COMUNICACIÓN - TEXTOS

 

1. PALABRA/PERVERSION:
La Palabra hecha carne: /Jn/01/14 
La palabra es una realidad inapreciable. ¿Qué castigo merecerán 
los verbicidas, los verbibélicos, los verbipornos? 
Son verbicidas los que vacían la palabra de sentido, los que dicen 
palabras sin sentido, los que dicen palabras que no sienten, los que 
dicen palabras que no cumplen, los que no son hombres de palabra. 
¡Cuántas palabras grandes y hermosas que ya no dicen nada!: 
utilizadas como calderilla, ya no se cotizan ni se estiman. Palabras 
como Dios, paz, libertad, amor... ¿qué se quiere decir cuando se 
utilizan tantas veces? Habría que proclamar, no un minuto, sino un 
siglo de silencio en relación con estas palabras, hasta que 
recuperaran todo su sentido.

Son verbibélicos los que hieren y matan con la palabra. ¡Cuánta 
violencia en nuestro lenguaje! ¡Y qué riqueza de palabras ofensivas! 
Los arsenales armamentísticos de todas las Potencias son nada en 
comparación de las armas escondidas en nuestros diccionarios. Y 
cada arma verbal puede ser empleada con infinidad de modos y 
matices, a veces más mortíferos que la misma palabra.
Con estas armas podemos ofender, herir, dividir, estigmatizar, 
traumatizar, hundir, destruir a las personas. ¡Qué contrasentido más 
cruel! La palabra que ha sido creada como medio de encuentro y 
comunicación se convierte, pervertida, en instrumento de separación 
y muerte.

Los verbipornos son los que dicen palabras feas y ensucian 
palabras hermosas. Dicen palabras lindas para fines inconfesables. 
Cuando el egoísta utiliza la palabra amor, la está manchando; cuando 
el mentiroso dice la palabra verdad, la está ensuciando; cuando el 
déspota utiliza la palabra libertad, la está embarrando; cuando el 
traicionero dice la palabra amistad, la está enviciando.
Pero ¿qué condición es la nuestra? Parece que estuviéramos 
hechos para la degradación. La palabra debiera ser vehículo de 
liberación, lazo de amistad, fuente de paz, escudo de justicia, signo de 
amor, laboratorio de verdad, mensajero de alegría, sembradora de 
esperanza. Pero lo que hacemos tantas veces es precisamente lo 
contrario.
Diríamos que sobran las palabras y hace falta la Palabra. Sobran 
palabras vacías y hacen falta palabras vivas. Todas las palabras 
debieran ser entrañables: salidas del alma y dirigidas al corazón.
«Y la palabra se hizo carne». La verdad se hizo, es, vida. Dios nos 
envía su Palabra, que es su Verdad íntima, su Sabiduría amorosa, su 
propio Hijo. Nos la envía para hacer posible la amistad y para 
comunicarnos su vida, para redimirnos de nuestras oscuridades y 
perversidades.
Palabra-carne: se puede ver, se deja palpar y hasta se deja partir y 
desentrañar. Palabra-carne que habla nuestro lenguaje, ríe nuestras 
gracias y llora nuestras penas. Palabra-carne que se acerca, para 
que la escuchemos mejor y se deja comer, para enseñarnos más. 
Palabra-carne, clavada entre el cielo y la tierra, lanzando a todos los 
discípulos sus divinas lecciones.

CARITAS 1987-2.Págs. 130 s.

