¿Derechos Humanos o Derechos de los Pobres?

 

Félix WILFRED

Si se tiene en cuenta que este artículo –publicado originalmente en una revista india- se ha originado de una conferencia pronunciada por el profesor de la Universidad de Madrás F. Wilfred en el contexto de un «pueblo crucificado» y de una Iglesia de mártires como es la del Salvador, se comprenderá mejor la voz dolorida y a la vez reivindicativa del autor. Para él, aliándose con el Estado, las fuerzas de la economía de mercado tienden a apoderarse del discurso sobre los derechos humanos, para sacar de él el máximo provecho. Pero mercado y derechos humanos son, de hecho, irreconciliables. Por esto, en la actual coyuntura, se impone reafirmar la «soberanía de las víctimas» y tomar medidas para restablecer los derechos de los pobres.

 

Publicación original: “Human Rights or the Rights of the Poor? Redeeming the Human Rights from Contemporary Inversions”, Vidyajyoty 62 (1998) 734-752.

Publicación resumida (la que aquí seguimos): Selecciones de Teología 154(junio 2000)125-134, Traducida y condensada por Jospe Giménez

 

Los derechos humanos se caracterizan por su ambigüedad. Deberían hacer avanzar la causa de los pobres. Pero defienden a los poderosos y no a los marginados. El egoísmo y la institucionalización pueden invertir ideales y hacer que apoyen aquello contra lo que luchaban.

Cincuenta años después, el mundo sigue necesitando los derechos humanos. Su futuro estriba en ver si podemos redimirlos y ponerlos al servicio de los marginados. Sólo así serán realmente universales.

 También el discurso sobre ellos se lo están apropiando las fuerzas de la globalización. Éstas definen el significado y la finalidad de los derechos humanos. Las mismas fuerzas que violan los derechos de los pobres se presentan como sus protectoras.

 

 

LA SITUACIÓN ACTUAL

La configuración de un marco híbrido

La experiencia de la segunda guerra mundial condujo a la formulación contemporánea de los derechos humanos. La barbarie descubría la irracionalidad que engendra el pretexto de crear un orden de racionalidad perfecta. La inspiración de la que procedían los derechos humanos era doble: por una parte, la proclamación de los derechos humanos de tradición liberal, centrada en reclamaciones de derechos civiles y políticos; y por otra, el correctivo introducido, por parte de las Naciones Unidas, de los derechos culturales y económicos. Nos encontramos, así, con un cierto hibridismo en la articulación de los derechos humanos, con dos tradiciones no plenamente integradas.

 

El escenario cambiante

Tanto en la tradición liberal como en la socialista, los derechos humanos tienen como principal punto de referencia el poder político. Se asocia la tradición liberal con las luchas para controlar la soberanía absoluta. Los individuos gozan de derechos inalienables contra los que no puede prevalecer el Estado. En la tradición socialista el Estado es responsable de promover las necesidades básicas para una vida humana digna y reconocer los derechos culturales de los pueblos.

Hoy en día, el Estado ya no es el único que puede dañar los derechos humanos ni la única instancia responsable de la seguridad de los ciudadanos. El capitalismo multinacional, con su mercado global, penetra cualquier sector de la vida humana. Ante él, las naciones son impotentes. Hoy por hoy los derechos humanos sirven para combatir las violaciones estatales. Pero el nuevo sistema económico internacional ha creado una crisis sin precedentes en materia de derechos humanos. Se violan los derechos de los pobres a la alimentación, a los cuidados médicos básicos, a la educación primaria. Todavía no hay mecanismos adecuados para contrarrestar este absolutismo económico que exige una infinidad de sacrificios humanos.

Han entrado nuevos interlocutores en la arena de los derechos humanos. Las minorías étnicas, lingüísticas y culturales han introducido nuevos aspectos. Las acusaciones de la guerra fría han cedido el paso a una política de derechos humanos entre el norte y el sur.

