidad teatral, expositiva 
ni exhibitiva no triunfa en esta sociedad y cultura. El simulacro se 
apodera de la sociedad; la imagen domina a la reflexión; el 
presentador al mensaje. El hombre es un consumidor empedernido. 

2 2. La ideología de fondo 
Por debajo de la espuma de las sensaciones, lo que se vende es 
un tipo de ser humano. Es el ideal que desea y quiere forjar este 
universalismo neoliberal, que tiene su lógica implacable. Toda cultura 
tiene su antropología. 
Tienes acceso a este mundo del torrente de sensaciones efímeras 
si puedes consumir y poseer lo que te ofrece este mercado infinito, 
infinito, inacabable. Para ello hay que adaptarse a su lógica, a su 
funcionamiento, a sus exigencias. Aquí se compra y se vende todo, se 
trafica con todo; se hace uno con todo. Pero—repetimos—la regla 
fundamental es la adaptación, la flexibilidad, aunque haya que 
incurvar a la persona a las exigencias del sistema y abandonar 
derechos del trabajo y de la persona adquiridos tras largas y penosas 
luchas. Los jóvenes españoles ya van aprendiendo la lección: el 90% 
está dispuesto a «no tener condiciones de jornada» para tener un 
trabajo y poder cortar un trozo de la tarta. 
La segunda regla es tan sencilla como la primera: para tener 
acceso al sistema y gozar de sus cuasi-infinitas sensaciones hay que 
ser competitivo. Cada vez más, sospechamos que esta palabra es el 
eufemismo que encubre la vieja moral puritana del orden, el trabajo, la 
disciplina y el individualismo. Ser competitivo significa trabajar duro, 
meter los codos y hacerse con un puesto en esta sociedad. Es el 
eslogan que resume el «evangelio» del neoliberalismo. Con esta 
«buena noticia» —que hay que «hacer», como la verdad juanea— se 
alcanzará un puesto de gozador en el cielo de las sensaciones 
infinitas. 
INDIVIDUALISMO: Y, finalmente, como elemento antropológico 
resumidors, llegamos por este camino al individualismo consumista. 
Ser uno mismo, por sí mismo y para gozar para uno mismo: he ahí el 
ideal a alcanzar, por el que hay que sudar y luchar, competir y 
adaptarse. A ese ideal humano se le denomina capacidad para 
resolver la propia vida; a la vida realizada, el esfuerzo de toda una 
vida mirando sus propios objetivos para asentarse legalmente sobre 
los otros. Y el cielo prometido será tener, poseer, degustar 
sensaciones: consumir en una variación cuasi-instantánea sin 
término. 
Claro que «el hombre neoliberal» no lo es todo, como tampoco lo 
es la cultura de la degustación consumista. Cada dinamismo crea sus 
propias reacciones y antagonismos. Hay un cierto cansancio y 
hartazgo de mercado, posesión de cosas, multiplicidad de 
sensaciones, individualismo competitivo. Los mejores espíritus sienten 
la necesidad del silencio, la distancia reflexiva, la vida sencilla y con 
pocas cosas, el ansia de solidaridad con los marginados del festín de 
las sensaciones. Pero son muchos los agarrados por la seducción 
consumista de sensaciones. 

3. La contaminación espiritual 
Lo peor de los predominios culturales es que contaminan los 
espíritus. La cultura de este capitalismo tardío, neoliberal, que hemos 
tratado de describir en algunos de sus rasgos, condiciona un modo 
«espiritual» de ser. El neoliberalismo crea su propio estilo «religioso». 
Dos son los tipos básicos que proceden de esta cultura: 

3.1. La espiritualidad del neoliberal duro 
Como tal conceptúo al tipo de persona que refleja el funcionalismo 
instrumental y el individualismo competitivo de nuestro momento. 
¿Qué tipo de espiritualidad o de religión es la afín o la que se adecúa 
a este tipo de hombre? 
Nos lo dicen los intelectuales neoconservadores. S.P. Huntington, 
en su reciente libro sobre El choque de las civilizaciones, quiere 
constatar y justificar el auge del fundamentalismo como la religiosidad 
que ofrece la connivencia de dos aspectos que no aciertan a asimilar 
las grandes religiones tradicionales. Se trata de vivir el ritmo «clip» de 
la modernización: competitivo, de movilidad, cambio, adaptación, 
flexibilidad (hasta legal-moral), en pro de la rentabilidad y la utilidad, y 
adecuarlo al ritmo ondular, lento, de la seguridad y los principios 
claros y distintos, de la vida familiar seria y honorable, del sentido de 
la vida tradicional. ¿Imposible mezclar el agua y el aceite? ¿Quién 
dice imposible? Nada hay imposible para la conjunción neoliberal. La 
prueba está en que se puede ser supermoderno en la trepidación 
tecnológica y del mercado y tener una mentalidad conservadora y 
tradicional. Más aún, ahí está el futuro: la penetración del 
fundamentalismo evangélico en Estados Unidos, Corea, 
Latinoamérica, ¿no es una señal de su posibilidad? ¿No lleva la 
modernización consigo? ¿No es esto lo que quiere la mayoría de la 
gente: los beneficios de la modernización junto con los de la tradición? 
¿No vemos movimientos eclesiales entre nosotros que, «mutatis 
mutandis», siguen esta lógica? 
Pero—nos preguntamos incrédulos—¿será posible mantener la 
mezcla al margen de la penetración de la modernidad ilustrada del 
espíritu critico? ¿Se puede expender la modernización tecnológica y 
económica al margen de la modernidad crítica? ¿Es deseable incluso 
para la religión y la espiritualidad? Estamos ante un neointegrismo 
que escamotea todos los graves problemas de la interpretación de la 
tradición y la vivencia cristiana en el mundo actual.