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2. EMPATIA/QUE-ES
"La 'empatía', actitud fundamental de la comunicación humana. 
Charles ·Rogers-CH, psicólogo norteamericano, es quien más ha 
dado a conocer la actitud que él denomina 'empatía'.
Empatía es lo mismo que comprensión cordial del otro. Es tener en 
cuenta al otro, interesarse por él, situarse entre él desde él mismo y 
no desde nosotros.
Es 'saberse meter en la piel del otro'...
Condición necesaria para la 'empatía' es la benevolencia 
incondicional para con los demás. Es estar bien dispuesto hacia los 
otros, en postura que nos hace recibir cálidamente del otro todo 
cuanto de él nos venga: su propia persona original e irrepetible 
(distinta de la nuestra), con su propia historia, sus cualidades, sus 
limitaciones, sus sentimientos... (Lo cual no significa aprobación de 
posibles ideas o comportamientos). Sentir el mundo interior del otro 
como si fuera propio. Esfuerzo por salir de la propia postura, del 
personalismo, modo de ver las cosas o sentirlas, para hacer lo posible 
por verlas y sentirlas desde los otros".

Daniel María Agacino
SAL TERRAE 1977/11

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3. PALABRA/COMUNICACION
EL REINO DE LA ANTI-PALABRA
Se suele definir la palabra como un conjunto de sonidos 
articulados que expresan las ideas o los sentimientos de quien la 
pronuncia. A cada una se le adjudica un significado admitido por 
todos para poder comunicarnos. Yo salgo de mi soledad y me 
encuentro con el otro, sobre todo, en la palabra. Mi vida, mi alegría o 
mi dolor pasan a través de ella hasta el que me escucha y viceversa.
Sin embargo, es paradójico que en la época de más medios 
técnicos para comunicarnos, la cantidad y la calidad de la 
comunicación humana esté por debajo de lo que razonablemente se 
pueda desear. El problema no es que, por deficiencias del servicio, 
sea más fácil comunicarse con Australia que con el pueblo de al lado. 
Nos referimos a que la comunicación es poco profunda. La mayoría 
de nuestras conversaciones giran en torno a los temas que televisión 
o prensa nos imponen. "Nos decimos" poco a nosotros mismos, hay 
poco de vivencia personal en lo que hablamos. En familia, ya no 
comemos en círculo viéndonos las caras: la televisión preside la 
mesa. En la iglesia, son muy escasos los ámbitos en los que se puede 
expresar la fe de forma personal sin tener que servir al rito 
establecido.
Pero lo más grave es el divorcio intencionado entre palabras y 
realidad. Están, en primer lugar, los ruidos para distraer. Hay que 
evitar que se piense en lo que al poder no le interesa. Pan y circo, 
partido de fútbol interesante el primero de mayo y levantar culebrones 
intrascendentes son las formas que no han perdido vigencia.
Actualmente, no se puede "oficializar' la verdadera realidad aunque 
se conozca de sobras. ¿Qué dirían en Bruselas? Así, no hay falta de 
ética, ni relación entre la riqueza de unos y la pobreza de otros, ni 
tantos pobres, ni tantos inmigrantes, ni tantos creyentes, ni padres 
que pidan clase de religión para sus hijos... Nuestros pobres obispos 
no pueden decir, ni siquiera en voz baja, que a las doce es mediodía. 
Con una rapidez, que para otras cosas quisiéramos, personajes de 
obsoleta mentalidad ilustrada lo desmienten. ¡Todo va bien! Como 
alguien escribió una vez, abundan los verbicidas que matan a las 
palabras: dicen lo que no sienten o lo que no cumplen. Tampoco 
faltan los verbibélicos que usan la palabra como arma asesina. Con 
ella hieren, dividen y destruyen a las personas. A ellos se suman los 
verbipornos diciendo palabras bonitas para fines inconfesables.
La auténtica palabra da seguridad, crea solidaridad y produce paz. 
Ojalá que en estas fechas la Palabra verdadera se haya encarnado 
un poco más en nosotros.