Ha cambiado el enfoque sobre el discurso de los derechos humanos. Antes, éste se centraba en la universalidad de los derechos humanos, sus fundamentos, etc. Hoy los Estados y las fuerzas económicas construyen una teoría que justifica la violación de los derechos humanos.

 

Nadie puede servir a los derechos humanos y al mercado

Vivimos en un «mundo administrado» (Th. Adorno). La estructura y el funcionamiento del mercado constituyen la antítesis de los derechos humanos.

El mercado funciona con leyes propias. Hay que eliminar las alteraciones. La lucha por los derechos humanos representa una de estas alteraciones. Nadie puede servir honradamente al mercado y a los derechos humanos. Lo contrario de esto es hipocresía. A ello aluden las naciones del sur cuando las del norte se convierten en ardientes predicadores de los derechos humanos.

Los programas estructurales de ajuste pretenden mantener el sistema, a costa de los pobres y de sus derechos. Graves recortes en educación, abolición de ayudas para la alimentación, liquidación de la fuerza laboral son medidas diametralmente opuestas a la protección de los pobres. Las mujeres son las peor afectadas por todo ello.

 

La igualdad y el aprovechamiento a pique

La fuerza de la competencia es decisiva en la economía liberal. Los más aptos sobreviven y los demás perecen. Lo que se basa en la igualdad es contrario a la dinámica de esta economía. La desigualdad es incluso necesaria para la seguridad y para que el capital multinacional obtenga beneficios. Pero la piedra angular de los derecho humanos es el principio de igualdad.

Vemos las implicaciones de todo esto en los derechos de los pobres. Por ej., en algunos países sudasiáticos. Cuando las fuerza del mercado penetran en sociedades donde el orden jerárquico de las castas es el principio organizador, entonces un sistema económico construido sobre la desigualdad se encuentra con una sociedad donde lo natural es la jerarquía y la subordinación. La unión de estas dos desigualdades da lugar a las peores violaciones de los derechos humanos.

El mercado busca el provecho. Los derechos se convierten en derechos de los pobres cuando se defienden sus necesidades básicas. El cálculo del provecho por sí mismo nunca permitirá un compromiso con los derechos humanos. Al mercado capitalista no le importa que millones de personas se vean obligadas a perder sus vidas.

Eclipse del sujeto

La práctica de los derechos humanos exige que el sujeto de las víctimas se sitúe en el centro de todo. Pero la hegemonía del capitalismo financiero parte de la disolución del sujeto. La acumulación de capital no tiene nada que ver ni con la producción ni con el productor. El capital es fruto de la ficción y de la especulación. Funcionando como un sistema autónomo y con su lógica interna, el capitalismo crea exclusión. La gente se vuelve gente sin rostro, lo cual hace más fácil la explotación.

 

Violencia intrínseca a la homogenización

La economía neoliberal y el mercado se basan en un modelo particular de homogeneización. Este modelo de desarrollo es un atroz violador de los derechos humanos. Los países del sur saben por experiencia cómo, en nombre del desarrollo, a los pobres se les priva incluso del mínimo de seguridad vital del que gozaban. Los pueblos indígenas y las tribus desplazadas en nombre del desarrollo son ejemplo de la violencia ejercida por un modelo homogeneizante de desarrollo. El capital internacional les dirige una llamada tentadora para que entreguen sus bosques y recursos naturales, pero ¡ay de los ingenuos que se la creen! La homogeneización niega cualquier otra forma de autodesarrollo humano, forzándolo todo según un modelo universal. «La perspectiva de la universalización es colonialista. Los otros modelos son ahistóricos y anacrónicos. Sólo hay una estructura de poder, una moral y una verdad legítimas. Las otras son inválidas» (Rajni Kothari).

Este arrogante proyecto homogeneizador no puede conciliarse con un genuino interés por los derechos humanos. Existe una violencia inherente a este proyecto, abocada a crear víctimas. Lo peor es que este modelo de desarrollo excluye toda esperanza para el futuro.