3.2. La espiritualidad de la degustación 
Quizá tendríamos que afirmar que ésta es la espiritualidad del 
«neoliberal blando», es decir, la que más abunda y está llamada a 
ejercer mayor influencia. Veamos sus rasgos más importantes. 
—El predominio de la sensación. La espiritualidad está centrada en 
la experiencia emocional, interior. Si no hay vivencia, no hay 
experiencia religiosa. Estamos tentados de ver un paralelismo entre el 
cúmulo de sensaciones de la cultura consumista de masas y esta 
«comercialización de experiencias religiosas», que diría el H. Bloom de 
Presagio del milenio. 
—En el centro está el individuo con sus problemas, bloqueos, 
miedos, soledades. Y la sociedad contradictoria en la que vive. La 
religión, los ángeles protectores, la adivinación mediante sueños, la 
astrología...: todo está al servicio de la tranquilidad del creyente y de 
sus desbloqueos y armonía interior; de la resolución de los traumas 
de la modernización. Una fe a medio camino entre sentirse bien y los 
buenos sentimientos. 
—La degustación de sensaciones espirituales es múltiple y variada, 
es decir, ecléctica, sincrética. No importa de qué tradición, religión o 
autor espiritual venga la oferta: todo es bueno y vendible en el 
mercado espiritual. Se envuelve el producto en la coloración 
místico-esotérica, y ya está listo para consumir. El resultado es un 
tanto nebuloso, pero «interesante». 
—La importancia de las técnicas espirituales. En la era de las 
tecnologías avanzadas, la técnica espiritual es importante. La 
transformación de sí mismo se alcanza gracia a las técnicas 
psicocorporales o psicoesotéricas. De ahí la importancia del yoga, la 
meditación, las danzas sagradas, la interpretación de mapas del 
cielo... Es una transformación de los afectos y del cuerpo del sujeto, 
más que de su índole moral (F. Champion). 
En suma, la religiosidad de este neoliberalismo espiritual corre por 
los caminos de la «Nueva Era» o de cualquier era que potencie la 
tranquilidad y el bienestar y permita el disfrute de sensaciones 
interiores. Una religiosidad ajustada al mercado. Nada tiene de 
extraño que también se comercialice. 

4. Conclusión: tiempo de exilio
EPOCAS-PROFETICAS EPOCAS-SACERDOTALES EPOCAS-SAPIENCIALES:
Sabemos que hay épocas y tonalidades culturales. Hay épocas 
proféticas aptas para la cólera y la gesta, para el cambio 
transformador y radical. Hay épocas para el asentamiento y la 
institucionalización: épocas sacerdotales y burocráticas. Hay épocas 
para el silencio, la reclusión y la resistencia: épocas sapienciales. 
Nuestra época, momento o tonalidad cultural, sospechamos que es de 
éstas últimas. No es tiempo de gestos proféticos a lo Amós; es más 
bien tiempo de gestos cotidianos y cercanos a la vida familiar y 
afectiva, como los de Oseas. Pasó la época de las claridades de 
objetivos y de cuando era posible subvertir el Sistema. Hoy nos rodea 
la impotencia ante el Gran Imperio, ante la falta de alternativas y ante 
el cierre de horizontes. Es tiempo de Exilio. 
Los tiempos de exilio son tiempos culturales aptos para la 
purificación y la sabiduría un tanto ácida y desesperanzada. Pero son 
tiempos del Señor. Hay que estar vigilantes y a la espera del 
Libertador: de Ciro, del Mesías. Aprender, sobre todo, cómo será el 
verdadero Mesías: profético, paciente, amoroso. Practicar el 
mesianismo de la resistencia, del silencio interior y el empeño 
paciente. 

MARDONES José-MA
SAL TERRAE 1997/08-09. Págs. 561-573