EUCARISTÍA 1992/02

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4. HABLA-ESCUCHAR/ARTE CONVERSAR/ARTE

Carta del Arzobispo

Saber hablar y escuchar

Arte y virtud de la conversación

Con los satélites de transmisiones, las plataformas digitales, la Red 
de redes Internet y todos los circuitos mundiales de los medios de 
información, no hay quien ponga en duda, a estas alturas, que 
estamos zambullidos todos en la llamada sociedad de la 
Comunicación. Aldea global, llamó a nuestro planeta McLuhan. Para 
nosotros resulta evidente que el siglo XXI, y no digamos el fascinante 
tercer milenio, harán de él un patio de vecindad o, si se quiere, una 
mesa de camilla para todo el género humano.
Todo eso está a la vista, pero luego nos vienen los sociólogos, los 
sicólogos y los pedagogos, con que la plaga más extendida de 
nuestro tiempo es la de la incomunicación, empezando por la familia y 
llegando a los hacinamientos humanos de las grandes urbes. Se da, 
incluso, la paradoja de que el más extendido e influyente de los 
medios de comunicación, cual es, sin duda, la tele, es, hoy por hoy, 
uno de los mayores obstáculos para que se comuniquen entre sí los 
miembros de una misma familia. Da igual que sigan todos un mismo 
programa, que si los adultos, los jóvenes, o los niños, si es que da 
para tanto el núcleo familiar, se programen por separado el propio 
menú televisivo.
No sería justo tampoco adjudicar a los Medios la culpa exclusiva de 
la incomunicación familiar. Ya se encargan de contribuir lo suyo a este 
fenómeno otros factores típicos de nuestro tiempo. Por ejemplo, los 
horarios laborales de los padres y los escolares de los hijos, las 
costumbres respectivas del ocio y del sueño en los fines de semana. 
Hablar, conversar, discutir, interesarse unos por otros, reir las gracias 
de los pequeños, encajar las impertinencias de los adolescentes, 
acoger las repeticiones de los abuelos, ser felices juntos sin darse 
cuenta, va siendo por lo común un bien escaso. Y por escaso, poco 
conocido, y, por esto último, apenas echado de menos. 

Hablar sin comunicarse
Eso, si nos limitamos al círculo de las relaciones familiares. Pero es 
bien sabido que este reducto doméstico va siendo, cada vez más, en 
la postmodernidad masificada de la que formamos parte, un dormitorio 
y un comedor y a menudo éste último, de autoservicio. Un tercio o una 
mitad del horario de muchas gentes, cuya vida "de calle", entendiendo 
el ámbito de trabajo y las relaciones sociales en su más amplio 
sentido, discurre, en gran medida, fuera del propio domicilio. La 
pregunta es ésta: ¿Suplen el trabajo, el deporte, el alterne de los 
bares, la diversión finisemanal, ese déficit de relaciones 
interpersonales que se detecta en el contorno familiar de hoy? No me 
atrevo a dar una respuesta global, porque habrá de todo. La 
extroversión favorece, sin duda alguna, los encuentros con otras 
personas, brinda y brindará ocasiones propicias para el desahogo y el 
enriquecimiento interpersonal, para el diálogo fecundo de tú a tú. 
Ocurre, empero, al decir de los sociólogos, que las relaciones 
funcionales, de peatón, de grada del estadio, de ventanilla oficial, de 
compañeros de empresa, de cliente de peluquería, de barra de bar, 
no generan, por lo común, intercomunicaciones gratificantes, 
amistades comprometidas. Donde la gente está más sola es donde 
más gente hay, en aquellos escenarios en los que más hablas y 
menos conversas, en los que Ðen eso está la claveÐ menos eres 
escuchado.
Hay quienes, al parecer al menos, se acostumbran a esto y 
representan su papel en la existencia como personajes de cartón, 
más que como personas con fondo propio, con identidad 
intransferible, con algo por dentro. Son quizá, con nuevos rasgos, 
ejemplares estándar del "hombre masa" del que habló Ortega y 
Gasset por los años veinte de este siglo. Pero no son masas para una 
rebelión, sino para un adocenamiento, para un rebaño, dicho sea con 
amor y con respeto. Gentes así serían aquellos que entristecieron a 
Jesús, al contemplarlas como "ovejas sin pastor".
No intento, por supuesto, analizar el fenómeno en su conjunto. 
Volvamos sobre la dificultad de conversar con sosiego y todo lo que 
de ahí se deriva, en el matrimonio, en la familia, en la propia 
profesión, en la vida social, en la Iglesia, en las relaciones con Dios. 
Y, para ello, sentar el supuesto de que ser persona no conlleva, sino 
todo lo contrario, la vocación hacia el aislamiento, hacia el 
egocentrismo. Es verdad que existen códigos misteriosos de 
intercomunicación entre los animales. Pero ladran, mujen, gorgean, 
etc., como hace cuatro millones de años. ¿Dónde está el 
enriquecimiento individual -no cabe aquí lo de personal- entre dos 
ranas, dos papagayos, un rebaño de ovejas? Los humanos 
disfrutamos, sí, de cinco sentidos corporales, pero regidos, 
impulsados por una conciencia personal, unos sentidos interiores, 
abiertos al mundo, en la misma longitud de onda, en la misma 
frecuencia, emisora y receptora, de nuestros semejantes. ¡Qué 
milagro el de conversar! Te expresas, encuentras tu eco en otro ser 
humano, te sientes acogido y acoges, te experimentas rico y 
necesitado, recibes y das consuelo, compartes pena y alegría. ¡Qué 
vivencias inefables las de expresarse y escucharse de los novios, de 
los esposos, de padres-hijos, de amigos del alma! ¡Cuánta vida y 
cuánta luz, en los maestros que sintonizan con sus alumnos, en los 
equipos de estudiosos que investigan la verdad, en los compañeros 
de aventura en cualquier empeño ideal: religioso, social, político 
inclusive. No es bueno que el hombre esté solo. Ni en esto ni en 
nada.