 

Estado, mercado y estrategias de manipulación del disentimiento

La incompatibilidad del mercado y de los derechos humanos tiene sus consecuencias para el Estado. Todo Estado que promueve una economía neoliberal y quiere proteger los derechos humanos cae en una profunda contradicción que el mercado y el Estado intentan disimular con medidas estratégicas. El Estado muestra una faz benigna a la presión de la gente que reclama sus derechos básicos, pero hace avanzar las fuerzas globalizadoras, entregándoles propiedades públicas, que se convierten en privadas. Por su parte, el mercado se apropia del discurso sobre los derechos humanos para evitar toda confrontación con las presiones que vienen de abajo. Quiere autojustificarse como promotor del desarrollo y para ello necesita de las fuerzas económicas de la globalización. El capitalismo internacional y el mercado domestican al Estado para hacerlo incapaz de intervenir ante toda violación de derechos humanos que ellos han causado. A base de estrategias para manipular la disidencia, el Estado y el mercado entran en contradicción con los derechos humanos.

 

¿Derechos humanos en defensa de los poderosos?

Es singularmente sorprendente que los derechos humanos se conviertan en medios al servicio de los poderosos en lugar de escudo de los pobres. Un ejemplo de ello lo ofrece el problema de la propiedad privada. No puede ponerse en el mismo saco a los niños famélicos del Sudán y a la corporación Microsoft por el hecho de ser persona legal. Según el reciente informe de las Naciones Unidas sobre el desarrollo, «las 255 personas más ricas del mundo detentan un trillón de dólares, lo cual representa los ingresos totales del 47 % de los pobres, que suman 2,5 billones».

El actual sistema económico ha hecho posible esta escandalosa acumulación de riqueza en el que grandes compañías se han convertido en propietarios de la propiedad mundial. La riqueza pasa de personas humanas pobres a no-personas, como son las compañías. Y la misma protección a las pequeñas posesiones de los pobres se otorga a estos propietarios gigantes en nombre de los derechos humanos. Éstos, para los poderosos, sólo se reducen al derecho de la propiedad. Los poderosos consideran que este derecho debería ser universal para poder poseer sin ningún obstáculo en todo lugar. Y así los derechos humanos se han convertido en derechos de las grandes empresas de negocios para controlar el mundo.

El problema ya no se plantea como en tiempos de la guerra fría: una pelea entre la propiedad privada y la estatal. Se trata de algo que afecta a la vida de millones de pobres de globo.

Esta situación es mucho más chocante si consideramos cómo se ha desarrollado este derecho en la historia. En Grecia y Roma, la propiedad era una manera de ser consciente de la propia identidad, relacionada con una localidad particular. Se la veía en el contexto de la familia, como parte del deber de los padres hacia la prole. «En el mundo clásico la «propiedad» hacía referencia a la situación del ciudadano y de su (de él, no de ella) familia y no tanto a la «riqueza». Para ser miembro del cuerpo público era necesario un elemento geográfico» (Stephen G.O'Kane).

Hoy, la posesión de la propiedad privada por compañías gigantes va más allá de las fronteras de la nación y nada tiene que ver con la identidad local o pública. Sólo tiene que ver con las ganancias. No estaría incluso claro que los mismos defensores de la propiedad privada pudieran ser invocados para defender, en nombre de los derechos humanos, las fabulosas posesiones de las corporaciones privadas. Para Locke, por ej., la propiedad privada se halla íntimamente conectada con su uso actual, sobre cuya base tiene lugar la apropiación. Sin embargo, en el caso de estas corporaciones se trata de maximizar la ganancia. Cuando hay escasez de recursos, la riqueza sin restricciones de las empresas multinacionales es una afrenta a los derechos básicos de los pobres.

 

 

UN RETO PARA NUESTROS DÍAS: LOS DERECHOS HUMANOS AL SERVICIO DE LOS POBRES Y MARGINADOS

Nos encontramos con la siguiente situación: los que más violan los derechos básicos de los pobres utilizan los derechos humanos para proteger sus intereses. Hay que redimir los derechos humanos y ponerlos al servicio de la causa de los marginados. Esto exige un punto de partida diferente, diferentes presupuestos filosóficos y una orientación espiritual no centrada sobre el individualismo y la ganancia, como en el caso de la economía neoliberal. Poner los derechos humanos al servicio de los pobres pide medios enraizados histórica y culturalmente.

 

«Dukha»: el punto de partida de los derechos humanos

La categoría individuo no da suficiente relieve a los pobres en su concreta realidad histórica. Nos hacemos cargo de ello al acercarnos, no a individuos abstractos, sino a sujetos y a víctimas, situadas en una historia concreta. Tiene sentido, para estas víctimas de un mundo injusto, que el discurso sobre los derechos humanos empiece aludiendo a las muchas privaciones a las que están sometidos: hambre, falta de atención médica, de techo, analfabetismo, etc. Esta situación de dukha -sufrimiento- debería ser el punto de partida de la praxis y del discurso sobre los derechos humanos. La Comisión asiática de los derechos humanos describe así la interconexión entre pobreza y violación de los derechos humanos: «La pobreza, incluso en Estados con alta tasa de desarrollo económico, es la causa principal de la violación de los derechos humanos. Ella fuerza a individuos y a comunidades a la alienación de sus derechos. Es imposible una vida digna en la pobreza».

¿Cómo empezar un discurso sobre los derechos humanos, prescindiendo del individuo? Los derechos humanos están marcados por la tradición liberal y dan importancia al individuo y a su libertad (de él, no de ella). Ningún divertimiento filosófico sustancialista puede hacerse cargo de la horrible realidad de pobreza de las víctimas. Una aproximación liberal ahistórica podría estar al servicio de la inversión que han sufrido los derechos humanos. Y evitaremos dicha inversión cuando nuestro punto de mira no sea el individuo abstracto sino los sujetos y las víctimas concretas.

Las mismas víctimas deben convertirse en sujetos activos del discurso sobre los derechos humanos. La lingüística y las relaciones lenguaje-sociedad nos hacen ver que los discursos no son sólo representaciones de la realidad, sino que contribuyen a construirla de manera particular, La inversión de los derechos humanos se da porque los poderosos parecen tener el monopolio del discurso sobre ellos. Y hay que devolver el discurso sobre los derechos humanos a los pobres como a su sujeto primario.

Una espiritualidad y una antropología según el alfabeto de las víctimas

Es necesaria una aproximación espiritual a los derechos humanos para servir la causa de los pobres. El respeto a los marginados no puede ser consecuencia de una percepción intelectual de la igualdad de todos. La Ilustración pudo cohabitar con la práctica de la esclavitud, el colonialismo, la falta de derechos de las mujeres, etc. Los derechos humanos deben formar parte de una más profunda búsqueda espiritual. De lo contrario, seguirá la separación entre afirmaciones teóricas y la praxis. El Mahatma Gandhi subrayó la importancia de «ahimsa», es decir, la actitud de no infligir sufrimiento a los demás. Lo cual, traducido, podría significar la-no-violación-de-los-derechos-humanos.

El respeto a la dignidad de los otros, no infligirles sufrimiento, fluye de otra clase de antropología. En un mundo de víctimas, lo humano resuena de manera diferente. En esta antropología los seres humanos no son primariamente seres éticos con ciertos principios de conducta conformes con la razón. Los seres humanos tienen la profunda capacidad de ser afectados por el sufrimiento de los demás. Así se pone un fundamento duradero al respeto a los demás. Los seres humanos no se definen sólo en términos de razón: son seres compasivos. Y los derechos humanos son expresión de la compasión hacia el sufrimiento de los pobres. El sufrimiento y la compasión son la clave para interpretar los derechos humanos como derechos de los pobres.