Comunicarse a dos bandas
Escuchar y tomar la palabra, cruzar ideas y sentimientos, paladear 
los silencios, sentirse acompañados en la vida. ¡Cuánto más, y entro 
en zonas más elevadas y jugosas, sabernos unidos en El, hacerlo 
presente en medio de nosotros! Donde hay caridad y amor, ahí está 
el Señor. La apertura al hermano, a todos los hermanos; a la escucha 
primero, a la animación estimulante y consoladora después. Compartir 
la fe, confesar los pecados, acoger el perdón, alimentarse de la 
Palabra y tartamudear la nuestra ¡Abba, Padre! no son experiencias 
para contarlas, sino para vivirlas. ¿Qué otra cosa son las cumbres 
místicas, sino cimas inefables de comunicación? Volviendo a la 
llanura, la mujer y el varón que aspiran a autorrealizarse, a 
plenificarse como seres humanos, son personas de valor infinito, y no 
alcanzarán esas metas, ni tan siquiera a medias, sin abrir las puertas 
de su ser, sin franquear las de su prójimo, en la conversación 
interpersonal. No tienen porqué ser confidencias íntimas, ni menos, 
incursiones indiscretas. Se trata de hablar con fundamento, de tocar 
la verdad de la persona y las cosas, de compartir sentimientos nobles. 
Eso es lo más puro del ser humano, que crece y sube de valor 
cuando por la gracia y por la fe, es elevado a un universo teologal, 
espiritual (del Espíritu).
¿Fácil todo esto? Claro que no. ¿Posible y hacedero? Ya lo creo. 
Indispensable para ello cimentar el edificio de la educación, de la 
catequesis, de la formación, en claves de projimidad, de comunión y 
comunicación. Líbrenos Dios de los charlatanes. Hagamos 
comunicadores. Con todo, hablar es fácil. Escuchar, de verdad, 
dificilísimo. Conversar bien y a dos bandas es un arte, una virtud, un 
carisma.

ANTONIO MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 219 - Año V - 27 de julio de 1997

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