A veces, la mejor manera de hacer que algo sea efectivo es traducirlo a lenguaje legal. No es éste el caso para los habitantes del Sur. Allí muchas de las modernas leyes y constituciones son letra muerta. Una aproximación legal a los derechos humanos, formulada en una antropología abstracta, sin relación con las víctimas, no será muy escuchada. Debe formar parte de una actitud espiritual hacia la entera familia humana. La atención al sufrimiento de los demás y la compasión es lo que puede conducir al cumplimiento de las exigencias éticas y legales.

 

Historización de los derechos humanos

Lo que se convierte en abstracto puede ser fácilmente manipulado. Seguirá habiendo inversión de los derechos humanos si éstos siguen siendo algo legal y abstracto. Sobre todo, si se percibe este conjunto de derechos como viniendo de una historia no compartida por los pueblos del Sur. Hay que llenar estos derechos de contenidos sociales, culturales y políticos concretos.

Es importante el contexto histórico para que los derechos humanos se enraícen en un pueblo. Las luchas de los pueblos del Sur contra la opresión nos hacen ver puntos de vista sobre las maneras como estas sociedades han procurado proteger a los débiles.

En Sudasia la experiencia de la dignidad humana estaba presente en la resistencia al sistema de castas. Estas lucha ha dado lugar a una rica literatura, punto de referencia para la gente que llega a entender el espíritu y la práctica de los derechos humanos.

En Occidente, la tradición de los derechos humanos se remonta al esfuerzo por controlar al absolutismo. Para las naciones del Sur su experiencia en la lucha por los derechos humanos se relaciona con la lucha contra los poderes coloniales. Esta lucha no sólo era llevada a cabo por movimientos y líderes conocidos. También gentes menos conocidas rompieron la defensa del poder colonial.

La independencia hizo pensar que en el Estado postcolonial habría un gobierno respetuoso de la dignidad y de los derechos de la gente. Pero «la misma gente que antes había encabezado el "derecho de oponerse al gobierno" tomó las riendas del Estado. Su manera de ver las cosas había cambiado. El nuevo Estado debía ser protegido, incluso a costa de algunos derechos. La gente tenía nuevas aspiraciones. Querían no solo la satisfacción de sus necesidades básicas, sino los derechos negados por la administración colonial. Se enfrentaban los intereses del Estado y los de la gente» (Nilanjan Dutta).

En las naciones del Sur los pobres se enfrentan a regímenes autoritarios. Los pobres sufren una guerra económica llevada a cabo por las fuerzas de la globalización a las que han sucumbido los Estados postcoloniales. Todo ello requiere medios y estrategias apropiadas.

Los derechos humanos deberían estar en continuidad con esta tradición de resistencia. El recuerdo de estas luchas inspira confianza. Y así es menos probable cualquier inversión de los derechos en favor de los poderosos.

 

Activación de una sociedad civil

Cualquier forma de poder necesita ser controlada para no caer en la arbitrariedad ni en el absolutismo. Hoy necesitamos una vibrante sociedad civil. Es éste un medio importante para proteger a los pobres y asegurarles sus legítimos derechos democráticos. La sociedad civil se encuentra entre el Estado y el individuo. Su papel es el de «expansionar el espacio de la gente» para que ésta pueda reunirse, debatir, etc. «Los valores de la sociedad civil son los de la participación política, pedir cuentas al Estado (... ). Las instituciones de la sociedad civil son fórums representativos, una prensa libre y las asociaciones» (N. Chandhoke). La sociedad civil es el espacio en el que la gente interroga al Estado y protesta cuando éste va en contra del bien público.

Al haberse convertido el Estado y las fuerzas globalizadoras en los más duros violadores de los derechos humanos, es crucial el papel de la sociedad civil. En los países del Sur hay regímenes autoritarios que, en base a la doctrina de la soberanía nacional, niegan impunemente derechos democráticos a la gente. Incluso en países más abiertos, la democracia se ha convertido en un ritual vacío. Los Estados del Sur han aumentado su poder en nombre de la ideología del desarrollo, que se ha convertido en justificación de la violación de los derechos básicos de la gente. Pensemos en los desplazamientos de pueblos indígenas para la ejecución de los llamados proyectos de desarrollo. En el África subsahariana se invoca la ideología del desarrollo para justificar sistemas políticos de partido único.

Por ser la sociedad civil un medio importante para reforzar los derechos humanos, el Estado y el mercado quieren apoderarse de ella. El mercado encuentra en ella un medio para debilitar al Estado. «La sociedad civil es un aliado del mercado, una esfera pública liberada donde la gente puede ejercer la "libertad de elección". La propagación de la sociedad civil mediante el paquete del mercado gana importancia en la conciencia popular y los agentes del capitalismo del mercado (el Banco mundial) son también partidarios de la sociedad civil» (Ananta Giri).

La sociedad civil necesita hoy unirse a los nuevos movimientos sociales y así no será dominada por las fuerzas del mercado que todo lo impregnan.

 

Nuevos movimientos sociales y derechos humanos

Los movimientos sociales y la autonomía forman parte de la sociedad civil. El compromiso de muchos movimientos sociales y las ONGs abre un amplio espacio a la autoafirmación de la gente y a la participación. Estos movimientos son un signo esperanzador para la defensa de la dignidad humana y los derechos de los pobres en los países del Sur.

La efectividad del discurso actual sobre los derechos humanos es incompleto mientras no refleje todas las esferas en las que es violada concretamente la dignidad de los seres humanos. Se dan nuevas situaciones y nuevas víctimas cuyos derechos han de ser defendidos. Los movimientos sociales son fuentes para la formulación de nuevos derechos humanos. Hoy el instrumento de los derechos humanos ha de completarse con las luchas sostenidas de las víctimas.

Los movimientos son también escuelas de educación de los derechos humanos. La educación no sólo imparte conocimientos sobre el conjunto presente de los derechos humanos. La falta de educación hace a los pobres impotentes. La experiencia prueba que la pobreza es la causa de que los pobres sean las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. Educar a los pobres es protegerles de las fuerzas explotadoras. La educación ha de tener en cuenta que los pobres viven en una cultura oral. En la educación tienen un papel concreto y efectivo los movimientos sociales.

 

 

CONCLUSIÓN

Ante el nuevo siglo la humanidad tiene muchas preguntas sin contestar. La crisis de los derechos humanos se debe a la alianza de los Estados con el capital multinacional. Es un deber oponerse a estos nuevos avatares de la injusticia.

La tarea es compleja. Los que se oponen a los derechos humanos intentan apropiarse de ellos y del discurso sobre ellos. El mercado y la práctica de los derechos humanos son incompatibles. Los derechos humanos deben convertirse en derechos de las víctimas.

La devolución de los derechos humanos a las víctimas pide ciertas medidas. Son válidos los debates sobre derechos humanos y particularidades culturales. Pero es más importante referirse a procesos concretos de tipo social, cultural y político. Los derechos humanos deben estar imbuidos de una visión espiritual que enfoque el sufrimiento de las víctimas.

Mientras los derechos humanos protejan más a los pobres, crecerán en universalidad. Las luchas de la sociedad civil y de los movimientos sociales harán mas comprensivo el conjunto de los derechos humanos. La efectividad de los derechos humanos dependerá de cómo cada sociedad en particular los relacione con las propias historias indígenas de resistencia a todo tipo de inhumanidad. La cuestión crucial sigue siendo poner la «soberanía de las víctimas» por encima de la del Estado y del «libre mercado». Hay mucho camino por recorrer.